Dos perras
Tras meses de búsqueda encontró a aquella esa otra perra que entregaría a su propio Amo, compartiendo con ella las mieles y las hieles de su sumisión...
Dos perras
Sucedió el año pasado, cuando regresaba a Cádiz tras haber interrumpido un par de días mis vacaciones de verano para acudir en Madrid a la presentación del último libro de un buen amigo. Hacía calor y me acomodé en el asiento del tren que mi billete señalaba, vagón 8, 4C. A decir verdad, mi asiento era de pasillo, pero me senté junto a la ventanilla intentando sentir el fresco que escasamente salía por las rendijas del aire acondicionado. Saqué mi bloc de notas para anotar ideas que me habían surgido para terminar algunos de los cuentos que actualmente escribía. El tren acababa de iniciar su marcha cuando ella entró en el vagón y acercándose me preguntó si no me importaba que colgara mi chaqueta que estaba sobre su asiento. Me disculpé por el descuido y con una sonrisa tan dulce como su rostro ella misma la colocó sobre la percha y se sentó a mi lado, acomodando su falda para que no se le arrugara.
Su cara me era familiar y enseguida recordé que la mañana anterior la había visto también en el tren yendo para Madrid. Nos presentamos y al cabo de unos minutos comenzamos a hablar como si fuéramos dos viejas amigas que hacía tiempo que no se veían y tuvieran cosas que contarse. Le hablé del libro de mi amigo, de mi dedicación a la escritura y en ese momento me sorprendió diciéndome que ella podría contarme una historia sobre la que tal vez, algún día me interesara escribir. Preparé mi pluma, pero agarrando suavemente mi mano, me pidió que no tomara apuntes, que solo escuchara lo que iba a contarme, que pusiera en ello mi corazón y mi alma de mujer. Al principio no entendía que había querido decirme con eso, pero nada más empezar a oírla hablar, no pude por menos que hacer lo que ella me pidió, y así comenzó su relato
"Estaba nerviosa, muy nerviosa. Los días previos, la noche antes en la que a penas había dormido, el viaje, y todo lo que pudiera suceder se acumuló minutos antes de que aquella otra perra llegara. Quería no haberse equivocado, con, ni en nada. Que Él, su Amo, se sintiera a gusto en aquel hotel, con ella, con la otra con las dos, y como no, orgulloso de su gran puta.
No fue fácil encontrarla. Durante más de un año la buscó por todas partes. Otros Amos no estarían de acuerdo con que hubiese sido ella quién la buscara y otras sumisas, criticarían al suyo por esa actitud. Pero todo eso a ella no le importaba. Ella misma fue quién, un día, se ofreció para buscarla, para enseñarla y para que cuando estuviera preparada, entregársela a su Señor como una ofrenda, una prenda más, símbolo de su sumisión y su entrega.
Anduvo durante meses visitando cualquier local de ambiente que oyera comentar, preguntando entre sus reducidas amistades dentro de su círculo, leyendo anuncios a los que escribía pasando semanas esperando una respuesta que casi nunca llegaba. Informaba de cada paso que daba a su Señor, fuera positivo o negativo. Muchas veces se sintió impotente, incapaz de cumplir con su promesa, preguntándose cuál era el motivo por el que aquellas candidatas que encontraba desaparecían sin dejar ni rastro. Hubo momentos en los que se sentía sumida en una gran decepción, en una tristeza inmensa que la hacía dudar de su capacidad. Las únicas maneras que conocía al respecto eran las que su propio Amo le había enseñado, las que Él mismo había empleado con ella, y que no le eran fáciles de imitar.
Pero unos dos meses antes de aquel día, encontró un anuncio, breve y concreto, con una dirección a la que dirigirse. Y escribió como tantas otras veces había hecho, preguntando las condiciones en las que, según el anuncio, se alquilaba aquella otra perra. Al día siguiente, en su correo había una respuesta a su solicitud. Durante semanas ella misma intercambió correos con aquel Amo, quien no se opuso en ningún momento en hablar del tema y llegar a cerrar el trato directamente con ella, sin que su propio Amo intermediara. Un día tomó la decisión de que hasta no estar segura de haberla encontrado, no volvería a comentar nada de ese asunto con su Señor, porque no quería transmitirle esa angustia que ella misma sentía a veces y ante todo, no quería que Él se sintiera defraudado por sus errores ante tantas respuestas negativas recibidas.
Tras los primeros correos intercambiados sintió en su interior que esa vez iba por el buen camino, pero no quería errar una vez más y hasta que no estuvo completamente segura de que esa otra perra era la que ella buscaba ni siquiera se sintió ilusionada con su hallazgo.
Cuando salió a buscarla al taxi, los tobillos le temblaban, tuvo que disminuir el ritmo de sus pasos para andar segura hasta la puerta del hotel. Percibir su buena reacción al verla la tranquilizó un poco. Tenía más miedo de no gustarle ella a la otra, a que la otra no pudiera gustarle a ella. Luego, cuando ya estaban las dos en la habitación y la vio tan suelta y a Él tan natural, fue como si se dijera a si misma, venga, todo va bien, olvídate de que algo vaya a salir mal y goza de este momento haciendo con ello disfrutar a tu Amo.
De ahí en adelante, todo fue más fácil. Él lo hizo más fácil colaborando al máximo para que ella se sintiera a gusto en aquella su primera vez con alguien extraño y de su propio sexo y la otra le hizo confiar en que todo saldría bien. Se sintió como mimada por ambas partes y a partir de ese momento, empezó a disfrutarlo.
Ese baño a dos en la piscina la relajó, sus miradas, sus caricias Amo, preguntó ¿Usted sabe por qué flotan las tetas? Sí, respondió Él mientras le acercaba un cigarro a la boca para darle una calada porque se lo merecen. Su respuesta le hizo sonreír, estuvo muy ocurrente y gracioso.
Desde dentro de la piscina, podía verle andar por la habitación, dar sorbos a su güisqui, entrar y salir, abrir y cerrar el armario, encender la televisión ese no parar suyo que tanto la fascinaba, porque por más que intentara pensar en el qué pasaría después, Él siempre llegaba a sorprenderla.
A veces tenía miedo de hacerla daño y acariciaba sus pechos con dulzura, poniendo crema en aquellas marcas de su, tal vez, última sesión, y a la vez, presionando sus pezones, tan, según ella, sensibles tras la colocación de su último piercing. Por un momento se imaginó con uno de sus pezones taladrado por una argolla de esas y se decía a si misma tal vez, algún día, mi Amo me marque así. Tal vez algún día y en esa parte de mí que tanto admira, mis tetas, lleve para siempre la señal de su posesión y su pertenencia".
Mientras esa mujer me contaba aquella historia y me preguntaba a mi misma cuanto de cierto habría en ella, no podía dejar de observarla. Como amante de todo tipo de literatura que soy, yo había leído mucho sobre diferentes temas, y como a todos, mi curiosidad me había llevado a leer incluso sobre la Dominación y la sumisión, pero nunca había conocido a nadie que lo hubiera experimentado tan de cerca, tan en primera persona como esa mujer parecía haberlo vivido. Fue entonces cuando me fijé realmente en ella. Tendría unos treinta y cinco años y su aspecto era impecable, como el de una mujer de negocios. Vestía un traje de gasa de dos piezas, blusa sin mangas abotonada y una falda vaporosa estampada en tonos pastel que realzaban el tostado moreno de su piel. Manos cuidadas de dedos largos y finos, sin adornos. Solo llevaba en su muñeca izquierda y junto a su reloj, una pulsera fina de acero, de esas de diseño italiano con tres iniciales. No iba maquillada, aunque a decir verdad, a su rostro no le hacía falta. Radiaba una luz y una belleza natural propias de envidiar y que más de una, entre las que me incluyo, hubiéramos querido tener en toda nuestra treintena. Tenía una voz cálida y envolvente que enseguida me hizo volver a prestar atención a cuanto me contaba
"Tras secarse una a la otra y entrar en la habitación para "vestirse", mientras elegían los accesorios que iban a ponerse, vio que la otra la observaba con deseo, mirando y halagando el tamaño de sus tetas y la forma de sus pezones. Hasta ellos se habían metamorfoseado en esos dos últimos años de su vida, en los que, a diario, los cuidaba y los sometía a intensas sesiones de estiramiento y a baños de aceite de almendra para hidratarlos y mantenerlos suaves y apetecibles en todo momento. Sin duda le gustaron, pudo corroborarlo más tarde cuando se los lamía con su lengua juguetona y los succionaba a conciencia, cada vez más al oírla gemir con ello.
Mientras el Amo paseaba por la terraza, la otra abrió su bolso y sacó de él los accesorios que había llevado. Unas muñequeras de piel negra y tres collares de distintos tamaños y formas. Agarró las muñequeras y apoyándole las manos sobre sus tetas se las colocó. Se miraban y sonreían, cómplices del momento y del después. Al retirar su pelo para ponerle uno de sus collares se fijó en el tatuaje de su cuello y volvió a pensar en una marca. Recordó que una noche, habló de ello con su Señor y le hizo feliz la idea de estar cada día más preparada para ello, y llegar a ser, algún día, digna de merecerlo
Una vez que ambas estuvieron arregladas para la ocasión, ella misma colocó una silla frente al ventanal de la habitación desde el que podía verse la terraza, el solarium y la piscina, con la idea de que fuera cual fuese el lugar de la habitación donde se situara su Amo, pudiera verlas desde cualquier ángulo y dejó sitio suficiente para poder colocarse ella, y de esa manera, Él tuviera la mejor de las perspectivas de, por aquella noche, sus dos perras.
La sentó en aquella silla y le vendó los ojos con un fular negro. La otra comentó que olía muy bien y que su tacto le gustaba. Era de gasa, opaco y suave, con su nombre de esclava bordado con hilo fino de azabache. Era, junto a su pulsera italiana, los únicos objetos en los que podían leerse su nombre, el que un día su Amo le puso, símbolo de su pertenencia. Aprovechó para excitarla rozando sus hombros, su cuello y sus tetas, así como sin querer, con los lados del mismo que sobraron tras anudarlo en su cabeza, y tras ello, y siguiendo las indicaciones de su Señor, realizó en sus tetas un sencillo bondage, anudándoselas con una de las cuerdas de algodón blanco que forman parte de sus accesorios. Estaba atenta a cada indicación de cómo y por dónde debía anudar y cruzar las cuerdas, la medida de las mismas, la presión de los nudos, o de cualquier otra explicación al respecto que Él pudiera darle. Con otra cuerda más corta, entrelazada en las argollas metálicas de sus muñequeras, le ató las manos a la espalda, de manera que Él tuviera libre acceso a sus tetas por si le apetecía usarlas, manosearlas o pellizcarlas.
Y en ese instante sintió que había llegado el momento de transformarse y con su "Aquí tienes a tu esclava, déjame ser tu puta" la sumisa se hiciera presente. Siempre había sabido que aquella frase era de ellos, que esas palabras formaban parte de su ritual más íntimo, pero no le importó compartirlas con la otra ni hacerla partícipe de ese, su petit secreto. Mientras la otra permanecía quieta, con sus ojos cegados y atada a la silla, su Amo se le acercó. Su boca buscó la de ella y le permitió besarle mientras sus cuerpos se rozaban levemente y Él pellizcaba sus pezones ensalzándolos una vez más y como siempre hacía, admirando la forma de avellana que con el tiempo habían ido adquiriendo. Acto seguido se situó frente a la otra, a quién en ese momento y mientras le ordenaba enseñarle todas y cada una de sus posturas, el Amo se aproximó. Con una de sus manos agarró una de sus tetas y la muy puta separó las piernas para que además, tuviera libre acceso a su coño no había duda, era una perra bien enseñada.
Tras quitar la venda de sus ojos la miraba atentamente y escuchaba muy pendiente cada una de sus palabras En su día, mi Amo me enseñó estas posturas que ahora desea te enseñe yo a ti Esta es la posición número uno, dijo, y seguidamente, su cuerpo se ladeó apoyando una de sus piernas en la puntera del pié. Y su Amo se acercó a ella para indicarle que, a partir de ese momento, en la posición número dos, debía posicionar sus brazos en alto, cruzados por detrás de la cabeza y colocando sus manos a la altura de su nuca. Así lo hizo y así se lo enseñó a la otra que no perdía detalle de cada movimiento, de cada posición que adquirían su cuerpo, sus piernas o sus manos. Una a una, cada una de las ocho posturas que Él mismo le había enseñado y que ella fue repitiendo y reproduciendo a cada chasquido de sus dedos. Aún sin mirarle, pues Él no se lo permitía, podía sentir su mirada clavada en ella y en aquellas posturas que ella hacía y la otra repetía, manteniéndose inmóviles a la más mínima orden del Amo que, con una cámara de fotos, retrataba el momento.
Fue la única condición que el Amo de la otra puso para Él no estar presente. La de, una vez terminada la sesión, recibir imágenes de su propia perra durante la misma. Ella sabía que su Amo sabría salvaguardar su imagen y no puso impedimento alguno a esa parte del trato al que llegó con ese otro Amo a quien pertenecía la otra. Para ser la primera vez que ella trataba un tema de esa índole con otro Dominante, no lo hizo mal del todo. Siguió el camino que su instinto le marcaba y habló y negoció con aquel Amo con la misma seguridad con la que lo hubiera hecho el suyo propio de haber estado en esa situación. Fue en ese momento cuando se dio cuenta dónde estaba el error cometido en anteriores ocasiones. Ella trataba directamente con otras sumisas, pensando que no tenía capacidad suficiente para dirigirse en esos términos, y para un asunto tan delicado, a otro Amo. Pero cuando conoció a éste, la seguridad sentida le sirvió de base para afianzar su confianza en ella misma y saber que cuanto hacía era de la manera correcta.
De nuevo y una vez más, su Amo se acercó a ella y con un gesto dulce y entre susurros, la felicitó por la manera en la que se había entregado a enseñarle a la otra cada postura, teniendo el atento gesto de habérselas repetido lentamente, una tras otra, para su mejor asimilación.
Tras una pausa en la que comieron y bebieron algo, reponiendo fuerzas después de esa primera parte de la sesión, el juego continuó y los tres volvieron a asumir sus roles".
Llegado a ese punto, interrumpió su relato para proponerme visitar la cafetería del tren y tomar algo fresco. Acepté, no se si por educación o porque no quería que el hecho de que ella abandonara por un momento su sitio la llevara a no seguir hablando de aquello cuando regresara. Ella se adelantó unos pasos y la seguí de cerca, observando la delicadeza de sus movimientos al andar. Pude ver sus pies, tan cuidados como sus manos, calzados con unas sandalias de piel que embellecían además sus tobillos. Sin saber por qué, empecé a sentir admiración por esa mujer y cada minuto que pasaba crecía en mí la curiosidad por saber quién era, cómo se llamaba o a qué se dedicaba. Al llegar al vagón restaurante pidió dos botellas de agua fría, la suya con una rodaja de limón natural y nos sentamos alrededor de una mesa, donde ella continuó su relato donde lo dejó
"Desnudo su Amo, se tumbó en la cama boca arriba y ambas se tendieron a cada uno de sus lados. Ella en el derecho, conociendo la debilidad y sensibilidad de esa parte de su Amo que tan bien conocía. Él acariciaba el pelo de la otra perra mientras su boca buscaba la de ella, que humedecía sus labios para besarle. O besaba a la otra mientras pellizcaba uno de sus pezones. Repartía a partes iguales caricias y pellizcos y ambas, atentas, escuchaban las indicaciones que les iba dando para el juego que desarrollaría acto seguido.
Le cedió el sitio a la otra, quien fue la primera en besar a la Diosa y en rozar sus labios con ella. Luego, agarrándola con una de sus manos, la sujetó para que ella acercara su boca. Se turnaban para besarla, y lamerla, para regalarle toda clase de atenciones a lo que en ese momento representaba al Amo, su mandatario, que despertó al más mínimo roce de sus putas lenguas.
Se miraban y sonreían, chocaban intencionadamente sus bocas y sacaban sus lenguas al unísono, como dos buenas perras, enseñadas en el arte de la mamada. Cada una de ellas la lamía y la chupaba cada vez con más constancia, con más devoción. Hubo un momento en el que la otra se situó metiéndose entre las piernas del Amo y agarrando a la Diosa se la metió en la boca y la rozó con el piercing de su labio. Aquello le excitó mucho, su vientre tembló y enrojeció su polla, como si toda la sangre de su cuerpo se hubiera concentrado en milésimas de segundo en su glande.
Mientras se entregaba a complacer a su Señor en el arte de la mamada, se repetía a si misma lo que aquella polla significaba para ella. Era capaz de estar horas con la boca abierta para que se la follara, sintiendo la fuerza y la dominación de su Dueño en el paladar y el poder que ejercía sobre ella en lo más profundo de su garganta. Cada vez que Él le permitía tenerla entre sus labios no sabía si se sentía más puta o más perra. Segregaba saliva inconscientemente, con la que mantenía mojados sus labios para así poder deslizarla por ellos, sintiendo la suavidad de su carne. Y mientras su coño latía entre sus piernas se abandonaba entregándose a la más sagrada de las adoraciones.
Allí estaban ellas, dos perras, dos putas hambrientas de polla. La otra relamiéndola y ella metiendo los huevos de su Amo en su boca, jugando con ellos y con su lengua. Sintió el ardor de los testículos de su Amo y cuando llegó a su culo y su puta lengua lo abrió con el más negro de los besos, volvió a sentir que la gran polla de su Amo se endurecía como una barra de acero.
La ganadora del concurso a la mejor mamada de polla sería premiada con una lluvia dorada. A las dos se les mojó el coño solo de pensarlo. Y ambas expusieron los argumentos que Él solicitó para creer ser merecedoras de tal galardón. Ella pensó que otras putas podrían chupársela, otras perras lamérsela, pero que como ella, su propia esclava, se entregaba para adorarla, difícilmente habría otra que lo hiciera.
De rodillas, con el cuerpo estirado, la cara a la altura de la Diosa y sus tetas entre las manos, ofreciéndoselas para ser regadas, fue la postura elegida por sus dos putas perras para recibir la lluvia con la que quiso premiar a ambas. Tras el galardón una ducha rápida y luego, un pequeño remojón en la piscina de la terraza. Necesitó nadar un rato y desentumecer su cuerpo, preso de la tensión vivida. No solo su mente sufría la tensión de las sesiones a las que su Amo la sometía. Por momentos agradecía la oportunidad de estirar los brazos, relajar la espalda y masajear sus piernas. Al salir de la piscina, la otra la secó con una toalla, pero ella, ante la atenta mirada de su Amo, lamió con dicha sus tetas mojadas, secándoselas con su propia lengua que recogía cada gota de agua que las humedecía.
Acto seguido, el Amo enganchó sus collares a una cadena doble que ella le había regalado para la ocasión y que le había entregado minutos antes de que la otra perra llegara a la cita en aquel hotel. Siempre, por pequeño que fuera, le llevaba a su Amo un obsequio, alguna prenda que usar para Él o un objeto con el que Él pudiera jugar y usar con ella. Esta vez lo había envuelto en un papel de color azul y se lo entregó cuando Él, tras llegar, la besó en los labios y se acomodó en uno de los sillones que había en la habitación. Con una de sus sonrisas, con las que siempre le daba la bienvenida, se arrodilló ante Él y ofreció el presente a su Dueño que también sonrió al verla. Y con aquella doble cadena que enganchó en cada uno de sus collares, orgulloso las paseó a las dos por el jardín. Se detuvieron en una esquina de la piscina y a cuatro patas y con sus culos bien en pompa, le lamieron los pies".
Mantenía el vaso agarrado en una de sus manos y la otra la movía al hablar, pero hasta en esos movimientos se notaba su delicadeza. Pensé qué motivos podían llevar a una mujer como ella, aparentemente sin problemas económicos, con una estabilidad laboral, con cierto grado cultural y, sin duda, con estudios, a tener que vivir una experiencia como esa. Pero según seguía hablando me fui dando cuenta de que ese encuentro narrado entre Amo y sumisa no era el primero que ambos vivían y que la condición de su sumisión no tenía nada de ver con haber o no estudiado, con tener o no responsabilidades o cargos laborales. No, aquella sumisión parecía nacida de su alma, acrecentada con el paso del tiempo y basada en una confianza y un respeto difícil de encontrar en muchas parejas estables o matrimonios de años. En ese momento y casi instintivamente quise preguntarle sobre todo eso, el tiempo que hacía que se conocían, qué otras vivencias habían compartido, un sin fin de preguntas que al final no me atreví a hacerle por miedo a asustarla o presionarla y que ella no terminara de contarme todo cuanto ahora compartía conmigo. Y de la misma manera que lo había hecho hasta ese momento, seguí escuchándola con atención.
"Después de aquello, hicieron un nuevo descanso en el que fumaron y tomaron una ducha de agua caliente, primero la otra y después ella.
Cuando salió del baño vio a la otra tendida sobre la cama, boca arriba, con sus piernas abiertas y su coño al aire. Bajo su culo una toalla y Él, a su lado, toqueteándole las tetas y pellizcándole sus pezones. Entonces supo que había llegado el momento de rasurar su coño y prepararla para Él.
Fue al baño, de su neceser sacó la crema y la cuchilla que había llevado para hacerlo y en un recipiente de cerámica blanca echó agua caliente para ir limpiando la cuchilla. La muy perra se mojó solo con sentir la crema depilatoria en su pubis, la oyó gemir, aunque los lengüetazos y los mordiscos que Él le propinaba a sus tetas no la hubieran dejado indiferente.
Con su propia mano extendió la crema y la otra abrió bien sus piernas, exponiendo su coño para poder ser rasurado hasta no dejar un solo pelo en él. En ese momento, a su mente volvieron las imágenes de aquella primera vez en la que su Amo tomó posesión de su coño rasurándolo con la mayor de las delicadezas, dibujando en su pubis toda una obra de arte de la que Él siempre se sentiría orgulloso. Ella quiso hacerlo igual, despacio, lentamente, pasando la cuchilla de manera que acariciara su monte y se deslizara delicadamente por sus labios mayores, aún a penas sin necesitarlo. Cada vez que enjuagaba la cuchilla y volvía a ponérsela sobre la piel, su vientre temblaba y la otra levantaba el culo para facilitarle la labor.
Al terminar, aclaró los restos de jabón, secó su coño con cuidado y extendió sobre él la misma crema hidratante que ella usaba tras su aseo diario y sus depilaciones. Y contemplando aquel coño rasurado no pudo evitarlo y llevó su lengua hasta él, separando con los dedos sus labios vaginales y metiéndosela dentro. Él jugaba con una de esas agujas de acupuntura en sus tetas y, a petición de la otra, la clavaba en uno de sus pezones. Se removía de gusto sobre la cama, gemía y se mordía los labios El coño de la otra no solo lo humedecía su lengua, y sus jugos no tardaron en deslizarse por él y el sabor se mezclaba en su boca. Hasta ese momento nunca había conocido el sabor de un coño y se preguntó a si misma a qué sabría el suyo.
No solo la folló con su lengua, también con sus dedos que entraban y salían deslizándose sin el menor esfuerzo. Estaba empapada por dentro. Mientras su dedo índice y corazón se la follaban, con el pulgar la masturbaba y una vez más, la otra levantaba su culo, lo mismo que cuando con toda la mano extendida le sobaba su agradecido coño y sobre su clítoris daba golpecitos con sus dedos
Por décimas de segundo Amo y ella cruzaron las miradas. Lo vio tan feliz que siguió comiéndose aquel coño como si en ello se le fuera la vida, tal y como Él quería verla haciéndolo, tal y como su propio deseo la llevaba a hacerlo, para satisfacción del Amo y la suya propia.
Cuando el Amo dio permiso a la otra perra para que se corriera, lo hizo entre estertores, removiendo su cuerpo de manera salvaje y vaciándose en su boca, que abierta recogía aquel orgasmo, llenándola de dicha al contemplar el rostro de felicidad de su Amo. Tras ese momento, la otra se abalanzó sobre la polla del Amo una vez más. Era normal que lo hiciera, que no pudiera resistirse a sentirla tan viva y tan dura dentro de su boca. Él la dejó que lo hiciera mientras le ordenó a ella ir a buscar un preservativo y colocárselo.
Cuando les habló del segundo concurso, el de los culos, las dos reaccionaron de la misma manera, poniéndose a cuatro patas y con sus nalgas bien en alto, situándose ambas en el borde de la cama, para que Él tuviera libre acceso a ellos y los usara a su antojo. Les propinó toda clase de pellizcos y nalgadas, metía y sacaba los dedos de ambos ojetes, que se abrían casi al unísono, como han de abrirse los rosados anillos de una buena perra entregada. El elegido en esa ocasión fue el de la otra, con quien se ensañó mientras bufaba a cada embestida y de su boca se escapaban toda clase de palabras soeces y guarras expresiones que solo hacían provocarle más a clavar sin consideración alguna aquella su gran polla en su puto culo. La agarró por las caderas y en ese instante la ensartó en la Diosa. Un lamento le salió de las entrañas y gritó, pero su gesto de levantar bien el culo demostró que lo que hacía le gustaba y a Él se le antojó seguir usándola de esa manera, empujando bestialmente, adentrándose en sus tripas hasta correrte en su perro culo.
Cuando su Amo la miró y buscó su boca, ella sacó la lengua y limpió su polla de cualquier rastro de semen que se hallara en ella, saboreándolo con gusto y con dicha".
Por un momento intenté imaginar a cuántas personas, a las que ella se hubiera atrevido a contarles aquello, conseguirían entender como una mujer podría ver a su hombre, a su pareja o incluso a su amante follándose a otra y estando ella presente. Aquello debía parecerles de lo más humillante, de lo más ruin. Pero tal y como ella lo contaba, su capacidad de entrega y de generosidad eran dignas de admirar.
En unos minutos llegaríamos a la estación de Córdoba, donde el tren haría una breve parada que anunciaron por megafonía. Aún nos quedaba tiempo y continué escuchándola y sintiendo una leve humedad entre mis muslos, que en mis circunstancias y a mi edad, hacía años que no experimentaba y de la que por supuesto no comenté nada, pero que me mantenía inquieta y me hacía cruzar y descruzar las piernas continuamente
"Mientras Él se paseaba una vez más por la habitación, recorriendo cada rincón, buscando la inspiración en cada paso, en cada movimiento de ellas, las dos volvieron a juguetear sobre la cama. La otra se lazó como loca a sus pezones, le agarraba las tetas y con su lengua se los lamía, engrandeciéndolos para llevárselos a la boca y meterlos entre sus dientes, mordiéndolos cada vez más fuerte. Sintió un dolor intenso que se tornó placentero cuando aquellos dientes los liberaron
Pensó que el Amo de aquella otra tenía razón cuando le insistió en lo bien enseñada que estaba en el arte de comer pollas y coños. Aquella lengua recorrió su coño de cabo a rabo, sin olvidarse de un solo hueco, a la vez que sus dedos jugueteaban con su clítoris. Era la primera vez que una boca femenina la reconcomía. La primera vez que otra mujer se metía entre sus piernas para saborear y relamer de semejante manera su coño, mirándola lascivamente y con deseo. La primera vez que sentía en sus adentros el aliento de otra fémina tan caliente como el que ella misma suspiraba. La primera vez que otras manos que no fueran las suyas manoseaban su feminidad y abrían el camino como se abre una concha que escondiera el resorte máximo del placer. La primera vez que otros dedos distintos a los de sus manos dibujaran sus labios mayores y hurgaran los menores pellizcándolos con delicadeza hasta encontrar entre ellos el interruptor que escondieran y la llevaran a un grado sumo de excitación. Tuvo que pedirle que parara, de no haberlo hecho se hubiera corrido en su boca y en sus manos y ella aún no tenía el permiso de su Amo para hacerlo.
Para de una manera u otra evitarlo, las ordenó salir al solarium. Él estaba con el albornoz puesto, y ordenó a la otra a sentarse sobre el poyete del escalón, quería follarle la boca mientras a ella la tenía de pie a su lado, admirando una vez más sus tetas y fumándose un cigarrillo, cuya ceniza dejaba caer sobre ellas sin llegar a quemarlas, pero haciéndola creer que lo haría.
La ordenó que se fijara en cómo su polla entraba y salía de la boca de la otra y le dijo que si se le escapaba una sola arcada, sería castigada con diez latigazos. Cuando hubo terminado el turno de la otra, llegó la hora del suyo y de la misma manera abrió su boca. Había llegado el momento de darle placer al Amo ofreciendo su puta boca para ser follada. Procuró por todos los medios relajar al máximo su garganta, pero una de sus folladas le provocó una arcada que no pudo evitar.
La ordenó tumbarse sobre el suelo y a la otra, que le diera esos diez latigazos en los que consistía el castigo por haberlo hecho. Lo humillante no fue que la otra hiciera, fue más el tener que contarlos ella misma en voz alta, uno a uno, mientras las colas de cuero chocaban contra su pubis. Una de ellas llegó a rozar uno de sus labios y sintió un dolor intenso que casi llegó a enmudecerla. Pero siguió contando uno a uno y hasta diez los latigazos con los que fue castigada.
En sesión, ella casi nunca se atrevía a mirar a su Amo a los ojos, Él se lo tenía prohibido, pero había momentos en los que no podía evitarlo, momentos en los que era mayor la dicha de ver su felicidad reflejada en su rostro que el dolor de la pena máxima que ello le supusiera. Pero cuando su Amo la castigaba, cuando el látigo o la fusta rozaban su piel sentía tal humillación y tanta vergüenza de haberle fallado que, en esos momentos, eso era lo que mantenía su cabeza inclinada. Eso y saber la tristeza que sentiría al ver reflejada en el rostro del Amo la decepción provocada por haber errado o no haberle obedecido".
A mis, todo hay que decirlo, casi inaparentes cincuenta y pocos años nunca había mantenido relación sexual alguna con ninguna mujer. Es más, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Me casé joven, como se casaban las mujeres de mi generación. Mis primeros años de matrimonio los compartí con un hombre tan inexperimentado en el sexo como yo. Al poco tiempo empezaron a llegar los hijos y mi matrimonio derivó en una convivencia familiar llena de amor, con la que me sentía feliz y en la que no eché en falta nada. Por poco novedosa que fuera mi vida sexual, era plena y nunca tuve la necesidad de motivarla con experiencias de otro tipo. Ahora, viuda por motivos del caprichoso destino que arrancó de mi lado a mi esposo en un trágico accidente de coche hace dos años, vivo para mis tres hijos y mis cinco nietos a los que adoro y dedico buena parte de mi tiempo libre. El resto se lo llevan horas de tertulia, estudio, lectura e inspiración encontrada frente a mi vieja máquina de escribir, a la que por muchos años que pasen, me niego a terminar sustituyendo por el más avanzado de los ordenadores
"No hubo un solo momento de ese encuentro en el que ella no se sintiera de su propiedad, en el que dejara de sentirse lo que desde hacía años, tan orgullosamente era y en el que, le diera el uso que le diera, dejara de sentirse tan suya, tan su perra, tan su esclava, tan su puta.
Llegó el momento de dar por finalizada la sesión de a tres y la otra se encerró en el baño para ducharse y arreglarse. Se terminó de vestir en la habitación y juntas se sentaron sobre la cama para admirar las fotos que el Amo de ella había hecho durante esas horas. Una pegada a la otra, hasta el último minuto juntas, sus dos perras provocando en Él la dicha de verlas, de haberlas hecho suyas, de haber poseído sus cuerpos y sus mentes, de haberse sentido Dueño, Señor y Amo. Hasta en ese momento jugueteaban la una con la otra y en voz baja se daban las gracias por los momentos vividos y compartidos, cómplices de ese secreto que siempre guardarían.
Cuando más puta me siento es cuando me pagan, dijo la otra entre carcajadas y a la muy puta se le llenaba la boca al decirlo. Ella aprovechó ese momento para coger su bolso y sacar de su cartera un billete que metió entre sus tetas. Estaba segura de que volvió a mojarse solo con ese sencillo gesto. Luego, Él tomó otro billete y haciéndola desabrochar su pantalón y metiéndole la mano una vez más en su coño, le colocó un segundo billete. Amo y ella se miraron y con la mayor de las complicidades pensaron en el momento en el que Él la tenía bien trincada por las caderas y sin miramiento alguno su polla la empalaba por su mismísimo culo. Ninguno de los dos dudó de que se había ganado y bien ganados los dos billetes que ella enrolló y metió entre sus nalgas. El último de los billetes lo agarró ella con sus dientes y acercó su boca a la de la otra, que lo recibió de la misma manera y se despidieron con un beso húmedo.
Se quedaron solos, en la más estricta intimidad y mientras ella tomaba un baño de agua caliente oyó a su Amo chapotear en la piscina. Cuando salió del cuarto de baño pudo ver que Él había preparado un par de güisquis y estaba sentado en silencio en un sillón. Ya había anochecido, solo estaban encendidas las luces de la piscina y el jardín que iluminaban la habitación y en la radio que no había cesado de sonar en toda la tarde, ahora se oía jazz melódico. Contempló esa imagen y encendiéndole un cigarrillo, desnuda se arrodilló frente a Él. Tomó delicadamente sus piernas que reposó sobre las suyas, apoyando sus pies sobre el cojín que formaban sus tetas. Y Él volvió una vez más a halagarlas. A ella le gustaba cuando él hacía eso, y le complacía que lo hiciera. Era una de las muchas maneras con las que su Amo la hacía feliz y ella sentía que nunca tendría palabras suficientes para agradecerle esos gestos que Él tenía siempre para con su puta.
Hablaron durante minutos, mirándose a los ojos y sonriendo. Ella sabía de la felicidad que Él como Amo sentía, solo había que mirarle y ver la expresión de su rostro, no era necesario que Él dijera nada. Ella sabía de sobra que su Amo no era de los dados a demostrar ese tipo de alabanzas pues siempre compartieron que obtener la felicidad del Amo como tal, era uno de los cometidos de la esclava. Pero esta vez, y para su sorpresa, escuchó de la boca de su Amo cuan orgulloso se sentía de ella, de su educación, de su sumisión y de su entrega. Y mientras lo hacía, ella mantenía unas veces la mirada clavada en sus ojos, otras su cabeza inclinada y todas ellas sintiendo la mayor de las dichas que envolvía su cuerpo desnudo y postrado a los pies de a quien pertenecía.
Y mientras su Dueño presumía de su posesión más preciada, lentamente agarró uno de sus pies y con la mayor de las delicadezas lo besó. Ella adoraba sus pies tanto como su polla. Cuando se arrodillaba y él le permitía el poder dedicarles su tiempo, sentía una sensación indescriptible que invadía todo su cuerpo. Sentía su sumisión al máximo y la mayor de sus entregas en algo tan sencillo y a la vez tan magno como el hecho que Él le brindaba. Sentir en sus labios su calor y la suavidad que su saliva les proporciona, le hacía abandonarse a recorrerlos con serenidad y con una gran satisfacción. Meter su lengua en el hueco de cada uno de sus dedos, chupar sus yemas y lamer su pequeña cicatriz producía en ella un estado que la hacía sentirse flotar y zambullirse de cabeza en el mar que aquellos pies simbolizaban para ella. En el momento en el que tomaba contacto con sus pies sentía la comunión de los cuerpos, el suyo y el de ella, la entrega de la esclava y el placer del Amo. Sentía como Él se abandonaba a sus propias sensaciones, a las que su perra le llevaba en ese, su otro mundo. Era sublime sentir como en momentos como ese Él se dejaba llevar por el placer al que su lengua lo transportaba. Cada poro de su piel se estremecía cada vez que de la boca del Amo salía un suspiro o un gemido cuando su boca envolvía cada una de sus falanges. Por eternos minutos se entregó a acariciar, a besar, a lamer, a chupar y a adorar los pies de su Gran Señor y mientras lo hacía se decía a si misma, ¡que humillación más digna de la más esclava y de la más sumisa! ¡que gozo el de arrodillarse y sentir la plenitud de servir al Amo de esa manera!".
La azafata anunció la llegada del TALGO a la estación de Santa Justa en Sevilla en breves minutos y educadamente y muy a mi pesar, tuvimos que dar por finalizada la narración, ella llegaba a su destino. Antes de levantarse, sacó de su bolso un pequeño neceser en el que llevaba una barra de cacao con la que hidrató sus labios y con una simple caricia en su pelo lo peinó hacia atrás. Me miró y ambas nos levantamos para despedirnos. Lo hicimos con la misma sonrisa con la que nos presentamos, pero llenas de complicidad. Entrecruzamos un par de besos en las mejillas e intercambiamos toda clase de buenos deseos. Desde la ventanilla la vi bajar del tren y con una pequeña maleta en la mano, abandonar el andén a la vez que el tren reiniciaba su marcha hacia su destino final.
Después de que aquella mujer abandonara el vagón, me pareció quedarme vacía, como si me faltara algo, como si en la capital hispalense se hubiera quedado una parte de mí. Presentí que esa noche no acabó donde ella dejó su historia, y mi imaginación me llevó a pensar en cuántas cosas más hubieran sucedido después, en cuántos momentos de placer hubieran compartido aún Amo y sumisa. Supongo que eso forma parte de ese sagrado y, hasta ese momento para mí, desconocido y secreto mundo que ambos crearían para sí mismos. Experiencias sin duda que, por muchas horas más que hubiera durado ese viaje, ella no me hubiera terminado de revelar, pues formarían parte de su intimidad, de su ser, de su yo más sumiso y más discreto y de las que ni siquiera un Amo jamás alardearía ni presumiría, respetando con ello su propiedad más considerada y su mayor tesoro.
Y así, contemplado el paisaje que la tierra andaluza me brindaba, continué mi viaje hasta Cádiz dónde mi hijo Pablo me esperaría en la estación para recogerme y llevarme a casa.
© C.P.Peñalva