Dos hombres me follan en el salón de casa

Continuación del relato anterior, ahora son dos viejos que me chantajean y obligan a follar con ellos. Y lo peor, que me quedo con ganas de más.

Al principio no podía creer lo que me había pasado. Pensaba que sentiría vergüenza o asco por que un desconocido se hubiese aprovechado de mí en mi piso, pero todo lo contrario: me masturbaba en la encimera recordando cómo me había follado aquel hombre, y cuando salía de casa y me acordaba de lo sucedido, mi coño empezaba a chorrear y mis pezones se ponía erguidos. Empecé a mirar con lujuria a los hombres de la calle pensando en que ellos también podían subir a mi piso y follarme desde atrás mientras azotaban mi culo, pero me daba vergüenza por lo que me consolaba masturbándome delante de viejos por la cam.

Así paso una semana, cuando sonó el timbre de casa. Estaba en mi cama tumbada sin nada que hacer, y cuando abrí la puerta me quedé helada: era Marcos, y junto a él había otro señor. Era mayor, unos 50 y muchos años, calvo y con barba blanca. Estaba gordo y era bastante feo. Me quedé sin poder decir nada al verlos a los dos.

-          Hola Marta, ¿nos dejas pasar?

Me aparté de la puerta y entraron directamente al salón. Se sentaron en el sofá y yo me quedé de pie cerca, sin atrever a acercarme. Ese día llevaba puestos unos pantalones cortos de verano, unas bragas por debajo y un top de tirantes. No estaba maquillada ni peinada, pero me daba un aire de niña buena recién despertada muy sensual.

-          Verás, Marta. Este es Antonio, es mi jefe, y somos amigos desde hace mucho tiempo. Y le he tenido que contar lo que pasó el otro día.

Di un paso para atrás, asustada. No sabía qué decirle, no podía defenderme, ¿por qué le había contado a ese lo que pasó?

-          Le he dicho que me sedujiste y me pediste que te follase, ¿no es así?

Negué con la cabeza rápidamente.

-          Ves, Antonio, te dije que lo iba a negar.

-          No queremos tener en el piso a chicas indecentes como tú- dijo Antonio, chasqueando la lengua y negando con la cabeza- Vamos a tener que decírselo a tus padres y terminar con el contrato del alquiler. Lo siento, chica.

-          Es mentira lo que dice Marcos, fue él el que me hizo todo eso.

Los dos hombres se miraron, divertidos.

-          No Marta, fuiste tú. Antonio me conoce desde siempre y sabe que no miento. No podemos permitir que manches el nombre de la empresa con tus fantasías, así que vete haciendo las maletas.

-          Ni se te ocurra, eres un mentiroso, no fue eso lo que pasó. No pienso irme de aquí, cerdo.

-          Además me insultas, eres una maleducada. Faltas el respeto a tus mayores y vas inventándote historias cuando todos sabemos que eres una fresca.

No pude evitarlo, me puse a llorar. No entendía por qué me hacían eso, por qué el otro hombre no me creía a mí. Empecé a suplicarles que no se lo contasen a nadie, que no había sido culpa mía, que lo sentía mucho…

-          Bueno bueno, mujer, no te pongas así. Si tan mal estás, estoy seguro que podemos llegar a un acuerdo.

Miré a Antonio con sospechas, ya intuía por qué me decían eso y lo que se avecinaba. Pero no podía dejar que me echasen de piso y que se lo contasen a mis conocidos, así que les miré fijamente.

-          Qué calor hace en este piso. ¿Marta, por qué no nos das un poco de agua?

Fui corriendo a la cocina, agradecida por perderles de vista y poder pensar con claridad. Pero no sabía qué podía hacer para librarme de la situación, así que les llevé un vaso de agua fría. Cuando cogieron los vasos, me rozaron la mano y me miraron de arriba abajo descaradamente.

-          El otro día tenías menos ropa, Marta.

-          ¿Menos que ahora? Jajajaja

Antonio se rió con ganas.

-          ¿por qué no le enseñas lo que llevabas puesto el otro día, guapa?

Fui a mi habitación en silencio. El tanga azul que llevaba aquel día estaba sin lavar todavía, sucio de mis flujos. No sabía qué hacer, así que volví a la sala y le expliqué que no lo había metido en la lavadora todavía.

-          He tenido una idea, Marcos. Vamos a su armario y elegimos nosotros lo que se tiene que poner, seguro que así estará más fresca y no pasa tanto calor.

Marcos se mostró entusiasmado por la idea de Antonio y se fueron a buscar en mi armario de mi habitación. Fueron al cajón de la ropa interior y tiraron fuera todos mis sujetadores y bragas, incluso los tangas normalitos que suelo llevar también.

-          Venga, niña, dónde tienes la ropa sexy, esto es un aburrimiento.

Justo Antonio encontró la caja donde guardo mi lencería de fantasía, que está un poco escondida. Abrió la caja y empezó a sacar los bodys, los tangas, los ligueros… estuvieron riéndose un rato y discutiendo qué darme, mientras que yo esperaba de pie sin poder moverme ni siquiera. Al final se decidieron por un tanga blanco de hilo y unas mayas blancas que me llegan por encima de las rodillas.

-          Ponte esto y ven al salón.

Me dejaron sola en la habitación, y cuando me quité la ropa para ponerme el tanga vi que mis bragas estaban llenas de flujo y mis pezones erectos. Estaba cachonda, pese a que lo negaba. Me pasé un dedo por el coño, estaba mojadísimo. Me puse el tanga y las mayas y cuando llegué al salón vi que se habían quitado las camisas y Antonio estaba acariciándose el paquete. Me hicieron desfilar delante de ellos mientras me silbaban y me decían guarradas, me puse de espaldas y me agaché para enseñarles el culo en pompa. Casi les da un infarto del culazo que tengo y lo bien que me queda el tanga, y esos halagos y piropos me estaban poniendo cada vez más. Al final se cansaron y me ordenaron que me sentase entre los dos. Olían a sudor, y nada más sentarme Antonio me cogió una pierna y se la puso encima para acariciarme el interior del muslo. Marcos se agachó y empezó a besarme la oreja y el cuello, a darme mordisquitos. Yo tenía el coño ardiendo, no podía más. Entonces Antonio metió un dedo en mi raja y la sacó completamente empapada en mis flujos.

-          Mira tío, cómo está la muy guarra.

-          Ya te dije Antonio que es una puta, ya verás lo bien que la chupa.

Antonio se quitó el pantalón mientras que Marcos empezó a sobarme las tetas con dureza, las pellizcaba y las lamía con lujuria. El pene de Antonio era más pequeño pero gordo que el de Marcos, de un color más morado y un olor más intenso, tenía mucho vello corporal. Me agarró de la cabeza y, como unos días antes con Marcos, me obligó a hacerle una felación. Me cabía mejor que la de su amigo, pero su semen sabía más amargo. Me obligó a tener su polla en la boca sin moverme unos instantes y luego agarró mi cabeza y la movió hacia arriba y hacia abajo con rapidez. Mientras, Marcos aprovechó a quitarse sus pantalones y cogió mi mano para que le hiciese una paja. Yo gemía ahogada, casi no podía respirar, y cuando me dejó libre Marcos me agarró y me obligó a chupársela a él. Antonio no dejaba de acariciar mi pierna hasta que llegó a mi coño y me metió un dedo muy despacio, mis paredes se contraían con fuerza de lo cachonda que estaba. Subió y bajó el dedo por todo mi coño, y empecé a respirar agitadamente y a gemir con la polla de Marcos todavía dentro de la boca. Me metió dos dedos dentro y los giró despacio, lo hacía todo muy suavemente para tenerme en el límite, y eso me hacía perder la cabeza. Empecé a mover mis caderas para que me masturbarse más rápido y al verme así los dos hombres empezaron a reírse. Me sentía como una puta, y eso me encantaba, era una de las fantasías más oscuras de mi mente hecha realidad.

Marcos empezó a gemir y a decirme lo bien que la chupaba, y entre sus comentarios y el dedo en mi coño empecé a volverme loca. Saqué de mi boca su polla y me arrodillé en el suelo delante de él para poder hacerle más fácilmente la mamada. Ya no hacía falta que me agarrasen la cabeza, era yo la que sacaba y metía sus pollas en mi boca, las chupaba y tragaba todo el presemen que podía. Lamía sus pollas desde la base hasta la punta, daba vueltas por el capullo lentamente y me lo metía entera hasta la base y subía y la bajaba la cabeza, succionando y moviendo mi lengua alrededor.

Alternaba la de Marcos y la de Antonio y así estuvimos un rato hasta que Antonio me cogió, me bajó el tanga de un tirón y me obligó a sentarme encima de él. Puso su pene en la entrada de mi coño y me obligó a meterla muy despacio, cuando llegué a sentarme encima del todo no me dejaba moverme.

-          Jajajaja mírala, qué ganas de follar tiene esta pequeña puta.

-          Está salida, te dije que era una zorra deliciosa.

-          Si te portas bien, te follaremos, entendido niñita.

Yo asentí, desesperada por que me follasen, y me soltó la cintura para que pudiese moverme. Empecé a subir y bajar rápido mientras miraba la cara de salido que tenía aquel viejo, que gruñía y sudaba delante de mí. Notaba su polla dentro de mi coño, estaba tan cachonda que no dejaban de salir fluidos de mi raja que me bajaban por los muslos.

Entonces Marcos se puso detrás de mí y noté que metía un dedo por mi ano. Intenté escapar, pero Antonio me cogió de la cintura y no me dejaba moverme. Empezó a meter y sacar despacio su dedo y el otro empezó a mover su cintura, estaba a punto de correrme cuando noté que Marcos intentaba meter su polla en mi culo. Le pedí que no lo hiciera, que me dolía, pero no me escuchó y empezó a meter y a sacar la punta cada vez más rápido hasta que de un empujón me la metió entera. Yo grité del dolor, era una sensación completamente nueva, y empezó a follarme el culo rápidamente. Estaba siendo follada por los dos agujeros por primera vez en mi vida, y la situación me ponía tan cachonda que tuve uno de los mayores orgasmos de mi vida. Empecé a gritar y a gemir y salieron chorros de mi coño, lo que excitó tanto a Antonio que se corrió dentro de mí mientras me agarraba con fuerza de la cintura. Marcos tardó unos empujones más en correrse, y sentí los chorros de semen que echaba dentro de mi culo. Cuando los dos se separaron, salieron sus corridas de mi culo y de mi coño, y Antonio metió los dedos hasta el fondo y me obligó a lamerlo.

-          Dios mío, qué bien follas, Marta.

Me dio un beso paternal en la frente a la vez que empezaba a vestirse. Yo me quedé medio tumbada en el sofá intentando recuperar la respiración.

-          Con lo cachonda que estás siempre, tendremos que venir a vigilarte más a menudo, no queremos perras en celo en nuestros pisos. Eres nuestra putita, ¿entendido?

Asentí despacio, y se fueron del piso dejándome con el culo y el coño lleno de semen.