Dos chicas insatisfechas

"Tenés una deliciosa fruta aquí escondida... ". "Sí, puedo sentir cómo te gusta. Vos también estás deleitándome con la tuya, amor", murmuró mi amiga.

Dos chicas insatisfechas

por Clarke.

"Tenés una deliciosa fruta aquí escondida... ". "Sí, puedo sentir cómo te gusta. Vos también estás deleitándome con la tuya, amor", murmuró mi amiga.

L idia ha sido desde siempre mi mejor amiga, con frecuencia suelo refugiarme en ella como paño de lágrimas. Tiene casi mi edad -nací exactamente 23 días después que ella-, está casada con un morocho impresionante, que creo que trabaja demasiado, y comparte mi misma frustración erótica. Una de esas mañanas, después de bebernos nuestro té de hierbas, nos pusimos a hablar precisamente del tema. De la insatisfacción que dominaba nuestras vidas maritales. Mi pareja trabaja hasta tarde y siempre antes de llegar de regreso a casa, se demora deteniéndose en bares a tomar copas con sus amigos, aquellos que ha conservado desde su soltería y que apenas entraron en nuestra intimidad. Sólo en nuestras primeras citas pude conocer un poco su círculo íntimo. La visión de aquellos machos alegres y cachondos fue lo que -ahora que lo pienso, extrañamente- más me impulsó a profundizar nuestra relación. Ahora, cuando él por fin cae en mi cama está casi siempre algo mareado por el alcohol, aunque a veces acierta a hacerme el amor. ¡Pero parece un chiste!

Cansada de acariciarme para aliviar mis deseos le comenté mis pesares a Lidia. --¿Por qué no te buscás un amante? --me dijo. Yo me encogí de hombros. --Esa no es la respuesta, al menos yo no lo creo. Me asustan todas las complicaciones que se me presentarían. Y lo que menos me interesa a estas alturas es terminar dominada por algún tipo con ínfulas de Casanova. --Yo no estaba hablando de otro hombre. --Lo dijo con un tono totalmente natural. No supe qué responderle inmediatamente, aunque me sentí curiosa. Mi amiga estaba revelándome un costado de su personalidad que yo había intuido pero que nunca antes habíamos abordado. Me sonreí un poco, recordando aquellas veces en que me había ratoneado pensando en ella y aventando la idea como algo descabellado. Hablamos de la belleza del cuerpo femenino y entonces Lidia se transformó ante mis ojos en una bomba erótica. Sentí que me mojaba entre las piernas. Reconoció haber experimentado un poco alguna vez: durante la adolescencia había vivido una aventura con una compañera. Y pasados los años, Lidia había mantenido el contacto: me contó que no muy frecuentemente, esta chica la llamaba y acudía a verla, y por supuesto su marido no sospechaba nada. --¿Es el secreto lo que tanto te excita? --le pregunté. Lidia me extendió una mano temblorosa por sobre la mesa. No me respondió. En cambio preguntó si nunca había sentido algo sexual por ella. Y no pude mentirle a su mirada hambrienta.

La tomé de la mano y apreté suavemente. Sonreí y me mordí el labio inferior, bajé la vista incapaz de ocultar mi excitación. Lidia me condujo a su dormitorio y allí nos desvestimos. Ella se quitó sus ajustados jeans y se quedó con su bikini rosa. Giró risueña sobre si misma y después lentamente completó el movimiento quitándose también esta última prenda y tomándome una mano la acercó hacia sus genitales. Yo ya había podido ver que brillaban perfectos con la humedad de sus jugos. Me quedé tan azorada por el contacto con su entrepierna que apenas pude hablar o moverme. Las cosas estaban ocurriendo mucho más rápido de lo que mi mente podía procesar. Me quitó mis ropas y cuando tocó mi intimidad, exclamó: --¡Ya estás mojada, creo que has encontrado lo que realmente necesitabas! ¡Yo hace tanto tiempo que soñaba con que esto sucediera! Lidia me hizo estirar en la cama. Luego se me unió acercando su rostro a mi entrepierna y ofreciéndome la suya, a centímetros de mi boca ansiosa. Colocó su concha y su trasero sobre mi cara y se agachó para lanzarme su respiración ardiente, soltando bocanadas de aire tibio sobre mis genitales. Me besó aquellos labios tan suavemente, tan tiernamente, que inauguró nuevas sensaciones para mí. Su lengua comenzó a hurgar deliciosamente en mi interior. Al mismo tiempo me embriagaba con el aroma de su sexo, al alcance casi de mi boca. Yo separé sus labios palpitantes y pude ver el líquido que resbalaba desde su canal. Su concha manaba juguitos profusamente; metí mi lengua y probé el sabor. Me resultó tan delicioso como había soñado. Mientras Lidia me devoraba con su boca y su lengua, empujaba su cola contra mi cara, señalándome la clase de acciones que esperaba de mi parte. Usando dos dedos le acaricié el clítoris, que fue creciendo hasta parecerse a una pequeña frutilla. --Tenés una deliciosa fruta aquí escondida. . . --Sí, puedo sentir cómo te gusta. Vos también estás deleitándome con la tuya, amor. --murmuró mi amiga. Con mi lengua completé la caricia, pasándola por su ano y a los pocos segundos la tuve gimiendo y chupando con desesperación mi vagina. Ella lamía y hasta mordisqueaba mi clítoris hasta hacérmelo arder, sentí que llegaba mi orgasmo. Lidia succionó mis jugos y me dio tiempo para volver a concentrarme en su hendidura e intentar así llevarla al clímax. Cuando acabaron nuestros movimientos frenéticos y quedamos exhaustas, inmóviles, Lidia me miró por sobre mis piernas y me dijo: --¿Querés que lo hagamos de nuevo? Le respondí con la boca, pero sin decir palabra: volviendo a besar tiernamente los labios de su concha, su delicada y deliciosa intimidad, y succionando un poco más de sus jugos. ¡Siento que nunca voy a quedar satisfecha y eso me hace tan feliz!