Dos Errores
Una recién casada es sorprendida.
Era yo muy joven y estaba recién casada. Por eso cometí los dos errores que cambiaron mi vida.
Mi esposo era muy devoto y obedecía ciegamente a su "guía espiritual" Por esa razón nuestra vida sexual estaba limitada a la procreación y de ninguna manera al placer de la carne. No me lo dijo, pero conociéndolo supongo que si sentía algún placer, corría a decírselo a su confesor, para que lo ayudara a vencer la tentación. Por mi parte, me sentía frustrada y, sin decírselo por supuesto, masturbaba con frecuencia para aliviar mis ardores.
Teníamos ya siete meses de casados, cuando se nos presentó la oportunidad de adquirir una casa muy buena a muy buen precio, pero no teníamos suficiente dinero. Mi esposo pidió un día de permiso para hacer los trámites de préstamo hipotecario en un banco, pero no fue suficiente tiempo, así que me tocó ir a terminarlos. Sabíamos que no iba a ser fácil, pues nuestras finanzas estaban bastante estrechas, por lo cual debía hablar con el gerente general, un Sr. Torres, recién enviado a nuestro pueblo y que ya se había creado una mala fama de riguroso. Sin embargo sentíamos que podía convencerlo con buenos argumentos que teníamos a nuestro favor.
Esa mañana, mi esposo amaneció excitado y copulamos tan rápidamente que solo me dejó inquieta. Me bañé y tomé el camión al centro del pueblo, éstos tienen los asientos de madera, vivimos en tierra caliente y no son muy nuevos, por lo que la vibración que producen, contribuyó a incrementar mi desasosiego. Cuando llegué al banco estaba sofocada, tanto así que una de las secretarias me preguntó si quería refrescarme y me indicó el baño de la gerencia. Entré y me eché un poco de agua en la cara secándome con una toalla de papel, aproveche para orinar, pero la causa de mis acaloramientos continuaba y cometí mi primer error, empecé a masturbarme en un lugar prácticamente público.
De pronto se abrió la puerta y nada menos que el Sr. Torres se me quedó viendo sorprendido. El terror me paralizó, lo cual dio tiempo al Sr. Torres para contemplarme a sus anchas, mi vestido levantado, mis pantaletas en los tobillos y mi mano sobre mi concha. No sé cuanto tiempo transcurrió, probablemente solo unos segundos, pero me pareció una eternidad, reaccioné y sacando mi dedo de mi concha bajé mi falda y, mientras subía mis calzones el Sr. Torres, secamente, dijo: "La espero en mi oficina Sra. Pérez" Temblando y casi llorando, me arreglé la ropa y con paso inseguro me dirigí a mi destino.
Apenas entré empecé a balbucear: "Sr. Torres, y-yo " Él levantó la mano haciéndome callar "Señora, nada que me diga puede cambiar lo que atestigüé, es usted una cualquiera y como se imaginará su perfil como sujeto de crédito se ha pulverizado." Me eché a llorar inmediatamente, no solo por perder el crédito, sino por mi reputación, que quedaría peor que mi perfil crediticio en cuanto el Sr. Pérez le comentara a una sola persona lo que había visto. Además el mojigato de mi esposo seguramente que me repudiaría, con el beneplácito de los chismosos del pueblo.
"¡Por favor, Sr. Torres! ¿Qué puedo hacer para que cambie de opinión?"
"No voy a cambiar de opinión, debido a su comportamiento, pero si pudiera reconsiderar su crédito, depende de usted"
"¡Haré lo que sea!"
Supongo que eso era lo que esperaba oír el Sr. Torres, porque sonrió siniestramente. En ese momento me di cuenta de cómo había interpretado mi aseveración y de lo que significaba, él me dijo entonces: "Quiero ver nuevamente sus encantos Sra. Pérez"
Una bofetada me hubiera impactado menos y me hubiera ardido menos en la cara. Por alguna razón, lo que mas me molestó fue el: "Sra. Pérez" que me pareció sarcástico. Entonces cometí mi segundo error. Ahora me doy cuenta que debí salirme de ahí, yo lo podía acusar de propasarse conmigo, antes de que el Sr. Torres dijera algo. Siendo él fuereño y yo lugareña, no hay duda de que a mí me apoyaría la opinión pública. Desde luego que algunos dudarían, pero sería lo de menos. El caso es que, como no podía pensar claramente, me quedé ahí tratando de convencer al Sr. Torres, pero él mostró la misma inflexibilidad que utiliza en sus tratos bancarios.
Total accedí a sus deseos y levanté mi falda, lentamente hasta casi mi cintura, a continuación bajé mis pantaletas a los tobillos y empecé a masturbarme delante del maldito hombre. Tenía los ojos llenos de lágrimas mientras lo hacía, por eso no me fijé cuando el hombre se sacó la polla y empezó a masturbarse también, me di cuenta cuando se paró y se acercó a mí y tomándome la mano la colocó sobre su descomunal instrumento (El pene de mi esposo debe medir unos 15 o 16cm, éste debía tener unos 10cm mas). Al mismo tiempo tuve un sobresalto y una enorme excitación. "¡Chúpamela!" Ordenó, dudé unos segundos y él me tomó de la nuca y me acercó a su palpitante miembro. Sin cerrar los ojos, abrí la boca y por primera vez en mi vida conocí el sabor de la masculinidad. No me desagradó en lo absoluto. Supongo que ayudó el morbo, por que me cautivó lo que hacía, aunque desde luego no es algo agradable el sabor del pene. Total que cuando vine a ver le estaba dando una soberana mamada, con algunas indicaciones del Sr. Torres para subsanar mi inexperiencia, no me limité al pene, también los testículos recibieron su baño de saliva mientras los retenía dentro de mi boca. Le lamí la panza del pene desde la base del tronco hasta la punta, viniendo entonces a meterme el grueso casco y hasta unos 5cm de su longitud, un milímetro mas me provocaba arcadas, pero aún así lo empujé varias veces hasta ese punto. Estaba analizando si escupir o tragar cuando él terminara, cuando me detuvo. Tuve un estremecimiento, primero porque le estaba tomando gusto y luego porque había pensado que con la mamada se conformaría, pero en ese momento supe me haría suya y supe también que no opondría resistencia.
Para mí, el Sr. Torres era un hombre mayor, pero yo no había cumplido 21 años y él tenía 32, no era mal parecido y se conservaba en buena forma. Además era soltero y en el pueblo sospechaban que era maricón, porque no había utilizado los servicios de la dos únicas putas del lugar. Yo estaba a punto de averiguar si lo era o no. Sorpresivamente me pidió que compusiera mis ropas y mi maquillaje y él, subiéndose los pantalones se sentó detrás de su escritorio. Esperó a que repintara mis labios y me pasara el peine por pelo y llamó a su secretaria por el intercomunicador. Confieso que me sentí un poco desilusionada y seguramente se me notaba, pues en el momento que entraba su secretaria él me dijo: "No hemos terminado". Para la mujer podía referirse a la entrevista, pero yo sabía que representaba y extrañamente me reanimé.
La verdad es que estaba enormemente excitada e inconscientemente deseaba ser poseída. El Sr. Torres pidió unos documentos, ella se retiró unos segundos y regresó con algunos papeles y después le dijo a su jefe que si recordaba que le había pedido permiso para ausentarse, éste dijo haberlo olvidado, pero le otorgó el permiso, empezó a llenar los papeles y ella regresó a decir que ya salía. En cuanto cerró la puerta el Sr. Torres se paró y me indicó que hiciera lo mismo, se colocó detrás de mí y me dijo que me inclinara colocando mis manos sobre su escritorio, cuando lo hice me levantó la falda y me quitó las pantaletas, hizo que separara las piernas y sentí como frotaba su duro glande en mi rajada, cubriéndolo de mis fluidos, luego lo colocó a la entrada de mi concha y lo empujó. Tuve varias sorpresas, sentí como distendía las paredes de mi coño, pero penetró rápidamente sin molestarme, sin duda por lo lubricada que ya estaba, alcanzó dentro de mí profundidades que ignoraba tener y tuve un orgasmo muy rápidamente, aunque este se prolongó deliciosamente hasta que él llenó mis entrañas con su simiente. Permanecimos así unos minutos recuperando el resuello. Entonces se salió de mí y sentí que me empezaba a escurrir algo de líquido por los muslos. Él me entregó mi pantaletas y me ayudó a ponérmelas, sacó su pañuelo y limpió mis muslos y se lo guardó nuevamente, se incorporó y por primera vez nos besamos. Me colgué de su cuello como si se me fuera a escapar mientras él me acariciaba las nalgas por encima de la ropa. Tuve que volver a arreglar mi ropa y mi cara antes de salir de su oficina.
Nueve meses después tuvimos nuestro primer hijo, un varoncito que llenó de orgullo a mi esposo. La casa que compramos es dúplex y seis meses antes el Sr. Torres compró la casa adjunta. A pesar de nuestros esfuerzos y con la llegada del bebé, no nos alcanzaba para pagar las mensualidades, pero gracias al Sr. Torres mi marido consiguió otro trabajo, con lo que pudimos salir a flote. Tuvimos cinco hijos, dos nenas y tres varoncitos. La menor acaba de cumplir 30 años. Al Sr. Torres siempre le dije así, a pesar de que mi marido me decía que era ridículo, considerando que es nuestro vecino y nuestros hijos le dicen tío, pero siempre le dije que debía guardar distancias. Mi esposo falleció hace tres años y ahora mis hijos me dicen que le tire el anzuelo al Sr. Torres, para unir las dos casas. Quizá algún día les haga caso, pero por lo pronto, me conformo con saber que en el ropero de mi alcoba hay un pasadizo que solo dos personas conocemos. Por lo pronto en el pueblo, siguen murmurando que el Sr. Torres es maricón, porque nunca se casó ni se le conoce mujer.
Autor: Malacara