Dos curiosas en las dunas.

Dos jovencitas se adentran en unas dunas en la playa y descubren a un exhibicionista masturbándose.

DOS CURIOSAS EN LAS DUNAS.

A veces la curiosidad es buena pues te lleva a aprender cosas nuevas y desconocidas. Otras, sin embargo, puede conducirte a situaciones inesperadas. Esto último fue lo que les ocurrió a Margarita y a Cecilia, dos jóvenes amigas, un día que decidieron ir a una playa de la provincia de Huelva. Cansadas de estudiar para los exámenes de final de curso de la Universidad, optaron por hacer un breve paréntesis y aquel domingo de finales de mayo se dirigieron a la playa para descansar y tomar el sol.

Las dos chicas tenían 20 años y eran compañeras de clase. Se habían conocido en la Facultad, cuando comenzaron sus estudios dos años antes. Desde entonces se habían vuelto inseparables. Margarita era más tímida y reservada, mientras que Cecilia era todo lo contrario, extrovertida y jovial. Tal vez por ese contraste habían congeniado tan bien.

Llegaron a la playa a media mañana. Hacía un día espléndido, sin una sola nube que rompiese el azul del cielo. La playa no estaba muy concurrida al no ser todavía temporada alta, pero sí había ya algunas personas tomando el sol y disfrutando del agua marina. Las dos amigas eligieron el sitio donde colocar sus toallas y, una vez extendidas estas, comenzaron a quitarse la ropa. Margarita, de cabello negro y lacio, lucía un bikini azul eléctrico. Cecilia, por su parte, de pelo castaño recogido en una cola, llevaba uno verde oliva. La braguita del bikini era algo más escueta que la de Margarita y no tapaba del todo sus glúteos. Sin llegar a ser un tanga, sí dejaba ver algunos centímetros del trasero de la joven.

La primeras horas en la playa transcurrieron con absoluta normalidad, entre ratos al sol y otros disfrutando de relajantes baños en el mar. Después de comer unos sándwiches y fruta que habían traído de casa, Margarita se dispuso a tumbarse sobre la toalla para descansar un rato. Pero Cecilia le propuso caminar durante unos minutos por la arena de la playa.

  • Anda, ¿me vas a dejar que vaya sola?- le insistió tras una primera negativa.

Finalmente logró convencer a Margarita para que la acompañase en el paseo. Para no ir cargando con sus bolsas de playa, decidieron acercarse a una señora que se había situado a escasos metros de ellas y le preguntaron si podría vigilar sus pertenencias mientras iban a caminar.

  • Sin ningún problema. Estaré aquí todavía un par de horas. Así que podéis ir tranquilas- respondió amablemente la señora.

Margarita y Cecilia comenzaron entonces a andar por la arena. La afluencia de bañistas había aumentado con el paso del tiempo. En animada charla fueron recorriendo metro a metro toda la extensión de aquella playa onubense. Conforme avanzaban el número de personas disminuía y el paisaje se tornaba más virgen. Después de casi treinta minutos de caminata, margarita le propuso a su amiga regresar. Las dos jóvenes se iban a dar la vuelta para emprender el regreso, cuando Cecilia le preguntó a Margarita:

  • ¿Has visto las dunas que se ven allí al fondo?

  • Sí, las veo. Se ven preciosas- respondió Margarita.

  • ¿Te parece que nos acerquemos a contemplarlas? Te prometo que después ya nos volvemos- comentó Cecilia.

  • Está bien, vamos para allá.

Las dunas se encontraban a escasos doscientos metros de las estudiantes. Ambas no tardaron mucho en llegar. Aquella zona estaba totalmente desierta: era un parte de la playa virgen, con arena fina y dorada. Las dunas sobresalían entre arbustos y árboles, aunque algunos eran tan frondosos que ocultaban la visión de varias de ellas.

  • ¡Este sitio es espectacular!- exclamó Margarita.

  • ¿Nos adentramos un poco en las dunas?- preguntó Cecilia.

  • No creo que vayamos a ver más de lo que estamos contemplando aquí, pero bueno, entremos.

Lentamente las dos jóvenes fueron introduciéndose en la zona de dunas pisando descalzas la suave arena ligeramente recalentada por los rayos del sol.

De repente algo sorprendió a Margarita:

  • ¡Mira esto!- le ordenó a su amiga.

Cecilia vio inmediatamente aquello a lo que se refería su compañera de estudios: un preservativo usado. Y no era el único. Apenas unos metros más adelante vieron un par de ellos más, sucios y con alguna mosca revoloteando sobre ellos.

  • Me parece que hay quienes usan este lugar para follar al aire libre, ocultos entre las dunas- comentó Cecilia.

A Margarita le invadió entonces su habitual pudor y vergüenza y le pidió a su amiga marcharse de allí.

  • Espera, espera. No te asustes por unos simples condones- fue la réplica de esta.

  • Tú puedes hacer lo que quieras pero yo no me adentro más. No quiero tener que ir esquivando preservativos- dijo Margarita.

Cuando ya había recorrido varios metros de regreso, Cecilia la llamó vehementemente con el brazo. La cara de asombro de la chica le hizo ver a Margarita que algo sorprendente tenía que haber visto su amiga. Después de pensárselo un poco, Margarita volvió sus pasos hacia las dunas y llegó de nuevo a la altura de Cecilia. Esta le hizo un gesto de silencio llevándose un dedo a los labios.

-¡ Mira, mira esto!- le susurró Cecilia

Apartó con cuidado las ramas de unos arbustos que había allí y lo que Margarita vio hizo que su rostro se llenara de asombro: un hombre de unos 35 años estaba tumbado en la arena completamente desnudo, con una camiseta roja, un bañador negro y unas chanclas a escasos metros de él. Con la mano derecha se estaba agitando lentamente la polla, reflejando en su rostro, cubierto de barba de varios días, una sensación de enorme placer.

Margarita palideció por la impresión. Trató de tirar del brazo de su amiga para que se fueran de allí, pero esta le indicó que esperase. Un segundo intento de la joven tampoco obtuvo resultado. Entonces le murmuró a Cecilia:

-¡Vámonos, por favor, antes de que nos descubra.

  • Espera, no va a descubrirnos, tranquila.

  • ¿Qué te pasa? ¿Estás loca? ¿Te vas a quedar ahí viendo a ese tipo cómo se pajea?- preguntó una angustiada Margarita.

  • ¿Tú has visto la polla que tiene? No va a pasar nada por que miremos un poco y gocemos con la vista. Relájate y disfruta tú también.

Margarita seguía nerviosa. Por una parte quería irse de aquel lugar, pero por otra no deseaba dejar allí solo a su amiga. Echó entonces un vistazo al desconocido y dirigió la mirada a la verga completamente tiesa y empalmada de este. Vio cómo con la mano el hombre la recorría una y otra vez desplazando la piel hacia arriba y hacia abajo.

Fue en ese momento cuando la intención de Margarita empezó a cambiar: las prisas por irse de aquel lugar desaparecieron ante lo que estaba contemplando. Observó a su amiga, que con la mirada clavada en el pene del individuo no se perdía detalle de lo que allí ocurría. Margarita miró la cara de deseo de Cecilia y cómo ni siquiera pestañeaba.

Margarita volvió a contemplar al desconocido : el hombre estaba con las piernas separadas, lo que le permitía verle la raja del culo semiabierta. Y ese continuo e incesante manoseo a su pene, esa forma de tan sensual de agitarlo…. Los testículos velludos se bamboleaban al compás del ritmo que marcaba la mano del hombre. La joven notaba cómo su propio corazón se aceleraba. Sentía calor en todo su cuerpo y se estaba excitando.

El ardor que empezaba a recorrer su cuerpo parecía detenerse y concentrarse en sus pezones y en su sexo. Cuando volvió a mirar a Cecilia, comprobó cómo esta se estaba tocando sus medianos pechos por encima del sujetador del bikini, mientras observaba los trabajos manuales del desconocido. Pronto vio cómo los pezones de su amiga se marcaban irremediablemente en el sujetador, duros y gruesos, como queriendo romper la prenda para buscar una salida. El calor interno de Margarita iba en aumento. Necesitaba hacer algo para aplacarlo o para aumentarlo y explotar de placer. Decidió que había llegado el momento de imitar a su amiga: con su mano derecha empezó a masajear y a manosear sus tetas sin quitarse la parte de arriba del bikini y sintiendo en la cumbre de sus senos el progresivo aumento del placer.

Pero un pequeño apoyo en falso con el pie sobre una rama punzante hizo que de su boca se escapara un fugaz grito de dolor. Cecilia la miró sorprendida y le susurró:

  • ¿Qué haces? ¿Estás loca? ¡Ahora sí que se va a dar cuenta ese tipo!

No les dio tiempo a mucho más. En efecto, el hombre había oído el grito de la chica, dejó de masturbarse y miró hacia el lugar en el que se encontraban ambas.

  • ¡Mierda, nos ha pillado! ¡Vámonos, rápido!- exclamó Margarita.

Pero no tuvieron tiempo de reacción. Cuando apenas habían dado unos pasos, oyeron una voz masculina.

  • ¡Un momento! ¡Quietas! ¿Qué diablos estabais haciendo ahí?

Las dos jóvenes se giraron entonces casi a la vez. A un par de metros tenían al desconocido totalmente desnudo y con su polla tiesa apuntando hacia delante. Ninguna de las dos chicas, pese al nerviosismo por la situación, pudo evitar echar una mirada al miembro del hombre. Este se dio cuenta de que ambas habían dirigido la vista a su verga y dijo:

  • ¿Es que me estabais observando a escondidas?

Sabía perfectamente que las dos amigas habían estado dedicándose a eso, pero quería arrancar la confesión de las jóvenes, oírlo de sus labios.

Margarita agachó la mirada, avergonzada por haber sido descubierta. Sin embargo Cecilia parecía algo más entera, aunque todavía guardaba silencio.

El desconocido se acercó entonces aun más y se situó justo delante de Cecilia. Estaba tan cerca de ella que la punta de su polla casi rozaba el vientre de la chica.

  • ¿Me vas a decir de una vez qué estabas haciendo?- le espetó el hombre con voz seria y amenazante.

Cecilia reconoció en voz baja:

  • Te estaba espiando. Veía cómo te masturbabas. Miraba tu polla. ¿Estás satisfecho?

  • Ummmm…interesante. De manera que contemplabas cómo me tocaba- dijo el desconocido retomando momentáneamente y de forma suave la masturbación.

Cecilia casi podía percibir el olor a líquido preseminal que salía del glande de aquel tipo. En uno de los movimientos del hombre la joven notó una ligera humedad sobre su piel: unas pequeñas gotas de líquido habían salido disparadas y habían salpicado sobre el estómago de la estudiante. Al sentir esa húmeda sensación, la chica se estremeció. Pese a haber sido pillada y al susto por ello, todavía seguía excitada y esas gotas no hicieron más que aumentar su ardor.

El individuo se acercó entonces a Margarita. Se colocó delante de ella y poniéndole la mano en la barbilla, le elevó el rostro para que lo mirara a la cara. Pese a una breve resistencia inicial, la chica terminó por mirar a los ojos al hombre.

  • Tu amiguita ya ha confesado. Ahora te toca a ti. Dime qué hacías detrás de esas ramas.

  • Yo…yo…- balbuceó Margarita.

  • ¡No me hagas perder el tiempo! ¿No querrás que me enfríe en esto que estoy haciendo, verdad?- exclamó el hombre refiriéndose a la paja que se estaba haciendo.

  • No quería mirar, solo deseaba irme de aquí pero mi amiga me convenció para que me quedase.

  • ¡Muy bien! Así que también me estabas observando. ¿Te ha gustado lo que has visto y lo que estás viendo?

La joven se mantuvo en silencio.

  • ¿Es que no me has escuchado? Te he hecho una pregunta y quiero una respuesta- dijo aquel individuo enfureciéndose.

La joven volvió a agachar la cabeza y dejó salir de su boca un débil “sí”.

  • Eso era lo que quería oír. De modo que tenemos aquí a dos jovencitas “voyeur”. Y ahora, ¿qué hago con vosotras? ¿Os dejo ir sin más?

¿O tal vez os apetece seguir mirando? Me la impresión de que tú te mueres de ganas por continuar contemplando el espectáculo. ¿Estoy en lo cierto?- le preguntó a Cecilia.

La joven, ante lo que parecía una invitación a seguir observando semejante polla siendo agitada, asintió en silencio con la cabeza.

  • ¡Lo sabía! Se te ve en el rostro la expresión de deseo- exclamó el hombre.

  • ¿Y tú? ¿Te vas a unir a la fiesta o te vas a marchar?- le preguntó a Margarita acercándose tanto a ella que el glande rozó suavemente el vientre de la chica. En cuanto notó ese húmedo contacto, a la joven se le encendió un chispazo en su interior, una llama que hizo que comenzara a perder la vergüenza.

  • Creo que… me quedaré- indicó la estudiante.

  • Excelente decisión. Os quedáis las dos. ¡Vamos! Entremos dentro donde estaba yo antes- les señaló el tipo a las dos chicas.

Se giró dándoles la espalda a las amigas. Estas recorrieron con su mirada la espalda y los glúteos desnudos del individuo. La redondez, dureza y firmeza de estos cautivaron a las jóvenes y las llevaron a seguir ya de forma más decidida y convencida los pasos del hombre.

Una vez ocultos los tres entre las dunas y los ramajes de los arbustos, el individuo agarró de nuevo su pene con la mano derecha y mirando a las chicas les dijo:

  • No creo que sea justo que yo esté desnudo y tocándome y vosotras con vuestros encantos bien tapados. Tendré que establecer algunas reglas de juego antes de que siga. A ver, tú, ¿cómo te llamas?- preguntó a Cecilia.

La chica le dijo su nombre y a continuación la pregunta fue dirigida a Margarita, quien también respondió.

  • Si queréis seguir mirándome, me tendréis que ofrecer algo a cambio. Creo que es lo más justo. Si no, fin del juego y del espectáculo. ¿Vais a colaborar?

  • Sí- respondió lacónicamente Cecilia.

Margarita, en cambio, se quedó callada. Intuía por dónde iban las intenciones del individuo. Estaba excitada, sí, pero pensaba que aquel tipo las dejaría mirar sin más y que para él el placer sería exhibirse delante de ellas hasta correrse. Deseaba seguir mirando y contemplando ese duro y venoso miembro pero acceder a las posibles malévolas intenciones del desconocido era otra cosa.

  • ¿Acaso pensabas que podrías contemplar mi polla sin pagar un precio a cambio?- le preguntó el hombre a la chica.

  • Vamos, Margarita, relájate y disfruta. No va a suceder nada. Solo tú y yo sabremos esto- trató de convencerla Cecilia.

  • Exacto. Haz caso a tu amiga y relájate. Déjate llevar por tus instintos. Sé que estás excitada. Lo noto. Detecto eso inmediatamente en una mujer. Imita a tu amiga. Ella será la primera en comenzar a desnudarse- comentó el exhibicionista.

Sin dejar de usar su mano para recorrer con ella una y otra vez su verga, le ordenó a Cecilia que se desprendiese de la parte superior del bikini. El desconocido mostraba tal seguridad, tal convicción en sus palabras que la joven le hizo caso inmediatamente. Su calentura iba a más y estaba ya dispuesta a hacer cualquier cosa. Sentía ansiedad, unas ganas enormes por esa polla, cuya humedad en la punta hacía que brillase bajo los rayos del sol.

Cecilia llevó sus manos a la espalda, se desabrochó el cierre del sujetador y fue bajándolo con parsimonia. La piel blanca de los senos iba quedando al descubierto centímetro a centímetro ante la atenta mirada del pajillero y de Margarita. En cuanto apareció el inicio de las marrones y oscuras aureolas, el hombre resopló complacido por lo que estaba viendo. Cuando la chica dejó caer al fin el sujetador sobre la arena, sus dos tetas quedaron por completo al descubierto, sin poder ya ocultar ya la dureza reinante en los pezones.

  • Bonitas, muy bonitas- dijo el individuo sin cansarse de mirar con deseo los pechos de la estudiante.

Entonces se acercó un poco más a Cecilia. Ella esperaba intrigada la siguiente orden o acción del hombre, que no tardó en llevar sus manos a los senos desnudos e indefensos de la chica. Cecilia no hizo absolutamente nada por evitar que el tipo le tocara las tetas. Las grandes manos del hombre rozaron primero sus senos para después comenzar a masajearlos.

  • Deliciosos: redondos, firmes, bien puestos. Y mira los pezones, mira cómo se te endurecen más con cada roce de mi mano- dijo el desconocido.

Cecilia no solo tenía las manos de aquel tipo trabajando sobre sus tetas: el pene húmedo del hombre estaba pegado a su vientre. Sentía sobre la piel el frescor de la mojada punta del pene.

Pero el pajillero no se iba a conformar, por supuesto, con lo que estaba haciendo. Dejó a Cecilia por unos instantes y se aproximó a Margarita.

  • Es tu turno, preciosa. O te empiezas a desnudar o se te acabó el espectáculo. Tú decides. No tendré mucha paciencia.

Cecilia se acercó a a su compañera de estudios y le susurró al oído:

  • Déjame que yo te ayude. Tranquila. Verás que será fácil.

Acto seguido comenzó a bajarle las tirantas del sujetador y después se lo desabrochó de atrás. Una vez abierto, lo mantuvo unos segundos colocado sobre los pechos de su amiga. La miró buscando un gesto de aprobación que llegó cuando Margarita asintió con la cabeza. Lentamente Cecilia le retiró el sostén a su amiga hasta dejar al aire las tetas de la joven estudiante.

El individuo asistía encantado a toda aquella “ceremonia” entre ambas chicas. Se fijó de inmediato en los pechos de Margarita: le parecieron aun más grandes que los de Cecilia y los pezones eran incluso más oscuros aun que los de esta última.

  • ¡Vaya lo que escondías ahí debajo!- exclamó el exhibicionista.

Fue entonces cuando repitió con Margarita el mismo ritual que con Cecilia y le manoseó a su gusto y antojo las tetas. Con la yema de los dedos empezó a rozar los endurecidos pezones de la chica, a presionarlos como si fueran botones. Luego los friccionó, tiró de ellos con suavidad hacia delante provocando leves suspiros en la joven.

  • ¿Te gusta que te sobe las tetas, verdad? Te estás poniendo muy excitada, más de lo que ya lo estabas. ¿Te has fijado en tus pezones? Los tienes totalmente salidos y tiesos. Y esas grietitas que se te ven..ummmm. Dan ganas de chuparlos.

Margarita sentía en esos momentos una avalancha de sensaciones, todo era pura calentura: el manoseo del desconocido, las palabras directas y provocativas, su amiga Cecilia contemplándolo todo y semidesnuda….Comenzó a notar cómo la braguita del bikini se le empezaba a mojar. Comenzaba a tener la necesidad de que algo, lo que fuera, una mano, el pene hinchado.., tocase y penetrase su coño. Pero una nueva frase la apartó momentáneamente de sus imaginaciones.

  • ¡Cógele las tetas a tu amiga y juega con ellas!- le ordenó a Margarita el individuo.

Tras unos segundos de duda, de asimilar aquella petición, la joven dirigió sus manos hacia los pechos de su compañera, entró en contacto con ellos y comenzó a apretarlos suavemente. Cecilia no opuso ninguna resistencia y se dejaba hacer.

  • ¡Eso es, muy bien! ¡Míralas, qué dos putitas! ¿Os gusta, verdad?- dijo el hombre.

Al cabo de unos instantes pidió que invirtieran los papeles, pasando Cecilia a darle placer a Margarita con el tocamiento de los senos.

  • Así…perfecto, aprieta más. ¡Enséñale a tu tímida amiguita a sentir placer!- exclamó el individuo!

Mientras Cecilia se ocupaba de los pechos de Margarita, el desconocido se situó detrás de esta última, se puso en cuclillas y sin previo aviso agarró la braguita del bikini de la joven y se la bajó de golpe hasta los tobillos. Margarita se quedó completamente desnuda y, sorprendida, reaccionó instintivamente tratando de taparse con una mano su sexo y con la otra el culo.

  • Deja de taparte. A mí no me engañas. ¡Si estás deseando que te folle ese culazo y ese coño que tienes!- gritó el hombre.

Cecilia ni se inmutó ante lo sucedido y siguió acariciando las tetas de Margarita, quien tan solo estuvo unos segundos más intentando ocultar sus vergüenzas. Enseguida se dio por vencida y retiró la mano que tapaba parcialmente la raja de su culo y después hizo lo mismo con la que protegía su vagina. A continuación levantó un poco los pies del suelo y se deshizo de la braga.

  • ¿Lo ves? ¿Tenía razón, verdad? Estás ardiendo, deseosa de que te follen. Las “mosquitas muertas” como tú resultan ser luego las más ardientes- resaltó el pajillero antes de poner sus manos sobre los glúteos de la chica. Los comenzó a masajear recorriéndolos constantemente con sus manos. Las tenía bien abiertas tratando de abarcar con cada una de ellas los cachetes del trasero de la joven. Cuando el hombre pasó uno de sus dedos por la raja del culo de abajo a arriba, Margarita dio un pequeño respingo y suspiró. Sospechaba que en breve ese mismo dedo entraría en su ano y se lo follaría. No se equivocó: unos instantes después sintió cómo la punta del dedo entraba con parsimonia en su orificio anal y hurgaba dentro como intentando explorar lo que allí había. Margarita se mordió el labio inferior de su boca de puro placer y apretó aun más con los dientes al notar ya todo el dedo alojado en su ano.

  • Si quieres que te folle ya el culo, tienes que quitarle la parte de abajo del bikini a tu amiga- fue la siguiente orden del pajillero.

Margarita miró a su compañera casi suplicante, buscando su aprobación para así poder empezar a sentir el placer de ser follada analmente.

Por supuesto que Cecilia no se opuso lo más mínimo: con una sonrisa cómplice le dejó vía libre para que terminase de desnudarla allí mismo entre las dunas.

Cuando Margarita inclinó un poco su cuerpo para quitarle la prenda y su culo quedó ligeramente en pompa, notó más todavía los efectos del dedo metido dentro. El sexo de Cecilia quedó al descubierto tras el tirón de Margarita. Era un coño con una fina capa de vello púbico, perfectamente cuidada, sobre la húmeda rajita.

  • Lo has hecho perfecto. Ahora quiero que huelas por la entrepierna la braguita de tu amiga- le ordenó el desconocido a Margarita.

Esta obedeció: buscó la zona de la entrepierna, la acercó a su nariz y aspiró con intensidad, sintiendo el fuerte aroma que los flujos del coño de su compañera habían dejado sobre la prenda.

  • ¿Huele bien, verdad? ¿No te apetece chupar la braguita por donde está mojada? ¿No quieres limpiarla con tu lengua, lamerla y probar ese sabor?- preguntó a modo de orden el individuo.

Margarita abrió la boca, sacó la lengua y comenzó a lamer con ganas la zona clave de la prenda. Mientras lo hacía, sintió cómo el dedo empezaba a entrar y a salir, a deslizarse dentro de su culo. Nunca antes la habían penetrado por el ano, para ella esa sensación era completamente nueva. Notaba un poco de dolor pero era totalmente eclipsado por el placer que ese tipo le estaba proporcionando.

Cecilia se llevó la mano a su coño y comenzó a acariciarlo. Restregaba la palma de la mano sobre la vagina, rozando los labios, la rajita mojada, tocando ya con la yema del dedo el clítoris.

  • Tu amiga ya no ha aguantado más y se está masturbando. ¡Mira cómo se toca sin haberle tenido que decir nada!- le indicó el hombre a Margarita.

El individuo aceleró los movimientos de su dedo y lo apretaba con más ahínco en el culito de la joven, cuyos gemidos iban en aumento.

-¿Te gusta que te folle el culo, verdad? Lo tienes ardiendo por dentro- le espetó el desconocido mientras imprimía un ritmo aun mayor.

  • ¡Arrggghhh, ummmmm…sí, ahhhh, más, sigue más!- gritaba la chica.

  • Ahora quieres más, ¿eh? ¡Pídemelo, suplícamelo!- le ordenó.

  • ¡Por favor, sigue, no pares, te lo suplico!- pidió la chica a la vez que Cecilia se metía uno de sus dedos en el coño contemplando la escena de su amiga.

El hombre atendió la solicitud de Margarita y continuó penetrándola por el ano con fuerza. Estuvo así un par de minutos más hasta que, en medio de los suspiros de la estudiante, detuvo bruscamente el movimiento del dedo.

  • ¡Túmbate ahí sobre esa toalla!- le ordenó el desconocido esta vez a Cecilia.

La joven dejó de masturbarse, se acercó a la toalla que había extendida sobre la arena y se tumbó boca arriba.

  • Muy bien. Ahora quiero que tú le chupes el coño a tu amiguita, pero hazlo inclinándote desde la cabeza de ella hacia delante para que yo pueda follarle el culo.

La joven se colocó en la postura solicitada por el pajillero, se inclinó y metió su cara en la entrepierna de su amiga. Empezó a restregar su boca, sus labios por el sexo de Cecilia. Con la lengua le lamía una y otra vez la vagina, chupándosela de arriba a abajo.

En ese momento el hombre se colocó delante de Cecilia, se arrodilló y le abrió un poco las piernas a la chica. Mojó con saliva los dedos, los restregó por el ano de la joven a modo de lubricante y acto seguido comenzó a meterle la polla por el culo a Cecilia.

Conforme el miembro entraba por el orificio, Cecilia notaba cómo era desvirgada analmente, al igual que le había ocurrido a su amiga. La nueva sensación de sentir un pene duro e hinchado dentro de su culito le encantó. Cuando el hombre enterró por completo su verga dentro, la mantuvo quieta unos segundos antes de comenzar a bombear.

Margarita continuaba saboreando el cada vez más húmedo sexo de su compañera y con sus manos le separó un poco los labios vaginales para chuparle el clítoris.

  • ¡Ohhh…síííííí…! ¡Qué placer…ahhhhh!- era lo único que acertaba a decir Cecilia en pleno éxtasis de placer.

El individuo embestía sin pausa, deslizando su polla con vehemencia por el interior del culo de la joven. El tipo notaba su glande rozando cada milímetro del ano y también comenzaba a sentir sus testículos duros. Estos se movían al compás de cada impulso que las caderas daban para potenciar la fuerza d el penetración. Tras varias enérgicas embestidas más sacó su polla y ordenó a las jóvenes:

  • Ahora me vais a chupar la polla. Primero lo hará una de vosotras, luego la otra y así hasta que os diga que paréis.

El hombre se levantó y se puso de pie. Toda su verga empalmada apuntaba hacia delante. Margarita dejó de trabajar con su boca sobre el sexo de su amiga y se acercó al tipo. Hincó las rodillas sobre la arena, engulló la tiesa verga que tenía delante y empezó a hacerle una felación. Cecilia se incorporó y observaba cómo el miembro del hombre se marcaba en las mejillas de su amiga. Cecilia se arrodilló también, junto a Margarita, puso su mano izquierda en el bajo vientre del pajillero y cuando su compañera, ya casi asfixiada, dejó escapar el pene hinchado, se apoderó de él y empezó a mamarlo.

  • ¡Ummm, muy bien! ¡Así se chupa una polla! ¿Estabais hambrienta de pene, verdad? ¡Seguid, deseo que me la continuéis chupando!- exclamó el desconocido.

Las dos chicas se iban turnando: mientras Cecilia era ahora la que saboreaba en su boca el gordo falo del desconocido, Margarita masajeaba con sus manos los testículos apretándolos como si fueran una esponja. Luego intercambiaban los papeles.

El exhibicionista tenía los ojos cerrados, la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y emitía suspiros y gemidos cada vez más intensos.

En uno de los turnos de Margarita la chica apretó más que nunca con sus labios e incrementó la fuerza de la mamada, lo que provocó que el hombre gritase varias veces de placer.

  • ¡Ahhh…Como sigas así vas a hacer que me corra! ¡Arrggghhh…Espera…Quiero follaros el coño, no hagas que me corra aún!- exclamó.

Margarita acató la orden y, tras darle una última chupadita a aquella majestuosa polla, la dejó escapar de su boca. La verga estaba empapada de la saliva de la chica y las gotas caían siendo absorbidas por la arena.

  • Os vais a poner las dos a cuatro patas porque os voy a follar por detrás hasta que me corra- apuntó con rotundidad el individuo.

Ellas obedecieron: Cecilia fue la primera en adoptar la postura exigida, situándose con el coño bien abierto. Su amiga la siguió inmediatamente, dejando su sexo hambriento de polla expuesto a la embestida del individuo. Fue precisamente Margarita la que recibió las primeras acometidas de la verga. Aquel hombre se la metió sin ningún tipo de miramientos, entera, con energía hasta el fondo, con un golpe seco. La chica gimió de dolor al sentirse completamente penetrada por ese trozo de carne grueso. El desconocido agarró de la cintura a la joven y comenzó a bombear una y otra vez, deslizando su miembro en el interior de aquel coño palpitante.

Cecilia había girado la cabeza para contemplar cómo se follaban a su amiga y ardía en deseos de recibir ese pene dentro. El hombre pareció leerle la mente porque no tardó en dejar por unos instantes el sexo de Margarita para dedicarle atención al de Cecilia. Repitió la misma acción que antes: con dureza le hundió todo el miembro a la joven hasta dejarlo bien enterrado dentro. Embistió vehementemente una, dos , tres…hasta ocho veces entre los alaridos de Cecilia. La universitaria aguantaba a duras penas las acometidas del individuo. Siguió unos instantes más provocando que el momento del orgasmo de Cecilia se aproximase. Con crueldad, cuando la joven ya había anunciado a gritos que estaba a punto de correrse, le sacó la polla y volvió a follar el coño de Margarita con un ímpetu descomunal.

La chica sentía todo ese miembro rozándola totalmente en su interior, los golpes del glande, el calor de esa polla…

El desconocido estaba ya a punto de eyacular pero quería repartir su leche entre las dos jovencitas. Metió los dedos de su mano derecha en el coño de Cecilia y los de la izquierda en el de Margarita. Empujando una y otra vez hacia dentro y hacia fuera provocó que ambas llegaran al orgasmo casi al unísono. Extrajo de la vagina de las estudiantes los dedos empapados de flujo y les pidió a las chicas que se dieran la vuelta y se arrodillaran ante él. Así lo hicieron y se situaron a escasos centímetros del miembro del desconocido. Este lo agarró con la mano derecha y empezó a masturbarse. A ambas les llegaba el intenso y ácido olor que salía de la polla. En cada sacudida que el hombre le daba salían despedidas gotitas de líquido preseminal que se estrellaban sobre los rostros de las amigas. Se machacó la polla duramente un par de veces más hasta que exclamó:

  • ¡Arggghhhh….ya viene, no aguanto más! ¡Me voy a correr! ¡Me corrooooooooooooooo!

Orientó su pene hacia las tetas de Margarita que recibieron el primer impacto brusco del chorro de semen caliente. Con suficiente habilidad movió un poco la verga para que el segundo de los disparos llegara de lleno a los pechos de Cecilia. Un tercer y cuarto chorro cayeron, descontrolados, sobre los cuerpos desnudos de las jóvenes.

Después de terminar de correrse, extendió con sus manos el semen por las tetas de las estudiantes, dejando los senos completamente embadurnados del espeso y blancuzco líquido. Les hizo una señal a las chicas de que ya podían levantarse y ellas lo hicieron. Antes de que ambas comenzaran a vestirse para abandonar las dunas, el individuo se limpió los restos de esperma que caían colgando de la punta de su polla con las braguitas del bikini de las dos mujeres. Dejó sobre las prendas, sobre el forrito que entra directamente en contacto con la vagina, las últimas gotas de su leche.

Luego les arrojó a cada una su respectiva braga y les dijo:

  • Ahora ya sí os podéis vestir. Bueno, semivestir, porque me voy a quedar con vuestros sujetadores. Digamos que será mi pequeño trofeo por la follada que os he dado. Por curiosas vais a regresar al sitio de la playa del que hayáis venido con las tetas al aire y apestando a mi leche.

Resignada, Margarita se puso la parte inferior del bikini. Cecilia, todavía con la prenda en la mano, se colocó en cuclillas y, sin poder aguantar más, orinó largamente ante la mirada de su amiga y del desconocido. Después, con el coño aún húmedo por el orín, se puso la braguita. Sin mediar ninguna palabra más, las dos jóvenes abandonaron la zona de dunas y emprendieron el camino de regreso a sus toallas.