Dos compañeros muy guarretes
Carlos y yo recibimos en casa a Ramón, todo un macho que supo entender cómo nos gusta el sexo cerdo.
Desde hace unos meses comparto piso con Carlos, un chaval al que conocí en una fiesta privada organizada en un Club de Sexo. Tiene de 28 años, mide 1.82 kg, unos 75 kg de peso, moreno, con pelo corto y ojos marrones; desde un principio nos dimos cuenta que a los dos nos gustaban las mismas cosas en el sexo; ambos tenemos aspecto de machos, nada de pluma, pero a su vez nos gustan otros tíos bien machotes, nada de jovencitos, ni cachas, ni tampoco de ejecutivos blandengues, más bien todo lo contrario, tíos tipo obrero, de aspecto natural pero con marcado aspecto varonil; y también descubrimos que a los dos nos gusta el sexo fuerte, en grupo, y bastante guarrete, cuanto más mejor. Yo me llamo Pedro, tengo 32 años, 175, de complexión fuerte, completamente rapado y ojos verdes.
Nuestra coincidencia en los gustos hace que muchas veces salgamos "de caza" juntos, y si uno de nosotros sale sólo y pilla a un buen macho, lo comparte con el otro, si es que el tío quiere, claro.
El fin de semana pasado, el viernes, Carlos recibió la llamada de un tío al que había conocido unos días antes haciendo cruissing en un Polígono Industrial; al parecer el tipo tenía ganas de darse una buena juerga con los dos, ya que Carlos le había contado que compartíamos casa y a veces "más cosas". Aunque no pensábamos salir (la idea era quedarnos los dos solos en casa) y era un poquillo tarde Carlos, le invitó a venir a casa, y mientras llegaba, me puso en antecedentes; el tío tendría como unos 35 tacos y al parecer trabajaba como repartidor el en Polígono en el que lo había conocido; tenía ese aspecto que macho que a los dos tanto nos gustaba, no muy alto, con algo de tripa cervecera y pinta de lavarse poquillo, barba de varios días y según me dijo Carlos, con un nabo bastante considerable.
A eso de las 11 de la noche se presentó Ramón (así se llamaba) y me impresionó su pinta: traía unos vaqueros muy usados y bastante sucios, una camiseta de una marca de cerveza una talla más pequeña que la que le correspondía y unas zapatillas con bastante mierdecilla encima; y la sensación de que se había tomado unas cuantas birras antes de llegar, ya que el aliento le olía.
Al principio Ramón parecía un poco cortado, sin saber muy bien qué iba a pasar. Carlos se fue a la cocina a por unas bebidas y al llegar se sentó junto a él en el sofá (yo estaba al lado en un sillón) y sin más preámbulos le ofreció una cerveza y comenzó a sobarle las piernas, diciéndole "ya verás cómo te lo vamos a hacer pasar; Pedro y yo tenemos para satisfacerte a ti y a otros cuantos como tú a la vez". Yo de inmediato me puse "burrísimo" y, de rodillas en el suelo, me agaché para lamerle las zapatillas, cosa que a Ramón pareció gustarle. Con los dientes le desabroché los cordones y después de quitárselas llegó hasta mi nariz ese olor a pies sudados que me encanta, así es que seguí mordiendo sus calcetines, para quitárselos con la boca; estaban bastante sucios, como los pies que enseguida empecé a lamerle una vez quitados los calcetos, y que tenían mierda acumulada entre los dedos; Carlos, que ya había percibido el olor, no quería quedarse atrás ni perderse nada y también se vino al suelo para lamerle los pies; Ramón comenzaba a retorcerse de gusto y a tocarse el paquete viendo como dos machos estaban a sus pies y a su servicio completo dejándole muy claro que él era el machote que iba a mandar en aquella fiestecita.
Mientras dejaba a Carlos disfrutar de los pies sudados de Ramón yo empecé a subir por sus patorras de macho, sobándole por encima del pantalón, hasta que llegué a la bragueta; la abrí y apareció ante mí un calzoncillo que en otro momento habría sido blanco, pero que ahora tenía manchas amarillas y olía a meados, a leche, a sudor vamos, que olía de puta madre; comencé a mordisquearlo, notando cómo el pollón de Ramón crecía por momentos, saliéndosele la punta del capullo por la parte de arriba; y la verdad es que al probarlo, sabía aún mejor que los gayumbos, y conservaba ese mismo olor a macho caliente. Entre Carlos y yo conseguimos quitarle los vaqueros para ver el glorioso espectáculo de sus piernas, fuertes, duras y peludas; Ramón se puso de pie, con otra birra en la mano, y mientras Carlos le lamía la polla por encima de los calzoncillos yo empecé a lamerle los huevos, y luego entre las piernas hasta llegar a la raja del culo, que comencé a olisquear, todo por encima de los gayumbos, que presentaban un buen manchurrón marrón que me puso aún más caliente. Cuando le quitamos los calzoncillos entre los dos Carlos se quedó con ellos y empezó a lamerlos, sobre todo esa mancha marrón que antes había visto, y las gomillas de abajo, que acumulaban un colorcillo y un olor también estupendo; mientras que yo me empleaba a fondo entre las bolas sudorosas del machote que teníamos entre las manos, para pasar luego a su ojete, que aparecía sucio y con un sabor increíble, comiéndole los restos que había repegados a los pelos. Ramón, para entonces, ya había perdido todo "corte" y estaba lanzado nos comentó "vaya dos buenos cerdos que tengo a mi disposición; veremos a ver hasta donde sabéis llegar". "Con un espécimen de tío como tú, no sabes hasta donde", le contesté yo.
Mientras yo volvía a sus huevos, Ramón se tiró un pedo que hizo que tanto Carlos como yo gimiéramos del gustazo que nos daba; era todo un espectáculo verle ahí de pie, con nosotros arrodillados, uno por delante y otro por detrás, sin pantalones, sólo con su camiseta medio guarra y tomándose una cerveza; al ver cómo Carlos le miraba desde el suelo, Ramón le lanzó un lapo en la cara y le dijo, "a ver, tráeme otra cerveza bien fría, que quiero ponerme a tono para vosotros" y mientras se sentaba en el sofá, se dirigió diciéndome "y tu, cerdo, ven a comerme el nabo mientras espero esa birra". Por supuesto que así lo hice, acomodando mi cabeza entre sus patorras, bien abiertas en el sofá. Cuando Carlos llegó, le cogió la lata y dijo "ahora comeros el palote entre los dos".
En efecto, los dos a su servicio empezamos a comernos su nabazo, de unos 17 cm y muy gordo, gordísimo; con la mamada el rabo iba perdiendo el sabor a meados que antes me había gustado tanto, pero empezó a soltar un liquidillo preseminal riquísimo; Carlos y yo nos peleábamos por metérnosla en la boca, hasta el fondo; otras veces los dos a la vez le pasábamos la lengua de arriba debajo de su polla o le lamíamos el capullo como si fuese un helado; Ramón se retorcía de gusto y nos animaba a seguir ("seguid, par de guarros, que os voy a poner bien de leche"), y así, cambiando la polla de boca en boca seguimos hasta que llegó un tremendo corridón de Ramón; el primer chorro de semen me lo tragué yo y luego me la saqué de la boca, para que Carlos disfrutara también, cayendo un chorro aún mayor en la cara de los dos; y desde luego no pensábamos desperdiciar ese líquido tan caliente y espeso, así es que empezamos a lamernos la cara el uno al otro, buscando la leche que a cada uno le había caído encima, sin dejar ni gota.
Ramón nos miraba sonriendo desde el sofá, mirando cómo nos peleábamos por su leche, con su cerveza en la mano, y nos dijo "tranquilos, que acabamos de empezar; en dos minutos vuelvo a estar listo". Se puso de pie y preguntó donde estaba el water; Carlos le acompañó y yo me tumbé en el sillón completamente extasiado y empalmado.
Pasaron unos minutos y como veía que tardaban me acerqué a ver que pasaba, pensando que Ramón lo mismo estaba vomitando tanta birra que había tomado. Sin embargo, nada más lejos de la realidad; cuando llegué al baño la puerta estaba entreabierta y ví cómo Ramón estaba sentado en la taza, gimiendo, Carlos delante de él, Carlos, como un perro, de rodillas y agarrado a su cintura, comiéndole el nabo mientras cagaba. Al entrar Ramón me dijo "¿has visto que buen anfitrión es Carlos?, no deja que mi polla se aburra ni mientras cago". En ese momento se levantó de la taza y mirándome dijo, "anda ven ayuda a tu amigo con lo que os voy a dar"; yo me agaché al lado de Carlos y en ese momento Ramón, que la tenía morcillona, empezó a pegarnos una meada increíble, soltando toda la cerveza que se había estado tomando, haciendo oscilar el chorro de mi cara a la de Carlos, de su boca a la mía, una meada que duró un siglo y que nos puso a mi amigo y a mí como si nos hubiésemos dado una ducha.
Una vez hubo terminado, se dio la vuelta y preguntó "a ver, ¿Quién me limpia?"; Carlos se avalanzó sobre él y comenzó a lamerle el ojete, aún con los restos de la cagada que acababa de echar, mientras yo miraba con envidia, mojado de meado, desde el suelo. Ramón se dio cuenta de que Carlos no había dejado nada para mí y me dijo "no te preocupes, que también vas a tener tu ración". En ese momento levantó a Carlos, le dobló la espalda y empezó a escupirle en el ojete, masajeándoselo con la saliva, y sin más trámite, se la metió de golpe, empezando a embestirlo como un salvaje; a los dos o tres minutos de tenerlo así, y a mi babeando viendo semejante espectáculo, se la sacó y me dijo "ahora límpiamela tú de la mierda que tu amigo tenía en el culo". ¡Joder, menudo gustazo!!! ¡cómo sabía ese nabo!!!. Mientras yo le dejaba la polla limpia de los restos de Carlos éste, tumbado en el suelo me la chupaba con ganas mientras s pajeaba. Así seguimos hasta que Ramón volvió a correrse, esta vez sólo en mi cara, y yo me vacié en la boca de Carlos, que a su vez se corrió sobre su propio cuerpo; luego yo me agaché a comerme la leche que había sobre el cuerpo de Carlos y éste la que había Ramón había echado sobre mi cara.
Agotados nos fuimos al salón; Ramón se tumbó en el sofá y Carlos y yo en la alfombra, a sus pies.
Cuando se despertó nos dijo que si verdaderamente habíamos disfrutado de esa velada, al día siguiente podíamos quedar de nuevo, y él se traería a un par de amigos que nos iban a hacer disfrutar y hacernos sentir como verdaderos cerdos. Esa historia os la contaré otro día.