Dos extraños en casa
Un regreso imprevisto a casa puede revelar muchos secretos íntimos y provocar cambios excitantes, pero no todos los involucrados llegan a conocer la auténtica verdad de dicha situación.
Cualquiera que me hubiese visto ese día se habría percatado de que no era mi mejor momento. Volvía a casa después de haber hecho un par de visitas comerciales. Como mi jefe confiaba en mi (como para no hacerlo, siendo, con mucho, su mejor vendedor) me aproveché y me tomé el resto del día libre. La verdad es que tenía ganas de llegar a casa, no sabía muy bien para que, pero deseaba estar fuera del mundanal ruido que dijo no sé quien. Los problemas con mi mujer me tenían muy preocupado últimamente. Ya no eran sólo las discusiones tontas que teníamos diariamente, sino que a eso se le había sumado la negativa de ella a intentar experimentar cualquier tipo de fantasía sexual que se me ocurriese. Su idea sobre el sexo era practicarlo una o dos veces al mes, estando siempre ella encima y lo más rápido posible, no sé muy bien si porque a ella le gustaba así o para acabar cuanto antes y quitarse esa obligación contraida el día que nos casamos.
Abrí la puerta sin hacer el más mínimo ruido. Menos mal, porque Marta, mi mujer, llevaba más de un mes recordándome día sí y día también que había que engrasar la puerta. Menudo escándalo se organizaba cada vez que alguien llegaba a casa. Oí un ruido en el dormitorio y me acerqué hasta allá para dar un beso a Marta. No pude pasar de la puerta. Había dos tipos encapuchados en la habitación que, afortunadamente para mí, estaban hablando entre ellos y no repararon en mi presencia, por lo que tuve tiempo de esconderme tras el marco de la puerta antes de que me viesen y pude presenciar la escena. Marta estaba completamente desnuda, con las dos manos juntas atadas a uno de los barrotes de la cama y amordazada, lo cual impedía oír los gritos que, a juzgar por los movimientos de su cuerpo, estaba dando.
Se quitaron las máscaras y se desnudaron. Le levantaron las piernas y mientras uno se encargaba de sujetarla para que no se moviera, el otro comenzó a comerle el coño.
Marta intentaba soltarse de todas las formas posibles, pero era tarea inútil. Tras unos minutos dedicados a esta operación, uno de ellos se tumbó sobre ella y la penetró mientras el segundo la agarraba del pelo y, soltándole la mordaza, introdujo su pene en su boca.
Marta intentó sacárselo moviendo la cabeza, pero cada vez que lo hacía recibía en fuerte tirón de pelo, con lo que decidió desistir.
No tardaron mucho tiempo los dos en correrse, el primero sobre sus tetas y el segundo en su cara.
Pensé que aquello llegaba a su fin, pero estaba equivocado. Sin apenas tiempo para que reaccionara, la dieron la vuelta y mientras uno la sujetaba el otro se colocó debajo de ella. La penetró salvajemente y comenzó a moverse a gran velocidad. De
repente se detuvo un momento, lo cual fue aprovechado por el segundo para colocarse sobre su espalda y metérsela por el culo.
Aquello provocó que Marta comenzase a lanzar gemidos de dolor. Ya no tenía fuerzas para gritar, así que no se molestaron en volver a ponerle la mordaza.
Durante un buen rato estuvieron martilleándola los dos a la vez, con unas embestidas a veces lentas y con parsimonia y otras con movimientos salvajes que hacían quelos gemidos de Marta fueran en aumento. Pero, curiosamente, estos ya no eran de dolor, o al menos así me lo pareció a mí, sino que me dio la sensación de que eran de placer.
Los dos hombres también se percataron de ese detalle y soltaron a Marta, la pusieron boca arriba y le repitieron la dosis de dieta de sándwich de polla que Marta se comió glotona y alegremente.
La hicieron arrodillarse y se colocaron uno a cada lado de ella para que pudiese comerles la verga sin moverse del sitio. En ese momento Marta ya estaba como fuera de sí, como nunca la había visto. Tenía un pene en cada mano y los movía con un ritmo frenético, buscando el máximo placer, no sólo para ellos, sino también para ella. Los iba chupando alternativamente mientras se movía de una forma muy provocativa, como si estuviese disfrutando más que nadie.
Uno de ellos la colocó a cuatro patas y la penetró, de nuevo, por detrás, indilgándole casi la totalidad de su miembro.
Esta vez Marta soltó un grito de placer como yo nunca se lo había oído. Mientras disfrutaba sintiendo como le perforaban el ano, continuó chupándosela al otro hasta que se corrió en su boca.
Y no sólo no se resistió sino que no dejó escapar ni una sola gota, para, a continuación, utilizar su lengua para terminar de eliminar todo rastro de lo que allí había ocurrido.
Al poco rato, mi mujer alcanzó el orgasmo mientras seguían dándole su ración de verga, penetrándola por detrás. La forma de moverse y los gemidos que acompañaron a su éxtasis me hicieron comprender que nuestra vida sexual, hasta ahora, había sido un completo fracaso.
El segundo hombre metía y sacaba satisfactoriamente casi en su totalidad su enorme miembro, enterrándolo en el trasero de mi esposa, quien lo recibía con un gran disfrute, separando ampliamente las nalgas, para que estas no impidieran el paso de ese gran instrumento, permitiendo que su ano se recreara con cada centímetro de aquella enhiesta y dura carne.
La visión del culo de mi mujer atiborrándose golosamente con aquella gran polla, casi me provoca una tremenda eyaculación, que difícilmente pude contener.
Él retiró su pene y, cogiéndola por el pelo, se lo metió en la boca y se corrió. Ni que decir tiene que, como la otra vez, ni una sola gota se escapó de sus labios.
Decidí que era el mejor momento para esconderme y me metí en la cocina mientras oía a Marta meterse en el baño. Los dos hombres se vistieron, recogieron una cámara fotográfica automática y se fueron sin que se dieran cuenta de mi presencia. Esperé un rato prudencial y llamé a la puerta del baño. Marta abrió totalmente desnuda y recién salida de la ducha. Sin decirme una palabra me bajó los pantalones y me hizo una de las mejores mamadas que nadie me ha hecho nunca. Después nos tumbamos sobre la cama e hicimos el amor de todas las posturas y formas posibles.
Como broche final me ofreció su trasero y lo acepté gustoso, corriéndome dentro de ella, momento en el que tuvo un orgasmo que a mí me pareció más salvaje que el que antes había tenido ocasión de presenciar. Entonces caímos los dos rendidos sobre la cama.
Ella se durmió enseguida, lo cual era lógico después de todo lo que había pasado. Como apenas eran las 8 de la tarde, decidí bajar a tomarme una cerveza y pensar en lo que había ocurrido. Cuando llegué al bar, vi, apoyados en la barra, a los dos hombres que habían estado con mi mujer. Me acerqué a ellos.
"¿Cómo fue todo, Jefe?"
"Mucho mejor de lo que esperaba. Acabo de echar el mejor polvo de toda mi vida con diferencia. Que razón tenían los que os recomendaron. Ni el mejor sexólogo hubiera conseguido un éxito como el vuestro. Le habéis quitado todos sus complejos de un plumazo. Bueno, aquí tenéis lo convenido y una propinilla por lo bien que salió todo."
"Luego le haremos llegar las fotografías. Si nos necesita de nuevo, ya sabe donde encontrarnos."
- "No creo. Habéis estado tan bien que espero no tener más problemas de este tipo."
Nos despedimos y apuré la cerveza antes de subir a casa. Al llegar me encontré a Marta en la cocina preparando la cena. Me miró sonriendo y me dijo:
"Se me ha ocurrido una cosa. ¿Por qué no invitas a tu amigo Luis, el que está soltero, a cenar este Sábado? Seguro que los tres juntos lo pasaríamos estupendamente".
El Jefe.