Dos de oros

Estoy convencido que esta historia no tendrá final

1.-

“No fueron tantos como piensas y, seguramente, fueron más de los que cuento”. Sus ojos se pusieron como dos de oro ante mi respuesta y su boca se abrió en el común gesto de sorpresa.

No fue una reacción pensada, pero no lo dudé y me lancé a sus labios. ¡Estaba tan hermoso!

Cuando terminé de besarlo quedó en las nubes, contando antiguos serafines.

“Discúlpame”, le dije, “no me aguanté”.

Me miró con sus ojos transparentes de un intenso verde marino; la profundidad de esa mirada me pudo más que cualquier palabra.

Cuando bajó de Úbeda solo atinó a decir “no sabía que tú también…”

“Tonto”, dije, “me tienes desde que me pegué a vos”.

Me tomó las manos y fue besando, una por una, las yemas de mis dedos; mis huellas quedaron marcadas en sus labios.

“¿Me lames con tu cuerpo o con el alma?” pregunté

“Con ambos, somos uno”. Fue la réplica concisa.

A partir de ese momento sentí en mi interior que me estaba enamorando por primera vez.

“¿Hasta dónde te gusta estar conmigo?”, preguntó.

“De acá al cielo y hasta lo más profundo” fue mi contestación automática.

Su dedo en mis labios en señal de silencio me hizo sentir otro. “Mañana me dices”, y fue nuestra despedida.

2.-

Al día siguiente lo vi y, como una flecha, me lancé a hablarlo.

Seco, como una piedra milenaria me miró desconociéndome, “esta tarde, a las 19, en mi casa, no antes”.

No supe cómo interpretar su actitud, pero, a las 19, como un solo culo estuve presionando el timbre.

Nadie contestó, aunque el chirrido del portal me abrió el paso.

Al llegar a su piso, la puerta estaba abierta y él, hermosamente flaco y temible como una lezna, me esperaba.

“Terrible es tu tridente” . La frase de Rilke sonó en mi memoria y, por primera vez, comprendí su espeso significado.

Tomándome de un brazo me hizo cruzar a su terreno y, cerrada la puerta, me abrazó por detrás haciéndome notar su paquete. Mis nalgas se derritieron agradecidas del contacto.

Había ternura y sed en ese abrazo. El joven se había transformado en un hombre capaz de contenerme entre sus brazos con la fuerza de un gigante. Quedé preso y, en esos segundos, quise salir con mi imaginación a otras escenas, y no pude volar. Quedé en su espacio.

Selló mi boca con la suya, llenándome de baba. En dos segundos más estaba desvestido y arrodillado sobre el sofá, mientras él me comía el culo. Fue el primero en saborear mi flor.

Manejando su lengua como varita mágica, la introdujo en mi esfínter haciéndome sentir lo que nunca antes; después, abriendo al máximo mis nalgas, mordió mi ano; enmantecó mi hoyo y, de dos golpes de cadera, su brasa se abrió camino agrandándome el ojete.

Su voz repitiéndome “aflójate” era tan hipnótica como su verga al penetrarme. “Tienes un rico culo. Me gustas. Me encanta como mueves el ojete”, decía.

Y me sentí inmensamente mujer, tan mujer como las doncellas violadas por centauros.

Tal vez ellas, como yo, al ser poseídas milímetro a milímetro, lloraban con sabor a placer.

Su invasión me doblegaba, despertaba mi ira, pero su verga me agradaba cada vez más, volteando mis sentimientos hacia el opuesto.

Las lágrimas eran de dolor y de placer porque se metía en mi interior haciéndome suyo y salía haciéndome sentir necesitado.

Lloraba diciendo “me duele”.

“Eres mío, me gusta tu culo”, decía, hablándome mientras mi trasero cedía.

“Ya te llegué al fondo; mis pendejos quedarán grabados en tus nalgas como sello de identidad; nunca podrás desconocer que te abrí de una vez y para siempre”, decía y mi culo consentía.

“Ahora vas a ser feliz, relájate”, lo hice con mis últimas fuerzas, cayendo más entre sus brazos que, desde el principio, me contenían; “abierto” exclamó en un estruendo mientras yo me dije “por vos”.

Su verga comenzó a latir y me llegó hasta el estómago como un volcán lanzándome su lava en sucesivas contracciones que me llevaron al limbo al arrancarme el orgasmo anal que estalló en mis entrañas y se extendió por todo el cuerpo.

Su estaca quedó alojada en mi recto mientras perdía consistencia y su ser, agotado por la copiosa eyaculación, se desplomó en mi lomo haciéndome sentir todo lo suyo que él quiera, mientras su boca llenaba de besos displicentes mis hombros, la nuca, los labios.

“Tienes el culo bien caliente, me gusta”, decía y yo respondía “tu verga es grande y encantadora”.

Me sentía una ardiente anaconda bailando con su flauta encantada en mis adentros.

Creo que me amó por haber soportado su poronga, tan imprevisible como él.

A veces, él cree que lo amo por abnegada obediencia.

Estoy convencido de que esta historia de vida no tiene fin mientras él necesite un vaso de agua y yo esté allí para brindárselo.