Dos primos muy primos
Un veinteañero, con la ayuda de su primo mayor, intentará ganar una apuesta que acabará perdiendo.
Con el 1… ¡la locura! Como todo buen portero que se precie.
Toño llevaba horas en el bar. Aquella era su quinta cerveza y cada vez tenía menos ganas de ir al partido.
Con el 5… ¡la potencia! Una auténtica fuerza bruta sobre el campo.
Iago iba conduciendo camino del pabellón donde jugaban. Esta vez iba acompañado. A su lado, dándole conversación, iba su esposa.
Con el 6… ¡la juventud! Es más rápido, ágil e incansable que cualquiera.
Alfonso había estado toda la tarde en el gimnasio y a última hora estaba ultimando la quedada para salir de fiesta por la noche.
Con el 7… ¡la experiencia! El talento puro al servicio del equipo.
Jordi estaba apurando hasta los últimos segundos en el trabajo antes de plegar. Tenía que pillar el coche y pasar a recoger a Toño y Alfonso.
Con el 8… ¡la inteligencia! Un capitán siempre debe ser cerebral.
Ya en el vestuario, Richard se estaba cambiando pensando en el equipo. Se pregunto qué es lo que habían hecho mal. Tenía claro que la plantilla era un despropósito.
Iago y Richard eran amigos de toda la vida. Habían jugado juntos a fútbol desde pequeños. Ellos dos y Jordi eran los últimos integrantes del equipo de veteranos que habían formado hacía un par de años. Desde entonces el equipo se había ido desmembrando poco a poco debido a los compromisos ineludibles que se van adquiriendo con la edad. Cada vez más habituales asuntos familiares, dificultades para llegar a fin de mes o la llegada de algún que otro bebé habían sido algunos de los motivos por los que finalmente se habían visto los tres solos.
Jordi había sido quien había traído a Toño y Alfonso, dos primos a los que conocía del barrio. El portero solía tener siempre alguna excusa para no acudir a los partidos y, cuando no la encontraba, era frecuente que se presentara en incipiente estado de embriaguez. Por su parte, el más joven de todos, un veinteañero caprichoso, solía ser foco de problemas debido a su irritante chulería. El día que no se enfadaba porque no le pasaban un balón, se mosqueaba porque nadie podía ir a recogerlo.
—¡Vengo «tó morao»! —soltó con orgullo Toño al entrar al vestuario donde ya se encontraban Iago y Richard.
A los dos amigos no les hizo mucha gracia el comentario, pero le siguieron el rollo para no enturbiar el ambiente.
—Dice que se ha tomado diez cervezas —dijo Alfonso, riéndose de las gracias de su primo mayor.
—¡Venga, va! Que el equipo contrario ya está calentando —les apremió el capitán.
—Es el puto Jordi, que siempre apura, el cabrón —se quejó el veinteañero.
—¡No me hagas hablar! —replicó el aludido, pensando en el tiempo que había perdido convenciendo a Toño para que no les dejara tirados una vez más.
El partido no fue del todo bien. A pesar del gran trabajo de Iago, el buen juego de Jordi y los goles de Alfonso, el equipo se fue a los vestuarios con una nueva derrota.
Richard era el que se veía más afectado por los malos resultados. En silencio, sentado en el banco del vestuario, introdujo una mano dentro de los pantalones para, de forma instintiva, estirarse el pene con la intención de que no pareciera tan pequeño como realmente era antes de desnudarse para ir a la ducha.
El capitán no pudo evitar echar un vistazo a sus compañeros a medida que se iban desvistiendo. No era la primera vez que lo hacía, simplemente, por comparar.
El primero en el que se fijó fue en su amigo, con el que tantas veces había compartido vestuario. Iago era alto y corpulento. Estaba fuerte, aunque sin necesidad de marcar musculatura. Completamente depilado, tenía un pene de tamaño medio, circuncidado.
A su lado estaba Toño. El portero, que llevaba perilla, era bajito y cabezón. Aunque era delgado no se veía enclenque. A veces iba rasurado, pero últimamente se había dejado crecer en el pubis una abundante mata de pelo que hacía que su buena herramienta, con un glande desproporcionadamente grueso, perdiera espectacularidad.
Jordi, el más veterano, tampoco era demasiado alto y su fisonomía era más bien redondeada. Sin estar gordo, tenía un cuerpo voluminoso. Igualmente, no iba depilado, pero su pene sí era pequeño. Eso reconfortaba a Richard.
El primero en avanzar hacia las duchas, completamente desnudo, fue el más joven del equipo. El capitán se fijó en él. Era casi tan alto como Iago, aunque mucho más estilizado, con un cuerpo completamente fibroso. Se empezaban a notar las horas de gimnasio. El veinteañero era moreno y, por lo que él decía, un triunfador con las mujeres. Richard le creía, sobre todo si tenía en cuenta lo que le colgaba entre las piernas. El pene de Alfonso era alargado y grueso, bastante más grande que el de su primo. Las bromas sobre su tamaño eran habituales en el vestuario.
—¿Has quedado para salir esta noche? —Iago, que fue el siguiente en ir a las duchas, se dirigió amablemente a Alfonso.
—Sí, claro —contestó como si no fuera posible ninguna otra posibilidad.
—Luego dices que no tienes pasta para pagar la liga —se quejó Jordi, irrumpiendo en la conversación.
—Tú cállate, viejo —replicó el aludido, molesto por la verdad que acababan de decirle—. Y vete a casita con tu mujer —soltó con evidente intención de menospreciar su vida hogareña.
—Al menos yo duermo acompañado —se defendió.
—Sí, pero yo seguro que esta noche follo —bromeó Alfonso, haciendo reír a su primo.
Iago, que ya se estaba vistiendo, prefirió no volver a entrar en la conversación mientras Richard, que se había duchado con premura, escuchaba asqueado las pullas que se lanzaban unos a otros.
—A la que pilles esta noche la vas a hartar de rabo —rio Toño, bromeando sobre el tamaño del miembro viril de su primo.
—Todos hemos tenido tu edad, Alfonso —argumentó Jordi—. Yo también he tenido mi época.
—¿A cuántas te has tirado? —preguntó el joven mientras regresaban de las duchas.
—Bueno, gente, nos vemos —se despidió Iago.
—Chao.
—Nos vemos.
—Venga…
—Espera, que salgo contigo. —Richard guardó con prisa la toalla y la ropa sucia en la mochila y se marchó junto a su amigo.
—Pues no sé… me habré calzado a más de treinta —Jordi continuó la conversación por donde la habían dejado, provocando las carcajadas de Alfonso.
—¿Y eso son muchas? —siguió riendo—. Yo me habré tirado a cientos.
—¡Venga ya! —el veterano del equipo no se lo creyó.
—Si este cada vez que sale, moja —apuntó Toño—. Y, a veces, con más de una.
—Te estás tirando el moco —insistió Jordi.
—Tío, que yo puedo follarme a la que quiera. Puedes ponerme a prueba. Dime una tía que esté buena y me la tiro.
—¡Qué hijo de puta! —rio Toño con estruendo.
—Bah, vacílale a otro —sonrió Jordi.
—En serio, tío, a la que quieras —dibujó una sonrisa de suficiencia.
—Venga, vale —aceptó al fin el reto—. La mujer de Iago —soltó, mostrando una mueca victoriosa.
—No sé ni quién es. ¿Está buena?
—Que si está buena… tío, tú no has estado con una mejor —aseveró Jordi.
—Pero será mayor, ¿no? —el veinteañero no las tenía todas consigo.
—¿Y? —intervino el portero—. ¿¡No me digas que no te has fijado en ella!?
—¿Ha venido al partido? Yo me he fijado en una… la única que estaba buena…
—Pues esa.
—¡No me jodas! ¡Puto Iago, si esa tía está buenísima!
—¡Fóllatela! —le instó Toño, descojonándose de risa.
—Déjalo, Alfonso, esa mujer no es la típica niñata que te encuentras saliendo de marcha. No está a tu alcance —le advirtió Jordi.
—No hay mujer en el mundo que se resista al rabo de mi primo —afirmó el portero, en tono de broma.
—Me juego lo que quieras a que no eres capaz de hacer nada con ella —insistió Jordi, convencido de que la mujer de Iago era inalcanzable.
—La pasta de la liga —apostó finalmente el veinteañero, seguro de sí mismo.
—Vale. Tienes hasta final de temporada.
—Trato hecho —concluyó Alfonso, saliendo del vestuario sin perder el gesto de suficiencia.
Iago le había propuesto a Richard que fuera a cenar a casa y el invitado había aceptado.
Mientras Sara preparaba la cena, Richard se quedó mirando a la mujer de su amigo. Era rubia, con una melena larga y cuidada. Estaba envuelta en una elegante camiseta de color rojo y unos vaqueros ajustados. De espaldas, eran apreciables las curvas de sus caderas y el perfecto volumen de su trasero. Cuando se dio la vuelta, sonrió al hombre que la miraba, mostrando su precioso rostro, ligeramente maquillado. Richard bajó la mirada, fijándose en la silueta de sus admirables pechos, ni muy grandes ni muy pequeños, que se adivinaban firmes a pesar de no estar sujetos por ningún sostén.
—Esto ya está listo. ¿Me ayudas a preparar la mesa?
—Claro —soltó Richard, despertando de sus peligrosos pensamientos.
En los años que hacía que Sara y Iago estaban juntos, Richard y la mujer de su amigo habían construido una gran amistad llena de confianza y complicidad que se reflejaba mayoritariamente cuando estaban solos. Ella no quería que su afecto por Richard fuera malinterpretado por Iago y él temía que alguien descubriera lo que realmente sentía por Sara, incluido ella.
—Dime, antes de que vuelva Iago con el pan, ¿cuándo podremos quedar a solas? —le preguntó Richard.
—Uf —resopló—. Ya sabes que es complicado…
—Bueno, si no quieres… —se resignó.
—Claro que sí quiero, tonto. Pero no es fácil encontrar un hueco en el que no esté Iago.
—Me vas a hacer odiarlo.
—¡Anda! —rio—. No seas exagerado.
—No lo soy…
—Bueno, seguro que algo podremos hacer —concluyó cuando escuchó la puerta del piso—. Mientras, disfrutemos de esta noche —sonrió.
Al mismo tiempo que los tres amigos se divertían conversando durante la cena, Jordi acababa de acostar a sus dos hijas pequeñas y se arremolinaba en el sofá junto a su esposa. Hacía tiempo que no hacían el amor y le dio rabia pensar que Alfonso tuviera razón. Era más probable que esa noche el veinteañero tuviera sexo antes que él, a pesar de estar casado.
Con disimulo, Jordi palpó uno de los orondos muslos de su mujer, que se dejó hacer, alimentando las esperanzas del hombre cercano a los cuarenta. Animado, subió la mano por el rollizo cuerpo femenino, alcanzando los enormes senos, donde se entretuvo palpándolos.
—¿Qué haces, Jordi? —se quejó ella—. Que las niñas están durmiendo.
—Por eso. Lo hacemos con cuidado, en silencio.
—¿Y si se despiertan?
—Estamos atentos.
—Es que si hemos de hacerlo prestando atención a las niñas…
—Pues vamos a la habitación.
—No me apetece… quiero ver Sálvame deluxe .
—¡No me jodas! —se resignó al fin, sabiendo que, una vez más, se iba a quedar sin polvo.
Jordi miró hacia el televisor, pensativo. Volvió a acordarse de Alfonso y, con rabia, se preguntó qué estaría haciendo.
Después del partido, Toño había decidido acompañar a su primo de marcha. Primero habían ido a un garito a beber para hacer tiempo hasta la hora de ir a la discoteca donde Alfonso había quedado con unos amigos que les pagarían las entradas a cambio de consumir LSD.
Toño estaba solo, sentado en un sofá retirado del ambiente de música y color que fluía en el resto del recinto. Tenía los ojos completamente abiertos y solo los cerraba cuando creía ver el enorme monstruo que rondaba por los alrededores. Estaba teniendo un mal viaje.
Por su parte, Alfonso estaba en el centro de la enorme sala, bailando junto a una jovencísima pelirroja de piel clara. El chico le acarició la melena y sintió el sabor anaranjado de su textura recorriendo sus papilas gustativas. Se acercó más a ella, hasta alcanzar su aroma, que le abrazó literalmente. Alfonso sintió cómo el perfume femenino se aferraba a su entrepierna. Sonrió, divertido con esa sensación y, sin más miramientos, la besó. Ella reaccionó positivamente y el contacto físico produjo música. El veinteañero, más allá del tecno que sonaba a todo trapo, escuchó la canción All my loving versionada por el grupo Los Manolos.
—¿Vamos fuera? —preguntó la pelirroja.
—¿Qué dices, tía? No estás tan buena —rio Alfonso.
—Vete a la mierda, gilipollas —se marchó, ofendida.
El primo de Toño se quedó en el centro de la pista, descojonándose, hasta que vio a la despampanante morenaza que llamó su atención. Se acercó a ella. Era la mujer con la que acabaría follando esa noche.
A la semana siguiente, el equipo se volvió a reunir para jugar un nuevo partido de la liga de fútbol sala a la que estaban apuntados. El encuentro estaba disputado y habían llegado a los instantes finales con empate en el marcador.
Toño sacó de puerta, dejándole el balón a Richard, que lo jugó de primeras sobre su amigo. Iago amagó un par de pases y, tras los movimientos de rotación del equipo, pudo adelantar el esférico para Jordi. El técnico jugador regateó a un jugador, dribló a un segundo y filtró un pase entre la desordenada defensa. El receptor fue Alfonso que, tras un recorte, dejó sentado a su par. Encaró al portero y, con una perfecta vaselina, salvó la salida del guardameta.
Una gran jugada que acabó con un extraordinario gol para conseguir la victoria en las postrimerías del encuentro. La algarabía se adueñó de los integrantes del equipo, que corrieron en busca del autor del tanto, que extrañamente se dirigió hacia la grada.
Sara, absorta pensando en cómo encontrar un hueco con el que poder quedar a solas con Richard para hablar de sus cosas, no estaba atenta al partido. El amigo de Iago era un trozo de pan y ella siempre sonreía para sus adentros pensando que era lo más parecido a tener un amigo gay. De repente, se sorprendió al escuchar los gritos en la pista. Alzó la mirada y observó a uno de los del equipo señalándole con el dedo.
—¿Es a mí? —preguntó ingenuamente, completamente descolocada.
Alfonso aseveró con un gesto de cabeza y Sara se lo agradeció con una sonrisa, entendiendo que le estaba dedicando un gol. Por primera vez, se fijó detenidamente en el joven. Era guapo y eso ayudó a que se sintiera ligeramente halagada debido a su atrevido gesto, al que no le dio mayor importancia. La dedicatoria quedó en una anécdota hasta que, una vez finalizado el encuentro, Iago salió del vestuario.
—¡Gran partido! —Sara corrió a abrazar a su marido, felicitándolo por la victoria.
—Pero si seguro que has estado pensando en tus cosas en vez de vernos jugar —se quejó, sabedor de que a Sara no le gustaba mucho el fútbol y solo lo acompañaba porque a él le hacía ilusión.
—Pues un poco, la verdad —se sinceró, sonriendo.
—Es más, seguro que no te habrías enterado ni de que hemos ganado si no te hubieran dedicado un gol —frunció el ceño, mostrando su disgusto.
—¡Huy! Que esa carita me la conozco. No me digas que te has enfadado porque el chaval me lo ha dedicado.
—Es que no entiendo por qué lo ha hecho si ni te conoce.
—¡Ay, cariño! Pues porque se lo ha dedicado a la afición y como yo soy la única afición que tenéis… —bromeó, quitándole hierro al asunto.
—Tal vez tengas razón —se calmó mientras iban apareciendo el resto de integrantes del equipo.
Alfonso fue el último en salir. Cuando lo hizo, se encontró con Sara.
—¿Te han dejado sola?
—Hola. No, estoy esperando a que mi marido vuelva con Richard, que han ido un momento a sacar dinero.
—Me presento. Soy Alfonso.
La mujer evaluó al chico, que era alto, como a ella le gustaban los hombres. Tenía el pelo corto, pero lucía un peinado moderno, casi rapado en los costados. La boca era grande y los labios gruesos. El piercing que adornaba su nariz, junto a su pícara sonrisa, le daban un aire de pillo. Todo en conjunto era bastante atractivo.
—Sara. Encantada.
El veinteañero aprovechó para fijarse bien en el rostro de la rubia antes de darle los dos besos. Tenía los ojos oscuros, ligeramente verdosos y los pómulos, con una pequeña ayuda del maquillaje, realzados. Los labios eran finos, pero parecían carnosos. Y la piel, morena, era tan suave como pudo comprobar al besarla.
—Oye, tu chico no se habrá enfadado porque te haya dedicado el gol… —soltó jocosamente.
—¡Ah, claro que no!
—Entonces, ¿te los puedo seguir dedicando? —sonrió, tal y como hacía cuando estaba ligando.
—Bueno, entonces Iago igual sí que se mosquea un poco —le quiso cortar, pillando rápidamente las intenciones del veinteañero.
—Lo tendré en cuenta. —No perdió el semblante—. Por cierto, ¿sabes dónde están Jordi y Toño?
—Creo que te esperan en el coche.
—Perfecto. Nos vemos en el próximo partido entonces.
—Sí, si vuelvo —sonrió para despedirse.
—Tienes que volver. Si no, nos quedamos sin público —le dedicó la mejor de sus sonrisas antes de darse media vuelta y marcharse definitivamente.
Y Sara volvió. De hecho, la mujer de Iago se convirtió en una asidua de los partidos y, en cada uno de ellos, cuando Alfonso marcaba, aprovechaba para dedicárselo disimuladamente, ya fuera con miradas clandestinas, gestos encubiertos o conversaciones furtivas a pie de pista.
Aunque procuraba no darle importancia, la situación incomodaba a Sara. No quería contárselo a Iago para que no se enfadara, pero temía que no hacer nada le diera alas a Alfonso. Pensó en dejar de asistir a los partidos, pero eso suponía buscar una excusa para su marido y tampoco quería que sus decisiones se vieran afectadas simplemente por el comportamiento irrespetuoso de un niñato. Así que decidió hablar con él cuando encontrara el momento.
—Oye, Alfonso…
—¿Sí?
—Quisiera pedirte que dejaras de dedicarme los goles.
—¿Por? Pensé que era algo que te podía gustar, no que te molestara… disculpa —se hizo el sorprendido.
—No es eso. Claro que me gusta que me dediquen goles, es todo un honor —exageró—. Lo que no creo que esté bien es que lo tengas que hacer a escondidas.
—Pero si fuiste tú la que me dijiste…
—Yo te dije que si me los dedicabas todos, Iago se iba a enfadar.
—Pues eso… lo hacía para que no se enfadara, perdona.
—Bueno, no pasa nada. Es que si fuera alguno de vez en cuando… ¡pero es que marcas muchos! —lo halagó, sintiéndose ligeramente culpable por las disculpas del joven.
Alfonso forzó más la sonrisa, incomodando a Sara.
—Vale, entonces hemos quedado que dejas de dedicarme goles a escondidas —quiso concluir la conversación dejándolo todo bien claro.
—Déjame que te dedique alguno de vez en cuando, mujer… —puso cara de pena.
—Está bien —sonrió ante la chiquillería de Alfonso.
—Entonces estate atenta durante los partidos, pues nunca sabrás cuándo te puedo hacer una dedicatoria —le indicó con complicidad, alejándose y concluyendo la conversación sin dejar opción a réplica.
El día en el que Richard pudo quedar a solas con Sara había llegado. El treintañero tenía que comprarse ropa y siempre usaba el pretexto del asesoramiento femenino para que ella le acompañara. Puesto que a Iago no le gustaba ir de compras, tenían la excusa perfecta.
—¡Hola, guapo! —saludó Sara al ver llegar a su amigo.
Richard se acercó a la mujer para darle dos besos, esperando que ella lo abrazara como siempre hacía. El hombre sintió los brazos rodeando su cuerpo y se dejó llevar por las sensaciones que envolvían ese gesto: olerla, tocarla, apretujarse contra sus libidinosos pechos… Le habría gustado que ese momento especial no terminara nunca, pero ella siempre se acababa separando.
—Venga, a ver qué necesitas…
Los dos amigos recorrieron varias tiendas. Él decía lo que precisaba y ella le asesoraba. Él se probaba la ropa y ella finalmente elegía. Durante el proceso mantenían conversaciones eternas. Ambos disfrutaban sobremanera de la inestimable compañía del otro.
—Uhm, esos pantalones te quedan perfectos —opinó Sara cuando Richard salió del probador con los tejanos que ella le había recomendado.
La mujer de Iago se fijó bien en su amigo. Era un hombre del montón, de estatura media y, aunque no estaba gordo, sí que conservaba un apreciable michelín desde hacía años. Aunque no era feo, tampoco tenía ningún tipo de atractivo, pero lo compensaba con su agradable forma de ser. La gran amistad que los unía hacía que Sara, a veces, casi lo llegara a ver con otros ojos.
—Por cierto, ¿qué te traes con Alfonso? —soltó Richard, comenzando una nueva conversación.
—¿Qué quieres decir? —La pregunta la había descolocado completamente.
—Vi en el partido del otro día cómo te dedicaba un gol disimuladamente.
—¡Ah, es eso! ¿Y solo lo has visto una vez? —evidenció cierta desgana.
—¿Es que te dedica más? —el semblante de Richard se tornó serio.
—¿Te molesta? —preguntó, extrañada.
—Bueno, no sé. No lo veo muy normal.
—Y no lo es.
—Entonces…
—Es una larga historia.
—Pues tenemos tiempo —sonrió.
—Vale, vayamos a hacer un café —propuso ella finalmente.
—Perfecto. Ya estoy hasta las narices de tanta ropa.
Sara le contó a su amigo lo sucedido con Alfonso y los motivos por los que lo había mantenido en secreto.
—Pero… ¿a ti te gusta que te dedique los goles? —preguntó Richard, ligeramente atormentado.
—¿Qué pasa, estás celoso? —bromeó Sara, sin saber que había acertado de pleno—. Por cierto, a ver cuándo me dedicas tú alguno.
—Si yo no marco nunca…
—Es verdad. No me acordaba que eres muy malo —rio.
—Bueno, ¿me contestas o no? —insistió, ignorando la broma que su amiga acababa de hacer.
—¿A qué? —Sara realmente no sabía a lo que se refería.
—Si te gusta que te dedique los goles.
—A ver, Richard, ni me gusta ni me deja de gustar. Me da absolutamente igual. Ahora bien, si lo que me preguntas es si ese tío me cae bien, te diré que como el culo.
Al amigo de Iago, aquellas palabras le sentaron como un bálsamo de aceite. Por un momento había temido que el indeseable de Alfonso tuviera cierta complicidad con Sara. Los oídos de Richard se deleitaron escuchando lo que su amiga opinaba del primo de Toño.
—En seguida lo calé. El típico chulito fiestero que se cree el amo del mundo. Su juego con las dedicatorias de los goles me tenía frita. No podía ver el partido tranquilamente sin que el tío marcara su golito y se regodeara dedicándomelo en secreto.
—Vale, creo que estamos bastante de acuerdo al respecto —sonrió Richard.
—Pues como siempre —ella le correspondió con otra sonrisa.
Él se quedó embobado mirándola y, como tantas otras veces, se cercioró de que no podía haber nada más bonito. Como un idiota, dejó de hablar y solo sonrió, sin parar de hacerlo.
La liga de fútbol sala siguió su curso y el final de temporada se aproximaba. Y, con él, la típica cena que solían hacer los del equipo. Sara le había dicho a su marido que no acudiría al evento. Si podía, prefería evitar a Alfonso. Sin embargo, Richard la había convencido argumentando que seguramente tendrían tiempo para charlar los dos solos.
El día de la cena, sentadas una en frente de la otra, las dos mujeres mantenían una distendida conversación.
—Pues este verano nos vamos con las peques a Euro Disney —soltó la esposa de Jordi.
—¡Qué guay! Las niñas se lo pasarán en grande —se entusiasmó Sara.
—A ver cuándo os animáis vosotros a buscar el bebé.
La mujer de Iago rio ante la propuesta.
—Pues que esto no salga de aquí… pero estamos en ello…
—¡No me digas! —la pareja de Jordi se alegró ante la confesión de Sara.
Mientras, Iago y Richard hablaban sobre el final de temporada y lo que harían la siguiente. El capitán propuso organizar una quedada con todos los del equipo para tomar las decisiones pertinentes. Ninguno de los dos estaba contento con el grupo que se había formado, pero tampoco querían tomar medidas sin antes consensuarlas con el resto.
—Tío, he soltado un «truñaco» tan grande y apestoso que he salido hasta mareado del lavabo.
El comentario de Toño provocó las carcajadas de su primo.
—¿Y no le has hecho una foto? —preguntó Alfonso, secándose las lágrimas de los ojos.
—Sí.
—¡No me jodas! —rio aún con más ganas.
—Mira —le enseñó la imagen de la cagada que había soltado en el cuarto de baño del restaurante donde estaban cenando.
Por su parte, Jordi iba saltando de una conversación a otra y evaluando las ganas que tenían unos y otros de salir a tomar algo. Los siete se apuntaron a hacer una copa y, excepto los padres, que tenían que recoger a las niñas que habían dejado a cargo de los abuelos, el resto acabó la noche en un pub musical de la zona.
Sara no estaba a solas en ningún momento, siempre acompañada de su marido y su amigo. Esperando su ocasión, Alfonso empezaba a impacientarse. No tenía ninguna duda de que sus encantos eran más que suficientes para seducir a la rubia, pero no había contado con las dificultades para acercarse a ella.
Richard había bebido más de la cuenta y estaba con algo más que el puntillo. Aunque no era consciente de ello, no dejaba de conversar con Sara, casi ignorando a su amigo.
—Tengo que contarte una cosa… —insistía Richard una y otra vez.
—Tío, pero dile ya lo que le tengas que contar —se quejó Iago sin maldad, consciente de que su amigo iba algo bebido.
—No sé, no me lo dirá porque estás tú delante —bromeó Sara, dirigiéndose a su marido con la esperanza de quedarse un rato a solas con su mejor amigo para averiguar lo que quería.
—Pues será eso —rio Iago—. Me voy a dar una vuelta y luego me cuentas —sonrió a Sara, besándola antes de dejarlos a solas.
—A ver, Richard, ¿qué es lo que me quieres decir?
A él le habría gustado contarle todo lo que sentía por ella. Y lo habría hecho sin rubor debido a lo desinhibido que se encontraba. Sin embargo, no atinaba con las palabras.
—Estás muy guapa —soltó finalmente, acariciándole el rostro.
—¿Eso es lo que me querías contar? —forzó una sonrisa, ligeramente decepcionada al darse cuenta de que su amigo no estaba para conversaciones demasiado interesantes.
Richard siguió acariciando a su amiga. Deslizó la mano por el cuello femenino, apreciando la suavidad de la tersa piel, hasta alcanzar el hombro, desde donde se deslizó a través de la espalda de Sara que, descolocada, no se esperaba el gesto de su amigo.
—¿Y esa mano? —reaccionó al fin, notando cómo se acercaba peligrosamente a su trasero.
—Me gusta tocarte —sonrió él, provocando un cierto temor en el rostro de la esposa de Iago.
—Ya vale —le sujetó el brazo, sin perder la sonrisa.
—Tengo que contarte una cosa… —volvió a insistir.
—¿Otra vez? —se resignó—. Estás un poquito pesadito… ¡y sobón! —frunció el ceño al sentir la mano de Richard rodeándole por la cintura.
Sara volvió a detener a su amigo y alzó la mirada, buscando a Iago, pero no lo encontró. Empezaba a sentirse incómoda.
—Aprovecha ahora, que no está el marido —le propuso Toño a su primo pequeño—. ¿Quieres que me encargue de Richard?
—No. Tú entretén a Iago. El otro no es ningún problema —dibujó una sonrisa chulesca.
Sara jamás pensó que la llegada de Alfonso le alegrara tanto. Richard empezaba a resultar algo molesto y Iago no aparecía por ningún lado.
—¡Hola! —saludó ella con cierto entusiasmo.
—Hola, preciosa.
Aquel saludo no le gustó demasiado a Sara, pero prefirió eso a tener que seguir parando las acometidas de Richard. Observó cómo Alfonso se aproximaba más de la cuenta, arrimando la cara para decirle algo al oído.
—¿Problemas con el sobón de tu amigo? —bromeó, provocando una sincera sonrisa en el rostro de la mujer.
—Un poco —agradeció la comprensión, sintiéndose levemente reconfortada.
—Escucha, Richard, ¿no crees que has bebido demasiado? —Alfonso se dirigió al capitán del equipo.
—Un poco, sí. Sara… —giró el rostro hacia ella.
—¿Qué quieres? —preguntó un tanto asqueada.
Alfonso volvió a acercarse a la mujer para continuar susurrándole al oído:
—Creo que le gustas.
—¡¿Qué dices?! —se sorprendió.
Sara no era precisamente tonta y era consciente de su atractivo, pero jamás se había imaginado que Richard pudiera verla con esos ojos. Lo peor era que si lo pensaba, tenía sentido, pero nunca había querido aceptar esa realidad. De forma inconsciente, le gustaba pensar que tenía al amigo ideal y, tal vez, se había aprovechado de ello. En ese momento, se sintió ligeramente culpable.
—Te lo digo yo… —siguió cuchicheándole al oído— que me he fijado en cómo te mira…
—Sara… —Richard insistió, intentando llamar la atención de su amiga, pero la esposa de Iago ya no estaba por él.
—Puede ser… —la mujer empezaba a asumirlo.
—Y, siendo sinceros, es normal que se haya quedado pillado. Eres muy guapa.
—¿Tanto como pillado? —preguntó con preocupación, ignorando el piropo.
—Sara…
—Tú lo conoces mejor que yo… —insistió el joven—. No creo que sea el típico tío que se coge un pedo en una cena con amigos.
Alfonso le había abierto los ojos. Aunque en el fondo siempre lo había sabido, Sara nunca había querido admitirlo. Tal vez necesitaba que alguien se lo dijera tan claro como estaba haciendo el primo de Toño.
Richard, desesperado por cómo su amiga le estaba ignorando, alargó la mano, acariciando el costado de la mujer. Esta vez fue Alfonso el que le retiró el brazo.
—Tío, deja de meterle mano —forzó una mueca simpática.
—Gracias —se lo agradeció ella, irradiando una enorme sonrisa—. Y por el piropo también.
—Solo he dicho lo que pienso realmente. Estás muy buena.
—Pues gracias nuevamente, entonces.
Richard no volvió a hablar. Aunque no los escuchaba debido a la música, veía cómo Alfonso y Sara continuaban la conversación, sin dejar de sonreír ninguno de los dos. Observó cómo, poco a poco, el joven veinteañero cada vez se aproximaba más a su amiga. Y con cada milímetro que se arrimaba, sentía una pizca más de dolor que le oprimía el corazón.
Iago estaba extrañado con la actitud de Toño. Nunca habían tenido una conversación que durara más de cinco minutos y ahora llevaban más de un cuarto de hora en la que el primo de Alfonso no paraba de contarle cosas que no le importaban demasiado. Por educación, siguió escuchándole y manteniendo el diálogo que aún se alargó durante un buen rato más.
—Para ser mayor, eres una tía bastante interesante —bromeó Alfonso.
—¡Oye! —se hizo la ofendida, provocando las carcajadas del veinteañero.
—Espero que tú te lo estés pasando tan bien como yo —se acercó aún más, casi rozando los labios con la oreja femenina.
—Si te soy sincera, me lo estoy pasando bastante mejor de lo que pensaba —sonrió, dejándose acariciar por la mano del veinteañero, que se apoyó disimuladamente sobre el hombro de Sara.
—Es una lástima que estés casada —le susurró Alfonso, recorriendo con suavidad la longitud del brazo femenino.
—¿Por? —se hizo la tonta, divertida por los intentos del joven por ir acercándose poco a poco.
—Porque ahora nos podríamos ir tú y yo a tomarnos algo a otro sitio. —Alcanzó la mano de Sara, comenzando a entrecruzar los dedos con los suyos.
La mujer de Iago retiró la mano y, con total parsimonia, se dirigió a Alfonso con una seguridad inquebrantable:
—Escucha, las típicas chiquilladas que seguramente te sirvan con las tías con las que suelas liarte, no te van a valer conmigo.
Alfonso, descolocado, retrocedió de forma instintiva, separándose de Sara ligeramente mientras la escuchaba con el gesto fruncido, no acostumbrado a sentirse rechazado.
—Y que me lo esté pasando bien y me hagan reír —prosiguió—, no significa que me vayan a llevar a la cama —concluyó con una sonrisa triunfante.
Realmente el chico se lo había currado y Sara se había divertido con él, tanto por sus ocurrencias como por sus intentos de ligar con ella. Había disfrutado dejándole hacer, observando cómo desplegaba todas sus armas. Incluso se había sentido ciertamente adulada. Pero hacer manitas había sido el límite y creyó oportuno acabar con el juego.
Alfonso, herido en su henchido orgullo, aún acometió una última intentona. Pero bastó que abriera la boca para que ella le cortara definitivamente.
—Y sí, estoy casada, pero ni estando soltera tendrías opciones conmigo. A parte de ser un niñato, no eres más que el típico chulito con el que jamás se me ocurriría liarme. Espero que te haya quedado claro —sonrió de forma cínica.
—Todo claro —se resignó, marchándose con el rabo entre las piernas y un enfado más grande que su chulería.
Mientras observaba cómo Alfonso se alejaba, fijándose en el bonito trasero del veinteañero, Sara se acordó de Richard. Se giró para observar a su amigo, que estaba apoyado contra la pared, completamente hecho polvo.
—Voy a buscar a Iago y nos vamos para casa, ¿vale, guapo? —fue comprensiva—. ¡Ay, pobre! —le acarició el cabello—. Te quedas un momento solo —resolvió, marchándose en busca de su esposo.
Sara no encontraba por ningún sitio a su marido, así que decidió volver junto a su amigo. De camino, se topó con Toño.
—¡Hola, loca! —la saludó efusivamente.
—¿Has visto a Iago?
—¿Y tú a mi primo?
—¿Alfonso? ¿Sí, por? —frunció el ceño. Se sentía cansada y tenía ganas de llegar a casa.
—¿Ha hablado contigo? —forzó una mueca de desaprobación.
—Me temo que sí —se sinceró, intuyendo que Toño sabía de qué iba el asunto.
—Vaya… es demasiado buen chaval…
—¿Por? —sintió cierto interés en saber a qué se refería.
—Esto que no salga de aquí, pero es que me sabe mal por él…
—Al grano —comenzaba a impacientarse.
—Pues estábamos de cachondeo, comentando lo buena que estás —Sara, sin decir ni mu, puso cara de circunstancias—, cuando Jordi ha comenzado a picar a Alfonso para que te echara los trastos esta noche y mi primo, que es gilipollas, ha entrado al trapo.
—Bueno, creo que no me interesan lo más mínimo vuestras chiquilladas —afirmó, más molesta que otra cosa.
—Escucha, mi primo parece una cosa, pero en realidad no se come una mierda.
—¿No? Pues apunta maneras —confesó Sara, provocando las carcajadas de Toño.
—En realidad el problema es el complejo que tiene.
—¿Qué complejo? —se interesó al instante, pero en seguida se dio cuenta de que no le importaba en absoluto.
—Eso es algo de lo que deberías hablar con él directamente.
—Bueno, ¿has visto a Iago? —insistió, cortando bruscamente la conversación y sintiéndose ligeramente culpable por ello.
—Sí. Está con Richard.
—Gracias. Y que no sea nada lo de tu primo —se despidió con una sonrisa maliciosa.
La noche acabó sin mayores consecuencias, pero Sara se había quedado preocupada por lo que había descubierto sobre Richard, así que se las ingenió para quedar con su mejor amigo lo antes posible y dejar las cosas claras.
—No sabes lo que he tenido que hacer para que pudiéramos vernos a solas —le sonrió antes de abrazarlo como normalmente.
La mujer de Iago se fijó en cómo Richard le correspondía. Jamás se había dado cuenta de la ternura con la que le rodeaba con los brazos. Complacida, alargó el contacto sutilmente más que de costumbre.
—¿Estuve muy pesado la otra noche? —soltó casi con un hilillo de voz.
—¡No me digas que no te acuerdas! —sonrió, divertida.
—Creo que estuve un poco pesado, pero no lo tengo muy claro —forzó el gesto, en señal de vergüenza.
—¿Y no te acuerdas de haberme metido mano?
—¡No jodas! —se puso rojo como un tomate, provocando las risas de Sara.
—A ver si ahora vas a mostrar toda la timidez que no tenías la otra noche.
—Disculpa, tía…
—¡Ay! —Sara, cariñosa, acarició el rostro de Richard.
—¿¡Qué!? —sonrió, enamorado, al ver cómo su amiga se lo quedaba mirando fijamente.
—¿Qué es lo que sientes realmente por mí?
—¡¿Cómo?!
Richard no se esperaba para nada esa pregunta. No creía estar preparado para confesar sus sentimientos. Temía la humillación del evidente rechazo. Sara no solo era una mujer inalcanzable, además era la esposa de su amigo. Un amor completamente imposible.
—Escucha, he sido una idiota por no darme cuenta antes. Y quisiera pedirte perdón por ello.
—No, no, no te confundas. —Richard intentó salvar la situación.
—No deberías avergonzarte de tus sentimientos. Es precioso que sientas algo por mí y me siento tremendamente halagada…
—Pero…
—Pero evidentemente no puede pasar nada entre nosotros. —El rostro del hombre se apagó, confesando con el gesto—. Aunque te puedo asegurar que, en otras circunstancias, me encantaría —Sara sonrió, pero no consiguió cambiar el semblante de su amigo.
—Ya…
—Piensa que hemos coincidido en una época equivocada. Si nos hubiéramos conocido en otro momento…
—Estarías con alguien más guapo que yo.
—¡No digas tonterías! Yo estoy con Iago porque es buena gente, me quiere y estamos bien el uno con el otro. Y esas cualidades tú también las tienes.
—Ya, pero el que está contigo es él.
—Sí. Y si no estuviera con él, estaría contigo. No lo dudes.
—¿Ves como al final me vas a hacer odiarlo?
Sara rio, provocando un cambio en la expresión seria de Richard, que volvió a sonreír.
—Eres un cielo. Y te aseguro que me siento súper agradecida por tus sentimientos.
—Prométeme que si algún día decides ser infiel, yo seré tu amante —bromeó, ahora provocando las carcajadas de Sara.
—Eso tenlo por seguro. No está en mis planes engañar a Iago, pero si lo hago, te prometo que será contigo. —Se arrimó a su amigo para besarlo en la mejilla.
A pesar del dolor que la realidad había aflorado, Richard no pudo evitar una sonrisa de oreja a oreja, reconfortando a Sara, que había temido que la conversación pudiera suponer el final de la gran amistad que los unía.
En el preciso mismo instante en que los dos amigos aclaraban sus sentimientos, Jordi se estaba tomando unas cervezas con los dos primos de su barrio.
—El final de temporada ha llegado —bromeó Jordi, victorioso.
—¿Y? —se quejó Alfonso.
—Pues que has perdido la apuesta —confirmó el ganador—. Me debes la pasta de la liga.
—No tengo para pagar mi parte, cómo para pagar la tuya también… —se negó, enfadado.
—¡Joder, qué mal perdedor! —le chinchó Jordi.
—¡Danos un poco más de tiempo, loco! —intervino Toño.
—¿Y tú qué pintas en esto?
—Yo soy el asesor de mi primo —bromeó, riéndose de la situación.
—Lo siento, la apuesta era follarse a la mujer de Iago antes del final de temporada. Te dije que era demasiada mujer para ti —se dirigió al perdedor.
—¡Vete a la mierda, cabrón! —se picó Alfonso definitivamente, marchándose sin pagar.
—Tío, déjale en paz —terció Toño—. Tendrás tu pasta, pero no le atosigues. Bastante jodido está ya por no haberse podido tirar a la zorra esa.
—Si yo paso de la pasta. Lo que mola es ver cómo se le bajan los humitos —Jordi rio con ganas.
Tan solo unos días después, antes de las vacaciones estivales, tal y como había organizado Richard, los integrantes del equipo decidieron reunirse para hablar sobre la siguiente temporada.
—Cielo —Iago se dirigió a su esposa—, te acuerdas que hoy vienen los del equipo a casa, ¿verdad?
—Sí, sí, ya me he organizado la tarde para dejaros a solas.
—¿Por? Puedes quedarte si quieres.
Sara había descartado esa opción desde el primer instante. Lo último que quería era volver a ver a Alfonso después de su último encuentro, durante la noche de la cena de final de temporada. Además, no dejaba de darle vueltas a la posibilidad de aprovechar la situación para quedar un rato a solas con Richard. Su amistad seguía siendo tan fuerte como siempre, pero tras los últimos acontecimientos, habían empezado a aflorar ciertos sentimientos confusos en la mujer de Iago respecto a su amigo. Sin duda, lo quería al menos un poquito más que antes.
—Creo que aprovecharé para ir de compras —contestó sin revelar sus verdaderas intenciones.
—Como quieras —afirmó él sin darle mayor importancia.
Toño, que llevaba un buen rato esperando, vio cómo Sara salía de casa. A una distancia prudencial, la siguió, procurando no ser descubierto.
La mujer de Iago caminaba con el pulso acelerado. Incomprensiblemente, se moría de ganas de ver a Richard. Había quedado con él antes de la reunión del equipo. Quería hablar con su mejor amigo, dejarse engalanar por sus atenciones y disfrutar de su presencia. Sabedora de sus sentimientos y de la incapacidad de corresponderle, se sentía ligeramente culpable, pero no podía evitar las ganas de estar a su lado. Solo tenía que girar una esquina para encontrarse con él.
Al verlo en la distancia, de pie, esperándola a ella, sintió cómo una oleada de agradables sentimientos la inundaban. Le pareció mucho más atractivo que normalmente y se acercó a él con unas ganas tremendas de abrazarlo.
—¡Hola, guapo! —sonrió antes de achucharlo.
Richard se dejó abrazar, disfrutando del contacto con los senos que se restregaban contra sus pectorales, provocándole una incipiente excitación. Se extrañó al ver que el abrazo se alargaba más de lo habitual y aprovechó para deleitarse con el magreo. Inexplicablemente, la mujer de Iago se arrimó aún más, aproximando la cadera a la cintura masculina. Richard sintió cómo ambos pubis se frotaban entre sí y no pudo evitar la erección.
—¡Joder, Sara! Menudo recibimiento… —soltó, separándose de su amiga, avergonzado y ligeramente encorvado intentando disimular la empalmada.
La mujer rio, divertida con los gestos de su amigo.
—¿Te has excitado? —siguió riendo.
—Pues claro… —confirmó, sonriente y nuevamente sonrojado.
—Pues que sepas que a mí también me ha gustado —confesó, risueña y llena de complicidad.
Los dos amigos se dirigieron a un bar a tomar algo. Aprovechando el buen tiempo, se sentaron en una terraza para charlar. El encuentro fue breve, pues Richard debía asistir a la quedada con los del equipo, pero intenso. Más que nunca, entre los dos amigos afloraron sentimientos. Él le explicó con todo lujo de detalles lo mucho que la quería y ella no dejó de agradecerle todo el amor que atesoraba, maldiciendo no poder corresponderle.
Sara, aún sentada en la silla de la terraza, se quedó observando a su amigo a medida que se alejaba. Descruzó las piernas y reprimió unas leves ganas de tocarse. El sentimental encuentro la había alterado más de lo debido. Se sintió culpable al pensar en Iago, pero tremendamente desdichada al no poder acostarse con el hombre que se alejaba y del que había descubierto cuánto le quería.
Tras tomarse una tila para calmar los nervios, la rubia abandonó el local y se dirigió a la zona comercial más cercana para entretenerse haciendo shopping y quitarse a Richard de la cabeza. Había pasado una hora desde que se despidiera de su mejor amigo y no había podido dejar de pensar en él ni un instante.
—¡Sara! —Toño llamó su atención.
—Hola. ¿Qué haces por aquí? —se extrañó—. ¿No estás con los del equipo?
—¿No te has enterado?
—¿De qué?
—Al final no nos reunimos en tu casa.
—¿No?
—No, al final es en la mía. Ahora iba para allí, que llego tarde – rio él solo.
—Qué raro… Iago no me ha dicho nada.
—Es que lo acabamos de hablar. He preparado algo para cenar y estáis todos invitados. Tú también.
Sara dudó. No le apetecía en absoluto conocer la casa de Toño, asistir a la reunión para oírles hablar de fútbol, ni ver a Alfonso. Pero por encima de todo ello, estaban las ganas de volver a ver a Richard. Se enfadó consigo misma por excitarse nuevamente pensando en su mejor amigo, pero no pudo evitar aceptar la invitación sin querer darle muchas más vueltas.
El piso de soltero de Toño estaba patas arriba. La sensación inicial de Sara fue bastante desagradable: el suelo pegajoso, muebles con polvo acumulado, desorden generalizado, ropa tirada por varios sitios de la casa o restos de comida en el comedor y la cocina. Pero la mayor sorpresa fue no encontrar a nadie en el piso.
—¿Y los demás? —preguntó, extrañada.
—Estarán viniendo. Dame eso —el anfitrión se ofreció a guardar el bolso de Sara en una de las habitaciones—. Mi primo está dentro.
En cuanto Toño soltó esas palabras, Alfonso apareció por el pasillo. Iba sin camiseta, mostrando toda su musculatura, únicamente ataviado con un pantalón corto de deporte. Sara se fijó a conciencia en el veinteañero, deleitándose con su tremendo atractivo. No pudo evitar sentirse atraída por la agradable visión del joven cuerpo masculino. Supuso que su reciente calentón con Richard influía en la forma en la que se estaba devorando con la mirada a Alfonso.
—Me alegro de volver a verte —saludó el chico, aparentando una falsa timidez.
—Espero poder decir lo mismo —contestó ella, con mayor dureza de la que hubiera querido demostrar.
—Mi primo quería pedirte perdón por lo de la otra noche —intervino Toño al regresar al salón.
—¿Qué pasa, que él no tiene boca para hablar? —le recriminó.
—Que sí, que lo siento —dijo Alfonso al fin.
—Yo… te… perdono —bromeó la mujer de Iago, extendiendo la mano primero sobre uno de los hombros del joven y luego sobre el otro, interpretando un gesto de solemnidad.
Palpando la fuerte musculatura del veinteañero, Sara, instintivamente, aprovechó para manosear con disimulo el deltoides masculino, que poseía una envidiable dureza. Le gustó el tacto, pero en seguida retiró la mano, ligeramente arrepentida.
—Qué raro que aún no hayan llegado, ¿no? —desvió la atención.
—No sé —contestó el dueño del piso—. Dale un toque a tu marido, a ver por dónde andan.
Sara le pidió que le trajera el bolso, donde guardaba el teléfono móvil. Cuando Toño se lo acercó, se extrañó al no encontrar el Smartphone .
—¿Ocurre algo? —se preocupó Alfonso.
—No está el móvil.
—¡No jodas! —exclamó el anfitrión—. ¿No te lo habrás dejado en casa?
—No sé… —se preocupó ella, preguntándose si se lo habrían robado en el bar donde había estado con Richard.
—¿Quieres que te llame para ver si lo escuchamos? —se ofreció Alfonso.
Sara estaba casi segura de que no se lo había dejado en casa y no creía haberlo sacado del bolso como para poder habérselo olvidado en algún sitio. Tampoco era consciente de cuándo se lo podían haber quitado. La idea de Alfonso de llamarla no era mala, pero no le apetecía en absoluto darle su número de móvil, así que, para evitarlo, evidenció indiferencia ante lo ocurrido.
—Es igual, no te preocupes. Seguro que me lo he dejado en casa —se esforzó en quitarle hierro al asunto.
—Déjame que le pegue un toque a Jordi, entonces —propuso el primo de Toño.
En casa de Iago, la reunión del equipo se vio interrumpida por la melodía del teléfono móvil que comenzó a sonar.
—Un segundo —se disculpó el veterano del equipo ante el resto de asistentes—. ¿Sí? —contestó a la llamada.
—Tío, ¿dónde estáis? —comenzó Alfonso.
—¿Cómo que dónde estamos? ¿Dónde estáis vosotros?
—Yo ya estoy en casa de Toño.
—¿Qué coño dices?
—Y Sara está aquí con nosotros esperando a su marido.
—¡¿Qué?! —se sorprendió al comprender lo que realmente estaba sucediendo—. Disculpad un momento —se excusó ante Iago y Richard para alejarse de ellos y hablar con más tranquilidad.
—Así que aún tardaréis un poco… —continuó Alfonso.
—Tío, ¿qué hostias estás haciendo? La apuesta ya la has perdido.
—Pero os esperamos, ¿no?
—Alfonso, no hagas el gilipollas, que es la mujer de un amigo.
—Perfecto. Pues nos vemos en un rato. —Y colgó.
Jordi, alterado, volvió junto a sus compañeros y les anunció que los dos primos finalmente no acudirían. Iago y Richard no los echaron de menos precisamente.
—Están los tres juntos —Alfonso se dirigió a Sara—, pero al parecer aún tardarán un poco. Se han encontrado con no sé quién.
—¡Qué impresentables! —soltó Toño de forma jocosa.
Sara dudó si marcharse. Pero el más pequeño de los primos la convenció diciéndole que su marido ya sabía que estaba en el piso y esperaba encontrarla cuando llegara. Una vez tomada la decisión de quedarse, se dispuso a intentar pasar el mal rato lo mejor posible y, apartando una camisa arrugada que había sobre el sofá, tomó asiento junto a Alfonso, aceptando la cerveza que le ofreció el anfitrión.
—Bueno, Sara, tú ya sabes lo que pensamos de ti —Toño sonrió con malicia—, pero nos gustaría saber lo que tú piensas de nosotros.
—Mejor no quieras saberlo —bromeó, un poco más relajada.
—Venga —intervino Alfonso—, para que veas que no es tan difícil… vamos a decirte algo que no nos guste de ti —le propuso a la mujer.
—Uhm… casi prefiero escuchar lo que sí os gusta —coqueteó sin intención, provocando las risas de los dos primos.
—Vale, empiezo yo —dijo Toño—. Lo que me gusta… que estás muy buena. —Sara sonrió, sabiendo de antemano por dónde iban a ir los tiros—. Y lo que no me gusta… que estás casada.
—Bah, demasiado previsible —se quejó la mujer—. Ahora tú —se dirigió a Alfonso—, a ver si me sorprendes.
—Lo que me gusta… —el joven la miró a los ojos con intensidad, llamando la atención de la treintañera, que estaba expectante por lo que tuviera que decir— los labios, cuando te tiemblan porque alguien te ha hecho sonreír.
Sara quedó gratamente sorprendida, no pudiendo evitar una sincera sonrisa, que se alargó al comprobar cómo Alfonso se fijaba en su boca. Le gustó el piropo.
—Bien. ¿Y lo que no te gusta? —preguntó, no queriendo darle mayor importancia a la anterior adulación.
—Que tengas más de treinta tacos.
—¡Eres un capullo! —se quejó, sorprendida al descubrir que pudiera afectarle tanto lo que el veinteañero pudiera pensar—. Con lo bien que habías quedado, ya la has cagado.
—Te toca —instó Toño a la mujer.
—Pues tú estás un poco loco, para bien y para mal.
—¿Y mi primo? —preguntó el anfitrión.
—Lo que no me gusta ya lo sabe —le guiñó un ojo al aludido, sin guardarle rencor—. Y lo que me gusta… —Sara volvió a fijarse en el fuerte y joven torso— hay que reconocer que estás bastante bueno. —Y, tras unos segundos de silencio, añadió—: A pesar de ser un niñato.
Alfonso, con el orgullo hinchado, miró directamente a los ojos de la mujer de Iago, cruzándose con su mirada. Reconoció el típico brillo que había observado en tantas otras mujeres antes de follárselas. Pensó que Sara estaba receptiva y concluyó que todo el paripé que habían montado había valido la pena.
La rubia se quedó observando al chico al que acababa de piropear y lo vio aún más guapo que en otras ocasiones. Era más que consciente de las intenciones de Alfonso y, aunque tenía clara la imposibilidad de que lograra su objetivo, le gustó sentirse deseada por el varonil muchacho. Esa idea, unida a las ganas de volver a ver a Richard, le provocaban los cada vez más asiduos sentimientos de culpabilidad al pensar en su marido.
Tras unos segundos, Toño fue el que rompió el juego de miradas entre Sara y Alfonso, proponiendo que cada uno dijera lo que menos le gustaba de sí mismo.
—Empiezo yo —convino el mayor de los primos—. No me gusta ser tan guapo —bromeó, provocando los abucheos de los otros dos—. En serio, tener tanta tía alrededor acosándome es un sin vivir.
—Va, ahora yo —soltó Sara, empezando a sentirse bastante cómoda—. No me gusta ser tan sentimental. —Pensó en Richard una vez más y en cómo los sentimientos hacia ella de su mejor amigo la habían afectado tanto.
—Eso no es algo precisamente malo —terció Alfonso, acariciando el brazo de la mujer, mostrándose comprensivo.
—¿No? No sé —sonrió, observando la mano masculina que aún seguía en contacto con su piel—. Gracias. ¿Y tú? —se dirigió al dueño de las caricias.
—Tengo un pequeño complejo.
—¡Ostras, es verdad! ¡Que tenías un complejo!
—¿Cómo lo sabes? —se hizo el ofendido.
—¡Huy, perdón! No sabía que era un secreto —se dirigió a Toño.
Alfonso simuló enfadarse con su primo mayor, hasta que Sara los interrumpió para preguntar:
—¿Y qué complejo tienes? Si se puede saber… —mostró un interés sincero.
—No te lo puedo decir…
—¡Venga! —se quejó ella.
—¡Que lo cuente, que lo cuente! —gritó Toño, provocando que la mujer se uniera a la petición.
—Está bien…
Sara estaba expectante. Hacía tan solo unas horas no le hubiera importado en absoluto nada que tuviera que ver con Alfonso y, en esos momentos, se moría de ganas por saber cuál era el complejo que podía tener un atractivo veinteañero con ese cuerpazo y el resto de virtudes que le había demostrado durante la noche de la cena de final de temporada.
—… tengo un pene bastante pequeño —concluyó.
La mujer de Iago no pudo evitar reír a carcajadas. Aunque le supo mal, no se esperaba en absoluto que ese pudiera ser el complejo de Alfonso y la sorpresa la hizo reaccionar de ese modo, sintiendo cierta lástima del cabizbajo veinteañero.
—No lo dices en serio… —reaccionó al fin, aún sonriendo.
—Si te dije que no triunfaba con las tías, tenía que haber algún motivo —intervino Toño—. Suelen reírse cuando le ven el micro pene.
—¡Venga ya! —Sara no podía dejar de reír.
—¡Pero si tú lo estás haciendo y ni siquiera me lo has visto! —se quejó el aludido.
—Vale, tienes razón, perdona —intentó controlar la risa, sin poder conseguirlo del todo.
—¡Enséñasela! —propuso Toño—. A ver si se sigue riendo.
—¿¡Qué dices, tío!? —se quejó Alfonso—. ¿Quieres que me siga humillando?
—No, no, oye, lo siento —Sara se mordió el labio, esforzándose por no reírse.
—¿No te descojonarás si te la enseño? —intentó mostrar preocupación.
—Claro que no —afirmó sin poder dejar de sonreír, incapaz de ver la trampa en la que estaba cayendo.
Alfonso no alargó más el momento. Se agarró el pantalón de deporte por la cintura y, alzando ligeramente el pompis, tiró hacia abajo, deslizando la tela a través de las piernas. Se inclinó hacia delante, ocultando sus vergüenzas, para sacarse la enrollada prenda a través de las extremidades.
Sara se estaba secando las lágrimas de los vidriosos ojos debido a la risa cuando el chico se enderezó. Esperando ver un pene diminuto, no estaba preparada para observar lo que apareció ante sus ojos. La sonrisa se le borró inmediatamente. El grosor y, sobre todo, la longitud de la extraordinaria verga la dejaron impresionada.
—¡Qué idiota! —se quejó, golpeando a Alfonso en el brazo, al sentirse completamente engañada.
La mujer de Iago, absorta observando el pollón del veinteañero, tardó unos segundos en reaccionar, forzándose a retirar la mirada. Sin embargo, de forma disimulada, no podía evitar echar un vistazo de vez en cuando.
Sara empezaba a sentirse tremendamente incómoda y no precisamente por considerar desagradable lo que estaba viendo. Había empezado el día deseosa de ver a su enamorado amigo. Tras pasar la tarde con él, había comenzado a sentir la excitación que los encomiables sentimientos de Richard le provocaban. Sin dejar de pensar en su mejor amigo, al que había esperado ver en breve hasta ese momento, se había deleitado observando el cuerpazo de Alfonso, lo que no le había permitido disminuir su libido. Pero el descubrimiento de los magníficos atributos que ahora se exhibían ante ella había provocado que, por primera vez, comenzara a dejar de pensar en Richard.
—¿Qué te parece mi complejo? —preguntó el orgulloso dueño de aquello, levantándose del sofá para ponerse de pie.
La enorme verga quedó colgando entre las piernas masculinas, ligeramente abiertas. Sara, aún sentada en el sofá, volvió a desviar la mirada hacia el miembro que quedó a la altura de su rostro. Aunque estaba flácido, la mujer calculó que debía ser casi el doble de grande que el de Iago y mucho más grueso. La abundante piel del prepucio ocultaba el glande y, tras el tronco, le colgaban los testículos, descansando en unas grandes y relajadas bolsas escrotales.
—¿No pensarás quedarte así? —se quejó ella.
—¿Te molesta? —preguntó con suficiencia.
—¿También vas a estar desnudo cuando lleguen tus compañeros de equipo? —ironizó.
—Estamos acostumbrados a vernos en los vestuarios —bromeó Toño, caricaturizando la situación.
—Eso es cierto —corroboró su primo.
—Es verdad… —Sara sonrió con malicia al venirle una alocada idea a la cabeza—. Tengo curiosidad por saber el tamaño de la de Richard —solicitó, transformando la sonrisa en una mueca más lasciva.
Los dos primos comenzaron a reír a carcajadas y la treintañera aprovechó para observar cómo la gruesa verga de Alfonso se bamboleaba al ritmo de sus risotadas.
—¡Ese sí que tiene un picha ridícula! —Toño siguió riendo.
—¡Venga ya! —se quejó ella, sin poder evitar sentirse ligeramente decepcionada con su amigo.
—En serio —confirmó Alfonso.
—¿De verdad? —Volvió a fijarse en el pollón que tenía en frente y sintió cómo las ganas de volver a ver a Richard disminuían al mismo tiempo que aumentaban las ganas de que aún tardaran un poco más en llegar los que faltaban—. Oye, ¿y Jordi? —preguntó por curiosidad, ya totalmente desinhibida.
—¡Otro mini pito! —afirmó Alfonso.
—¡Sí, claro, qué casualidad! —se quejó ella, intuyendo que tal vez no le estaban diciendo la verdad—. Va a resultar que todos la tienen pequeña menos vosotros. Ahora me dirás que tú también la tienes grande —se dirigió a Toño.
—Puedes comprobarlo tú misma —soltó, llevándose las manos a la bragueta.
Antes de que Sara pudiera reaccionar, el dueño de la casa se desabrochó los pantalones, metiendo una mano en la abertura para sacarse la polla en estado morcillón.
—Vaya cabezota más gorda… —resaltó la mujer, ya sin sorprenderse demasiado.
—Mi primo siempre ha sido muy cabezón —bromeó Alfonso, provocando las exageradas risas del dueño del piso.
Aunque la verga de Toño no la había impresionado como la de su primo pequeño, sí lo había hecho el grueso glande, que parecía casi irreal. Por lo demás, aunque no se la había visto entera, tampoco parecía una mala polla. Definitivamente, se convenció de que estaba bastante cachonda.
—¿El baño, por favor? —preguntó Sara, queriendo salir de ahí cuanto antes.
—Al fondo del pasillo, a la derecha —la guió el dueño del piso.
—¡No vayas a tocarte, eh! —le advirtió el más joven—. No al menos sin nuestra presencia. —Los primos volvieron a reír.
—Ni lo sueñes, chavalín —se esforzó en parecer convincente.
Si el piso estaba hecho un asco, el cuarto de baño aún era más desagradable. La taza del retrete estaba llena de meados, el suelo cubierto de pelos y un par de toallas sucias estaban tiradas en la bañera.
Sara, con bastante grima, echó el pestillo y se dispuso a desnudarse. Al bajarse las bragas pudo comprobar los hilillos blanquecinos que se quedaron adheridos entre la tela y su lubricado coño. Buscó un poco de papel para limpiarse cuando se dio cuenta de que el rollo estaba vacío. Maldijo no haberse percatado previamente. Antes de avisar a los primos, prefirió probar fortuna buscando ella misma en el cuarto de baño, pero lo único que encontró fue un bote sin etiqueta lleno de pastillas, un par de cajas de preservativos y una cuchilla de afeitar casi oxidada.
—¡Toño! —gritó.
—¿Qué quieres? —preguntó Alfonso—. Mi primo ahora no puede atenderte.
—¿Me podrías conseguir un poco de papel?
—¿Quieres liarte un canuto ahora? —bromeó.
—¡Bah, no seas idiota! —se quejó.
—Vale… un segundo…
Sara aprovechó la espera para deslizarse un dedo por la entrepierna. Sintió la viscosidad de los labios vaginales y cómo un chispazo de placer recorría su cuerpo. Gimió levemente y se esforzó en no volver a tocarse.
—Ya está. Abre —le instó Alfonso.
—Voy.
La mujer, con las bragas medio bajadas, se apoyó contra la puerta, dejando caer todo el peso para evitar que el veinteañero hiciera alguna tontería. Quitó el cierre y abrió, dejando el espacio justo para que cupiera un rollo de papel higiénico.
—¿Me lo pasas?
—Cógelo tú misma.
La mujer de Iago no pudo evitar sonreír al ver la enorme polla de Alfonso rodeada por el tubo del papel higiénico.
—¿Y esto? —preguntó, más divertida que otra cosa.
—Pues lo que me has pedido —respondió él con doble intención.
Sara, procurando no tocar a Alfonso, agarró el cilindro de papel con cuidado, tirando para intentar sacar el tubo. Mas, la verga, aún a pesar de estar flácida, entraba ajustada en el caño y el rollo no se movió ni un milímetro.
—¡Madre mía! ¿Te las has incrustado o qué? —volvió a tirar.
—Tendrás que probar de otro modo —sugirió el chico a través de la puerta.
Sara era completamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Si había decidido no engañar a Iago con su mejor amigo, era imposible que lo hiciera con un indeseable como Alfonso. Sin embargo, excitada como estaba, no pensaba dejar escapar la oportunidad que el joven le brindaba. Aunque podría haber cogido solo el papel que necesitaba sin mayor complicación, decidió recuperar todo el rollo, aprovechando para tocar un poco de carne. Luego se limpiaría y esperaría a la llegada de su marido. Pensó que ya no debían tardar mucho más.
Agarró nuevamente el rollo con una mano y, con la otra, rodeó la polla de Alfonso. Aunque el tacto era blando, le encantó la sensación de abarcar algo tan grueso. Cerró la mano y, en una primera intentona, empujó el papel desplazándolo tan solo unos milímetros.
—No tardes mucho o reventaré el tubo —bromeó Alfonso, provocando las risas sinceras de Sara.
La mujer volvió a la carga, pero esta vez cerrando la mano a la altura de la base de la verga. Se deslizó a través de todo el tronco, acariciándolo, hasta que volvió a empujar el rollo, sacándolo por fin definitivamente.
—Gracias —soltó Sara, complacida.
—A ti —replicó el primo de Toño, sin moverse ni un ápice.
—¿Piensas quedarte asomando la patita? —bromeó la esposa de Iago.
—Si no te importa…
—No me fío… a ver si vas a entrar sin mi permiso… —La mujer, sin pensar, golpeó con el dedo índice el alargado falo, que parecía haber adquirido cierta altivez—. Anda, no seas malo y vete —le rogó mientras observaba cómo se tambaleaba la grandilocuente verga.
—Está bien.
Sara observó el pollón alejándose a través de la abertura de la puerta del baño y suspiró. Se palpó el muslo derecho, notando las humedades de los flujos vaginales que se habían deslizado desde su coño. Se limpió con el papel higiénico y, al frotarse la entrepierna, estuvo a punto de provocarse un orgasmo.
—¡Puto niñato! —maldijo, ya sin acordarse en ningún momento de su mejor amigo.
Mientras tanto, en casa de Iago, los tres integrantes del equipo que habían asistido a la reunión habían acordado que la temporada que acababa de concluir sería la última que disputarían.
El marido de Sara, consciente de que más tarde o más temprano sería padre y dedicaría la mayor parte del tiempo al bebé y a la madre, pensó que lo mejor era no continuar. Por su parte, Richard no se vio con ánimo de seguir si no lo hacía con el amigo con el que siempre había compartido vestuario. Por último, Jordi, que era el único dispuesto a continuar jugando, al verse solo, optó por seguir los pasos de sus compañeros.
Tras la difícil decisión tomada, los tres se habían servido unas cervezas y charlaban amistosamente sobre la temporada, el fútbol en general y la familia.
—¿Pero aún estáis en bolas? —se quejó Sara al salir del cuarto de baño y encontrarse con los dos familiares completamente desnudos.
—Menuda sobada le has pegado a mi primo —sonrió Toño.
La treintañera se fijó en el dueño del piso. Era un hombre peculiar, tanto en el físico como en la forma de ser. En circunstancias normales jamás se habría fijado en él, pero al verlo desnudo no pudo evitar escudriñarlo a conciencia. Ahora sí pudo observar la totalidad de su polla, que seguía a media asta. A pesar de la desaliñada pelambrera del pubis, parecía algo más grande que la de Iago y, aunque era gruesa, no lo parecía tanto al compararse con la de su primo.
—Oye, estos tardan mucho, ¿no? —se preocupó Sara, ignorando lo que el anfitrión le había dicho.
—Es que hay algo que no sabes, loca. —Toño se acercó a ella.
—¿El qué?
—Si me la sobas como a este —señaló a su primo—, te lo digo.
—¿Tú te crees que yo soy idiota? —sonrió ante lo que creía que era una ruin artimaña.
—¿Cuándo te he mentido yo? —enfatizó de forma exagerada.
—¡Joder! Hace un momento, con lo del complejo de tu primo.
—¡Ah! Es verdad —rio a carcajadas.
—Pues nada, entonces te quedarás sin saber por qué no han llegado aún —intervino Alfonso.
—¡No me jodáis! —empezó a exasperarse.
Sara comenzó a dudar. Lo cierto es que no era muy normal que tardaran tanto. Pensó en marcharse, pero si les había pasado algo y los dos primos lo sabían, no quería perder la oportunidad de enterarse. Disimuladamente echó un vistazo a la entrepierna del más joven. Sin duda, seguía cachonda.
Desvió la mirada hacia Toño. Sara nunca había sido infiel ni había tenido la necesidad de serlo, pero la adrenalina generada, tan solo al pensar en la posibilidad de volver a acariciar un pene que no fuera el de su marido, la convenció finalmente y, muy a su pesar, con gusto, aceptó la propuesta del primo mayor, convencida de que sería lo último que haría.
—Anda, ven aquí —le indicó—. Pero solo un poco.
La mujer se arrodilló, luchando contra la repugnancia que le supuso sentir las rodillas adhiriéndose al pegajoso suelo. Hundió la mano en la pelambrera del pubis de Toño, rodeando la base de la polla. A medida que subía por el tronco iba aumentando la presión ejercida, hasta llegar al orondo glande, que, estrujándolo con todas sus fuerzas, se hinchó aún más, llenándose de sangre y adquiriendo un tono rojizo. A Sara le gustó el tacto del carnoso bálano.
El dueño de la casa no tardó en empalmarse y la esposa de Iago pudo cerciorarse de que la verga que estaba acariciando era ligeramente más grande que la de su marido.
—Bueno, ya está —dejó de masturbarlo, no sin esfuerzo.
—¿Ya?
—No te quejes, que te he tocado más que a tu primo.
—Pues tendrás que compensar. Sóbasela a él también y te contamos lo que pasa.
—¡Tío, no se puede confiar en ti! —le recriminó la mujer.
Alfonso se acercó a Sara, lo suficiente como para dejar la verga a su alcance. La esposa de Iago pensó que pajear a uno no podía ser peor que a otro. Lo había hecho con el primo mayor y, puestos a elegir, prefería hacerlo con el más pequeño. Decidió no quedarse con las ganas y, alargando el brazo, agarró el flácido falo, sopesando su exagerado volumen. Presionó algo más y movió la mano, estirando la piel, hasta retirar el prepucio, descubriendo un blanquecino glande.
—¿Cuánto te mide? —preguntó en tono cariñoso.
—No sé… ¿Más de veinte? —respondió con sinceridad, sin saber cuánto le medía realmente.
—Uhm… —Sara suspiró, excitada.
Sin dejar de masturbar a Alfonso, la mujer de Iago volvió a acariciar la verga de Toño, pajeándolos a ambos. Mientras se la cascaba a los dos primos, comenzó a reflexionar sobre la locura que estaba cometiendo. Se había auto engañado, pensando que podía jugar un poco con ellos y parar cuando quisiera. Pero lo cierto es que el calor uterino ya era incontrolable.
Ya casi no se acordaba de su marido y, por supuesto, ningún otro hombre ocupaba sus pensamientos más allá de las dos pollas que tenía entre manos. Tan solo le afligía la idea de que apareciera el resto del equipo en cualquier momento.
—No van a venir, ¿verdad? —concluyó Sara.
—Claro que no —ratificó Alfonso.
La mujer pensó que la confirmación de sus conclusiones la atormentaría, por dejarse engañar, por sentirse como una idiota y por tener que irse sin terminar de disfrutar de los dos machos que la habían puesto como una moto. Sin embargo, extrañamente, saber que no la interrumpirían le dio la tranquilidad suficiente como para desatarse definitivamente, sin tener que luchar contra sus miedos, proporcionándole la libertad para llevar a cabo lo que jamás pensó que acabaría sucediendo.
La esposa de Iago y mejor amiga de Richard, alzó el inmenso pollón del joven Alfonso, que ya estaba morcillón, acercándoselo a la boca. Sin dejar de subir y bajar la mano a lo largo del tronco, le dio un primer lametón, degustando su intenso sabor. Giró el rostro, acercándose a su primo, y se metió la verga de Toño hasta la campanilla, sintiendo cómo la carne del abultado glande se adaptaba a las formas de su faringe.
El alocado guardameta acarició el rostro femenino, deslizando con suavidad el pulgar a lo largo del moflete de Sara, que sonrió sin dejar de mamarle la verga. El hombre movió la mano con lentitud, hasta alcanzar el cuero cabelludo. Agarró la preciosa melena rubia y comenzó a mover la cadera muy ligeramente, golpeando con la punta de la polla el fondo de la garganta femenina.
A Sara no le entusiasmaba que la dominaran y no le gustó demasiado el gesto de Toño. El hombre cada vez se movía más, empezando a perforarle la boca de forma desagradable. La esposa de Iago tuvo que alzar una mano hasta el vientre masculino para disuadirle un poco. A pesar de que el ímpetu del dueño de la casa no disminuyó, Sara se distrajo al sentir la mano que se coló bajo su ropa.
Alfonso era consciente de que la esposa de Iago debía estar a mil si había sucumbido a la encerrona. Conocía bien a las mujeres y sabía que Sara necesitaba aliviar su fuego interno. El veinteañero se agachó, introduciendo la mano, a la altura de la cintura, bajo las prendas femeninas. Palpó el vientre plano, sin un ápice de grasa, y se excitó con el placentero contacto.
Mientras oía el incremento de los suspiros de la mujer, el menor de los primos desabrochó el pantalón de Sara y coló la mano dentro. Se topó con la tela de las bragas y las sorteó hincando los dedos en la piel, deslizándolos a través de un pubis cubierto por una fina capa de cuidado vello. Al alcanzar la vagina, se pringó los dedos, cerciorándose de lo que había supuesto. Acarició los resbaladizos labios vaginales, provocando los continuos jadeos de Sara, que separó las piernas instintivamente.
La esposa de Iago se estaba deshaciendo. Por la boca le resbalaban las babas que la fricción con la polla de Toño habían generado. Al mismo tiempo, el coño, expertamente tratado por Alfonso, se le hacía agua. Con el enorme glande rasgándole el paladar, un dedo penetrándola y otro presionando su clítoris, Sara explotó en una monumental corrida.
—¡Uf! Hijos de puta… —fue lo primero que dijo cuando se recompuso.
Más relajada tras el orgasmo, Sara volvió a pensar en Iago y, de repente, se acordó de Richard. Un tremendo malestar se apoderó de ella. Le dolía engañar a su marido y, más aún, que no fuera su mejor amigo el que lo disfrutara. Se alzó, dispuesta a terminar con la situación, pero al hacerlo, se fijó en Alfonso, sentado en el sofá, masturbándose.
—¿Te ha gustado? —preguntó con fanfarronería, sabedor de que había sido el culpable del orgasmo femenino—. Anda, ¿por qué no me haces una mamada como dios manda?
Sara pensó que el chaval no era más que un gilipollas, un engreído niñato que… que tenía un extraordinario pollón. El vaivén del mástil cada vez que el dueño deslizaba la mano, subiendo y bajando la piel de la verga, la hipnotizó. Miró un poco más allá, deleitándose con las prominentes abdominales y el marcado pectoral. Un poco más arriba, se topó con la adorable cara de pillo del veinteañero. Se olvidó de Iago. Y Richard ni volvió a pasar por su cabeza.
La mujer se acercó al chico, que abrió las piernas para que ella se arrodillara entre medio. Alfonso soltó la verga, medio en erección, dejándola caer sobre su vientre. Sara, con la palma completamente abierta, se la acarició. Se inclinó hacia delante y sacó la lengua para lamerle los testículos, enganchándose con los grandes pliegues del escroto. Mientras, rodeó la verga con la mano, comenzando a masturbarlo. La presencia masculina que sintió a su espalda, no la descentró.
Toño se había acercado a Sara, comenzando a sobarla. El anfitrión, deshaciéndose de la parte superior de la ropa femenina, rodeó el cuerpo de la mujer, alcanzando sus firmes pechos. El siempre agradable tacto de las tetas le sobrexcitó.
El mayor de los primos bajó las copas del sostén, no queriendo aventurarse a desabrocharlo. Con los senos liberados, primero los palpó con la palma de la mano, como sopesándolos. Después se deslizó por ellos, amasándolos, intentando abarcarlos completamente, pero fue incapaz debido a su buen volumen. Por último, se concentró en los duros pezones, con pequeños roces iniciales, para continuar magreándolos y, finalmente, dedicarles dolorosos pellizcos, provocando las quejas femeninas.
El pollón de Alfonso ya estaba completamente duro y su tamaño era impresionante. Sara apenas podía introducírselo en la boca, así que se limitaba a chuparle la punta y lamerle el tronco sin dejar de masturbarlo.
Los pantalones de la mujer de Iago seguían desabrochados, así que Toño no tuvo muchos problemas para deslizar la prenda hacia abajo, pudiendo sobar el perfecto culo femenino. A pesar de la edad, las nalgas de Sara estaban recias y en su sitio. El hombre asió los costados de las bragas y tiró de ellas hacia abajo. La tela, pegada al empapado coño, se resistió a abandonar a su dueña.
—¡Loca, estás tan cachonda que te vamos a follar aunque no quieras! —gritó, entusiasmado.
Sara giró el rostro, molesta, pero consciente de que el compañero del equipo de fútbol de su marido tenía razón. Por mucho que lo quisiera evitar, ya le era imposible resistirse a la tentación de que aquellos dos indeseables primos le regalaran una buena follada.
—Vamos, Sarita, no te enfades —Alfonso se incorporó ligeramente, acariciando el rostro femenino mientras aprovechaba para sobar los senos que se bamboleaban ante él.
La mujer no dijo nada, solo contestó abriendo ligeramente las piernas, invitando a Toño a acceder a su sexo. Con el semblante serio, volvió a girarse para seguir con la mamada al menor de los primos.
Toño deslizó un dedo entre las nalgas, acariciando levemente el ano femenino, haciendo que la mujer diera un respingo. El hombre siguió su excursión, alcanzando el punto en el que las mojadas bragas se habían quedado adheridas al coño. Separó la tela, pringándose los dedos, y encaró la polla al sexo de Sara.
La treintañera sintió el calor que se aproximaba a su entrepierna. En absoluto se esperaba que Toño fuera a penetrarla sin permiso, pero cuando quiso reaccionar ya fue demasiado tarde. Sintió el poderoso glande abriéndose paso por los pliegues de su vagina y, de repente, un empujón, colándose toda la polla en su interior. Antes de que pudiera protestar, un nuevo impulso. Sara sintió los descuidados pelos del pubis masculino arañándole las nalgas.
Los envites de Toño eran cada vez más exagerados, impidiendo que la pareja de Iago pudiera continuar practicando sexo oral a Alfonso. El dueño del piso agarró nuevamente la cabellera femenina, tirando de ella. La oyó gritar y eso le dio aún más brío. La cadera del hombre chocaba con frenesí contra el culo de Sara.
La mujer no se podía creer que se estuviera calentando con el trato vejatorio de Toño. Encorvada hacia atrás, intentando evitar el dolor en la cabeza debido al tirón de pelo, empezó a sentir el placer que las violentas penetraciones le estaban provocando. Sin poder evitarlo, el coño empezó a lubricar, salpicando flujos debido a los enardecidos movimientos. Aumentando los decibelios de los gritos, Sara acabó corriéndose mientras era salvajemente penetrada.
—¡Menuda zorra, joder! —gritó eufórico Toño, dejando caer al suelo a la desfallecida esposa de su compañero de equipo.
Sara, prácticamente desnuda como estaba, se sintió casi tan sucia como el mugriento suelo en el que se encontraba. Dañada, tanto física como moralmente, se alzó, con las piernas temblorosas.
—Si te ha gustado lo de mi primo, aún no sabes lo que te espera —sonrió Alfonso.
—Pero más suave, por favor —imploró, temerosa.
—Conmigo verás las estrellas al ritmo que tú quieras, preciosa.
El veinteañero se acercó a la mujer para besarla. Sara disfrutó de los gruesos labios masculinos y la juguetona lengua que se movía con destreza. El morreo aumentó la libido que el reciente orgasmo le había rebajado. Pero fueron los magreos a la joven y fuerte musculatura los que la encendieron nuevamente. El roce del pollón por encima de la cadera fue lo que la incitó definitivamente a empujar a Alfonso hacia el sofá.
El muchacho quedó sentado, con el miembro apuntando al techo, desafiándola. Sara se puso a horcajadas sobre él, sintiendo cómo la punta de la inhiesta verga le rozaba los pegajosos labios vaginales.
El primo de Toño se agarró el falo con una mano y, con la otra, magreó el trasero femenino. El joven movió su mástil, restregando la punta a lo largo del coño, que, acuoso, empezaba a gotear nuevamente. Sara intentó bajar el cuerpo, pero Alfonso se lo impidió, jugando con su desesperación.
—Por favor… —suplicó ella.
—Tienes que desearme más —sonrió con altanería.
—Te deseo mucho… —sollozó.
—Demuéstramelo.
Sara lo besó con una pasión desmedida, saboreándole la lengua y mordiéndole el carnoso labio inferior. Él rio y ella se inclinó hacia atrás, deslizando una mano por el grandioso tronco de la juvenil verga, hasta alcanzar los testículos. Se los acarició con ternura, recibiendo el vehemente morreo del joven futbolista.
Alfonso volvió a agarrarse la polla y le dio un par de golpecitos a la rubia en el coño, provocando los gemidos de Sara y el chapoteo debido a los fluidos vaginales que salieron disparados con el gesto. El chico agarró a la hermosa mujer por la cintura y, ahora sí, la forzó a bajar, entrando en contacto con el durísimo falo.
La esposa de Iago no dejó de gemir a medida que, con parsimonia, centímetros y centímetros de rabo se introducían en su interior. Jamás había estado con un hombre tan bien dotado y, antes de descansar sobre los huevos de Alfonso, sintió que el miembro viril la llenaba por completo.
—Puto cabrón… —se ahogó en sus propias palabras, sintiendo cómo el veinteañero comenzaba a moverse.
Alfonso ya había hecho los cálculos necesarios así que, sabiendo dónde estaba el límite de Sara para no lastimarla, comenzó a sacar y meter el pollón de su interior. Primero poco a poco, facilitando que la dilatación femenina se adaptara a sus exageradas medidas, para después, aumentando el ritmo, acabar regalándole el tercer orgasmo y el mejor polvo que recordaría en mucho tiempo.
Exhausta, con la incandescente polla del veinteañero aún en su interior, Sara sintió cómo trasteaban con su culo. Era Toño. Cansada, le dejó hacer, hasta que notó cómo comenzaba a hurgar entre sus nalgas.
—Con eso no se juega —resopló.
—¿Por qué? —preguntó el aludido, llevándose la mano a la nariz—. Huele a mierda. ¿Por eso no quieres? —rio, divertido.
—Entre otras cosas…
—¡Calla ya! Si lo estás deseando.
Toño metió de golpe un dedo en el orificio anal, provocando los quejosos alaridos de Sara. El hombre se fijó en cómo un hilillo de excrementos comenzó a brotar. La mujer quiso reaccionar, pero Alfonso la sujetó y ya no se pudo zafar.
—Relájate y no te dolerá —le susurró el primo menor.
—No… —suplicó ella, sin conseguir darles pena.
El anfitrión, con un paño sucio que estaba encima de la mesa, limpió los primeros restos de caca. Siguió hurgando en el esfínter de Sara, que, poco a poco, se iba relajando, permitiendo la progresiva dilatación anal. Toño hizo un primer intento, pero el abultado glande era demasiado para el inexperto culo, provocando los exagerados alaridos femeninos.
—¡Chis! Tranquila… —le iba murmurando Alfonso al oído, intentando calmarla.
Tras unos largos minutos trabajándose el ano, Toño por fin fue capaz de encular a Sara, que no pudo evitar el grito inicial, pero finalmente consiguió soportarlo. El glande del hombre era excesivamente gordo como para que la rubia no sintiera como si la desgarraran, experimentando una sensación nueva para ella.
Doblemente penetrada por los dos primos, no estaba segura de si lo estaba disfrutando, pero tampoco podía decir que fuera desagradable. De hecho, el placer llegó poco a poco, in crescendo , hasta alcanzar cuotas casi desorbitadas. Oyendo las respiraciones entrecortadas de los dos machos y escuchando sus propios jadeos, Sara alcanzó un nuevo orgasmo.
El primero en abandonar la postura fue Alfonso, para no mancharse cuando Toño se separara de la mujer. Al hacerlo, un reguero de heces se deslizó por el enormemente dilatado ano.
—¡Se te cae la mierda! —bromeó el anfitrión, riéndose a carcajadas, aunque a la aludida no le hizo ninguna gracia.
Pero menos le gustó que volviera a agarrarle de la melena, obligándola a arrodillarse nuevamente en el asqueroso suelo. Sin liberarla, Toño comenzó a masturbarse la sucia polla delante de ella, apuntando hacia su rostro. Sara, molesta con la actitud del portero, frunció el ceño, hasta que recibió el inesperado manotazo.
—¡Abre la puta boca! Y sonríe un poco…
El guantazo no fue ni mucho menos fuerte, tan solo un pequeño golpe en el pómulo, suficiente para enfadarla sin llegar a asustarla.
—¡Que te jodan! —se quejó la treintañera, antes de escupir sobre el enorme glande.
—Eso es, zorrita… —Y le dio otra bofetada.
Sara, queriendo evitar un nuevo sopapo, hizo caso al hombre, sonriendo antes de abrir la boca con un gesto lascivo, provocando los sonoros gemidos de Toño, al que pareció gustarle la mueca de la mujer.
—¡¡¡Loca!!! —gritó justo antes de empezar a eyacular.
Los primeros chorros de esperma cayeron sobre el precioso rostro femenino. El grumoso semen le manchó la frente y una de las mejillas. El resto se quedó adherido a la punta de la polla. La mujer de Iago expulsó la poca leche que se le había colado en la boca, dejándola resbalar por su barbilla.
Alfonso, sin dejar de acariciarse el pollón, se acercó Sara que, a pesar de tener el rostro manchado con la lefa de su primo, se la chupó una vez más al veinteañero, sustituyéndole en la masturbación. El joven parecía controlar con suma facilidad el orgasmo, así que la treintañera se esforzó en satisfacerlo. Abrió la boca todo lo que pudo, intentando meterse la mayor cantidad de verga mientras se trabajaba el glande con la lengua, le pajeaba con una mano y con la otra le acariciaba los colgantes testículos.
La mujer sintió la convulsión del pollón, pero no estuvo a tiempo de desincrustarse el enorme falo de la boca y el primer lechazo fue a parar directamente a la garganta de Sara, que no se atragantó gracias a su experimentado buen hacer.
La corrida del semental se fue acumulando en la boca femenina, que comenzaba a llenarse. Cuando el semen comenzó a rebosar, la mujer se separó de la verga definitivamente y los siguientes chorros, aún enérgicos, apuntaron descontrolados hacia el cuerpo femenino. El cuello, uno de los senos, el vientre y ambos muslos fueron las zonas de la anatomía de Sara que se mancharon con la abundante lefa de Alfonso. La esposa de Iago tragó, engulléndose la mayoría del semen que le colmaba la cavidad bucal.
—¡Joder, macho! —quedó fascinada por la cantidad de esperma que el chico había soltado.
Sara, aún maravillada, besó y lamió el semirrígido cipote del Alfonso mientras le acariciaba los huevos a Toño.
Tan solo media hora después, los dos primos se encontraban solos en el piso.
—Toma —el dueño de la casa le lanzó el móvil de Sara al veinteañero.
—Es un BQ —confirmó—. ¿Crees que se lo podremos vender a alguien?
—Algo nos darán.
—Oye… —Alfonso, agradecido, remarcó la pausa, buscando las palabras adecuadas, para finalmente añadir—: Gracias.
—¡Ha sido la hostia! —sonrió el mayor de los primos.
Sara se sintió culpable nada más salir del piso, justo tras oír la puerta cerrándose a su espalda, abrigando una terrible sensación de vacío. Incómoda, de camino a casa con el esfínter dolorido, se sentía sucia tras haberse lavado mínimamente debido a la repulsión que le provocaba el cuarto de baño de la casa de Toño. Tampoco ayudaba ir sin bragas, pues no había sido capaz de encontrarlas entre todo el desorden que abundaba en el piso del portero.
Pero lo que más le dolía eran los remordimientos al pensar en los cuernos que le había puesto a Iago y, sobre todo, al recordar la promesa que le había hecho a Richard de que si alguna vez era infiel sería con él. Una primera lágrima brotó de la pupila de Sara, deslizándose por su mejilla.
Cuando llegó a casa ya era tarde y, por suerte para ella, Richard y Jordi ya se habían marchado. Iago estaba en la cocina, preparando la cena, lo que Sara aprovechó para deslizarse rápidamente hasta el cuarto de baño de la habitación de matrimonio para asearse como es debido.
—¿Ya estás en casa, cielo? —preguntó el hombre al escuchar el ruido de la puerta.
—Sí. ¿Cómo ha ido? —se interesó desde la distancia, intentando aparentar normalidad.
—Bien, aunque Toño y Alfonso no se han presentado.
Sara creyó morir. Tragó saliva, saboreando un regusto amargo a esperma, y, con la voz entrecortada, contestó a su cornudo marido.
—Pues mejor, ¿no?
—¡Claro que sí! Oye, ¿y tú qué tal?
—Mal —confesó mientras se desnudaba.
—¿Y eso?
—Me han robado.
—¡No jodas!
—El móvil y dinero.
—¿Y cómo ha sido?
—Pues ni idea. Estoy agotada y necesito relajarme —se excusó—. Me doy una ducha y ahora te cuento.
—Vale. —Y antes de oír el agua cayendo desde el grifo de la ducha, Iago añadió—: Por cierto, ya hemos disuelto el equipo. Ahora podré centrarme totalmente en ti y el bebé.
La esposa de Iago no pudo contener las lágrimas nuevamente. Mordiéndose el labio, procurando que no se escuchara el llanto, pensó en la locura que había cometido, preocupándose por las posibles consecuencias de haberse acostado con los dos primos sin usar preservativo justo cuando estaba buscando el embarazo. Recordó los condones que había visto en el cuarto de baño de la casa de Toño y se vino abajo.
La mujer abrió el grifo de la ducha y dejó que el agua caliente se deslizara por su cuerpo desnudo. Sara jamás se había frotado tan a conciencia cómo ese día, queriendo borrar toda huella de una infidelidad que la acompañaría de por vida.
Al día siguiente, Alfonso, deseoso de ver a Jordi, no tardó en quedar con él.
—Aquí tienes la pasta —le pagó la apuesta con el dinero que le habían robado a Sara, forzando un semblante serio.
Jordi tuvo una sensación de alivio al imaginarse que finalmente el primo de Toño no había conseguido liarse con la mujer de Iago.
—Y aquí las bragas de Sara —continuó Alfonso, lanzándole la prenda que la dueña se había dejado en la casa de su primo.
—¡No me jodas! —Jordi alucinó, provocando las carcajadas del veinteañero—. ¿Son de ella?
—¿Tú qué crees? —sonrió con chulería.
—¡Eres un suertudo, hijo de puta! —le recriminó, no pudiendo ocultar su envidia—. Usarías condón, ¿no?
—¿Por? —preguntó, despreocupado.
—¡Porque están buscando un hijo, inconsciente!
—Me la pela. Alguien tenía que hacer el trabajo por el impotente de Iago —rio nuevamente.
—Eres un descerebrado.
—¡Que te jodan, envidioso de mierda! —Y se marchó, dejando a Jordi con la palabra en la boca.
Sentada en la misma terraza donde se despidieron por última vez, nerviosa, Sara esperaba a su mejor amigo. Había vuelto a mentir a su marido para poder quedar con Richard, puesto que sentía la necesidad imperiosa de volver a verlo a solas. Y cuando lo vio, se le cayó la cara de vergüenza.
No hubo saludo cariñoso, ni abrazo lascivo. Solo silencio. Richard lo captó en seguida. Se sentó junto a su amada y aguardó a que estuviera preparada.
—Tengo que contarte algo… —comenzó.