Dos desconocidos

Esta fue mi primera experiencia sin mi marido. El viejo y el joven me dieron lo que necesitaba en ese momento.

Mi marido se empeñó en que le acompañara en ese inesperado viaje de trabajo. Su única combinación posible era en tren. Preparé lo imprescindible y después de un día complicado, estaba deseando dormir durante la noche de viaje que nos esperaba. Una vez instalados en el vagón, y mientras mí marido cogía suavemente el sueño con el vaivén del tren, me dispuse a ir al W.C. situado al final de un estrecho y larguísimo pasillo. Antes de cerrar la puerta tras de mí, ya mi marido dormía plácidamente. No quise volver a entrar al percatarme que había salido sin bata y, aunque el camisón era minúsculo, me animé a recorrer el pasillo segura de que, a esas horas, todo estaba ya tranquilo y desierto. Así fue, pero al salir del W.C., un hombre, apoyado con su espalda en la ventanilla del pasillo, fumaba sin prisas, jugando con las bocanadas de humo. Intenté, de forma refleja, tirar de la escasa tela del camisón hacia abajo, pero me fijé que ese hombre tenía cierta edad y me inspiró más confianza que alguien más joven y descarado. Aunque se percibía, con cierta facilidad, toda mi anatomía por las transparencias de la vestimenta, me decidí a regresar a mi departamento, cansada y sin paciencia para esperar a que este viajero dejara el camino libre. Muy educadamente abandonó su pose relajada sobre la ventanilla para incorporarse, firmemente, intentando dejarme el mayor espacio posible para que pasara con un amable "buenas noches".

Un inesperado movimiento del tren, seguramente al cambiar de vía, precipitó sus manos sobre mí, quemándome con el cigarrillo en el hombro. Con una pequeña pero molesta quemadura, me insistió a acompañarle a su departamento en el vagón para aplacar la quemazón. Me transmitió tanta confianza por su amabilidad y por su profesión de sanitario, que accedí con la misma seguridad con la que me dirijo a la consulta del médico.

En la litera superior leía su compañero de viaje, apreciablemente, más joven que él, que saltó de la cama, al verme, únicamente con unos slips de los que no pude evitar inspeccionar el volumen que tan generosamente los rellenaban.

Explicado el incidente, los tres nos encontrábamos en el estrecho espacio del departamento, mientras buscaban lo necesario para desinfectar y aplicar una crema analgésica. El joven, sin mediar palabra, me bajó el tirante del camisón, fijando descaradamente la vista en lo que se apreciaba debajo. Se aproximó a mí de tal manera, que pude sentir palpitar su polla apretada contra mis piernas.

Al aplicarme la crema, dejó a la vista, prácticamente, mis pechos a la vez que le lanzaba una mirada cómplice a su compañero. Aplicada la crema sobre la quemadura, siguió extendiendo lo que había quedado entre sus dedos por mi pecho buscando los pezones que ya estaban totalmente erectos. Una corriente eléctrica se desplazó desde mis tetas a mi vagina que comenzó a palpitar sintiendo, al instante, como se iba humedeciendo. Sus manos ya habían dejado al descubierto mis tetas que masajeaba con insistencia.

Su compañero, situado detrás, empezaba a acariciarme el culo, mientras me besaba en el cuello.

Pensé en mi marido, un breve instante, pero era ya tal la excitación y el deseo de que me follasen que sólo me podía centrar en las palpitaciones de mi coño. Mientras el joven me chupaba las tetas, el viejo me giraba la cabeza para comerme la boca con una lengua cálida y excitante. Mi lengua se entrelazaba, generosa, con la de aquel hombre. El otro ya se deslizaba, despacio, hacia mi coño, apartando el tanga y encontrando un exuberante clítoris que pedía ser lamido, chupado, succionado, mordido,… Aparté mi lengua de la del viejo para recuperar la respiración y dejar escapar un intenso jadeo. Mi mano buscó la polla del viejo deseando, ansiosa, chupársela. Estaba caliente, con la punta húmeda y me pareció exquisita al tacto y de un tamaño más consistente del que yo estaba acostumbrada.

Me situé en la litera inferior, con las pernas abiertas, para que ese joven me siguiera comiendo de la forma que lo estaba haciendo que me volvía loca. El viejo se situó a la altura de mi boca con una polla dura y arqueada deseando que se la chupara. Cada embestida de mi garganta a esa caliente polla, se correspondía con una descarga en mi coño al sentir esa lengua penetrándome y succionándome el clítoris. Sin esperarlo, sentí mi coño totalmente lleno por una polla que me calmaba la quemazón que sentía por dentro. Ahogué un intenso grito de placer chupando con más insistencia la polla que el viejo me había metido en la boca.

La polla del joven embestía, con rapidez, mi coño mientras yo chupaba, con la misma insistencia, la verga del viejo, que me dirigía con un vaivén de su mano sobre mi nuca.

Iba a explotar en un orgasmo que intuía intenso y duradero como nunca, cuando en esa milésima antes la joven polla abandonó mi coño para introducirse en mi boca. El viejo se adueño de mi entrepierna que empezó a chupar como si de un hambriento se tratara. Sus lametazos me recorrían como una descarga que me aflojaban las piernas. El joven me rozaba la punta de su polla por toda la cara, comprobando, divertido, mi ansía por chupársela entera. De un golpe rápido me la introdujo, hasta el final, en mi boca, corriéndose, a continuación, por mi cara, cuello y tetas. El viejo, entonces, me giró y situándome de culo sobre la cama me folló, con fuerza, por todas partes mientras su compañero buscaba aún mi boca para que le limpiara bien la polla blanquecina.

Quería gritar de placer, me movía, locamente, para que me penetrara hasta que me reventara. Apretaba mis manos contra sus huevos para que la polla del viejo no se desplazara ni un milímetro fuera de mi coño. Mi culo se apretaba, con desesperación, en cada embestida que me daba el viejo. El placer me invadía hasta las piernas, explotando cuando sentí su leche que chorreaba desde mi coño hasta los muslos.

El joven me había dejado con la miel en los labios o más abajo y, cediéndole el lugar al viejo, éste me había llevado al éxtasis.

Estuve, boca abajo, sobre la cama unos minutos inmovilizada. Con total mimo me limpiaban su leche. Les oía, como a lo lejos, hablar entre ellos mientras yo disfrutaba de las suaves oleadas de placer que parpadeaban en mi coño.

Cuando me recuperé se presentaron: Juan y su hijo, el mayor, del que no recuerdo su nombre.

Volví a mi departamento en el vagón. Mi marido dormía y yo, a pesar de mi agotamiento, tardé en dormirme disfrutando, una y otra vez, de las escenas que acababa de vivir con dos desconocidos.

Esta fue mi primera experiencia sin mi marido que un tiempo después me llevaron a otras que ya contaré.

Me gustaría saber tu opinión y si tú hubieses estado en el tren como te habrías comportado conmigo. Isa037@hotmail.es