Dos madres. Una hermanastra

Su madre le pide su esperma para tener un hijo, aunque la forma en la que se la da pone en peligro la estabilidad familiar.

César llegó exhausto a su casa en Mallorca después de un ajetreado ciclo escolar.  Desde hace dos años vivía en Madrid para poder estudiar la carrera en letras hispánicas. Solo regresaba una vez al año para ver a sus dos mamás y a su media hermana.

Abrió la puerta y lo primero que vio fue la sala decorada con globos y listones de colores. En la mesa estaba servido el banquete y justo detrás estaban las tres mujeres más hermosas. Todo listo para la celebración del regreso de César. Marta, su madre, había elegido ponerse una blusa rosa y unos leggins negros que resaltaban sus poderosas caderas. Era una mujer de cuarenta y cinco años que aún mantenía una figura envidiable. Corrió y fue la primera que lo abrazó.

Después siguió su madrastra, Carolina de treinta y cinco años, que lo esperaba con un vestido ajustado de tirantes con estampado de flores que le llegaba a las rodillas que hacía resaltar su figura esbelta, sus enormes pechos y sus clavículas rociadas por su cabello rizado. Lo abrazó con firmeza mientras César solo sentía las tetas de su madrastra apretujando su pecho.

Por último, Liliana, su media hermana, que optó por una blusa holgada color azul rey y unos jeans de corte recto que no resaltaba nada su figura. Le dio su respectivo abrazo y pasaron a hablar de cómo le fue en su viaje. César era un chico afortunado, tan solo un par de minutos le bastaron para recordar lo hermosas que son las mujeres con las que creció. En el rincón más oscuro de su mente ellas ya habían sido protagonistas de innumerables fantasías que rayaban en la máxima perversión.

Tomaron asiento y comenzaron a ponerse al corriente. Engulleron sin piedad el costillar y la ensalada de papa. Se tomaron dos botellas de vino y al terminar la comida Caro fue por otra para seguir bebiendo.

Marta y Caro llevaban casadas casi quince años. Para entonces César tenía tan solo cinco años. Liliana nació poco después producto de la inseminación artificial y su madre biológica fue Caro. Por eso Liliana y César son medios hermanos políticos. Por azares del destino, Marta y Caro, encontraron en ellas un complemento vital y siempre se referían la una a la otra como el amor de su vida. Caro, la madrasta de César, lo crio como si fuera su hijo propio y César logró querer por igual a ambas en cada etapa de su vida. Eso sí, la que siempre era más juvenil y activa era Caro al ser diez años menor que su esposa.

César se sentía aliviado de regresar a casa. Sus últimos meses en Madrid fueron densos; poco dinero, mucha tarea y una relación que superar. Nada como estar en casa, pensó en sus adentros mientras daba un trago de Malbec francés. La botella de vino se había terminado de nuevo y el rubor de los cuatro delataba la necesidad de una botella más. Carolina se levantó y se dirigió a la cava, para esto tuvo que inclinarse dejando algo expuestas sus largas piernas. César sin querer se topó con la visión de las piernas de su madrastra y junto con el alcohol que cosquilleaba en su paladar sintió un retumbo en su pecho. Caro tomó la botella y se dispuso a abrirla, al tomar asiento su Marta dijo:

—El otro día me estaba acordando de la vez que festejamos a la Caro en la casa de playa —dijo a todos en la mesa y luego miró a los hermanastros—, ustedes estaban muy pequeñitos aun, fue la primera vez que juntamos a nuestras dos familias.

—Ay, no es cierto mamá, yo ya tenía la regla y César ya dejaba tiesos sus calcetines —replicó Liliana con todo simpático—, no estábamos tan pequeños.

El chistecito hizo reír a todos los presentes, aunque eso no evitó que César se sintiera incómodo, no solo porque en esos tiempos él solía pensar en ellas durante sus pajas de manera recurrente, sino por lo que pasó con su media hermana ese día al anochecer durante el festejo de su madrastra:

—César, creo que tomé mucho tequila —dijo Liliana mientras se sentaba a su lado a la orilla de la playa.

—Te dije que no entraras al juego de cartas, tu primo Iker se ve que te tiene ganitas.

—Ni a de ser mi primo. Estuve haciendo mis cálculos y no somos sanguíneos.

—¿Entonces sí te gusta, eh? —dijo César en tono pícaro.

—Oshh, tú cállate, se ve que te gusta Estela y hasta donde me contó mamá ella sí es sanguínea, puerco —replicó su media hermana en tono entre serio y burla.

—Con ese vestidito hasta tus tíos y los míos la han de ver de reojo cada que se pasea por ahí.

—Eres asqueroso… Y con lo de Iker, pues igual unos besos. Que realmente…

—Nop, es sanguíneo —interrumpió César—, el primo de tu mamá es el papá de tu primo en segundo grado Iker. No sé cómo putas funciona, pero hay sangre tuya en lo que te quieres cenar —concluyó con una carcajada.

Liliana solo se recostó en la arena y con decepción dijo:

—Malditas fiestas familiares, solo sirven para enamorarte de alguien que solo vez una vez al año. Y ni pensarlo con un familiar tuyo, de aquí en lo que encuentro a alguien de mi edad se me baja la borrachera.

—No todos venimos a ligar, puerca.

—Ya cállate y bésame.

César sintió cómo la atmosfera de había quebrantado, no supo qué decir y solo la miró y vio cómo Liliana observaba las estrellas con una sonrisa.

—Sí, bésame —continuó Liliana—. En esta fiesta hay parte tu familia y parte de la mía. Ninguno va a ligar y no somos sanguíneos.

—No jodas, no estoy tan ebrio, aunque no seas mi hermana te veo como una.

—No jodas tú. He leído tus relatos y se nota que te sabes de memoria mi ropa interior.

César se quedó definitivamente sin palabras. Una pequeña adolescente le había ganado sin siquiera haber comenzado la batalla.

—Pero debo decir que eres bueno escribiendo historias eróticas, me has puesto en uno que otro párrafo.

Hasta ese momento Liliana seguía viendo las estrellas, pero tenía tanta pena que prefirió cerrar los ojos para seguir seduciéndolo.

—Me ves como una niña todavía y quisiera que supieras tratarme como una chica de tu edad, porqu… —dijo Liliana justo antes de que César se precipitara sobre ella besándola con desesperación.

—Me gusta verte como una niña —dijo César entre besos con la respiración entrecortada.

—No sabes cuánto me pones.

Estaba la pequeña casona de visitas a pocos metros y después de comprobar que nadie estaba viendo se escabulleron dentro.

—Acuéstate en la cama —dijo César mientras se quitaba la camisa mostrando su abdomen apenitas marcado.

Se subió en ella y siguió besándola sin compasión. Liliana estaba tan caliente que dejó de hablar y de pensar. Le quitó la blusa y el sostén. La puso de costado y se colocó atrás de ella para besar su cuello y lamer sus hombros mientras repasaba el resto de su cuerpo con sus manos ansiosas. César no tenía mucha experiencia, pero se dejó llevar por una inspiración suprema. De pronto, mientras le seguía besando el cuello, le desabotonó el pantalón y se lo bajó hasta los muslos con todo y bragas.

—Tienes las bragas empapadas.

—Hazlo despacio —dijo Liliana casi en un susurro en referencia a que era su primera vez.

César solo acercó su miembro erecto. Liliana no se enteró cuándo se había bajado también el pantalón. Comenzó a pasar su glande hirviente por sus nalgas, luego buscó su vagina y se dispuso a penetrarla. Estaba tan mojada y lista que entró sin trabajo. Liliana solo puso cara de molestia. Un silencio de apoderó del pequeño cuarto y en el fondo se podía oír los alaridos de la fiesta con señores alcoholizados.

—Sigue… —y siguió.

Poco a poco el vaivén se hizo más contundente y los dos estaban desbordados de placer. Así, medio desnudos con los pantalones aun puestos, mientras Liliana se aferraba a la cabecera de la cama.

—Si… si… sigue… sigue…. —decía su media hermana entre gemidos—, ya viene, ya viene. Quiero venirme contigo, hermano, ¡¡qui… quiero… venirme contigo!! Lléname, lléname como en de tus relatos —Liliana dejó de hablar debido a que el orgasmo era inevitable—. AHHHHHHHHH, ahh ahhhh ahh, César, qué rico, ¡¡¡¡¡¡Césaaaaaarrr!!!!!!

Sus músculos se tensaron, su abdomen se llenó de espasmos y sus uñas casi arrancan el colchón. Durante varios segundos Liliana estaba en la cima. Se sintió en las nubes y por poco vio la forma de la divinidad. Poco a poco César iba bajando el ritmo.

—¿Acabaste dentro verdad? —dijo mientras aun recuperaba su respiración.

César no respondía, solo jadeaba mientras la seguía penetrando.

—No, no soy gilipollas, ¿Ves cómo sí eres una niña? Es peligroso llenarte, nos matarían—dijo César mientras se ponía de pie.

Liliana se quedó igual de costado con los ojos cerrados en su máximo arrepentimiento.

—Ni de loco me corro dentro de ti. Pero me la debes. Mírame.

Liliana abrió los ojos y vio a su miembro imponente a pocos centímetros de sus labios. César le dio un vaivén con su mano y lo dirigió a la boquita de su media hermana. Su miembro se abrió paso entre sus labios y su lengua. Liliana al no saber qué hacer solo trató de apretar su pene en su boca. A los pocos segundos César miraba al techo perdido en su ensoñación mientras dirigía la cabeza de Liliana en un vaivén rítmico. De pronto a leche comenzó a derramarse fuera de su boca cayendo hasta la cama.

—Tómatelo todo —dijo César y Liliana obedeció al momento.

Liliana lo terminó de limpiar.

—Vístete.

Después de eso hasta el día del regreso de César jamás volvieron a tener algo parecido, ni siquiera besos o coqueteos. El alcohol había hecho suficiente en los dos como para forjar un arrepentimiento eterno. Sí, no eran hermanos, pero solo les faltaba tener la misma madre para serlo porque en todo lo demás lo eran.

Todo eso pasó en fragmentos por la mente de César y su distracción fue notoria.

—Cielo, si quieres mañana seguimos platicando, te vez cansado —dijo su madrastra Carolina.

—No, no es eso, es que comí mucho y me dio un poco de sueño, pero aun no quiero dormir.

—Pues yo sí —replicó Marta—, mañana tengo que dar una conferencia en el Xesc —Pero ustedes sigan, no se detengan por esta ocupada mujer.

—Amor —dijo Carolina a su esposa Marta—, ¿segura que no quieres que te acompañe mañana?

—No, no, no. Quedamos en que ibas a atender a César en todo lo que quisiera. Al pobre solo lo vemos una vez al año.

—Mamá, no te preocupes por mí, yo solo…

—Sht, sht, sht. No diga una palabra más, jovencito. Hasta mañana, los amo a los tres.

—¡Hasta mañana! —respondieron los tres al unísono.

Eran apenas las once de la noche y la pequeña reunión siguió en la terraza mientras fumaban un cigarro. Eventualmente Liliana también se fue a dormir y César a punto de despedirse fue interrumpido por su madrastra.

—Espera, cielo, quiero aprovechar que estamos los dos solos. Siéntate.

Tomaron asiento en los camastros y Carolina tomó un tono más serio. Había viento y de vez en vez César veía de reojo los hermosos muslos de su madrastra que se asomaban por su vestido.

—Cielo, esto se suponía que debía contártelo con más calma, pero es que estoy llena de nervios y no puedo esperar más. No sé por dónde empezar, ahhh.

—¿Es… es… algo malo? —dijo César preocupado.

—¡No, cariño! Para nada, bueno, depende cómo lo veas, pero definitivamente no es una mala noticia.

—Uff, menos mal.

—Han pasado dieciséis años desde que conocí a tu madre y quince desde que nos casamos. Eras un crío tan adorable e inteligente, a los 4 años podías leer mucho mejor que todos tus compañeros. Siempre fuiste muy parecido a Marta. Fuerte, orgulloso y guapo. Tienes toda su cara —Caro miró al cielo, dio una bocanada a su cigarro y continuó—, cada día me levanto sin la menor duda de que tu madre es el amor de mi vida. No sabes cuánto me alegra saber lo bien que pudimos criarlos a ustedes dos. Te amo tanto como a Liliana.

—Hacen una pareja increíble. Todos los días me siento afortunado que hay un verdadero hogar esperándome, aunque esté a kilómetros de distancia. Te amo mucho. Las amo a las tres.

César estaba confundido, no estaba realmente seguro a dónde quería llegar Caro, ya que eso es lo que suele decir cuando está algo ebria, pero lo decía de manera ocasional y no con el nerviosismo de ahora.

—Amo tanto a tu madre que mi deseo máximo es tener un hijo de ella… —hizo una pausa y bebió de su copa—, pero claramente eso es imposible. Lastimosamente la biología no está de nuestro lado cuando hablamos de parejas como la nuestra… y la ciencia, bah, definitivamente no hay manera.

—Un hijo… De modo que quieren tener un tercer hijo.

—Sí, un tercero, un hermanito o hermanita, ¿qué emocionante no? ¿No te gustaría?

—Claro —dijo César con ternura—, yo cuidaría el bebé todo el tiempo cuando regrese de mi último semestre. Le daría todo mi tiempo…, pero sigo sin entender, ¿volverás a hacerte una inseminación?

—Siempre has sido muy lindo, amo eso de ti, estoy segura de que serás un excelente hermano mayor. En lo personal quisiera otra niña, pero dejemos que el destino se encargue de eso. Sobre lo de la inseminación… —Caro puso un tono más serio y habló más bajo—. En resumidas cuentas, sí… y eso es de lo que quería hablarte.

Se heló la sangre de César al oír esas palabras.

—Cuando me refiero a un hijo de sangre de ella, es en otras palabras embarazarme de ella … ¿ves? Todo esto es un sinsentido —dijo Caro soltando una risa irónica.

—Sí, no puedo imaginar lo frustrante que debe ser eso.

—Es una tontería que te esté contando esto… Es completamente imposible, es un sueño guajiro —dijo mientras se terminaba la copa y se servía más.

—Quizás querías sacarlo y ya —dijo César mientras prendía un cigarrillo para parecer más natural y menos tenso.

—Ok, ok, ok, ya fue mucha vuelta. Ahora sí, ufff, aquí voy. Sonara muy raro y quizás te espantes. Si te sientes incómodo solo vete y olvidamos esta idiotez.

—Venga, venga.

—La decisión de tener un bebé es definitiva. Pasará, ya hablé con Marta sobre esto un par de años. Pero el hecho de que no sea de sus genes no me deja en paz. Quiero ver mis rasgos con los de Marta en una nueva creación… y la única manera de satisfacer ese deseo bobo e irracional es teniendo una esperma tuya para inseminarme…

Ambos guardaron un silencio sepulcral. Se quedaron quietos, nadie bebió ni nadie fumó. El viento siguió soplando y el reloj marcó la media noche.

—¿Mamá sabe de esto?

—Ese es el otro asunto… No tiene que saberlo, le diré que me lo dieron del banco de esperma. Claro, en caso de que aceptes. Sé que es una locura y es obligarte a guardar un secreto a tu familia. Es estúpido, perdón, mejor olvidemos esto, qué pena.

César estaba completamente atónito. No tenía una idea clara de qué significaba eso, ¿acaso quiere tener sexo? ¿Será que por fin se cumpliría una de sus fantasías máximas con una de las señoras más hermosas que ha conocido? No, no realmente. César descartó esa idea porque es tan sencillo como entregarle su semen en un frasco estéril. Aun así, no pudo evitar sentirse excitado, imaginar que su esperma pueda crecer dentro de ella era una de las fantasías más calientes y al mismo tiempo más guarras que podría imaginar.

—Ma… No sé qué decir, esto definitivamente no lo esperaba. Creo que es una mentira demasiado grande.

—Mira, cielo, quizás estoy demasiado ebria ahora y mañana tenga el máximo arrepentimiento por revelarle tal cosa a mi hijo, pero no importa cuántas veces lo niegue en mi mente, al final siempre te he visto como la solución.

—Necesito pensarlo, ma. Debes saber que esto es más complicado para mí de lo que parece.

César se sentía mareado más por la noticia que del vino. Aunque fuera una de sus fantasías más obscenas, ninguna fantasía dura lo que dura la vida de una persona.

—Hijo, por dios. Toma el tiempo que desees y si al final no estás convencido solo dime. Anda, vayamos a dormir, mañana me toca consentirte.

Se levantaron y se metieron a la casa. Caro se despidió de él con un beso en la mejilla que tocó parte de sus labios. Él solo pensó que por la oscuridad y la embriaguez había perdido un poco el sentido de la ubicación.

Carolina se puso a recoger la mesa rápidamente y lavó las copas. César desde lejos aprovechó para saborear a su madrastra; miró sus pies descalzos y sus largas piernas, subió lo más lento y lamió con su miraba aquellos muslos que poco a poco se escondían en el vestido floreado, para detenerse un momento en esas caderas, que, aunque no eran tan imponentes como las de su madre, eran igualmente demasiado perfectas. César se acercó lentamente y su erección crecía. Se aproximó tanto que pudo oler los últimos rezagos de su perfume de melocotón blanco, le dio un beso en la mejilla y le dio las buenas noches y se fue a la cama con una casa de campaña debajo de sus pantalones. La idea de preñar a su madrastra combinado con la última visión de ella en la cocina lo volvió loco, esa locura solo debía ser apaciguada con una buena paja. Y así fue. Una vez más, se corrió en nombre de su madrastra.

En la mañana siguiente Marta ya no estaba en casa, salió muy temprano para terminar los últimos preparativos de su conferencia “Dos madres son mejor que una”, que habla sobre su experiencia de criar hijos en un matrimonio igualitario. César amaneció con el estómago un poco revuelto, quizás mucho tinto por una noche. Se levantó a las ocho de la mañana. Salió por el pasillo y llegó al corredor donde le esperaba un desayuno de reyes.

—Mira lo que te preparé, cielo, un desayuno como te lo mereces —dijo Carolina en referencia a que César comía puras porquerías en su vida de foráneo debido al poco presupuesto que tenía.

—Uff, mamá, no sabes cuánto amo estar aquí.

—¡Liliana! ¡A desayunar, cariño!

A las ocho con diez minutos ya estaban los tres desayunando. César aprovechó comiendo todo lo que había en la mesa; tocino frito, huevo revuelto, tostadas de mantequilla con mermelada, salchichas cocidas, cruasán, bizcochos y una gran taza de café negro sin azúcar. Al terminar Carolina dijo:

—Bien, ahora denme su ropa sucia que voy a meter una carga a la lavadora. César tú solo dame tu camisa y con lo que viniste ayer. Tú Liliana saca el cesto y déjalo por la lavadora.

César se paró, fue a su cuarto y le dio la poca ropa.

—También tu camisa, cielo.

Entonces César se quitó la camisa para descubrir su trabajado abdomen.

—Vaya, no comes bien, pero sí le metes al gym —dijo Carolina en un tono picarón sin dejar de ser maternal—, cuando te fuiste tenías una barriguita muy adorable, ahora mírate.

—De alguna manera tengo que amarrar a las chicas de Madrid —dijo César con un poco de pena.

—Pues me gustas más así.

De forma inconsciente Carolina miró el culo de César cuando se regresaba a su cuarto. Sintió culpa y pena extrema de que Liliana se hubiera dado cuenta, pero ella estaba clavada en su celular. Definitivamente nunca había prestado atención al cuerpo de su hijo que aún tenía rasgos de la pubertad cuando se fue hace un año. Ahora era totalmente un adulto joven.

Pasó el día con normalidad y Liliana se puso guapa para salir. César la encontró en la sala antes de irse.

—Vaya, te vistes mejor cuando sales que cuando tu hermano llega a casa.

—¿Qué? ¿estás diciendo que esperabas verme de falda solo por ti? Ma y mamá Marta te consienten demasiado, yo no realmente, me agradas, pero hasta ahí —dijo en tono mamón.

—Nah, para qué quisiera ver tus piernas flacas —dije en tono burlón.

—Te odio. Por cierto, llamó mamá Marta, dice que saliendo se su conferencia se encontró con unos colegas de Marsella y que no la van a dejar ir hasta que se pongan al corriente. Le dije que tenía todo el verano para pasar tiempo contigo y que no se preocupara.

—Ya veo, de verdad tenía ganas de ver películas con ella cuando llegara.

—Qué ñoño.

—No me dijiste eso en la fiesta de Caro.

—Shhhh, cállate pendejo.

—Ah, pero ayer bien que estabas con tus bromitas del calcetín duro.

Era la segunda o tercera vez que tocaban el tema de manera superficial, porque nunca se sentaron a platicarlo detenidamente. Ahora era un recuerdo que estaba destinado a quedar en el pasado.

—Llegó mi Uber, adiós, cara de culo.

—Adiós, piruja.

Dieron las nueve de la noche, la oscuridad ya era total en las calles y solo estaba César y Carolina en la casa. No habían hablado sobre el tema del bebé. En el día fueron juntos al super, luego comieron en el restaurante favorito de Carolina y en la tarde vieron unas series en Netflix. Para la noche Carolina ya estaba en pijama viendo no se qué en su cuarto. César se quedó en la sala jugando Metro Exodus hasta que llegó un mensaje de mamá Caro.

—Cielo, ¿tienes hambre?

—Sí, ma, pero no te preocupes, ahora me preparo algo.

—Aguarda, yo me encargo.

Minutos después tocaron el timbre. Era un sujeto en una moto con una mochila térmica de Deliveroo. César recibió los paquetes calientes y se metió al comedor.

—Mamá ya llegó comida.

—Voy.

Cuando terminaron de engullir la pizza y los ravioles al pomodoro que pidió para ambos comenzaron a platicar. Fueron temas guajiros y trivialidades. César ya tenía respuesta al asunto del bebé y era mejor hablarlo de una vez porque era difícil que volvieran a estar solos.

—Ma, sobre lo que hablamos anoche.

—Ay, hijo, lo siento mucho de verdad, no sé en qué… mierdas estaba pensando… solo ….

—Quiero hacerlo.

Pasaron unos segundos y continuó.

—¿Cuál es el siguiente paso?

—¿De verdad? Estamos hablando de que literalmente me vas a preñar…

—Ya lo pensé, mamá. Y si de todos modos vas a necesitar esperma de un amigo o del banco de esperma creo que lo mejor es que sea mío, de alguien que amas. O qué se yo.

—Buen punto. Bueno, el otro día compré un kit de inseminación artificial casera, eso de abrir las piernas a cualquiera que no sea Marta o mi ginecóloga me pone nerviosa. Solo tienes que tirarlos en un frasco y yo hago el resto.

—Vale, perfecto, ¿para cuándo lo programamos?

—Eso es algo que olvidé mencionar. Estoy en mi día más fértil y tendría que ser hoy o mañana mismo. Pero mañana está difícil porque no creo tener un momento más asolas contigo ya que Marta no te dejará ir estos días cuando llegue por la mañana. Y para el siguiente mes ya no vas a estar …

—Ohhhh, vaya, de nuevo no esperaba eso.

Se quedaron en silencio mientras la tele sonaba lejana en la sala.

—Pues venga que al final del día solo es una paja, ¿no? —soltó César tratando de sonar relajado, aunque el fondo se moría de la pena.

«Ahora a ver cómo le hago para levantar, pajearme y terminar», pensó César al darse cuenta que por más que le excitaba la idea, no era suficiente para vencer la pena de masturbarse a sabiendas de la mujer que lo crio.

—Vale, dame un minuto… Toma, tómate tu tiempo, pero es muy importante que una vez que eyacules lo tapes y corras hacia mí.

—Vale… Oye, siendo sinceros me siento muy nervioso.

—Pero si lo has hecho cientos de veces. Yo soy la que lava la ropa, créeme, sé lo que te digo.

—¡Mama! Pero esto es diferente. Nunca me había pajeado sabiendo que tú sabes.

—Ve al baño o a tu cuarto pon algo de porno de japonesas y verás que se te olvida.

—¿japonesas? ¿Cómo…?

—Liliana encontró tu colección en la compu vieja.

—¿Qué mierda? Ahora todos saben que me gusta el porno más raro de internet.

—¿A quién le importa? Tranquilo, yo veo … porno lésbico… donde los tíos se corren encima de ellas.

—¿Te gustan los penes?

—Sí… son increíbles, lástima que los de verdad siempre tengan que ir pegados a algún hombre. Pero eso no importa.

César comenzó a sentirse más tranquilo. Hablar de porno con su madrastra lo hizo sentirse más en confianza.

—Bueno, pero al menos no ves vídeos donde la stepmom se tira a su hijo —dijo César en tono divertido.

Carolina se quedó callada.

—¿Te dijo Liliana? —dijo Carolina en ton severo.

—¿Decirme qué? Espera, ¿es real?

—¡Mierda!… Solo, solo hazlo y me llamas, vale. Estaré esperando en el cuarto.

—Uts, tranquila, tenemos toda la noche, deberías tratar mejor a tu señor.

—¿Señor? ¿Qué carajo te picó?

—Solo digo que deberías consentirme un poco más para sentirme más relajado, no puedo pajearme así porque sí —mintió—, necesito excitarme de forma espontánea y hacerlo con calma. ¿Puedo tomar un vino?

—Ok, cielo, te comprendo, yo también necesito de todo un ritual para masturbarme cuando tu madre sale de viaje —fue por una botella a la cava y la destapó.

—¿También lo haces?

—Claro, todo ser humano debe masturbarse, es la mejor forma de conocer su sexualidad… eso dice tu madre y la verdad es que le creo. Donde quiera que sea, en la sala, en el baño o en el cuarto, necesito tiempo.

Comenzó a imaginarse a su madrastra masturbándose y corriéndose en el mismo sillón donde estaba jugando videojuegos y una erección saltó instantáneamente. César trato de acomodarse porque su pantalón apretaba su creciente paquete.

—¿En la sala? —dijo César.

—Sí —se rio mientras servía el vino—, tú también lo haces. Ya en confianza te he visto un par de veces y me parece que no te cuesta realmente mucho trabajo para pajearte. Pero entiendo que ahorita te sientas cohibido.

—¡Caro! ¡Qué leches dices! Qué puta pena, dios mío.

—Anda toma tu vino.

Caro pareció entender a César y le dio su tiempo. Siguieron hablando horas y horas sobre sexualidad, amor y parejas. Y aunque tocaron varios temas, realmente nunca se perdió esa tensión sexual invisible que crecía en César y en Caro a medida que consumían más y más botellas. Caro, por su lado, comenzó a pensar en el abdomen y en el culo de César. Supo que en otra circunstancia le hubiera gustado acostarse con él, finalmente no eran de sangre. En otra vida pudo haber sido el joven al cual pudo enseñarle todo lo que sabe.

—Y así fue la primera vez que vi un vibrador en mi vida —terminó de contar César.

—No puede ser, cuántas cosas sabemos del otro sin que estuviéramos conscientes. Lamento mucho haberte traumado con el vibrador.

—No te preocupes, aquí entre nosotros, sentí una gran excitación al saber… —César calló de golpe.

—Al saber… ¿qué?

—La he cagado, solo… solo quería decir que no me traumé ni nada —concluyó sin evitar ponerse rojo como tomate.

—¿Dices que te excitó saber que era mío y no de tu madre?

—Sí… ok lo diré, de todos modos tendrás un hijo mío —dijo César con dos botellas de vino en la sangre—. Me excitó saber que ese vibrador había sido usado por ti, que había sido testigo de tus gemidos y orgasmos.

—César… por dios, pero qué dices, soy prácticamente tu mamá, ¿cómo puedes pensar eso de mí?

—Lo siento, cuando estoy briago digo las cosas sin tapujos. Eso provocó que tú fueras la primera mujer en la que pensé cuando comencé a pajearme.

Carolina no pudo dar crédito a lo que decía. Se sentía ebria, avergonzada y caliente a la vez. Era increíble que ambos muy en el fondo se desearan a pesar de tener todo el mundo en contra.

—Esto no lo esperaba, ¿cuándo dejaste de pensar en mí?

Guardó silencio y sentenció: La verdad es que aun lo hago en ocasiones.

La que ahora estaba roja como tomate era Carolina que sentía su clítoris pulsar.

—De hecho, lo más seguro es que piense en ti ahorita que me vaya a pajear, aun usando esos pijamas holgados te vez espectacular. Que por cierto es lo que haré ahora —César se paró, tomo el frasco y caminó al baño.

—Hijo, espera. Creo que estamos cruzando una línea muy delgada.

—Esa línea se rompió cuando aceptamos embarazarte con mis espermas.

—Lo sé, lo sé, te propongo algo. Para que no te sientas nervioso ve a tu cuarto y yo al mío… siendo sincera estoy hirviendo y necesito… necesito mi vibrador. Será más justo sabiendo que tu madre también está en lo mismo que tú, ¿no?

—Espera, estás caliente… ¿por mí?

—Eres bueno con las palabras, solo eso, imaginé por un segundo que eras un joven madrileño ligándose a una señora como yo.

—Te propongo algo… —dijo César mientras Caro lo miraba con curiosidad—, sería lo más justo para ambos, estamos ebrios y calientes, creo que podemos olvidar por un segundo lo que somos y dejar volar nuestra imaginación… te propongo que nos masturbemos uno frente al otro… nadie se toca y solo nos vemos, terminas, termino, tienes tu esperma y nos vamos a dormir con la misma sensación de satisfacción.

—No puedo creer que acabas de decir eso.

—Lo sé, yo tampoco.

Carolina miró pensativa la entrepierna de César y notó el gran bulto que ya tenía atrapado su pantalón suplicando ser liberado.

—Vale, me parece bien.

Caro se puso de pie y fueron a la sala. César puso un sillón frente al otro y se bajó los pantalones de golpe dejando salir su miembro. Caro, por su lado se metió unos minutos a su cuarto y salió cona bata roja de ceda.

—Para poder abrir las piernas —dijo Caro en tono pícaro.

César, ya desnudo, tomó asiento y comenzó a pajearse viendo cómo su madrastra se acomodaba en su respectivo lugar. Con algo más de pena comenzó a tocarse las tetas, metió a mano en tu bata y comenzó a sobarse los pezones. Después, para disfrute de su hijastro se las sacó al aire para pudiera ver sus tetas en todo su esplendor. Comenzó a frotarse el clítoris y poco a poco comenzó a sonar cómo brotaban sus jugos. Ambos tenían sus miradas clavadas en el otro. Ella veía su falo enorme moviéndose a toda velocidad y él la veía con las piernas abiertas y las tetas de fuera ahogando sus gemidos.

En un impulso él se puso se pie sin dejar de pajearse y se sentó a su lado. Ella no se detuvo y ahora estaban masturbándose con los hombros pegados. Caro tenía décadas que no quedaba con un hombre, le gustaban tanto como a las mujeres, pero había tenido experiencias horribles. Caro miraba con atención el pene de César a pocos centímetros de ella y sin pensarlo dos veces, con su mano izquierda comenzó a acariciar la pierna de su hijastro. César comenzó a perder la cabeza e hizo lo mismo con la pierna de su madrastra, solo que la comenzó a recorrer hasta su clítoris y una vez ahí, él comenzó a dedearla.

Caro se volteó completamente excitada y comenzaron a besarse desesperadamente. Dejaron de pajearse para solo comerse con furia. Estaban ahí los dos en un sillón besuqueándose como un par de adolescentes

—Métemela, cariño, ya no aguanto más. Métemela por favor —dijo Caro hundida en sus propios gemidos.

—Sí, mami —respondió obediente.

La puso boca arriba y de un solo movimiento su pene quedó de frente a su dulce vagina que escurría miel.

—¡¡¡¡Ahhhhhh!!!! Es inmensa, ¡¡¡no me cabe!!! ¡¡Uff!

—Relájate, mamá —dijo César terminando de meter el último centímetro.

—Sí, chiquito, sí, mi amor, sígueme cogiendo, cógete a tu mami. Dale duro, lo más duro que puedas.

Todo lo que decía su madrastra él lo cumplía sin rechistar. César estaba por correrse por la increíble excitación que tenía. Finalmente era el momento más erótico y obsceno de toda su vida. El vaivén se hizo más fuerte y el sonido del choque inundó toda la casa mientras Caro no dejaba de gemir casi gritando.

—Cógeme como a una putita, hijo. Soy tu putita, mi cielo. No pares, quiero venirme en tu verga. No sabes cuánto quise sentirte adentro.

—¿Sí? —dijo César entre gemidos.

—Desde… que te vi … pajeándote en la… en la … sala….

Caro puso la mano en el pecho de su hijastro y de un movimiento lo sentó en el sillón y ella se subió en él dejando sus enormes tetas en la cara de César.

—Me toca a mí cogerte.

Se puso a cabalgar a su hijo con furia y placer.

—Casi me corro, ma.

—Qué rica polla tienes, hijo mío. Por favor, aguanta un poco más, quiero acabar en tu verga, siempre he querido hacerlo contigo. No te corras, cielo… no.. nn.. no. AH, AH, AHHHHHHHHH

La casa se llenó de un golpeteo constante, el sonido de dos sexos procreando en un húmedo concierto. César sumergió su cara en las tetas de su madre mientras que son sus manos iban y venían de arriba abajo sobre su culo.

—Sí, mi cielo, agárrame las tetas, son tuyas…. AHHHH, todas tuyas, disfrútalas, cariño.

—Mamaaaa, qué ricas tetas —dijo mientras trataba de abarcarlas con su boca—: no puedo más, no puedo.

—Aguanta un poco chiquito, un … un… un poco AHHH.

—AAAAHHHH, mamá.

—Me corro, me corro, AHHHHHH, ¡¡¡¡¡hijo chiquito puedes… puedes… ya… puedes…córrete adentro de tu mami!!!!! ¡¡¡¡¡Préñame!!!!! AAAhhhhhh.

—Mamá, me corro también, ¡AGGGGGG! —dijo antes de hundir sus gemidos en las tetas de su madrastra.

—Córrete, hijo mío, anda, vente adentro de tu mami, dame tus hijos. Préñame, préñame, cariño. Ahhh, no dejo de correrme, dios mío, no pares, ¡¡amor!! Hasta que cada gota termine dentro de mí.

—Ahhhhhhh, mamáaaaaaaaaa.

Ambos se corrieron casi al mismo tiempo. Quedaron cubiertos de sudor y permanecieron así unos minutos, en silencio. César tenía la cara sumergida en sus tetas y cuando Caro se movió ambos comenzaron a besarse con la misma pasión.

—Prácticamente te llevaste mi virginidad —dijo Caro aun sin aliento—, hace mucho que no lo hacía con un hombre. Muchas gracias, espero que eso sea suficiente.

—En el fondo espero que no haya sido suficiente.

Se pusieron de pie y Caro de la nada dijo:

—No digas tonteras, fue la última.

Se puso se rodillas y comenzó a limpiar su falo con la lengua mientras lo miraba a los ojos.

—Vamos a bañarnos —dijo César.

—Vamos.

Caro fue a su cuarto y se inclinó en su cama para buscar unas bragas nuevas, se quedó con el culo parado como si esperara algo. César vio en cuatro el enorme culo de su madrastra e instintivamente se apresuró y puso su cara en el culo de su madre devorándolo.

—Cariño, espera, ya no ha de tardar tu hermana, solo bañémonos.

Pero César dejó de responder. La agarraba con firmeza y pasó sus manos por todo su culo. La puso bocarriba y la besó con pasión. Caro se relajó y al fin volvió a ceder. César recorrió a besos su cuello y repasó con su lengua el camino hacia sus enormes pechos. Mientras estaba enfocado en sus tetas, de un movimiento hábil la penetró suavemente.

—Ahh!! Sí, hijo, qué rica la tienes… —mordió sus labios y cerró los ojos.

—Tú estás riquísima, mami.

—No me digas mami —ambos se detuvieron y se miraron a los ojos—: Llámame como te gusta.

César hizo una sonrisa maliciosa y continuó.

—Voy a llenar de leche para preñar a mi putita.

—Sí, César, soy tu putita, ¡¡¡soy… soy tu puta!!! Ahh, sí, ahógate en mis tetas, qué rico.

Siguieron así unos minutos y César se detuvo para seguir bajando con su boca, llegó a su pubis y escudriñó con su nariz su rincón sagrado. Sin más, comenzó a saboreársela como helado. Caro perdió la cabeza, se sumergió en un espirar incontenible de placer.

—Ponla en mi boquita, chiquito.

César entendió a qué se refería e hicieron un 69. Se volteó, sintió cómo su pene era cubierto del calor más puro de la existencia y continuó mamándole en clítoris a su mamá. Caro apretaba su cara con sus enormes muslos mientras la lengua de César dominaba todo el terreno, atrás ella engullía su pene erecto que casi llegaba hasta la campanilla. La sensación de sentirse ahogada la llevó a la cúspide del universo. Se tensó y apretó con mucha fuerza la cabeza de César, sacó su pene y lanzó un aullido tremendo mientras se corría en su boca. Se quedaron recostados unos momentos.

—Hijo mío, dios, qué corrida… —seguía sin aliento—, definitivamente viene de familia esa habilidad para la lengua.

César, que aun no se corría, seguía con una excitación a tope, su madre, en cambio parecía solo querer descansar.

—Aun sigo a tope.

—Estoy exhausta, hijo, lo siento, tienes mucha energía.

César se sintió un poco defraudado, que ni siquiera le diera su mano para ayudarlo lo hizo sentir desamparado.

—¿Qué tienes? —dijo Caro.

Él solo miró su enorme erección.

—Está bien, fuiste un buen chico, me diste un par de hermosas corridas y me ayudaste de paso con problema. Puedes hacer lo que quieras con mi cuerpo, del modo que quieras, con la velocidad que quieras —Caro se levantó y se acercó a su rostro—, te doy permiso de aprovecharte de mí y que saques tus fantasías más oscuras. Te doy permiso de que veas puramente por tu propio placer usando mi cuerpo—lo besó en la boca y se acostó.

Con esas palabras sintió que su cerebro se derretiría.

—¿Segura con eso de las fantasías?

—Tomaré el riesgo.

Caro se levantó y se miró al espejo, se acomodó el cabello y se puso la bata. Él se levantó metros atrás.

—Solo quiero que te resistas, que me digas que no quieres.

—Ah, así que eres de esos, val….. —antes de terminar la frase César estaba postrado detrás de ella, le retiró la bata de un jalón y completamente enloquecido volvió a penetrar a su madrastra. Ella trató de safarse hasta que poco a poco fue cediendo ante el placer. Al final de cuentas, su resistencia era ficticia, ella sabía que quería volverlo a sentir dentro.

—Pero no es la manera… hijo… ah, ah, ahhh.

—¿Ves? Ya te está gustando, ¿te gusta cómo te cojo, putita?

—Hijo no me penestres AHHH, soy tu madre, tu padre se enteraráaaaa AHHH, por favor.

César la empujó al tocador y la recargó ahí tirando varias cosas a alfombra, el sonido de las cosas agregó realismo y continuó cogiéndola con toda la fuerza que tenía. Le tomó con fuerza el cabello y levantó su cara al cielo mientras se la reventaba. La dejó caer y Caro se arrastró como si estuviera lastimada hacia la puerta.

—No te vas de aquí, perra —la volteó, se hincó y ahí mismo le metió el pene por su boca mientras apretaba su cuello contra la alfombra—, chúpala, puta, mientras mejor lo hagas más rápido acabará esto.

Caro seguía siendo parte del acto, no estaba inundada de placer, pero el hecho de ver a su hijo completamente cedido a la locura le bastaba. Sabía que le estaba pagando el favor, el secreto que les acompañaría toda la vida.

César de detuvo y la puso boca abajo, su culo quedó viendo al techo, escupió en su mano y dijo:

—Dijiste que te utilizara, mamá, es lo que haré antes de acabar, no importa cuánto quiera correrme y llenarte. Por mí te llenaría mil veces más, pero quiero aprovechar.

—Hazlo, hazme lo que quieras, cóbrate lo que gustes, úsame por última vez.

La penetró en el ano con algo de fuerza. Caro dio un grito genuino de dolor, se descolocó, lo prendida que estaba se esfumó por una punción aguda. Su hijo la estaba penetrando por detrás y no había vuelta de hoja, debía cumplir su promesa. César sintió su pene aprisionado por las paredes más estrechas en las que estuvo jamás. Sin salirse, levanto su cadera y la puso en cuatro. En frente estaba el espejo de cuerpo completo y se vieron centrados en él. Ella con la cara empapada de sudor, con una expresión de placer y cansancio, y él sobre de ella con la cara roja llena de furia. César siguió arremetiendo contra ella mientras se veía en el espejo. Su actitud de semental lo poseyeron al nivel de suprimir sus ganas de correrse. La tomó del cuello y la puso erguida sobre él. En el espejo se veía el escultural cuerpo de su madre rodeada de dos brazos venosos y un falo entrando debajo de ella mientras sus tetas saltaban sin control.

—Soy tu puta, hijo, me estás haciendo sentir como la más puta del mundo. La puta que se coge a su hijo AHHH —dijo Caro revitalizada al encontrar de nuevo el placer en la violencia de su propio reflejo.

César sacó su pene y la miró derrotada en el suelo. Se digirió con calma al baño y lavó su pene, al regresar vio a su madre que seguía sobre la alfombra. César se masturbó viéndola de culo arriba, se puso de rodillas y acarició sus pies. Puso su falo entre sus pies y comenzó a estimularse mientras veía su coño. Su pedicura era impecable, sus uñas eran de un rojo carmesí y la blancura de sus pies concordaba con su suavidad. Quiso con todas sus fuerzas correrse en esos pies, verlos escurrir de su semen, pero tenía un trato o al menos él lo pensó así, debía cumplir con su cometido. Cuando estuvo a punto de correrse, se la metió para terminar dentro dejando ir una cantidad de corrida sin precedentes.

—Sí, hijo, córrete de nuevo dentro de tu madre, dame toda la leche que quieras, yo estoy aquí para recibir todas las corridas que deseas, cariño mío. Gracias…

—No es nada, mami, sabes que lo hago porque te quiero.

Justo después César lanzó el gemido más fuerte que hizo en su vida y se dejó caer. Sacó su falo y se lo pasó por la cara de su madre dejándole un rastro de fluido vaginal con semen. La dejó ahí completamente humillada y derrotada, con un flujo de semen derramándose fuera de su vulva. Nunca se había sentido tan puta como en aquel momento. Se quedó atónita en suelo mientras sentía las gotas tibias escurriendo por sus nalgas. Se metió a bañar, minutos después Caro lo alcanzó.

Liliana estaba por llegar, ya era la una de la mañana.

En la regadera volvieron a calentarse y se besaron y se juguetearon llenos de jabón. Caro le intentó hacer una paja, pero supo que su hija ya no tardaría. Al vestirse no pudieron con la emoción y volvieron a hacerlo. Esta vez César se estaba por venir dentro de ella cuando oyeron la puerta

—Liliana —dijeron ambos.

Pero César en vez de quitarse se apresuró para dejarle una última corrida. Se concentró en venirse, pero también en los sonidos de la casa. Al saberse de memoria todo podía medir el tiempo exacto para que él pudiera encerrarse en su cuarto sin que su hermana viera nada. Pero el placer lo ensordeció y hasta que pasó un minuto escuchó alguien subir las escaleras. Estaba listo y soltó su semen por tercera vez dentro de ella.

Se separaron y César corrió despavorido hasta su cuarto, cerró la puerta y volvió a salir. Se encontró con un par de amigas de su hermana. César no vio a Liliana con ellas. Al salirse vio que Caro en bata se acercó a saludarlas, notó desde ahí que a su madre se le escurrían unas gotas de semen por su entrepierna. Eso excitó a César, pero enseguida se puso pálido. Vio a su hermana Liliana salir de su cuarto con pijama. No había otra manera, para que ella pasara a su cuarto tiene que pasar forzosamente afuera de la habitación de su madre. ¿Los había visto? Liliana miró el tobillo de su madre y luego vio a César con decepción. Sí, los vio.

Sus amigas se metieron a su cuarto, todos se despidieron. César y Liliana quedaron solos en la sala un momento y ella en medio de su ebriedad le dijo:

—Si tenías tantas ganas solo bastaba con decirme. Pero Caro no lo hace nada mal.

Se acercó y le dio un beso en los labios.

La prueba dio positiva semanas después.