Dos vidas contigo (4)

"Es la última vez que yo te quiero. En serio te lo digo... Dame ahora tu boca: me la quiero comer con tu sonrisa... Dame ahora tu alma; quiero clavarle el diente." Sabines.

Dos vidas contigo (4)

11

-        Karla, ¿qué tipo de trasplante tuvo Florencia? –pregunta Cristina mientras tomaba su café.

-        De corazón, ¿por qué?

-        Curiosidad, nada más.

-        Karla, ¿me traes un jugo de naranja? –dije mientras me levantaba.

-        ¿Dónde vas? –pregunta Cristina.

-        Voy al servicio y vuelvo –dije alejándome de ellas.

-        Karla, ¿te sientas un momento? –pide Cristina.

-        ¿Qué te traes entre manos, tú? –dice Karla sentándose.

-        Dime una cosita, ¿sabes de quién es el corazón que recibió Florencia?

-        ¿Por qué preguntas? –pregunta Karla nerviosa.

-        Curiosidad –dice al verla inquieta.

-        Ya, que te conozco, Cristina.

-        No es nada mujer, sólo me preguntaba si Florencia tuvo cambios en su actitud, su personalidad o gustos después de la operación… me han comentado que puede suceder.

-        ¡Ah, bueno! Muchos, de hecho, Ahora gusta de cosas que antes le hubieran parecido incómodas e incluso algo desagradables.

-        ¿Cómo qué? Si puedo saber.

-        Antes no venía al café porque le incomodaba la relación lésbica de mi jefa y en sus gustos con la comida, también cambio muchísimo, antes era vegetariana, pero cuando le dieron de alta en el Hospital, lo primero que quiso comer fue carne.

-        Ajá… es normal, supongo.

-        Cristina, ¿qué piensas?

-        En que deben ser difíciles para ella esos cambios.

-        Pues sí, le ha costado mucho acostumbrarse a ellos.

-        ¿Sabes? De alguna manera extraña, Florencia tiende mucho a parecerse a Laura, me parece extraño y no soy la única que piensa igual.

-        ¿Qué quieres decir?

-        Que Florencia tiene gestos que me recuerdan a Laura, nada más.

-        ¿Te lo parece?

-        Sí, mucho. Ahora que he tenido la oportunidad de tratarla más, me lo parece bastante. Me la recuerda mucho.

-        Cristina, ésas son sólo apreciaciones.

-        Lo sé y sólo te comentaba. No te pongas así de seria, mujer.

-        Tienes razón, es sólo que me dejas pensando en eso de las similitudes. Ahora que lo pienso, ellas tienen mucho en común.

-        ¿Ves? A ti también te lo parece. No debo de estar tan mal, al pensar que hay algo más que coincidencias en esto.

-        Ya volví –dije y al sentarme noté algo nerviosa a Karla – ¿todo bien?

-        Si, sólo conversábamos –dice Cristina.

-        Espero no sea nada peligroso, como suele pasar cuando estás tú de por medio –le dije, entre seria y risueña.

-        ¡Qué mal pensada eres, mujer!

-        Te conozco –dije revisando mis bolsillos –. Se me ha quedado el celular en el baño, ya vuelvo –dije marchándome de nuevo.

-        Oye, Karlita, ¿tú sabes si tu hermana está en su tienda ahora?

-        Supongo que sí. Es media tarde recién y cierra a las siete. ¿Por qué?

-        Para mirar unas cositas que necesito y quiero que Camila me acompañe… a ver si logro que hable con Florencia.

-        ¿Cómo para qué quieres eso? Ellas no se llevan muy bien. Es más, hasta creo que se detestan la una a la otra.

-        Lo sé, Karla, pero ahora es diferente. Ellas se gustan.

-        ¿Qué? ¿Cómo es posible?

-        Vivieron juntas por casi un mes y su comportamiento, junto con las miradas, incluso celos de ambas, eran evidentes.

-        ¿Miradas? ¿Celos? ¿De qué me perdí?

-        De mucho, puedo decirte que Florencia estaba celosa de mí y Camila igual, al ver a tu hermana con un tipo en el sillón de su casa… después, las vi besarse.

-        ¿Se besaron? ¿Qué tipo?

-        Cristina, ¿Qué le estás contando a Karla? –dije interrumpiendo.

-        Nada, sólo que besaste a su hermana.

-        ¡Cristina!

-        Tranquila, Camila. No pasa nada. Ahora, las dejo un segundo, voy por tu jugo.

-        Karla, le seguimos luego, ¿no?

-        Vale.

-        ¿Qué van a seguir? –pregunté curiosa.

-        ¿Recuerdas que te conté que necesitaba un vestido?

-        Sí.

-        ¿Quieres acompañarme? Terminamos el café y vamos.

-        No, porque irás a la tienda de Florencia.

-        ¿Hace cuánto no la ves?

-        Desde lo de la cena, hace casi dos semanas.

-        ¿Quieres verla?

-        No, prefiero que no… ella sigue viendo a Alejandro.

-        ¿Cómo sabes?

-        Me contó él, ayer que pasó por mi casa.

-        ¿Te dijo que eran pareja?

-        Bueno, tenía una cita con ella.

-        Ah, eso no quiere decir que sean novios.

-        Ya.

-        Acompáñame, anda… necesito que me des tu opinión.

-        No, Cristina, no quiero ver a Florencia. Si voy, será incómodo para ambas y prefiero dejar las cosas así.

-        ¿No dices que no te importa?

-        Sí, pero es diferente ahora… nos besamos.

-        ¿Te gustó?

-        No me desagradó.

-        Camila, ¿por qué demonios no admites que la chica te encanta? Ya va siendo hora de que entiendas que no está mal enamorarse de nuevo.

-        Cristina, por favor, hoy no. No me siento del todo bien y tus sermones no ayudan en nada.

-        Bueno, entonces vente conmigo y dejo el tema.

-        Está bien, mujer. Pero vamos ahora.

-        Dale, vamos. La tienda queda cerca de tu florería. Creo que unas cuadras nada más.

-        Bueno. De paso le aviso a Marcela que cierre ella la florería. Así, luego me voy a casa.

-        Ella como que es muy tímida, ¿no? Cuando paso por ahí se cohíbe. Aunque eso no evita que te mire.

-        No inventes, Cristina. En cualquier mujer ves una potencial pareja para mí.

-        Jajaja… es verdad, pero también es verdad que tú no te das cuenta de esas cosas y estoy casi segura de que le gustas a tu empleada.

-        Ya, mejor vamos andando, paga la cuenta mientras yo acerco la camioneta.

-        Bueno.

12

De lo único que estoy segura es que la extraño. Para qué mentir, extraño a Florencia. Su aroma, aquel perfume levemente cítrico aún merodea por la casa. Lo puedo sentir en ocasiones, es como un recordatorio de que ella estuvo aquí… Me gustaban sus notas en el refrigerador, a veces dibujaba una florcita en los puntos de las íes que me producía mucha ternura. Como cuando me quedaba dormida en el sillón y ella me cubría con un cobertor y yo, sin querer, me acurrucaba media dormida. Esos detalles que tenía conmigo cuando yo no me daba cuanta o me hacía la tonta, todo eso que compartimos a pesar de llevarnos mal, lo extraño. No quería que se fuera, pero no tenía motivo para impedir que lo hiciera. No somos nada y aún así… sentí la necesidad de seguir teniéndola cerca.

La resistencia que mantiene mi corazón al no querer amar a alguien, es bastante fuerte. No entiendo cómo fue que ella entró en mí, así, sin avisar y sin que yo me diera cuenta. Ahora comprendo que el ser antisocial con ella sólo era un modo de defensa para evitar sentir las emociones que me provocó desde un principio. Cuando cayó encima de mí y sentí aquel escalofrío… no quise darle importancia. No fue nada en ese momento, pero, ahora que lo recuerdo, puedo darme cuenta de que me sorprendió sentirlo con sólo un roce de su piel con la mía. Fue extraño y lo dejé así, sin darle importancia, pero luego vinieron otros, otros que me resultaron extrañamente familiares, tan enternecedores como los que me provocaba Laura.

Ahora ha pasado un mes desde que nos besamos y espero que ella no sea consciente de lo mucho que me hizo sentir con sólo un beso. Es sano decir que me lo movió todo. Mi cabeza daba vueltas, me olvidé de todo, del motivo por el que estaba ahí, la ocasión, todo, hasta que Cristina nos volvió a la realidad y me sentí culpable. Muy culpable. Fue como si traicionara a Laura, a pesar de que ha pasado más de un año desde que se me fue, tuve esa sensación en ese instante, ahora ya no. Ahora quiero ver a Florencia. Tenía la esperanza de verla cuando acompañé a Cristina a la tienda, pero cuando me atreví a preguntar por ella, la empleada que dijo que “Flor” no se encontraba en ese momento en la tienda, que si quería, podía dejarle mensaje, pero que se lo haría al llegar ella la semana que viene, porque se había ido de viaje. No pude dejar de sentirme triste por ello, Alejandro me dijo que tenía una cita con ella, no mencionó viaje alguno, y hasta hace un par de horas él aún estaba en la ciudad, así que no están juntos. Es un alivio, pero aún me siento triste, la extraño y en eso no soy nada buena… quiero verla, quiero que aparezca por esa puerta y, no sé, pero quiero verla aunque sea para discutir por algo tonto, como solíamos hacer.

Me queda la esperanza de que venga por las cosas que aún están aquí. Encontré unos libros, ropa y un bolso de ella cuando entré a limpiar la habitación donde se quedó. También hay útiles de aseo en el baño que no son míos. Tengo que suponer que vendrá por ellos en algún momento, espero sea hoy que estoy en casa y no cuando no esté. En fin, es mejor ir al supermercado por algunas cosas para la despensa. No hay nada más que pasta.

Al tomar mi bolso, busqué mis llaves y salí justo cuando alguien se estacionaba en la acera de la casa. Por poco no se estaciona en la reja y se la lleva el diablo.

-        ¡Qué idiota! –dije con enfado mientras caminaba hacia la entrada de la casa para reclamarle al estúpido ése. “¿ Cómo no tiene más cuidado?” –pensé mientras veía cómo abría la puerta del auto para bajarse y yo corría el portón para sacar la camioneta.

-        Hola, Camila –dice una voz familiar.

-        ¡Florencia!

-        ¿Ya no saludas?

-        Hola, ¿Qué haces aquí?

-        Pues, vine por unas cosas que se me quedaron.

-        Ahh y por eso casi te llevas la reja contigo, ¿no?

-        ¿Qué? –pregunta y mira su auto diciéndome–, disculpa, no me di cuenta, se me quedaron mis lentes en la tienda y…

-        Excusas.

-        No lo hice a propósito, Camila, pero si quieres te la repongo y ya.

-        Ya voy saliendo. Vamos por tus cosas antes de que se me haga tarde.

-        Puedo hacerlo sola, así no se te hace tarde para tu cita y no dejas esperando a tu pareja –dijo algo enfadada.

-        Jajaja… ¿eso es ironía o celos?

-        ¿Por qué celos? Tú y yo no somos nada ni hemos tenido algo como para sentir celos.

-        Es verdad, entonces es ironía –dije irritada por su tono despectivo–. Vamos.

-        Te sigo.

Caminó detrás de mí hasta la puerta y, una vez abierta, entró sin siquiera mirarme ni pedir permiso. Sólo se dirigió hacia su habitación recolectando sus cosas, buscando de un lado a otro, cerciorándose de que nada se le quedara. Supongo que no quería tener otro motivo para verme ni para estar aquí más tiempo. Por su manera de desenvolverse, diría que estaba urgida por irse y me dolió esa actitud desdeñosa, al parecer, el besarme fue un experimento, nada más.

-        Puedes irte si quieres y te envío tus cosas con Karla. Se nota que te desagrada estar aquí –dije algo dolida.

-        No me desagrada, Camila… es sólo que no quiero...

-        ¿Qué es lo que no quieres? No te besaré de nuevo, si es eso lo que temes. Es claro que sólo fue una manera de experimentar para ti y…

-        ¿Eso piensas? ¿Que sólo buscaba eso, experimentar y ya?

-        Bueno, si no es así, sólo tienes que decirlo. Supuse eso porque te fuiste de la cuidad y hasta ahora te vuelvo a ver.

-        ¿Cómo sabes que no estaba en la cuidad?

-        Eh, bueno… Cristina fue a tu tienda por un vestido y la acompañé. La empleada dijo que no estabas en la cuidad.

-        ¿Preguntaste por mí? ¿Querías verme o sólo querías saber si estaba ahí para poder evitar encontrarte conmigo? Eres muy buena evadiendo a las personas –dice acercándose.

-        ¿Qué quieres decir? –digo acercándome a la vez.

-        Que quizás para ti aquel beso sólo fue eso, un beso y solamente fui alguien más. Alguien que no significa nada, ¿no?

-        Yo te besé porque quería, Florencia. No buscaba nada en ese momento, no como tú, que sólo querías saber lo que se sentía besar a otra mujer –digo dando el paso que faltaba para estar a escasos centímetros la una de la otra.

-        ¡Por Dios, Camila! Eres imposible… me voy –dice casi en mis labios y yo no pude resistirme. No pude negarme la oportunidad de besarla y, tomando su cara en mis manos, lo hice. La besé con fuerza y ella, sorprendida, se quedo inmóvil. No fue hasta que mordí suavemente su labio superior que reaccionó y se aparto de mí, poniendo sus manos de por medio entre las dos.

-        Camila, tú sólo besas por besar, en cambio yo…

-        Te extraño –dije sin pensar–. No es un simple beso, tú me gustas, Florencia. Me gustas mucho.

-        ¿Por cuánto tiempo? Dime, por cuánto tiempo te voy a gustar ¿Hasta que te sientas tan culpable que nos lastimes a ambas? Las cosas no funcionan así para mí, Camila –dice mirándome al ver que me quedo en silencio–. Sí, eso pensé. Perdóname, pero no voy a ser eso para ti.

-        ¿Qué quieres de mí?

-        Que bajes la guardia, Camila. Que dejes de estar a la defensiva conmigo todo el tiempo y que, por favor, dejes de lastimarnos a ambas con esas ofensas idiotas.

-        Tú empiezas, Florencia. Con tus sarcasmos y acciones. No se me olvida que te estabas besando en el sillón con un tipo cualquiera, ¿piensas que eso no me… dolió?

-        Lo siento, estaba molesta contigo, te la pasabas con Cristina y pensé que entre las dos…

-        ¿Celosa?

-        Nunca sentí celos antes, menos por una mujer. Toda mi vida fui heterosexual, Camila, pero desde que tengo este corazón, las cosas cambiaron. No soy la misma, tú me atraes, me gustas, siento que te quiero y eso… eso me perturba. No sé qué hacer con esto, quiero acercarme a ti y no me dejas. Me propuse vivir, tengo una segunda oportunidad, pero nunca imaginé que me iba a sentir medio enamorada de una mujer, de que lo que siento por ti se me hiciera tan normal, cuando antes me era incómodo ver ese tipo de afecto en los demás –dice sentándose en el sillón.

-        ¿Eres homofóbica? –dije sentándome frente de ella.

-        No, sólo me sentía incómoda. Nunca juzgaría a alguien por su condición, pero no me sentía a gusto, en cambio ahora estás tú y todo mi mundo se dio vuelta. Llegas tú y las cosas a mi alrededor son diferentes, son mejores. No sé cómo pasó, Camila, pero el tiempo que vivimos juntas lo cambió todo… era como si ya hubiera estado aquí antes, me parece todo conocido, aún ahora, buscando mis cosas, lo siento todo tan familiar que, estando en mi propia casa, siento incomodidad, como si estuviera fuera de lugar… las cosas a mi alrededor se me hacen extrañas.

-        Florencia… no sé qué decirte.

-        No me digas nada. No sé por qué te cuento mis inquietudes… es mejor que me vaya –musita levantándose.

-        No quiero que te vayas, Florencia… quédate, ¿sí? –le pedí casi en un susurro.

-        ¿Por qué me quedaría? Tú no buscas tener una relación conmigo. Es más, incluso creo que mis cosas te son indiferentes.

-        ¡Si me importas! ¿Por qué no lo ves? ¿No piensas que puedo sentirme igual? Yo no buscaba sentirme así de nuevo, Florencia. Desde que murió Laura mi vida quedó en suspenso, apagada y así lo preferí. En un comienzo, no quise darle importancia a lo que me provocaba tu presencia. Como te pasó a ti, las cosas también cambiaron para mí. No quería enamorarme, pero ya ves, lo estoy haciendo y no sé cómo sentirme al respecto. No te niego que siento culpa, pero no puedo evitar el desear tenerte a mi lado ni el querer verte cada día. Besarte me lo movió todo, no creí volver a sentirme así de nuevo, no de esta manera que duele.

-        No estás lista, Camila y lo entiendo. No se pueden forzar las cosas y menos lo sentimientos… ni yo misma estoy preparada para esto. Son muchos los cambios. Desde el trasplante he sentido cosas, experimentado emociones intensas por otras chicas, pero nunca me atreví a nada, tenía que aparecer alguien como tú para poner a prueba mi seguridad…

-        ¿Prefieres no sentir por mí lo que sientes?

-        No lo sé. Creo que preferiría ser yo misma.

-        Si fueras tú misma no estarías en esta situación, Florencia. Así que sí, prefieres no sentir lo que sientes.

-        No dije eso. No tergiverses mis palabras.

-        Es igual –dije mirándola–. Quizás sea mejor dejar las cosas como están.

-        ¿Lo quieres así?

-        Tú tienes razón. No estamos listas –dije alejándome de ella.

-        Es cierto, pero no quiero dejar de verte, Camila –dice volteándose a verme.

-        Sabes dónde encontrarme si quieres verme –dije caminando hacia la cocina.

-        Tú también sabes dónde encontrarme. Es mejor irme… hasta luego –dice yendo hacia la puerta de salida.

-        Hasta luego –dije al tiempo que oía la puerta cerrarse. Entonces caí en cuenta de que lo estaba haciendo de nuevo. La estaba dejando ir y no lo deseaba así. Quería que se quedara… di media vuelta. Caminé hacia la puerta y… ella estaba ahí, mirándome.

-        No sé qué pienses tú, pero esta despedida no me parece del todo adecuada –dice sonriéndome radiante.

-        ¿Te tomas un café conmigo?

-        Bueno, pero ahora que lo recuerdo, tú tenías una cita.

-        Olvida eso. No era una cita, sólo iba al supermercado por víveres. No hay nada en mi despensa.

-        Ahh, pero si quieres te acompaño. Aún estás a tiempo.

-        Me gustaría mucho. Luego vamos a tomarnos el café donde Karla.

-        Me gusta la idea. Vamos –dice caminando hacia la salida de nuevo.

-        Te sigo –dije tomando mis cosas y cerrando la puerta–. ¿Tu auto o el mío?

-        El tuyo, no traigo mis lentes y me siento algo mareada.

-        ¿Cómo? –pregunté algo asustada.

-        No pongas esa cara, Camila. No es nada, sólo es un mareo.

-        Pero puede ser algo más.

-        No, mujer. Estás igual que Karla. Vamos a hacer las compras. Estoy bien, tranquila.

-        Bueno, pero si te sientes mal te llevo al hospital –le dije mientras subíamos a la camioneta.

-        Bien, pero te aseguro que no es nada.

-        Confiaré en ti –dije poniendo la camioneta en marcha.

13

-        ¡Basta, Karla! Se lo diré, a ambas. No podemos echarnos para atrás ahora. Ahí vienen.

-        No es buena idea, Cristina. Están contentas… si se lo decimos, les quitaremos esa felicidad.

-        Tienen derecho a saber...

-        Lo sé, pero no podemos caerles así con la noticia, Cristina.

-        ¿Qué propones? ¿Ocultarles lo que sabemos?

-        Posponerlo, buscar la forma para no dañarlas tanto.

-        ¿Y dejar que se enamoren más para que luego les duela el doble?

-        No tenemos pruebas.

-        ¿Qué más pruebas necesitas? Tú lo sabes desde el principio, lo supiste el mismo día que murió Laura, lo sospechaste y lo averiguaste. No me vengas a decir ahora que no tenemos pruebas, cuando el mismo médico te dio detalles del accidente, no fue necesario dar nombres, lo supiste.

-        ¡Lo sé, lo sé!

-        Camila no nos lo perdonaría si se lo ocultamos.

-        ¿Qué no les perdonaría? –pregunté mientras me sentaba.

-        Nada, sólo hablábamos tonterías –dice Karla algo nerviosa.

-        ¿Qué tonterías decían? –pregunta Florencia, sentándose a mi lado.

-        Bueno, no son tonterías –dice Cristina con seriedad–. Tenemos algo que decirles.

-        ¿Qué cosa? –preguntamos Florencia y yo a la vez.

-        Bueno, Karla y yo sabemos algo de ambas que ustedes desconocen y hemos llegado a la conclusión de que sean ustedes las que decidan si quieren saberlo o no.

-        ¿Cómo es eso, Cristina? Déjate de rodeos y dinos qué es –dije mirando a Florencia.

-        Camila, les incumbe a ambas. No sé cómo influirá en su relación. Si de buena o mala manera. Por eso les preguntamos si quieren saberlo o no.

-        A ver, Karla. Somos hermanas y te conozco lo suficiente como para saber que es algo serio –dice Florencia haciendo una pausa–, lo veo en tu rostro.

-        Flor, no quiero causarte mal con esto.

-        Quiero saber –dice Florencia.

-        Yo igual. Dígannos de qué se trata –dije algo inquieta.

-        Está bien. Cristina… yo no soy capaz –dice Karla escondiendo sus manos.

-        Florencia, tu corazón… –comienza diciendo Cristina.

-        ¿Qué pasa con él?

-        Sabemos de quién es.

-        ¿Cómo lo saben?

-        No lo sabía en un principio, pero luego, hablando contigo, tuve sospechas… lo comenté con Karla y luego de zanjar las cosas, me confirmó lo que sospechaba…

-        ¿Sabías?

-        Si, Florencia. Lo supe el mismo día de tu trasplante.

-        Pero me dijiste que no pudiste averiguar de quien llegó la donación.

-        Lo sé.

-        Tengo que irme –dije levantándome de la silla.

-        Camila, tienes que saber –me dice Cristina.

-        No quiero saber nada. Adiós –dije y caminé hacia la salida.

-        Camila, espérate –me pide Florencia, pero no me detuve. Caminé hacia el parque de en frente. Sabía lo que me esperaba si volvía a sentarme en aquella silla. Cristina me diría lo que sospeché durante estos dos meses que llevo saliendo con Florencia. Me diría que Florencia… no puedo ni decirlo. Me duele pensarlo y el decirlo lo haría una realidad y no quiero. No quiero saber nada, quiero seguir como estaba hasta ahora con Florencia, contenta, como hace tiempo no me sentía… ¡Dios! Ella tiene… Flor tiene el corazón de Laura latiendo dentro de ella. Laura murió para que Florencia viviera sin saberlo y no… no es justo.

-        Camila.

-        Cristina, déjame sola, ¿sí? Por una vez.

-        Te vi cruzar y sospeché que estarías aquí. Siempre te sentabas aquí con Laura a mirar el cielo cuando tenían algún conflicto que resolver.

-        No hay cableado eléctrico.

-        Lo sé.

-        No quiero que me digas nada. Ya lo sé.

-        No lo haré, sólo vine a decirte que Florencia se fue. Cuando Karla se lo dijo salió como tú del café y le pidió que no la siguiera, que no quería ver a nadie.

-        Ajá.

-        Camila, creo que eso te incluye.

-        Está bien. Me doy por enterada.

-        Si no haces nada por sobrellevar esto, la perderás y creo que no estás en condiciones de perder a otra persona que amas.

-        Quiero estar sola.

-        Está bien… te dejaré sola –dijo y se fue, dejándome sentada en la misma banca que llevaba evadiendo por más de un año. Dolía sentarme aquí sin ella, pero ahora… ahora necesito estar con ella, cerrar los ojos y simular que miro el cielo estrellado con ella a mi lado. No quiero pensar en nada más, solamente en que ella está sentada a mi lado y toma mi mano. Sólo eso quiero sentir, nada más.

14

Podría intentar hablar con ella, pero no sé qué decirle. No sé a ciencia cierta si quiero verla sabiendo que… No ayuda pensar en ello. Se volvió realidad, sí, aquel día en el café, hace ya casi dos meses, pero aún así, no estoy preparada para acercarme a Florencia sin pensar en Laura. Florencia tiene una parte importante de ella dentro, su corazón late dentro de ella. Me es inevitable no pensarlo, cuando es verdad. No me atrevo a nada. Me siento pasmada, es como si el tiempo no pasara y estuviera detenida en ese momento del accidente, en aquel instante cuando vi su mirada apagarse sin que yo pudiera hacer nada. Toda una vida pasó frente a mis ojos, quise gritar su nombre, intenté con todas mis fuerzas mover mis extremidades, mover su cuerpo y ver que aún estaba conmigo ahí, en el suelo, con el piso vuelta arriba, tenía la visión de su rostro frente a mí, sus ojos cerrados, su mano que intentó alcanzar la mía por leves segundos. ¡Dios! Hubo tantos sueños que realizar, tantos momentos por vivir, tanto amor que tengo aún dentro de mí que… sólo quiero oírla decirme otra vez “por siempre, amor” , sentir sus labios junto a los míos y escuchar “te amo” … sonriéndome con esos ojos, así, como si pusiera un dedo en mi corazón y me causara cosquillas...

El teléfono ha sonado por más de 20 minutos y yo sigo en la misma posición que adopté hace más de cuatro horas. No fui a la florería de nuevo, hace más de una semana que no voy y seguro es Marcela la que hace sonar mi teléfono cada cinco minutos. Quizás es Cristina, queriendo saber si sigo viva o Alejandro preguntando si quiero tomarme un café con él. Todos llaman para saber de mí ahora que volví a ser la desconocida que fui hace casi un año y medio atrás, cuando asimilaba su muerte. Todos, menos ella. Florencia no llama, no pregunta por mí, no hace nada. No sé nada, Karla tampoco me ha dicho nada, es como si todos se hubieran puesto de acuerdo para no nombrarla delante de mí y… ese maldito teléfono que suena y suena ¿Por qué no entienden la indirecta y dejan de marcar el puto número?

-        Hola.

-        ….

-        Marcela, ¿Cómo estás?

-        ….

-        Sí, gracias.

-        …

-        Oh, se me olvidó por completo.

-        …

-        ¿Puedes venir a mi casa? Traes los documentos y te los firmo.

-        …

-        Bien, te espero aquí… chao.

Marcela estará aquí en 20 minutos, es mejor que me bañe, mientras. Creo que desde antes de ayer no lo hago y el cuerpo lo pide. No quiero que Marcela me vea así de desmoronada. Camino al baño, tomé una bata limpia y proseguí a quitarme la ropa entrando a la ducha helada. Dejé que el agua me cubriera de pies a cabeza, causándome escalofríos mientras acariciaba mi piel, enjabonándome al mismo tiempo. La espuma del shampoo en mi cabello resbalaba por mi espalda llegando a mis nalgas y más allá, a la vez que mis manos se deslizaban por mi vientre, brazos y piernas. El agua seguía en lo suyo, recorriéndome, causándome agitaciones, una sensación placentera me inundaba, no erótica, pero placentera hasta que cerré la llave y me envolví el cabello en una toalla, mientras que con otra cubría mi cuerpo.

El timbre sonó justo cuando terminaba de secarme. Me cubrí esta vez con la bata y caminé hacia la puerta para abrirle a Marcela, me quité la toalla del cabello, a la vez que quitaba el seguro y la invitaba a pasar. Noté su mirada de sorpresa al verme recién duchada y con el pelo aún mojado. También pude sentir sus ojos en mis piernas y me sentí extraña… Cristina tenía razón, yo le gustaba a Marcela.

-        Entonces, si me das los papeles, los firmo ahorita –dije sentándome a la vez que ella lo hacía frente a mí.

-        Oh, sí. Es necesario tener tu firma para poder pedir los productos, ya sabes –dice levantando su mirada.

-        Lo sé. Lamento no haber estado hoy ahí, se me olvidó que me lo pediste hace unos días –dije cruzando las piernas para afirmar los papeles y poder firmar.

-        No te preocupes. Sólo es la firma, yo me haré cargo de la florería por el tiempo que sea necesario, mientras te sientes mejor.

-        Gracias, Marce… te lo agradezco de verdad. No tengo cabeza para trabajar y prefiero tomarme un tiempo. Allá no sería de utilidad –le comuniqué entregándole los papeles.

-        No hay problema. Eres la jefa –dice, con su mirada insistente ahora en mis muslos.

-        Es verdad, pero de todas maneras –dije levantándome del sillón.

-        No te preocupes, tómate el tiempo que necesites, yo haré lo necesario para que la florería siga su curso como si estuvieras ahí, ¿vale? Preocúpate nada más de estar bien… ese aire melancólico no te siente nada.

-        Son muchas las cosas, Marcela…

-        Aunque no conozco tus motivos, te digo que todo tiene solución, debes empezar por dejar de concentrarte en lo lastimada que estás e ir viendo las cosas una por una, no todo a la vez, no es sano.

-        Sé que tienes razón, pero aún no sé cómo haré eso.

-        Te vuelvo a reiterar, tómate tú tiempo. Es mejor irme, ya tengo lo que necesitaba y se me hace tarde.

-        Otra vez gracias, Marcela.

-        De nada, cualquier cosa te aviso.

-        Sí.

-        Hasta pronto y date ánimo, no te dejes estar… chao.

-        Chao, Marce.

Abrí la puerta y en cinco minutos ella se despedía de mí con un beso en la mejilla caminando hacia la salida. La vi irse con la rara sensación de alivio incomprensible. Cerré la puerta detrás de mí y volví al sillón donde me había pasado toda la tarde recostada. Sinceramente no tenía ganas de nada. No sentía hambre, pero sí se me apetecía un café. Lo malo es que hacía días que se me había acabado y no quería salir a comprar. Mejor me quedo aquí recostada… El timbre. Estoy segura de haber firmado todos los documentos que me trajo, pero bueno. Me levanté de nuevo y caminé a abrir la puerta de nuevo.

-        ¡Florencia!

-        Hola.

-        Hola.

-        Sólo vine a entregarte estas llaves. Quise hacerlo en persona.

-        Gracias.

-        De nada. También vine a despedirme, Camila.

-        ¿Dónde vas?

-        Lejos. Necesito estar sola conmigo para poder pensar las cosas.

-        ¿Volverás?

-        No tengo motivo para hacerlo.

-        ¿Y tú tienda? No te puedes ir así –dije queriendo decirle que estaba yo.

-        Estará bien cuidada. No tienes que preocuparte, sé cuidar lo que es mío –dice con seriedad.

-        Disculpa, no quise molestarte.

-        Está bien, creo que a estas alturas ya estoy acostumbrada.

-        ¿Por qué me tratas así? ¿Qué te hice?

-        Nada. No has hecho nada malo, sólo sigues con tu vida.

-        ¿Qué significa eso? –pregunté intrigada.

-        Bueno, sales con alguien.

-        ¿Quién?

-        La chica que salió hace cinco minutos de aquí. Te gustan bien guapas, ¿no?

-        Se me había olvidado esa manía tuya de pensar, primero, siempre mal de mí.

-        Eso pasa cuando pierdes el contacto con las personas que se supone te importan –me dice obviamente irritada.

-        ¿Me lo reprochas? Que yo sepa tú tampoco has querido hablar con alguien, ni con tu hermana ni nadie y ahora ¿me lo sacas en cara? ¿Con qué derecho, Florencia? Estamos en igualdad aquí. Ni tu intentaste comunicarte conmigo ni yo contigo.

-        Sí, es cierto. Entonces ya no hay mucho para decir… Adiós, Camila –dice con el ademán de irse.

-        Espera –le pedí–. Ella no es mi novia, trajo unos papeles para firmar. No estuvo aquí más de 15 minutos –me disculpé como si hubiera hecho algo malo.

-        ¿Y la recibes así? –dice con enojo en los ojos.

-        ¿Así cómo?

-        Desnuda, sólo con una bata puesta –termina diciendo y comprendo que tiene razón.

-        ¿Quieres pasar? Así no hablamos en la puerta.

-        No, gracias.

-        Entra –dije tomándola del brazo–. Vamos, por favor.

-        ¿Quieres hablar ahora? Han pasado dos meses en los que ni siquiera has preguntado cómo estoy.

-        Lo siento, pero sí sé cómo estás. Las chicas me lo hacen saber sin que lo pregunte.

-        ¡Qué cómodo!

-        ¿Por qué estás a la defensiva?

-        El que puedas tú, no quiere decir que yo no.

-        Florencia, por favor… entra y hablamos.

-        No quiero. Ya hice lo que vine a hacer, así que me voy.

-        Florencia, no te vayas… hablemos.

-        ¿Qué me dirás? Ninguna de las dos quiso esto, pero pasó y tenemos que lidiar con ello aunque…

-        Yo te miro y pienso en ella. Tienes su corazón dentro de ti, una parte de ella vive en ti y… no puedo evitar sentir miedo. Miedo de lo que siento por ti, porque no es igual a lo que sentía por ella, me traiciona mi indecisión, no sé qué debo hacer, cómo seguir…

-        No estás lista. Lo entiendo –dice avanzando unos pasos hacia mí–. No es fácil para ti lo que sucedió, pero es la realidad. Yo tengo un corazón nuevo, el corazón de la que era tu novia y, gracias a eso, estoy aquí, frente a ti, despidiéndome porque tú no has sido capaz de ver las cosas más allá de tu pérdida y yo, porque aún no sé cómo sobrellevarlo –hizo una pausa y entró por fin–. También me siento mal por ello, me confundo, pienso que es su corazón el que se enamoró de nuevo de ti, es él el que me causa todos estos sentimientos hacia ti, los celos que sentí al ver a esa chica salir de tu casa y creo que quizás no estoy enamorada de ti, que es el corazón de Laura el que me hace pensar que sí, no lo sé…

-        Tienes razón. Me concentro más en el dolor de haber perdido a Laura que en lo que siento por ti –dije cerrando la puerta–. No vi las cosas como una segunda oportunidad, soy tonta, estoy consciente, pero no quiero que te vayas. Las cosas no son igual si no estás –continué mientras nos sentábamos–. Laura nunca sintió celos, no como tú, no era una mujer celosa. Creo que se debía a que confiaba en mí, pero tú, tú no eres así, me celas y lo haces con molestia, con pasión. No te gusta que alguien más se acerque a mí más de la cuenta. Y esa eres tú, Florencia, no Laura. ¿Por qué no lo ves? Yo te comencé a querer antes de saber nada, creo que desde el día en que, literalmente, me caíste encima.

-        Creo que la que no está lista para esto soy yo. ¿Cómo puedo tener la seguridad de que soy yo, Florencia, la que se está enamorando de ti? ¿Cómo dejo pasar que quizás sólo sea este corazón el que te quiere? No puedo, Camila. Tengo que estar segura o…

-        Lo entiendo. Si para que estés bien es necesario que te alejes, lo aceptaré, pero por favor, considera la posibilidad de volver.

-        Lo siento.

-        Está bien.

-        Gracias, es mejor irme ya.

-        Ok, cuídate mucho.

-        Sí, tú también. Adiós.

-        Adiós.

15

-        Camila, no puedes esperar por siempre –dice Cristina a manera de regaño.

-        Cristina tiene razón, Camila. Florencia es mi hermana y la quiero mucho, pero ya es tiempo, amiga. Han pasado cuatro meses y sigue en la capital. No me parece justo que esperes por ella si no tiene intenciones de volver –acota Karla para animarme.

-        Karla, ella no me pidió esperarla ni nada que se le parezca. Ella sólo hace lo que la hace sentir mejor. Es comprensible después de todo, ¿no?

-        Pero…

-        Cristina, no te preocupes tanto, mujer. Yo estoy bien.

-        ¡Pero no sales! Estás como las monjas. Seguro ya tienes telarañas ahí.

-        ¡Cristina, por favor! No digas esas cosas mujer, te pueden escuchar y sí salgo, de hecho ahí viene mi cita –dije al tiempo que ambas se dan vuelta para ver a Marcela entrar al café–. Si me disculpan, iré con ella.

-        Qué escondidito te lo tenías, ¿eh?

-        Jajaja… no se hagan ilusiones, sólo nos tomaremos un café.

-        Algo es algo, pero si no funciona, Cami, me la presentas, ¿no? Está buenísima –dice Cristina.

-        Veremos. Ahora las dejo –dije caminando hacia la salida para encontrarme con Marcela. Cristina tenía razón, está muy guapa y tiene algo de misterio que no logro adivinar aún. La saludé con un beso en la mejilla y procedimos a sentamos en una de las mesas que estaban frente al vitral que da hacia la calle, mientras nos traían el café y unos pastelillos que pedí de antemano para acompañar la charla que comenzamos apenas nos sentarnos. Es muy risueña, se sonríe por casi todo lo que digo, aunque luego de un rato, no sabía bien si realmente era así de tímida porque lo quería o lo era natural, pero no me inquietó mucho.

La charla duró casi dos horas en las que supe que tenía 25 años, se había mudado a la cuidad un mes antes de acudir al anuncio de trabajo que puse, estaba sola. Su familia se había quedado en su ciudad natal. Sólo ella se decidió a más y me gustó mucho esa actitud. Luego, hablamos de mí. Me hizo un sinfín de preguntas que sólo contesté a medias. No hablamos de Laura ni de Florencia. Creo que fui muy neutral, ella supone que la persona que en ocasiones le menciono, es hombre. Sí, la desanimó un poco mi reserva…

-        ¿Sabes?

-        ¿Qué?

-        No te pregunto nada comprometedor como para que me rebotes las preguntas. Digo, no es que vaya a inmiscuirme en tu vida ni nada parecido.

-        Lo sé, discúlpame. Tiendo a ser muy reservada en ocasiones.

-        Bueno, en ese caso tendré que hacer preguntas mejores que “¿tienes novio?”

-        Jajaja… no salgo con nadie, Marcela. Lo sabes, ¿o es que me has visto con alguien alguna vez desde que nos conocemos?

-        De hecho, sí. –dice pensativa.

-        ¿Quién? A ver… –pregunté entretenida.

-        La chica, no sé su nombre, pero iba por ti a veces a la florería. Muy guapa debo de decir, creo que no le caía muy bien, siempre me miró algo feo, pero luego dejó de ir… recuerdo que usaba anteojos y que me resultaba chistoso que usara un bolso hippie cuando vestía casi formal.

-        Florencia. Así se llama la chica hippie que es guapa –musité algo seria.

-        Creo que toqué un tema delicado.

-        No. Está bien, no hay problema, pero dime… ¿No te incomoda mi homosexualidad? –dije sonriéndole.

-        No, para nada. Es decisión de cada quien.

-        Me alegra que pienses así.

-        Dime, ¿es por ella la melancolía? –pregunta mirándome atenta–. Sí, se te nota, es ella de la que hablas cuando dices que no eres correspondida.

-        Pues sí. Florencia es la persona de la que te he hablado.

-        Camila, en este tiempo, hemos llegado a ser amigas y como tal te digo que hagas algo. No te quedes aquí, búscala. Si la quieres, como sé que lo haces, ve por ella. Quizás es eso lo que ella espera.

-        No Marcela. Ella dijo que no estaba lista y, a pesar de eso, le pedí que no se fuera, pero lo hizo al final y sólo la deje ir porque vi su vulnerabilidad, no le hacía bien tenerme cerca.

-        Bueno, no insistiré más en esto… sólo porque ya es tarde y debo irme a casa.

-        Bien. Te llevo si quieres.

-        Eres amable, pero prefiero caminar, no es lejos –dice levantándose.

-        Bueno. Nos vemos mañana.

-        Sí, jefa. Hasta mañana, gracias por la charla y el café.

-        Gracias a ti por la invitación y por tu compañía – dije dándole un beso en la mejilla.

-        De nada. Cuídate, Camila.

-        Sí, chao.

-        Chao – digo y la miro salir del café mientras caminaba hacia la barra donde se encontraban Cristina y Karla sentadas, chismoseando. Conociéndolas, estoy segura de que hablaban de mí y Marcela. Ahora me acerco y me bombardean con preguntas, ya lo sabré yo que llevo siendo su amiga desde hace bastantes años.

-        ¿Cómo estuvo todo? Se notó que la pasabas bien, te vimos reír bastante –comenta Cristina.

-        Si y ustedes, chismosas, ¿no tienen cosas qué hacer que se quedaron hasta que Marcela se fue? – les reproché.

-        Sí, pero hemos preferido cambiar de planes. – dice Karla.

-        Pues se quedarán con las ganas de saber, porque ya me voy a casa –dije mientras miraba el reloj–, son más de las diez de la noche y me siento cansada. Iré al servicio primero –comenté mientras Karla iba a atender el teléfono del café.

-        De paso, ¿me acercas a mi casa? –pregunta Cristina.

-        Sí, dale, ya vuelvo.

-        ¿Y Camila? –pregunta Karla.

-        Se fue al servicio… ¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara?

-        Florencia, era ella al teléfono. Me ha dicho que llega en una hora.

-        Pero, ¿esa mujer quiere causarnos un ataque o algo así? No puede venir justo ahora que Camila está bien y comenzó a salir.

-        Me preguntó por ella.

-        ¿Qué le dijiste?

-        Que está bien, mejor.

-        Le hubieras comentado que sale con alguien.

-        Lo hice. Me preguntó si era su novia, le dije que no, que sólo comenzaba a salir con Marcela.

-        Y… ¿Qué te dijo?

-        Que se alegraba, aunque, por el tono, lo dudo mucho. Le cayó como balde de agua fría, la noté molesta.

-        Bueno, eso le pasa por irse y no dar señales de vida.

-        Cristina, sabes muy bien que no es así, que cada vez que llama pregunta por Camila. Mi hermana, aunque no lo diga, se enamoró de ella, pero sigue con esa inseguridad tonta –comenta Karla y termina diciendo–, ahí viene Camila.

-        ¿Vamos, Cristina? Quiero llegar pronto a mi casa.

-        Sí, nos vemos, Karla –se despide susurrándole a Karla al oído.

-        ¿Qué se traen ustedes dos?

-        Nada. Cosas de dos no son de tres, amiga.

-        Jajaja… bueno, bueno. Dale que te llevo a tu casa.

-        Gracias.

-        Chao, Karla. –dije despidiéndome de Karla ondeando la mano, mientras salíamos del café hacia la camioneta. En el trayecto hacia su casa, la noté extraña, no me preguntó casi nada acerca de Marcela, cosa muy rara, siendo que yo ya tenía asumido su interrogatorio. Supuse que ése era el motivo por el cual me pidió acercarla a su casa, pero no fue así. Nada dijo ni comentó, lo que me hace pensar que algo pasó en el tiempo que estuve en el baño. Ya íbamos llegando a su casa.

-        Está de vuelta –dice de improviso, mirándome.

-        ¿Quién está de vuelta? –pregunté mientras me estacionaba.

-        Florencia.

-        ¿Cuándo volvió?

-        Le dijo a Karla que llegaba en una hora. De eso hace más de treinta minutos.

-        Ajá –musité, deteniéndome frente a su casa.

-        ¿Estás bien?

-        Sí, estoy bien, no te preocupes… ya llegamos.

-        Sí, gracias por traerme –me dice bajándose.

-        De nada, nos vemos por ahí –dije encendiendo el motor de nuevo y marchándome a mí casa. A decir verdad, no sabía cómo sentirme al respecto. Karla y Cristina, al parecer creen que es algo trascendental que Florencia haya regresado, pero yo no lo veo así. Es cierto que siento cosas por ella aún, pero es más cierto que ella se fue y no dio señales de vida hasta ahora. Lo cual me dice que no fui tan importante para ella como pensé.

Han pasado cuatro meses desde que se fue y en ese transcurso no supe nada de ella. No intentó llamarme ni nada que se le parezca, siguió con su vida sin mí. Quizás hasta haya conocido a alguien en su estadía enla Capital, no lo sé, pero tampoco me voy a morir por eso. Marcela me gusta, su compañía me es agradable y logra hacerme sonreír sin darse cuenta. Es guapa y, lo más importante, se interesa por mí de la manera que Florencia no lo hizo al irse por tanto tiempo. Nunca dijo que volvería, dijo no tener motivo para hacerlo, le pedí que no lo hiciera, le dije que había sido una tonta por haberme aislado, pero aún así se fue, dejándome con todo esto dentro, encarcelado, y no es… no es que me haya enamorado de ella, pero las sensaciones eran fuertes… ¡Joder! Otra vez los escalofríos, no me lo puedo creer. Yo que creí que tenía superada esa etapa de pensar en ella sin sentir la piel crispárseme.

16

-        Hola –le dije con entusiasmo al oído.

-        ¡Hola! No me hagas eso, Camila… me asustas –me dice Marcela al voltearse y ver que soy yo.

-        Perdón.

-        Bueno, no me pongas esa cara, preciosa. No es que me desagrade, pero comienzo a pensar que me pretendes, ¿eh?

-        Jajaja... podría, pero me parece que a ti no te van las chicas, ¿no? –le dije sonriendo. –Oye, ¿nos tómanos un café saliendo de aquí?

-        Vale. Te lo acepto con la condición de que el café incluya un pastelillo –me dice risueña.

-        Jejeje… bueno, y cuídate, mira que seguro Karla y Cristina te interrogarán sobre nosotras si las encontramos.

-        Iré con cuidado, pero no es que pueda decirles mucho. No somos pareja ni nada parecido.

-        Pero ellas creen que sí, recuérdalo.

-        Camila, deberías dejar ese juego. A mí no me molesta, ya que hay pastel de por medio –dice sonriéndome–, pero creo que es mejor que asumas lo que sientes. Desde que Florencia volvió aquel día de nuestra “cita”, estás más apagada.

-        Marce, no sé cómo manejarlo. Estoy consciente de lo que siento es intenso, pero no puedo ignorar su tiempo de ausencia. Tú sabes, la necesité, la extrañé como no me imaginé. La dejé ir sólo porque ella lo necesitaba, la quería bien, no pensé que ese error fuera a durar meses. Sólo después de que se fue, logré entender que la quería.

-        Lo sé. Yo fui testigo de tu melancolía diaria, ¿recuerdas? No me gustaba verte así. En el tiempo que hemos compartido y trabajado juntas, te he tomando aprecio y verte toda apagada, me inquietaba mucho –hizo una pausa–. Claro que nunca imaginé que me convertiría en tu novia de mentirillas después de ver que no me iban las mujeres, jajaja.

-        Discúlpame, Marcela. Quizás tienes razón y tengamos que terminar con esto.

-        No te lo digo por eso. Sólo quiero decir que puedes contar conmigo el tiempo que quieras, pero es mejor que lo asumas.

-        No estoy preparada. Ella, en casi un mes que lleva aquí, no se ha acercado a mí ni para saber cómo estoy.

-        Bueno, entonces le seguimos, pero… –dijo pensativa–, ¿tengo que besarte? Digo, llevamos casi un mes saliendo y pienso que tus amigas están sospechando. Nunca te han visto besarme.

-        No sé. Sería incómodo para ti.

-        No lo sé, no he besado a una chica antes, sólo a mis ex novios. Tendríamos que entrar a probar, ¿no crees?

-        Jajaja, estás loca, Marcela.

-        ¡Oye! Que no soy mala besando.

-        Jajaja, ya mujer. Mejor vamos saliendo.

-        Ok –dijo mientras salía de la florería–. ¿Sabes?, te apuesto que cuando me invitaste a tomar un café la primera vez, pensabas en mí como mujer. Me pude dar cuenta de que me coqueteabas un poquito, aunque era sutil.

-        Pues sí, me gustó tu compañía, además que en los últimos seis meses que llevamos trabajado, me has ayudado mucho siendo mi paño de lágrimas, por así decirlo. Y, en serio, me planteé la idea de intentarlo contigo.

-        Jajaja, menos mal que al día siguiente te aclaré que, a pesar de que sentía una extraña atracción hacia ti, no me iban las mujeres. Además de que en los últimos meses te comencé a ver como amiga nada más. Ya sabes que en un principio tendía a mirarte mucho… jajaja, pero luego me di cuenta de que estaba confundida por mi soledad.

-        Sí, menos mal. De lo contrario no seríamos amigas y cómplices como ahora.

-        Sí. Es verdad, pero lo bueno es que no me siento tan sola.

-        Me gusta eso, pero ya súbete que se hace tarde.

-        Bueno, pero me dejas en mi casa luego, si se nos hace tarde, ¿va?

-        Sí, no te preocupes.

-        ¡Genial! Entonces, vamos, “amor”.

-        Jejeje.

El transcurso hacia el café fue bastante animado. Marcela, una vez que toma confianza, es realmente risueña y muy alegre. Se parece mucho a Cristina cuando no está regañándome por algo, jeje. Ahora que estamos entrando, recuerdo que quizás Florencia esté aquí. Es viernes y Cristina me dijo que casi siempre se la encuentra en ese día de la semana. No es que sea de importancia, pero…

-        Camila, ¿nos sentamos aquí? –dice Marcela sacándome de mis pensamientos.

-        Si, dale –dije mirando a mi alrededor– ve sentándote mientras voy a la barra a hablar con Karla un minuto.

-        Bueno, te espero.

-        Gracias, ya vuelo –le dije mientras me encaminaba hacia Karla que, al mirarme, se sorprendió. Luego miré a la persona que estaba hablando con ella y la sorprendida fui yo. Era Florencia.

-        Hola, Camila ¿Cómo andas? –me pregunta Karla.

-        Bien, bien, gracias –dije y miré a Florencia–. ¿Cómo estás Florencia?

-        Bien, gracias.

-        Me alegro. Karla, ¿te molesto con dos cafés y el pastel de siempre? –dije dirigiéndome a mi amiga.

-        Si, enseguida hago que te lo lleven.

-        Gracias, las dejo con su plática. Me dio gusto verte Florencia.

-        Igual a mí.

Caminé hasta la mesa donde estaba Marcela y, de pronto, sentí las piernas flaquearme un poco. No sé cómo pude fingir tanta tranquilidad ante su presencia. Entiendo que mis sentimientos hacia ella siguen tan vivos como antes, incluso más fuertes… está preciosa, y es aún más bella cuando sonríe con esos ojos risueños y tiernos. ¡Dios! No se me ha pasado nada, ella sigue moviéndomelo todo con sólo estar.

-        ¿Qué pasó, Camila? Estás pálida, mujer.

-        Es ella, Marcela. La chica que está hablando con Karla, es Florencia.

-        Uy, con razón te pusiste así.

-        Sí.

-        ¿Quieres que nos marchemos?

-        No, Marcela. No puedo permitir que se dé cuenta del efecto que tiene en mí.

-        Bueno, entonces nos toca hacer nuestro mejor papel de novias, amiga.

-        ¿Por qué lo dices?

-        Porque nos está mirando y seguro Karla ya le dijo que estamos saliendo.

-        Es posible –dije mientras me serenaba–. Vamos a disfrutar del café y el pastel como siempre.

-        Bien, sonríe, que aún nos mira.

-        No sé cómo hacerlo sin que se vea fingido.

-        Pues piensa en la inmortalidad del cangrejo y ya.

-        Jajaja… ¡no inventes!

-        Así está mejor, jejeje.

-        ¿Cómo no has conseguido pareja aún? Eres encantadora.

-        Pienso que aquel que es adecuado para mí, es tan necio como yo y en vez de tomar por mi lado, se va por el equivocado.

-        Jajaja…

-        En serio. Sólo así me explico que siga soltera. Además, es eso o es que Dios tiene otro propósito para mí y me quiere a su lado.

-        Jajaja, no sirves de monja.

-        Es verdad, pecaría a la primera y más si el curita está bueno.

-        Jajajaja – me reí y seguí así por la siguiente hora que pasé en el café con Marcela. Ella es realmente graciosa, me hace reír con facilidad y, además, es buena persona. No cualquiera se presta para esto, claro que ella me dice que es divertido, pero sé que en el fondo piensa en lo que está haciendo y sigue esperanzada en encontrar a su “media naranja”, como se dice comúnmente.

-        ¿Sabes? Florencia se ha tomado más de siete copas de no sé qué. Pienso que es vino.

-        ¿Sí? ¿Se las has contado?

-        No, es que hay siete copas en el mesón y Karla le hablaba hace un rato como regañándola –me dice mirando hacia la barra–. Oh, no te voltees ahora porque se va –añade al final.

-        ¿Se ve bien? Digo, no está borracha ni nada ¿no?

-        Bésame, Camila.

-        ¿Qué? –no me dio tiempo a reaccionar y fue ella la que se acerco a mí y me tomo de la cara uniendo sus labios a los míos y quedándose así por unos segundos en lo que yo me quede tan quieta, como ya estaba, de la sorpresa.

-        Perdón, Cam… pero era ahora o nunca.

-        ¿Qué dices? ¿Por qué me besaste?

-        Porque ella nos miraba y me pareció buena idea despecharla más de lo que ya está.

-        Estás loca. Yo no quería causarle celos ni nada.

-        Pero ahora sabes que le importas, porque en el tiempo que estuvo aquí no dejo de mirarnos y puedo jurarte que estaba celosa, esa mirada de asesina que me daba no puede ser por otra cosa. Llega a intimidar, ¡en serio!

-        Jajaja… mejor nos vamos.

-        Sí, ya es tarde.

-        Sí, pero no te preocupes que te llevo a tu casa.

-        Gracias.

Nos levantamos y mientras iba a pagar la cuenta a la cajera, Marcela se adelanto a la camioneta. Pregunté por Karla, pero la chica me dijo que ya se había ido a casa, así que me encaminé hacia la salida para llevar a Marcela a la suya. En realidad ya era tarde, las diez de la noche y mañana había que madrugar, iría un proveedor a primera hora a la florería y había que llevar las flores a una boda antes del medio día, así que convenía apurarnos para estar bien descansadas y no andar a las carreras.

-        Le diré a Marcela que pasaré a buscarla en la mañana –me dije mientras buscaba las llaves en mis bolsillos.

Levanté la mirada hacia la camioneta para ver a Marcela. No la vi, pero sí vi a Florencia. Me pareció extraño en un principio, pero luego, al ver a Marcela aparecer a medida que caminaba hacia ellas, me di una idea de lo que podía ser. Florencia era la única que hablaba, apenas se sostenía en pie y Marcela intentaba ayudarla, pero ella sólo se apartaba diciéndole cosas que no alcanzaba a entender… no fue hasta que estuve a unos metros de ellas que escuché a Marcela decirle que mejor se sentaba o se caería.

-        ¡Aléjate de mí! –le gritaba Florencia.

-        ¿Qué pasa, Marcela? –pregunté una vez entre ellas.

-        Camila, Florencia está borracha, apenas se mantiene en pie. Es mejor que llames a Karla.

-        Ella se ha marchado ya a su casa.

-        Entonces llévala tú a su casa. Vamos a ayudarla a subir a la camioneta –dice Marcela acercándose a Florencia.

-        No te me acerques, tú… me la quitaste –decía Florencia–. Me demoré mucho y tú te aprovechaste y me la quitaste –seguía diciendo mientras yo me acerqué a ella para ayudarla a subir–. Ella te da lo que yo no pude, ¿verdad, Cam? –decía dirigiéndose ahora a mí–. Yo me demoré mucho en darme cuenta que estaba enamorada de ti –decía al tiempo que terminamos de subirla a la camioneta.

-        Marcela, yo no sé dónde vive –dije percatándome de mi mala memoria.

-        Entonces, te toca llevarla a tu casa.

-        ¿Cómo? No puedo Marce, no creo que sea buena idea.

-        Entonces bájala y déjala aquí, en la calle, sola.

-        ¡Tampoco!

-        Hazme caso, llévala a tu casa, yo te acompaño y desde allá llamo un taxi para irme a mi casa –dice subiéndose a la camioneta.

-        Tienes razón, es lo mejor que puedo hacer –dije mientras me subía y encendía el motor. Quería obviar las palabras de Florencia. No darle importancia a lo que me dijo y tampoco quería hacerme ilusiones al respecto. Estaba borracha, aunque no tanto como para no entender lo que decía, pero igual.

-        Ella te quiere, Camila. Me estaba reclamando el haberte enamorado ¿Puedes creerlo?

-        Si, puedo. Pero no quiero darle importancia, seguro mañana ni se acuerda –dije mientras miraba el camino y doblaba en la calle que daba a mi casa.

-        Mañana sabrás, pero eso sí, déjale bien claro que no soy tu novia.

-        ¿Por qué? –pregunté mientras me estacionaba.

-        Porque ya es tiempo de que cortemos la mentira –me dice con seriedad.

-        Está bien. Lo haré –dije apagando el motor–. ¿Me ayudas bajarla?

-        Sí, vamos –dijo mientras se bajaba.

-        Bien, dame un segundo y abro la puerta primero, así se nos hace más fácil entrarla –dije al tiempo que buscaba mis llaves y me dirigía hacia la puerta para abrirla. Luego, volví con Marcela y cada una tomó de un lado a Florencia que, para ese entonces, se había quedado media dormida. Pasé uno de sus brazos por detrás de mi cabeza, a la vez que Marcela me imitaba y comenzamos a caminar hacia la casa. No nos tomó mucho trabajo hacerlo y acomodarla en el sillón.

-        Listo. He llamado un taxi. En cinco minutos estará aquí. ¿Quieres que la llevemos a la cama?

-        No, dejaré que duerma aquí.

-        Bueno, iré por un vaso de agua, mientras.

-        Bueno –miré a Marcela dirigirse a la cocina un segundo y me volteé a ver a Florencia en el sillón. Tenía un mechón de pelo en la cara, me tenté de acercarme a ella, pero me dije a mí misma que era mejor dejarla así, no quería que se despertara.

-        Ahí está el taxi. Te veo mañana, no te preocupes por llegar temprano. Yo recibo al proveedor, pero necesito tu ayuda para trasladar las flores a la iglesia y luego hacia el salón de eventos.

-        Gracias, pero no es necesario. Estaré ahí a primera hora.

-        Bueno, te veo entonces, por la mañana.

-        Si, hasta mañana.

-        Chao.

-        Chao.

Luego de irse Marcela, cerré la puerta con llave y me fui a mi cama. Estaba decidida a no acercarme a Florencia más de lo necesario. No quería hacer más fuerte la necesidad de tenerla cerca, de sentir su perfume, su calor... pero de todas maneras mis impulsos me ganaron. Caminé hacia el sillón y me senté en la mesa de centro frente a ella. Se veía tan vulnerable dormida, tan bella a pesar de estar ebria y me tentaban tanto las ganas de abrazarla, que acercaba mi mano hacia su cara y me detenía justo antes de tocarla. Me torturaba a mí misma con ello, pero no sabía qué hacer con mis emociones, así que me levanté de nuevo, tapé su cuerpo con un cobertor y me fui a mi cuarto intranquila, herida.

Ya en la cama, me di vueltas de un lado a otro sin poder conciliar el sueño, dormitaba nada más y, al cabo de lo que imaginé eran minutos, me fijé en la hora. Eran poco más de las tres de la madrugada y yo seguía con la ansiedad instalada en el pecho, enfundada en las sábanas sin poder cerrar los ojos porque todo mi ser estaba en la sala, sentado en la mesa de centro observando cómo dormía la chica a la cual muero de ganas de abrazar. Es una pesadilla, hasta el pijama me incomoda y eso que sólo consiste en una camiseta… ¡Por Dios! Iré por un vaso de leche.

Abrí la puerta de mi cuarto y caminé a la cocina. Me detuve a medio camino y miré hacia el sillón pero no puede ver más que la parte trasera de éste. Me acerqué un poco más y tampoco pude ver la silueta de Florencia. Di unos pasos más y me encontré con que no estaba, miré hacia la puerta de salida y seguía cerrada con llave. Pensé que quizás estaba en el cuarto que ocupó mientras vivió aquí y dirigí mis pasos hacia él, pero cuando estaba por entrar sentí un ruido en la cocina. Con el corazón a mil caminé hacia donde lo había escuchado, encontrándome a una chica, un poco temblorosa y mareada, husmeando en los muebles, buscando, lo que imagino será un vaso para tomar agua.

-        Los vasos están en la siguiente puerta –dije y al parecer la asusté–. Discúlpame, sentí ruido y vine a ver.

-        La que debe disculparse soy yo –me dijo bajando la mirada.

-        No creo que sea el momento ni la hora para hablar de eso.

-        ¿Cuándo lo es? He estado todo este mes buscando las fuerzas y el valor para acercarme a ti y no he podido –dice volviendo a levantar la mirada hacia mí.

-        Sabias dónde encontrarme.

-        ¿E interrumpir tu vida? Tienes novia, estás contenta, sonríes… ella te hace reír, te da lo que yo no ¿Cómo podía quitarte eso después de haberte dejado?

-        Florencia, por favor. No es el momento –dije yéndome de la cocina.

-        Habla conmigo, Camila – me pide siguiéndome hasta mi cuarto.

-        ¿Qué quieres que te diga?

-        ¡Lo que sea!

-        ¡No quiero hablar! ¿Qué no ves que esto me hace mal?

-        ¿Y a mí no? Fui yo la que perdió a la persona que amaba, por idiota. Te dejé sola, me pediste que me quedara y, aún así, me marché dejándote.

-        Lo sé, estaba contigo cuando te fuiste. No tienes que recordármelo, lo he tenido muy presente estos últimos cuatro meses, créeme.

-        Camila, no fue fácil para mí. Te extrañé cada día que estuve allá, no hubo momento en el que no estuvieras presente en mis pensamientos, pero seguían las dudas en mi mente, me confundías, intenté olvidarte, dejarlo todo atrás, pero no pude.

-        No llamaste. Entiendo que no estabas lista, que esto era nuevo para ti, pero ¿ni una llamada? Ni Karla, que es tu hermana, sabía decirme si estabas bien ¿No se te pasó por la mente, en medio de todas tus dudas, que tal vez, sólo tal vez, estuvieran preocupados por ti?

-        ¿Estabas preocupada?

-        Me refería a tu familia.

-        ¿La amas?

-        ¿Y qué si lo hago?

-        Nada. Estás en tu derecho. El perderte es culpa mía.

-        ¡Claro que lo es! No iba a esperar por alguien que fue tan cobarde como para irse sin más, sin pensar en las consecuencias ni en nadie más que en ella misma.

-        Me lastimas.

-        ¿Quieres que te pida perdón por ello?

-        No, pero estás siendo dura y... –dice apoyando su espalda contra la pared–Me lo merezco. Me merezco tu rabia, tu odio. Te hice mal, dañé lo que teníamos por cosas que ahora carecen de sentido y me arrepiento, Camila… no sabes cuánto me arrepiento.

-        No te odio… no llores.

-        Lo siento, no puedo evitarlo. Hoy te he visto con ella, a su lado, y he caído en el despecho, reprochándole el que te haya enamorado y no tengo derecho. Me sentí inundada por los celos, bebí despechada por no poder hacer nada –hizo una pausa–. Ella te besó y no pude hacer nada, ¿cómo podría, verdad? –pregunta mirándome a los ojos–. No me digas nada, ya lo he asumido. Te he perdido… soy tonta.

-        Florencia, yo…

-        No te preocupes. Es mejor que me vaya a mi casa. Seguro a tu novia no le gustará verme aquí y no quiero que tengas problemas por mi culpa–dice y camina hacia la puerta. Yo estaba debatiéndome entre mi orgullo y el amor que sentía por ella, pero para cuando sentí el clic de la llave al quitarse el seguro, me vi casi corriendo hacia ella para poner mi palma en la puerta, cerrándola otra vez.

-        No te vayas –murmuré detrás de ella.

-        No puedo quedarme, Camila. Cometeré una locura si te tengo tan cerca y me dolerá demasiado ser rechazada. Yo te amo…

-        Florencia, no te vayas… por favor –dije. Ella estaba de espaldas a mí, con su mano aún en el cerrojo. Yo me mantenía detrás de ella, el corazón me latía aceleradamente y sólo quería asirla a mi cuerpo para sentirla.

De pronto la ansiedad me venció y ganó la necesidad de abrazarla. Mi pecho se pegó a su espalda con fuerza y mis brazos la rodearon por detrás con decisión. Ella suspiró y se volteó hacia mí posando sus labios en los míos sin excusa, sólo me abrazó por el cuello y me besó con ternura por largos minutos en los que mis manos recorrían su espalda y ella jugaba con mi cabello. Sentí su rostro húmedo, lo salado de sus labios por las lágrimas y el corazón se me hizo chiquito. Me reproché internamente el haberla hecho llorar y quise decirle que Marcela no era mi novia, que la amaba a ella, pero sus besos se hicieron más demandantes, las simples caricias no saciaban y necesitábamos más. Yo necesitaba infinitamente más, pero para cuando mis manos comenzaban a quitarle su chaqueta, ella tomándome de la cintura, me arrinconó contra la pared mordiéndome los labios, me los succionaba sin descanso, jugaba con mi lengua… recorría mi cavidad bucal inagotablemente mientras que sus manos se escabullían por debajo de mi camiseta, bajaban hasta mis caderas y de ahí seguían sus pasos hacia mis muslos desnudos. Me estremecía sin darme chance, por lo que me vi en la necesidad de alejarla de mí lo suficiente como para quitarle la chaqueta, tomar la hebilla y quitarle el cinturón en un movimiento rápido mientras volvía, otra vez a comerme sus labios. Seguí por su camiseta, la fui levantando despacio hasta llegar al punto donde sus brazos se alzaron para luego bajar, deslizando sus dedos por mis brazos, quedándose tentadoramente en mis caderas.

Me sorprendió con sus labios en mi cuello y luego en el lóbulo de mi oído mientras que sus manos… tentaban mi piel por unos segundos tomando mi camiseta, arremangándola poco a poco, acariciando al paso hasta que ya no hubo piel que tocar y mi camiseta voló hasta caer en el suelo dejando mi cuerpo cubierto sólo por mis pantaletas. Luego me miró, deslizó sus dedos por mi abdomen, bajó con ellos tentadoramente hacia mis pantaletas y volvió a subirlos, pero esta vez, llegaron más lejos y cerré mis ojos, me dispuse a sentir sus dedos caminar en círculos por el canalillo que forman mis pechos, me hacía suspirar, luego los presentí en mis clavículas, me recorría tiernamente, sin prisas, hasta que su respiración llegó a mi oído izquierdo murmurando:

-        Te deseo, Camila. Te deseo mucho.

Sonreí para mis adentros mientras me acercaba a ella, a su boca. Porque no pensé en otra cosa más que besarla luego de escuchar sus palabras, quería, literalmente, comerle la boca. Lo necesitaba, estaba muy consciente de mi necesidad de tenerla conmigo, no sólo físicamente, sino en todo sentido. Ahora la amaba demasiado como para dejarla ir de nuevo.

Seguí besándola al mismo tiempo que mis manos se deslizaban por sus costados erizándole la piel, suspiraba inquieta, ahora con mis manos rondando sus pantalones… despacio, fui bajando la cremallera, desabrochando el botón para meter mi mano lo suficiente como para medio acariciar su cadera y parte de sus nalgas y proseguir al descenso de esos pantalones, voy flexionando mis piernas hasta quedar de rodillas, con mi rostro frente a su sexo cubierto por unas pantaletas negras que destacaban más aquella piel blanca y, para cuando por fin la tengo frente a mí en igualdad, levanto mi mirada hacia ella y la miro, de rodillas, y a media luz compruebo que aquellas piernas son tan suaves que se me antojaba morder y besar, pero contuve mis ganas y me levanté quedando frente a frente con ella.

Me mira, con ese brillo en la mirada, el mismo que le vi la primera vez que nos conocimos, pegó su cuerpo al mío en un abrazo que unió nuestros labios y de pronto, sentí su pechos buscar su lugar entre los míos, su abdomen junto al mío me erizaba la piel mientras que sus manos recorrían mi espalda de arriba hacia abajo. La abracé aún con más fuerza y fui retrocediendo con ella así, adherida a mí hasta encontrarnos con el sillón… Caí sentada en él mientras que ella abría sus piernas y se sentaba sobre las mías. Aquella sensación de deseo por ella era urgente y la miré a los ojos mientras tomaba su rostro en mis manos y la acercaba a mis labios sin prisas. Ella cruzó sus brazos por detrás de mi cuello y se dejó besar por mí sin censuras, suspirando inquieta con mis manos en su espalda que bajaban hacia sus caderas, acariciando sus costados. Tomándola con firmeza de la cintura, deslizo mis dedos por sus pantaletas, delineando sus límites antes de seguir acariciando con la palma de mi mano sus muslos y volver por sus costados para desabrochar aquel sujetador que me impedía sentir sus pechos piel con piel.

Sus caderas comenzaron a danzar de adelante hacia atrás y viceversa cuando mis manos tomaron sus pechos amasándolos despacio, pero con seguridad, movía las palmas contra sus pezones en círculos, luego mis dedos jugaron en ellos logrando robarle suaves gemidos… el vaivén de su cuerpo me producía ansiedad y, tomando sus pechos en mis manos, acerqué mis labios a su pezón izquierdo, mi lengua salió a su encuentro, rodeé su perímetro con suavidad, ella suspiró en el primer contacto y puso una de sus manos en mi cabeza, como indicándome lo que necesitaba mientras mis labios aprisionaban aquel pezón tirando de él un poco para luego liberarlo y volver a hacer lo mismo en combinación con mi lengua que parecía no querer dejar de saborear sus alrededores, alternando un pezón con otro, sin parar de succionarlos, morderlos, besarlos, acariciando con la lengua en círculos… la sentía estremecerse, aumentar el ritmo del balanceo de su pelvis acompañado de gemidos suaves y ligeros.

Levanté la mirada hacia ella por un momento. Sus ojos cerrados y labios entre abiertos dejaban ver la sensualidad de su expresión, mis ojos la miraban expectante hasta que ella abrió los suyos y me miró, con aquel brillo excitante que muchas veces le vi. No pude dejar de besarla luego de que su frente se pego a la mía, le acariciaba la espalda mientras lo hacía y ella jugaba con sus dedos en mi cabello.

Poco a poco fuimos cayendo hacia un costado, ambas de lado frente a la otra seguíamos besándonos, no importó la incomodidad del escaso espacio del sillón, sus piernas se unieron a las mías, sus pezones desafiaban los míos y su vientre se rozaba muy placenteramente en los perímetros de mi intimidad. Comenzó un balanceo de caderas, mientras que, con mi mano libre le acariciaba los costados, ella tomaba mi rostro como no queriendo que me escapara. No pretendía hacerlo, dejarla ahí era lo menos que quería, la deseaba demasiado como para detenerme ahora que la tenía casi desnuda y en contacto directo con mi cuerpo.

Minutos después, sus manos se deslizaron lentamente por mi cuello, deteniéndose en mi hombro sólo unos segundos, luego siguieron su camino hacia mi espalda, sus dedos me acariciaban con destreza, me hacían sentir hipersensibilizada, se movían de arriba hacia abajo y casi con censura, rozaban mi pecho izquierdo. Una intensa corriente inmovilizó mi cuerpo, por un par de segundos sólo la miré, pero ella observaba cómo sus dedos jugaban en mi pezón al mismo tiempo que una corriente me devolvía la sensación de descontrol. Su vientre se movía a la par con el mío, su boca vuelve a la mía y aquella corriente que me recorre con solo sentir sus dedos jugar en mis pechos me está dejando sin aliento.

Me dejo guiar por ella mientras su ubica encima de mí. Una de sus piernas se acopla entre las mías y su mano libre comienza a recorrerme desde mi cuello hasta el ombligo con lentitud. Me mira a los ojos, me besa por un segundo para luego seguir, cambiando sus labios por sus dedos, recorriéndome hasta llegar hasta el canalillo de mis pechos. Los rosa suave en un principio, luego juega a besarlos esporádicamente mientras que su mano comienza a bajar lentamente, con sigilo hasta mis pantaletas que no lograban esconder la excitación que invadía mi sexo. Pude imaginar mi humedad entre tus dedos cuando los sentí deslizarse por los labios vaginales de intimidad logrando estremecerme aún más al tiempo que tu lengua encontraba mi punto débil en mis pezones. Besaba y succionaba sin descanso, presionaba de vez en vez, me seguía en el vaivén mientras sus dedos seguían hurgando ahí dándole a mi clítoris un punto máximo de excitación, lograba que deseara con todo la penetración de sus dedos dentro de mí, lo necesita, ¿Cómo no hacerlo? Sus labios me estaban enloqueciendo con esos lametones en mis pezones, aquellos dientes que me mordían con delicadeza me excitaban hasta no poder más, mis gemidos se escapaban de mí, mis suspiros te alentaban más en tu tarea y la insinuación de tus dedos en mi entrada me estaba matando. No podía dejar de mover mis caderas, sentía los labios resecos y el aire se me escapo cuando por fin sentí sus dedos penetrarme de una vez. Entonces su boca volvió a mía, sus dedos comenzaban a moverse dentro de mí incansables y yo me sentía desvanecer, un sinfín de escalofríos me recorrían, lo eléctrico de sus pechos contra los míos me erizaban de pies a cabeza, sentía el sudor en mi rostro y un calor intenso en mi vientre con el mete y saca de esos inquisidores dedos que me quemaban por dentro. En cosa de segundos mi nivel de excitación de multiplicó por mil, su cuerpo desnudo encima de mí se movía conmigo, la sentía seguirme en el vaivén de mis caderas, su pierna entre la mía hacia más intensa la penetración hasta que no pude más que estallar atrapando su mano entre mis piernas.

Pasados un par de minutos la sentí de nuevo en mi entrepierna. Levanté la cabeza y la vi quitándome las pantaletas. La miré y estaba desnuda, su sexo depilado estaba tentándome las ganas que tenía de probarla, pero ella me ganó en pensamiento y volvió a recostarse junto a mí, lado a lado, una frente a la otra volvía a ubicarse encima de mí. Pude sentir su humedad en la mía, lo caliente de su vientre, su piel tibia y sudada unirse a la mía, volvieron los estremecimientos con el rose quieto de sus pechos entre los míos y entonces la sentí, ubicar sus piernas entre las mías logrando que nuestros sexos se rocen entre sí de una manera exquisita. Levanto su rostro y su cara estaba encendida, sus labios entre abiertos y sus ojos cerrados me indicaron el ritmo de nuestras caderas. Hundió su rostro en mi cuello y mis manos se escabulleron hacia sus nalgas presionándolas en un principio para luego masajearlas suavemente mientras comenzaba yo, a balancearme con ella, de arriba hacia abajo con una rapidez que quemaba. La escuchaba suspirar, su respiración caliente me inundaba los sentidos logrando excitarme más, mis piernas la atraparon y sus gemidos se volvieron aún más audibles, sus movimientos más urgentes, sus pechos caían rosándose placenteramente con los míos y sus pezones imprimían el latigazo de corriente suficiente como para que, de un momento a otro un gemido ahogado nos inundara a ambas sin remedio.

17

Al despertar, sentí un leve viento entrar por entremedio de las sábanas al moverme y mirar el espacio vacío. Primero pensé que se había levantado al baño, por lo que me quedé en la misma posición en la cama, observando la puerta para entender, después de 20 minutos, que no estaba en el baño y me levanté, cubriendo mi cuerpo sólo con una camiseta que lograba, escasamente, cubrir mi sexo. Caminé hacia el baño, la puerta estaba abierta hasta atrás por lo que intuí que no estaba ahí, luego tomé rumbo hacia la sala y no encontré más que el cobertor que había usado para cubrirla horas atrás. Me di vuelta, esta vez fui a investigar la cocina, sólo para llevarme la sorpresa de que no estaba y comprender que se había ido.

Miré el reloj de pared y, con sorpresa, vi que eran las ocho de la mañana. Tenía que ir a la florería, por lo que volví a mi cuarto, observé mi cama lo suficiente como para ver una hoja de papel en el piso y, por alguna razón, me puse nerviosa, pues entendí, apenas la tomé en las manos, que era de ella. Quise leerla, pero sentí miedo de hacerlo y la dejé… en la mesita del lado de la cama y caminé al baño para ducharme y salir a trabajar.

Me di un baño corto, no me tomó más de 15 minutos sacudirme la pereza y salir del agua para cubrir mi cuerpo con un par de toallas. En mi mente estaba la nota aquella, no podía dejar de verla en la mesita mientras me vestía y recordaba esa sensación de plenitud que me invadió al sentir el cuerpo de Florencia a mi lado entre sueño y… mi necesidad pudo más, ella se había ido, me dejó sola en la cama y en vez de amanecer conmigo, dejó una nota. Nota que tomé sintiéndome irritada, enojada… después de lo pasó entre las dos, se fue, volvió a dejarme ir y…

“Amor, perdóname, pero no puedo quedarme y mirarte a los ojos mientras me dices que lo que pasó fue un error… que tienes novia y no soy yo. Me lastimaría a mí misma si me quedara mirándote dormir por más tiempo hasta que despertaras y me sonrieras para después quitarme la ilusión. Prefiero recordar que me amaste y me hiciste tuya sin nada más de por medio. Hacer el amor contigo y sentirte mía es realmente maravilloso… no quiero estropear ese sentimiento con la realidad de que no eres mía, perdóname por irme así...

Te amo… lo sé.

Florencia .”**

¡Joder! No se lo dije, no le dije que Marcela no es mi novia, que la amo… ¡Mierda! ¡Qué estupidez la mía! ¿Qué hago ahora? No tengo idea de donde se fue, no sé dónde vive… pero Karla sí y ahorita mismo me voy al café por ella para que me lleve. Esta vez no la dejo ir de mí así cómo así… ¡Dios! ¿Dónde dejé las malditas zapatillas? Oh, en la entrada… pero qué torpe me vuelvo cuando estoy nerviosa, sí, ya parece que voy a colapsar.

Ya en la camioneta en dirección al café, recuerdo que quedé de estar con Marcela para recibir la mercancía en la florería, pero esto era más importante y le envié un mensaje de texto justo cuando me estacionaba frente al café. Era evidente que estaban recién abriendo, por horario, abren a las 8:30 de la mañana y… sí, están en la hora, yo soy la que está perdida en tiempo. Me acerco rápidamente a la entrada, pregunto por Karla a una chica que está en la barra y me dice que aún no llega. Le llamo al celular para consultar con Cristina si es que tiene el número de celular de Florencia, pero la llamada me da el buzón de voz. Comienzo a desesperarme, necesito, ¡por sobre cualquier cosa!, ver a Florencia, tengo la sensación de que si no lo hago ahora, luego no podré hacerlo y será tarde.

-        Camila, ¿Qué haces aquí a esta hora?

-        Necesito que me lleves a casa de Florencia.

-        ¿Qué paso? ¿Ella está bien? No me preocupes.

-        No mujer, tranquila, ella está bien.

-        ¿Entonces?

-        Karla, no puedo explicarte ahora, sólo necesito que me lleves a su casa.

-        No puedo, no está ahí. Vengo de tocar a su puerta y no salió nadie. Me quedé preocupada por ella anoche, bebió mucho.

-        Lo sé. ¿Dónde puede estar?

-        No lo sé, Camila, quizás ya se haya ido a la tienda o haya decidido irse a la capital de nuevo. Ayer me dijo eso luego de verte con Marcela. Tarde se vino a dar cuenta de que se había enamorado de ti, ahora que tienes novia.

-        ¡No tengo novia!

-        ¿Cómo? ¿Y Marcela?

-        No es mi novia, Karla. Dejé que lo pensaran ustedes para que me dejaran en paz con eso de salir. No quería salir con nadie, ya bastante tenía con lo que pasó con Florencia, y no era que la esperara, sólo que no estaba preparada para tener a alguien en mi vida.

-        Ve a la tienda, seguro está allá aún. Si la estás buscando ahora es porque ahora sí estas lista, ¿no?

-        ¡Sí!. No quiero dejarla ir de nuevo. Se fue de mi casa pensando que tengo novia, creyendo que no la quiero. No puedo perderla ahora que la encontré.

-        No pierdas el tiempo conmigo y ya vete.

-        Nos vemos luego.

De camino a la tienda, pase por fuera de la florería. Vi a Marcela hablar con los proveedores y darle instrucciones a los ayudantes para entras las cajas. No me vio pasar, estaba concentrada en unos papeles y yo no pretendía detenerme a hablar con ella, por lo que pocas cuadras más adelante, me detuve frente a una tienda de ropa que esperaba fuera mi salvación. Encontrar a Florencia allí era la única esperanza que tenía en ese momento, no sabía dónde más podía estar ni dónde comenzar a buscar en caso de que no estuviera.

Al bajarme y cerrar la camioneta, vi a la misma chica que me atendió la vez pasada cuando me dijo que Florencia había viajado. Por la vitrina podía verse gente, pensé que estaría vacía, ¿quién podría ir a comprar ropa a esta hora de la mañana? Eran casi las nueve. A esa hora todo mundo está trabajando o camino a algún lado, pero no a una tienda de ropa exclusiva. Pero bueno, cada quién con lo suyo. Antes de empujar la puerta para entrar, sentí por un momento el leve aroma de Florencia, eso me dio la certeza de que estaba, efectivamente, trabajando en su tienda.

-        Hola ¿Puedo ayudarla?

-        Sí. Quiero hablar con Florencia Ampai, por favor.

-        ¿Quién la busca?

-        Camila Millán.

-        Espere aquí, le avisaré que usted la busca.

-        Gracias –dije mientras la chica caminaba hacia una oficina al final de la tienda. La miré entrar y a los cinco minutos salir. No puede aguantar más y caminé hacia la oficina mientras la dependienta se dirigía hacia mí. Algo en su rostro me dijo que Florencia no quiso verme. La chica se detuvo a un metro de mí, diciéndome que Florencia estaba muy ocupada, que no podía hablar conmigo, pero yo seguí mi camino hacia la puerta de esa oficina mientras que la chica seguía diciéndome que no podía entrar.

Di vuelta la manilla de la puerta y entré sin más, tomando la precaución de ponerle el seguro antes de cerrarla. Me quedé parada frente a la puerta, con mi vista en mi mano que seguía en la manilla de la puerta. Sabía que Florencia me miraba, sabía que seguramente estaba sorprendida y que se preguntaba qué era lo que pretendía, pero yo no sabía. No tenía idea de lo que iba a decir o hacer. Sólo estaba segura de que no deseaba que se apartara de mí otra vez y para cuando comencé a darme vueltas hacia ella, golpean la puerta.

-        ¿Florencia? ¿Está todo bien?

-        Sí, no te preocupes, Carmen.

-        Bueno, seguiré atendiendo, cualquier cosa me llamas.

Florencia me miraba y por lo que pude notar en su rostro, estaba enojada. Molesta conmigo, pero no dijo nada, sólo me preguntó qué deseaba y si quería tomar asiento. Me senté frente a ella, la miré unos segundos larguísimos en los cuales ella seguía en lo suyo, esperando una respuesta de mi parte, pero no la obtenía. Yo seguía en silencio observando sus movimientos. Me sentía una niña, una adolescente que no sabe cómo decirle a una chica que le gusta. Al pensarlo, me sentí idiota, terriblemente vulnerable ante esta mujer que aparentaba serenidad, pero que por dentro estaba muriéndose por obtener respuestas.

Seguimos en silencio un rato más. Ella fingiendo seguridad al continuar con su trabajo, mirando papeles, revisando carpetas y garabateando algo en un cuadernillo que no pude ver. Por más que acerqué la vista, me fue imposible saber qué dibujaba y aunque de vez en cuando me miraba de reojo, no decía nada. Sólo se dedicaba a sus cosas de diseñadora y ya. No me preguntó nada, me dejó seguir en silencio, un silencio algo incómodo, pero agradable hasta cierto punto. Punto que perdía niveles, porque yo me estaba desesperando, me sentía inquieta, tenía la sensación de estar en un examen, alguna clase de prueba oculta que no estaba segura de estar pasando o no, pero de pronto ella se levanta de nuevo y en vez de ir hacia los archivadores, va hacia la puerta… entonces reacciono, mi mente toma vida y mis sentimientos toman fuerza saliendo de mis labios un leve, pero elocuente, “te amo”.

-        Tienes novia, no deberías decirme que me amas si estás comprometida con otra persona –dice volteándose hacia mí.

-        Te lo digo para que lo tomes en cuenta cuando te diga que Marcela no es mi novia, que nunca lo fue, que sólo dejé que tu hermana y Cristina creyeran que lo era para que desistieran en conseguirme pareja –explico levantándome.

-        Yo te vi besarla ¿recuerdas? Eso no fue un beso fingido ni nada que se le parezca.

-        Marcela pensó que si tú la veías besarme, sabríamos si yo te interesaba o no.

-        No tienes que inventarte excusas para justificar que te dejaste besar –me dice obviamente molesta.

-        ¡Qué me tomó desprevenida! No sabía que me besaría, estaba pendiente de ti.

-        ¿Qué vienes a decirme en concreto, Camila?

-        ¿Por qué demonios tienes que hacerme las cosas más difíciles? ¿Qué no ves que estoy intentando decirte que te quiero, que no deseo que te vayas de mí otra vez? Te fuiste dejando una nota. Nota que vi después de pensar que me habías dejado ir de nuevo –dije acercándome a ella.

-        Creí que era tu novia. Anoche… la sangre me ardía, estaba celosa, reprochándome mi estupidez de dejarte sola por cuatro meses. Me emborraché como no lo hacía desde que salí de la universidad y fue por ti, porque te vi risueña con otra mujer que no era yo. Vi que te había perdido, me sentí miserable por ello… ¿Cómo podía acercarme a ti luego de ver que eras feliz?

-        Aun así, le reprochaste a Marcela el que estuviera conmigo –decía mientras iba acercándome.

-        Estaba ebria. Te aseguro que si hubiera estado en mis cinco sentidos, eso nunca habría pasado.

-        Lo sé –dije sintiendo mí celular vibrar en mi bolsillo y dije–: Discúlpame, debo responder esta llamada.

-        ¿Quién es? –pregunta frunciendo el ceño.

-        Marcela.

-        Ajá –musita molesta.

Contesté la llamada de Marcela inquieta, Florencia me miraba seria, había una pizca de dureza en sus ojos. Tenía la sensación de haber cometido una falta, de estar haciendo algo malo, pero no podía no responderle la llamada a Marcela, por lo que sólo atiné a apresurar la llamada para terminarla luego de cinco minutos en los que Florencia seguía tan seria como al principio. Podía imaginar su cara cuando le dijera que tenía que irme a la florería, puesto que Marcela requería de mi ayuda para ir a la iglesia y de ahí al salón de eventos.

-        ¿Todo bien? –pregunta alejándose de la puerta y de mí.

-        Sí, pero tengo que irme, Marcela me necesita.

-        Que te vaya bien –acota obviamente enojada.

-        Florencia… ¿Sólo eso me dirás? –dije volviendo a caminar hacia ella.

-        ¿Qué más puedo decir? Ella te llama y tú partes en su ayuda.

-        ¿Podrías dejar los celos a un lado por un momento? Ella y yo no tenemos nada, fue una llamada de trabajo, tengo un compromiso que atender.

-        Repito, que te vaya bien.

-        ¿Siempre serás así de celosa? Digo, como para comenzar a mentalizarme desde ya con la idea de tener una novia celosa –dije con el fin de apaciguar su enojo.

-        Sí, siempre seré celosa.

-        ¿Qué puedo hacer?

-        Dejar de hacerme sentir menos importante.

-        Tienes razón, lo siento –dije ya frente a ella.

-        No te preocupes, no es que sea tu novia o algo parecido como para que me des explicaciones de lo que haces o no –me dijo bajando la mirada.

-        Cierto.

-        Sí.

-        ¡Pero qué difícil eres, mujer! –dije algo exaltada.

-        ¿Yo solamente?

-        Vine a verte, a decirte que te amo, que no quiero que te vayas de nuevo. Te necesito conmigo, Florencia, ¿Por qué no lo ves? No quiero perderte otra vez.

-        Camila…

-        No te atrevas a decirme que no estás preparada porque te juro que te…

-        ¿Puedes dejar que termine de decir lo que iba a decirte? ¡Que llevo queriendo decirte esto desde que volví!

-        Bueno, pero no te alteres…

-        No me interrumpas –me pide aún parada frente a mí.

-        Ok. Ok. Te escucho.

-        Bien, pues… sólo quería preguntarte si quieres, ya sabes… ser mi novia.

-        Jajajaja…

-        ¿De qué te ríes? –me dice alejándose.

-        Es que pareces una adolescente –dije sin poder evitar sonreírme.

-        ¡Qué fastidio contigo! Luego me reprochas que sea difícil.

-        Perdón, perdón… no me mires así de seria. ¿Me repites la pregunta? –pregunté riéndome de nuevo por lo infantil que sonó.

-        No quiero –me dice con reproche.

-        Te comportas como una niña.

-        Y tú como una idiota.

-        Bueno, si no quieres repetir la pregunta, entonces me voy. Es obvio que no quieres lo mismo que yo y me parece que ya no tiene sentido seguir hablándolo.

-        Lo que es obvio, es que tienes prisa por irte, Camila. Seguro no quieres que se moleste contigo…

-        Mira, ella no es mi novia, vine a decírtelo, pero tú no entiendes de razones y francamente, te estás comportando como una nena mimada. Tengo que irme porque es mi trabajo, la florería es mi responsabilidad no la de Marcela. Me voy porque ella me necesita para transportar las flores y además, soy la dueña, Florencia.

-        Vete entonces.

-        Está bien, pero te advierto. No volveré a buscarte ni intentar hacerte entender que lo quiero todo contigo, escucha bien, contigo, no con Marcela. Adiós, que estés bien.

Juro que no vuelvo a buscarla. Está vez tendrá que hacerlo ella si es que realmente siente como yo. Estoy cansada de tener que explicarme en todo. Si no confía en mis palabras es mejor dejar las cosas así. No sirve una relación así, por más que la quiera tener con ella, no sirve si no confía en mí y sigue en ese plan de orgullosa todo el tiempo. Debe entender que Marcela es mi amiga y trabajamos juntas, pero nada más.

Tan pronto me estacioné en la entrada de la florería, Marcela comenzó a acomodar los arreglos en la camada. Por suerte no había viento ese día y no tendríamos problemas en dejar las flores al aire. En el camino hacia el evento, le fui contando todo lo sucedido con Florencia y aunque me criticó el irme sin haber solucionado las cosas, entendió mis razones. Me ofreció hablar con ella, pero le dije que mejor lo dejáramos así. Ya veríamos si realmente me ama cuando me busque, si no lo hace… entonces no sé.

Al terminar nuestro trabajo, le dije a Marcela que me iría a casa, que si lo deseaba, volviera a cerrar la florería y se fuera a su casa. No me sentía con ánimos de trabajar y al parecer ella tampoco. Por lo que luego de dejarla frente a la florería, me marché a casa. Pasé por fuera del café, pero no vi a nadie al tiempo que volvía a fijarme en el camino. Recordé lo ocurrido en la madrugada al entrar a la casa y sin querer me estremecí, me sentí triste por la actitud de Florencia. No dejaba de pensar en ella, en las ganas locas que tenía de estar con ella, de besarla o simplemente tenerla cerca. En fin, ahora sí que se me hará difícil no tenerla. El sillón debe de tener su olor aún…

-        Hola –dice parándose del sillón.

-        Florencia… ¿Qué haces aquí?

-        Necesitamos hablar.

-        Bueno, ¿Cómo entraste?

-        La llave escondida en el macetero de la izquierda. –dice volviéndose a sentar.

-        ¿Cómo sabes…? No me respondas.

-        Camila, por la mañana, mi actitud contigo fue…

-        De nena mimada. –dije sentándome en el sillón frente a ella.

-        ¿Eso piensas que soy?

-        Eso das a entender.

-        Me sentí celosa. Tenía mucha rabia de que te fueras porque ella te necesitaba y mi mente daba vueltas en ese beso que le diste ayer.

-        Ella y yo no tenemos nada, ya te aclaré que no es mi novia, por lo tanto no tengo por qué besarla. No busqué que me besara, sólo pasó.

-        Para besar a una chica no necesitas ser su novia, ¿o Marcela lo era en ese momento?

-        ¡Eres imposible! En serio, Florencia, te estás pasando con esto.

-        Perdón, pero… ¿Cómo quieres que me sienta, Camila? La besaste y te aseguraste de que lo viera.

-        Yo no besé a nadie, ¿me escuchas? No la besé, lo hizo ella.

-        Deja las excusas, Camila. No te quedan.

-        ¡Oye! Que la que se fue por cuatro meses con excusas no fui yo, ¿eh?

-        Pues no la has pasado nada de mal en mi ausencia.

-        Ahh… Florencia, por favor –dije acercándome a ella–. No quiero pelear más. ¿Podemos empezar de nuevo? Esto del gato y el ratón me está cansando, en serio.

-        ¿Y es que hay alguna manera de hacer eso? Yo no olvido ese beso, Camila –dice bajando la mirada.

-        Y yo aprendí a dejar pasar las cosas que me duelen –decía mientras la tomaba por la barbilla–, prefiero intentar tener algo contigo sin reproches a reprocharte cosas que ya no tienen sentido.

-        ¿Me juras que no sientes nada por ella? ¿Qué no te gusta ni tantito?

-        Es guapa…

-        O sea, te gusta, Camila. No vayas a darle vueltas.

-        Claro que me gusta, ¿la has visto? La chica tiene todo muy bien puesto y lindo más encima…

-        ¡Vete al diablo, Camila! – dice con intenciones de irse.

-         Espera no te vayas, Florencia, por favor. Ella no me gusta como mujer. Es más a ella no le gustan las mujeres. No es lesbiana.

-        Es que… eres una idiota ¿Por qué no me dijiste eso antes? Estuve toda la mañana pensando             que ella te gustaba, que te hacía sentir cosas. Si hubieras empezado diciéndome eso esta mañana ahora ya serías mi novia, Camila.

-        Bueno, no lo soy porque no lo quisiste así. Preferiste enojarte y celarme antes de creer lo que te decía.

-        No me dijiste lo que me acabas de decirme, Camila.

-        ¿Y es que era necesario decírtelo? ¿no bastaba con mi palabra? O ¿era muy difícil?

-        No me trates así, Camila. Pude haberme equivocado, pero no me merezco tu sarcasmo ni tu dureza. Tú misma me diste las razones para pensar que ella te interesaba.

-        Discúlpame.

-        ¿Por qué siempre terminamos peleándonos? ¿No podemos hablar tranquilas por una vez?

-        Quien te quiere te aporrea, dicen por ahí y yo te amo, Florencia, no lo pongas en duda… me enamoré de ti, de lo que eres tú, independiente del corazón que late dentro de ti, sólo me gustas tú.

-        Te amo también, Camila y quizás lo nuevo de este amor es lo que me hace inestable, no tengo experiencia en esto. Ni siquiera la tenía antes de tener este corazón, ahora es infinitamente difícil y… tengo miedo. Miedo de echarlo a perder, de que no funcione y terminemos odiándonos.

-        No te voy a odiar sólo porque no funcione, no soy tan inmadura como para culparte. Te culparé si decides no intentarlo, entonces sí me habrás perdido en todo sentido. – dije con seriedad mientras ella sólo me miraba pensativa.

-        ¿Quieres ser mi novia? –me pregunta nuevamente, pero esta vez me mira directo a los ojos.

-        Sí, claro que quiero –respondí con todo el alivio. Eso significaba que no se iría de nuevo y  la besé, en seco, sin darle tiempo a reaccionar siquiera, sólo le besé con pasión para luego sentir sus labios guiarme en una danza que por un momento largo, me hizo olvidar que la puerta aún seguía abierta y que el celular estaba zumbando en mi bolsillo.

-        Preciosa, tu trasero está vibrando. –dice alejándose.

-        Lo sé, pero déjalo. Quiero seguir besándote.

-        Jeje… yo también, mi amor, pero quizás sea importante. Es la tercera vez que suena. Mejor responde, yo no me iré a ninguna parte.

-        Bueno… –empecé diciendo al ver que era Marcela quien llamaba. – ahora, quiero que tomes en cuenta de que fuiste tú la que insistió en que respondiera, ¡eh!

-        ¿Por qué… es Marcela?

-        Sí.

-        Bueno, contesta mientras voy a cerrar la puerta y por un vaso de agua a la cocina.

-        Florencia… mi amor, ¿me pondrás esa carita cada vez que llame?

-        No es porque sea ella, sino porque pensaba hacerte el amor y seguro ella te necesita en la florería.

-        Jajaja... no te preocupes que hoy no habrá fuerza humana que logre que te deje ir de mi lado. –le dije dejando el celular en el sillón antes de acercarme a ella.

-        ¿Entonces?

-        Entonces te voy a besar tanto que me pedirás que pare. –dije tomándola por la cintura.

-        No lo haré… Jajaja. –me dice pasando sus brazos por sobre mi cuello.

-        Te ves preciosa cuando sonríes, ¿sabes?

-        No, no sabía.

-        Pues es verdad y ¿sabes otra cosa?

-        No, no sé.

-        Te ves infinitamente más hermosa cuando duermes desnuda a mi lado.

-        Jajaja… te amo, ¿sabes?

-        Sí. Lo sé… te amo también, ¿sabes?

-        Sí, lo sé. – responde y comienza a besarme mientras la guío hacia nuestra cama.

FIN

Nota: http://www.goear.com/listen/b1652a8/credits-2imagine-me-and-you-imagine-me-and-you