Dos hermanos

Una vida solitaria te puede llevar a hacer locuras. Y si se juntan dos, aún más.

Esta historia tiene como protagonistas a dos de los personajes de mi último relato Miguel y sus tíos . Aunque se puede leer de manera independiente, si tenéis tiempo y ganas, mejor leer la otra primero.

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Ramón y Pepín son hermanos, pero de pequeños no tuvieron una relación muy cercana por la diferencia de edad, pues Pepín es once años más joven. De hecho, siempre se sintió un poco desplazado respecto a sus cuatro hermanos que sí que nacieron uno tras otro. Por ello estuvo muy apegado a su madre, teniendo una relación casi de dependencia con ella, quien le protegía de prácticamente todo. Vivían en un pequeño pueblo de Castilla y se dedicaban a su granja y a un huerto anexo a la casa. Los mayores pensaron que esa no era vida para ellos, y se fueron independizando y emigrando a alguna ciudad grande. Ramón iba a casarse, pero el mismo día de la boda, y mientras esperaba a Trini en el altar, ésta le dejó plantado sin saber por qué. Sintió pena, pero sobre todo vergüenza por haber visto su orgullo dañado, teniendo siempre en cuenta lo que los demás pensaran de él, así que se refugió en la granja y continuó en solitario la vida que su padre había llevado comenzando a llevar a cabo todas las tareas propias de un cabeza de familia.

Por entonces Pepín era apenas un adolescente, así que seguía sin tener mucho en común con el mayor pese a que ya eran los únicos que quedaban esa casa junto con los padres. Su vida fue también solitaria con respecto a gente de su edad, pues al acabar el colegio volvía a las faldas de su madre. Como ella se encargaba del huerto, Pepín fue imitándola y dejó el instituto para seguir con los quehaceres que la edad de ella ya casi no le permitían. Sin embargo, él casi no echó en falta nada pese a no tener relaciones con chicas sin que nadie supiese por qué, ya que además era, con diferencia, el más atractivo de todos los hermanos varones. No tuvo muchas inquietudes aparentes hasta que cumplió la mayoría de edad. Que su hermano le enseñara a conducir creó un nuevo lazo entre ellos, pero tampoco tan grande como para recuperar el tiempo perdido. El mismo fin de semana que él celebraba sus dieciocho, los padres tuvieron que viajar a la boda de alguien, quedándose Ramón y Pepín solos un par de días.

Aprovechó tal circunstancia para sincerarse con su hermano: Creo que me siento atraído por los hombres , le dijo. Era tan inocente que esperó a ser adulto para desvelar su secreto, como si con dieciocho eso de ser marica ya fuera legal o algo así. Sin embargo, Ramón acabó confundiéndole aún más, aconsejándole, o casi obligándole a mantenerlo en secreto porque sus padres no lo aprobarían. Pero yo quiero tener sexo , declaró con una tierna ingenuidad. Lo tendrás; yo te enseñaré , le dijo como si de aprender a conducir se tratase. Se desvistió y animó a su hermano a hacer lo mismo. Al joven le inundaron los nervios y la impaciencia por ver al fin un cuerpo desnudo diferente al suyo. Además, la verga de Ramón era mucho más grande, ignorante también del motivo y achacándolo a una cuestión de edad. ¿Te has pajeado alguna vez? , le preguntó Ramón mientras comenzaba a frotarse su polla. Pepín asintió sin quitarle ojo. Ramón le cogió de la cintura, le giró, y le empujó contra la cama dejándole a cuatro patas.

-Avísame si te duele, ¿vale? -le advirtió.

Apartó las nalgas con las manos y situó la punta de su ardiente polla en la entrada de su agujero.

-Te la voy a meter -avisó.

Y comenzó a introducirle la punta muy despacio, consciente de que le costaría entrar. Pepín se quejó.

-¿Quieres que pare?

-No sé, Ramón; creo que me va a doler.

-Eso será la primera vez nada más, ya verás.

Pepín se fió, y en verdad sintió más dolor que otra cosa. Su hermano la metía no sin cierto miedo porque no quería hacerle daño pese a que se había excitado como no lo hacía en años. Echó más saliva y lo volvió a intentar. Costaba un poco menos, pero Pepín seguía gruñendo, teniendo incluso la sensación de que se desangraría o algo por el estilo. Pero no llegó a tanto, y en cuanto Ramón notó que había entrado lo suficiente, la volvió a sacar pausadamente para introducirla poco después. De esa manera empezó el mete y saca de una follada en toda regla, y Pepín logró sentir algo de placer, aunque siempre con una pequeña molestia de fondo. Su hermano le preguntó qué tal y él pidió que no parara, pero sin saber hasta cuándo duraba ese trance o si él tenía que hacer algo más. Ni se masturbó ni pensó siquiera en su propia verga, centrado en los vaivenes de la de su hermano y en esa mezcla de sufrimiento y gusto que le recorría el cuerpo. Consiguió relajarse un poco. Ramón lo notó y probó a meterla en su totalidad. El joven volvió a quejarse y Ramón ralentizó de nuevo el ritmo hasta que estuvo a punto de correrse. Pepín sintió el vacío que la polla de su hermano había dejado en él sin entender aún por qué la había sacado.

-¿Qué pasa? -le preguntó inmóvil girando sólo la cabeza.

-Nada, que voy a correrme.

Ramón lo hubiera hecho en la espalda de su hermano, pero éste se giró para verle.

-¿Por qué te mueves?

-Ya has acabado, ¿no?

Ramón jadeó y trató de correrse en su mano, pero parte de su semen se derramó al suelo. Pepín vio los espasmos que el cuerpo de su hermano daba, no recordando que cuando él eyaculaba hiciese lo mismo, aunque sí rememoró la gustosa sensación de soltar su líquido por la taza del váter, aunque siempre en silencio y con nervios de ser pillado.

-Limpia eso, anda.

Pepín se fue al baño a por papel y recogió las gotas que había en el suelo. Ramón ya había desaparecido, pero él se fue en su busca. Anduvo desnudo gritando su nombre.

-Pero vístete, muchacho -le ordenó.

-¿Ya está?

-Claro, ¿no lo has visto?

-¿En eso consiste el sexo?

-Entre hombres sí -el semblante de Ramón se volvió severo-. De esto ni una a palabra a nadie, ¿me entiendes? ¡A nadie! Y no me pidas nunca que lo repitamos. Ya te avisaré yo cuando sea el momento.

Pepín se marchó mitad perturbado mitad enfadado por la dureza de las palabras de su hermano, inconsciente de la gravedad del asunto si alguien lo descubría. Pero él obedeció a su y no habló del tema. Durante otra escapada de sus padres, Ramón se acercó al dormitorio de Pepín sintiendo algo de vergüenza, pero la ingenuidad del chaval disimulaba el bochorno por el que iba a pasar.

-Podemos hacerlo ahora si quieres.

Pepín se imaginó que durante la ausencia de sus padres Ramón le propondría repetir. Y aunque su impaciencia le llevó a estar a punto de pedírselo apenas unos minutos después de que aquellos se marcharan, prefirió ser obediente y esperar. El momento llegó por fin. Cuando Pepín aceptó, Ramón se quitó la ropa y el pequeño le imitó sin que le dijera nada.

-Quiero chuparla -pidió Pepín.

-Ni hablar, que somos hermanos y eso no está bien.

-Ramón, yo no creo que el sexo sea sólo eso.

-Ya te dije que entre hombres sí.

-¿Por qué? ¿Cómo era con Trini?

-Diferente. Me besaba, me tocaba, yo le agarraba las tetas, me la follaba…

Pepín se quedó pensativo.

-Cambiamos las tetas por chuparla.

-¡Que no! ¿Quieres hacerlo o me voy?

Pepín se resignó y permitió que su hermano le follara. La posición fue la misma, y aunque dolió al principio, el sufrimiento duró menos que la vez pasada y pronto el placer prevaleció por encima de cualquier otra cosa. Jadeó imitando a su hermano, convencido de que ya no le hacía daño pese a habérsela metido entera y haber acelerado el ritmo de sus embestidas, provocándose a sí mismo más placer. Cuando se la sacó para correrse, y sin decir nada, se sentó sobre la cama y se la machacó. Pepín hizo lo mismo mientras le miraba, pero su hermano eyaculó pronto. Al instante se levantó y se fue, quedándose sólo, por lo que tuvo que pensar en lo que acababa de sentir con la polla de Ramón dentro para estimularse. Al correrse pensó que había sido la mejor paja de su vida, pues notó los trallazos salir con más fuerza y creyó que esos espasmos que vio en Ramón se repetían en él. Fue a limpiarse, pero ni le buscó ni nada a la espera de que su hermano llevara de nuevo la iniciativa.

Pocos días después fue el cumpleaños de Ramón. Había bebido un poco más de la cuenta, por eso sus padres no le pidieron que le acompañaran al tanatorio de un pueblo cercano porque se había muerto no sé quién. Era tarde y creían que Pepín ya dormía. Nada más irse, Ramón fue a buscarle a su cuarto y le despertó.

-Se han ido, vamos a hacerlo.

Pepín le rechazó inducido por el sueño. Ramón insistió, pero Pepín no parecía que fuese a aceptar. Agobiado un poco por las prisas porque los padres no tardarían mucho, Ramón le giró y le bajó el pantalón bruscamente. Déjame , le dijo el otro, pero le ignoró agarrándole con más fuerza con una mano mientras se endurecía la polla con la otra. Se tumbó sobre Pepín inmovilizándole porque era más fuerte y, sobre todo, más pesado que el joven. Le abrió como pudo el culo y se la clavó. Pese a decirle que le hacía daño, Ramón no paró llevado por la excitación y el alcohol a comportarse de aquella manera. Pero en un instante de lucidez, cuando su hermano ya había dejado de hacer fuerza, vio cómo una lágrima se deslizaba por su delicada cara. Paró súbitamente pensando cómo había sido capaz de hacerle eso a su propio hermano. Por primera vez en años lloró mientras le pedía disculpas y se insultaba a sí mismo. Pepín le compadeció y echó la culpa al alcohol. Le ayudó a vestirse y le acompañó a su habitación restando importancia a lo sucedido prometiéndole que le perdonaba.

Desde ese momento Ramón se mostró más cariñoso con el chaval y comenzaron a hacer cosas juntos en la granja y en el huerto porque además sus padres ya no estaban en condiciones físicas de hacer casi nada. De hecho, subir las escaleras al piso de arriba ya ni se lo planteaban. Eso les sirvió a los hermanos para tener más momentos de intimidad en el cuarto del mayor. Si alguna vez alguien sospechaba o comentaba algo tenían la excusa de que en el dormitorio de Ramón había televisión y se quedaban hasta tarde viéndola juntos. Fue allí la siguiente vez que tuvieron sexo. Quizá para compensarle por lo ocurrido, Ramón dejó que Pepín probara su polla.

Éste lo agradeció con euforia y entusiasmo dirigiéndose veloz a engullirse la verga de su hermano. Pero Ramón le frenó animándole a que lo hiciera con calma dándole un par de directrices aunque a él Trini nunca llegó a hacerle una mamada. Era pues, la primera vez para ambos. El mayor lo tenía fácil porque placer iba a recibir de cualquier manera, pero para Pepín la coyuntura se tornaba algo más compleja porque se enfrentaba a nuevos sabores, nuevos olores… y siempre con la idea de contentar y satisfacer a su hermano. Cuando le dijo que se detuviera un poco en la punta le hizo caso. Le llamaron la atención un par de gotas que brotaron del grueso glande de la polla de Ramón. Pasó tímidamente la lengua por ellas y descubrió un sabor intenso y amargo que le causó cierto rechazo al principio. Rodeó el capullo con sus labios mientras usaba también la lengua palpando con ella nuevas texturas, centrándose en la zona donde acaba el glande y comienza el tronco. Ramón sintió un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo y le hizo estremecer.

Creyó que era incluso tortuoso, pero cuando Pepín se la tragó entera y recorría con su boca todo su cipote, Ramón se dejó llevar de nuevo por el placer, teniendo una sensación más cercana a las folladas que sí que conocía. No se movió al principio, pero al ver que su hermano se desenvolvía bien, empujaba su pelvis para que la fricción fuese más a su gusto, deslizándose mientras salía y entraba de su boca. Así estuvieron todo el tiempo hasta que Ramón apartó a Pepín para correrse sobre su vientre.

-¿Te ha gustado? -preguntó inocente el pequeño.

-Lo has hecho muy bien.

Pese a que a ambos les gustó, las veces sucesivas retomaron la rutina de practicar sólo la penetración. Siempre era con Pepín a cuatro patas, aunque alguna vez éste insinuó cambiar de postura, pero finalmente recurrían a lo más cómodo.

Cuando su madre murió, a Pepín le afectó muchísimo por lo cercano que se sentía a ella. Se encerró en sí mismo provocando que hubiese distancia entre los dos hermanos de nuevo. Ramón quiso apoyarle y estar a su lado, pero Pepín no se dejaba. Tardó en volver a sonreír, pero entonces fue su padre quien falleció. Ahora ya sólo se tenían el uno al otro, por lo que su relación se intensificó de nuevo en todos los sentidos. Es verdad que guardaron el luto, pero de repente un día se miraron y ambos supieron que el momento de retomar aquellos ratos íntimos había llegado. Ramón expresaba su cariño con alguna caricia en la cara, algún abrazo o un beso en la mejilla, pero una vez que le metía la polla a su hermano se centraba sólo en el sexo como algo carnal carente de más afecto que el propio de ser su hermano a quien follaba, pero nada más.

Sin pedirlo uno ni dar consentimiento el otro, alguna que otra vez Pepín le hacía una mamada. Llegó incluso a tragarse la leche de su hermano en alguna ocasión, pero en el fondo los dos estaban más cómodos cuando sólo había penetración. La intimidad y seguridad de tener la casa para ellos dos nada más les llevó a probar alguna postura nueva, pero igualmente preferían que Pepín estuviese de espaldas a su hermano. Así, una vez lo hicieron con Ramón apoyado en el sofá mientras Pepín se sentaba sobre su polla. Otra vez lo hicieron de pie. A veces Pepín se masturbaba, pero siempre acababa después que Ramón. En vez de irse, ahora esperaba a que el otro se corriera, pero sin mirarle ni ayudarle.

Ya con treinta y muchos años Pepín conoció a un maestro que fue al pueblo de interino. Hicieron buenas migas y comenzaron a salir a pasear o cosas así hasta que el profesor se insinuó y besó al inexperto Pepín. Él se asustó por temor a que alguien sospechase algo y decidió pedirle consejo a Ramón. Al principio éste pensó en persuadir a Pepín de que se volviera a acercar al maestro, pero pensó en su propia soledad y no la quiso para su hermano, así que le animó a hacer lo que le apeteciera siempre y cuando se encontrara cómodo y guardara total discreción. Pepín tuvo pues su primera relación con otro hombre que no fuse Ramón. Sintió lo que era que le chupasen la polla y ser él quien se follara un culo, aunque reconocía que prefería que se lo hiciesen a él.

Pese a su nueva relación, Pepín quiso mantener los momentos especiales con Ramón, pero éste le disuadió contra su propia voluntad animándole a que se centrara en el maestro sintiendo verdadera y sincera felicidad por su hermano. Sin embargo no duró mucho porque el docente tuvo que marcharse, y aunque se comentó algo de que Pepín se fuera con él, nunca se sabrá si él le rechazó o simplemente la historia se acabó ahí. No evitó sentirse mal al principio porque echaba mucho de menos el tiempo que pasaba con él, y no sólo en lo sexual, pues le prestaba libros y comentaban acerca de ellos, veían películas en DVD de las que no echaban en la tele, descubrió el maravilloso mundo de internet… Parecía que volver a la rutina sería difícil, pero que Ramón estuviera ahí fue de gran ayuda. Éste esperó a que fuese Pepín quien le buscara para tener sexo porque prefirió darle tiempo y espacio. Fue una tarde cualquiera después de comer que Pepín se acercó al salón donde Ramón se echaba la siesta y le contó lo que hacía con el maestro. A Ramón no le gustó que le diese tantos detalles, y cuando los conoció le dejó más o menos claro que con él las cosas serían como antes; ni más ni menos. Pepín no pretendía otra cosa, pues sólo sintió la necesidad de contarle lo que había experimentando. Pese a las intenciones que ambos tenían a priori, de nuevo algo cambió. Ramón tocó por primera vez la polla de su hermano. Lo hizo para masturbarle mientras Pepín se la machacaba a él. Acabaron corriéndose así, sintiendo Ramón cierta repulsión cuando notó la leche de Pepín entre sus dedos. Otro día que Ramón estaba sentado con la polla ya tiesa, Pepín se la clavó, pero ahora mirándole de frente en vez de darle la espalda.

-¿Qué haces? -preguntó sin pensar.

Pepín no respondió mientras acababa de encajar la verga con su culo. Ramón le miró con cierta sorpresa y algo de rubor, pero ya era lo suficientemente mayorcito para asumir que llevaba años follándose a su hermano pequeño, y que no mirarle a la cara no le hacía mejor persona. Por eso, cuando ahora se acostaban en la cama, Pepín solía tumbarse boca arriba, Ramón le levantaba las piernas y le penetraba mientras sus miradas de lascivia se cruzaban, siendo los dos conscientes de cómo era el otro: Ramón entendió que Pepín ya no era un chaval inocente e ingenuo y que ahora tenía las ideas más claras. Por su parte, Pepín trataba de desdramatizar el rato en el que sus cuerpos se fundían haciendo ver que todo lo malo que hubiese en aquello ya estaba hecho, y que si tenían la oportunidad de sentir incluso más y disfrutarlo con mayor intensidad, ¿por qué negarse?

Así pasaron los años creyendo que su relación había alcanzado su punto más álgido. Ambos estaban felices con lo que hacían y cómo lo hacían. El pasado verano una de sus hermanas les llamó para pedirles que su hijo Miguel se quedara con ellos durante el periodo estival. Miguel, de veinticinco años, era el único gay confeso en la familia. Acababa de terminar la carrera de Veterinaria, había vuelto de pasar un par de años en Alemania de Erasmus y cortó con su novio unos días antes, así que una granja y un pueblo tranquilo le servirían de escape. A Pepín y Ramón no les sentó ni mal ni bien; sólo vieron en la visita de su sobrino una forma de romper su rutina en todos los sentidos. Por eso, las últimas horas antes de que llegase Miguel, los dos hermanos decidieron aprovecharlas y pasarlas juntos en la cama. En un arrebato de pasión, por primera vez sus labios se rozaron, aunque no se dieron más que un tierno beso.

En una de las veces que Ramón se estaba follando a Pepín, que yacía boca arriba sobre el colchón, el mayor dejó caer su cuerpo sobre el de su hermano sin interrumpir sus embestidas. Pepín notaba la presión de la polla entrando y saliendo de su culo, así como la del vientre y el pecho de su hermano rozándose con el suyo o el aliento y su intenso olor en su cuello al tiempo que sus mejillas se rozaban. Sus gemidos les sonaron más cerca que nunca, excitándoles aún más de lo que estaban acostumbrados. Esto hizo que Ramón le penetrara con fuerza, provocando sollozos más intensos en ambos y llevándoles a una especie bucle porque cuanto más se sentían el uno al otro, más querían; y entonces se daban más y sentían más, y así hasta culminar en uno de los mejores polvos que ambos recordaban. Aunque exhaustos, esa percepción de que tenían todavía margen para darse más placer les llevaba a que sus vergas notaran un cosquilleo y quisieran comenzar de nuevo.

Para la última vez, Ramón se tumbó sobre la cama y Pepín se recostó sobre él ya con su polla dentro. Cogió las manos de su hermano llevando una de ellas a su pecho y la otra a su verga. Entendió la señal y Ramón le acariciaba con pasión rozándole los pezones con los dedos, deslizando la palma sobre su vientre o subiendo hasta su sudoroso cuello mientras con la otra le masturbaba. Pepín acariciaba uno de los velludos muslos de Ramón y dirigió la otra mano para acariciarle el pelo o la cara. En una de esas, Ramón mordisqueó uno de sus dedos y Pepín ya no quiso apartar su mano de su boca, así que Ramón repetía el gesto o simplemente deslizaba sus húmedos labios por los dedos de Pepín, cuyos jadeos se vigorizaban hasta que un explosivo gemido anunció que se corría.

Ramón lo presintió y apretó aún más su mano contra la polla de Pepín hasta que sintió la leche deslizarse por ella. Sus espasmos le hacían contraer el culo, lo que la polla de Ramón agradecía. A pesar de todo, sacó fuerzas y esas últimas embestidas fueron de lo más salvaje, y con un grito expulsó el aire de sus pulmones al tiempo que expulsaba su leche dentro del ano de Pepín. ¡Oh Dios! , exclamó ya con las pocas fuerzas que le quedaban. Casi con dolor y cierta pena, Ramón y Pepín separaron su polla y su culo para tumbarse extenuados el uno junto al otro. No se miraron, pero Pepín agarró la mano de Ramón y éste apretó los dedos. Ese simple gesto que resultaba de lo más significativo tardó años en llegar, pero dicen en los pueblos que más vale tarde…