Dos jovencitos me follan tras quedarme viuda
Llevaba dos años viuda cuando dos jovencitos atrevidos y morbosos se empeñan en follar conmigo en mi casa de la playa. Llevaba dos años sin sexo y no pude resistirme.
ncitos viciosos se follan a la viuda
Dos años después de quedarme viuda a los cincuenta años, decidí volver a mi casa de la playa, donde solía pasar los veranos. Soy una mujer grandota, rubia, mido 1,78 y peso 80 kilos, tengo unas buenas curvas, que mi pobre marido sabía aprovechar bien. Él era un vicioso del sexo, por eso en aquella época notaba mucho su falta, quizá eso explique lo que ocurrió.
Como os cuento me marché sola a la playa, allí tengo muchos amigos y aquel año en particular todo el mundo se desvivía conmigo. Por eso no me extrañó que una noche Marta me invitase a ir con ella y sus hijos al cine. Tiene dos pequeños y un jovencito que ya andaba por allí con las pandillas y se quedaba en la playa hasta la madrugada. El chico se llama Miguelito.
Acepté acompañarles a uno de los pocos cines de verano que todavía quedan en España. Echaban una película para chavales, pero no me importó. La verdad es que me venía bien salir con alguien. A la hora de marcharnos Marta me llamó. «Tengo un dolor de cabeza terrible, me voy a quedar en casa. Pero tú puedes ir con los chicos. Miguelito se ocupará de los pequeños». Volví a aceptar. Miguelito es un jovencito larguirucho y delgado, un chico agradable. En estos cines de verano se cogen las sillas, o se llevan de casa, y cada uno las pone donde queda hueco. Cuando llegamos todavía podíamos ponernos en las filas del principio, pero Miguelito se empeñó en colocarnos al fondo del todo. «Mejor delante», le dije. «Aquí al fondo más tranquilos», insistió. «Vale, vale».
Miguelito colocó las sillas de los pequeños delante y las nuestras detrás. «Así los vigilamos». La película era un rollo. Miguelito enseguida se levantó y se fue a por una cerveza. «¿Ya te dejan beber alcohol?». «Y más cosas, pero no se lo digas a mi madre». Miguelito en lugar de sentarse se puso a mi lado de pie. «¿Por qué no te sientas?». «Estoy así más cómodo». Seguimos viendo la película pero Miguelito se apoyaba en mi hombro. Yo no decía nada, pero fui notando que el chico se restregaba contra mí. Pronto noté su bulto duro en mi hombro. Miguelito frotaba su pene contra mí. Era una sensación extraña. Le miré y puso cara de cordero degollado pero siguió. Como no le decía nada se volvió más atrevido. Mientras me restregaba su polla en el hombro dejó caer su mano como muerta encima de mis tetas. Yo tengo unas tetas grandes, con unos pezones que enseguida se me ponen duros. Mis tetas son una de mis debilidades. Miguelito se las apañó para que sus dedos alcanzasen mi pezón. «Ay, mami, me dijo al oído». Y entonces vi una mancha oscura en los pantalones de Miguelito. El chico se había corrido solo con arrimarme la polla al hombro y tocarme una teta.
Después se sentó otra vez a mi lado. Yo preferí no hacer comentarios, como si no hubiera ocurrido nada. Así, nosotros callados y los niños revoloteando de un lado a otro, regresamos a casa. Cuando llegamos Miguelito se empeñó en acompañarme. «Yo he quedado con mis amigos en la playa y tu casa me pilla de camino». «No hace falta». Pero Marta también insistió en que Miguelito me acompañase. «Sí, sí, que la zona de tu chalé está muy oscura».
Mi casa se encuentra a quince minutos de la de Marta, es verdad que hay una zona muy oscura. Y precisamente cuando llegamos a ella, Miguelito se colgó de mi brazo. «Me ha gustado mucho», me dijo. «¿El qué?», me hice la tonta. «Lo de antes. ¿A ti no te ha gustado?». «No sé de qué hablas Miguelito». «Si tenías las tetas duritas». «Anda, anda». «A mi me hubiera gustado más otra cosa». «¿Qué dices, Miguelito?». «Para un poquito y verás». Me pare y Miguelito se puso a mi espalda. Entonces se apretó mucho contra mí y puso su pene en medio de mi culo. «Esto, esto es lo que quería hacerte». «Anda, anda, Miguelito, estate quieto». Pero el chico seguía, me iba levantando la falda y su polla la apretaba contra mis braguitas en medio de mis nalgas. Con sus manos me tocaba las tetas. «
—Este culo es lo que quería, mami, ay, ay, qué buen culo.
—Miguelito, Miguelito, que nos van a ver los vecinos.
—Entonces en tu casa, mami, llévame a tu casa, que me gusta mucho, mucho.
—Esto no puede ser, Miguelito, eres muy joven y yo muy mayor, ¡Como se entere tu madre!.
—No se va a enterar, mami, de verdad… ¿Me vas a dejar tocarte el chochito un poquito?.
Llegamos a casa y yo empezaba a estar nerviosa. «
—Invítame a algo, mami.
—Bueno, entra un ratito, te tomas otra cervecita y te vas con tus amigos.
—Sí, sí, mami».
Le dejé pasar y le puse una cerveza. «¿De verdad no te ha gustado cuando te toque la teta en el cine?». «No, no, Miguelito, deja eso». «Es que me gustaría vértelas bien». «No seas tonto». «Solo un poquito, mami, porfi…». «Yo te enseño lo mío si quieres». El chico se señaló el bulto que le crecía en la entrepierna, estaba empalmado otra vez y pensé que aparentaba tener una polla de un buen tamaño. Yo llevaba mucho tiempo sin acercarme a una, por la enfermedad de mi marido y por los dos años de abstinencia desde que murió.
—Venga, mami, déjame verte las tetas un poquito.
—Anda, Miguelito, déjate de tonterías y márchate con tus amigos.
En ese momento sonó el móvil de Miguelito. Le escuché conversar con alguien.
—Sí, mejor vente para aquí. Estoy en casa de la viuda, seguro que le gusta, yo ya la he tocado las tetas, y menudas tetas.
—Era mi amigo Josema —me dijo Miguelito —le he pedido que se pase por aquí, así te lo presento».
—¿Qué haces, Miguelito? Te estás volviendo loco.
—Seguro que te gusta. Es gordito pero tiene la polla más grande de la urbanización.
Estaba diciendo esto cuando se oyó la voz de Josema: «Abridme, que estoy aquí».
Entró otro jovencito, un gordito grandote y feo.
—Este es Josema, ponle una cervecita.
—Vale, vale, se la pongo pero luego os marcháis.
—¿Marcharnos? Si ahora es cuando nos lo vamos a pasar bien. ¿Verdad, Josema? ¿O no me has dicho muchas veces que te encantaría follarte a la viudita?».
—¿Y a quién no? Esas tetazas están diciendo cómeme.
Josema era tan descarado como Miguelito y no dejaba de mirarme.
—Le tienes que enseñar eso que tienes. ¿Podías hacernos un streptease como el del otro día en la playa?».
Josema puso en su móvil una canción y empezó a moverse sexualmente. Yo me había sentado en una silla y desde allí contemplaba sorprendida a los dos chicos. Josema se iba desnudando muy lentamente, se quedó en calzoncillos y ya se notaba un pene espectacular. Cuando se quedó desnudo me quedé sin habla. Nunca había visto uno de ese tamaño.
—Te gusta, ¿eh? Me preguntó Miguelito».
—Venga, dejarlo ya, que esto no puede seguir así».
Yo empezaba a notar un cosquilleo en el cuerpo que hacía mucho que no sentía. Los chicos me estaban poniendo cachonda. No podía quitar los ojos de la polla del gordito.
«Venga, viudita, anímate», me dijo Miguelito, que me dio la mano para que me pusiera de pie como si quisiera bailar conmigo.
«Deja, Miguelito». Pero me puse de pie y Miguelito me abrazó y se pegó como una lapa, sentí la dureza de su polla contra mi cuerpo. Sus manos apretaban mi culazo.
—Ven, ven, Josema, que le gusta mucho».
—Oye, oye, ¿qué hacéis —Mi boca decía una cosa, pero mi cuerpo me pedía otra.
Josema se había puesto detrás de mí y apretaba su pollón contra mi culo. Tenía a uno por delante y a otro por detrás. Miguelito me había desabrochado la blusa y me chupaba las tetas. Josema me había bajado la falda y su pollón se apoyaba entre los dos carrillos de mi culo. Cuando me quitó las bragas cerré los ojos y pensé que aquellos dos chavales me iban a follar por todos los lados y que la polla del gordito me iba a poner loca.
Los dos me restregaban las pollas y yo me empezaba a derretir. A Josema se le veía más experto. Me hizo tumbarme en una chaise longue y me dijo.
—La polla después, primero te voy a comer todo el chochete.
Yo estaba tumbada con las piernas muy abiertas, sin decir nada, pero deseosa de sentir su polla entre mis piernas. Miguelito me ofrecía su polla para que se la chupase. Yo la atraje contra mi pecho y mis pezones brincaban de felicidad.
El gordito se había arrodillado y se quedó como extasiado con lo que contemplaba. «¡Qué chocho tiene la viudita, Miguelito! Está para comérselo». Le estaba chupando la polla a Miguelito y notaba los labios del gordito lamiendo mis muslos y acercándose a mi chocho. Sus dedos acariciaban mi rajita y mi clítoris. Entonces gemí por primera vez. «¡Ay, ay, qué me hacéis». «Todo, todo, te lo vamos a hacer todo, por todos los lados», gritaba Miguelito que estaba desenfrenado.
La lengua del gordito me lamía el chocho, iba de arriba abajo, se detenía en mi clítoris, su boca lo aprisionaba. El chico lo hacía bien, yo estaba empezando a entrar en éxtasis, porque Miguelito había puesto su polla entre mis tetas, me la restregaba por ellas, me acariciaba con ella los pezones.
El gordo me arañaba el culo con sus dedos mientras sus labios recorrían cada pliegue de mi sexo, el chico era un morboso y se notaba que le encantaba lo que estaba haciendo. Me comía el chocho con un ansia que hacía mucho tiempo que yo no sentía. «Ay, ay, por dios».
El gordito puso su pollón en mi chocho, era brutal. Me paseo ese palo duro y descomunal por mis labios vaginales, me apretó el clítoris. Cuando me la metió casi me desmayé de placer. No quería que se acabase nunca. Hacia tanto tiempo que no sentía una polla dentro de mí que lo estaba disfrutando como nunca. Miguelito se había corrido en mi boca, pero miraba enloquecido como su amigo me follaba. Y me decía al oído: «Luego me tienes que dar a mi ese culazo que me gusta tanto. Lo tengo que probar esta noche».
El gordito era un volcán enfurecido y desenfrenado. «Esto es lo que querías, ¿eh viudita? Polla y polla». Yo también me movía como una serpiente para sentir aquella polla que se clavaba en mis entrañas. «Ay, ay, hacía tanto que no follaba. Sí, sí, no pares».
Cuando se corrió y se separó me quedé sin fuerzas, tumbada y creo que con los ojos en blanco. Pero Miguelito ya estaba otra vez en movimiento. Había traído unos cojines del salón. Yo sabía lo que pretendía. «Te voy a follar el culazo, viudita. ¿Tu marido te lo follaba?». Le dije que sí, porque era la verdad. Mi marido era un vicioso y estaba obsesionado con mi culo, como casi todos los hombres con los que he estado.
A Miguelito le deje hacer, llegados a este punto no tenía fuerzas para negarles nada a ese par de jovencitos morbosos. Colocó los cojines encima de unas toallas que habíamos puesto en el suelo. «Túmbate boca abajo, guapísima». Lo hice. Miguelito me puso los cojines debajo para que mi culo quedase en pompa.
—Madre mía, Josema, es un culo impresionante.
—Sí, sí, ese culo está pidiendo que se lo coma alguien, venga, Miguelito»
Miguelito no se hizo esperar. Noté su lengua en la rabadilla.
—Venga, Miguelito, métele esa lengua por todas partes. O si no déjame a mi, que también lo estoy deseando — le jaleaba Josema.
Pero el chico no necesitaba que le animasen. Su lengua babeaba y pasaba por toda la raja de mi culo, con deleite. Se detenía en mi ano, y entraba y salía. Me folló el culo con la lengua, me metió los dedos, me masajeó con las dos manos. El chico parecía insaciable.
—Y ahora con la polla, viudita.
El chico me restregó la polla por toda la raja del culo. Después la puso en el ano.
—Métesela, métesela toda, Miguelito
Fue brutal, porque mientras Miguelito me follaba el culo, el gordito se había empalmado otra vez.
—Dejame ahora a mí. Yo también quiero ese culo.
«No, no, por favor», le dije pensando en que el pollón del gordito me iba a destrozar.
«Solo la puntita, viudita, por favor».
Miguelito me llenó el culo con su semen y el gordito ocupó su lugar.
«Solo la puntita, solo la puntita», gritaba mientras me la metía poco a poco.
«Solo un poquito más, solo un poquito más, viudita, y luego te como el coño otra vez, que he visto que te encanta».
El gordito se corrió enseguida y después volvió a chuparme el chocho y yo tuve un orgasmo inmenso, espectacular, una noche brutal con aquellos dos jovencitos morbosos y calientes.
Si os ha gustado, me encantará conocer vuestras opiniones.