Drama en la familia Bugiardi
La familia Bugiardi decide vengarse de la Fiscal General cuando esta trae a la menor de todos drogada y les amenaza con la cárcel.
Los Bugiardi eran una familia perfecta a ojos de cualquiera en la ciudad. Él era un político importante que, sin necesidad de ser el alcalde, ganaba mucho más de lo que el hombre en ese puesto ganaba. Ella era una ama de casa perfecta que había tenido una brillante carrera como escritora de poesía y que se había retirado para poder disfrutar más de su familia. Sus dos hijos también eran perfectos, ambos universitarios, ella en su primer curso y él en el último. Eran la familia perfecta de serie de televisión, en su mansión no demasiado grande para no parecer presuntuoso, pero tampoco demasiado pequeña para que nadie olvidara que tenían dinero.
La realidad, en cambio, era muy diferente. De puertas para dentro, la mansión era un templo para el abuso de las drogas y el alcohol, se olvidaban los finos modales y el lenguaje culto de las reuniones o las galas y se daba rienda suelta a cualquier acto sexual, ya fuera con la gente del servicio o entre miembros de la familia. Todo aquel que perteneciera al servicio de los Bugiardi tenía que ser extranjero para que ellos pudieran burlarse de su nacionalidad y decirles cuan superiores eran por poder tener a otras razas contratadas. Todos llevaban aquello con discreción, pero la menor de ellas, Lila, perdía el control con facilidad si se pasaba con la droga o el alcohol.
En una de estas pérdidas de control, Lila acabó siendo detenida por la policía, que estaba atónita ante la imagen que estaba dando la joven sabiendo de la familia de la que venía. Empezaron las conjeturas y las teorías de que algún compañero de universidad la había drogado y llevado a donde la habían detenido, que una chica de tan buena familia no podía haberse metido en tal mundo como era el de las drogas, y toda la central de policía acabó creyendo esa versión.
La fiscal general, por el contrario, hacía meses que les seguía la pista a los Bugiardi, sospechaba que el cabeza de familia, Guido, era un político corrupto, y que la famosa poetisa con la que se había casado, Alessia, no era más que una prostituta de lujo que blanqueaba sus ganancias mediante esos horribles libros de poesía. Y siendo así el árbol, el fruto no podía haber caído muy lejos. Acababan de pillar a la hija menor drogada por la calle y con claras intenciones de comenzar una pelea con un sin techo que había por el lugar, así que su hermano mayor Leonardo no podía ser la oveja blanca de la familia, estaría metido hasta el fondo en todo lo que su familia le había enseñado.
—Tienen razón —Se acercó al policía que estaba cuidando de Lila y le puso a esta una mano en el hombro como gesto reconfortante —. Es imposible que una chiquilla de tan buena familia se meta en líos así. La llevaré a su casa mientras investigan quién pudo haberla drogado, sus padres estarán locos por no encontrar a la pequeña Bugiardi.
Con una sonrisa se llevó a la joven hasta su coche y la llevó a la mansión familiar, no tenía prueba ninguna de sus teorías, pero un ataque frontal teniendo a su hija en las horribles condiciones en las que estaba podría llegar a ser suficiente como para que flaqueasen y soltasen algo que la ayudara a investigar.
Timbró mientras cogía aire en profundidad. Se había enfrentado a muchos criminales, pero siempre tenía el cuerpo policial de por medio por si se ponían violentos. Esta vez estaba sola. Al abrirse la puerta se encontró con una mujer latina que aparentaba bastantes más años de los que realmente tenía, con la cara desencajada por algún dolor constante en su cuerpo y unas marcadas ojeras por la falta de sueño.
—¿Podría hablar con el señor de la casa? —Aquella mujer no dijo nada, simplemente echó la puerta hacia delante hasta entornarla y se alejó para avisarle, haciendo que al abrirse de nuevo la puerta apareciese aquel hombre al que buscaba, bien vestido con su traje italiano, en honor a la sangre que corría por sus venas —. Señor Bugiardi, sé todas y cada una de sus intenciones, sé de su corrupción en el partido para el que trabaja, sé el trabajo que realmente tuvo su mujer, conozco todos y cada uno de los delitos que sus hijos han cometido, y aunque no tengo pruebas físicas de ninguno de ellos, hoy hemos encontrado a su hija en estas condiciones —Hizo un gesto con la cabeza para señalar a la universitaria y continuó con el discurso —. No necesitamos nada más para empapelarla a ella, de ella tiraremos para sacar la información necesaria para castigar a su hermano, con sus dos hijos en poder de la justicia, estoy segura de que su mujer buscará la manera de sacarlos de ahí, aunque sea teniendo que confesar sus crímenes, y cuando se quede usted solo en libertad… ¿Cree que aguantará mucho tiempo? Estará de mierda hasta el cuello, si no cae por su propio peso, el rencor de su familia lo delatará.
—¿Ha terminado con su discursito? Me empieza a aburrir… Igual que a mi hijo. —Al oír aquello la fiscal general puso un gesto confuso y se giró sobre sus tobillos para encontrarse con el hijo mayor de aquella familia, que le sonreía con superioridad mientras tenía una jeringuilla en la mano.
—No sabes lo bien que nos lo vamos a pasar con una zorra uniformada como tú. —Soltó una carcajada y le inyectó lo que llevaba dentro, haciéndola desfallecer en segundos, impidiéndole huir o pedir auxilio.
Cuando despertó la escena era muy diferente. Estaba atada a una silla de madera, únicamente con la ropa interior y el pelo recogido en una alta coleta. Mientras sus ojos se acostumbraban a la luz sus oídos empezaron a percibir unos golpes, como si fueran azotes, seguidos de suaves quejidos de una mujer joven.
—Papi, para... Seré buena, lo prometo. —A la misma vez que oía aquello sus ojos terminaron de enfocar la escena.
Tenía ante sí a Guido sentado en una butaca, se había quitado la chaqueta del traje y tenía la camisa algo desabrochada, sin rastro de la corbata, pero eso no era lo que le había inquietado de la escena. Tenía a su hija echada sobre las piernas, con las rodillas bien hincadas en el suelo y las manos atadas a la espalda con la corbata que su padre tenía hacía un rato en el cuello. La joven estaba prácticamente desnuda, solo llevaba unas medias de rejilla que dejaban totalmente al descubierto su culo, sin nada más debajo, y unas pezoneras que por el tono rojizo que asomaba por su alrededor se sujetaban a los pezones con pinzas a modo de castigo.
—Ya sabes lo que pasa cuando eres mala, conejita mía… cien azotes y a llevar tu disfraz de conejito hasta que arreglemos tu desliz. —El hombre dio un último azote en el ya rojizo culo de su hija y estiró el brazo hasta un plug anal de cola de conejo para insertarlo sin ningún cuidado, haciendo que la chiquilla se arqueara y gritase.
—Por favor, la máscara no… Papá, no me gusta ir vestida de conejita…
—Por eso mismo es un castigo… —Acarició con cuidado la mejilla de su hija mientras la acercaba a su boca para besarla con cuidado y después pasar a sus labios, teniendo un lento beso que asqueó a la fiscal, pero puso a tono al hombre en cuestión. Al separarse le puso una capucha negra de conejita que solo dejaba visibles su ojos y su boca, que a su vez tenía que mantener abierta por la mordaza de aro que acompañaba a dicho complemento —. No se confunda, señorita Dupain… Mi hija adora el sexo en familia, sobre todo cuando le causa dolor… El problema con esto es que tiene prohibido correrse y buscamos evitar que disfrute.
»Usted no es la primera que viene diciendo que nos va a desmontar el chiringuito, para ser exactos, es la cuarta en lo que vamos de año, y es por eso que tengo que corregir a mi hija a base de castigos como este, o nos acabará el chollo.
Mientras el hombre caminaba la fiscal se mantenía quieta en la silla, no podía creer lo que estaba viendo.
—Que cojones, ¿Hasta cuando voy a tratarte de usted? Vamos a practicar todas y cada una de nuestras perversidades en ti, no creo que vaya a parecerte una falta de respeto que te quite el usted… A fin de cuentas ya te he quitado casi toda la ropa. —Soltó una carcajada y se acercó más a la fiscal.
Mientras el corazón se le aceleraba por el miedo y se imaginaba mil escenarios en los que acababa muerta unos pasos acelerados los interrumpieron. Vio como llegaban los dos integrantes faltantes de la familia, ambos con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que ella se acercaba a su marido para besarlo y saludarle, él se acercó a su hermana mientras se abría la bragueta de los vaqueros y la obligaba a practicarle una felación aprovechándose de que no se podía defender.
—¿No habrás empezado sin nosotros, verdad amorcito?
—Claro que no, cariño… esta zorrita necesita que la penetren por más de un lado mientras le obligan a comerse un coño en condiciones…
Mientras esa conversación sucedía vio como Leonardo se alejaba de su hermana, ya con una erección importante, y se acercaba a ella.
Las conversaciones cesaron, lo cual fue una alegría para la familia y una desgracia para la fiscal, el más joven de los tres la soltó de la silla, pero la mantuvo atada de pies y manos a sí misma mientras la tumbaba en el suelo, y la empezaba a penetrar sin quitarle la ropa interior. Las embestidas seguían hasta que la tela por fin cedió y el universitario arrancó a la par el sujetador, única prenda que le quedaba, para después girarse y quedar ella encima, confundiéndola hasta que sintió la erección del cabeza de familia rozar su ano. Vio como la mujer se ponía frente a ella, totalmente desnuda, rozando con el culo la cabeza de su hijo, que no dejaba de comerle el cuello a la fiscal, y le estiró del pelo para colocarla para que le comiera el coño. Al ver que no reaccionaba Guido embistió de golpe su culo, con fuerza, haciéndole más daño del debido como escarmiento para que empezara a darle placer a su mujer, y así lo hizo.
Pasaron mucho así hasta que notó cómo ambos hombres se corrían en su interior, haciendo que la fiscal se sintiera aliviada de poder descansar, pero no sintió que aquellas erecciones bajasen. Miró a la mujer, pero esta le sonrió con malicia, aumentando así su miedo. Sintió como ambas pollas salían de su interior muy lentamente y la volvieron a tumbar boca arriba, acercando Leo su polla a la boca de la víctima del momento y empezando a moverse, sabiendo que la ahogaba y le provocaba arcadas, pero lo peor vino cuando sintió como unos huevos extra le golpeaban la cabeza, Guido estaba penetrando por detrás a su hijo, guiando las embestidas que este propinaba en la boca de la fiscal, mientras la única mujer que la forzaba por el momento se masturbaba viendo la escena.
El segundo orgasmo por parte de los hombres fue inminente, y la mujer había logrado alcanzar el primero. Los tres parecían contentos con lo que había conseguido, así que la madre se acercó a la conejita apartada y la espolvoreó con droga para después hacerle caminar hasta la víctima y obligar a esta última a limpiar el cuerpo de la que había sido castigada aquella noche.
Bailando entre la consciencia y la inconsciencia, sin diferenciar la realidad de las alucinaciones que le provocaba la droga, pasaron dos días más. No hubo más violaciones, no hubo más toqueteos, solo le hacían lamer o esnifar droga del cuerpo de la menor de los Bugiardi mientras la tenían sumergida en una bañera a la que le cambiaban el agua cada poco para eliminar cualquier rastro de ADN de su cuerpo.
Cuando la soltaron aún estaba medio colocada, la dejaron en el barrio rojo de la ciudad con una única frase a modo de despedida.
—Vuelve a amenazarnos, y en vez de hacer parecer que te has pegado una juerga de escorts y gigolós drogatas durante dos días vamos a hacer parecer que te has auto asfixiado eróticamente y te has pasado porque ibas tan drogada que no sabías diferenciar si respirabas o no.
El coche camuflado en el que la habían llevado hasta el lugar se fue y la fiscal se levantó, con la ropa que llevaba el día en que la secuestraron, pero rasgada, manchada de droga, alcohol y fluidos privados de a saber quien. Había tenido suerte de que la dejasen vivir, aquello no había sido nada más que una advertencia aunque le hubiera parecido el infierno mismo.