Dos Extraños

Un instinto natural, depredador, animal y salvaje como ella misma la hizo levantarse del asiento, coger su copa, beber un sorbo y conforme se relamía los labios clavó sus ojos en él. El extraño hizo lo mismo, se puso en pie y avanzó hacía ella, hasta que en mitad del camino ambos se toparon cara a cara.

Dos Extraños

Cansada de sus demonios y dispuesta a despejarse un poco del infierno en el que vivía, hizo caso a sus pensamientos de dejarse llevar, otra vez. Se permitiría contemplar la posibilidad de alejarse de la oscuridad en la que su mundo se había metido desde hacía ya varios años.

Como cada vez que lo hacía, recurriría aquel bar. Siempre de la misma manera. Salvaje, solitaria, dispuesta a vencer y a luchar contra todo lo que estuviera delante de ella. Siempre terminaba ahí, cada noche buscaba consuelo en un hombre distinto. No le importaba el nombre, aunque ellos se lo decían. No le importaba su vida, aunque ellos se empeñaban en contársela. No quería sentimientos, relaciones, miramientos, ni cualquier emoción que pudiese implicar algún tipo de remordimiento después.

Se terminó de arreglar, bajó hasta la cochera y cogió su coche. Cuando llegó al bar de la calle mas transcurrida de la ciudad, aparcó una calle más atrás. Intentando evitar siempre levantar sospechas de gente que la conocía. Caminó firme, decidida y dispuesta a comerse la noche. El único momento del día donde podía ser ella misma sin pensar en todo lo que la rodeaba. El portero cuando la vio aparecer la sonrió, ya la tenía mas que conocida.

Se sentó en su parte de la barra reservada para ella, aquel rincón lejos del teléfono y los baños, un lugar donde nadie podía molestarla y ella podría acechar. Durante unos 20 minutos estuvo sola, tranquila, saboreando su copa de ron que tanto le gusta degustar, hasta que alguien a lo lejos llamó su atención.

Un hombre alto, musculoso, pelo castaño, ojos claros y barba perfectamente llevada, no dejaba de observarla, mientras él bebía de su copa. Ambas miradas se cruzaron y él no pudo quitar los ojos de aquella preciosa morena de ojos azules que tenía sus labios pintados de rojo y dejaba su huella en la copa que apartaba de su boca.

Con la mirada se decían todo, podían ver en los ojos del otro los demonios que ambos se empeñaban en mantener a raya. El dolor, la ira, la rabia...pero también el deseo, la pasión, la necesidad de fundirse en uno solo para olvidar los malos momentos que su día a día les hacía vivir.

Ella esperaba que, como todos los demás, acudiera a ella buscando conversación y después terminar disfrutando en la parte baja del local. Pero no fue así, durante minutos que parecieron eternos se observaban, se retaban con la mirada y se dedicaban frases sin mediar palabra.

Un instinto natural, depredador, animal y salvaje como ella misma la hizo levantarse del asiento, coger su copa, beber un sorbo y conforme se relamía los labios clavó sus ojos en él. El extraño hizo lo mismo, se puso en pie y avanzó hacía ella, hasta que en mitad del camino ambos se toparon cara a cara.

Sin saludos, sin explicaciones y sin ningún indicio de querer charlar, él le agarró de la cintura y la atrajo hacía él. La apegó a su cuerpo, posando sus manos en sus caderas para sentirla plenamente contra su piel. Ella, impregnada por el aroma que el extraño desprendía, cerró los ojos aspirando con pasión y deleite. Agarraba su pelo castaño, enredando sus dedos en el y pegando pequeños tirones hasta que sintió como una boca apresaba sus labios y la dejaba sin aliento. Un beso fuerte, fugaz, intenso y cargado de promesas que la estaban haciendo perder la razón, y sin saber por qué.

Dándose mil besos sin parar, entre caricias y quejidos de placer y deseo bajaron a la parte baja del local. La zona de los VIP, así le llamaban. Era un club para buscar pareja, intercambiar o pasar una noche de sexo con quien buscara lo mismo que tu.

Sacó de su bolso la llave número 7, la que tenía siempre reservada y pagada para ella. Siempre terminaba ahí, y con un nombre distinto. Desconocidos que no quería volver a ver.

Con torpeza por el sentimiento que se apoderaba de su cuerpo abrió la puerta, tiró el bolso y se dejó llevar.

Sus manos buscaban la camisa del extraño que estaba frente a ella, desabrochaba los botones con desesperación y ansiedad. Él por su parte, subía sus manos por los muslos de aquella joven morena que lo estaba volviendo loco. No le interesaba quien era, ni el nombre, ni que buscaba, sólo le interesaba una cosa y era acostarse con ella sin titubear.

La agarró del pelo echando su cabeza hacía atrás y pasó su lengua por el cuello. Las manos de la joven paseaban su torso desnudo acariciando cada centímetro de piel y vello que había en el.

Le dio la vuelta a la morena y bajó la cremallera del vestido mientras pasaba su lengua entre besos por el cuello. Ella gemía, deseosa y placentera de sentir más, de llegar mas lejos.

Cuando le quitó el vestido y él sólo se encontraba con los pantalones, la tumbó en la cama. Frente a él podía disfrutar de una visión erótica y sensual que lo estaba excitando cada vez más. En un conjunto de encaje negro semitransparente se encontraba la mujer, vestida sólo por sus tacones y la ropa interior. Una escena tremendamente pornográfica para sus ojos.

Se acercó a sus pies y la descalzó, contemplando la delicadeza de su piel y sus dedos pasó sus manos acariciando cada rincón. Ella iba hablar cuando él posó un dedo en su boca indicando que se callara y ella entonces comprendió que eran iguales. Sólo pudo sonreír, satisfecha de que al fin todo fuera como ella siempre buscaba.

Llevó el pie a su boca y pasó sus dedos por los labios, dando pequeños besos en los pies femeninos que tenía en sus manos. Acariciando con la lengua cada dedo lamía, deleitándose en darle seducción y placer para hacerla perder la cabeza. Su boca recorría cuesta arriba sus piernas, despacio, lentamente y provocándole pequeños quejidos de placer. Llegó hasta su entrepierna y puso su boca en ella, a lo que ella respondió agarrando su cabeza apretándolo contra su cuerpo. Agarrando sus bragas por cada lado las bajó dejándola desnuda ante él. Cuando la muchacha creía que su intimidad se vería saciada por su boca, este sonrió, avanzando hacía su ombligo, dejando a su paso un reguero de besos, lametones y saliva que la estaban haciendo enloquecer.

Sus manos apretaban sus generosos pechos y con la punta de la lengua lamió el canalillo lentamente, mientras su cabeza era presa de aquellas manos femeninas que estaban envueltas en el deseo y desesperación. Le quitó el sujetador y una vez desnuda frente a él, éste se puso de rodillas sobre ella. Sin dejar de mirarla y contemplarla desnuda y excitada se desabrochó el cinturón, se bajó la cremallera y se quitó los pantalones poniéndose de pie.

La imagen ante ella era abrumadora. Erotísmo en estado puro, deseo, pasión y el olor a sexo que impregnaba la habitación la estaban volviendo loca.

Sin darse cuenta de como fue, sintió como la cabeza del desconocido se metía entre sus piernas y atrapaba su sexo con la boca. Un pequeño grito se escapó de la de ella, que aferrada a su pelo lo apretaba para que no se quitara de ahí y continuara dándole placer con su lengua.

La tenía húmeda, excitada, derretida en sus manos y la estaba haciendo perderse entre el placer y las sábanas revueltas. No quería que acabara aún, quería mantener esta escena durante unos minutos mas y disfrutar de todo lo que estaba experimentando. Aquella mujer lo volvía loco y no entendía la razón, jamás la había visto, nunca se había cruzado con nadie como ella, y sin saber el motivo deseaba disfrutar cada centímetro de su cuerpo y hacerla perderse en los orgásmos mas profundos.

Introducía sus dedos en ella, mientras su lengua saboreaba lamía cada parte que se escapaba de su ser. Ella aferrada a las sábanas, apretaba mientras arqueaba la espalda y abría la boca dejando escapar los gemidos más sinceros en los últimos tiempos. Se estaba perdiendo, por una vez, no pensaba en nada más, sólo en disfrutar del momento, disfrutar de aquel desconocido que la estaba llevando a la cima del orgasmo mas profundo.

Sentía como se aproximaba a ella, como en pocos segundos se correría en la boca de aquel hombre que la estaba explorando y llevando por un camino de lujuria.

Siempre estaría en un infierno, era su sino, con sus demonios, sus temores...siempre estaria en el infierno más profundo metida. Esta vez era el de la lujuria. En el que se metía cada noche para evadir su triste y destrozada vida. Donde se refugiaba para no tener que pensar ni sentir lo que un día le pasó.

Entonces pasó. Con un sonoro gemido se corrió en él y quedando exahusta se soltó, aún temblorosa y lo miró a los ojos.

Sin mediar palabras que pudiera comenzar una conversación, él se posicionó sobre ella con el preservativo puesto y agarrándola de las caderas la embistió salvajemente. Su carne debilitada se abría mas y mas para él. Las piernas de ella se enrrollaron en su cintura mientras sus manos agarraban el culo del hombre que la poseía. Pellizcando y arañando, su boca no dejaba de abrirse y respirar de forma agitada. Sus cuerpos fundiendos el uno con el otro, la pasión y el deseo desbordado en aquella noche, en aquellas sábanas extrañas. Tan extrañas como ellos.

Salía y entraba de ella, encajaban a la perfección como si estuviesen hecho el uno para el otro. Notaba las uñas de la mujer clavarse en su espalda, y seguro de si mismo por sus reacciones aceleró el ritmo más, mientras su boca se perdía en sus pezones duros, que rozaba con su lengua.

En una última estacada se dejó ir, corriéndose dentro de ella y llegando ambos al éxtasis del placer.

Agotados se quedaron sobre la cama uno al lado del otro, respirando agitadamente, de forma entrecortada y con el corazón a mil. En silencio, pasaron las horas sin abrir la boca y soltar palabra alguna.

La luz del día los separó, como vampiros al amanecer no se volvieron a ver. Preguntándose el por qué no habían querido saber ni el nombre, ni el teléfono de lo que fue, posiblemente, la mejor noche de su vida en mucho tiempo. Una noche en la que el infierno de ambos se torno paraiso y podían ser ellos mismos sin necesidad de fingir o taparse, simplemente mostrando con sus cuerpos lo que necesitaban en ese momento.

Simplemente eran dos extraños enfermos de pasión que no se volvieron a ver. En su mente perduró el recuerdo y las sensasiones de aquel encuentro nocturno. Acostarse con otros no iba a suponer lo mismo a partir de ahora para ellos.

FIN.