Dos tazas, dos golpes
Lo que iba a ser una plácida tarde, se convirtió en la peor pesadilla que he vivido. El atraco que sufrimos en nuestra casa ha marcado mi vida.
DOS TAZAS, DOS GOLPES
Eran poco menos de las 16,30 de aquella tarde otoñal. Cuando el gong del timbre se expandió por nuestro salón, no dudé en abrir la puerta, aunque, en realidad, no esperábamos a nadie. Tampoco imaginaba, ni podíamos sospechar, la sorpresa que nos íbamos a llevar.
Recuerdo que la cafetera estaba sobre la vitrocerámica. Dos tazas sobre la mesa del salón aguardaban, oteando cada rincón, el líquido negro, oloroso y humeante. La cafetera comenzaba a silbar. Las tazas dirigieron sus miradas hacia la cocina.
De dos zancadas, seguido por las miradas de ambas tazas, me planté en la puerta de nuestra casa. Cuando descerrajé nuestra libertad, me los encontré allí, sobre el penúltimo escalón. Nerviosos, con gesto del más allá, primos de la parca, portadores de desgracias, ejecutores de injusticias y, lamentablemente, dueños del dolor.
Las pistolas negras de aire comprimido, semiautomáticas con cargadores tipo revolver y tambores de ocho balines, pasaban por reales. Un par de manos de unos treinta años sostenían el dolor. Cuando entraron en nuestro salón, tras de mí, mi mujer y las tazas se acojonaron. El café dejó de silbar en la cocina. Presumiblemente, también se cagó de miedo y en un acto cobarde, abandonó en la espera a las asustadizas tazas.
El más alto, el más decidido, me empujó hacia el sillón en el que se acobardaba mi mujer. El otro, el más desgraciado, sonreía poseído por la locura.
-Tranquilos, que nada va a pasar. No quiero ningún ruido más alto que mi voz. Y yo hablo muy bajito. ¡Tú!-Dirigiéndose a mí-, siéntate al lado de la puta. Y tú, Sim, cierra la puerta con la llave y tráela aquí. ¡Ah!, y apaga el televisor.
El sujeto recibió la orden sonriendo con ese gesto desgraciado que le acompañaba continuamente. Las tazas le dirigieron la mirada mientras maniobraba con la llave. Le observé que, probablemente por descuido, tras cerrar nuestra libertad, dejó las llaves sobre una mesa rinconera que había en el salón.
-Bien, ahora vamos al saqueo. ¿Dónde tienes el dinero?. Y quiero seguridad en tus respuestas-Me amedrentó con la mirada-, si me mientes o tratas de engañarme, la puta pagará, ¿Verdad, Sim?.
El desgraciado sonrió mostrando las caries que se refugiaban en su boca. Su mirada lasciva se dirigió, siempre en presencia de las dos tazas, hacia mi mujer que a esas alturas, era más que probable, ya estaría mojada de temor.
-Tranquilo con eso-Dije señalando la pistola de aire comprimido a la que yo, enajenado de miedo, confundí con la realidad que te da el pasaporte para el más allá-, te diré donde está.
-¡No!. Iremos los tres. Yo, tú y ésta-Dijo agitando la prolongación de su mano derecha y colocándose delante como cualquier borrico-, iremos los tres. La zorra se quedará con Sim.
Mi joven mujer, con su rostro amarillento, parecía estar asomada al balcón de la muerte. Libraba una dura pugna por no gritar…o por no llorar…o tal vez…!Qué se yo!.
El intruso me siguió hasta nuestra habitación. Las puertas del armario se separaron y, abriendo un cajón, extraje una caja de caudales con la llave puesta. La pistola de aire comprimido me ordenó que la llevara en presencia de las tazas.
Sobre la mesa, Larry sacó los tres fajos de billetes que había dentro de la caja de caudales. Todos acompañábamos el conteo del dinero con nuestras miradas. Las tazas también. Mil, dos mil, tres mil…veinte mil ochocientos euros separados en tres paquetes desiguales. Las caries del desgraciado sonrieron a Larry y éste apuntó la pistola al techo lacrado. Era la señal de que el golpe había merecido la pena. ¡Veinte mil ochocientos euros!. El sueldo de un año. Los ahorros en negro. Las privaciones de mucho tiempo. Las ilusiones de nuestro viaje de aniversario…y algo más.
-Mira, Sim. Este cabrón tiene pasta gansa. ¡Veinte mil pavos!. ¡Qué hijo de puta!. Hoy hemos tenido suerte. Bien, ahora entrégame todas las joyas de la zorra-Dijo a la vez que señalaba con la pistola a mi mujer-, y quiero todas. To…das.
-No tenemos joyas-Dije sin mentir-, podéis registrar la casa. No somos de joyas. Sólo tenemos las alianzas de nuestra boda, y un par de pares de pendientes de mi mujer.
-Bien, ¡Pues los quiero ver aquí!-Dijo a la vez que dejaba caer un cenicero de cristal cerca de las tazas que, horrorizadas por el posible impacto, temblaron sobre sus platillos.
Nuevamente viajamos hasta la habitación. Los tres. Larry, mi cuerpo, y su pistola de aire comprimido comprimiéndome la espalda. Tomé los pendientes de ella y, ya en el salón, se los entregué al desgraciado mientras mi mujer se sacaba el anillo de boda. Junto al mío y los cuatro pendientes, se perdieron en la mano del portador de caries.
Mi mujer no quitaba ojo a Sim. A Larry parecía divertirle. Notaba su miedo en la cara. Y eso le entusiasmaba. Le daba más valor. A mi me provocaba ira.
-¿Y tú qué miras, bruja? ¿Seguro que tenéis más oro escondido?-Dijo Sim.
-No, ya os he dado todo lo que teníamos-Contesté.
-Tú te callas, ¿Te he preguntado a ti?, quiero que me responda la bruja. ¿Cómo te llamas, bruja?
-Pam. Pamela-Respondió ella menos dubitativa de lo esperado.
-¿Y el cerdo de tu marido?-Volvió a preguntar Sim.
-Karlsson-Respondí de inmediato.
-¿Karlsson?, ¿Qué clase de nombre es ese?, ¿Me tomas por un estúpido?
-No, me llamo Karlsson. Böril Karlsson, nombre sueco-Respondí.
-Te está vacilando, Sim-Escupió Larry.
Sim me miró como no dando crédito a lo que acababa de oír. Larry sabía que, un solo intento de tomar el pelo a Sim, era sinónimo de dolor. No obstante, optó por callar mientras observaba como Sim se acercaba a Pamela. Su mano endurecida por multitud de callos, alguna cicatriz, y la bandera de la destrucción envuelta, cercó el fino cuello de mi pequeña flor.
-¡Esos pendientes, puta!. ¿No decías que solo teníais dos pares?-Me espetó con rabia a la vez que sus caries amenazaban con abandonar su boca-, ¡Quítatelos o te los quitaré yo de un tirón!.
Aquellos pendientes. Bisutería pura. Familiares de las pistolas de aire comprimido. Falsos. De diario. Pero en la enajenación de Sim, la palabra falso no tenía cabida. Todo era aprovechable. Todo se podía cambiar por unas micras, unos gramos de cualquier mierda para drogarse si el golpe era certero.
Pam alzó sus manos y se quitó aquél par de pendientes de pega. Sostenidos por su mano temblorosa, Sim nos enseñó sus caries mientras volvía sonreír.
-Huele a café, bruja. ¡Danos café!. Ordenó Larry.
Yo permanecía de pies, a su lado, con la mirada fija en Pamela. Observé como, a duras penas, se incorporó apoyando el peso de su cuerpo en el brazo del sillón. Sim sonrió. Las tazas lo captaron todo. Pamela se encaminó hacia la cocina donde el silencio de la cafetera ocultaba su temor. Sim iba tras ella. No quería sorpresas.
Sin algarabía, con sumo respeto, las tazas recibieron el café humeante. Cuando besaron los labios de Larry y Sim, hubiera deseado que sus bordes fueran dos cuchillas afiladas. Tanto Pam como yo, no tuvimos opción de café. Poco podíamos imaginar que aquellas dos tazas que mi mujer había puesto sobre la mesa mientras yo ponía la cafetera, no las usaríamos esa tarde para tomar café.
-Queremos whisky.
La pistola de aire comprimido se movía veloz dando órdenes. Y entonces aulló la voz del desdentado.
-Oye, Larry, ¿Me pregunto si ésta guarra llevará algún piercing de oro en el ombligo?.
-Averígualo-Contestó Larry.
Aquello casi provoca mi desmayo. Pam vestía ropa de estar en casa. Sudadera de chándal, sin nada debajo excepto el sujetador, pantalón a juego, y sus diminutas braguitas. Levantar la sudadera y mostrar su ombligo era fácil. Pero sentí un escalofrío que me recorrió la espalda y se alojó en modo sólido alrededor de mi ano. ¿Y si les daba por buscar más a fondo?.
-Bruja, ¿Llevas algún piercing?-Preguntó Sim.
Pam me miró a los ojos implorando lo imposible. Las pistolas me parecían tan reales como irreal lo que nos estaba sucediendo. Si, yo sabía donde, desde cuando y por qué llevaba un piercing en su clítoris. Las seis semanas de abstinencia sexual me habían matado a pajas. Ese era el tiempo que nos habían dicho que necesitaba su clítoris para curarse. Aquél capricho era raro y serio. Muy serio. Había que hacer una perforación del capuchón clitoridiano. Eso conllevaba riesgos. Por suerte, tanto Pam como yo, estuvimos de acuerdo y visitamos al mejor piercer de la ciudad. El resultado fue un precioso y agradable aro. La estimulación que ella obtenía, había compensado todo.
-Os he dado todo lo que tenemos. El dinero, el oro…, cuando esté abierto el banco, os puedo dar más. Tenéis suficiente dinero para hoy.
El golpe fue certero. Tropecé con la mesa y las tazas bailaron nerviosas. Mi barbilla comenzó a sangrar. Mi pómulo derecho, se coloreó rápidamente. Larry había usado parte de su fuerza para soltar el huracán de aire comprimido que sostenía en su mano, contra mi cara. Lo encajé sin aspavientos. Pam era quien me preocupaba. Pam y el piercing.
-¡Qué te parece!, el Sr. Calzon dando órdenes. Así aprenderás-Dijo mientras me miraba y me dejaba claro que la violencia era lo que mejor manejaban-, solo abrirás la boca, antes de que te la rompa, cuando te autorice. ¿Has entendido, Calzon?.
Asentí con la cabeza. Poco importaba que aquél sujeto me llamara “Calzon” en vez de Karlsson.
-¿Te he preguntado que si tienes algún piercing, zorra?
Sim insistía. Las tazas se habían silenciado. Todo había vuelto a la normalidad. Todo, menos mi cara.
-No, no llevo ninguno-Balbuceó Pam manifestando dudas-No me gustan esas cosas.
-¡Levántate la sudadera!. ¡Enséñanos el ombligo!.
Pam mostró su ombligo limpio. Cerré los ojos en un suspiro de alivio. Aquello terminaba allí. Eso creía…
-No la creas, Sim. Esta zorra tiene aspecto de ser de esas guarras que llevan piercing. Regístrala a fondo.
-¿Y que dices a eso, guarra?. ¿Llevas algún piercing donde yo pueda encontrarlo?.
-Noooo, no llevo ninguno. Os lo he dicho, por favor…
Y comenzó a sollozar. Y comenzó a declarar con su llanto. Y pasó lo que no quería que pasara.
Sim se abalanzó sobre Pamela. Larry empujó el cañón de la pistola contra mi espalda otra vez. Pam intentó impedir que el hombre de las caries se apoderara de ella. No lo consiguió. Con suma facilidad, la sudadera gris salió del cuerpo cálido diciendo adiós a los veintiséis años de mi joven mujer. El sujetador, blanco marfil, fue a parar cerca de las tazas sucias por el café. La mierda también se había apoderado de su blancura. Aún se notaban las marcas de los labios de aquellos hijos de puta.
Los pechos de Pam no mostraban piercing alguno en ninguno de sus pezones. Sin embargo, lo que si mostraban, era su generosidad tanto en forma como volumen. Aquello desarmó al hombre de las caries.
-A lo mejor lo lleva en el coño, Sim-Sugirió Larry a la vez que su expresión manifestaba que comenzaba a divertirse con aquello.
-Os daré más dinero. Os lo prometo. Mañana cuando abran el…-Ya no sabía ni lo que decía.
Otro golpe. Otro dolor. Otro aviso. Si, en el mismo lado de la cara. Ahora con la mano. Creo que con el puño cerrado. Tal vez.
-¡Si vuelves a abrir la boca, hijo de puta, te la cierro para siempre!.
Larry era contundente. Agresivo y, todo hay que decirlo, muy convincente.
-Siiiiii, Larry-Dijo Sim arrastrando la “i”-, es posible que lo lleve en el coño.
-No uso esas cosas-Dijo Pam sollozando con más intensidad.
-Ahora lo veremos, zorra.
Como poseído por el diablo, Sim se encaramó en el sillón primero y sobre Pam después. No hubo intento de zafarse de aquél desgraciado. No existió posibilidad. El pantalón gris, parte fundamental del chándal, fue bajado hasta las rodillas. Con una fuerza descomunal, la costura cedió y lo rompió. La visión de las bragas duró un segundo apenas. La mano cuarteada de Sim las destrozó y las lanzó hacia atrás por encima de su espalda. Cuando separó las piernas de Pamela, su limpio pubis mostró que la depilación había merecido la pena.
Horrorizado miré lo que pasaba. Las tazas asistían impertérritas al espectáculo. Sucias, si, pero regodeándose de la suciedad que aún habría de llegar.
-Vaya, vaya… ¿Con que no había piercing, eh?-La bofetada se estampó en pleno rostro de Pam-No me gusta que me mientan, zorra. Esto lo vas a pagar.
-Ja, ja, ja,…¿Se lo vas a quitar, Sim?.
-¿Tu crees que el “Calzón” este no hará nada?. Preguntó mientras sujetaba a Pam son sus manos y sus piernas.
-A éste le atamos y nos divertimos con la putilla, ja, ja, ja.
Sim seguía sujetando a Pam que no paraba de agitarse entre su fuerza. Larry me arrimó una silla y me obligó, a punta de aire comprimido, a sentarme en ella. Pasé los brazos entre los huecos del respaldo y con el sujetador color marfil, mis manos fueron inmovilizadas.
Larry fue al baño y escuché unos golpes primero, unos ruidos después, un estropicio más tarde. Cuando regresó, supe qué había ocurrido. Buscaba lo que traía en las manos. Esparadrapo. Mi boca se fundió con la tela marrón del esparadrapo. Creí morir. Me faltaba el aire. No podía respirar. A duras penas, me forjé de calma y pude comenzar a inspirar por la nariz. Bramaba, hacía ruidos, me cagaba en la puta madre de los dos. Todo bajo el esparadrapo. Todo en silencio. Tras eso, los tobillos se unieron bajo la cinta adhesiva.
Larry dejó la pistola. Las tazas, nuevamente, se violentaron al sentir el objeto cerca de ellas. Pam cedió en sus esfuerzos. Sim bajó la guardia al notar la escasa resistencia de Pam. Todos descansamos. Lo peor iba a llegar. Sin dilación.
-Te voy a quitar el piercing con la polla, zorra. ¡Sujétala, Larry!.
El hombre de las caries, el desecho de alcantarillas, el desgraciado aquel, iba a forzar a Pam. Los dos la forzarían. Lo sabía. Las tazas también lo sabían y se aprestaron a mirar. A verlo todo junto a mi. Tal vez en un alarde de solidaridad, tal vez por vicio…, tal vez por morbo.
El cuerpo de Pam se debatía entre las manos de Larry mientras Sim bajaba sus pantalones y sus calzoncillos. Mostraba un culo peludo, hasta diría que sucio. Carente de músculos, flácido y feo, estaba adornado por dos o tres granos en el mismo glúteo. Cuando le vi la polla, sentí asco. Tenía aspecto de sucia. Las lágrimas de Pam brotaban como un río por las comisuras externas de sus ojos. Larry había usado el esparadrapo con ella. Su boca se había sellado como la mía. Y las tazas no hablaban.
El cuerpo de Pamela yacía tumbado en el sillón. Larry, situado tras ella, sujetaba sus brazos por las muñecas. Sim, separaba sus piernas con su cuerpo entre ellas. A medio camino entre la flacidez y el deseo, arrimó su polla a la raja de Pam. Las lágrimas me empañaron los ojos. Era mejor no verlo. Pero con dos empujones, flacidez y suciedad, entraron en el cuerpo de mi joven mujer. Las tazas aplaudieron la culminación…sin darme cuenta que era yo quien había provocado el tintineo al golpear con la silla el borde de la mesa. Larry me miraba regodeándose de mi sufrimiento. Sim empujaba y salía, salía y entraba. Pam lloraba. Ya no se agitaba. Recibía las embestidas… sumisa. Sin protestas ostensibles. Con asco.
Cuando Sim se salió del cuerpo de mi mujer, vi un pene duro, brillante, envuelto de Pam. Un pene distinto al que había ido de visita. Ahora estaba fuera. Al aire. Tomándose un respiro antes de soltar su veneno.
Pam. Me fijé en ella. Su raja se mantenía abierta. El agujero era visible desde donde me encontraba. Miré su cara. Su color era el propio de quien se está asfixiando. Respiraba con dificultad, pero respiraba. Yo, desgraciado de mi, no paraba de ejecutar sonidos. Uno tras otro. Pataleaba agitado hasta que me caí provocando un gran estruendo que hizo que las tazas aplaudieran mi caída como algo gracioso. A la vez, habían firmado su silencio. Ya no volverían a sonar. Sería su penúltima vez.
Larry y Sim también rieron al verme tirado en el suelo y atado a una silla. Si antes tenía pocas posibilidades de moverme, en aquellas circunstancias, vencido y humillado en el suelo, no tenía ninguna. En la posición que caí, aún podía ver los cuerpos. La perspectiva de la polla de Sim, entrando y saliendo de Pam, aún era visible. Cuando volvió a la carga, comprobé que se vaciaba sobre el vientre de ella. Pam cerró los ojos. Sobre sus pómulos quedaban marcadas las sendas del río de lágrimas. Al terminar Sim, con la estación del calor corporal, ya se habían secado.
Con los pantalones del chándal, limpió el vientre de Pam y el veneno de él. Salió de entre las piernas de Pam con su polla aún en alto y se situó, dando el relevo a Larry, en el lugar que éste ocupaba. Aquellas manazas aferraron las muñecas de Pam… y Larry también se bajó los pantalones.
Mis fosas nasales se inflaban cada vez que tomaba aire. Mis fuerzas me abandonaban. Mis ojos vivían despatarrados…hasta que se cerraron cuando vi el tamaño del pene de Larry. Si se iba a follar a Pamela, cosa que no dudaba, su clítoris corría peligro.
Larry se mostró más diligente, más cuidadoso, más fino. Desnudo por completo, se agachó sobre el cuerpo de Pam y lamió sus pezones. Curiosamente no tuvo prisa. Y curiosamente los pezones de Pamela se endurecieron pese al salvajismo al que estaba siendo sometida.
La barra enorme de Larry descansaba sobre el vientre de Pam. Justo donde había soltado el veneno Sim. Carente de pudor, sin asco. Como camaradas.
-Te voy a quitar el esparadrapo de la boca, putilla. Si haces el menor ruido, si se te ocurre gritar, si haces algo que no entre en el guión, te arrancaré el piercing y después te meteré un soberano puñetazo en el coño. ¿Lo has entendido?.
Pam asintió con su cabeza y el “ras” se escuchó con nitidez hasta que el esparadrapo desapareció bajo la risa de Sim.
Pamela tomó aire una y otra vez. Con la boca abierta trataba de hacer acopio de oxígeno para, probablemente, expulsar el mayor y mejor grito que jamás había expulsado.
Cuando la cabeza del pene de Larry se posó sobre sus labios, ella los cerró más. Larry la miró. Con la mirada la comunicó lo que deseaba. La bofetada que Sim la proporcionó la ayudó en la decisión. Abrió sus labios y el glande de Larry se ocultó dentro de su boca. Morí en el intento de no querer ver.
Sim babeaba. Larry suspiraba. Yo sudaba. Pam chupaba aquel pene. Las tazas miraban.
Violentamente duro, el pene se auto expulsó de la boca de Pam como un corcho se evacua de la botella de champagne tras ser agitada. Separó aún más las piernas de mi mujer y con la palma de la mano, dejó sobre su raja la saliva que se acababa de escupir sobre los dedos.
Con precisión y sin pausa, entró hasta el fondo de la vagina de Pam. Ella ya no lloraba. Incrustado hasta el fondo, permaneció unos instantes mientras saboreaba la calidez del sexo de ella. Cuando vagina y pene se habían acomodado la una al otro, el balanceo comenzó. Larry, de rodillas sobre el sillón, con el cuerpo de Pam aferrado a sus manos, empujaba con suavidad, regodeándose de sus embestidas. De vez en cuando agachaba su cabeza y mordisqueaba con sus dientes los pezones duros que Pamela ofrecía. Estaba siendo violada ante la atenta mirada de todos. Por segunda vez.
Cerré los ojos y traté de pensar con coherencia. El daño ya estaba hecho. Se iban a llevar veinte mil ochocientos euros y unas piezas de oro. Un par de polvos de Pam y mi cara magullada. Eso era todo. Y dos cafés.
Jugar a ser valiente, cuando tu rival tiene pistola, y cuando tú estás atado a una silla y vencido y humillado sobre el suelo, no tiene sentido. Deseaba, por lo tanto, que todo aquello acabara con rapidez. Pam y yo acudiríamos al hospital de una forma reservada, sin publicidad, y luego, tras asegurarnos de que la semilla de aquellos desgraciados no iba a crecer en el vientre de mi mujer, sufriríamos en nuestra casa nuestra amarga experiencia.
La miré de nuevo. Su rostro, con la boca abierta, había perdido ese matiz de rebeldía. No parecía de humillación, ni de vejación. Tampoco quería pensar que era un rostro de colaboración, pero me consolé imaginando que era de pasividad. Hechos consumados sin más daños colaterales.
El suspiro alertó mis sentidos. Un leve jadeo iba abriéndose camino entre mi desgracia y su violación. Larry jugaba con ella. Empujaba despacio, se retiraba tres cuartos y embestía con dureza y profundidad. Pamela gemía.
-¿Has visto, Sim?. La zorra disfruta. Le gusta que me la folle. Seguro que el alelado ese del “Calzón” la deja insatisfecha muy a menudo.
Larry seguía jugando con ella. Empujaba y se paraba, salía y la dejaba en tensa espera.
-¿Si le digo a Sim que te suelte los brazos, me prometes que no harás nada que interrumpa este maravilloso polvo que te estoy echando?.
Ella no contestó de palabra, pero su respuesta fue contundente. Elevó la grupa para recibir mejor las embestidas del potente miembro de Larry. Eso le gustó. Eso me mató. Las tazas quedaron indiferentes ante mi cobardía.
Larry estaba disfrutando. Sim, por el contrario, nada acostumbrado a la suavidad, componía un gesto dubitativo. Asistía desde un lateral del sillón, de pies, con un cigarrillo en la mano, al polvo que su jefe y compinche estaba echando a mi mujer. Por un momento me pareció que se iba a solidarizar con ambos e iba a colaborar. Prefirió fumar.
Pamela gemía abiertamente a cada nueva embestida. Disfrutaba. Ya no había dudas. La follada era de su agrado. Sentir aquel miembro dentro de su coño era de su plena satisfacción. Se me cayeron los palos del sombrajo. No me lo esperaba. Larry, envalentonado, seguía con su particular juego. Entraba, se resbalaba en el retroceso y apretaba de nuevo. Se paraba, hundido hasta el fondo, y salía lentamente de nuevo. Ya en el exterior, con su glande aplicaba unos golpes sobre el piercing de Pamela, lo que provocaba más jadeos de ella y más…deseo de ambos.
A Sim no le había bajado la erección, que aún mantenía desde que había eyaculado sobre el vientre de Pam. Los brazos de mi mujer descansaban sobre el sillón, desmadejados. Su cabeza, ligeramente girada hacia mí, mantenía sus ojos cerrados…pero su boca abierta gimoteando el placer, me partía en dos. En tres. En mil.
Las manos de Sim se apoderaron de sus pechos. Las caries se mostraron de nuevo y sus dedos apresaron los pezones de ella. Larry no dijo nada. Pamela tampoco protestó. Las tazas se inhibieron. Yo lloré.
Pamela, con sus veintiséis años, víctima de un atraco en nuestra propia casa, víctima de una doble violación…perdón, ¿Dije doble?. No. Víctima de una violación, se estaba dejando follar y estaba disfrutando del pene del jefe de la mini banda. Delante de mi, delante de ellos, mostrando sin pudor alguno su placer. Delante de las tazas.
Entre los brazos activos de Sim, Pamela se incorporó hacia Larry. Los labios de ambos se juntaron a iniciativa de ella y sus lenguas bailaron dentro de sus bocas. Larry terminó por sentarse en el sillón y ella por abrazarle por la nuca para pegarse con sus tetas al pecho de su violador. Sim sacó sus manos de entre los cuerpos y comenzó a masturbarse delante de los dos y de espaldas a mi humillación.
La profundidad de las arremetidas fue constante. El acople era el perfecto y el placer, lentamente llegaba a ambos cuerpos. Con un empujón seco de Larry, Pamela exteriorizó su orgasmo y dejó escapar sus “ayes” de placer. La vertida de semen se hizo sin movimiento que acompañara los estertores. Clavado hasta el fondo, el glande se hinchó y dejó escapar el líquido viscoso y blanquecino que fue expulsado a través de la uretra. Pamela desfalleció sobre el pecho de Larry. Sim, masculló entre las caries algún tipo de insulto y se corrió con apenas un par de gotas que no tuvieron fuerza para desprenderse de su meato. Yo estaba muerto. Las tazas se habían solidarizado con los actores del polvo. Guardaban un silencio respetuoso. Todo se rompió en un instante.
El gong de la puerta volvió a sonar una hora y media más tarde que la primera vez. Las tazas se alertaron. Larry se olvidó del polvo y se alejó de Pam aún con el pene erecto. Ella quedó derruida sobre el sillón con su mano derecha sujetando la vida que Larry había empujado contra su útero y Sim…corrió a abrir la puerta con el aire comprimido en la mano. Desnudo. Con caries. Descerebrado.
Cuando Larry quiso detenerle ya era tarde. Sim había tomado las llaves de la mesa de rinconera y, pistola en mano, abría la puerta de la casa. Tres tipos rubios, gafas de sol, buen perfume, guantes en las manos y una efectividad impresionante, le habían reducido en un par de segundos. Lleno de caries y con el pene flácido, parecía un pingajo cuando los rubios le introdujeron en el salón. Pam se incorporó. Larry fue sometido de inmediato. Él aún andaba con el pene duro. Las tazas, esas pequeñas hijas de puta que habían asistido a la violación de Pamela y a mi humillación, se habían secado dejando las marcas del negro café en sus bordes. El ADN de nuestra experiencia.
-¿Qué ha pasado aquí?-Preguntó el que parecía ser el más resuelto.
-Parece un…
-Si, un robo-Dijo el “resuelto”.
-Nos han robado, me han violado y nos han maltratado-Comenzó a declarar Pam-, y a mi marido le han atado a la silla y le han golpeado.
-Vaya, vaya…ladronzuelos de poca monta y violadores de víctimas indefensas. Desatadle-Dijo refiriéndose a mí-, y vosotros ahí quietecitos. ¿Qué les han quitado?
-El dinero que hay sobre la mesa y esas piezas de oro-Dije una vez que me quitaron el esparadrapo.
-Bien, bien, bien…-Dijo examinando las pistolas de aire comprimido-, sin clase. Las pistolas son falsas. Son de aire comprimido y no hacen daño, no tienen balines. Sólo ruido. El dinero nos lo llevamos, el oro se lo quedan ustedes. En cuanto a estos dos…si usted quiere…
Si. Quería. Las putas tazas me miraban nerviosas. Percibí el temblor de ambas cuando tomé una en mis manos. La dejé caer al suelo seguro de que se iba a quebrar. Con sumo cuidado, haciendo acopio de la serenidad que me insuflaba mi dolor, me agaché y tomé el trozo más grande de porcelana, el más hiriente, el más benevolente con mi dolor, el más solidario.
Mientras los secuaces del “resuelto” sujetaban a Larry y a Sim, nos agachamos delante de los cuerpos de ambos maleantes. Pam delante de Sim, yo, al frente de Larry. Los aullidos debieron oírse en la casa de al lado, pese a que vivíamos en un chalet. La sangre, a borbotones, manaba piernas abajo por el cuerpo de Larry. El corte que hice en su pene fue certero. No volvería a follar más.
Sim, por su parte, sufría un episodio cuando Pam le incrustó un trozo de taza en su ano que, según los enfermeros que llegaron a casa tras los incidentes, podría haber sido la causa del incidente cardiaco que había acabado con su vida y el sufrimiento de sus dientes.
Pam, cubierta con una manta. Yo, aplicándome una compresa de hielo en la cara. La policía, a lo suyo…tomándonos declaración… y encima de la mesa…una taza que había visto todo. La otra, emulando mi alma, descansaba rota en el suelo. Nos habían robado dos veces en la misma tarde, pero Pam me había robado todo el botín. Mi amor por ella.
Coronelwinston