Dos Hermanos Muy Unidos - Viernes

Crista y Josh se llevan cuatro años. Él está en la universidad y es el encargado del bienestar de su hermana pequeña...En muchos sentidos. Es viernes, y como todos los viernes el sexo entre hermanos promete ser glorioso...y brutal.

A cuatro patas en su cama, Crista gimió con fuerza mientras Josh la tomaba de las caderas y embestía con fuerza, clavándosela muy hondo en su interior.

Ella jadeaba a cada golpe, presa de un calor y un placer indescriptibles, y sacó la lengua mientras volvía a gemir.

Él no dijo nada: sólo la agarraba y embestía cada vez más deprisa, follándosela igual que a una perra.

—    ¡Más, más, más! – Rogó Crista con vehemencia.

Josh le empujó la cabeza contra la almohada, y casi cubriendo su cuerpo arqueado con el suyo la embistió más deprisa y más fuerte. Ella gimió de gozo, retorciéndose bajo él hasta que sintió cómo gruñía de placer y al fin se derramaba dentro de su útero.

Crista lanzó un grito de felicidad al recibir el semen de Josh. Éste, jadeando, se apartó de ella y le empujó la cadera a un lado. Sin una sola palabra, sin un gesto de ternura, la manejó como a una muñeca, poniéndola boca arriba, y cogiendo un consolador de la mesita de noche se lo clavó bien hondo en la vagina, arrancándole un ronco gemido de placer.

Crista se agarró al cabezal de la cama mientras el consolador comenzaba a retorcerse dentro de ella. Josh le palmeó las piernas, que dejó bien abiertas, y se fue a la ducha.

Cimbreando las caderas por puro instinto la muchacha contuvo el orgasmo hasta que vio a Josh regresar, con el pelo todavía mojado y un aspecto fresco y risueño. Entonces se permitió el completo abandono, alcanzando el éxtasis frente a los ojos encantados de su amante.

Josh esperó a que hubiera terminado. Entonces, cuando el cuerpo de Crista estaba débil y tembloroso por el placer, le sacó el consolador, se inclinó sobre ella y la besó en un pecho, en el otro, y finalmente en la boca.

—    Tienes media hora para recuperarte. – Le recordó, como todas las mañanas. – Después prepárate. No puedes volver a llegar tarde a clase, ¿no crees, hermanita?

Crista y Josh se llevaban cuatro años; él estaba en su segundo año en la universidad, y ella en el último curso de secundaria. Habían crecido juntos y siempre se llevaron bien, no como otros hermanos. Sus padres siempre habían confiado en ellos para ser maduros y capaces de resolver sus propios problemas. También confiaron, cuando decidieron irse de viaje de negocios, en que Josh cuidaría de Crista.

La primera vez no sucedió nada que pudiera parecer raro. En el segundo viaje tampoco. Pero en el tercero…Las cosas comenzaron a desmadrarse.

Encontraron el uno en el otro los mejores amantes que pudieran haber deseado.

Josh renunció a la residencia en la universidad por seguir estando con su hermana todos los días, aunque eso significara una hora de ida y otra de vuelta, porque estar con Crista tenía muchos beneficios, como el sexo matutino, el sexo de tarde, o el sexo nocturno.

Solían follar tres veces al día, como las comidas: al levantarse, para despejar las neuronas, por la tarde cuando ella volvía de clase, y por la noche antes de dormir, para descansar.

Eso sin contar los fines de semana. Los fines de semana eran el paraíso del sexo. De viernes por la tarde a domingo bien entrada la noche el sexo estaba garantizado a todas horas y en todos los rincones de la casa.

Y no les importaba ser hermanos. De hecho, eso lo convertía en algo más fácil. Siempre habían estado juntos, así que, ¿cuál era el problema? Y el sexo era genial. Más que genial. Era completamente perfecto.

Josh recordaba las primeras veces que había follado con su hermana, por aquel entonces pura inocencia y timidez. En su completa excitación la había llamado puta y perra mientras la embestía, y ella se había reído como una condenada, como si fuera un chiste.

Ahora ya no se reía. Ahora gemía y decía “sí, soy tu puta”, lo cual le hacía reír a él.

Probablemente tenía razón. Era su puta, y la quería más que a nada en el mundo.

Pensar así lo hacía sonreír de contento mientras, a media tarde, terminaba de preparar la cena (y lo hacía porque, bueno, a la hora de prepararla estarían muy ocupados follando).

Además, se recordó alegremente, era viernes. Y los dos sabían lo que tocaba el viernes.

Justo cuando apagaba el fuego oyó la puerta de casa abrirse, y la voz de su hermana saludando alegre y ansiosamente:

—    ¡Hermanito, ya he llegado!

Josh sonrió, incapaz de contenerse. Cuando llegó al recibidor la puerta ya estaba cerrada y Crista con una gran sonrisa le enseñaba las bragas que se acababa de quitar. Él rió y fue hacia ella, la tomó en sus brazos y la besó en la boca, profundamente, haciéndola jadear.

Cuando la soltó Crista dio dos pasos en dirección al salón, y allí se quitó la falda.

Josh la golpeó en las nalgas descubiertas, ¡plas! Ella se revolvió y dio otro paso, quitándose el lazo del uniforme, y entonces recibió otro sonoro golpetazo, ¡plas!

Una prenda, un paso, un golpe. Cuando Crista quedó desnuda se eliminó ese punto de la ecuación, y cada fuerte nalgada era un paso más en su camino hasta que, al estar junto al sofá, se dejó caer a cuatro patas en el suelo.

—    ¿Preparada? – Preguntó Josh alegremente.

La respuesta de su hermana fue un lánguido y sensual ronroneo. Se arrodilló junto a ella, le puso una rodilla bajo el vientre para que no se le escapara y le rodeó la baja espalda con un brazo para sujetarla mejor.

—    ¡Allá vamos! – Exclamó.

Con la mano bien abierta empezó a arrearle. Hasta entonces los golpes eran puro juego: ahora los azotes eran brutales, y Crista comenzó a gemir y gritar por el dolor.

Como todos los viernes por la tarde Josh la pegó hasta dejarle las nalgas llenas de dolorosas marcas rojas, hasta que su hermana lloró suplicando que parara. Sólo entonces se detuvo y la soltó, dejando que ella se aguantara a cuatro patas por su cuenta, temblorosa.

Con gentileza Josh le metió dos dedos en la vagina, y con el pulgar comenzó a acariciar su clítoris. Los jadeos de dolor de Crista se convirtieron muy pronto en quedos gemidos de placer.

—    Estás empapada. – Rió Josh.

—    Eres malo…- Ronroneó su hermana. – Te has pasado mucho…

—    Por eso te pego las palizas los viernes, pequeña, para poder ensañarme a consciencia, como a ti te gusta.

Vio que ella hacía un mohín, pero ambos sabían que los dos disfrutaban por igual de aquel juego que a otros podía parecerles una brutalidad.

—    Vamos, putita. – Dijo Josh alegremente.

Se levantó, abandonando el sexo de su hermana, y la agarró de la larga cabellera negra para llevarla así, a cuatro patas y cogida del pelo, hasta la mesa, donde ya había dispuesto el instrumental de juego.

Le arqueó bien el cuello, echándole la cabeza para atrás, mientras cogía un pepino de tamaño importante. Luego se lo metió en la boca sin asomo de compasión, tan hondo que supo que ella sufrió una fuerte arcada.

—    Vamos, vamos, chupa, perrita, chupa. – Canturreó Josh.

Ella chupó y mamó, moldeando su boca y su lengua a la hortaliza que le follaba la boca, adentro y afuera, hasta la campanilla, hasta la garganta.

De pronto, sin previo aviso, su hermano se lo arrancó de la boca y le empujó la cabeza hacia el suelo. Crista se llevó las manos a las ardientes nalgas, se las agarró, haciéndose daño, y las separó.

Con el pepino mojado sólo por la saliva de su hermana, Josh puso la punta en su ano y apretó. Crista apretó los labios para contener un quejido ante el primer apretón, pero luego los abrió y gimió muy fuerte cuando el intruso entró profundamente en sus entrañas.

—    ¡Bien, qué fácil ha entrado! – Rió Josh. - ¡Puta glotona! – Le dio una fuerte palmada en el muslo.

—    ¡Ay! – Se quejó ella con languidez.

—    ¡Puta…!

—    ¡Ay!

—    ¡…puta…!

—    ¡Aayyy…!

—    ¡…y puta!

—    ¡Aaaaaay…!

Con una risita él se levantó, le lanzó un juguetón puntapié y se dirigió al sofá.

Crista lo siguió a cuatro patas, con el pepino enterrado en su culo y las nalgas rojas por los manotazos que había recibido. Los ojos le brillaban y se relamía los labios.

—    Toma, putita. – La llamó igual que a un perro, meneándose el pene enhiesto y grande. – Toma tu merienda.

Crista lanzó un ladrido jovial antes de meterse aquel inmenso falo en la boca hasta el fondo. De inmediato comenzó a mamar con fruición, y Josh, riendo, le hundió los dedos en el pelo y dejó que su hermana disfrutara chupándosela…con el consiguiente disfrute para él.

La muchacha continuó mamando con esmero mientras su hermano empezaba a jadear por el placer…Hasta que le agarró con fuerza del pelo, se la clavó hasta la garganta, y allí se corrió con un gemido bronco.

—    ¡Diiiiios! – Dijo con un jadeo. - ¡Me encantan los putos viernes!

Crista rió y le lamió el pene, ahora flácido y adormilado. Josh dejó escapar una leve risa, pero luego, sin avisar, le tiró del pelo y le dio una bofetada. No fue fuerte, pero picó.

—    No seas glotona, puta. – Le recriminó con una sonrisita. – Después tendrás más polla. Ahora vas a subirte a mi regazo como la perra que eres, vamos.

Ella sonrió ampliamente y trepó hasta el sofá, sin ponerse de pie en ningún momento. Recostó el torso sobre las piernas de Josh, con las piernas bien flexionadas, mientras él cogía el mando a distancia y ponía la televisión. Puso CSI.

Luego distraídamente agarró la punta del pepino que todavía salía del culo de su hermana y tiró hasta sacarlo casi por completo. Ella lanzó un grito indefinido, alzando la cabeza, pero Josh ya le ponía el otro brazo en la espalda para impedir que se levantara en un momento de necesidad.

Volvió a hundir el pepino en el culo de Crista, arrancándole un nuevo grito, y lo movió en círculos para que se dilatara un poco más. Lo sacó, lo volvió a meter. Ella empezó a jadear y gemir como una gata en celo.

En este punto dejó el improvisado consolador vegetal bien incrustado dentro de Crista y le propinó un buen golpe en las nalgas.

—    ¡Ay! – Exclamó ella. - ¡No me pegues más, bruto!

—    Calla, putita, si te encanta. – Le pegó otra vez.

—    ¡Ay!

Josh rió mientras seguía golpeándola en las ya doloridas nalgas. Ahora sus golpes eran juguetones, nada que ver con la paliza que le había propinado, pero cada azote quemaba y picaba por la piel ya magullada.

Cuando se cansó de pegarle volvió a jugar con el pepino. Después le arreó otras tantas veces, y regresó al pepino. Pronto la hortaliza entró y salió con completa suavidad, pues la carne de Crista se había dilatado lo suficiente.

—    Bueno, puta. – Dijo alegremente, propinándole un nuevo golpe en las nalgas. – Ya estás lista. Al suelo como las buenas perras.

Dejó que ella se pusiera a cuatro patas y bajara al suelo, donde le sonrió alegre y felizmente. Josh le devolvió la sonrisa antes de darle un puntapié en las costillas para que se moviera. Fue con ella, él de pie y su hermana a cuatro patas, de vuelta a la mesa.

Allí Crista permitió que le sacara el pepino, que él dejó sobre un plato de plástico, y aguardó. Temblaba de anticipación, de placer y de deseo mientras su hermano impregnaba de abundante mantequilla una maravillosa mano de látex a tamaño natural.

Cuando estuvo lo bastante pringado, Josh se arrodilló detrás de Crista y la agarró del pelo para que no se le escapara.

—    Vamos, vamos. – La animó. – Sé buena y pídelo.

—    Por favor…- Rogó ella con voz juguetona. – Métemelo en el culito.

—    Otra vez.

—    Porfi, porfi…Necesito eso en mi culo glotón e insaciable.

Josh rió. Le encantaban las súplicas de Crista.

—    Muy bien, putita. – Asintió. – Te voy a complacer.

Los primeros centímetros entraron con mucha facilidad, pero Crista se tensó de dolor cuando llegó a la mitad de los dedos, y para cuando los nudillos alcanzaron el anillo de su ano lanzó un lloriqueo.

—    Espera, por favor, es mucho…- Musitó.

—    Vamos, puta, pero si te he metido la mano mil veces en ese culo de perra que tienes, aguanta un poco.

Los nudillos pasaron, y ella gritó. Mientras aquel enorme intruso seguía adentrándose en sus entrañas sin compasión Crista trató de soltarse, pero su hermano le dio unos fuertes tirones de pelo.

La muchacha comenzó a llorar, pero sus sollozos se quebraron cuando entró el nudillo del pulgar, y luego su culo absorbió varios centímetros de látex, abarcando toda la mano en su interior.

Crista se derrumbó entre lágrimas, y Josh la soltó para permitírselo. Le levantó un muslo y empezó a darle ligeros golpecitos en la empapada vagina, para estimularla, y cuando la respiración de su hermana se normalizó un poco le dio cinco veces, a cual más fuerte, hasta que la oyó gemir.

La muchacha jadeaba, temblando, cuando lo miró.

—    Gracias, hermanito…- Musitó con voz trémula.

Josh le sonrió y le dio otro golpe. Notó cómo sus piernas se tensaban, pero no escapó.

—    ¿Gracias por qué? – Preguntó inocentemente.

Crista se relamió.

—    Gracias por follarme todos los días. – Respondió. – Gracias por pegarme cada viernes y partirme el culo para que no pueda sentarme hasta el lunes. Gracias por meterme la mano de látex y dejar que te chupe la polla, y gracias por dejarme comer tu corrida cada vez.

Él amplió la sonrisa.

—    Aix. – Dijo, agarrándola de la cara. – Si es que eres más puta…

Le dio unas palmaditas en la mejilla. Luego la empujó hasta ponerla boca arriba, aunque Crista arqueó las caderas cuando el resto del látex, todavía diez centímetros de grueso cilindro, se dobló contra el suelo, y luego Josh se quitó los pantalones para meterle la polla en la boca a su hermana y follársela igual que se follaba su coño.

—    Puta. – La insultó, y le golpeó uno de los sendos pechos. – Zorra. – Le golpeó el otro, y ella gorjeó. – Mi putita preciosa y glotona…- Le atrapó un pezón y lo retorció. - ¡Cómo te gusta esto, puta!

Mientras cimbreaba las caderas sobre la cara de Crista, clavándole la polla profundamente en la garganta, siguió golpeando sus pechos y también su vagina empapada y trémula, y siguió insultándola, llamándola puta, zorra, perra y glotona hasta que se corrió en su boca por segunda vez en el día.

—    ¡Vamos, zorrita! – La llamó, y ella, con dificultades, se puso a cuatro patas otra vez.

La llevó hasta la mesa, donde la puso de nuevo con la espalda en el suelo. Le ató los brazos y las rodillas a dos de las patas, de manera que su cabeza quedaba fuera y el resto de su cuerpo bajo la mesa, y cuando la tuvo así le metió un vibrador en la vagina, que tocaba su clítoris cada vez que se sacudía.

Crista comenzó a jadear y revolverse.

—    Zorra, no muevas la mesa. – Rió Josh, y le dio una palmada en la cara.

La dejó así hasta la noche. Cada vez que movía la mesa por sus sacudidas él la pegaba en la cara. Crista se corrió cuatro veces y ni un solo instante su hermano le dio un descanso.

Cuando fue la hora de cenar, Josh se masturbó sobre el plato de Crista, frente a sus ojos, y se lo dejó al lado.

Sólo después de aquello, y de un nuevo orgasmo, él la desató y le quitó el vibrador. Le dejó la mano de látex, no obstante, mientras Crista, debilitada, comía pollo en salsa de semen sin usar las manos.

[Maravilloso viernes.] Pensó él alegremente.