Dos por dos

Continuación del relato "Dos por uno". Ángel se ha pasado todo el verano disfrutando con los gemelos Alberto y Roberto, pero la llegada de un cuarto mosquetero va a otorgarle un nuevo cariz a su relación.

Tal y como terminó el último día de julio, empezó el primer día de agosto. El final del verano estaba próximo en el calendario, pero no en las mentes de los más jóvenes, que todavía veían un mes largo por delante para dar lo máximo de las vacaciones. El calor todavía apretaba, las piscinas estaban a pleno rendimiento y los amigos que no habían marchado de vacaciones estaban a tope de energías, lo mismo que un lagarto que ha pasado un buen rato tomando al sol en una piedra. Y, precisamente entre piedras y al sol es donde más había estado Ángel disfrutando de las vacaciones.

El primer día que Ángel había conocido de manera tibia a los gemelos Alberto y Roberto había quedado ya lejos en el tiempo, pero no se había desvanecido en el olvido. Al contrario, durante los meses de junio y julio había quedado en numerosas ocasiones en la poza cercana al nacimiento del río del pueblo con sus dos idénticos amigos. Aunque amigos tal vez era quedarse corto, ya que cada vez que estaban los tres solos al cobijo de los árboles que rodeaban la piscina natural, el pudor y la vergüenza morían. Desnudos los tres jóvenes, habían nadado por esas aguas, habían chapoteado, habían salpicado y habían disfrutado de sus cuerpos. Las manos no permanecían quietas, pues bailaban sobre las pieles húmedas y tersas. Las lenguas no podían detenerse, pues experimentaban sabores prohibidos y lujuriosos que la decencia no permitía mencionar. Las bocas no quedaban libres, pues se adherían a otras bocas y a otras zonas a las que exprimían su jugo. Sus miembros no descansaban, pues duros y rígidos como estaban iban de dentro afuera en una cadencia que marcaba el compás de una orquesta muda.

Atrás había quedado esa timidez con la que el primer día Ángel recibiese a sus dos idénticos amigos íntimos. Los gemelos, más expertos en las artes amatorias, le habían enseñado todo lo que debía saber para experimentar los mayores placeres que el cuerpo masculino podía degustar con otro cuerpo masculino. Le habían enseñado a dar y a recibir, a comer y a beber, a chupar y a devorar, a tocar y a sentir… Y la timidez quedó atrás. La ropa caía enseguida, la vista se deleitaba, el amor se consumaba… La piscina natural, su rinconcito privado, era testigo de sus lujurias y sus deseos, un lugar al que casi nadie acudía jamás, salvo ellos. Tan sólo en un par de ocasiones estuvieron a punto de ser cazados por transeúntes inesperados, pero el ingenio mantenía el secreto.

Así llegó agosto, con consumaciones dos o tres días a la semana, varias veces cada vez, sin que nadie lo supiese. Ni siquiera los padres de los tres chicos, que solo veían una amistad duradera. Y fue, precisamente, el primer día de agosto cuando la madre de Ángel le dio a este una noticia que iba a alterar su vida sexual.

-Mañana va a venir tu primo Raúl a pasar unos días con nosotros. No te importa, ¿no?

-Para nada-respondió él-. ¿Por qué viene aquí?

-Tus tíos, que están cansados  de que se pase el día encerrado en casa y quieren que salga un poco. Por eso nos lo envían a nosotros. Aquí en el pueblo no tendrá excusa para quedarse en su habitación. ¿Seguro que no te importa? Tendrá que compartir habitación contigo.

-No, para nada.

-Está bien.

Raúl era el hijo del hermano de la madre de Ángel. Un poco antisocial y tímido, pero para nada un mal chico. Era dos años mayor que él y era bien sabido dentro de la familia que tenía pocas amistades que no estuviesen dentro de su ordenador. También era bien sabido que era homosexual después de que su madre le pillara un día masturbándose con fotos de hombres desnudos. No era un tema que molestase a nadie, pero la madre de Ángel tenía que acomodarlo en algún sitio, y sólo tenía libre la habitación de su hijo. En el pasado, Ángel podría haber reaccionado con molestia por la condición de su primo y el hecho de que tuviese que pasar la noche con él, pero ahora no tenía ningún problema, y así Raúl no tendría que dormir en el sofá.

La mañana era joven y ese primer día de agosto Ángel había quedado con sus dos amigos íntimos, los gemelos Alberto y Roberto. Como era usual, quedaron en la calle, pues los tres vivían en lados opuestos y casas enfrentadas. Bicicletas en mano, pedalearon a través del pueblo hasta salir por un caminito de tierra que se adentraba en un bosquecillo. La tierra eventualmente se convirtió en un suelo de piedra y allí apareció la poza, su piscina natural privada y confidente de su amor carnal. Una vez allí, las bicicletas quedaron a un lado y toda la ropa que llevaban puesta cayó al suelo en caóticos rebujos, quedando sus tres cuerpos al descubierto, desnudos, lampiños y tostados por el sol que les había acariciado y observado durante el largo verano. Liberados de todo, los tres chavales saltaron al unísono al agua con un sonoro chapoteo que lanzó agua por todas partes. Nadaron por el espacio reducido, disfrutando del frescor del agua que alejaba el calor, salpicándose entre sí en juegos dotados de cierto erotismo y buceando de vez en cuando para pillar unas cosquillas desprevenidas.

Un rato después, los gemelos se encaramaban a las rocas para ponerse bajo la ducha que ofrecía la pequeña cascada que alimentaba la poza. Sus penes, húmedos y erectos salieron a relucir: dos palos idénticos, tiesos, no excesivamente gruesos, de piel ligeramente oscurecida y un glande de un color rosa apagado que no sobresalía del todo. Ángel los envidiaba porque ambos eran más grandes que el suyo por un par de centímetros, aparte de que el color chocolate que tenían los hacía más apetecibles, a diferencia del suyo, tan pálido y blancuzco. Ángel se acercó a ellos como una víbora que repta sobre la superficie del agua acechando a su presa y, con un juego de “pito pito gorgorito”, eligió el de la derecha para empezar a engullir. Antes habría pensado que ese acto era algo asqueroso, pero los gemelos le habían enseñado que no había problemas y ahora los tomaba sin tapujos. Incluso había llegado a tragar en alguna ocasión la deliciosa leche que emanaba de ellos.

-¡Me encanta este sitio!-exclamó uno de los gemelos mientras estaban de esa manera-. Me pregunto qué tal estaría un baño nocturno un día de estos.

-Ahora que lo dices, sí que estaría bien…

-¿Qué os parece si organizamos un día una acampada? Aquí mismo, nosotros tres.

-¡Suena genial! Aunque tendremos que pedir permiso a nuestros padres.

-Ya somos mayorcitos. Seguro que nos lo conceden. ¿A ti qué te parece, Ángel?

El aludido soltó su bocado para poder hablar.

-Yo me apunto-dijo. Luego añadió-. Por cierto, mañana viene mi primo a quedarse unos días en mi casa. Podría invitarle.

-No sé yo…-repuso uno de los gemelos con reticencia-. Si viene no podremos estar desnudos toda la noche…

-Y darle bien duro…

-No os preocupéis por ello-respondió Ángel-. Tiene más pluma que un pavo real. Seguro que le podemos invitar a nuestros juegos.

-Ah, entonces genial. Invítale.

-¿Pasado mañana, por ejemplo?-preguntó Ángel.

-Por mí perfecto.

-Y tengo una idea para un juego-dijo el otro gemelo, con aire de misterio.

No hubo más revelaciones con respecto a dicho juego, pero fuera lo que fuese, prometía ser excitante. Después de que Ángel hubo disfrutado de manera oral con los miembros de sus dos amigos íntimos, los tres chicos salían del agua para darle algo más de profundidad a sus juegos eróticos. Tras una nueva sesión oral sobre las rocas en un triángulo amoroso donde los miembros se devoraban y eran devorados mutuamente, los tres jóvenes se penetraron en la posición que más les gustaba: el sándwich, donde los gemelos eran las rebanadas de pan y Ángel el contenido. Así fue como Ángel lo hizo por primera vez con los dos gemelos, pero aquella vez no fue capaz de aguantar su estallido seminal y en poco tiempo se corrió dentro del gemelo al que penetraba. Ahora, más experimentado, podían durar varios minutos en ese excitante tren del amor, entrando y saliendo mientras sus cuerpos chocaban y sus gargantas gemían hasta que la tensión de los penes y el calor de sus cuerpos era demasiado intenso como para soportarlo. Sólo entonces detenían el impulsivo tren y, ya fuese de rodillas o de pie, juntaban sus caderas tanto como podían y apuraban las últimas gotas de placer con las manos. Juntaban sus glandes tanto como era posible, hasta que los chorros de leche salían disparados al aire de manera descoordinada y las gotas de leche se adherían a sus cuerpos sudorosos como perlas que luego lavaban de nuevo en la poza, o al menos los restos que quedasen después de que sus lenguas arrasasen con ellas. Ángel había descubierto que le encantaba hacer círculos con la lengua sobre los pezones ajenos o introducirla en los ombligos, provocando cosquilleos de placer y de risa que dejaban la piel de gallina.

Una vez secaron sus cuerpos al sol, se volvieron a poner la ropa y volvieron a bajar al pueblo. Cuando todavía quedaba algo de mañana por delante, como era el caso, solían seguir pedaleando por otros caminos; en ese sentido, Ángel había transmitido su mayor pasión a los gemelos. En otras ocasiones, como la presente, solían pasar por el quiosco a comprar algunos dulces y golosinas que aprovecharían para degustar en la plaza o algún rincón calmado del pueblo mientras charlaban sobre diversos temas. Por la tarde aprovecharían para ir a la piscina municipal, a bañarse un rato y pasar la tarde sin que hubiese ninguna tensión sexual entre ellos, aunque otros días habían aprovechado para explorar otros caminos y lugares con sus bicicletas y, si encontraban un sitio lo suficientemente apartado y solitario y el calentón aparecía, habían tenido alguna nueva sesión sexual, estando de pies y sin quitarse la ropa del todo. Y, aunque conservaban capturas secretas de estas aventuras en sus móviles, siempre preferían la poza sobre cualquier otro lugar.

Al día siguiente, Ángel no quedó con los gemelos para salir a pedalear. Esos días de soledad podían resultar, en ocasiones, algo chungos, pero tenían que espaciar sus salidas de vez en cuando para que la gente no sospechase. Además, a eso del mediodía, Ángel esperaba a la parada del bus la llegada del autocar que había de traer a su primo Raúl. La carretera principal del pueblo era un río de asfalto de dos carriles, tres en algunos tramos, por el que solían concurrir pocos coches, más habitualmente camiones que tenían el valle como ruta para llevar sus mercancías. Ángel tuvo que esperar unos quince minutos hasta que el vehículo colectivo hizo su aparición por el horizonte para detenerse junto a la marquesina de vidrio en la que se encontraba. Por las escaleras bajaron apenas cuatro personas, entre ellas, como era de esperar, Raúl, que enseguida se acercó a su primo que le esperaba.

-Bienvenido, primo, al culo del mundo-saludó Ángel con humor.

Ambos parientes chocaron las manos como saludo.

-¿Qué tal? Vengo a traeros la civilización y un asombroso invento: el fuego-respondió Raúl, siguiendo con la broma.

Raúl era un caso interesante. A pesar de que era dos años mayor que Ángel, era ligeramente más bajito que este y con ciertos rasgos aniñados, de manera que parecía algo más joven que su primo del pueblo. Su característica más llamativa eran sus gafas de pasta negra que suplían sus carencias visuales. Tenía el pelo oscuro y lacio, de aspecto grasiento, y su complexión era escuálida, de hombros estrechos y extremidades delgadas. También era destacable su prominente nariz, herencia de la familia de su madre, y una dentadura casi perfecta que se había formado después de muchos años de llevar aparato, pero que por suerte ya no debía llevar. Vestía unos pantalones vaqueros de bermuda que le remarcaban el culo de una manera algo provocativa, aunque no intencional, y una camiseta negra con el estampado de un personaje del World of Warcraft que Ángel no supo reconocer.

Una vez recuperado el equipaje de las entrañas del autocar, una simple maleta de ruedas, ambos parientes tomaron rumbo a la casa de Ángel.

-Y, dime-preguntó Raúl mientras andaban-, ¿qué soléis hacer por aquí para divertiros?

-Normalmente conjurar espíritus para que nos brinden buenas cosechas. En ocasiones con sacrificios humanos.

-Ya... Eso lo has sacado de una película.

-Puede…

-¿Y dónde me va a tocar dormir? En el sofá, supongo…

-No, mi madre quiere que duermas en mi habitación. Te va a instalar una cama plegable.

-Ah, bueno, pues se agradece.

Ninguno hizo algún potencial chiste al respecto de la homosexualidad de Raúl. Este todavía conservaba malos recuerdos de la vez que le pilló su madre con los pantalones bajados y el miembro entre las manos, así que prefería no sacar a relucir ese tema.

-No te importa compartir cuarto, ¿no?

-Para nada. ¿Y a ti?

-No, tampoco.

La conversación luego discurrió sobre temas de familia y videojuegos hasta que llegaron a su destino. Allí, la madre de Ángel recibió a su sobrino con efusividad y un fuerte abrazo; iba a ser como tener un segundo hijo durante la próxima semana, tal vez dos. Instalarse fue fácil y rápido; la matriarca le dio unas indicaciones sencillas sobre los lugares clave y el equipaje no llegó a desmontarse del todo; la maleta quedó a los pies de la cama plegable con la tapa abierta de manera que su propietario metía y sacaba lo que necesitase en ese instante. Por la tarde, Ángel y Raúl acudieron a la piscina municipal para dejar morir el día mientras se bañaban y jugaban a las cartas. Allí, Ángel descubrió el cuerpo de su primo: mayormente pálido, los huesos se le marcaban en la piel, dándole el aspecto de un esqueleto andante con pellejo. Sus piernas estaban descuidadas y peludas, aunque el pecho sólo adolecía de una pequeña mata que se extendía desde la zona del esternón hasta el ombligo. Tan solo no llegó a descubrir lo que había debajo de las bermudas que vestía y que apenas se le ajustaban a la cintura, lo suficiente para que no se cayesen.

En la piscina también se encontraron a los gemelos, vestidos con bañadores de bóxer de color verde a juego y que marcaban algo de paquete. Los hermanos se acercaron a saludarles como si no supieran nada sobre la visita de Raúl.

-Raúl, estos son Alberto y Roberto, los vecinos de enfrente-les presentó Ángel.

-¿Qué tal?

-Son buenos amigos míos. Este es mi primo, Raúl. Ha venido a pasar unos días al pueblo.

-¡Genial!-exclamó uno de los gemelos. Casi parecía que hubiesen ensayado la pantomima-. Oye, Ángel, habíamos pensado en hacer  una acampada nocturna mañana. ¿Te apetece venir?

-Puedes traerte a tu primo, si quieres-añadió el otro gemelo.

-¡Me encantaría! ¿Tú quieres venir, Raúl?

-No sé…-respondió el aludido con indiferencia.

-¡Ya verás, va a ser genial!-le animó Ángel-. Estaremos en medio del campo, podremos ver las estrellas, contar historias…

-¡Sí, venga, anímate!-exclamaron los gemelos.

Raúl reprimió un gesto de fastidio. Era evidente que no le apetecía para nada.

-No he traído saco de dormir…-repuso.

-Eso no es problema. Yo te dejo uno.

-O mejor dormimos al raso-propuso uno de los gemelos-. Una manta por encima, otra por debajo, y ya está.

Raúl se hizo de rogar, pero al final acabó aceptando la propuesta, tal vez para que dejasen de insistir. Luego solo tuvieron que obtener la aprobación de los progenitores, que fue obtenida al instante.

La tarde dio paso al crepúsculo, y el crepúsculo dio paso a la noche. Para celebrar la llegada de su sobrino, la madre de Ángel había preparado hamburguesas que la familia devoró con fruición. Tras la cena, una película entretuvo la velada hasta que llegó la hora de irse a dormir. Los primos descubrieron que ambos tenían la costumbre de dormir en verano en calzoncillos y camiseta. A pesar de ello, ninguno se sintió incómodo y, una vez estuvieron acostados, apagaron las luces y se hizo el silencio. Tan sólo había oscuridad y algunos ruidos exteriores que entraban por la ventana, pero que no lograban perturbar la calma.

Habrían pasado unos veinte o treinta minutos, tal vez más, cuando Ángel empezó a oír un sonido cercano que le resultaba bastante familiar. Sin moverse mucho para aparentar estar dormido y gracias a la poca claridad que entraba del exterior descubrió la silueta de su primo, allí, al otro lado de la habitación, que se movía de manera peculiar; él era el origen del sonido. Sus sábanas estaban ligeramente retiradas y su mano, envuelta en la penumbra, estaba manejando algo cercano a la entrepierna. No hacía falta ser un lumbreras para deducir que Raúl se estaba masturbando ahí mismo. Con el pene encerrado en el puño, su muñeca se movía de arriba abajo mientras profería gemidos sordos para evitar que no le oyesen. Ángel no pudo evitar hacerse la gran pregunta: ¿en qué estaba pensando mientras se auto-satisfacía?

Tal vez se imaginaba a sí mismo haciéndolo con alguno de sus personajes de videojuegos. Tal vez fuese una fantasía sexual inventada con algún compañero, o con algún famoso, o con alguna persona inventada. ¿Y si se estuviese imaginando que lo hacía con él? Tal vez Ángel estuviese en la imaginación de Raúl mientras su mano trabajaba. Era una posibilidad remota, pero, ¿y si era así? Y a partir de ello surgían nuevas preguntas: ¿quién estaba delante y quién detrás? ¿Estarían con sus cuerpos reales o con una realidad deformada? ¿Sería erótico, de dominación, voyerismo o algo por el estilo? ¿Serían ellos mismos o estarían representando unos papeles? Las posibilidades eran casi infinitas y la mera idea hacía que Ángel también se excitase, notando la erección bajo su propio calzoncillo. Sin embargo, él no necesitaba auto-satisfacerse; tenía a sus dos amigos íntimos durmiendo al otro lado de la calle. Y, en cualquier caso, si se pusiese a masturbarse y, de repente, ambos descubriesen al otro en plena faena, hubiera resultado en una situación bastante bochornosa. Por eso prefirió cerrar los ojos y tener sus propias fantasías sexuales con Alberto y Roberto mientras Raúl seguía con su propio trabajito.

A la mañana siguiente, ninguno de los dos comentó la inusual escena nocturna y desayunaron sin que los oscuros y pecaminosos secretos del otro quedasen al descubierto. Dedicaron una buena parte de la jornada a organizar los preparativos para la acampada que iban a celebrar esa misma noche: algo de comida, unas pocas bolsas de patatas, algunas bebidas, un par de sacos de dormir… Barajaron llevar también una tienda plegable que se montaba fácilmente, pero Ángel lo descartó. La idea era dormir bajo las estrellas y al raso tendrían más espacio para estar bien juntitos, aunque obviamente no declaró esta última razón. Por la tarde mataron el tiempo una vez más en la piscina municipal, aunque se marcharon mucho antes de lo habitual. Antes del crepúsculo ya tenían todo listo y empacado en sendas mochilas. Necesitarían bicicletas para llegar a la poza, así que Ángel se hizo con la suya y a Raúl le prestaron la de su tío.

-Pasáoslo bien. Y recordad: no hagáis fuegos-les despidió la madre de Ángel.

-Descuida, mamá.

Cuando salieron, los gemelos ya estaban esperando en la acera con sus propias mochilas y bicicletas preparadas. Ambos iban vestidos con la misma ropa que llevaban el primer día que Ángel los llevó a la poza, un signo premonitorio que sólo él llegó a percibir. Ángel vestía también una camiseta de tirantes y unos pantalones pirata, y Raúl llevaba prácticamente la misma ropa con la que había descendido del autocar.

-¿Todo listo?-preguntó uno de los gemelos.

-Todo listo-confirmó Ángel.

Los cuatro chicos empezaron a pedalear, cruzando el pueblo hacia el camino que les había de llevar a la poza. Ángel marcaba el ritmo desde la vanguardia, seguido de los gemelos que pedaleaban a la par. Detrás iba Raúl, que marchaba sin ganas y con un evidente gesto de desinterés; no le apetecía hacer eso y se sentía forzado a ir, a pesar de que lo había acordado el día anterior. Y si no volvía a casa era para que su tía no percibiese su desgana y se lo contase a sus padres. Aún así, seguía marchando lentamente, obligando a los otros a detenerse cada cierto tiempo para esperarle, y un trayecto que hubiera durado unos veinte minutos llegó a durar casi el doble. Para cuando llegaron a su destino, el sol casi había desaparecido tras las montañas y las primeras estrellas empezaban a dibujarse en el firmamento.

Como era habitual cuando llegaron a la poza, dejaron las bicicletas a un lado, pero esta vez no se quitaron la ropa al instante. Los gemelos habían manifestado en secreto que tenían la intención de bañarse cuando fuese noche cerrada y después de que jugasen al juego que tanta intriga le causaba a Ángel. Dispusieron un mantel en el suelo, a una distancia prudencial del borde del agua, y colocaron los sacos de dormir a su alrededor, formando un cuadrado, de manera que los hermanos y los primos quedaban frente a frente de su pariente y no estaban adyacentes. Los primeros compases de la velada transcurrieron con animadas charlas y manos que iban de las bolsas que quedaban abiertas en el centro hacia la boca. Raúl apenas participaba en la conversación, respondiendo de manera austera solo cuando le interpelaban, aunque sí que disfrutaba de la comida y la bebida. Cuando las viandas empezaban a agotarse y la oscuridad iba envolviéndolos, fue el momento de encender un par de linternas para suplir la falta de luz y comenzar el juego.

-He traído una baraja para pasar el rato-comentó uno de los gemelos-. ¿Sabéis jugar al póker?

-Yo sí sé jugar-comentó Raúl.

-Perfecto. ¿El resto sabéis? ¿Jugamos a eso?

Asentimiento general.

-Pero no tenemos nada para apostar-repuso Raúl.

-Pues jugaremos al strip póker.

Ángel y los gemelos sonrieron. Era una buenísima idea. Pero Raúl no se mostró tan cooperativo.

-Prefiero no jugar a eso…

-¿Por qué no?

No hubo respuesta. Raúl se mostraba cohibido. El gemelo que hablaba, por otro lado, no perdió baza.

-Aquí todos somos chicos. No vamos a ver nada que no hayamos visto antes. ¿Verdad?

-Pero sólo llevamos tres prendas cada uno, sin contar el calzado-comentó Ángel-. Va a durar muy poco.

-Lo tenemos todo pensado. Hemos traído unas canicas. El que tenga la mano más baja será el que pierda. Cada vez que uno pierda, ganará una canica que se pueden acumular hasta tres veces. A la cuarta, retiramos las canicas y se tiene que quitar una prenda. Y, sobretodo, nadie puede retirarse de la ronda. Hay que jugar con la mano que se tenga, sí o sí.

Era una idea genial. Raúl no pudo poner ninguna objeción, primero porque se sentía tan cohibido que había enmudecido, y segundo porque en una situación democrática llevaba las de perder tres contra uno. Intentó escabullirse y marcharse de la partida antes de que esta siquiera empezase, pero los gemelos evitaron que se marchase.

-Va, Raúl, vamos a jugar. Te lo pasarás bien, ya verás. Si has venido es para pasártelo bien en el campo, no para quedarte a un lado sin hacer nada.

-Pero…-respondió el otro-. Pero esta no es manera de disfrutar en el campo…

-¿Qué importa? Sólo hemos venido a divertirnos.

Raúl hubiera podido responder que era una manera muy rara de divertirse, pero otras ideas habían empezado a aflorar en su mente. Él no era consciente de que ellos conocían su condición, o de que lo fuesen los gemelos por lo menos. Ángel advirtió cómo su primo recolocaba sus piernas, intentando esconder su entrepierna de manera torpe: la sangre empezaba a bajar hacia zonas controvertidas y le hacía pasar verdadera vergüenza que lo pudiesen descubrir.

La partida comenzó con uno de los gemelos repartiendo las cartas. Se irían turnando para barajar y repartir mientras veían las cartas a la luz de las linternas. La primera mano la perdió Ángel con una triste pareja, llevándose la primera canica. A continuación fue Alberto: la mala fortuna quiso que no tuviese nada. Después perdió Roberto, luego Raúl, luego Alberto de nuevo, Ángel y Alberto una vez más.

-Ya tienes tres canicas-dijo Ángel.

-¡Vaya mala suerte la mía!-exclamó Alberto, fingiendo fastidio.

La siguiente mano se saldó con un precioso trío de Ángel más sendas parejas de Raúl y Roberto. Una vez más, Alberto se quedó sin una mano.

-Cuarta canica, hermano. Ya sabes lo que toca.

-¡Qué desgracia!-respondió Alberto.

Como quedó estipulado, las canicas desaparecieron del marcador de Alberto y este se tuvo que quitar la camiseta. Ángel pudo detectar miradas fugaces de su primo hacia el cuerpo del gemelo más otro nervioso movimiento de piernas.

La partida continuó. Le siguió un empate de parejas entre Ángel y Alberto, que tuvieron que marcar una canica ambos. Las canicas siguieron fluyendo y Ángel fue el siguiente en tener que quitarse la camiseta. Después vino Roberto, y la mala suerte de Alberto se siguió cebando en él, que tuvo que quedarse en calzoncillos, un slip muy ajustado de color azul oscuro que dejaba poco a la imaginación.

-Como me quede sin nada voy a tener que dejar de jugar…-dijo, mientras se quitaba sus pantalones pirata.

Ángel advirtió que las miradas de Raúl habían ido más para abajo. Sin embargo, hacía un esfuerzo titánico por no mirar al paquete del gemelo, que se había puesto con las piernas cruzadas y la espalda echada ligeramente hacia atrás, en una actitud sutilmente provocadora.

Luego llegó el turno de Raúl de quitarse la camiseta. Lo hizo con lentitud, ganando tiempo para que alguien o algo, un milagro o deus ex machina , le detuviesen de retirarse su camiseta favorita de World of Warcraft . Sin embargo, eso sólo causó que la atención recayese sobre él y los otros tres chicos esperasen a que se la quitase para continuar con el juego. Una atención que le hizo ponerse rojo de vergüenza.

-¿Podéis dejar de mirarme, por favor?-inquirió, con una vocecilla que pretendía sonar a indignación.

-¿Hay algún problema?-preguntó Alberto.

Raúl no respondió. Tan sólo le dedicó una mirada iracunda que estuvo a punto de deslizarse para abajo.

-Va, vamos a seguir-sentenció Roberto.

Y la partida continuó. Una mano después Roberto tuvo que quitarse la camiseta a pesar de su pareja, que sólo había sido batida por una doble pareja de Ángel. Después, un empate coincidió en que Alberto tuvo que quitarse finalmente su ropa interior y salir del juego mientras Ángel se quitaba los pantalones y se quedaba con su bóxer rojo de Calvin Klein.

-¡Qué mala suerte!-exclamó el gemelo perdedor mientras su pene flácido y sus testículos lampiños quedaban al aire-. ¡Ya no podré jugar más!

Ahora el esfuerzo que hacía Raúl sí que era inconmensurable. Ángel advirtió que se había quedado con la mirada fija frente a él, en un punto del mantel cercano a las piernas afeitadas de su primo. Debía estar pasando una tensión impresionante, pensó Ángel.

Raúl fue el siguiente en acumular cuatro canicas y quitarse los pantalones. Al principio se negó en redondo, amenazando con salirse de la partida, pero los otros le persuadieron de que era el juego que habían acordado y las reglas que se habían establecido. Pasaron varios minutos de quejas y de insistencias hasta que no soportó la presión sobre él y se los quitó. Aunque, en vez de ponerse de pies, no llegó a separar el culo del suelo para evitar que su erección quedase al descubierto, la cual ocultó con los brazos en cuanto tuvo ocasión. Su ropa interior consistía en un bóxer de color negro que casi se fundía con la penumbra de su alrededor que la luz de la luna y las estrellas empezaba a iluminar. Después le llegó el turno a Roberto de quitarse los pantalones, dejando entrever la misma ropa interior que llevase su hermano con anterioridad. Y la siguiente eliminación fue para Ángel, que en cuanto vio su mano sin una triste pareja junto a las tres canicas supo que iba a ser el siguiente. Y, efectivamente, así fue.

-Bueno, me tocó…-dijo mientras se ponía de pie.

-No irás a hacerlo de verdad-dijo Raúl con cierto tono de indignación.

-¿Y por qué no? Es lo que hemos acordado.

Ángel se llevó las manos a la cintura y empezó a deslizar la goma de su bóxer hacia abajo. En un gesto instintivo de pudor, Raúl cerró los ojos para no ver el pene flácido e igualmente lampiño de su primo hasta que este se sentó. Ya no había ningún sitio seguro al que mirar dentro de ese cuadrado y los ojos de Raúl se movían con gran velocidad y de forma huidiza por el entorno cuando no podía fijarlos en las cartas.

-¡Duelo final!-anunció Alberto haciendo como que tenía un micrófono en la mano-. ¡Roberto contra Raúl! ¿Quién aguantará hasta el final?

Era la batalla definitiva. Los dos con calzoncillos, contendientes hasta la muerte, a pesar de que Roberto llevaba una ligera ventaja, ya que él tenía una canica y Raúl dos. Ahora le tocaba dar a Raúl. Las cartas se repartieron y se descartaron las peores para obtener nuevas cartas. Raúl ganaba: doble pareja contra una pareja simple. La siguiente también fue favorable para Raúl, contando tres canicas en el marcador de Roberto. Pero luego perdió Raúl con una pareja contra un trío. Tres canicas contra tres canicas y sólo calzoncillos.

-¡La última y definitiva!-exclamó Alberto-. ¡Qué tensión!

Roberto repartía en esa última ronda. Todos los ojos estaban puestos en las cartas. Una mala mano y cualquiera de los dos podía perder. Pero, ¿cuál de los dos sería el perdedor?

Con una sonrisa de satisfacción, Roberto contempló las cartas que tenía. Una mano envidiable que, con ínfulas de victoria, desplegó sobre el mantel.

-¡Full House!-gritó.

Una mano impresionante, sin lugar a dudas. Tres cuatros y dos reinas. Todos se quedaron mirando a Raúl, buscando su reacción, que fue más calmada de lo que ninguno hubiera imaginado. Él simplemente se limitó a dejar sus cartas descubiertas sobre la mesa.

-Póker de doses-se limitó a decir-. El póker gana al Full House.

El grito de asombro de los otros dos fue más que sonoro. Roberto tampoco acababa de creérselo, pero aceptó la derrota con deportividad.

-Enhorabuena-dijo, dándole la mano-. Me has ganado sin despeinarte siquiera.

Después de eso, Roberto se levantó y, como mandaban las reglas, se retiró el calzoncillo. Raúl todavía tenía que hacer esfuerzos por no mirar.

-Bueno, ya hemos acabado-exclamó el ganador-. ¿Podemos volver a ponernos la ropa?

-¡De eso nada!-respondió uno de los gemelos-. ¡Ahora vamos a pegarnos un baño!

-¿Qué? ¿Dónde?

-Ahí, en la poza-dijo Ángel-. ¡Es un lugar genial para bañarse! ¡Ven, vamos!

-¿Os vais a bañar desnudos?-su gesto era de total incredulidad.

-¿Y por qué no? ¡Venga, vente!

-¡Ni de coña!

Raúl intentó escabullirse hacia donde había dejado su ropa pero, de una manera muy similar a la primera vez que Ángel estuvo con los gemelos en ese mismo lugar, los tres chicos desnudos agarraron al fugitivo y, por mucho que se intentó resistir, le arrastraron hasta el borde del agua. Ni siquiera se molestaron en quitarle la ropa interior; solo le quitaron las gafas y le empujaron al agua. Raúl cayó con un fuerte chapuzón que fue seguido de las respectivas explosiones de agua de los otros tres cuerpos zambulléndose a su alrededor.

La luna y las estrellas brillaban en el firmamento, produciendo la suficiente luminosidad como para que pudiesen ver dónde estaban y lo que hacían.

-¿Estáis locos?-gritó Raúl en el mismo sitio en el que había caído. Sólo pataleaba para mantener su cabeza a flote-. ¡El agua está helada! ¡No os podéis bañar de noche!

-¡Eso será en la ciudad!-respondió uno de los gemelos de manera burlona-. ¡Y el agua está buenísima!

-¡Esto es el campo! ¡Aquí no hay ningún problema! ¡Nadie nos ve!

-¡Yo os veo!-replicó Raúl-. ¡Estáis locos! ¡Yo me voy!

Raúl empezó a nadar hacia la salida del agua. Ángel le siguió, aunque no llegó a interceptarle hasta que habían llegado hasta sus cosas.

-¡Estás loco, Ángel!-siguió recriminando Raúl-. ¡Tú y tus amigos! ¡Tengo los calzoncillos calados!

-Está bien. Perdóname, Raúl-respondió su primo, realmente compungido-. Pensábamos que esto te iba a gustar…

-¿Que me iba a gustar? ¡En qué momento pensaste que esto me podía gustar?

-Sabemos que eres homosexual y queríamos pasar un buen rato contigo…

La cara de indignación de Raúl era indescriptible.

-Se lo has contado, ¿verdad?-replicó, con una calma que revelaba mucha ira.

-No, eso no se lo he contado. Pero sí que te gustan los hombres y… Verás… Muchas veces venimos aquí a bañarnos desnudos y a… Ya sabes…

Ángel no llegó a decir la palabra que empieza por F, pero un ademán con los puños cerca de sus caderas era más que reveladora.

-¿Tú también eres homosexual?-inquirió Raúl, atónito.

-No lo era hasta antes de conocerlos a ellos. Pero ahora pasamos muchos buenos ratos aquí. Y, si vienes con nosotros, también te puedes apuntar. ¿Qué me dices?

El agua chorreaba por los cuerpos de ambos y por su pelo húmedo. Ángel había alzado una mano para que Raúl se la tomase y volviesen a la piscina natural.

-Yo… No sé, Ángel… No podemos hacer esto. Somos primos y….

-Y ellos dos son hermanos. Tan sólo prométeme que no se lo contarás a mi madre, ¿de acuerdo?

-De acuerdo. Pero yo…

-¿Qué pasa?

-Nunca me había imaginado que mi primera vez sería así.

-Tranquilo. Yo tampoco al principio.

Ángel deslizó sus manos por los costados de Raúl, introduciéndolas entre las caderas y la goma del bóxer. La prenda se sentía más pesada por todo el agua que había absorbido, pero Ángel la deslizó por las piernas peludas y húmedas de su primo sin problema. Allí apareció al instante la erección que tanto rato había intentado ocultar Raúl: un pene rodeado de vello rizado e hirsuto, tieso y de glande rosado y huidizo. No era tan largo como el de Ángel o los gemelos, pero sí que era mucho más grueso.

-Primero nos bañamos un rato y luego le damos un poco al fornicio, si te apetece. ¿De acuerdo?-le invitó Ángel.

-De acuerdo-respondió su primo.

Ambos se tomaron de la mano y se acercaron de nuevo a la orilla. Alberto y Roberto esperaban allí abajo, en el agua, las cabezas a flote y los cuerpos sumergidos. Los dos primos saltaron al unísono, salpicando agua por todas partes. Nadaron, chapotearon y se salpicaron. Raúl experimentó la agradable ducha de la cascada que alimentaba la piscina natural y, expuesto como estaba, el primer contacto de la boca de uno de los gemelos en su pene erecto. Luego, Ángel se sentó al lado de su primo, mientras el otro gemelo engullía su pene. Raúl se dejó hacer, y al rato empezó a notar las manos de Ángel que acariciaban su cuerpo nunca acariciado, produciéndole unos escalofríos que no supo si eran por el frío del agua o por el contacto de las yemas de los dedos sobre su piel. Le hacía cosquillas cuando rodeaban sus pezones o su ombligo y exhalaba suspiros de gozo.

Un rato después, los cuatro chicos salían del agua, los cuerpos húmedos y chorreantes. Ahí abajo, cuatro espadas en ristre, marcando la vanguardia y el ritmo de los pasos con sus balanceos verticales y desacompasados. Ombligos y pezones, cuatro rostros asombrados y boquiabiertos por aquella escena por efecto de la pareidolia. Los primos se quedaron de pie una vez más, uno al lado del otro, mientras los gemelos se cambiaban y volvían a disfrutar en sus bocas de los penes erectos de ambos primos, cuya excitación fue tan grande que de manera impulsiva e involuntaria empezaron a besarse. Raúl era un inexperto en el tema del amor y por eso dejó que Ángel explorara su boca con la lengua.

-Ángel…-dijo Raúl, extasiado, cuando se soltaron-. Tengo que confesarte algo…

-Dime…

-Anoche me masturbé contigo…

Misterio resuelto.

-No pasa nada…-repuso él.

-Eso no es todo… Quiero comértela… Quiero probar tu sabor… Si ha de ser mi primera vez, que sea contigo…

-Como quieras…

Los gemelos les oyeron y les soltaron. Ángel y Raúl, antes hombro con hombro, se pusieron frente a frente. La diferencia del tamaño de sus cuerpos y miembros hacía parecer que Ángel era el mayor, a pesar de que esto no era cierto, pero también le hacía parecer el macho dominante. Mientras los gemelos se fundían en un sesenta y nueve al que estaban muy acostumbrados, Raúl se arrodilló ante Ángel y le cogió el miembro por la raíz para luego engullirlo todo entero de una vez. Ángel sintió como iba entrando y saliendo en esa cavidad húmeda y virgen mientras le daba consejos sobre cómo hacerlo: que usase la lengua, que cerrase los labios tanto como pudiese, que guardase los dientes, que diese pequeños mordisquitos en ciertas zonas… Raúl aceptaba esos consejos, pero lo iba haciendo a su manera, y hasta acabó lamiendo como un perro los testículos de Ángel. El primo arrodillado estaba haciendo realidad todas las fantasías con las que había soñado, con famosos, con seres de videojuegos, con personas reales e imaginarias… Pero eso no era suficiente, quería más. Quería llegar a la fantasía final, la misma con la que había soñado la noche anterior.

-Anoche soñé que me follabas en la piscina-confesó-. ¿Podrías hacer eso?

-Por supuesto.

Los dos primos volvieron a adentrarse en el agua. Escogieron una zona en la que hacían pie, con el agua por el ombligo, no muy lejos de la cascada. Raúl se puso de cara a la pared de roca, mientras que Ángel se situó detrás y se dispuso a penetrar ese culo peludo, virgen y subacuático.

-Al principio te va a doler un poco-explicó Ángel-. Si ves que te hago mucho daño, me lo dices.

Raúl asintió. El primer contacto fue duro, pero el primo virginal aguantó la fuerza soltando un pequeño gruñido gutural. Ángel fue entrando poco a poco, abriéndose paso ante esa resistencia centímetro a centímetro hasta que tuvo toda su hombría en su suplicante primo.

-Sigue así…-imploraba-. Más dentro… Más fuerte...

Ángel siguió embistiendo, cada vez con más fuerza y velocidad, chocando con violencia esas nalgas redondeadas y delgadas y produciendo tal movimiento en ese hipocentro que causaba ondas en la superficie. Mientras Ángel le perforaba por detrás una y otra vez, Raúl había sumergido una mano y se masturbaba para aumentar aquella sobredosis de placer.

-Sí…-gemía-. Sí… Córrete dentro de mí… Sí…

El pene de Raúl estalló casi enseguida, enviando oleadas de semen que el agua diluyó y arrastró al instante. Ángel, más acostumbrado, aguantó bastante rato más, dejando el culo de su primo enrojecido a medida que aumentaban las embestidas. Finalmente, cuando no pudo aguantar la tensión, se introdujo del todo con un último gemido y descargó toda su simiente en el interior de su extasiado primo.

-Gracias, Ángel…

Acabada la faena, ambos primos salieron del agua jadeando. Allí, en su improvisado campamento, seguían los dos gemelos con su propia faena; uno de ellos tirado en el suelo boca arriba mientras el otro se clavaba el pene tieso de su hermano.

-¿Qué tal la primera vez?-preguntó el que estaba debajo.

-Ha sido magnífico…-respondió Raúl.

-¿Quieres probar con ellos?-preguntó Ángel.

-No sé si podría…-balbució Raúl.

-No sabrás hasta que lo intentes.

Lo cierto es que Raúl sí que se había quedado con ganas de más. El gemelo que se estaba aprovechando de su hermano se levantó, dejando traslucir ese miembro erecto sobre el cuerpo tendido. Raúl se sentó a horcajadas e hizo lo mismo que había contemplado, subiendo y bajando sobre ese palo. Mientras, el otro gemelo se había puesto a cuatro patas al lado y Ángel se había introducido en ese culo lampiño y ya abierto. Todos sentían las oleadas de placer recorrer sus cuerpos, casi como las sacudidas de un terremoto. Raúl, mientras subía y bajaba, volvió a agarrarse su propio miembro para masturbarse una vez más, pero el gemelo en el que se estaba clavando le detuvo.

-Espera, no hagas eso todavía. Déjalo para luego.

Raúl obedeció. Cuando culos y penes estuvieron a punto de alcanzar el culmen, las cadencias se detuvieron y los cuatro chicos se pusieron de pie y se agruparon, juntando sus glandes tanto como podían al tiempo que se masturbaban. El primero en estallar fue  Raúl, cuya fuente de leche llegó a regarles a todos. Luego siguió la de Ángel, y los gemelos llegaron al culmen después, casi al unísono. Cuerpos y penes de los cuatro quedaron perlados con gotitas de leche pegajosas que resbalaban con lentitud sobre sus pieles.

-Ven, Raúl-dijo Ángel-. Chúpame lo que ha quedado.

Su primo obedeció al instante. Pasó la lengua por hombros, pecho, pezones y estómago, arrastrando y tragando todo el líquido blancuzco que pudo. Luego repasó lo poco que había quedado en el glande de Ángel y se cambiaron las tornas. Ángel tenía que tomárselo con más calma, ya que no era cuestión de tragar pelos de manera adicional, pero Raúl llegó a sentir el cosquilleo de la lengua de Ángel en pezones y ombligo. Los gemelos hicieron lo propio entre sí y, cuando todos estuvieron saciados, se lavaron los últimos restos de semen y saliva que habían quedado y se tumbaron sobre las rocas, hombro con hombro, a contemplar el cielo plagado de estrellas, sin siquiera vestirse. Un espectáculo de luces que les dejaba sin aliento y les hacía sentirse pequeños en la inmensidad del espacio, pero plenos en su pequeña poza.

-¿Habías visto un cielo así antes en la ciudad, Raúl?-preguntó Ángel.

-La verdad es que no. Es fascinante…

-Es lo mejor de vivir en un pueblo.

-¿Seguro que eso es lo mejor de vivir en un pueblo?

-Bueno, tal vez no en este pueblo…

Los cuatro se rieron. Los penes yacían ya flácidos y los cuerpos bien satisfechos. Cuando el sueño empezó a invadirles, se tumbaron sobre sus respectivos sacos de dormir, sin meterse en ellos, y se durmieron.

Sin embargo, Raúl no llegó a dormirse del todo; no se sentía cómodo con su cuerpo a la intemperie y nada cubriéndole. Por eso, se puso junto a su primo, tomando una posición de cucharita que le protegía de la brisa. Sentía cada ápice de ese cuerpo terso y lampiño en la espalda y la parte posterior de las piernas, además del pene flácido encajado entre los glúteos. Sólo así pudo dormirse al fin.