Dos más uno, tres

Salgo a dar un curso por dos semanas y disfruto, sin pensarlo, de las bondades de una argentina y una brasileña.

Dos más uno tres

Salí fuera del país para dar un curso de posgrado por dos semanas. El grupo de estudiantes tenía diferentes procedencias dentro de latinoamérica. Una de las estudiantes era una argentinita rubia y hermosa, de 25 años que vivía hacía varios años en esa ciudad, con todo en su lugar y en su justa medida; no es necesario decir más.

Al tercer día del curso, los estudiantes decidieron ir a hacer una cena en homenaje a una de las chicas que cumplía años ese día. Me invitaron, fuimos a cenar juntos y se formó un ambiente de mucha camaradería. Yo no le quitaba los ojos de encima a Paola y su no exagerado escote. Luego de la cena un grupo decidió seguir la fiesta en una discoteca para incorporar un poco de baile a la alegría que nos acompañaba. Ya en la discoteca aproveché para sentarme junto a Paola y bailar la mayor cantidad de ocasiones posible con ella. En algún momento cambió el tipo de música y pusieron una sabrosa salsa. Entonces ella me dijo:

¡Qué bien bailás la salsa! Yo, en cambio, hago lo que puedo.

Es sólo sentirla y moverse, le respondí.

Dicho esto, le tomé una mano y puse la otra en su cintura y empecé a guiarla en el paso básico de la salsa. Eso hizo que el muslo de mi pierna derecha se ubicara en medio de sus dos piernas. Con mucho tacto la fui acercando poco a poco hasta que llegó un momento en que marcábamos el mismo ritmo pero bastante juntos. Eso hacía que ocasionalmente mi muslo prácticamente se pegara a su entrepierna. Paola, lejos de molestarse me sonreía de rato en rato, lo que hizo que yo tomara confianza y el repegue fuera cada vez más directo.

Así estuvimos un buen rato mientras duró la ronda de salsas. Yo no fui más allá porque con eso era más que suficiente para saber que Paola disfrutaba de mi cercanía y de mi calentura.

Volvimos a la mesa donde estaban los demás, conversamos de varios temas casi a gritos por la música y Paola, ahora, estaba muy cerca de mí, haciendo estrecho contacto su pierna izquierda con la mía. En un determinado momento, pusieron música lenta y me preguntó si eso también sabía bailar tan bien como la salsa. Yo le contesté afirmativamente y sin decir más nos dirigimos a la pista y directamente ella se pegó a mí. Ya había una complicidad sin palabras y yo me encargué de que sienta mi paquete de a poco hasta que ya no era posible disimular mi erecto pene en el lugar justo de su entrepierna. Ella aceptó el juego: pegó sus tetas y su concha a mi cuerpo y reclinó la cabeza en mi hombro. En un determinado momento, echó una mirada a la mesa y sus amigos y tomó la iniciativa de besarme largo, profundo, delicioso. Ya todo estaba dicho. El resto de la noche se repartió entre disimular pequeños tiempos en la mesa compartida y "bailar"; en realidad nos dirigíamos al sector más oscuro de la pista de baile para echarnos unos fajes espectaculares en los que nos restregábamos el cuerpo de cada uno en el del otro.

Siendo ya bastante tarde, todos dijeron casi al unísono que era hora de retirarnos porque la jornada siguiente era día de trabajo normal. Salimos de la discoteca y nos fuimos despidiendo. Me preguntaron cómo me iba a ir y les dije que tomaría un taxi. Paola se ofreció a que vayamos juntos en el mismo taxi ya que mi alojamiento quedaba de camino a su casa. Subimos al taxi y dio la dirección de su casa. En cuanto estuvimos fuera de la vista de los que quedaron en la acera, nos empezamos a besar nuevamente; se separó y me dijo:

Mi compañera de cuarto no está, ¿querés pasar la noche conmigo?".

Seguro, contesté.

Llegamos a su departamento, prendió una luz baja de la sala y me dijo:

En clases, soy tu alumna. Aquí, y por los días que estás, quiero ser tu chica. Por favor, distinguí las dos cosas: en clases quiero que me trates como cualquier alumna; aquí, quiero que me trates como mujer.

Dicho esto, me dio la espalda, se dirigió a un pequeño equipo de sonido que había en la sala, puso música lenta y de manera tremendamente sensual comenzó a moverse y quitarse la ropa mientras se dirigía a su habitación.

¡Y me dijiste que te enseñe a bailar!, comenté mientras la seguía y yo también me iba quitando mis prendas.

Cuando llegamos a su habitación estaba sólo en bragas y sostén. Esperó a que yo también quede en calzoncillos y me dijo:

¿Seguimos bailando?

Apenas oíamos la música de la sala pero nos juntamos y comenzamos a tocarnos y movernos lentamente. Nos besábamos también lentamente, casi sólo nos rozábamos. Luego de un rato Paola se quitó el brassiere y comenzó a restregar sus pechos en el mío y su concha en mi paquete súper parado. Entonces yo tomé la iniciativa: me quité el calzoncillo y coloqué mi pene sobre su braga mojada, pasando y repasando la cabeza de mi palo sobre el canal que se formó en su entrepierna. Paola se entregó: apoyó su cabeza en mi hombro y gemía mientras movía sus caderas para aumentar el contacto con mi herramienta. Sin mirarme me dijo:

Entrá ya por favor.

Le dí la vuelta, le bajé el calzón, hice que apoye sus manos en la cama y así, parados como estábamos, la clavé desde atrás un buen rato y despacio.

Mmmmm ¡qué delicioso! Dame más, dame más rápido –pedía.

Pero yo me dediqué a darle firme y constante. Cuando la tuve a punto de caramelo, la tiré en la cama con cierta violencia, me puse sus piernas al hombro y la comencé a bombear con fuerza.

Ahhh, me estás matando, ahhhh, ahhhh, ahhhh. ¡ Fabuloso, fabuloso! –decía, mientras se pasaba la lengua por los labios de manera sensual.

Al poco rato, Paola ya no gemía; gritaba. Le bajé una pierna y, mientras la clavaba, restregaba su clítoris con fuerza, casi con violencia.

Ahora viene, viene –me avisó.

Tuvo su orgasmo estremeciéndose toda. Sin darle tiempo a reponerse, le dí la vuelta y la clavé desde atrás lo más rápido y fuerte que pude; estaba a punto de tener un nuevo orgasmo y me detuve en seco

¿Qué hacés? Seguí, seguí, por favor.

Pero yo no le hice caso. Otra vez la hice recostar sobre la cama y entonces le comencé a mamar con ternura su chocho mientras le embadurnaba con sus propios jugos el hueco de su culo. Ese cambio de forma la hizo gemir de forma que casi parecía llorar. Sólo alcanzó a casi suplicarme:

Ayyy, no, por atrás no, por favor. No ahora.

Tiramos esa noche y la siguiente. Acordamos que el sábado en la mañana nos escaparíamos a las afueras de la ciudad a unas cabañas en las que podíamos pasar follando sábado y domingo. Por eso me propuso que el viernes vaya a su departamento a cenar sin sexo ya que había vuelto su compañera de habitación y quería presentármela. Su compañera era una morena brasilera buenísima y muy simpática, más o menos de la misma edad que Paola. Ella también vivía en la ciudad ya varios años y desde entonces compartían el departamento. Cenamos amenamente. En cierto momento Natalia, que así se llamaba la compañera de Paola, le pidió que la acompañe a la cocina para preparar juntas un postre. Yo me quedé en la sala viendo tele. Volvieron, seguimos charlando mientras saboreábamos el postre y cuando dí muestras de retirarme, Natalia se despidió primero y antes de entrarse a su habitación y darme un beso de despedida me dijo:

Todo lo que te diga Paola es cierto y yo estoy totalmente de acuerdo.

Me quedé intrigado y una vez que quedamos solos le pregunté a Paola qué me había querido decir.

Lo que pasa es que hay algo sumamente íntimo que nadie sabe y quiero compartirlo contigo. Bueno, en realidad Natalia sí lo sabe.

¿Qué es?, pregunté ya intrigado ante la inminente confesión.

Soy bisexual. O eso creo que se llama. Me encantan los hombres pero también tengo una relación fuerte con Natalia.

Bueno, no es algo de otro mundo –dije, tratando de parecer natural. ¿Y por qué me lo confiesas a mí que apenas me conoces?

Por eso mismo. Lo que pasa es que Natalia y yo, desde hace un buen tiempo queremos tener una experiencia juntas pero incluyendo un hombre en nuestras sesiones amorosas. Nunca lo hemos intentado con alguien de esta ciudad porque tenemos miedo que si se lo proponemos a alguno de nuestros conocidos o no lo entienda o nos desprestigie ante otros amigos. Y bueno, vos apareciste estos días y le conté a Natalia lo rico que sos en la cama y, si estás de acuerdo, queremos pasar el fin de semana contigo y dar rienda suelta a nuestros deseos.

Casi se me echa el trago de vino que estaba poniendo en mi boca en aquél momento.

Para no alargar el cuento, sólo le dije que estaba de acuerdo, con una condición:

Quiero que mañana estén bien calientes y deseosas de mi palo; así que quiero ahora un adelanto. Yo no las tocaré pero quiero que vayas donde Natalia y se gocen delante de mí, haciendo lo que yo les diga.

¿Vas a resistir no tocarnos?

Espero que sí.

Paola se desnudó delante de mí y así desnuda se dirigió a la habitación de Natalia. Yo caminé tras ella; entramos y Natalia estaba viendo televisión con la luz apagada. Apenas Paola entró se acercó a ella, retiró la sábana que la cubría y se acercó a besarla; yo me ubiqué en un sillón que había junto a la cama y le dije:

Bésala despacio, muy despacio.

Paola le quitó el ligero pijama que Natalia tenía y comenzaron a besarse y a tocarse. Se acomodaron para hacer un delicioso 69. Yo me tocaba la verga, primero por encima del pantalón; luego, me la saqué y comencé a meneármela lentamente porque no quería llegar. Entonces ví que en una especie de jarrón del cuarto de Natalia había unas plumas de adorno; tomé una y le pedí a Paola que dejara de chupar a su compañera, mientras le pasaba una de las plumas por el chocho y el culo de la brasileña.

Mmmmm, mmmm, mmmm, primero suspiraba.

Luego, comenzó a convulsionarse y a chupar más fuertemente a Paola. Natalia se retorcía ante el paso de las plumas por su vagina. Totalmente convulsionadas lograron un orgasmo simultáneo esas pieles de leche y chocolate. Una vez que terminaron besé a Paola, pellizcándole un pezón; me acerqué a Natalia, le metí dos dedos en su vagina, los acerqué a mi boca, me chupé mis dedos y luego la besé apretándole el culo. Me separé de ellas y les dije:

Me voy a descansar al hotel porque pienso quedarme seco este fin de semana.

Ellas se mordieron el labio, me acompañaron a la puerta desnudas como estaban y se despidieron diciéndome que todavía jugarían un rato más antes de dormir.

Al día siguiente fuimos al lugar acordado. Paola iba manejando y yo iba a su lado; Natalia iba en el asiento trasero. Cuando salimos de la ciudad, le pedí a Paola que detenga el auto; entonces me pasé a la parte de atrás y cuando volvió a echar a andar el auto, le pedí a Natalia que cierre los ojos, la comencé a besar despacio en cada lugar que encontraba descubierto mientras acariciaba sus senos, sus piernas y, luego de un momento, sus nalgas y su chocho. Quería ponerla caliente, muy caliente. Hice que se recueste en el asiento, le subí la falda, le quité el calzón y le eché una mamada a conciencia largo rato.

¡Qué rico mamas, papito! –me decía. Así, así, ahora más fuerte… ahora en mi pepita –me guiaba.

Me pidió, me suplicó que la follara pero yo no hice caso. Cuando le había sacado ya dos orgasmos con el trabajo de mi boca, mi lengua y mis dedos entre su raja y su culo, la monté sobre mí pero mirando hacia delante para que vea el camino y pueda cruzar sus miradas con las de Paola a través del retrovisor. Era hembra de orgasmo fácil. Dejé que me cabalgara hasta llegar a un nuevo orgasmo. Yo me contuve. Me limité a limpiar su chocho lleno de sus propios jugos. Sólo un auto nos rebasó en el interín pero creo que no se percataron de lo que ocurría en el nuestro.

Como el viaje no era muy largo, al poco rato llegamos a nuestro destino. Hermoso: con piscina y al pie del mar. Ellas dijeron que corrían con los gastos (dineral que seguro se estaban gastando). En la habitación, jacuzzi. Pedimos una habitación que tenga cama matrimonial y otra cama sencilla.

Apenas se fue el tipo que nos ayudó a llevar las maletas, Natalia se desnudó, abrió la delgada cortina del ventanal que daba al mar, apoyó sus manos en el borde de la ventana y gritó:

¡Cójanme ahora mismo!

Paola se acercó deshaciéndose de sus ropas y por detrás comenzó a besarla y chuparle la espalda y las nalgas. Yo me fui desvistiendo lentamente. Cuando ví que Paola estaba de rodillas comiéndole el culo y la raja, acerqué una silla y la puse delante de Natalia, me senté en ella desnudo y la fui agachando para que me chupe la verga. Luego de un rato, ella se acomodó y se fue clavando mi verga poco a poco mientras Paola le hacía un rico beso negro. Natalia miraba hacia el mar y moviéndose y clavándose de a poco en mí. De pronto, de un solo movimiento se sentó y comenzó a cabalgarme mientras gritaba en portugués cosas que no entendía. En medio de su cabalgata se separó de mí, se dio la vuelta y se acomodó para meterse mi verga en su culo.

Ohhhh, esto es maravilloso. Ahhhh, me duele pero es delicioso… un poco más, un poco más

Lo fue haciendo despacio, gimiendo y gritando en una mezcla de dolor y placer. Cuando por fin lo tuvo todo enterrado, le pidió a Paola que le chupe el clítoris. Entonces, casi sin moverse conmigo, Natalia comenzó a sudar y a gritar. Hice que se recueste sobre mi pecho para pellizcarle los pezones. ¡Qué gritos que pegaba! Tuvo un orgasmo que la dejó temblando varios minutos. No bien se desmoronó por el impacto del placer que había sentido, sonó el teléfono. Era de la recepción para pedirnos moderación porque los de la habitación contigua se habían quejado de los gritos de Natalia.

¿Quieren silencio? Entonces lo tendrán, dije yo.

Acosté a Paola, abrí su maleta y busqué entre sus cosas hasta encontrar una pañoleta. Le amarré a su boca sin hacerle mucha fuerza y le dije:

Prohibida de sacártela. Si lo haces serás severamente castigada.

Y empezamos a comérnosla entre Natalia y yo. Ella le comía las tetas mientras yo lo hacía con su raja y su culo.

Mmmmm, mmmmm –sólo atinaba a decir.

A pesar de que no me había dejado darle por su agujero trasero, disfrutaba como loca que la bese ahí, que le meta la lengua e incluso un dedo. Entonces le saqué a Paola la pañoleta de la boca y las puse en posición de 69, de costado, e hice lo que ya había hecho una vez con mi cuñada y mi esposa: me acercaba a la que estaba siendo chupada y le clavaba mi verga, al tiempo que la que estaba chupando se esforzaba por lamer el clítoris de la otra y mi palo que entraba y salía. Cada tanto cambiaba de extremo y hacía lo propio del otro lado. Los tres sudábamos a mares y era un concierto de gemidos y grititos. Después de un rato de repetir y repetir la operación, las separé y le pedí a Natalia que traiga algún tipo de crema porque le iba a dar por el culo a Paola. Ésta me dijo:

Tenés que hacerlo despacio porque no he tenido buenas experiencias con esto.

No te preocupes. Te aseguro que te va a gustar.

Le volví a poner la pañoleta, la puse en cuatro y mientras Natalia le comía el chocho, yo le lubricaba el culo. Se lo fui haciendo despacio, acariciándole las tetas, la espalda y el cuello. Natalia y yo la fuimos estimulando con mucha paciencia. Paola sólo gemía y gemía. Cuando tenía la mitad de mi verga en el culo de Paola, ésta se recorrió para atrás clavándose el entero de mi palo.

Agggg, gritó ahogadamente.

¡Qué deliciosa culeada que empecé a darle! Su agujero era tremendamente apretado y ella se movía frenéticamente mientras Natalia buscaba desesperadamente mantener agarrado entre sus dedos uno de los pezones de Paola y apretarle el clítoris. Entonces Paola se derrumbó y su cara cayó en la cuca de Natalia gritando lo ininteligible a causa de la pañoleta en su boca. Yo se la saqué y pegó un grito ahogado espectacular. Yo la penetraba por el culo, ella intentaba lamerle la vagina a Natalia y ésta intentaba lamerle el chocho a Paola mientras le pellizcaba un pezón. Tuvimos orgasmos en seguidilla y terminamos besándonos y acariciándonos entre los tres.

Sólo les diré que el fin de semana lo dedicamos a salir sólo para comer algo y dar alguna caminata por la playa; llegábamos a la habitación del hotel y los tres nos desnudábamos y así en pelotas hacíamos de todo: ver televisión, escuchar música, tirar, bañarnos, etc.

La última tarde, antes de volver, se pusieron serias y me pidieron que les diera un par de horas para ellas solas. Acepté sin problemas (yo también necesitaba descansar de tanto sexo), pero les dije que les ponía una condición: que al volver a la ciudad quería cogérmela a Natalia, solos, ella y yo, sin Paola. Las dos aceptaron. Me fui a pasear a la playa y cuando volví las encontré dormidas abrazadas.

La última noche, ya en la ciudad y antes de mi viaje, no dormí nada. Pasé toda la noche cogiendo con Natalia. ¡Qué hembra la brasilera! En un determinado momento de la noche, me dijo que quería aprender a mover los músculos de su vagina, como había escuchado que se podía hacer. Pasamos una hora en la que, con mi verga dentro, ella intentaba hacerme "mordiditas"; le costó mucho pero cuando lo logró, me volvió loco, al punto que tenía que controlarme tremendamente para no venirme ya que me exprimía deliciosamente.

En la mañana me acompañó al aeropuerto y nuestro plan era tener un último round en uno de los baños pero no fue posible: estaba que reventaba de gente. Buscamos el lugar con menos gente y nos echamos un buen faje en el que apenas pude repasarle su chocho por sobre su pantalón de tela. Me dejó solo un momento y entró en el baño de mujeres. Cuando ya estaba prácticamente por entrar a la sala de preembarque, volvió y me metió en el bolsillo de mi chaqueta sus bragas echas un bultito. En el oído, como un secreto, me dijo:

Paola y yo vamos a juntar dinero para traerte nuevamente. Te queremos aquí una semana con nosotras. Gracias por hacernos gozar tanto.

Un último beso y no la vi más.