Dos es mejor que una (2)

Historias de los abusos sexuales sufridos por las gemelas esclavas.

Dos es mejor que una (II)

La educación que recibieron las gemelas fue muy elemental, su vocabulario era realmente pequeño, lo que conocían del mundo más allá de las tierras de los Izarra era por voz de Ana, un mundo en el que no sobrevivirían por si solas, pues lo poco que aprendieron de la vida fue a la manera en que la señora Carlota quiso que lo aprendieran: las gemelas aceptaban de manera natural "no ser como los demás", sino que eran inferiores y que vivían para obedecerlos y para aceptar sus decisiones, no comprendían otra forma de vida.

La señora Carlota disfrutaba como ninguna otra persona haber esclavizado a las gemelas, sentía un placer sádico y enfermizo cada vez que castigaba y humillaba a las gemelitas, lo que había quedado de las relaciones infieles de su marido, se sentía poderosa al haber reducido a la nada a una mujer que osó acostarse con él, aún consciente de que pudo haber vuelto a pasar con otras mujeres, pero sin imaginarse que ahora su marido no sólo le era infiel, sino que el pecado era mayor aún, ahora se había vuelto incestuoso.

Detalles de la iniciación sexual de las gemelas con su padre

Como muchas otras tardes de invierno, la señora Carlota pasaba horas leyendo revistas, con una de sus esclavas. Pina estaba echada en el piso, de lado, con los pies de la señora sobre su cuerpo, y con sus pantuflas en las manos. Ana estuvo acompañando a la señora, y Vanesa se había ido de vacaciones a casa de sus tíos.

Mientras en la sala sólo se escuchaban los frívolos comentarios de la señora Carlota, en su habitación, el señor estaba gozando el cuerpo de Tina. Luego de besar sus pies, Tina debió desnudarse y acostarse boca abajo sobre sus piernas, como la hacía poner Ana para darle nalgadas.

El señor Izarra contempló la hermosa vista trasera de Tina, en tanto que acariciaba su espalda.

Separa un poco las piernas para que pueda verte bien Tina – le dijo.

Tina no respondió nada, sólo obedeció, y al instante tenía ambas manos del señor tocando sus nalgas. Con una mano agarró una nalga para abrirse camino y con el dedo índice de la otra recorrió desde su rajita hasta el arrugado huequito del culo, lo presionó varias veces, y volvió a bajar hasta su vulvita, hundiendo allí la puntita de su dedo, moviéndolo lentamente, impregnándolo de la humedad de Tina.

Tina gemía disimuladamente, y sentía sobre su vientre el miembro erecto del señor cada vez más excitado, que se metió el dedo de la otra mano en la boca, luego lo llevó hasta el ano de Tina y sin mucha delicadeza lo hundió unos tres centímetros, causándole un poquito de dolor y haciéndola soltar un débil grito.

Gabriel no hizo caso y metió todo el dedo por el estrecho camino y empezó a moverlo a los lados. Después de unos minutos ya el dedo entraba y salía casi sin dolor del huequito de Tina, que rápidamente tuvo un orgasmo que casi la hizo desmayar. Tina debió arrodillarse en el piso y meterse el tolete de su padre en la boca. Le dio placer hasta que reventó y llenó su boca de esperma.

El invierno mantenía casi todos los días, tanto a la señora Carlota como al señor Izarra en casa. La señora se hacía servir siempre por una de las dos gemelas, pero casi nunca por ambas, las alternaba, un día una, otro día la otra. El señor aprovechaba a la gemela que su esposa le dejaba, "Hoy es el día de Pina" o "No tengo a Tina desde hace dos días" se decía a si mismo dependiendo de la ocasión.

Tina y Pina no ocultaban el placer que sentían al estar "sirviendo" al señor, sentían como si fuera un día de tareas (cuando servían a la señora) y un día de premio (cuando estaban con su padre). El día de premio, la que le tocaba, se ganaba uno o dos orgasmos, y el "alimento del señor".

Una mañana, las gemelas estaban limpiando el tanque de agua de la casa, cuando llegó la señora:

¡Ustedes todavía en esto! Es que son brutas y lentas.

Las dos gemelas al escuchar la voz de la señora se arrodillaron, temblando ante sus palabras.

Vamos, entren a la casa que se van a quedar solas hasta que Ana y yo Volvamos.

Como había ocurrido en otras ocasiones, Ana encadenó a las gemelas a un par de vigas en la sala. No podrían comer ni ir al baño hasta que las soltaran. La señora no volvería hasta la tarde, pero a media mañana sonaron las puertas de la casa.

El señor Izarra no era hombre de muchas palabras, entró a la sala y sin decir nada soltó a las gemelas, que inmediatamente se arrodillaron y le agradecieron. Su inesperada llegada no fue casual, la señora Carlota le había informado de su salida así como la hora en que esperaba regresar; por primera vez tenía a las dos gemelas a su merced y mucho tiempo por delante.

Las dos esclavas siguieron al señor hasta su habitación y volvieron a arrodillarse mientras el se desnudó y se fue al baño a orinar. Cuando regresó les ordenó quitarse la blusa y acariciarse los senos hasta que observó los pezones ponerse duritos.

A una orden del señor Tina empezó a pajearlo con los senos mientras el acariciaba los senos de Pina. Al rato las cambió de posición hasta que casi se corre entre los senos de Pina.

Quítense la ropa que les queda – les ordenó – y pónganse como perritas, a cuatro patas.

El señor bajó a la cocina y cuando regresó vio los dos culitos al aire, bien alzados como a él le gustaba. Abrió una botella de aceite que traía y de manera muy ordinaria roció ambos traseros, luego se embadurnó las manos, llevo una a cada culito y los empezó a sobar y a meter los dedos por los agujeros. Había echado tanto aceite que llegó hasta las vulvitas y un poco cayó al piso. Un dedo entraba y salía de cada ano con absoluto sincronismo.

El ritmo aumentaba a medida que aumentaba la excitación del señor. Un par de dedos se unieron a los que viajaban por el caminito de las esclavas, que jadeaban un poco por el dolor. Cuando un tercer dedo se metió en cada culito, las dos gritaron al unísono. El señor paró y le dio unas cuantas nalgadas a cada una.

Tina, ponte boca arriba y abre las piernas

Al estar Tina en la posición, el señor se le lanzó encima y la comenzó a penetrar violentamente, como un animal, sin detenerse por los profundos quejidos de la muchacha. Pina no salía del asombro por lo que estaba pasando, los gritos y llantos de su hermana la torturaban, además esperando pasar ella por la misma situación.

Cuando ya Tina empezaba a sentir menos dolor y cierto placer, todas sus entrañas fueron bañadas de esperma. El señor sacó su miembro y de la rajita de Tina empezó a salir el caliente líquido mezclado con trazas de sangre y sus propios fluidos vaginales.

El señor Gabriel trituró con sus manos una cerecita que había traído temprano de la cocina y la introdujo en la rajita de Tina.

Tina, límpiame el palo con la boquita – y volteando a Pina le dijo – tú puedes comerte la cerecita que he puesto dentro de Tina.

En la boca de Tina, el falo del señor volvió a tomar tamaño. Espero a que Pina terminara de limpiar la cuquita de su hermana, y le ordenó ponerse como hace poco había estado ésta. La penetró de la misma manera, y en poco tiempo tuvo su segundo orgasmo dentro de Pina.

Otra cerecita fue destripada e introducida esta vez en la cuquita de Pina.

Ya saben que hacer – dijo el señor riendo.

Con un poco más de trabajo que su hermana, Pina hizo crecer nuevamente el miembro del señor, y Tina dejó limpiecita a Pina.

Como me han complacido, les voy a dar un premio, pónganse a cuatro patas.

Las gemelas inmediatamente se pusieron en posición y el señor introdujo un pulgar en cada ano y los retorció cuanto pudo.

Como Tina fue la primera en recibir mi regalote, va a ser la primera en recibir el premio también.

El señor sacó el dedo del culo de Tina y lentamente le clavó su enorme miembro. Tina no tuvo tiempo de gritar, lo único que hizo fue inhalar profundamente a medida que cada centímetro de carne la penetraba. Cuando el miembro empezaba a salir soltó un ligero quejido. Tras unos segundos con sólo la cabeza adentro, el pene volvió a entrar un poco más rápido ahora; lo volvió a sacar, espero unos segundos más y volvió a meterlo. Tina se apretaba los labios y cerró los ojos, cada vez el señor iba más rápido.

Cuando ya casi eyacula por tercera vez, el señor sacó su miembro y puso a Pina a lamer el dilatado culo de su hermana, mientras la penetraba a ella. El culo de Pina si recibió el tercer orgasmo del señor, que extenuado por la faena se echó en la cama.

A Tina le tocó, como era de esperarse, limpiar el culo de su hermana.

Chupa, hasta que te tomes la última gota – le dijo el señor mientras lo hacía.

Las gemelas se acostaron en el piso, mientras el señor durmió una siesta, tras la cual debieron bañarse, para luego volver a ser encadenadas en la sala. El señor se marchó, sin darles nada de comida más que las dos cerecitas.

Jugando a solas

Desde que empezaron a ser utilizadas sexualmente por el señor Izarra, Tina y Pina, que hasta ahora no habían descubierto la sexualidad empezaron a indagar por si solas, imitando lo que el señor les hacía, la forma en que las tocaba y las partes donde lo hacía.

Cada una lo hacía por su cuenta, cuando tenían la oportunidad. Antes de ser desvirgadas, nunca habían estado juntas con el señor, y nunca se habían comentado lo que sucedía cuando le servían. En la oscuridad de la noche, cada una en su colchoncito, tan discretas como fuera posible exploraban su cuerpo con las manos, sus senos, sus piernas, nalgas, jugaban con sus vulvitas.

Las horas que pasaron encadenadas después de ser penetradas por su padre, tuvieron la oportunidad de hablar sobre lo que él les hacía y les hacía hacer. Cada una pensaba que era sólo con ella, pero con un poco de desilusión se dieron cuenta que hacía exactamente lo mismo con ambas.

La señora Carlota y Ana llegaron a media tarde. Las gemelas estaban muertas de hambre, sedientas y cansadas. No habían aguantado las ganas, y ambas se habían orinado, mojando todas sus piernas, regando inclusive el piso.

¡Puercas! Miren como han ensuciado el piso – les dijo Ana al entrar a soltarlas.

Discúlpenos señorita Ana, no hemos aguantado – dijo Tina.

Cállate – continuó Ana –. Ahora limpiarán el piso con sus bocas de cochinas. Voy a buscar el látigo para castigarlas… Cuando regrese quiero que ya hayan terminado. ¿Entendieron perras?

Sí señorita Ana – respondieron al unísono.

Ana volvió muy rápido y no habían terminado aún, así que les empezó a pegar mientras ellas terminaban su vergonzoso trabajo, a cuatro patas.

Esa noche, ya cerca de la hora para dormir, las gemelas esperaban a Ana en la habitación, para que les diera sus respectivas listas. Ana tardó un poco porque estaba ordenando unos manteles que habían traído del pueblo.

Tina, ¿te gustaría que te diera besitos? – le dijo Pina a su hermana.

¿Besitos?... ¿En que parte?

No sé, en donde el señor te puso la cerecita… ¿Sí?

Sí...

Tina se acostó en el colchoncito y se levantó la falda. Pina se acercó y comenzó a darle besitos por sobre la ropa interior, pero al cabo de un momento se las bajó para continuar jugando con la lengua ahora. Tina instintivamente cerró los ojos y se llevó las manos a los senos.

Los otros

Ana entró a la habitación y se encontró con semejante imagen: Tina acostada, con el vestido levantado, las pantaletas abajo y Pina con la cabeza entre sus piernas, besando su vulvita.

¡¿Qué es lo que están haciendo perras?!

Pina en el acto levantó la cabeza y Tina cerró las piernas. Se quedaron mudas, no sabían que decir.

Son unas perras de verdad, ¿quién les ordenó que hicieran eso? ¡Ya van a ver!

Ana agarró un par de cadenas con las que suele atarlas y les ordenó que la siguieran. Fueron al patio, y Ana abrió una especie de depósito de trastos viejos en donde las tres entraron. El lugar era pequeño, y estaba lleno de tablas de madera, y herramientas dañadas. La poca luz que había venía de un bombillo que Ana había encendido desde afuera.

Las gemelas debieron quitarse toda la ropa. Ana después de encadenarlas a dos paredes opuestas, salió sin decir una palabra, trancó la puerta y apagó la luz. Las gemelas estaban atemorizadas, en medio de la oscuridad y el silencio de la noche, perturbado por el ruido de insectos y otros animales nocturnos de los que hay cantidades en el campo.

No pasó más de una hora, hasta que el bombillo se volvió a encender. Las gemelas sintieron como se habría la puerta y el ruido de pisadas que indicaban que alguien se acercaba. Pina fue la primera en voltear: Mauro y José, dos de los trabajadores de la finca eran quienes habían entrado.

Tina y Pina nunca tenían contacto con los peones, pues los cuartos de ellos quedaban hacia el final de las tierras, lejos de la casa, y además separados por una gran empalizada que diferenciaba el patio de la casa, de las tierras de trabajo. Pina se quedó en silencio, pero cuando Tina los vio pegó un grito de sorpresa.

Las dos quedaron más impresionadas con Mauro, era muy alto y corpulento, de piel negra. Nunca habían visto una persona de color. José en cambio era trigueño, con el cabello liso, no tan alto como Mauro, pero de contextura gruesa. Los hombres se quedaron parados hablando entre ellos, haciendo comentarios soeces que ellas no entendieron, lo que medianamente comprendieron fue cuando se sortearon cual de los dos se "cogería" a cual de las dos. Mauro se quedaría con Tina y José con Pina.

Mauro fue bastante rudo con Tina, la hizo dar vuelta y apretándola con sus fuertes manos en la cara la besó. Tina intentó cerrar la boca y Mauro le pegó una tremenda bofetada que la hizo estremecer. La insultó y manoseó todo su cuerpo, apretó con fuerza sus senos y haló los pezones hasta hacerla gritar. Los movimientos de Mauro eran rápidos y ansiosos, llenos de energía.

José era un poco menos rudo, pero igual empezó manoseando grotescamente el cuerpo de Pina, se concentró en el culo, bruscamente le metió un dedo en el ano, lo que arrancó un quejido a Pina, le amasó las nalgas y las castigo con sus manos hasta dejarlas calientes y adoloridas.

La tenue luz permitió a Tina ver cuando Mauro se soltó el pantalón y dejó al descubierto su descomunal aparato, en total erección. Agarrándola por los senos, Mauro la recostó contra la pared y sin ningún miramiento le metió todo el miembro en la cuquita. Tina empezó a llorar y gritar, por lo que Mauro le dio otra cachetada y le tapó la boca, mientras la violó salvajemente.

Antes de José penetrar a Pina, le metió dos dedos en la boca, que luego enterró por su vulva. El miembro de José era casi tan grande que el de Mauro, pero la penetración fue un poco más suave, aunque igualmente hizo a Pina llorar de dolor.

Mauro acabó rápido y con brusquedad metió sus dedos en la chorreante cuquita de Tina para luego obligarla a lamerlos. José tardó un poco más en correrse, pero no mucho. Se vistieron y salieron riéndose burlescamente de las gemelas, volvieron a trancar la puerta y apagaron la luz.

Pina y Tina pasaron un buen tiempo llorando, con sus cuerpos maltratados y sus vulvas adoloridas y goteando semen. No pudieron dormir en toda la noche. Temprano en la mañana fue Ana a buscarlas.

¿Cómo pasaron la noche perritas? – fue el saludo de Ana.

Buenos días señorita Ana – dijeron las gemelas al unísono.

Entre risas y comentarios vulgares sobre sus cuerpos, Ana las desencadenó y las dos se tendieron a sus pies y se pusieron a besarlos hasta que ella las apartó. Ana sabía que no la habían pasado bien. Por si fuera poco, las hizo arrodillar y con una rama de algún árbol, las azotó hasta casi sangrar, y les prohibió volver a hacer lo que las había encontrado haciendo.

A partir de ese día, Ana eventualmente escoge a una de las dos y las hace pasar la noche en ese lugar, recibiendo la visita de uno, dos y hasta más de los trabajadores del señor Izarra. La escogida, debe ser "agradable" con sus violadores, pues si no lo es, ellos le dicen a Ana, que entonces le da un severo castigo. Ana por supuesto recibe dinero por el préstamo de las gemelitas, y algunas veces ha estado presente en el lugar, para supervisar el uso que les dan.