Dos uniformes azules

Cuando esa pequeña diferencia entre dos relaciones no se puede tocar, porque es amor.

Dos uniformes azules

1 – En la ventanilla

Era demasiado tarde. Quizá más de las 5 de la madrugada. Cuando salí de la disco, me di cuenta de que me había puesto muy poca ropa de abrigo. Unos amigos me dejaron con el coche en la plaza cercana a casa. No había nadie. Miré alrededor y sentí miedo. Para llegar antes a mi portal, pasé por un pasillo de algo más de un metro de ancho que queda entre dos fuentes en alto (o que la parte en dos). El ruido de los surtidores y el frío no me dejaban aguantar las ganas de orinar y me pareció que me meaba encima. No llegaba a casa. Miré a ambos extremos de aquel corredor y me la saqué disimuladamente y comencé a orinar por encima de la pared de un lado de la fuente. El ruido de los surtidores comenzó a parecerme muy fuerte. El agua subía a más de tres metros y el viento dejaba caer gotas casi heladas sobre mí. Me pareció oír pasos y comencé a andar para casa vigilante.

Al salir del pasillo, vi a tres tíos que venían corriendo hacia mí, pero si iba hacia el portal de mi casa me alcanzarían, así que comencé a correr hacia una calle que queda bajando por aquella acera de la plaza. El aire que daba en mi cara me estaba helando la nariz y la boca y me costaba trabajo respirar. Entré por aquella calle, no muy ancha y algo oscura hasta un portal muy iluminado. Era el portal de una clínica muy grande e importante. Llamé al timbre y se abrió la puerta de cristales. Los que me perseguían aparecieron por la esquina. Entré y cerré la puerta asustado.

Estaba ahogándome y, el policía que vigilaba en la cabina blindada me miró intrigado.

  • ¡Pase, pase por esa otra puerta para que le atiendan en urgencias!

  • ¡No, no! – grité -, señor policía. Me persiguen unos delincuentes. Tengo que esconderme.

  • ¡Dios mío! – contestó -, no puedo salir de esta cabina. Si te vas más adelante, te abro la puerta y entras aquí, pero ¡agáchate! Hay cámaras.

Corrí por el pasillo un poco y se abrió la puerta de la cabina de recepción. Entré y me agaché.

  • ¡Vente aquí conmigo! – dijo el policía -, pero ven agachado por debajo del mostrador. Las cámaras nos ven, pero no hay altavoces. Podemos hablar. Cuéntame qué te ha pasado.

En ese momento llamaron al timbre de la entrada los tres chorizos. El policía se levantó y le oí decir:

  • ¡No, no, no puedo abriros! Esto es particular.

Esperé un poco y vi que se sentaba otra vez.

  • Vamos, chaval – dijo el policía -, ya se han ido. No te asustes. Ven gateando y cuéntame lo que te ha pasado.

Cuando llegué a él ahogándome, le pedí un poco de agua.

  • ¡Chico! – exclamó tocándome disimuladamente - ¡Vienes empapado! ¿Qué has hecho?

No podía hablar y vi cómo se levantó y me trajo un vaso de plástico con café muy caliente.

  • ¡Tómate esto! – me dijo -, es mejor para entrar en calor.

Bebí unos tragos y comencé a hablarle asustado.

  • Iba para casa. Vivo casi en la plaza. Para no darle la vuelta a la fuente, me metí por el pasillo que la atraviesa. Por eso estoy mojado.

  • ¿Por qué te metiste por ahí? – me dijo -, si entran unos chorizos por ambos lados estás acorralado.

  • Hace mucho frío ahí afuera – continué -, me estaba meando y tuve que parar un buen rato. Me he puesto chorreando. Cuando salí, comenzaron a perseguirme y tuve que bajar para este lado.

  • Dale gracias a Dios de que te he abierto, chaval – me dijo mirando disimuladamente hacia abajo -. Aquí, si no pasas la tarjeta magnética, no entras.

  • ¡Oh, Dios mío! – gemí -, he visto brillar sus navajas en la oscuridad.

  • Espera un momento – dijo -, no puedo salir de esta cabina. Estamos vigilados por cámaras. No puedes seguir empapado. Me levantaré con disimulo. Vuelve a la otra esquina otra vez; a la esquina por donde has entrado. Allí no nos toman las cámaras.

Se levantó y se fue andando hacia donde dijo y yo volví gateando. Cuando llegué al rincón, me puse en pie. El policía me miró asombrado y yo, al verle la cara, tuve que bajar mis ojos; era guapísimo.

  • Espera, chaval – dijo -, tengo una toalla en la taquilla. Déjame secarte un poco.

Me quedé embobado viéndole moverse (siempre sin acercarse al área que cubría la cámara) y volvió a mí.

  • Agáchate – me dijo -, no quiero que nadie entre o salga y nos vean.

Me senté en el suelo y me di cuenta de que llevaba la portañuela abierta. Lo miré asustado.

  • No pasa nada, hombre – quería tranquilizarme -, voy a secarte los pelos y la cara. Te quitaré el chaquetón empapado y te daré una manta.

Comenzó a secarme con delicadeza y me acarició los cabellos y el cuello.

  • Ya estás seco, guapo – prosiguió -; dame tus manos.

Me secó las manos pero las acarició y me miró sonriente.

  • ¡Quítate el chaquetón! – me dijo en voz baja -, te daré una manta.

Y sin decir nada, me cogió los pantalones y metió la mano por la bragueta diciendo que quería saber si estaba mojado por dentro, pero me estuvo acariciando la polla. Luego la cerró con dificultad y me dio una manta. Me dijo que me incorporara un poco y me abracé a él. Su cuerpo estaba caliente y me sentí muy a gusto. Me echó la manta por la espalda, me miró fijamente sonriendo y me dijo que ya no me resfriaría, pero me abrazó muy fuerte con sus grandes manos y me estuvo acariciando la espalda. Comencé a acariciarle y, sin ninguna palabra, me besó delicadamente los labios.

  • Eres muy guapo, chaval – me dijo -, si quieres seguir abrazado a mí un poco, puedes hacerlo; no me importa. Luego, nos iremos a mi puesto; no quiero líos. Allí hay una estufa para mis pies y te calentarás un poco más. Podemos hablar disimuladamente, no hay micrófonos.

No pude evitar besarlo con pasión y no se resistió, sino que me acarició con más fuerzas.

Se fue andando despacio hacia su silla y se sentó y yo corrí por debajo del mostrador hasta sus pies, cubiertos por unas botas negras muy brillantes. Levanté mi vista y vi sus piernas abiertas y cómo se le notaba un bulto que no dejaba lugar a dudas de que estaba empalmado.

  • ¿Estás bien? – dijo sin moverse -; podemos hablar, pero no puedo agacharme a verte.

  • Estoy mejor, gracias – le dije - ¿Pasas todas las noches aquí?

  • Mi horario es muy raro – dijo -, pero siempre estoy de noche. Los descansos dependen de muchas cosas. Normalmente descanso dos días a la semana, pero a veces no descanso y me los acumulan. Luego los tomo todos seguidos.

  • ¿Cómo te llamas?

  • Me llamo Carlos – dijo en voz baja - ¿Y tú?

  • Soy Juan – le dije -; no escarmiento. He salido a pasar una buena noche y fíjate dónde estoy.

  • ¿Qué te pasa, bonito? – me dijo -, la noche es peligrosa, pero aquí no. El único problema es que el movimiento de gente empezará sobre las 6:30. Tendrás que irte antes… ¡pero no te vayas sin decirme dónde localizarte! ¡Me encantas!

  • ¡Claro, claro! – contesté ilusionado -, no te preocupes. Y… gracias por secarme y… comprobar que estoy seco por dentro.

Bajó sus manos y comenzó a acariciarme el cabello y la cara y yo comencé a besarle las manos.

  • Me gustan tus manos, Carlos – le dije -; son grandes y de dedos largos preciosos.

  • Tu pelo me encanta – respondió – y tienes una piel muy suave en la cara. Yo soy de barba cerrada.

Lo miré con deseos y, por lo que hablábamos, me pareció que estaba deseando de estar conmigo. No puedo negar que su uniforme azul me estaba poniendo enfermo, así que apoyé mi mano derecha en una de sus rodillas. No hubo palabras. Llevó su mano hasta su bragueta y la abrió.

  • El resto – dijo -, si quieres, lo haces tú, Juan.

Deslicé mi mano hasta su bragueta y la introduje allí. Estaba empalmado y su polla era enorme. Me incorporé un poco y me puse de rodillas. Acerqué mi cara y tiré de su cinturón hacia arriba.

  • ¡Eh, tío! – dijo -, me haces daño, espera.

Se abrió el cinturón de piel negra y volvió a acariciarme la cabeza. Abrí más el cinturón y le desabroché el botón de la cinturilla. Tenía ante mí una belleza de calzoncillos ajustados y no pude resistir más. Tiré despacio de ellos y los bajé hasta tener a la vista su polla. Abrió más las piernas y tiró de mi cabeza. Le lamí el capullo. Estaba delicioso, pero acabé metiéndomela en la boca.

  • ¡Ten cuidado, Juan! – me dijo - ¡Tengo que atender a una señora, espera!

Le oí hablar alguna cosa, pero no se movió.

  • ¡Ya se ha ido, bonito! – dijo -, continúa si quieres.

Le hice una mamada que lo mantuvo conteniendo el placer un buen rato hasta que me susurró: «¡Me corro ya, Juan; me corro!»

Entró en mi boca un chorro tremendo de leche caliente. Me sentí mucho mejor. Lo escupí en el suelo, lejos de la estufa y vi cómo él mismo se la movía un poco más para limpiársela bien. Se subió los calzoncillos y se cerró la bragueta. Luego, se ató bien el cinturón y siguió acariciándome.

  • No te creas que te vas a salvar, Juan – dijo sin moverse -, yo suelo ir al servicio y dejo aquí un cartelito para que me esperen. Si vas gateando otra vez hacia atrás y no te levantas, entraremos allí ¿Quieres?

  • Sí, gracias, Carlos – le dije -; no esperaba esto esta noche.

  • ¡Vamos! – se levantó - ¡Corre a gatas y no te levantes. Cuando llegues al final sígueme a gatas.

Corrí por allí debajo gateando y me fui hasta la pared del fondo y luego hasta la puerta que estaba abriendo. Entré allí y la cerró.

  • Ya puedes ponerte en pie, Juan – me ayudó con su brazo -: échate en la pared y déjame a mí hacer lo demás. No podemos entretenernos mucho. En cuanto acabe, saldré y dejaré la puerta abierta. Tú te vistes y vuelves a gatas hasta la estufa.

  • Vale – me puse en pie -, lo he entendido.

Me bajó rápidamente los pantalones y los calzoncillos, me la cogió con su enorme mano y la acarició un poco. Luego, comenzó a mamármela de tal manera que creí que no iba a resistir nada. Paró y volvió a acariciármela y a lamerla.

  • Tienes una polla preciosa – dijo -; lástima que no pueda entretenerme demasiado. Lo siento, Juan. Tenemos que quedar con más tranquilidad. Me encantaría que me follaras.

Volvió a mamar con ansias y le cogí la cabeza de pelo negro y corto.

  • ¡Oh, Carlos! – le dije -; cómetela. Es toda tuya.

Me vino el gusto y me corrí en poco tiempo. Entonces la lamió bien para secarla, subió mis calzoncillos y me puso los pantalones. Mientras tanto lo miraba asustado. Era un policía precioso. No podía irme sin quedar con él.

  • ¡Venga! – dijo - ¡Agáchate y no te levantes. Vete para mi sitio por debajo del mostrador.

2 – En la cafetería

Me dio papel y bolígrafo y le puse mi teléfono y mi dirección, pero me dijo que yo tendría que salir ya de allí; sobre las 6:30 y, que si quería verme otra vez, que lo esperase en la cafetería de la esquina.

  • Yo salgo a las ocho – me dijo -, pero hoy llega mi compañero a las siete. Si me esperas allí tomando café, desayunamos juntos ¿Qué dices?

  • Sí, sí, Carlos, por favor – insistí -; te esperaré lo que haga falta.

Entonces bajó una mano moviéndola con un billete de 10 euros.

  • ¡Toma, anda! – dijo - ¡Te invito a esperarme!

Cogí el billete muy contento y le oí decir que me fuese a la esquina de la puerta a gatas y me pusiese el chaquetón. Cuando estuviera preparado, me abriría las dos puertas: la de la cabina y la de la calle.

  • ¡Gracias, Carlos! – le acaricié las piernas -, te lo debo todo y, además, me encantas. Te adoro.

Cuando llegó la hora, me fui gateando a la esquina, me puse el chaquetón y se oyó el ruido de las cerraduras electrónicas. Antes de abrir la puerta, miré aquella cara tan varonil, tan seria, tan dulce… y le dije:

  • ¡Je! ¿Quién me iba a decir a mí que te iba a conocer? Te esperaré con toda ilusión.

Me guiñó un ojo tapándose con la mano y salí de allí como cualquier otro visitante o enfermo. Al salir a la calle noté un frío que me llegó a los huesos, pero corrí (no sin miedo a los chorizos) al bar de la esquina. Ya estaba abierto y había bastante gente. Me senté en una mesa y pedí un café y una tostada pequeña. Tenía a Carlos en mi mente como algo que se tiene en el corazón. ¡No! No podía ser ¿Cómo me iba a haber enamorado de un policía en cinco minutos? Pero la espera se me hizo un poco larga. Me pedí una copa y seguí esperando haciendo dibujos en las servilletas: corazones, pollas, uniformes… Todo era azul; como él. Era mi hombre azul ideal.

Pasó el tiempo, que no para aunque se nos haga largo, y le vi entrar por la puerta de la cafetería y buscar con la mirada. Le hice un gesto con la mano, se acercó a mí y me besó en la mejilla.

  • Hola, Juan – dijo sentándose frente a mí -, hubiera apostado a que no estarías aquí esperándome. Te soy sincero. Creí que no eras más que un chulo en apuros que había encontrado un lugar donde esconderse. Pero veo que no es así. Me has esperado y, entonces, pienso que eres un tío maravilloso que me ha caído del cielo esta noche ¡Vente a casa a descansar!

  • Ammm, verás… - le dije -, si mis padres se despiertan y ven que no he vuelto, van a mover lo inmovible por buscarme.

  • ¿Tienes el teléfono? – preguntó -; llámalos y diles que estás aquí. No les mientas. Luego les dices que vas a descansar en casa de unos amigos

  • ¿De unos amigos? – me extrañó el comentario - ¿Es que no vamos a estar solos?

  • ¡Sí, claro, por supuesto! – exclamó -. Vivo tan cerca que podemos ir dando un paseo ¿Te vendrás, no?

Le sirvieron el desayuno y me empalmé sólo de ver esa cara enfundada en su uniforme azul.

  • ¡Claro, claro! – le dije - ¿Acaso tienes duda de que me encantaría estar contigo?

  • Lo que te he dicho de que te vengas con unos amigos es porque vivo en un piso con un compañero. Puedes quedarte allí como en tu casa, Juan. Yo necesito salir a medio día unas dos horas, pero estarás acompañado por Antonio. Es mi compañero de piso ¡No pienses en otra cosa, porque aunque le va el rollo, no hay nada entre nosotros!

  • ¿Vives con otro poli?

  • Sí – contestó seguro -, pero aunque es muy guapo… a mí no me va su estilo. Convivimos y ya está.

  • Me da corte quedarme con alguien a quien no conozco – espeté -; no sé qué decirte. Quiero estar contigo. Me gustaría estar contigo.

  • Vas a estar conmigo – dijo -, él aparecerá cuando yo salga y le dejaré una nota de que tú estás en mi cama ¿Te gusta? No te molestará en absoluto. Es un tío muy serio. Sabrá por qué estás en nuestra casa y en mi cama ¡No es tonto!

  • Voy a llamar por teléfono un poco más tarde a mi casa – le aclaré -, es temprano y se pueden asustar, pero, por favor, déjame estar contigo el tiempo que puedas.

  • Piensas lo mismo que yo – dijo -; en realidad fui un poco atrevido a meterte mano, pero cuando te vi en la puerta, empapado, con mala cara, te abrí inmediatamente. No pensaba que me ibas a gustar mucho más después ni que yo podría gustarte ¡Te vas a venir a casa! ¿Vale?

  • Sí, por favor – le dije – y si me niego, oblígame. Eres un hombre precioso y… no sé qué me pasa

  • Amor – dijo -; tal vez sientas un algo, ese algo que no puede explicarse, ese algo que yo sentí cuando te vi.

  • ¿Nos hemos enamorado, Carlos?

  • No lo sabremos hasta que pase un tiempo - me apretó la mano -; ahora desayuna conmigo y ya se verá lo que pasa.

  • ¡Me encantas!

3 – En casa de dos policías

Dimos un paseo despacio y me miraba insinuante. Yo le rocé la mano varias veces, pero me di cuenta de que no quería gestos de ese tipo estando de uniforme. Sin embargo, cuando se cerró la puerta del ascensor, se echó en mis brazos y nos abrazamos y nos besamos. Luego, entramos en su casa. No era una casa muy decorada; un piso de soltero sin mucho adorno.

Volvió a abrazarme y me dijo que me quitase aquella ropa húmeda, que tomase una ducha caliente y que me daría ropa cómoda. Pero no tuve la ropa mucho tiempo puesta, porque nos fuimos a su dormitorio y follamos desesperadamente. Yo pensaba que me había enamorado de aquel tío moreno, tan dulce, tan amable, tan delicado, que no parecía un policía. Me trataba con una ternura especial. Me acariciaba como si tuviese en sus manos algo frágil que deseaba conservar. Yo no podía resistir su mirada. Me importaba un bledo que me pinchase su barba un poco. Nos besamos y nos acariciamos sin parar hasta que se volvió y me pidió con algunos gestos que me acercase a él y lo penetrara. Era algo que no había imaginado en mi vida, pero cuando entré en él ya no pude quitarme de la cabeza que no podía faltarme de mi lado ¡Me había enamorado de un policía!

Estaba tan cansado que me quedé dormido. Me tapó bien y con cariño. Me besó y me pareció que me decía adiós con unas palabras bellísimas.

Llamaron a la puerta suavemente y desperté.

  • ¿Sí?

  • ¿Carlos? – dijo alguien - ¿Estás dormido?

  • Hmmm… - no sabía qué decir - ¡No, no! Carlos ha salido un par de horas. Volverá para el almuerzo.

  • ¿Cómo? – preguntaron - ¡Perdona que te haya molestado! No sabía que había alguien ahí.

  • ¡No importa! – contesté -, soy Juan, un amigo de Carlos. Pasa si quieres.

Quien había llamado no se lo pensó dos veces y abrió la puerta con cuidado.

  • ¿Puedo pasar?

  • ¡Pasa, pasa! – le dije -. Estás en tu casa ¿no?

¡Dios mío! Era otro policía, algo más bajito y un poco claro de pelo. Guapísimo. Entró mirándome asustado.

  • ¿Te encuentras mal o algo? – preguntó - ¿Quieres algo para tomar?

  • ¿Cómo te llamas?

  • Soy Fran – dijo en voz baja -, el compañero de apartamento de Carlos. Pero considérame como tu amigo. Si estás mal o algo

  • No – le dije -, ya no. Gracias a Carlos que me ha ayudado esta noche.

  • Pero… - se extrañó - ¿él no estaba en el hospital?

  • Sí, sí – le aclaré -, es que me puse un poco mal y me ayudó.

  • ¡Jo, chaval! – se volvió para salir - ¡Siento mucho haberte despertado!

  • ¡No, espera! – levanté la voz - ¡No te vayas!

  • ¿Necesitas algo?

  • Te importa sentarte un poco aquí y charlar conmigo – dije con astucia -; no quiero estar solo.

  • ¡No me importa! – dijo -, pero Carlos no tardará más de una hora.

Se sentó junto a mí en la cama y yo, ¡desvergonzado de mí!, le eché el brazo alrededor de su cintura. Creí que iba a asustarse, pero me acarició la cabeza y me besó en la frente.

  • ¡Eres muy guapo, tío! – me miró fijamente -; no me extraña que Carlos te haya traído a casa. Eres de su tipo. Como se enamore de ti, serás muy feliz.

  • ¿En serio?

  • En serio – dijo -, Carlos es punto y aparte. No lo pierdas.

  • ¡Gracias, Fran! – lo miré sonriendo -. Tú también eres muy guapo. Y el uniforme os sienta

Salió mi mano, no sé cómo, y se posó en su pierna cerca de su bragueta. Le acaricié un poco y se acercó a mí y me besó.

  • Quien es amigo de Carlos – dijo -, es amigo mío, bonito.

Mi mano subió sola hasta su bulto y estaba empalmado. Levanté las sábanas y le dejé ver mi cuerpo en pelotas. Abrió su boca admirado y le apreté la polla un poco. Se quitó el cinturón y se abrió la portañuela, pero antes de que hiciese nada, ya le estaba yo tirando de los pantalones hacia abajo. Se agachó y se quitó las botas mientras yo le acariciaba y le metía la mano por el hueco de los calzoncillos. Se bajó los pantalones con rapidez y se quitó la camisa. Se inclinó y me besó. Le agarré la cabeza y besé su preciosa boca mientras que, poco a poco, se iba echando en la cama conmigo. Nos besamos un buen rato. Ese tío me ponía loco. Le tiré de los calzoncillos y se volvió de espaldas a mí. También quería que lo penetrase, pero me incorporé y me acerqué a su polla. No era muy grande, pero era muy bonita. Comencé a hacerle una mamada y se abrió de piernas y me agarró la cabeza. Se corrió en poco tiempo. Me levanté y me miró sonriente como si no creyese lo que estaba pasando. Entonces, me puse ya tras de él y se la metí empujado y tirando de su cuerpo hasta que entró hasta el fondo. Miraba hacia atrás para verme. Comencé a darle con fuerzas y volvió la cara para besarme. Era guapísimo y no pude aguantar nada. Me corrí en varios chorros y me abrazó un rato respirando aceleradamente, como yo.

  • Por favor, Fran – le dije -, no he podido resistir verte con el uniforme y tu belleza, pero no le digas a Carlos que lo hemos hecho. Si hay oportunidad, te prometo que estaremos juntos, pero piensa siempre que mi amor es Carlos. No puedo remediarlo.

  • No te preocupes, Juan – dijo asustado -, yo no voy a decir nada. No quiero líos. Si estáis enamorados, estáis enamorados. Esto no ha sido nada más que una aventura maravillosa para mí. Guardaré silencio.

  • ¡Gracias!

Me levanté y salí con él al pasillo para asearme un poco, pero volví enseguida a la cama. Carlos, mi amor nocturno, estaba a punto de volver. Me metí en la cama y me quedé medio dormido.

Yo no quise engañar a Carlos, porque lo amaba profundamente y un día, le dije que había tenido una aventura con Fran, que había caído en esa tentación. Se volvió muy serio mirándome y me dijo:

  • ¡Gracias! Fran es más guapo que yo y yo también he caído en la trampa de su belleza, pero sigues conmigo ¿Me quieres?

  • Te amo más que a nadie, Carlos – sollocé -, vivamos los dos solos juntos.

  • Mañana prepararé todo para compartir mi vida contigo. Me gusta la gente sincera.