Dos polvos inesperados con la colombiana
Un encuentro casual en un hostel de Madrid termina con 2 polvazos en los lavabos.
Esta historia me sucedió cuando tenía 27 años y me demostró que cuando menos lo esperas, suceden las cosas más increíbles. Sucedió en Madrid, en un hostel de la zona de Chueca. Yo acababa de llegar a la ciudad así que me registré en la recepción y me dirigí a mi cuarto en el tercer piso. La habitación era bastante amplia y tenía cuatro camas; dos abajo (elegí una de estas) y dos arriba. Y un detalle muy importante: era una de las pocas del establecimiento que permitían tanto hombres como mujeres.
Como era julio y hacía mucho calor afuera, decidí no salir y tomarme unos tragos en el bar del hostel que quedaba en la planta baja. Serían cerca de las 18 hs cuando bajé y me pedí un gin tonic. No había mucha gente, serían 10 personas separadas en 2-3 grupos y una chica sola en la barra. Obviamente, a los pocos minutos y ya con el trago en mano, me acerqué a ella. Le pregunté si estaba sola y me dijo que sí y que era una parada obligada de una noche en Madrid ya que había perdido su conexión a Bogotá y tomaba el vuelo del día siguiente a su patria cafetera. Era muy simpática y alegre, con el típico acento caribeño. Medía 1,60 metros, piel blanca y cabellera bien negra. No tenía tetas prácticamente pero sí un culo de ensueño, firme y redondito, marcado a fondo por un jean negro ajustadísimo. La chica tenía ojos color miel y una boquita dulce, pequeña y con labios claritos. Tenía 21 años, se llamaba Zahia, se dedicaba al turismo en su país y había venido a Europa tres semanas de vacaciones. Charlamos como media hora y la cosa iba bien; ella sonreía y me miraba fijamente. Me pedí otro trago y le invité uno a la joven (vodka con naranja). En un momento le dije que me iba afuera para fumar un cigarrillo y ella me comentó que aprovecharía para ir a los servicios.
Cuando vuelvo, me la encuentro en la barra platicando con un joven. Me acerqué como una hiena a quién le están robando la comida y la colombiana me dice: “Ah, éste es Francisco, otro argentino como tú, qué casualidad”. Yo por adentro me quise morir y pensé: “chau, ahora será una guerra con dura competencia”. El chico recién llegado por supuesto que no se movió de ahí y enseguida estábamos hablando los tres. Zahia parecía encantada, alternaba su mirada entre los dos hombres y se expresaba con animosidad. Cada tanto se mordía el labio inferior y lo humedecía con su lengua en un gesto que me calentaba mucho. Seguimos conversando por más de una hora y a eso de las 21:30 hs salimos a comer a un restó mexicano que quedaba a pocos metros del hostel. La comida fue muy divertida y los tres nos reímos mucho, contando particularidades de Colombia y Argentina y haciendo chistes varios. Acompañamos los platos con 3 cervezas cada uno para aplacar el picante.
Al retornar al hostel nos tomamos otro trago cada uno en el bar de la planta baja. La buena onda seguía entre los tres y no se divisaba con claridad cuál de los argentinos se quedaría con la colombiana. Ella nos tiraba buenas vibras por igual y sonreía, cruzando miradas con el uno y con el otro. Ya era medianoche y no quedaba casi nadie en el bar, el tiempo parecía hacerse eterno y no había ningún indicio de cómo seguiría la noche. De golpe Zahia dijo: “¿Por qué no vamos a descansar? Estamos cansados y, al menos yo, mañana arranco muy temprano”. Sonaron raras sus palabras, pero había que saber leer entrelíneas y yo pensé que sería una manera educada de decir “vayamos a los cuartos, a un sitio más cómodo”. De pura casualidad la colombiana estaba alojada en mi habitación. Entramos los tres y vimos que estaba la luz prendida y un solo ocupante: un joven de Israel que leía un libro tranquilamente. Francisco no estaba instalado en este cuarto pero entró igual. Yo voy al baño y cuando vuelvo me los encuentro besándose contra una pared. Quedé estupefacto ya que sólo habían transcurrido 2 o 3 minutos y mi competidor había golpeado primero. Me senté en mi cama con algo de bronca y sorpresa. Al cabo de cinco minutos de besos y un leve bombeo, Zahia se fue al baño. De golpe el argentino me dice: “yo hasta acá llegué; estoy de novio y me reencuentro con ella en 3 días. Tenés vía libre”. Francisco se retiró de la habitación y se ve que algo le había dicho a la colombiana ya que esta volvió algo enfadada de los baños. Difícil situación. La chica ya se la había jugado por uno y ahora ese uno no estaba disponible. Había que aprovechar el momento pero de una manera no tan obvia. Zahia apagó la luz y se metió en su cama, también la de abajo pero frente a la mía. Yo me sentía derrotado y pensaba alguna cosa para decirle aunque la veía difícil. Me recuesto y a los cinco minutos veo que la chica enciende su teléfono móvil y se concentra en su pantalla. Al cabo de un rato y estando yo ensimismado en mis pensamientos de cómo se me había escurrido esta niña entre los dedos de mi mano, oigo un leve gemido. Incrédulo, me quedo tieso, y paro mis antenas. Menos de 2 minutos después, otro gemido y ahora sí no quedaban dudas: ¡los ruidos eran emitidos por la colombiana! Observo con atención y gracias a la poca luz emitida por la pantalla del teléfono, puedo ver un casi imperceptible movimiento de su sábana: se estaba masturbando la muy cachonda. Claro, se había quedado caliente después de esos besos y quería descargar, tal como nos pasa a los hombres. Era el momento de jugar mi carta y pasar a la acción. Me levanté de mi cama, me acerqué a la suya y le pregunté si necesitaba ayuda. Zahia se incorporó y, lejos de mostrarse incómoda, me comió la boca con un beso húmedo. Yo respondí agarrándole el cuello y metiéndole la lengua hasta la garganta. El corazón se me aceleró muchísimo y yo no entendía lo que estaba pasando. Pero sí, la chica era mía y estaba más caliente que una brasa. Seguimos apretando como 5 minutos más y yo me quise meter en su cama pero ella me frenó. Me dijo: “vayamos al baño; el chico de Israel está acá y ni sé si está dormido”.
Nos incorporamos y nos fuimos al baño que estaba a diez metros del cuarto. Serían ya la 1:30 de la madrugada y no había nadie por los pasillos ni en el baño. Entramos a los servicios, nos metimos en uno de los cubículos con inodoro y bloqueamos la puerta. Lo que siguió fue una película porno perfecta. Retomamos los besos con mucha lengua y ahora sí, cuerpo a cuerpo, con mucho bombeo. Y manos que iban y venían y saboreaban el cuerpo del otro. Cada vez que le tocaba el culo, Zahia gemía y cuando le amasé las tetas se puso como loca y me manoteó la pija. Yo estaba en llamas, demasiado caliente y con muchas ganas de poseerla. Comenzó a quitarme la remera y yo hice lo propio con la suya. Luego nos quitamos el resto de la ropa y quedamos piel a piel. Ardiente sorpresa me llevé cuando vi que en el lateral derecho de su cuerpo tenía un tatuaje gigante de un dragón: ocupaba cadera y pierna derecha hasta pasada la rodilla. Yo estaba con el pene como un fierro y con la cabeza bien hinchada y morada y esta visión del dibujo sobre su piel me calentó aún más. Sin mediar palabra, la colombiana se agachó y se comió mi picha de un bocado. Ahh qué locura, cómo la chupaba… su boca inundada de saliva se la tragaba hasta el fondo, iba y venía, y cuando salía ella la miraba atentamente y se la volvía a deglutir. Era un vaivén suave, digno de una experta bien puta en este arte de la fellatio . De golpe se concentró sólo en el glande: lo tomó con sus labios y lo succionó con fuerza, como si estuviera ordeñándolo. Y así estuvo unos minutos, metiendo sólo la cabeza morada en su boca. Yo estaba por explotar y en un momento la aparté porque me venía y quería cogérmela. Zahia me miró desde abajo con una carita de niña inocente a la que le acaban de quitar el dulce, la ayudé a levantarse, le di otro beso como agradeciéndole y al mismo instante le apoyé mi verga palpitante en su chuchita sin depilar. Me puse un preservativo, la giré, se apoyó con las manos en la pared y la penetré así nomás, parados ambos. Entró de una hasta el fondo, sus jugos ya habían hecho todo el trabajo. La colombiana emitió un lindo suspiro y se dedicó a gozar, dejándome todo su juvenil cuerpo para que yo la hiciera vibrar. La agarré fuerte de las caderas y la empecé a embestir, con un mete saca delicado al principio pero que fue aumentando su intensidad. Cada tanto yo soltaba una mano y le acariciaba su cuerpo: el vientre, las tetas, la espalda, el cuello, su cara y ella gozaba cada vez más. Me asombré mucho con la suavidad de su piel, digna de una muchacha de 21 años que aún no está curtida. Su vagina hervía y se seguía lubricando, mi pija se deslizaba cada vez más rápido en ese océano de flujos tibios. Era una concha estrecha, de esas con los labios carnosos para afuera que se tragan el miembro vorazmente. El rozamiento de su coño me estaba haciendo delirar, el placer era indescriptible y el orgasmo inminente. De golpe Zahia exclamó: “agárrame las tetas que me vengo”. Y ese pedido fue la chispa que me hizo explotar a los pocos segundos, prendido con mis manos de sus pechos pequeños y con la polla bien enterrada hasta el fondo. Intenté no gritar pero a medida que la leche iba saliendo a borbotones, dejé escapar varios gemidos fuertes y me sacudí. Habrán sido 10 chorros de semen, un poco más de los 7-8 que habitualmente largo cuando me hago la paja. Ella sí que gritó mientras acababa, fue un “Ahhhhhhhhhh” que duró varios segundos y la dejó temblando como una hoja. Estábamos exhaustos, nos miramos, sonreímos y yo me senté en el váter a descansar. Le indiqué que se sentara arriba mío, sobre mis rodillas; la chica aceptó gustosa con los coletazos del orgasmo aún corriendo por sus venas.
Yo no quería volver al cuarto porque sabía que nos íbamos a quedar dormidos inmediatamente y yo aún tenía ganas de echarme otro polvo. La colombiana era muy fogosa, me había hecho gozar mucho y seguramente también quería otro. Charlamos un buen rato, como media hora de temas interesantes: fantasías sexuales, experiencias pasadas, deseos y gustos en la cama y hasta ella me confesó que se quería operar las tetas. En caso de hacerse esa cirugía estética, iba a transformarse en una muñeca divina ya que realmente lo único que le faltaba a su cuerpo eran unos buenos pechos.
En un momento determinado le dije que me había quedado con ganas de chuparle la concha. A la niña se le iluminaron los ojos, se puso de pie y espetó: “ya mismo, por favor”. Yo me levanté, la acomodé en el váter y Zahia abrió sus piernas, dejando el manjar a la vista, listo para ser degustado. Me arrodillé y empecé con unas lamidas superficiales en sus labios vaginales. Alternaba lengüetazos con sutiles mordisqueos en ambos pliegues de carne. La colombiana ya comenzaba a jadear y puso sus manos sobre mi cabeza en una inconfundible señal de que no debía separarme de su rajita. Luego me dediqué a su clítoris que ya estaba durito y asomaba con carácter. Lo succioné con fuerza y ella emitió un sonido de dolor: “Ay, más suavecito”. Me calmé y proseguí a meterle la lengua bien adentro, abriéndome paso entre esos dos labios carnosos y empapados. La introducía todo lo que podía, hasta que mi naríz se aplastaba contra su pubis. Así seguí unos minutos y de pronto la chica me rogó: “cógeme”. A esas alturas mi pija ya estaba como una roca, me fascina chupar conchas y me provoca erecciones inmediatas. No tuve más que colocarme un forro, intercambiamos posiciones, me senté yo en el váter y ella me montó, mirándome a la cara. Pude sentir toda la estrechez de su chuchita porque en esta postura mi pene entraba con otro ángulo y como que se doblaba ahí adentro, presionado por las paredes de su raja. Zahia comenzó a cabalgarme con ganas y como era livianita, volaba, me cogía velozmente y yo la ayudaba con mis manos en sus nalgas. Literalmente era un ordeñe perfecto. Pero lo que más me gustaba era verle la cara de puta de frente, gozando como una loca desatada, con los ojos que se le iban, la cabeza que se ladeaba para atrás y sus labios que eran mordidos por sus propios dientes mientras me follaba. Solté su culo y le agarré firme las tetas, esas tetitas que aún no había saboreado. Me dediqué a chupárselas alternando la derecha con la izquierda mientras la niña seguía montando. Sus pezones oscuritos se pusieron bien duros y los gemidos comenzaron. Yo continuaba lamiendo sus gomas y ella aumentó aún más el ritmo, ya era frenético. Viendo que Zahia se corría en cualquier momento, me dejé ir y en cuanto vi que ella empezaba a gritar, acabé con tal fuerza que ahí sí grité mucho, no me pude contener. Casi eran suspiros de dolor porque ella seguía con el sube y baja en una cadencia que parecía eterna. Mi verga continuaba pistoneando como podía pobrecita aunque yo ya estaba muerto. Fueron 2 o 3 minutos más en los cuales la colombiana me seguía follando y que le provocaron encadenar otro orgasmo. Fue realmente increíble! Ella quedó muy fatigada y posó su cuerpo casi inanimado sobre el mío. Así nos quedamos unos instantes y yo la ayudé a incorporarse. Le temblaban las patitas. Y gran sorpresa me llevé al observar mis piernas, mi región púbica y la tapa del váter: Zahia había squirteado y estaba todo mojado. No fue claramente de esos chorros que se ven en las pelis porno pero sí una buena acabada con muchos jugos, cosa que yo jamás había visto ni he vuelto a presenciar.
Volvimos al cuarto así desnudos como estábamos porque nos dio pereza volver a ponernos las vestimentas. Al llegar a la puerta de la habitación nos dimos cuenta que ambos habíamos olvidado las llaves adentro. Pero esa es otra historia…