Dos solitarios

Encuentro casual

Hacía pocos días que había roto con mi pareja y me había marchado de casa, por lo que andaba un tanto alicaído y pasaba más tiempo en la calle que en mi nuevo domicilio.

Aquella tarde estaba sentado en la terraza de una cafetería; por aquello de que en las terrazas se puede fumar; con la mente en otra parte, pensando en mis cosas que eran, por qué no decirlo, poco halagüeñas. Me distrajo un tanto una mujer que se sentó en la mesa de al lado, porque estaba de muy buen ver, según se aprecia en la foto adjunta;  (Ya sé que en algunos sitios no podréis verla); Pero enseguida volví a mis meditaciones.

Pero no duré mucho con mis pensamientos, pues antes de que apareciese el camarero, la mujer se dirigió a mí preguntándome:

-¿Estás solo?

Aunque sorprendido, respondí:

-Pues sí.

-Yo también. ¿Te invito a un café y charlamos?

-¿Por qué no -Respondí.

Dejó su mesa y se sentó a mi lado.

-Me llamo Emilia –Dijo.

-Encantado. Yo José Luis.

-¿Y cómo es que estás solo?

-Ya ves, conflictos de pareja. Pero ese no es el tema, el tema es: ¿Cómo es que estás sola tú con lo buena que estás?

-¿De veras? No lo creas, ya voy siendo mayor y los hombres no se fijan en mí. Cuando me quito el sujetador tengo las tetas ya un poco caídas –Puso ambas manos debajo de ellas y se las meneó de una forma muy provocativa-. De hecho llevo más de cuatro meses sin follar, y estoy que me salgo de cachonda.

-Pues será porque no quieres.

-¿Tú crees? ¿Tú me echarías un polvo?

-Uno solo no, unos cuantos. Pero me pregunto: ¿Por qué te has fijado y dirigido a mí?

-Bueno, aquí no hay muchos maduros, solos y que me resulten tan excitantes como tú.

-¿Te resulto excitante?

-¡Uf! Ya te digo. Ahora mismo me has puesto el coño chorreando. Entre lo bueno que estás y el tiempo que hace que no siento una polla dentro… Y tú tienes pinta de tener un buen miembro.

Uniendo la acción a la palabra, me puso la mano en la entrepierna palpando mi pene que, efectivamente, ya se había puesto “furioso”.

-¡Madre mía que hermosura! –Exclamó.

-¿Te gustaría tenerla dentro? –Pregunté.

-¡Me enloquecería! ¡Y en mi boca! ¡Y mamarla hasta saciarme!

-¿Y qué podemos hacer?

-Si quieres podemos ir a mi casa y pasárnoslo bien.

-¿Ahora?

-Cuando te acabes la copa.

-Me gustas tú más que la copa, así que cuando quieras.

-Pues vamos, no vivo lejos y tengo las bragas empapadas.

Nos levantamos, pagó ella, y nos marchamos. Apenas tuvimos que andar unos 600 metros para llegar a su casa. Cuando entramos me dijo:

-Ponte cómodo, te voy a preparar una copa por la que no has terminado en el bar.

Me senté en un sofá y al poco regresaba con las bebidas. Mientras servía dijo:

-Seguramente habrás pensado que soy muy descarada, pero es que con lo necesitada que estoy; me masturbo claro, pero no es lo mismo; y con lo que tú me gustas, que en cuanto te he visto me he puesto cachonda, no he podido resistirme.

-Yo no pienso nada. Además me gustan las mujeres así: decididas y sin disimulos.

-Pues me alegro. ¿Ves como tengo las tetas un poco caídas? –Se bajó las mangas del vestido y me las enseñó. Desde luego no estaban más caídas de lo habitual, ni mucho menos, de hecho no llevaba sujetador, y sus pezones erguidos y desafiantes compensaban cualquier otra cosa. Traté de lamerle los pezones.

-No, espera, tómate la copa y deja que yo te ponga como tú me has puesto a mí.

La dejé hacer. Con todo lo cachonda que decía estar, parecía quererse tomar las cosas con calma, porque empezó a acariciarme la polla por encima del pantalón, muy suavemente. Sus actos no eran muy excitantes, pero sus palabras sí:

-¡Dios mío, qué rica que tiene que estar esta polla!

-¿Por qué no la pruebas?

-Ahora. Tú bebe.

Al fin me desabrochó el pantalón y me la sacó. Primero la acarició con sus pezones, luego con la lengua y los labios.

-¡Dios que polla! –Dijo -¡Qué maravilla debe ser sentirla dentro!

-Pues ya ves como está, así que cuando quieras…

-¡Sí, sí! ¡Vamos a la cama! ¡No aguanto más!

Apenas entramos en el dormitorio ya estábamos los dos completamente desnudos. Ella estaría ansiosa, pero yo no tenía ninguna prisa, de forma que me puse a acariciarle todo el cuerpo: Los labios, el cuello, los pechos, la espalda, el culo, los muslos… Todo muy lentamente con manos y boca. Se retorcía como una anguila y gritaba:

-¡Qué bien, qué bien! ¡Pero por lo que más quieras, métemela ya!

-¡Espera! ¡Disfruta!

-¡Sí! ¡Pero es que me voy a correr sin tenerla dentro!

-Pues córrete. Luego lo harás de otras formas.

Apenas me dio tiempo de rozar mis labios con su coño. Dio una especie de salto gritando:

-¡Mo corro, joder! ¡Me corro vivaaa!

Se quedó como desmadejada unos instantes, pero enseguida dijo:

-¡Qué gusto, qué gusto más grande! ¡Pero por favor, ahora quiero polla! ¡Necesito polla!

Como a mí también me hacía ya falta, la tumbé boca arriba, ella misma separó bien los muslos y sin más preámbulos se la metí en el chorreante coño. Empezó a babear.

-¡Ay como me entra! ¡Como la siento! ¡Qué ganas de tener el coño lleno de polla! ¡Qué hermosa polla! ¡Fóllame! ¡Fóllameee!

Durante más de media hora no sé si vivió un orgasmo constante. Se agitaba, gemía, gritaba:

-¡Más polla! ¡Quiero más polla!

Yo tenía que andar haciendo verdaderos esfuerzos para no correrme, pero lo conseguía.

-Sí te voy a dar más polla, guarra, pero ahora por el culo. Date la vuelta.

-¡Sí, sí! ¡Méteme ese pollón por donde quieras!

La puse a cuatro patas y con la misma lubricación de su empapado coño se la metí en el culo.

-Ay mamá! ¡Ay mamá! ¡Esto sí es follar! ¡Empuja! ¡Rómpeme el culo! ¡Me sigo corriendoooo!

-Pues yo también voy a correrme putita.

-¡En mi boca, por favor! ¡Dame tu leche en mi boca!

Me puse de pie, se arrodilló ante mí y no permitió que se escapase de su boca ni una gota de mi semen.

-¡Joder que gozada! –Dijo cuando lo hubo tragado todo-.

Nos tumbamos en la cama desmadejados. Al poco ella dijo:

-Sé que tienes que reponer fuerzas y no quiero atosigarte, aunque yo necesito follar más y más, así que: ¿Por qué no te quedas esta noche? Pedimos algo para cenar, recuperamos fuerzas y tenemos el resto de la noche para… lo que queramos.

-Bueno, yo no tengo inconveniente.

Así que pedimos la cena. Ni que decir tiene que mientras llegó y después de cenar, jugamos a todos los juegos sexuales posibles. Desde luego lo que menos hicimos fue dormir. Pero ella se tenía que levantar a las siete, pues trabajaba.

Cuando nos despedimos, en la puerta de la calle, me dijo:

-Ha sido maravilloso, y tenemos que repetirlo pronto… ¿Te parece mañana?

FIN

© José Luis Bermejo (El Seneka)