Dos hombres distintos
Amigos, amantes. Un marido que no es como ella quisiera, un amante que la hace estremecer.
Su mano se desliza por mi pierna, sube; asciende por mi muslo ahora. Mi cuerpo se estremece, ese simple contacto ya me pone a cien y hace que mi sexo se moje, se llene con mis jugos. Paco, mi marido, sentado a mi lado, es ajeno a todo; también Cristina su mujer, que está sentada junto a él. Nada saben ambos del jugueteo al que me está sometiendo mi jefe. Ahora su mano se mete entre ambos muslos y llega por fin a la frontera de mis braguitas, siento como con su índice acaricia suavemente mi rajita por encima de la tela. Trató de acallar el suspiro que eso me produce y Paco me mira, me pregunta:
¿Te pasa algo, querida?
No, cielo, no – trato de disimular, mientras los dedos de mi jefe ya han apartado la tela de las braguitas y están hurgando ahora mi clítoris.
Otro suspiro se me escapa y ahora es Cristina la que me mira con cara de extrañeza.
Pero me encanta toda esta situación, eso es lo extraño, por eso me dejo hacer, y dejo que los dedos de Pedro se introduzcan más en mis braguitas alcanzando mis labios vaginales. Me estremezco, mi sexo se humedece aún más. Pedro sigue hurgando, mete uno de sus dedos en mi vagina y un gemidito sale de mi garganta. Paco y Cristina me miran, pero yo me meto un trozo de pastel de chocolate en la boca como si nada sucediera, como si ese gemido no hubiera salido de mi boca. Pongo una de mis manos bajo el mantel, sé que Pedro se muere de ganas por sentirla sobre su sexo, y al darse cuenta, no tarda en cogérmela y llevarla hasta su paquete que está hinchadísimo. Eso aún me excita más. Primero palpo por encima de la tela; luego bajo la cremallera del pantalón; mientras, con la otra mano, sigo comiendo. Pedro se revuelve en la silla, excitado; sobre todo cuando mi mano coge su miembro firmemente y siento como este se endurece aún más. Cristina se da cuenta de la inquietud de su marido y le pregunta:
Pedro ¿te pasa algo?
No, nada. ¿Por qué?
Parece que tengas pulgas – le responde ella.
Y sí, tiene una pulga bien grande aferrada a su pene. Ambos estamos excitados, muy excitados y es evidente que necesitamos un desahogo. Sigo masajeando el erecto pene, tratando de que nuestras respectivas parejas no se den cuenta de nada. Pedro también sigue masajeando mi clítoris, metiendo de vez en cuando sus dedos en mi vagina. Siento como la humedad inunda todo mi sexo y sé que sino pasamos pronto a la acción de verdad, no podré aguantar más. Todos hemos terminado ya el postre y Cristina se levanta para ir a por los cafés, no sin antes indicarnos:
- ¿Por qué no os sentáis en el sofá y os traigo los cafés?
Aceptamos la propuesta y tanto Pedro como yo recomponemos nuestras ropas para que no se note nada.
No sentamos en el sofá. Y tras esperar algunos minutos, Cristina aparece con los cafés, que luego nos sirve. Lo tomamos mientras hablamos trivialidades, hasta que terminamos.
Entonces, Pedro se levanta y propone:
- Cris ¿por qué no le enseñas el jardín y la piscina a Paco, mientras Isabel y yo quitamos la mesa y fregamos los platos?
Veo el cielo abierto ante la propuesta y deseo que Cris acepte sin reservas, como así hace.
- Está bien. Vamos Paco, verás que bien ha quedado el jardín de noche con las nuevas luces.
Paco la sigue, mientras Pedro y yo nos dirigimos a la mesa para quitar los platos. Llegamos a la cocina con la primera remesa de platos y tras dejarlos sobre la encimera, Pedro me abraza por detrás, acerca su boca a mi oído y me susurra:
- Me muero por follarte.
Sus manos se deslizan por mi cuerpo, me acaricia por encima de la tela y yo restriego mi cuerpo contra el suyo, sintiendo su sexo erecto a la altura de mi culo. Ambos estamos a mil, sedientos de sexo, de nuestros sexos.
Pedro, no deberíamos hacerlo aquí, si vienen… - le digo.
No te preocupes, tienen para rato – sus manos ya están bajo mi corta falda, acariciando mi sexo por encima de las braguitas.
Gimo, Pedro sabe como excitarme. Ahora su mano se ha metido dentro de las braguitas y está hurgando en mi clítoris con un par de dedos, y eso me hace estremecer. Olvido que Paco y Cris podrían descubrirnos y dejo que Pedro siga acariciándome, deseo que me haga suya, deseo sentirlo dentro de mí, por eso metiendo mi mano entre su cuerpo y el mío, busco su sexo.
- Espera, espera – me suplica – ya lo hago yo.
Oigo como se baja la cremallera, yo me apoyo sobre la encimera con las manos, saco el culo y se lo ofrezco como si fuera una actriz porno. Sé que eso le encanta y le excita como nada. Estoy excitada y húmeda y sólo deseo que me posea, que me folle.
Pedro me sube la falda, aparta las braguitas sin perder tiempo, pues no disponemos de mucho, restriega su sexo por el mío, embadurnándolo con mis jugos y luego me penetra, con fuerza, salvajemente. Gimo, me contraigo, le siento dentro de mí. Seguidamente me abraza y empieza arremeter como un poseso una y otra vez contra mí, haciendo que mi sexo se estremezca. Sus acometidas son cada vez más fuertes, yo también empujo hacía él con la misma urgencia, se nota la premura del momento en cada movimiento. Gemimos y noto como su verga se hincha dentro de mí, está a punto de explotar, por eso empuja cada vez con más fuerza, logrando que también yo llegue a ese momento y siento como el orgasmo explota en mí, cuando gimo placenteramente, también él se corre llenándome con sus esencia.
Cuando ambos dejamos de convulsionarnos y él se separa de mí, le recrimino:
No deberíamos arriesgarnos tanto.
Tienes razón pero no podía esperar más – se lamenta.
Fregamos los platos sin decirnos nada, pero felices, me siento llena de él, y sin dejar de mirarnos con complicidad seguimos con nuestro trabajo, hasta que oímos a Paco y Cristina acercándose a la cocina.
¿Cómo van esos platos? – Pregunta Cris.
Bien, querida. En cuanto terminemos nos vamos a la cama ¿no? Estoy agotado – dice Pedro - ¿Por qué no os vais vosotros ya? – Nos propone a Paco y a mí.
Vale – acepto, secándome las manos.
Luego, me acerco a Paco, lo cojo de la mano y nos vamos hacía la habitación.
De vez en cuando venimos a pasar el fin de semana a la casa de campo de Pedro, mi jefe, él y Paco son amigos desde muy pequeños y cuando me quedé sin trabajo, Pedro se ofreció muy amablemente a darme uno en su pequeña empresa de diseño y desde entonces además de su secretaría, soy su amante. No sé como empezó todo, yo siempre me sentí atraída por él, era un hombre atractivo, elegante, en fin, que no pude evitarlo y un día en su despacho, casi sin darnos cuenta, caímos el uno en brazos del otro y desde entonces…
Paco intenta hacerme el amor, pero esta noche no me apetece y menos teniendo a mi amante en la habitación contigua, además de que aún siento su semen cayendo por mi entrepierna, cosa que sin duda Paco notaría al penetrarme y.... Así que como puedo me escabullo, y finalmente nos quedamos dormidos.
Me despierto ya de madrugada, como casi cada día (nunca puedo dormir toda la noche de un tirón) me levanto, ya que tengo sed y me dirijo a la cocina. Pero en lugar de regresar a la habitación, decido quedarme en el salón un rato, sé que en cualquier momento Pedro aparecerá, es nuestro momento. Me siento en el sofá y enciendo la lámpara que hay en la mesita del teléfono, junto a dicho sofá. Busco algo para leer, una revista o un periódico, pero antes de que lo encuentre, aparece Pedro.
¡Hola preciosa! – Me saluda en un susurro, cerrando tras de sí la puerta que comunica el salón con el pasillo de las habitaciones - ¿Hoy tampoco puedes dormir? – Me pregunta, sentándose a mi lado.
Pues no – le respondo.
¿Sabes que estás preciosa en camisón? – me pregunta abrazándome.
Y tú muy sexy con el pantalón del pijama – le respondo yo, metiendo mi mano por la bragueta, alcanzando su sexo ya erecto.
Quiero hacértelo despacio, princesa – me susurra mientras su mano se pierde entre mis piernas y yo me estremezco.
Espero que ese par no se entere de nada.
No te preocupes, duermen como troncos – me tranquiliza, hurgando con un par de dedos en mi clítoris.
Gimo y me estremezco, contrayendo y estirando todo mi cuerpo. Entonces Pedro, decide tumbarme sobre el sofá, él se tumba tras de mí. Su sexo está fuera del pantalón, como yo lo he dejado, erecto y firme. Lo siento, sobre todo, cuando él me sube el camisón por encima de la cintura, pegado a mi culo. Decido quitármelo para no tener obstáculos que nos estorben. Su pene erecto se clava entre mis nalgas y eso me enardece más. Sus manos acarician mi torso, suben desde mi vientre hasta mis senos y los masajea con suavidad. Mientras oigo su jadeante respiración en mi oído. Sus manos vuelven a descender por mi cuerpo, llegan hasta mi sexo y lo acaricia con ambas. Abro las piernas permitiendo que acceda mejor. Con una de ellas hurga en mi vulva, apartando los labios mayores y hundiendo dos dedos en ella. Con la otra, masajea mi clítoris, trazando círculos sobre él. Todo mi cuerpo se agita y su sexo sigue descansando entre mis nalgas, ardiendo, hinchándose, deseándome. Abro más las piernas y siento como Pedro, restriega su polla contra mi humedad. Sus dedos se deslizan ahora hasta mi culo, y rozan mi agujero trasero. Estoy ansiosa por sentirle dentro de mí otra vez y por eso le suplico:
- ¡Métemela!
Pedro mueve su pene por toda mi humedad y luego la dirige a mi vulva. Siento como me penetra despacio y con calma, ambos casi mudos, tratamos de no hacer ningún ruido. Empieza a moverse dentro y fuera de mi, primero despacio, haciéndome sentir como entra y sale, sus manos atenazadas en mis senos, los acaricia con suavidad. Gimo levemente, me siento llena y completa con él. Yo también trato de moverme un poco para acompañarle. Una de sus manos se desliza por mi piel hasta mi cadera y luego desciende hasta mi culo, acaricia mi nalga e introduce un dedo entre ambas. Me estremezco, mordiéndome el labio para no emitir ningún quejido que pueda delatarnos. Siento como su dedo busca mi agujero posterior, mientra sigue moviéndose a buen ritmo, haciéndome estremecer. Y a punto de alcanzar el orgasmo, saca su pene de mi vagina y lo dirige a mi ano. Gimo y me retuerzo, me muerdo un dedo porque sé que la sensación que me invadirá al penetrarme es superior a mí. Efectivamente, cuando se introduce y empuja en la entrada de mi esfínter siento un leve dolor, gimoteo y luego se introduce más y más y más; y poco a poco el dolor va dando paso al placer y mis quejidos se convierte en gemidos apagados por el dedo que sigo mordiendo. Pedro empuja, y finalmente cuando su pene ya está por completo en mí, empieza a moverse despacio. Sabe que me gusta sentirle por ese agujero y que él es el único que me ha poseído por ahí. Se mueve, acaricia mi clítoris, lleva su mano hasta mi vulva, yo abro las piernas y siento como introduce un dedo en ella. Es una sensación sublime sentir su pene dentro de mi ano y su dedo en mi vagina, me vuelve loca. Por eso siento el cosquilleo previo al orgasmo y como con cada embestida que me da, este va aumentado, llevándome poco a poco a la locura del éxtasis en el que me derrito justo antes de que él se derrame dentro de mi ano.
Nos quedamos acurrucados y abrazados sobre el sofá durante unos minutos. Su sexo sigue dentro de mi ano, pero poco a poco va disminuyendo su tamaño hasta que siento como sale. Empiezo a sentir sueño y susurro:
Deberíamos volver a las habitaciones antes de que se den cuenta que no estamos.
Tienes razón.
Me incorporo, me pongo el camisón y tras darle un tierno y apasionado beso en los labios me voy hacia la habitación.
Al día siguiente toca volver a la rutina diaria, así que tras la comida regresamos a casa.
Una vez allí, Paco me busca, se abraza a mí y me susurra al oído:
- Nena, tengo ganas de echarte un buen polvo.
El siempre ha sido así de tosco y quizás por eso, prefiero a Pedro, que es mucho más sensual y dulce. Obviamente esta vez no puedo escaparme y me rindo a su petición.
Estamos en la habitación terminando de deshacer la maleta. Paco tira la ropa que hay sobre la cama al suelo, me tumba sobre ella y en menos de lo que canta un gallo, ya me ha quitado la blusa y el pantalón que llevo para estar por casa. Me tumba bocabajo, me quita las braguitas y empieza a lamer mi culo con vehemencia. Yo empiezo a pensar en Pedro para excitarme, le imagino haciéndome el amor en su despacho, con mucha delicadeza. Paco entre tanto, ha abierto mis nalgas e introduce su lengua entre ellas, desciende obligándome a abrir las piernas hasta llegar a mi vulva. Me hace elevar el culo y termino con las rodillas dobladas y mi sexo frente a su cara. Sigue lamiendo, introduciendo su lengua en mi vagina y haciéndome gemir de deseo. Siento como mi sexo se inunda de jugos y como Paco introduce uno de sus dedos en mí, junto a su lengua. Pero enseguida se cansa de hurgar y colocándose de rodillas tras de mí, acerca su verga a mi agujero y sin más me penetra. Me elevo sobre mis brazos dispuesta a recibir sus embestidas, porque sé que a partir de ahora será algo salvaje. Me coge de las caderas, y empieza a empujar con fuerza una y otra vez, una y otra vez, sin descanso, salvajemente, haciendo que mi cuerpo se mezca adelante y atrás. Hasta que siento como empieza a derramarse, empujando aún más fuerte y sin darme a opción a sentir el más mínimo placer. Como siempre finjo que yo también estoy alcanzando el orgasmo y finalmente se separa de mí y se acuesta mi lado. Yo me dirijo al baño, me limpio y me maldigo por dejar que Paco me use como si fuera un trapo o una muñeca hinchable. Cuando salgo del baño le veo caminar por el pasillo poniéndose bien la ropa.
Luego desde el comedor me grita:
- ¡Cariño voy a por tabaco!
“Dichoso tabaco” pienso mientras me sumerjo de nuevo en deshacer el equipaje, son tan distintos. Paco es tan tosco, tan previsible, tan poco romántico, con él todo es demasiado rutinario y previsible, en cambio Pedro, es romántico, imprevisible, atractivo, erótico, sensual, me vuelve loca sólo con rozarme con uno de sus dedos… Son dos hombres tan distintos…
karenc