Dos putos de vista

Versiones encontradas de una pareja sobre un mismo episodio.

Dos "putos" de vista

No, tarada, te digo que lo había preparado todo con precisión para evitar contratiempos y hasta que me mandara a la chingada forever. Ya sabes cómo es tu amiga. Claro que era arriesgado, pero valía la pena. Al güey lo contacté a través de uno de esos avisos en las revistas especializadas -"Guapa y sexy chica; cuerpazo de ensueño; algo tímida. Pide por Sandy". Sí, uno de esos cabrones que parecen viejas y que no fijándose hasta las ves guapas. Su aspecto andrógino, con pechos operados, añadiría morbo y erotismo al juego. ¿Que si soy qué? ¿Qué te pasa? Cuando quieras te lo demuestro.

A Lorena sólo le había dicho que su regalo de cumpleaños sería una sorpresa a punto de llegar y que para entregárselo debía vendarle los ojos. No acababa de decirlo cuando escuchamos el timbre de la puerta y rápidamente le cubrí los ojos con una de las servilletas.

Ahí estaba "Sandy", vestida sobriamente y guapa. ¡No mames! Te juro que nadie dudaría de su feminidad. Con una señal le pedí que permaneciera callada. Me hizo un guiño en actitud de complicidad, dándome a entender que recordaba mis instrucciones de permanecer en silencio hasta que le ordenara lo contrario y no llevar ni una gota de perfume para evitar sospechas de Lorena.

Fingí hablar con alguien recibiendo el regalo, despedirlo en voz alta y cerrar la puerta como si nada. -Bueno, amor, por fin ha llegado tu regalo de cumpleaños, estoy seguro que te gustará. Te advierto que es un poco frágil así que a tratarlo con cuidado. No, aún no te descubras los ojos. Sólo confía en mí. -Le ordené.

De pie, la recién llegada miraba cómo conducía a Lorena para arrodillarla frente al sofá quien intrigada me preguntó si el regalo podría meterse a la boca, anticipándose a nuestros conocidos juegos. Le respondí que sí, pero que esperara, pasando mis manos por sus nalgas y muslos para calentarla un poco, pidiéndole que se dejara hacer y no intentara nada y menos tocar. Sandy me miraba inquisitiva, dispuesta a entrar en acción. Con un gesto le indiqué aguardar un poco. Su calentura se apreciaba inclusive enfundada en la falda, justo en la entrepierna donde una protuberancia sobresalía apenas.

Lorena, convencida de estar a solas conmigo, me exigía que continuara, porque ya hervía de tan caliente; que le bajara los calzones y la lamiera toda. Nada más oír esto la muda invitada me miró ansiosa e intentó decirme algo. Nuevamente le supliqué silencio.

Arrodillada Lorena, le subí el vestido hasta la cintura para apreciar su bien dotado trasero cubierto por unos minúsculos calzones negros y la acaricié para ponerla a tono. Me aparté ordenando a Sandy que se colocara a mi lado, pero en silencio. Lorena, alerta, levantó la cabeza como perra venteando el aire de la habitación, intentando identificar algún ruido o aroma.

Tomé una mano a Sandy y coloqué en las nalgas expuestas de Lorena que ya se movían rítmicamente invitando a metérsela cuanto antes, y empezó a masajearlas con habilidad. Debió haber notado alguna variante ya que dirigió la cara hacia atrás nuevamente en busca de respuestas, pero una buena nalgada de Sandy la calmó. Si algo le gusta a Lorena cuando cogemos son las nalgadas. Casi siempre ella las pide y casi siempre termina sus redondas nalgas coloradas y calientes, aunque agradecidas.

Finalmente se tranquilizó cuando yo mismo, apartando las manos de Sandy, le acerqué mis dedos por el oscuro agujero del culo, deslizándolos a sus inflamados labios y apretándole el clítoris. Era tanta su calentura que por los muslos le escurrían sus jugos acompañados de sus gemidos y expresiones características: ¡Ya cógeme! ¡No aguanto más! ¡Quiero tu verga! ¡Méteme los dedos! De veras, güey, así me dice siempre.

Para entonces, la invitada se encueró. Si vieras sus piernas. Qué piernas, güey, largas, depiladas y doradas. No, pendeja, no soy maricón, sólo reconozco la belleza. Se veía medio rara con esa figura y un pene erecto, eso sí, pequeño, como de 12 centímetros. No podía imaginar cómo con ese tamaño haría gozar a nadie. Qué equivocado. El palito de Sandy hizo maravillas aquella noche. Con un rápido movimiento de brazos se quitó el top dejando al aire sus bien manufacturados pechos 34b que lucía orgullosa.

Me aparté de Lorena para que Sandy retomara su tarea de calentamiento. No era mujer pero sabía cómo conducirse con ellas: sobando, apretando y pellizcando en las áreas estratégicas con muy buenos resultados. La pobre de Lorenita, como perra en celo, se retorcía emitiendo unos quejidos para mí hasta ahora desconocidos.

Si ella la estaba pasando bien, de rodillas y escurriendo, Sandy no podía esconder su gozo con los ojos en blanco y la vara tiesa. De no ser por ese detallito jurarías que era una mujer y además, muy bella y con unas nalgas redondas y sus chichitas paraditas que te invitaban a cogértela sin preámbulos. Tenía una figura cachonda que según él, atraía inclusive a las mujeres. Por eso lo contraté. ¿Para mí? ¿Qué te pasa? ¡No manches!

Con una seña le indiqué a Sandy que se detuviera y apartara para seguir con mi plan. A esas alturas la situación de Lorena era insostenible. ¿Has visto una perra en celo? Bueno, pues igualita la cabrona. Exigía ser cogida ya. Me quité la ropa y me senté en el sofá justo enfrente de ella y la atraje hacia a mí. La muy caliente se acercaba ya con la boca abierta en busca de mi pene. No, si te digo que ya no aguantaba más.

¿Lore, no quieres que te dé tu regalo? -le susurré al oído- mientras Sandy muy sigilosa, se aproximaba apuntando a sus nalgas, en espera de mi señal. Sin dejar de chupar el caramelo, asintió con la cabeza. Nunca lo hubiera hecho. La pinche muda se confundió o actuó a propósito, el caso es que la sorpresa por poco se convierte en tragedia.

¡Aaaay! Le salió un grito desgarrador a Lorenita, y cómo no, si la cabrona de Sandy sin esperar mis órdenes, se la dejó ir entera por el culo. Todo fue muy confuso, aunque muy cachondo: Lore en un grito lastimero, a punto de cerrar la boca conmigo dentro, Sandy con los ojos entornados y la cara deformada de lujuria, totalmente fuera de sí, sacando y metiendo su palito en ese agujero hasta ahora virgen y yo, -que no sabía si reír, detener la carnicería o agarrar a madrazos a la loca de Sandy que poseída se la cogía-, sin poder levantarme del sofá a poner orden impedido por la mano de Lorena aferrada a lo que me quedaba de erección.

Y es que eso no había sido lo pactado. Se trataba únicamente de cogérsela, pero por la vía natural, no romperle el culo y menos de esa manera, sin previo aviso. Sandy se justificó después aclarando que meterla en el culo es a lo que ella está acostumbrada y que por eso nada más afinó puntería y se fue con todo hasta adentro aprovechando la calentura y las humedades de Lorena.

¡Carajo, Lore, Suéltame! ¿Qué dices? -Le acerqué el oído. Que no la saque. -Me susurró. Está bien rico tu regalo. Que siga. Pero si estás sangrando –le advertí. ¡Qué te importa! Es mi culo. Que siga, por favor. Rogó a gritos. Te juro que no reconocía a esa sicópata que a cada embestida contra su culo lloraba de placer. Y, claro, como es multiorgásmica, se vino no sé cuántas veces en el breve tiempo de ser ensartada por Sandy.

Una vez satisfecha de tanta venida se le ocurrió que ya era hora de quitarse la servilleta de los ojos. Tumbada sobre el tapete, hecha un guiñapo, quedó sorprendida ante la figura de Sandy intentando descifrarla. Parece que no concordaba el reciente placer con aquella peculiar belleza y menos aún con su tamañito de verga. Luego de tanto dolor y gozo, seguramente se había imaginado un garrote descomunal,

¿No es lo que esperabas, verdad? –le preguntó retadora Sandy. Pues sí, la tengo pequeña, pero hasta ahora no he tenido queja de nadie. Es chiquita, pero rinconera. -Añadió amanerada. Y vaya que lo es. -Le respondió dolorida Lorena. Mira cómo me dejaste. No quiero saber cómo está mi pobre culito. Lo siento floreado. A ver, voltéate. Déjame examinarlo. -Le pedí como si fuera a hacer el recuento de daños. Ella captó perfectamente el sentido de mi petición. Sonrió ofreciéndome las nalgas. Atiéndete, papacito -me dijo-, te lo mereces.

No fue necesario echar mano del lubricante, el palito de Sandy había dejado el ano lo suficientemente dilatado para entrar sin reparos. Pero como a los dos nos gusta meterla siempre de un jalón por el placer que nos causa que ella sienta un dolorcillo sabroso, me fui directo, hasta el fondo. Debo decirte que el gritito acompañado de un gemido angustioso rescató mi autoestima perdida luego de la gozada de Lorena con aquel desconocido.

¡Qué rico y estrecho tenía el agujero! Sus enormes nalgas se abrían y cerraban aprisionándome. Las bolas chocando contra su vagina producían un sonido cachondísimo. Con cada chasquido atacaba con más vigor. Estaba a punto de venirme ahí dentro cuando Sandy me susurró: yo también quiero, al tiempo que se arrodillaba a un lado de Lorena entregando su apetecible trasero. Sí, güey, ella, bueno, él, me lo pidió.

No lo pensé mucho, total, ya entrado en gastos, y ante semejantes nalgas, me aparté de Lore para colocarme atrás de Sandy y sin pedir permiso se la metí hasta los huevos. Te juro que a ti también se te hubiera antojado. Para mi sorpresa, Lore cambió de postura: bocarriba abrió las piernas y le ofreció el coño empapado a Sandy quien sin pensarlo mucho se lo comió con ruidosos lengüetazos y mamadas. Los gestos de Lorena aumentaron mi excitación. Yo no podía aguantar más y como que me conoce bien, me ordenó: ni se te ocurra venirte ahí. Lo quiero en mi boca. Ya sabes, se vuelve loca con la leche deslactosada.

Me separé de Sandy y rápidamente me dirigí a la boca de Lorena con el tronco a punto del derrame, momento que aprovechó Sandy para dejar de mamarle el bollito a Lore y ponerse en la de misionero penetrándola una y otra vez. Lorena tomó con la mano mi verga manipulándola para dirigir ella misma toda la acción muy pendiente de mi inminente venida. Cuando sintió que me aproximaba a eyacular, aceleró sus movimientos pélvicos y en unos segundos los tres estábamos transportados de gozo viniéndonos al unísono.

No sé cuánto tiempo dormimos. Al despertar tenía a mi lado a Lore. Sandy se había marchado no sin dejar su tarjeta de visita que consistió en llevarse mis calzones y dejarme los suyos. Qué coqueto detalle, ¿no te parece? –comentó Lorena muy conmovida. ¡Estás loca!, ¿yo pa´ qué chingaos quiero los calzones de ese güey? Se los aventé a la cara y me fui a bañar.

No, esa no es completamente la verdad. Lo de la sorpresa es cierto, yo no me esperaba semejante regalote. Tú sabes que soy una mujer chapada a la antigua y que para mí el sexo ha sido un descubrimiento reciente y me ha costado mucho aceptar algunas cosas, aunque generalmente soy muy abierta. No te rías, sabes a qué me refiero. Por eso quiero contarte mi propia versión de los hechos. Ya escuchaste la versión de Diego, ahora escucha la mía y ya me dirás.

Cuando él me advirtió de la sorpresa me imaginé cualquier cosa, como esos detallitos pendejos: una pinche flor, un librito que jamás lees, un perfume que no necesitas, en fin, cualquier babosada de esas. Así que le seguí el juego. Me dejé vendar los ojos y acaté sus instrucciones. Yo lo que quería era coger, coger y coger. Nada más.

Al principio todo transcurrió como si nada, me arrodilló frente al sofá y me sobó las nalgas como de costumbre. Sentí cuando me subió el vestido y me manoseó por todos lados. Ya te digo, hasta ahí nada raro. Empecé a sospechar algo cuando pasaba el tiempo y yo permanecía en esa postura. Me tranquilicé al recibir en la boca su pene con su tufillo característico que me aloca.

Estaba concentradísima en mi labor mamatoria, ya sabes, tragando verga y sobando huevos dos minutos, sí, güey, tibios, como me gustan, cuando sin deberla ni temerla siento que me entra por el culo algo parecido a un bat de beisbol. No exagero, lo sentí así. Fue una embestida brutal, hasta lo más profundo. El grito que pegué te aseguro que se escuchó en la calle. Diego después me diría que se asustó y que estuvo a punto de írsele a madrazos al intruso. ¿Tú le crees? Yo no. Y sabes por qué, porque el cabrón es medio sádico cuando cogemos. Sí, mira, cuando cogemos, nada le complace más que metérmela de un jalón. Dice que le gusta mucho mi expresión de dolor y el gritito que doy. Bueno, admito que a lo mejor yo tengo algo de masoquista porque bien que me gusta ese primer empujón.

Pero una cosa es la verga de Diego, tamaño estándar, y otra es aquella tranca que me penetró sin mi consentimiento. Fue terrible el dolor.

Mis lágrimas caían en las bolas de Diego confundiéndose con mi saliva y su líquido seminal. Te confieso que aunque el dolor era intenso no se la solté para nada. Al contrario, me apliqué más en comérmela, y fue tal mi entusiasmo que casi se la muerdo, bueno, sí alcancé a darle una mordidita, porque muy enojado me dijo: ¡Pinche Lorena suéltame la verga! Pero ¡no manches!, cómo la iba a soltar si estaba tan parada y sabrosa.

Por si fuera poco el gozo, el desconocido entraba y salía por mi agujero con una confianza, como si fuéramos viejos conocidos. Se notaba su experiencia porque el dolor pasó rápidamente y luego vino el más grande de los placeres. Ya te digo, como si fuéramos carnales de años. Yo nomás rogaba a Dios que no ocurriera lo que me ocurre cuando soy víctima de grandes sobresaltos, sí, ya sabes, se me suelta el estómago. Es algo muy breve pero incontrolable. ¿No te acuerdas que ya me sucedió cuando aprobamos el examen de mate y también cuando choqué al estrenar la licencia? Ya te digo, es más fuerte que yo.

¿Te imaginas si me ha llegado a suceder? Aquello hubiera sido, ay, no, ni pensarlo, qué pena. La sorpresa se la habría yo dado a Diego. Y es que cualquier cosa podía pasar y más con el culo ocupado. Afortunadamente el placer fue tan, pero tan grande, que superó mi susto. No sé cuántas veces me vine; tampoco me preocupé por contarlas.

Sólo cuando empecé a sentir un escozor molesto entré en razón; me di cuenta realmente de lo que había sucedido y más cuando me quité la servilleta de los ojos, porque lo primero que vi fue una enooorme verga colgando de unas piernas bien torneadas. No te miento, era enorme, como las que siempre una anhela. Ya te imaginarás la impresión. Primero, el tamaño de aquello y luego, las piernas de mujer casi tan bonitas como las mías. Y la cara. Si vieras la cara. Haz de cuenta una chava bien guapa. Con razón la contactó este cabrón. Le gustó. Te aseguro que le encantó. Con decirte que me dieron celos.

Pues como te decía, ante esa imagen mi primer reflejo fue aparentar indignación. Ya sabes, por el qué dirán. Pero la verdad es que tuve que contenerme para no volverme loca con aquel paquetote que después de haber cumplido con su trabajo, aún se veía animoso, entrón. Qué te puedo decir, ¿has visto un órgano grandote? Pues este era monumental, era, cómo te diré, el mismísimo órgano de la Catedral. Un espectáculo.

Pero no iba yo a causarle otro disgusto al pobre de Diego que tanto entusiasmo había puesto en la fiestecita. Sí, otro disgusto, y sabes por qué, pues nada más por la odiosa comparación con el cuate ese que se hacía llamar Sandy. ¡Hazme el favor! ¡Sandy! Todos esos güeyes se bautizan con cada nombrecito. Te apuesto mis calzones a que se llama Godofredo.

¿Cómo que cuál comparación? Pues la que Diego debe haber hecho desde el principio de su pito tamaño "meshica" estándar con el de Sandy que ha de tener ancestros africanos. No, no miento. Nada más de acordarme se me hace agua la boca. No te digo, ya hasta me mojé. Es que no sabes, tendrías que verlo en todo su esplendor y en acción. ¿Sí me entiendes?

La mortificación de Diego era evidente, pero yo me hice pendeja y quise reconfortarlo. Para colmo, él, que siempre quiso ser el primero en romperme el ano, tuvo que tragarse su orgullo y fingir que le valía madres. Pero yo sabía muy bien que le había dolido mucho más que a mí. Por eso le puse las nalgas en la cara demostrando sumisión. No sé si me creyó, pero las aceptó y, como suele hacerlo, también ahí me la dejó ir de un tirón hasta los huevos.

Pero si he de serte sincera, luego de Sandy, lo de Diego fue una insignificancia. Como el hoyo para entonces era un socavón, la cosita de Diego entró como quien entra al Zócalo en domingo: ni un alma y amplio, amplísimo. Pero, no creas, me costó fingir dolor y placer, y sabes por qué, pues figúrate que como Diego se apresuró a penetrarme, no hubo tiempo de que se me saliera todo el semen que me dejó la tal Sandy que al ser una auténtica descarga actuó como bálsamo y súper lubricante. Por eso te digo que el güey de Diego habrá sentido mucho placer, pero yo absolutamente nada.

Me calentó mucho más y no sabes de qué manera, ver cómo se entendieron entre ellos después. Resulta que cuando Diego me la metía por el ano Sandy le dijo que él también quería. Sí, Sandy le dio las nalgas a Diego. Fue una escena bien caliente. Se puso de rodillas junto a mí con sus nalgotas listas. Ay, güey, no manches, si las vieras: redonditas y duritas como las mías. No, si te digo que estos se cuidan más que una. El caso es que el pinche Diego me la sacó para metérsela al nalgón aquel y no vieras cómo la gozaban. Sí, como lo oyes, los dos. Los hubieras visto, estaban como idos y yo, como cualquier banco del país: no daba crédito. Es que los hubieras visto.

¿Que, qué hice? Pues entrar a la diversión. Yo no me iba a quedar así, caliente y con ganas de meterme lo que fuera por donde fuera. No sé, era tanto el deseo que de buena gana me habría metido una silla. Así que me acomodé como pude debajo de los perritos. Te juro que parecían unos perritos cogiendo sin pudor. Abrí bien las piernas y le ofrecí mi cosita a la perrita. Sí, a Sandy. Enseguida se puso a lamerme. Ay, güey, qué manera de mamar. Con decirte que Diego jamás me lo había comido así. Quién sabe que tiene en la lengua ese güey, pero lo que hace con ella es pura filigrana.

Tampoco me acuerdo de cuántas veces me vine con su lengua milagrosa incitada por la escenita de Diego cogiéndose a la Sandy. No, si aquello era la locura.

El colmo del placer vino después cuando yo ya no daba más y me fui deslizando hacia la cosota aquella para meterla ahora sí, por vía natural, y, qué bárbaro, no dejaba de sorprenderme aquel instrumento. Ya te he dicho lo que disfruto cogiendo con Diego, ¿verdad? pues nada que ver con este güey. Como la tiene tan larga y tan gruesa, la sensación de ser cogida con todas las de la ley me ahogaba y casi pierdo el sentido. Y es que este cabrón me dio en el punto G que el pendejísimo de Diego es la fecha qué no sabe cómo encontrármelo. Ya te digo, el placer llegó a ser tan grande que me hice pipí. Sí, me oriné. Por más esfuerzo que hice para aguantarme, fue inútil, simplemente me oriné mojándolo todo a mi alrededor.

¿Que si se molestó por la bañada que le di? No, al contrario, me dijo que le gustó mucho el calorcito en las pelotas. El tarado de Diego ni en cuenta. Él estaba en lo suyo. Si vieras la cara que tenía con eso gestos de placer atormentado. Daba risa el cabrón. Muy macho, muy macho, pero cogiéndose a la tal Sandy. Para disimularlo, al sentir que se venía, se la sacó para ¿qué crees? Pues sí, para venirse en mi boca. Yo me negué. Claro que me gusta bebérmelo hasta la última gota, pero no después de haber estado ahí adentro que ve tú a saber lo que había. Así que lo mandé a la chingada y seguí en lo mío, gozando como nunca en interminables orgasmos hasta que dije ¡Ya! ¡Basta!

Quedé hecha una piltrafa. Todo me dolía y me ardía: el culo, el coño, el clítoris; ay, mi pobre cosita. Pero valió la pena. Y ¿ellos? Pues como te decía, se entendieron bien. Se echaban unas miraditas luego de terminar, de no creerse. Comprenderás que ante esa escenita tenía que hacer algo. Y lo hice. Me urgía largarme de ahí y dejarlos, así que me vestí apresurada y creerás que ni me respondieron cuando me despedí. No, güey, ni siquiera escucharon el portazo. ¡Qué pinche par de locas! ¿Cómo ves?

Fin