Dos es mejor que una

La vida de dos gemelas en su camino a la esclavitud.

Dos es mejor que una

María era una muchacha mulata de campo, sin más educación que la que recibió en la iglesia de su pueblo; había trabajado en las tierras de los Izarra desde pequeña, el señor a veces se acostaba con ella y le daba algo de dinero extra.

Cuando María supo que estaba embarazada lo primero que hizo fue buscar ayuda a su patrón. Era el único hombre con el que había estado – y obviamente quien la había dejado preñada -. Lejos de encontrar apoyo, lo que recibió fue insultos y amenazas, el señor Izarra no estaba dispuesto a permitir el embarazo.

María lloró desconsolada, pero nunca pensó en impedir el embarazo, lo concebía como un pecado terrible, en contra de los principios que le habían enseñado en la iglesia. Pensó en irse de la casa, pero sabía que sin dinero ni educación no haría mucho. La única opción que le quedaba era rogar la compasión de la patrona. Lo pensó varios días, no sería nada fácil, pero aprovecho que el señor había salido unos días a la ciudad y decidió ir ante ella.

Un mar de sentimientos bañó a la señora Carlota cuando se enteró de lo que había pasado. La gritó, lloró, tiró todo lo que pudo al piso, la pobre María tuvo que salir corriendo de la casa antes que resultara golpeada. La señora pasó horas encerrada a solas pensando que hacer.

Después de una larga noche en vela y entre llantos para María, al amanecer cuando ya se disponía a trabajar llegó a buscarla una de las criadas de la casa, la señora Carlota la estaba esperando.

Desde aquel día dejaría de trabajar en el campo y tendría un cuarto dentro de la casa, con otras criadas, y empezaría a recibir la visita de un médico para cuidar su embarazo. No había nada parecido a una sonrisa en el rostro de la señora, ni dulzura en sus palabras, pero parecía que María había ganado su misericordia. No lo podía creer, lloró de la alegría, besó las manos de la señora, no sabía como reaccionar. La única condición que puso la señora Carlota fue que no podía decir a nadie de su embarazo, María no le quedaba más que aceptar.

Cuando el señor Gabriel llegó, la señora Carlota no lo recibió de muy buena manera y pasaron un buen tiempo encerrados hablando. Al salir, el señor Gabriel fue al cuarto donde estaba María a decirle que iba a arrepentirse de lo que había hecho, que no sabía con quien se estaba metiendo, y palabrerías por el estilo, pero María sabía que tenía la protección de la patrona.

Por órdenes de la propia señora Carlota, María no haría trabajos pesados, se dedicaría a la cocina exclusivamente, así tendría suficiente tiempo para cuidar su embarazo. Un par de meses después de María la señora Carlota también quedó embarazada. El médico venía con regularidad a revisar y hacer exámenes a las dos. Poco antes del nacimiento los exámenes revelaron que María tendría gemelas y la señora Carlota tendría una hembra.

Habían pasado ocho meses desde que María había confesado a la patrona que estaba embarazada de su esposo, llegaba el momento del parto de María: tuvo dos niñas preciosas, blancas como su padre, con el cabello y ojos negros como su madre. María se preguntaba cual sería el momento en que regresaría al trabajo de las tierras, pero no se atrevía a preguntar, por lo pronto dedicaba todo su día a cuidar a Marina y Lorena – así llamaría a sus hijas –.

Poco tiempo después la señora tuvo a su hija, Vanesa, una preciosa rubia como su madre. Familiares de todas partes fueron a visitar a la recién nacida, tiempo en el que María y sus dos bastarditas debieron permanecer encerrada en su cuarto. Uno de esos días, la señora Carlota fue a buscarla a su cuarto, quería que María la acompañara a la iglesia, pero quería que dejara a las niñas en la casa, encargó a otra sirvienta su cuidado.

De la casa salieron la señora Carlota, María y un familiar de Carlota – quien conducía –. Sólo dos personas regresaron a la casa, María jamás volvería. Los criados no recibieron ninguna explicación sobre su ausencia, sólo la orden de cuidar a sus hijas. Después de días pensando que María estaba con su familia, comenzaron a entender lo que sucedía. La señora Carlota ordenó botar todas sus pertenencias y jamás se volvió a pronunciar su nombre. Los criados no eran tontos, pero de su lealtad a la familia dependía el pan que comían cada día, así que no dijeron una sola palabra a nadie.

Niñez y Juventud

Durante los primeros años las gemelitas recibieron los mismos cuidados que la hija de la señora, cuidados de princesas. En la casa se construyó un gran corral con todo tipo de juguetes donde las tres niñas pasaban casi todo el día, eran visitadas por el pediatra todos los meses, se alimentaban bien.

La señora Carlota no llegó a escuchar el nombre de las niñas así que les puso los que se le ocurrió: Pina y Tina; y para diferenciarlas les colocó una cadenita de oro a cada una con un dije con su inicial.

Cuando cumplieron 6 años, Carlota empezó a marcar la diferencia entre Vanesa y sus medias-hermanas: en el cuarto de las niñas llevó una hermosa y gran cama para su hija, y dos colchonetas para Pina y Tina, que colocó a un lado de la lujosa cama. A Vanesa le causaba gracia esto, no sabía lo que significaba, pero desde que empezó a ir al colegio y las otras niñas se quedaban en casa, entendía que había algo "distinto" entre ellas.

Carlota eliminó todos los trajes que tenían Pina y Tina, usarían una especie de uniforme que consistía en una falda negra por las rodillas y una blusa blanca, que en nada se comparaban con los lujosos vestidos de Vanesa.

A los 8 años, Pina y Tina empezaron a hacer trabajos en la casa, mientras Vanesa veía televisión, jugaba o estaba durmiendo. La señora Carlota las instruyó para que trataran a Vanesa de "Señorita Vanesa".

A los 10 años se acabaron definitivamente los juegos para las gemelas. Cada vez eran más las tareas que debían realizar, tanto que la señora Carlota dejó solo a una sirvienta más para la casa, la más joven – y de más confianza – de las tres que antes tenía. Las otras dos las había dejado su suegro, y ya estaban algo mayores, así que les dio buen dinero y las despidió. Tina y Pina se mudaron al cuarto de servicio con Ana – la criada que quedaba –.

El colegió había cambiado definitivamente a Vanesa, ya no era la misma muchachita con la que Tina y Pina jugaban. Vanesa ahora les daba órdenes tal como se las daba la señora Carlota.

Las gemelitas apenas y habían aprendido a leer, lo único que sabían hacer era los oficios de la casa que les habían enseñado los criados. Tenían 10 años y nunca habían salido de la casa, lo más lejos que habían ido – y en contadas ocasiones – era a las tierras de su padre, acompañando a la señora Carlota.

Muchas cosas aprenderían pasando más tiempo con Ana. La señora Carlota había dado instrucciones a Ana para que las preparara y enseñara todo lo que necesitaban saber. Ana no era una sirvienta más, era ahijada de su madre, y cuando esta murió se decidió a encargarse de ella. Ana tenía educación, había ido al colegio. Llegó a la casa cuando tenía 20 años y de una vez la señora Carlota la nombró Ama de llaves, lo cual no fue muy bien visto por los otros empleados, que llevaban años trabajando allí.

En ese momento Ana tenía 25 años, diez menos que la señora Carlota. Era de tanta confianza, que la señora fue clara con ella: "Quiero que las conviertas en esclavas".

En las noches, cuando descansaban, Tina y Pina estaban siempre con Ana, que aunque era algo callada, siempre tenía algo que decir, algo que enseñarles, aunque fuera una tontería pero las niñas le prestaban mucha atención.

Por instrucciones de la señora Carlota, Ana comenzó a realizar una lista de trabajos que debían realizar cada día, que les entregaría la noche anterior. Ana a propósito distribuía mal los trabajos, de manera que una tuviera muchos más quehaceres que la otra. Y las listas eran muy específicas, tenían hora para cada tarea.

Tina y Pina se levantaban normalmente a las 7:00AM. Pero algunas veces, Ana colocaba un trabajo a alguna de ellas a las 5:00AM, así que tendría que pararse mucho antes.

La lista de tareas iba mucho más allá de ser un simple método para tener ordenados los quehaceres de la casa: servía para enseñarles disciplina y obediencia a las niñas, que se iban a la cama pensando en lo que debían hacer al levantarse, les gustara o no, y además de eso, a la que le tocaba hacer más trabajos debía aceptarlo sin quejarse de ningún modo.

Ana obtuvo además el beneficio de trabajar mucho menos, de hecho, ella aparte de la cocina, casi no hacía ninguna tarea, sólo supervisaba lo que hacían las gemelas. Otro de los beneficios que introdujo esta maravillosa lista, fueron los castigos: Ana disfrutaba diciendo a alguna de las gemelas que como no le había gustado como había quedado tal trabajo entonces iba a hacerlo toda una semana, o cosas por el estilo.

Las niñas ya empezaban a ver a Ana de manera diferente, no como una "amiga" sino como la persona que les daba órdenes y las castigaba. Comprendieron que debían esmerarse en hacer lo que Ana les dijera, y de buena manera para evitar trabajo extra. Tina era mejor para esto, a Ana le encantaba cuando llegaba y la veía limpiando el piso del cuarto o sus botas, cosas que no le había ordenado, pero que Tina las hacía para congraciarse con ella.

La señora Carlota dio órdenes a Ana para que las instruyera de manera perfecta sirviendo la comida o sirviendo tragos, y así poder utilizarla cuando vinieran invitados. Las gemelas empezaron a servir a la hora de la comida, y algunas veces debieron cambiar el descanso de la noche, por servir tragos o meriendas a la señora o al señor.

Cuando ya estaban lo suficientemente experimentadas en esto, empezaron a servir a invitados de la casa, que al ver a las sirvientas tan pequeñas no dejaban de hacer preguntas a Carlota o a Gabriel. Su primera gran noche fue en el cumpleaños número 12 de Vanesa, la señora les dio un vestido negro a cada una, especial para esa ocasión, las hizo bañarse, recogerse el cabello de manera muy discreta y hasta maquillaron sus rostros. Estuvieron atendiendo a los adultos toda la noche, mientras Ana cuidaba a los niños y eventualmente las supervisaba.

Después que la fiesta oficialmente terminó y los padres se llevaron a sus hijos, un reducido grupo se quedó en la casa. Ana al fin pudo descansar, pero Tina debió atender al grupo de los hombres, y Pina al grupo de las mujeres. Antes de irse a dormir, Ana les ordenó a las sirvientitas que limpiaran toda la casa.

A las 3:00AM se fueron los últimos invitados. Las gemelas exhaustas debieron limpiar la casa. Esa noche no podrían dormir, terminaron casi a las 6:00AM, hora en que ya Ana se estaba levantando.

A partir de los 13 años, la señora Carlota implantó el castigo físico a sus esclavitas. Fue Pina la primera en sufrirlo, estaba sirviéndola en la sala, cuando derramó agua sobre el piso y casi moja a la señora, quien para su mala suerte estaba de mal humor.

¡Tonta! ¿No ves lo que haces?

Disculpe señora Carlota – respondió Pina agachándose para secar el piso.

Ven, acércate.

La gemela se acercó y se quedó parada al frente del sillón donde estaba la señora Carlota, que la mandó a arrodillarse. Una sonora bofetada fue lo que se escuchó un segundo después.

Anda, seca eso y retírate.

Ese mismo día Ana fue autorizada y animada a utilizar el castigo físico sobre las dos bastarditas. Ana no perdió tiempo, esa misma noche buscó un motivo para pegarles. Cuando llegó a la habitación ya Pina y Tina estaban ahí. Ordenó a Pina a darle un masaje en los pies, y a Tina la dejó descansar.

Pina no lo dudó y se aplicó a hacerle el masaje, pero al terminar Ana le dijo:

Ya está bien, pero no he quedado conforme. Arrodíllate aquí – dijo señalando con su mano a un lado de la cama –.

Cuando estuvo en la posición, Pina recibió su segunda bofetada del día. La pobre se puso a llorar. Ana hizo arrodillar a Tina al lado de su hermana, pero no le pegó. Les dejó claro a las dos, que desde aquel momento sus castigos no sólo consistirían en trabajar más, sino que cuando alguna de las personas de la casa quisiera les podía pegar.

Ana fue más allá, y como medida de disciplina decidió que todos los sábados en la mañana las castigaría con correa. Cuando les informó a la señora Carlota y a la señorita Vanesa, quedaron tan gustosamente complacidas, que la señora Carlota se resolvió a escoger también un día para ella y un día para Vanesa para disciplinarlas también: los viernes serían de la señora Carlota y los domingos para Vanesa. "Fin de semana de disciplina" dijo riendo la señora Carlota, secundada por Vanesa y Ana.

Cuando le tocó el turno por primera vez a la señorita Vanesa, hizo pasar a las gemelas a su habitación.

¿Con qué las castiga Ana? – preguntó Vanesa.

Con su correa señorita Vanesa – dijo Pina.

Umm bueno, entonces yo usaré la mía… o no, mejor voy a usar mi fusta de montar, para variarles un poco el castigo – dijo riéndose la que alguna vez fue compañera de juego de las gemelitas.

Vanesa dudaba un poco en como hacerlo, ni sabía tampoco cuantos fustazos debería darles. A la final terminó dándole unos 15 a cada una. Algunos golpes dejaron marcas más pronunciadas que otras, pero ambas terminaron llorando.

Creo que ya está bien. Pueden irse.

Gracias señorita Vanesa – dijo solloza Tina causando gracia en Vanesa.

¿Tú no agradeces Pina?

¡Oh! sí señorita Vanesa, gracias. Disculpe – dijo Pina asustada.

No, me parece que eres una malagradecida. Tú te quedas, voy a darte unos cuantos golpes más a ver si agradeces como debes.

Pina miró con rabia a su hermana. 5 fustazos más recibió antes de poder irse a trabajar.

Encuentro con el señor Izarra

El señor Izarra poco estaba en la casa, pasaba casi todo el día en las tierras con los obreros o viajando a la ciudad. Tampoco la señora Carlota le permitía tener mucho contacto con sus dos hijas bastardas, tal vez por miedo a que se encariñara con ellas o que un ataque de odio lo hiciera cometer una locura.

Una tarde que se quedó en casa y la señora Carlota había salido con su hija, llamó a Tina para que le sirviera unos tragos en la sala. Nada fuera de lo normal para Tina, que ya con 15 años, lo había hecho centenares de veces, lo hacía a la perfección.

Cuando Tina solicitó permiso para dejar la sala, el señor Izarra se lo negó:

No, quédate, tal vez necesite otras cosas.

Tina se estuvo de pié a un par de metros de su padre, que la miraba detalladamente. Era toda una señorita, el señor Izarra se fijó en los grandes senos de la muchacha. Tenía ya cuerpo de mujer.

Tina empezó a sentirse algo incómoda, estando de pie, con las manos a la espalda, siendo observada o mejor dicho examinada por los ojos del señor Izarra. Cada vez que la veía a los ojos, le regalaba una sonrisa. Las dos gemelas sentían por el señor Izarra algo diferente a lo que sentían por Ana, o por la señora y la señorita, él nunca las había castigado, nunca les había gritado, estaba ajeno a todo eso, a sus vidas; era una relación mucho menos cercana, pero más relajada, más agradable.

¿Puedes acercarte hasta aquí? – el señor pregunto amablemente.

Tina se acercó lo suficiente, hasta que estuvo al alcance de las manos del señor. No pudo mantenerle la mirada, bajó un poco la cara y se quedó mirando al piso. Al momento el señor la mando a voltear. Tina instintivamente quitó las manos que tenía a la espalda y las cruzó adelante; pensó que el señor querría castigarla.

El señor Gabriel estuvo unos segundos viendo el cuerpo de su hija, luego muy suavemente llevó una mano a una de las redondas y grandes nalgas de la muchacha y empezó a tocar. Tras unos minutos, la hizo inclinarse hacia adelante y apoyarse en el escritorio. Levantó la falda y manoseó con ambas manos los muslos y nalgas de la muchacha, que sin saber lo que estaba pasando comenzó a mojarse.

Un dedo recorrió lentamente por sobre los pantis toda la línea que separa las nalgas de Tina, hundiéndose un poco, causándole cosquillas; desde arriba, hasta llegar a su rajita, donde paró y otro dedito se unió a acariciar también, tiernamente esta parte.

Unos cinco minutos estaría en esto el señor Gabriel, hasta que sintió húmedos los dedos y paró. Tina no dijo una sola palabra, pero estaba temblando, nunca la habían tocado de esa forma y le había gustado mucho.

Ya puedes irte Tina.

Esta bien señor… Gracias – respondió Tina todavía sintiendo un hormigueo en su cosita.

El señor Izarra no reconocía a las gemelitas como hijas, pero en el fondo sabía que lo eran y sin embargo no pudo evitar la excitación que obtuvo al palpar el bonito y virgen cuerpo de su niña. Tina no dijo una sola palabra de lo sucedido ni siquiera a su hermana. Desde ese momento lo que sentía por su padre comenzó a ser algo más que respeto, era una especie de cariño, de gusto.

La señorita Vanesa

Mientras más tiempo pasaba, más esclavizadas estaban las gemelas. Cada día recibían nuevas órdenes, nuevas tareas, nuevas reglas de comportamiento, el aprendizaje nunca termina.

La señorita Vanesa a sus 15 años, ya sabía mucho de la vida, y su madre le había explicado que como ya se habría dado cuenta, las gemelas no eran simples criadas sino que eran "como esclavas". La inocencia que una vez tuvo, se había ido por completo, sabía lo que eso implicaba, constantemente abusaba en todas formas de sus hermanas.

Fue Vanesa quién hizo a Ana implementar una nueva lista, una "lista de disciplina", donde anotarían todos los castigos que llevarían las gemelas y órdenes para humillarlas, que no eran parte de los quehaceres diarios, como por ejemplo estar arrodilladas 30 minutos en el patio al levantarse, ir cada hora a besar los pies de la señorita o quedarse sin alguna de las comidas. Desde el primer día que se empezó a usar, no hubo un solo día en que alguna de las dos listas quedara vacía.

No sólo Vanesa incluía humillaciones en las listas, desde que la señora Carlota se enteró, la idea le fascinó, y cada día incluía por lo menos dos humillaciones para cada una. Ana sólo utilizaba la lista para anotar los castigos, pues como estaba en contacto todo el día con las gemelas, tenía innumerables ocasiones para hacerlo, estaba todo el día haciéndolo.

Vanesa no se limitaba a imponer alguna orden al día, sino que tenía su propio adiestramiento para sus hermanas. Les enseño todo un protocolo para servirla: como saludo Pina besaría su pie izquierdo y Tina el pie derecho, cada vez que Vanesa les hablara debían estar de rodillas, hasta les enseñó una especie de oración para la "diosa Vanesa" que debían recitarle todas las mañanas.

Su humor es mucho más volátil que el de su madre y que el de Ana. Es impaciente y perfeccionista. Por el más mínimo detalle impone castigos severos a sus hermanas, y siempre les da un castigo en el momento y anota uno para el día siguiente en la lista de disciplina.

"Voy a castigarte" es orden suficiente para que quien la reciba se ponga en cuatro patas y levante la falda para ofrecer el culo.

A Vanesa le encanta lucir sus sirvientas con sus amigos, disfruta humillándolas en público, las ridiculiza. Las hace estar de rodillas en un rincón o a cuatro patas para que todos descansen sus pies sobre ellas, tira algo de comida al piso y las hace recogerlo con la boca.

Segundo encuentro con el señor Izarra

Un día Tina estaba limpiando el cuarto de la señorita Vanesa. Pina lavaba el piso de la sala de lectura del señor Gabriel, cuando este entró inesperadamente. Pina iba a ponerse de pie, pero el señor le hizo señas con la mano de que siguiera en su oficio y atravesó la sala para sentarse en su sillón a leer el periódico. El piso que estaba aún mojado, con la tierra que llevaba el señor en las botas quedó embarrialado, lo cual no tuvo la menor importancia para él.

Pina volvió a lavar todas las huellas que dejó el señor, pisada por pisada, hasta que llegó a sus pies. El señor Izarra la estaba observando acercarse.

Bésalas – le dijo a Pina cuando estuvo lo suficientemente cerca.

Pina ni siquiera levantó la cara, estampó un beso en cada bota y cuando ya se iba a parar a limpiar en otro lugar el señor la detuvo:

Espera, no has terminado. Quítame las botas y ponte a cuatro patas para que descanse.

Así lo hizo Pina sin chistar. En un minuto tenía las pesadas piernas del señor descansando sobre su espalda. Con uno de sus pies, fue acariciando su espalda hasta llegar a sus nalgas. Bajó su otra pierna y llegó a uno de sus senos, era grande y duro. El señor estaba excitadísimo.

Levántate, ponte de rodillas aquí. Las manos a la espalda.

Pina al principio estuvo un poco nerviosa, pero luego empezó a experimentar algo como lo que su hermana había sentido antes. El señor jugaba con los senos de su hija, eran mucho más grandes que los de su esposa, y no necesitaban de sostenedores, estaban paraditos. Pina gimió cuando le pellizcó los pezones. La imagen de pina perturbaba al señor Izarra: arrodillada, con los ojos cerrados y las manos a la espalda, ofreciéndole sus senos. Un gran bulto empezó a marcarse en sus pantalones.

Lentamente el señor empezó a desabrochar la gastada blusa de su hija hasta que tuvo al desnudo los dos grandes senos, tomó uno en cada mano, eran como dos toronjas pero de carne, los pezones oscuros y grandes estaban duros por la excitación que tenía. Gabriel los volvió a pellizcar un poco más fuerte y Pina volvió a gemir.

Si hubiesen estado solos en la casa, habrían pasado más cosas, pero el señor Izarra sabía que podía entrar su esposa o Ana en cualquier momento, así que no siguió. Se paró y ordenó a Pina que se vistiera y siguiera trabajando.

Desde ese día, el señor Izarra buscó ocasiones para quedarse a solas con alguna de las gemelas, para el era como si fuera siempre la misma, era el mismo cuerpo, los mismos senos, la misma carita, los mismos gemidos.

El fin de semana siguiente se presentó la ocasión perfecta para el señor. Ana estaba con la señora Carlota en la ciudad y Vanesa estaba recibiendo una visita en la sala, con Tina de sirvienta. Hizo a Pina subir a su habitación con la excusa de que limpiara un refresco que había derramado.

Al entrar Pina, el señor trancó la puerta con seguro, y la esclavita se puso a limpiar el piso. El señor caminó por toda la habitación, hasta que se detuvo justo al frente de su hija. Pina dejó de limpiar y comenzó a besar sus pies, no se lo había pedido, era lo que le había nacido.

El señor Gabriel se sentó en la cama y Pina continuó besando sus pies, ahora se abrazó de sus piernas y también las besaba. El señor acercó su mano a la cabeza de la gemela y la acarició levemente, haciendo a Pina estremecer, con cuidado tomó una de sus manitas y la llevó a su miembro por debajo de la bata que cargaba y que dejaba notar su miembro erecto.

Pina se quedó asombrada al principio, ni se imaginaba que existía algo "diferente" en el señor en esa parte. Cuando reaccionó, comenzó a recorrer todo el tolete con suavidad, lo único que había acariciado en su vida eran pies, así que lo hizo como si fueran los pies de la señorita Vanesa – que era la más exigente en esto –. Rápidamente las manos del señor guiaron las suyas mostrándole como hacerlo. Las manos de la niña cogieron vida propia en un instante, subieron, bajaron, tocaron con delicadeza y dedicación.

Cuando ya el enorme falo había alcanzado todo su tamaño en las inexpertas manos de Pina, el señor destapó la bata, los ojos de Pina estaban extrañados, nunca había visto algo así.

Bésame – ordenó el señor.

Pina sabía exactamente donde quería el señor que lo besara, y así lo hizo, acercó su boca y llenó el instrumento de su padre de besos. A una nueva orden lamió y finalmente se introdujo el falo en la boca. El señor agarró a Pina por el cabello para guiar el mete-saca de su boca hasta correrse. Llenó toda la boca de Pina con su semen.

Por primera vez Pina recibió la esperma caliente de su padre, y sin que él se lo dijera se lo tragó todo y siguió besando el pedazo de carne hasta que le fue ordenado parar y se echó en el piso, entre lo pies del señor, feliz de haber recibido "su alimento".

Tina en cambio, no la estaba pasando muy bien. La señorita Vanesa y su mejor amiga, la señorita Catalina estaban jugando con ella. Cada vez que la señorita Catalina va a la casa, entre ella y la señorita Vanesa inventan juegos para humillar a las esclavitas. Tina tuvo que besar y lamer sus pies, y después la hicieron ponerse en cuatro patas en medio de la sala, levantar su falda y con los zapatos de la señorita Catalina la hicieron pegarse ella misma en las nalgas.

Al salir de la habitación del señor, Pina fue a ponerse a la orden de la señorita Vanesa y se consiguió con semejante espectáculo. Catalina al verla le dijo:

Ah! Que bueno que llegas Pina, ayuda a tu hermanita, coge mi otro zapato y le das por el culito.

Como usted ordene señorita Catalina – respondió Pina que ya estaba acostumbrada a pegarle a Tina (o recibir sus golpes) a ordenes de la señorita Catalina.

¡Párate ahí! ¿Qué no sabes que cuando descalzas a alguien debes besar sus pies maleducada?

Discúlpeme señorita – dijo Pina que se lanzó a los pies de Catalina y los besó.

Dame el zapato, las manos a la espalda.

Catalina batió su zapato varias veces contra las mejillas de Pina, que no aguantó el ardor y se puso a llorar.

Ya, no es para tanto llorona. Agarra el zapato y ve a pegarle a Tina que te está esperando.

Pina hizo lo que le ordenaron. "Más duro", "Ya vas a ver si sigues siendo tan suave" le decían a cada momento. La hicieron detenerse cuando Tina empezó a llorar, y entonces las hicieron cambiar los papeles, ahora Pina se puso a cuatro patas y Tina debió darle zapatazos en el culo hasta que llorara.

Para terminar, las gemelas se tuvieron que poner de pie, besarse y cada una sobar el adolorido culo de la otra.

La señorita Catalina se fue feliz, como siempre, era tan o mas rica que su amiga, pero ni soñaba en tener algo parecido en su casa. Vanesa disfrutaba con su amiga, que tenía muchísima creatividad en eso de divertirse con sus gemelitas.

Unos días después le tocó a Tina probar el sabor de su padre. Esta vez, en presencia de su hermana, que recibió su primer orgasmo a manos del señor mientras Tina hacía su trabajo con la boca.

El señor Izarra no dudó en utilizar a sus hijas bastardas cada vez que tenía la oportunidad de hacerlo. Antes de que cumplieran 18 años las desvirgó a las dos en el mismo día y por ambos agujeros.

Para estar seguro y evitarse "inconvenientes" hizo a un médico ir en secreto a la finca, e hizo que esterilizara a las gemelas. Desde ese momento no dudó en utilizarlas sin reparo, de todas las formas posibles. Para el era un verdadero placer, y para ellas, era la mejor parte de sus vidas: preferían mil veces ser penetradas en el ano por su padre que recibir zapatazos en la cara.