Dos osos gallegos
¡Qué bueno están estos dos hermanos!
15 de agosto del 2010 (aprox. a medio día)
Prologo
(*Mariano*)
Los rayos de un radiante sol chocan incesantes contra la luna delantera de mi coche. Es una luz clara y cálida que no llega a deslumbrar del todo, pero que, a pesar de la brisa fresca que se cuela por la ventanilla, me llega a causar un poco de soñolencia. Llevamos tres días en Galicia, tres días que han sido un no parar y donde el descanso ha sido de lo más exiguo. Estoy física y mentalmente agotado, aun así toda
vía conservo unas ganas locas para seguir disfrutando de los once días que nos quedan de vacaciones.
El GPS nos avisa que estamos llegando a Villa del Combarro, lo que me supone un alivio. Llevo bastante rato soportando una carretera en muy malas condiciones y que te grita en cada bache que necesita imperiosamente unas labores de mantenimiento. Está claro que yo no tengo mis reflejos para tanto sobresalto, ni los amortiguadores de mi coche están acondicionados para este tipo de camino, por lo que llevo varios minutos sufriendo un verdadero suplicio al volante.
Paulatinamente nos vamos adentrando en el pequeño pueblecito pesquero y tengo la sensación de estamos atravesando una especie de túnel del tiempo. Las viviendas, las calles, el pavimento parecen salido de una película del siglo pasado. Estoy fascinado por la arquitectura del lugar, creo, y sin temor a equivocarme, que es uno de los pueblos con más carisma que he visitado. La sobriedad de sus construcciones le proporciona un aspecto casi místico. Las vías son estrechas y los balcones de un buen número de casas están repletos de macetas con plantas. De algunos de ellos cuelgan enredaderas que se deslizan como verdes serpientes a lo largo y ancho de la fachada exterior. El verdor de sus tallos y los vivos colores de sus flores contrastan con el negro grisáceo de las paredes de piedra, insuflando un poco de vida a la naturaleza muerta de sus paredes.
A medida que nos vamos internando en la pequeña villa, más difícil me es resistirme a sus muchos encantos. Intento abrir mi mente con el único propósito de que mis sentidos puedan absorber al máximo posible la singularidad de hábitat que me rodea. La humedad empapa cada poro de mi piel, el sonido de la brisa se convierte en más extraordinario de los conciertos y el olor a sal del agua de mar impregna inconmensurablemente mis papilas olfativas.
JJ, quien ha sido el artífice de nuestra visita a este lugar perdido de la mano del progreso, me mira y me sonríe complacido.
—¿Te gusta donde te he traído, ein?
—Sí, mucho —Las palabras salen de mi boca de manera automática pues no quiero dejar de impregnarme de la esencia de la magnífica belleza que me rodea.
Mi amigo me hace una señal para que detenga el vehículo, se baja y pregunta algo a un viandante. Por los gestos que hace el amable anciano, entiendo que le está indicando como llegar a una dirección. Tras darles las gracias, se sube al coche y de forma enérgica me dice:
—Sigue todo recto y cuando llegues a la iglesia gira a la izquierda.
—¿Dónde vamos?
—Al puerto.
—¿Y eso?
—Es donde están los aparcamientos públicos.
Sin darme ningún tipo de explicación, veo que saca el móvil y marca un número.
—¿Roxelio? Soy Juan José, tal como quedamos, nos encontramos por la zona del puerto —JJ tiene el volumen de su teléfono bastante alto y puedo oír un murmullo ronco e ininteligible como respuesta. Una vez la persona al otro lado de la línea concluye de hablar, mi amigo prosigue —Pues así lo haremos… Llámame cuando lleguéis para recogernos. Hasta ahora, guapo.
Es escuchar el apelativo cariñoso que usa para dirigirse a su interlocutor y, aunque él se empeñe en negarlo rotundamente, presiento que la relación entre ellos ha traspasado de largo el ámbito laboral. Tengo la jodida sensación de que Jota me oculta algo, de que no está siendo del todo sincero conmigo, aunque no tengo ni la más remota idea de lo que pueda ser.
—Me ha dicho mi amigo que no aparquemos en los parkings públicos que son muy caros. Que lo hagamos en el exterior pues siempre hay hueco por las calles colindantes, que él nos localiza ahora en unos minutos.
Efectivamente no tardo nada en encontrar sitio para estacionar. Mientras aguardamos que nuestros anfitriones vengan a recogernos, dejo mi mente viajar por los acontecimientos de los últimos días, en cómo me deje engatusar por JJ para venir a este inesperado viaje por Galicia, en como a lo “Priscilla, reina del desierto” nos hemos comenzado a pasear por las tierras del Apóstol Santiago.
Un periplo que dista mucho de ser el turismo cultural al uso, pues no se puede decir que estemos conociendo mucho sus iglesias y sus monumentos, aunque lo que sí estamos descubriendo es su gastronomía, sus costumbres nocturnas y sobre todo su gente. Se puede decir que tenemos ya hemos recopilado datos suficientes para escribir una tesis doctoral sobre el macho gallego. Los dos primeros días con sus noches en Vigo han sido un no parar, he conseguido follar más en esas cuarenta y ocho horas que en los últimos meses.
Entre los tipos con los que he me liado se encuentra mi compañero de viaje, con quien, iluso de mí, creía haber reanudado nuestra trastocada relación. Falsa alarma pues, una vez me ha dejado claro que el tren del amor ya pasó para nosotros, ha aprovechado mi pequeña siesta en el bar de la zona de descanso, para liarse con tres choferes vascos que tenían aparcado el vehículo allí. Con lo que me ha dejado más que claro que a él no le interesa para nada una relación romántica, solo le importa el sexo, y cuanto más mejor.
Me saca de mis atolondrados pensamientos el sonido del móvil de JJ.
—¿Sí?.... Estamos frente a un bar con la terraza muy grande. Somos los que estamos al lado de un Ford Mondeo blanco.
1 **JJ****
Los putos nervios me están reconcomiendo por dentro. No tengo ni zorra idea de cuál es el aspecto de Roxelio y German, los dos tipos por los que he quedado la página de contactos gays. ¡Qué sí!, que nos hemos mandado fotos, pero ya sabe todo el mundo como son estas cosas, que la gente con tal de ligar echa unos embustes de tomo y lomo, que Internet que es la cueva de Ali-Baba y los cuarenta farsantes y lo mismo me han mandado unas fotos de otra gente o de hace veinte años. ¡Vete tú a saber lo que inventan algunos con tal de intentar mojar la croqueta!
Lo peor es que soy más hijo puta que bonito y, en vez de hablar del tema como personas civilizadas, educadas y que se tienen confianza, le he ocultado a Mariano todos los tejes y manejes que me he traído para la planificación de este viaje con mis ligues de los distintos sitios especialistas en ligues de “hombre busca hombre” que he visitado en la red. Creo que, con lo chinche que es algunas veces, en vez de apoyarme y acompañarme en esta arriesgada aventura sexual, me habría echado la bronca y se habría puesto en plan inquisidor. ¡Si lo conoceré yo! ¡Mejor que la madre que lo parió!
Lo mismo, como es tan despistado, no se da cuenta de nada y no hace falta siquiera que se lo cuente. Si ya se tragó que conocí a Paco en la discoteca de Vigo y no hizo ninguna pregunta al respecto, ¿por qué no se va a creer que a estos dos ositos los conozco de la empresa en que trabajo? Pues solo alguien tan ingenuo como Mariano se cree que alguien como yo es capaz de pasar dos días seguidos con un ligue de una noche, si lo hice fue porque llevamos meses chateando y era algo que llevaba esperando como agua de mayo muchísimo tiempo. En fin, el pobre que todavía cree en los gnomos y se va enamorando un poco de todos los tíos con los que se pega un buen meneo. Con lo fácil que es follar, lavar, enjuagar y hasta la próxima que se ponga el sable tieso.
La verdad es que con el vigués lo tuve la mar de fácil, me cité con él en la discoteca y si no hubiera sido de mi agrado, con un “bye bye my friend” hubiera quedado todo resuelto. Con estos dos la cosa se ha complicado pues he quedado en su casa y, si en vez de los dos atractivos ositos que me han vendido, son dos momias con más años que Matusalén y menos “sex appeal” que la nariz de Gerard Depardieu, no sé qué excusa le voy a poner a Mariano para largarnos, porque el guindo del que se ha caído no es muy alto y tonto del todo no es…
Tampoco ayuda mucho que mi amigo este más silencioso y pensativo de lo normal, si al menos me diera conversación mataría un poco esta maldita incertidumbre. Me tranquilizo un poco, cuando veo pararse junto a nosotros un cuatro por cuatro de enormes proporciones, concretamente un Lange Rover verde.
Es mirar en el interior y mis dudas se apagan por completo. El tío que conduce el vehículo, por las fotos que me mandó supongo que es Roxelio, no solo aparenta tener los cuarenta y cuatro años que dice tener en su perfil, sino que se me antoja bastante más atractivo. Será que no es muy fotogénico o que en Galicia no hay tanta luz como en Andalucía y los “selfies” no salen tan bien, porque el tío me resulta muchísimo más guapo en persona de lo que me esperaba.
Me saluda levemente con la mano y se baja del coche. Mientras camina hacia nosotros no puedo evitar devorarlo sutilmente con la mirada y es que el gallego está bueno a rabiar. Es un tiarrón de cerca de dos metros, de los que quita el hipo. Aunque no tiene apariencia de gordo, es bastante voluminoso y fornido. Con unos brazos y manazas que nada más verlo estoy loco por que me abrace. Tiene el cabello corto rizado, de color negro azulado. Sus facciones a pesar de que son grandes son agradables, unos labios gruesos, unos ojos negro, una nariz aguileña y, lo que más llama la atención de su rostro, una poblada barba oscura. Con ese aspecto y la voz tan ronca que le he escuchado, por mi parte, se ha ganado ya un carnet de macho follador para poder entrar en mi selecto “club” (Cada uno le llama a su culo como le sale del pijo).
—¿Juan José?
Me saluda apretando mi mano entre la suya de un modo tal que consigue ponerme cachondo. A diferencia de él, no le pregunto su nombre y me limito a presentarle a Mariano.
—Roxelio, este es Mariano, el amigo que te comenté iba a traer conmigo.
Se dirige a él con la misma efusividad que a mí, busco en el rostro de mi compañero de viaje alguna contrariedad, pero este no hace ningún gesto raro, por lo que de momento creo que le estoy consiguiendo colar la trola de que lo conozco del trabajo. Lo que sí me deja un poco con el paso cambiado es lo que el machote gallego le dice al tiempo que lo saluda.
—Encantando, a mi hermano German le vas a caer muy bien.
No doy crédito a lo que escucho. Primero, ¿en qué momento de las muchísimas charlas virtuales que hemos tenido estos dos me habían dicho que eran hermanos? A mí siempre me habían contado que eran pareja. Aunque ahora que lo pienso, el parecido no puede ser mayor y puede que esté diciendo la verdad.
Segundo, ¿dónde está ese tipo que me exigía una vez y otra vez discreción? Porque la forma de abordar a Mariano no ha podido ser más evidente y más descarada ¡si le ha faltado decirle que a German le va a encantar montárselo con él! En fin, esperemos que no tenga una mañana matemática y mi colega no termine sumando dos y dos antes de la cuenta, porque si no que Dios me coja confesado porque cuando se pone pelma no hay quien lo pare y es la muerte a pellizcos.
Amablemente nos ayuda a meter nuestro equipaje a la parte trasera de su vehículo y tras invitarnos a subir a él, nos ponemos en dirección a su casa.
—Esperábamos que hubierais llegado esta “mañá” temprano—Sus palabras a pesar de que no dejan de ser amable, tienen cierto retintín que me suena a reproche por los cuatro costados.
Miro a Mariano y su cara de apurado no puede ser mayor, así que, para salir del apuro y no quedar mal de entrada, tiendo por sacar esa frescura que la vida me ha enseñado a tener y suelto una ocurrencia graciosa de las mías, en un intento de hacer más llevadera la realidad.
—Es que ayer nos quisimos despedir bien de Vigo, nos acostamos mucho más tarde de lo previsto y se nos han pegado un poco las sabanas.
—Mi hermano y yo hablamos de que lo mismo “xa” no veníais. Ni nos llamaste para decirnos que llegabas más tarde.
—Lo siento, pero pensé que sería buena hora estando aquí para poder almorzar juntos.
—No hay ningún problema, machote. Lo bueno es que estáis aquí —Al decir esto último me aprieta con sus gruesos dedos la rodilla de un modo tan brusco como sensual. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué coño de explicación le voy a dar a mi amigo sobre esto? Lo de que es una costumbre gallega muy habitual, no creo que cuele. ¿O sí?
2 **Mariano****
Desde que ha llegado Roxelio, tengo una sensación muy extraña. No sé qué ocurre aquí, pero tengo cada vez más claro que Jota se calla más de lo que cuenta. ¿A qué ha venido eso de que a su hermano le voy a caer muy bien? Sí a eso se le suma el magreo que el gallego le acaba de meter en la rodilla, cada vez me cuadra menos la historia que dice que lo conoce del trabajo. No sé de qué manera se puede relacionar un pescador (pues es lo que me ha parecido el buen hombre nada más verlo), con una empresa de suministros de equipos industriales. No recuerdo que JJ me dijeran que eran hermanos, es más, creo que él, por la cara de sorpresa, tampoco lo sabía. Me parece a mí que, parafraseando a Shakespeare “algo huele mal en Villa de Combarro”...
Dado que no es el momento más idóneo para pedirle explicaciones a Jota, pego la cara a la ventanilla del vehículo y pongo todos mis sentidos en disfrutar de las vistas. La arquitectura de las casas parece salida de un cuento de hadas y las calles por las que transita el vehículo parecen estrecharse poco a poco a nuestro paso. Lo mejor, la brisa marina se mete en cada poro de la piel, proporcionándome una indescriptible sensación de bienestar.
No tardamos en llegar a la vivienda de los gallegos: una casa bastante grande y con una edificación parecida a la mayoría de las otras construcciones del pueblo. A diferencia de las demás, en ella se echa en falta el toque femenino de las macetas en los balcones y el aspecto sobrio de la pared de la entrada me recuerda al de un convento. Aun así, no me disgusta para nada y su visión me trae recuerdos bastante entrañables.
Esperándonos en la puerta se encuentra un tipo, supongo que es su hermano, la verdad que les veo cierto parecido, por lo que puede que sea cierto lo que nos ha contado Roxelio sobre su parentesco. Aunque tampoco es que, viniendo de mí, sea de mucha garantía, pues a veces soy incapaz de distinguir a un hombre con barba de otro. Me pasa lo mismo que con los orientales que me parecen todos iguales.
German se ve un poco más bajo que su hermano y bastante menos corpulento. Es vernos aparecer y una agradable sonrisa se pinta en su rostro. A diferencia de Roxelio que tiene un aspecto de tipo duro, el semblante de German irradia cierta nobleza. No sé si mi amigo tendrá planeado o no tener sexo con estos dos, pero en caso de que así sea, ya no me parece algo tan descabellado y ya tengo hasta escogida mi pareja de baile.
El porte del que el atractivo osito hace gala cuando se acerca a nosotros emana una masculinidad fuera de lo común. Lleva una camisa blanca que, sin pegársele al cuerpo, marca su pectoral y su abdomen en la justa medida. Unos vaqueros despintados cubren sus musculosos muslos y alimentan estrepitosamente la imaginación en la zona de su entrepierna, donde se forma una más que deseable protuberancia. Sus brazos, como los su “hermano”, están cubiertos por un rizado bello que lo hacen aún más apetecible. Cuanto más lo miro, más se aviva en mí el deseo y menos me preocupa que mi amigo me haya traído a ciegas a este encuentro.
El amable gallego se viene para mí y aprieta fuertemente mi mano. Nuestros ojos conversan en silencio durante unos breves segundos, tiempo más que suficiente para que ambos nos percatemos de que la atracción es mutua. Tras saludar a mi amigo, Roxelio le pide que me ayude a bajar y a meter nuestro equipaje en la casa, que JJ y él van al garaje para dejar aparcado el coche. Algo que me suena a vamos a quedarnos solos un rato, pero que, dado el panorama que se me presenta a mí con German, no me veo poniéndole ninguna a pega a su plan. ¡Joder!, ¿por qué me gustará tanto el sexo?
El viril barbudo me invita a entrar en el interior de la vivienda. Su gruesa puerta de madera me trae recuerdos de otros tiempos más ingenuos. Me adentro en el interior y el calor a hogar que desprende la espaciosa estancia, tan diferente de su apática fachada, no puede agradarme más. La decoración rustica siempre me ha parecido que tiene un encanto especial, pero en este caso el resultado no puede ser más soberbio. La estancia es una amalgama de conceptos tradicionales, salpicados de modernidad y de la última tecnología.
Una de las cosas que más me llama la atención de la morada de los gallegos es lo alto que son sus techos, unas vigas de madera sin tratar son sus señas de identidad. Las paredes están enfoscadas de color beige. En el centro de lo que parece un salón comedor hay una gran mesa de madera, con unas fuertes patas y, en cada uno de sus cuatro costados, una silla del mismo estilo. En el otro extremo de la habitación hay un una enorme chimenea revestida con ladrillos de forma irregular, junto a ella se puede ver un sofá y dos butacones, frente a esto un mueble con una enorme televisión de plasma.
La simbiosis entre pasado y presente de aquella estancia no me puede complacer más. Pensaba que íbamos a pasar dos días en un cuchitril de mala muerte. Ver que es todo lo contrario, consigue que me quede absorto durante unos instantes. Segundos que mi acompañante, que, de entrada, me da la sensación de que es tan tímido como yo, aprovecha para decirme:
—¡¿Te está gustado como tenemos nuestra “casiña”, “galopin”?!
Salgo de mi leve ensimismamiento y, mostrando la mejor de mis sonrisas, le respondo:
—La verdad es que sí. Me encantan los hogares con soleras y este tiene mucho.
—“Malo será” pues nuestra casa es la vuestra estos días.
Lo de “malo será” lo he escuchado varias veces desde que he llegado a esta tierra. No sé lo que significa exactamente, pero los gallegos lo usan para cualquier cosa, ya sea buena o mala. Por la forma que brillan los ojos del encantador osito, deduzco que es algo positivo y sin pensármelo le respondo con la mejor de las sonrisas.
—Muchas gracias, hombre.
—Ven, tú dormirás conmigo en mi cuarto y Juan José con Roxelio.
La forma en que lo dice despierta mi suspicacia y dejo que mis pensamientos se adentren en un terreno de lo más libidinoso. Si aquel momento era la puerta abierta a algo más, creo que no lo sabré pues el timbre de un teléfono móvil corta de pleno el sugerente instante.
3 **JJ****
— “ Irman”, ¿está Mariano contigo? … Pues disimula, como si estuviéramos “falando” de otra cosa…. Aquí su amigo que es un verdadero “fillo de puta”, ya te digo para mandarlo al “carallo” —Al decir esto Roxelio me mira y sonríe picaronamente por debajo del labio —pues que no le ha contado ni pizca de porque ha venido a vernos. Le ha dicho que nos conoce del “traballo”…¡Fíjate tú! Así que tú no le cuentes nada y si pregunta le responde vagamente… Juan José dice que es muy tímido y puede “sair” corriendo. ¿Conforme? Tú deja que se instale y entretenlo porque nosotros vamos a tardar un “pouquiño”. ¿De “acordó”?
Es curioso que, en cuanto le he soltado lo ignorante que está mi compañero de viaje ante todo lo que he organizado, mi ligue de Internet se ha hecho con la situación de un modo sublime. Ha llamado a su hermano y ha conseguido salvarme de momento, sino de una bronca, de tener aguantar las malas caras de mi amigo. Tras colgar el teléfono, se pasa la mano por el abdomen, se relame el labio inferior, camina los dos pasos que nos separan y me dice:
—¡Ya te vale, traer al muchacho para acá sin contarle ni pizca!
—Tampoco has sido tú muy sincero que digamos… ¿En qué momento de las muchas veces que hemos chateado me has dicho que German era tu hermano?
El corpulento individuo que tengo ante mí, mueve la cabeza con cierto desdén, como si mi pregunta fuera no le sorprendiera lo más mínimo. Se acerca, me coge por los hombros de un modo que consigue seducirme y cohibirme por igual, clava sus ojos en los míos y me dice con cierta prepotencia:
—¿Tú hubieras seguido chateando con nosotros si te hubiera dicho que en vez de pareja éramos hermanos? La mayoría nos consideran unos degenerados y pasa de nosotros.
Me quedo callado un instante, me libero de la presión de sus manos y le respondo desafiante:
—No iba a ser la primera vez que estoy con dos hermanos que están liados entre ellos.
Mi aplomo al contestarle parece excitar al gallego, quien me sonríe y me dice picaronamente:
—No, si va ser verdad todas esas diabluras de las que presumías en el chat… ¡Qué “riquiño” eres!
Se dispone a darme un beso en los labios, pero se da cuenta que la puerta del garaje sigue abierta. Sin decirme nada, aprieta un botón en la pared y pone a funcionar su mecanismo automático de cierre.
No hace ni una hora que terminé de follar con los tres camioneros vascos y me basta simplemente imaginar tener sexo con el varonil barbudo, para volver a estar caliente como una perra en celo. ¡Qué pedazo de intérprete se ha perdido el mundo del reggaetón conmigo!
La verdad es que a pesar de que el lugar no es el más idóneo para echar un polvo, tampoco es que sea el peor sitio donde me he bajado los pantalones. Deslizar levemente la mirada por el exultante físico de mi acompañante es lo que preciso para que la suciedad, la grasa y el olor a carburante comiencen a importarme un pimiento.
Una vez la puerta se cierra, los fornidos brazos del gallego me rodean y me aplastan asfixiantemente contra su tórax. Si ya me encontraba excitado, es notar su vigor sobre mi piel y la lujuria domina por completo mi raciocinio. Cuando sus labios buscan los míos y nuestras lenguas comienzan a danzar, todo pensamiento lógico se borra de mi mente y comienzo a pensar con la cabeza de mi entrepierna que, dicho sea de paso, cada vez está más dura.
En un momento determinado, aquella enorme mole aprieta sus labios contra los míos y pone tanta pasión en ello que casi me falta el resuello. Creo que debe darse cuenta, pues con la misma energía que ha comenzado a besarme, deja de hacerlo.
Me mira con un gesto chulesco, lleva sus manazas a mi culo y lo oprime con fuerza. Me vuelve a besar, más brevemente y con menos pasión, como si fuera una especie de prólogo de algo que tiene en mente. Me muerde suavemente el lóbulo de la oreja, pasea su lengua por toda la concha de mi oído y me susurra, con esa voz suya tan varonil y tan ronca:
—¿Qué es lo que decías que me ibas a hacer cuando nos viéramos?
Sentir su cuerpo tan pegado al mío, la dureza de su entrepierna restregándose con la mía, el calor de su barba rozándose con mi rostro…, me tiene tremendamente cachondo. Es oír la sugerente pregunta y se me acelera el pulso. Sin pensármelo ni un segundo, me zafo de su abrazo, me colocó a una distancia que ambos podamos ver la expresión del otro con facilidad y le respondo de un modo tan descarado como desafiante:
—Que te iba a pegar la mejor mamada de tu vida.
Roxelio se lleva una de sus enormes manos a su paquete y lo aprieta entre sus dedos morbosamente, para terminar diciéndome:
—Pues ya estas tardando…
Con cuidado de no mancharme, me agacho ante él. Él descorre la hebilla de su cinturón, desabotona su bragueta, mostrando unos slips blancos que esconden una palpitante bestia que debe ser, por lo que intuyo por el desproporcionado bulto que se marca bajo la delgada tela, de formidables dimensiones.
Precipitadamente y dejándome llevar por mis desmedidas ansias de sexo, bajo la ajustada prenda íntima. Ante mi cara se levanta una rígida pértiga de un ancho y largo considerable. De su morada cabeza brotan unas brillantes gotas de líquido pre seminal que convierte aquel enorme trozo de carne y sangre en una ambrosia de lo más apetecible.
La atrapo entre mis dedos y su tronco está tan repleto de sangre, que noto como palpita ante mi tacto. El miembro del gallego es impresionante, no solo es enorme y está duro a más no poder, sino que también innumerables venas azuladas recorren su tronco, dotándolo de una formidable potencia. Su grosor no varía mucho de la cabeza al tallo, por lo que, dado lo oscuro de su piel, no puedo evitar acordarme de las morcillas que hacíamos en mi pueblo en la época de la Matanza.
Agarro sus peludos y enormes huevos con la mano izquierda, mientras que con la otra empujo al vibrante mástil al interior de mi cavidad bucal. Un sabor entre salado y agrio empapa mis papilas gustativas, nada más su capullo acaricia mis labios y la punta de mi lengua. Paladeo meticulosamente el enorme champiñón y el vigor que emana me empuja a devorarla por completo. Abro la boca todo lo que puedo, para no arañar con los dientes el majestuoso cipote y me lo trago hasta que mi campañilla hace de tope.
Tal como se han ido desarrollando los acontecimientos, tengo la sensación de que ambos hemos aguardado esta ocasión más tiempo del que nos hubiera gustado. En mi caso la fantasía de un tórrido encuentro sexual con él, ha sido la inspiración de más de un momento de “amor propio” y la realidad está superando cualquier expectativa. Como si todos esos deseos acumulados durante las largas conversaciones virtuales borbotaran imparablemente, nos volcamos estrepitosamente en el acto sexual. En unos segundos hemos pasado de ser dos seres civilizados a dos bestias ansiosas de placer, yo intentando devorar hasta la base aquel lujurioso cilindro, Roxelio empujando mi nuca como si quisiera taladrar mi garganta con su herramienta sexual.
—¡Qué bien la chupas, mamonazo ! ¡Chupa, chupa que no se acaba!
A pesar de que el gallego no me parece de las lenguas más adecuadas para la seducción, la nevera de testosterona que me acompaña tiene una voz tan ronca y viril, que creo hasta me pondría cachondo diciendo aquello de: «¿Ha probado a reiniciar su PC?»”.
De buenas a primera, comienza a mover sus caderas. Al principio, los envites son suaves y puedo seguir tragándome el ancho cilindro sin atorarme. No obstante, como si su viaje al placer no pudiera esperar más comienza a acelerar el ritmo.
De ser el dueño de la situación he pasado a estar sometido a su voluntad, incapaz de zafarme de su potente agarre y con el rollizo salchichón taponando mi cavidad bucal, la respiración me comienza a faltar y, a pesar de mi dilatada experiencia, no puedo evitar dar unas pequeñas arcadas. Unos lagrimones rebozan de mis ojos y mi nariz moquea, la situación está comenzando a ser incomoda, pero no por ello deja de ser menos placentera.
El hombre fuerte que pretendo ser, intenta poner fin a aquella humillación. El adolescente débil que la situación me empuja a ser, disfruta siendo el sumiso esclavo de un macho bruto y dominante como el gallego. El adulto a cada empellón que da mi casquivano amante se vuelve más pequeño y es el muchacho ávido de nuevas sensaciones quien termina haciéndose dueño del momento.
Las lágrimas que recorren mi cara, las babas que salen de mi boca de forma desmedida y las pequeñas arcadas no parecen importarme. Estoy tan fuera de mí, que saco mi pájaro a pasear y comienzo a masturbarme al mismo ritmo que el misil del varonil oso derriba las defensas de mi boca.
—¡Jo, mamonazo, que boquita tienes! ¡Qué gusto me estááás daaando!
De buenas a primera, afloja su agarre, echa las caderas para atrás y saca su tranca de mi boca. De su hinchado capullo brota un geiser de esperma. Una bestial corrida como hacía tiempo que no veía. Sabía que Galicia era famosa por sus percebes, por sus pimientos del padrón, por sus mariscadas, pero lo que no sabía es que hubiera tan buenos toros. La eyaculación de Roxelio ha sido digna del mejor de los sementales.
Sigo masturbándome con la mirada puesta entre su erecto mástil y las copiosas manchas de semen que hay en el suelo. Mi mente se pone a imaginar cómo será ser atravesado por aquel sable y, sumido en esa fantasía, no tardo en alcanzar el orgasmo.
Todavía no me he recuperado del todo, cuando noto que el gallego tira de mí. Me abraza y me besa con una inusual ternura. Un proceder que no tiene nada que ver con el cafre que me ha dejado la boca casi entumecida por sus salvajes embestidas. No sé si es algo premeditado o no, pero era el gesto que necesitaba de su parte para no terminar mandarlo a la mierda por la brutalidad que me acaba de hacer.
Mientras me dejo llevar por las muestras de afecto del osito, no puedo evitar pensar en mi compañero de viaje. ¿Qué carajo estará haciendo ahora?
4 **Mariano****
No sé qué demonios le ha dicho Roxelio a German, pero sea lo que sea nos ha cortado el rollo. De buenas a primeras, ha cesado en ese juego de miraditas tímidas y cómplices que se traía conmigo. Donde momentos antes veía una pequeña posibilidad de tener sexo con alguien que me atraía, ahora veo una especie de muro de contención de sentimientos. Una forma de comportarse en la que todo es apariencia y disimular. Un modus operandi que conozco muy bien, pues es muy parecido al que tengo yo con mi familia y la gente que más quiero.
De actuar como alguien que pretendía seducirme, pasa a ser una especie de botones de hotel. Me indica el camino a su habitación con una sobriedad que me hace sentir hasta un poco incómodo.
Tras recorrer un pequeño pasillo llegamos a su dormitorio bastante espacioso, como todo en el hogar de los dos hermanos. En una estancia donde los muros son de piedras, los tabiques de ladrillos irregulares y el color dominante es el marrón claro. Es el tono imperante en la estancia, en la puerta de la entrada, en el ropero, en la cómoda y en la mesita de noche que está situada entre las dos camas individuales de tubo metalizado. La única nota discordante con el tono reinante en el dormitorio, son las colchas de la cama que son de un azul intenso.
Frente a la entrada hay un amplio ventanal de madera, cubierto por un “store” de color beige que no impide que una radiante luz se cuele furtivamente en la habitación.
Completan el mobiliario del dormitorio, un mueble sobre el cual se puede ver la pantalla de un ordenador y una estantería blanca con cuatro pisos donde se pueden ver, rigurosamente ordenados, DVD’s, CD’s, revistas y algún que otro libro.
—Te he dejado sitio en el armario para que puedas guardar tu ropa. Si te hace falta el último cajón de la cómoda también está vacío. Vete instalando que yo voy a echarle un vistazo a la comida.
Mientras deshago la maleta, y sin ser consciente de que estoy invadiendo la intimidad de German, me pongo a mirar las revistas de la estantería. Entre publicaciones de pescas, deportes y otras materias parecidas, se encuentran algunas de temática gay. Aunque a estas alturas de la película no me sorprende, si lo hace que, en esta época donde prima el formato digital, alguien siga teniendo porno en papel impreso. Mi absurda curiosidad hace que en vez de dejarlas en su sitio comience a hojearlas, con la misma actitud de culpabilidad de un niño curioso.
Ver esos casi perfectos cuerpos, tan varoniles, desnudos y en poses tan sugerentes, consigue despertar de nuevo mi libido. Como si fuera un toro desbocado, noto como mi polla se va llenando de sangre y crece de tamaño. No sé si es porque el gallego me ha gustado un montón o porque los efectos del maldito sueño erótico, el caso es que en vez de guardar la revista, me comienzo a acariciar el bulto que se marca delatoramente bajo las bermudas.
Son suficientes unos segundos para que el sexo me termine confundiendo y en vez de comportarme como una persona sensata, comienzo a construir escenas morbosas en mi mente. Curiosamente aunque estoy viendo los cuerpos de los modelos, mi inspiración está fijada en otra persona: mi anfitrión. Sin meditarlo, sin soltar la revista en su sitio, me asomo a la puerta de la habitación y grito su nombre.
Unos segundos más tarde lo veo caminar por el estrecho pasillo que une el salón con los dormitorios. Hundido como estoy en el fango de la lujuria, recorro su anatomía con la mirada. Cuanto más lo contemplo, más fuerte es el deseo que despierta en mí. En cualquier otra circunstancia, esperaría cómodamente a que fuera él otro quien diera el paso, pero como sé que eso no va a llegar, intento tomar el control de la situación, aunque sea de la forma más torpe y absurda del mundo.
—¿Qué pasa, “galopin”? —Pregunta extrañado por la urgencia con la que lo he llamado.
—Perdona por las voces—Me excuso por mi imprudencia —, pero no sabías a que distancia te encontrabas.
El amable osito al verme con la revista gay en la mano, se queda un poco cortado, tengo la sensación de que lo pongo en una situación tan comprometida que hasta se pone un poco colorado y todo. Cada vez soy más de la opinión que, a este o se lo pongo cristalino, o no me como un pimiento con él.
Dominado por el abultado hinchazón de mi entrepierna, dejo mis remilgos aparcado y le suelto una pregunta tan absurda como descarada.
—¿Estas revistas donde las compras? Te lo pregunto porque en Sevilla no las hay.
La cara de German es un poema, se queda como bloqueado durante unos minutos. No sé si porque se da cuenta que no hay dobleces en mis palabras o porque se percata de lo empalmado que voy, sea lo que fuere hace que se tranquilice un poco y deje de mostrarse a la defensiva conmigo.
—Roxelio me las compra en un sex-shop de Vigo. A mí me gustan más el papel que Internet…
—A mí me parecen de otra época… Me traen muy buenos recuerdos.
Nos quedamos mirándonos como dos bobos, la barrera de hielo que parecía haberse levantado entre los dos se ha fundido por completo y en un pispas. Seguimos siendo dos desconocidos, pero, de un modo de lo más asombroso, dejamos que las cosas que tenemos en común nos unan.
—Esa que has escogido no es muy buena, las tengo bastante mejores y con “mejores rapaces” — Dice yéndose para la estantería y rebuscando entre el montón de revistas que hay apiladas en una de ellas.
A pesar de su portentoso cuerpo, a pesar que huele a hombre maduro por los cuatro costados, no puedo evitar verlo como un niño. El gallego actúa del mismo modo inocente que un crio con un nuevo amigo y me enseña la revista como el que presume de una nueva adquisición o de un nuevo juguete.
—A mí los tíos tan perfectos como esos no me gustan “moito” —Dice volviéndose para mí, en el momento que ha localizado la publicación que buscaba —. Me gustan “máis” los “rapaces” más “riquiños”…
—¿Riquiños?
—Ni guapo, ni feos…Tíos majos, pero no de los que están todo el día mirándose al espejo, ni están todos los días machacándose en el gimnasio. Una cosa así como tú…
—Yo soy de los que me pego mis buenos lotes de levantar pesas…—Digo como intentando corregirlo.
—Sí, pero no vas de nada —Al decir esto me sonríe, dejando que un gesto de cautivadora nobleza se dibuje en su rostro.
Como si temiera haber cruzado una puerta indebida con ese leve coqueteo, vuelve agachar la mirada y comienza a pasar las páginas de la revista.
—Aquí están… ¿Nos sentamos para verla en la cama?
—Sí, por qué no.
La circunstancia no puede ser más morbosa, dos tíos como trinquetes hojeando una revista, la cual mi acompañante ha colocado hábilmente sobre sus faldas. Cuando siento como su rodilla se roza con la mía, una electrizante sensación recorre mi espina dorsal. Aunque es más que obvio lo que allí va a terminar sucediendo, ninguno quiere abandonar la sutilezas y nos adentramos en un juego donde cada centímetro ganado propicia que la lujuria escale por nuestros cuerpos, excitándolos de manera colosal.
—¿A que está rico este “home”? —Me dice señalando un tío rapado con barba, musculoso pero no demasiado, con una ligera manta de pelo cubriendo su pecho y con una polla que no es pequeña, pero que tampoco se trata del tamaño XL que nos suele vender como estándar la industria del porno.
—Sí, está bastante bueno —Contesto un poco nervioso, pues he llevado mi mano derecha a la rodilla que se roza con la suya y me he puesto a acariciar su pierna con disimulo.
Como no encuentro ningún impedimento por su parte, voy subiendo poco a poco por su muslo, hasta que llego a rozar su entrepierna. En ese momento, German, abandona la revista al lado, me coge la cara entre sus manos y me da un beso de lo más tierno.
Es tanta la delicadeza con la que me toca, que aparto mi mano de su miembro viril y pongo los cinco sentidos en disfrutar de la inesperada muestra de afecto. Su lengua juega con tanto mimo con la mía, que cualquier prejuicio que me hubiera hecho sobre él se va desmoronando como castillos de arena por las olas. En unos segundos he pasado de nadar y guardar la ropa, a sumergirme en el mar de sensaciones que mi cuerpo clama por sentir.
En momentos como esto, cuando me entrego tanto a la persona que tengo al lado, sé que debería hacer caso a los consejos de JJ y no dejarme llevar por lo que siento. Sin embargo, los años me han hecho más listo, más culto, más preparado para afrontar adversidades, pero sigo pensando que todo el mundo es bueno y la ingenuidad que aún conservo, por muchas veces que me haya estrellado contra la pared de la maldad humana, se olvida de cualquier cautela, lanzándome al vacío sin seguro, ni paracaídas.
La ternura abre camino a la pasión y nos abrazamos el uno al otro como si quisiéramos atrapar la esencia física del otro. De ser unos completos desconocidos, hemos pasado a tener una relación que parece transcender del plano sexual. Dos polos iguales que no se repelen, sino que se atraen incompresiblemente, desafiando cualquier teoría escrita.
Tras quitarnos mutuamente, y de forma trepidante, las prendas que cubren nuestros torsos. Mis manos buscan el cinturón de su pantalón y lo desabrocho con una habilidad que desconocía tener. Trepidantemente saco su miembro fuera y comienzo a pajearlo. Mis labios buscan de nuevo los suyos, pero esta vez es un leve piquito para pedirle permiso para lo que me dispongo a hacer.
Hundo la cabeza en su peludo pecho, aspiro el olor que emana y prosigo hacia el destino que me autoimpuesto. Tras pasear los labios por su abdomen y su pelvis, busco con la mirada la firme caña de mi pescador. Ya por el tacto había descubierto que era de buen tamaño y bastante dura, su visión me desvela lo hermoso que puede llegar a ser un miembro viril masculino.
Su piel es bastante oscura, con una cabeza morada circuncidada que destaca sobre un tronco por el que desciende de forma circular una vena gruesa y azulada. No es ni demasiado gruesa, ni demasiado larga, un tamaño justo y proporcionado. Su amplia bolsa testicular esta rasurada y es de un color más oscuro que su tronco.
Sin pensármelo agarro el viril mástil y comienzo a chuparlo como si me fuera la vida en ello, aprisionando el violáceo glande entre mis labios, transformandolos en una ventosa . Escucho que de su boca sale un jadeo apagado y me vuelco más aún en darle todo el placer que se merece.
Me trago su herramienta hasta la base, tal como pensaba tiene el grosor y la altura adecuada, te la puedes comer entera y no te atragantas. Una vez amoldo mi cavidad bucal al rico nabo del gallego, comienzo a engullirlo asemejando a una masturbación.
Estoy caliente a más no poder y mi cuerpo pide a gritos alguna dedicación, pero, como German opta por dejarse hacer, mi única opción es tocarme el paquete por encima del pantalón. Por unos momentos, fantaseo con hacer un sesenta y nueve, como no las tengo todas conmigo de que sea algo del agrado de mi compañero de cama, opto por no romper lo mágico del momento y sigo acariciando contundentemente mi más que dolorosa erección.
En el momento menos inesperado, el amable osito saca su apéndice sexual de mi boca, me aparta a un lado y se pone de píe frente a mí. Se termina de bajar el pantalón y se baja los slips, quedando su preciosa y deliciosa polla a unos milímetros de mi cara.
Incapaz de resistirme ante la tentación, me agacho ante él y reanudo la mamada en el mismo sitio donde la dejé: tragándomela hasta el fondo y simulando que lo pajeo con mi boca Aquello parece poner como a una moto a German que, por primera vez desde que hemos empezado a tener sexo, dice esta boca es mía:
—¡Jo, tío! La chupas “ben” —Acaricia mi cabeza con cierta ternura y añade — “moi, moi, ben”.
Aquello parece ser el incentivo que yo necesitaba para seguir tragándome aquel poste de carne y sangre con más ímpetu. Tomo sus nalgas como punto de apoyo, me agarro a ellas fuertemente y comienzo a engullir la rígida ambrosia.
Durante unos momentos mi entendimiento queda enterrado bajo toneladas de pasión, mi único pensamiento se mezcla con el deseo de conseguir hacer disfrutar al macho peludo que tengo ante mí. Aunque aún no es mi cometido, presiento que con los compulsivos movimientos de mi cabeza voy empujándolo cada vez más al precipicio del placer. En el momento que German cree que va a caer al vacío, tira de los pelos de mi nuca y aparta su cuerpo.
Ver como de la punta de aquel oscuro pollón brota un enorme chorro de semen, es la imagen más sensual que he visto en mucho tiempo. Sabiendo que la gorda ha dado su do de pecho, desabrocho mi cinturón y bajo mi bragueta para sacar mi polla y buscar el placer que tanto precisa mi mente y mi cuerpo.
El gallego, una vez sale de los brazos de la lujuria y vuelve a la realidad, al descubrir que estoy masturbándome, me dice con cierto tono recriminatorio:
—¿Qué haces, “galopin”? Me la mamas como no me la han mamado nunca y te vas hacer una “punheta”. ¡Ponte de píe que yo también la mamo “ben”.
Aunque esta mezcla entre gallego y castellano que hace mi recién estrenado amante, se me hace un pelín difícil de entender. A mi modesto entender, creo que este este pedazo de semental gallego ha dicho que me va regalar una sesión de sexo oral.
Se agacha ante mí casi ceremoniosamente. Me baja con cuidado el pantalón hasta la rodilla, después hace lo mismo con la ropa interior. Se queda mirando durante unos segundos mi erecta polla. Pasea la yema de sus dedos desde la cabeza hasta los huevos, cuando llega a ellos los aprieta suavemente, los empuja hacia delante y, ayudándose del pequeño impulso, se mete la punta de mi nabo en la boca.
La paladea durante unos segundos, como un cocinero prueba el punto de sal de sus platos. Tengo que suponer que mi apéndice sexual es de su gusto, porque se la mete hasta el fondo y de un solo empujón en la boca. Es tanto el placer que me regala en un segundo, que no puedo evitar estremecerme de la cabeza a los pies. El silencio que reina en la estancia es tan profundo, que solo se oyen los sonidos guturales del gallego y mis quejidos de satisfacción.
Sus manos se van a mi trasero y comienza a acariciar mis glúteos, al principio con cierta suavidad, para terminar haciéndolo con cierta avidez. En un momento determinado, el amable osito se saca mi herramienta sexual de la boca y me pregunta:
—¿Te gusta que te coman el culo?
—Sí —Le digo mostrándole una sonrisa de total complacencia.
—Pues date la vuelta, que te voy a pegar el mejor “bico” negro de tu vida.
La verdad es que el gallego no es nada exagerado. Es simplemente notar la humedad de su lengua en mi orificio anal y de nuevo todo mi cuerpo se sacude de placer. No sé cómo lo hace pero su paladar me toca como pocas veces ante lo habían hecho. Enredado por completo en las marañas del placer carnal, llevo mi mano a mi polla y reanudo mi sesión onanista.
Mi cuerpo no tarda en llegar al paroxismo, no sé cuánto ha tenido que ver el gratificante beso negro, no sé cuánto ha tenido que ver la tremenda masturbación que me he realizado, a la ve que fantaseaba con tener su tranca atravesando mis entrañas.
Cuando percibe que he llegado al orgasmo, se abraza a mí por detrás y me besa tiernamente en el cuello. La sensación del peso de su cuerpo sobre el mío me sume en una absoluta complacencia. De nuevo, comienzo a suponer cosas que no debería y me enredo en laberintos romántico.
Poco después nos vestimos y limpiamos el dormitorio de cualquier huella de la batalla sexual que ha tenido lugar en él. A pesar de que nuestros cuerpos han terminado saciados, nuestros ojos, nuestras manos y nuestras bocas se siguen buscando.
Interrumpe nuestros jueguecitos una voz que viene de la otra parte de la casa:
—¡German, ya estamos Juan José y yo en casa!
Intento aparentar tranquilidad, pero mi rostro me delata que estoy un poco preocupado por la impresión que puedan tener los otros dos de mí, si descubren lo que hemos estado haciendo.
—¡Oye, “galopin”, no seas tonto! Ellos vienen de hacer algo parecido.
—Ya lo sé, pero es que yo no soy así.
—Yo tampoco —Responde con cierta contrariedad —, pero no te preocupes y déjate de boberías que es lo que nos queda los días que estéis aquí. Con ese pedazo de culo que tienes, después te voy a pegar una follada de “campionato”.
Lo miro extrañado, no tanto por lo que ha dicho, sino porque no sé dónde se ha metido el hombre tímido a quien he tenido que seducir.
—¿Por qué pones esa cara? ¿No te gusta que te follen?
—Sí —Digo con cierta estupefacción ante tu soltura.
—Malo será, porque a la hora de la siesta te voy a hacer disfrutar como nunca. ¡No sabes el “tempo” que hace que no me follo un culo como el tuyo!
Incapaz de decir algo coherente, me quedo mirándolo moviendo la cabeza perplejo. Él como si no fuera la cosa con él, me da un cachete en el culo y me dice:
—Venga vamos, que mi hermano y tu amigo nos esperan.
En dos viernes publicaré “La duquesa del coño insaciable” en esta ocasión será en la categoría Tríos. ¡No me falten!
Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría de temática gay. Espero servir con mis creaciones para apaciguar el aburrimiento ahora que no podemos salir todo lo que podemos. .
MUCHAS GRACIAS POR LEERME!!!