Dos chicas atrevidas

No solo gozamos juntas, tambien con invitados.

Carolina quería premiar a Adrianita, porque todavía estaba gozando los placeres que la hermosa niña le proporcionó la noche en que se devoro su apetitoso y suculento ano. Después de que la bella morena Colombo-Mexicana le comunicara a su rubita Argentina que tenía ansias de una buena y rica verga, la lesbiana sumisa se marchó a una discoteca, donde se cogió un atlético moreno, cuyo paquete parecía explotar en sus ajustados jeans, y se lo llevó con artimañas a la casa de la sexual chica de ébano. Aunque el negro estaba loco por las curvas de Adriana, no renunció ni mucho menos a cabalgar con su descomunal aparato a la bella dueña de la casa. Fue una noche en la que la anfitriona utilizó todas las posturas imaginables para recibir en su interior la fenomenal tranca de Pedro, al que le chupó repetidas veces semejante polla, bebiendo sus enorme corrida e incluso terminó por follárselo por el culo con su consolador de correas, cuando el suyo propio ya no resistía tanta actividad sexual.

A semejante festín, Carolina quería responder con sus mejores artes lésbicas, ya que Adrianita se había limitado a masturbarse toda la noche en la habitación de al lado, excitada por los gemidos que oía de su reina, e imaginándose como aquel negro se la follaba una y otra vez. Caro agudizó sus cinco sentidos e incluso recurrió al sexto para imaginar como podría recompensar a su zorrita viciosa. Por fin, dio con la solución. Ordenó a Adriana que se vistiera de la forma más provocativa, porque iba a salir a cenar con un galán. En principio, la niña, a la que no le gustan mucho los hombres desde que conocio a Carolina, frunció el ceño, pero se marchó cabizbaja a arreglarse, ya que pasarían a recogerla a las ocho. Mientras se duchaba, se volvió a masturbar pensando en la bella Caro y confiando en que si aquello se trataba de un premio, quizás terminaría convirtiéndose en un trío, cuando el Adonis la volviera a traer a casa. Con esa esperanza, se vistió, con medias de cristal y un liguero de encaje. Se puso unas braguitas de seda, de un blanco brillante y optó por no sujetar con nada sus pronunciados pechos. Por encima se puso un traje de noche, azul oscuro, muy escotado y entubado en sus caderas, justo hasta encima de sus rodillas. Llevaba un rato mirándose al espejo, tras maquillarse cuidadosamente, cuando oyó el timbre de la puerta, así que se calzó unos zapatos de alto tacón y corrió a abrir. En cuanto se colaron en el recibidor las últimas luces de la tarde, su corazón dio un vuelco: el hombre era ..... Carolina.

Delante de la entrada de la casa, reconoció a su hembra colombo mexicana, con su cabello engominado y peinado hacia atrás, donde se recogía en una coleta. Vestía un elegante traje de paño, con chaqueta amplia de color claro y un pantalón oscuro que remataba en unos masculinos zapatos de piel. Por debajo llevaba camisa y corbata roja, aunque sus pechos parecían encorsetados, todavía podía adivinarse un bulto que podría confundirse con los potentes músculos de un levantador de pesas. Si los hombres, no le gustaban a Adri, aquel podría hacerle cambiar de idea. Carolina forzó una voz lo más ronca que pudo y sacó de su espalda un ramo de rosas: "Hola, princesa, cuélgate de mi brazo que vamos a cenar". Adriana besó sus carnosos labios y le agradeció el detalle: "Gracias, estás guapísimo, amor".

Subieron al automóvil. Caro se quitó la chaqueta para conducir mejor y ya en el primer semáforo, movió la mano desde el cambio de marchas para acariciar el terso muslo izquierdo de Adriana y levantar un poco el vestido. Notó su calentura y vio la mirada excitada y sonriente de su putita particular, esa muñequita que esa noche era sólo suya. Llegaron a un restaurante de lujo, donde un empleado tomó las llaves del auto y les flanqueó hasta su mesa, decorada con un gusto exquisito. Se sentaron frente a frente, Caro pidió para las dos, de nuevo con voz masculina, eligiendo en un menú que estaba escrito en francés. Adrianita no podía dejar de pensar en lo mismo. Era el hombre más bello que había visto, quizás el único que podría alterar su temperatura corporal. Entre risas y charlas transcurrió la cena, hasta que poco antes de los postres, sintió un pie descalzo, sólo cubierto por un calcetín de suave nylon que se adentraba entre sus piernas, bajo su falda. Miró a Caro, un tanto preocupada, como preguntándole que hacía. Ésta acercó la cabeza hacia delante. Peinada hacia atrás, realmente parecía un chico, y todavía sonriendo pronunció de nuevo con palabras roncas: "¿Sabes, mi putita? Creo que te follaría aquí mismo, me estás poniendo duro el miembro y no sé si podré contenerme".

"Por favor, Caro, mi vida, nos van a ver. No te pases", apuntó Adrianita temblorosa. La única respuesta que obtuvo fue el insidioso pie que ya rozaba las braguitas de la niña, moviendo los deditos como si se tratara de los de la mano, masajeando deliciosamente su húmeda vulva por encima del panty . La sonrisa de Caro era lasciva, con los codos bien apoyados en la mesa y presionando con la punta de su extremidad inferior, hasta que arrancó el primer gemido de Adriana, oculto tras una servilleta de lino que cubría su cara. Acababa de reprimir un profundo suspiro, cuando el camarero llegó con dos copas de helado, dedicándole a la pareja una sonrisa cómplice. Fue sólo entonces, cuando Caro retiró el pie de las braguitas ya mojadas y ambas comenzaron a degustar el postre, que en las últimas cucharadas dejó un rastro de vainilla en la boca de la morena: "Preciosa, necesito tu ropa interior". Adri entornó los ojos: "¿Queeeé?". Su acompañante se mostraba segura, apabullante: "Necesito tu tanga para limpiarme la boca, mi vida". La pequeña obedeció a regañadientes y levantó un poco el culito para bajarse las bragas con disimulo. Hizo una pequeña bola con ellas y se las entregó a su dueña bajo la mesa.

Carolina se las llevó a la nariz y las aspiró profundamente. Olían a hembra en celo y eso la ponía a mil, paso su lengua por la mojada prenda y después se limpió el helado de los labios y las guardó con cuidado en el bolsillo de su chaqueta. Pidió la cuenta, pagó y ayudó a su mujer a levantarse, aprovechando la ocasión para sobarle el culo que sabía desnudo por debajo del vestido. Una pareja observaba sonriente desde una mesa contigua y ambas salieron con el brazo de la masculina Caro, abrazando el hombro de su pequeña presa. Tras darle una propina al portero, se subieron al vehículo y se marcharon con destino a una discoteca: "Amor, hoy tengo ganas de bailar contigo".

Sin lugar a dudas, Adriana y su macho eran la atracción de la pista de baile. Carolina posaba sus manos en el suculento culo de la niña y meneaba sus caderas hasta rozar su entrepierna. Adriana se dejaba hacer e incluso jugaría que sentía algo duro golpeando ligeramente por encima del vestido cuando Caro acercaba su pelvis. Muchos la miraban con envidia, sobre todo cuando acercó la boca a la de Adriana y le clavó la lengua casi hasta la garganta. Después de un rápido giro la cogió de la mano y se la llevó a una esquina de la sala, hacia donde miraban varios morbosos, ávidos de sensaciones que creían estaban a punto de obtener. "Te deseo, no puedo esperar más, putita", escuchaba la presa casi entregada, antes de contestar: "Vamos a casa, allí podrás hacer lo que quieras conmigo, mi dueña". Pero Carolina insistió: "Y aquí también, porque no aguanto más, quiero cogerte ya". El rincón era oscuro y Adri estaba aprisionada contra la pared, con su dueña prácticamente encima de ella. Ahora podía sentir la entrepierna dura de Caro, que debía llevar su consolador de cintura, mientras su lengua urgaba toda ella dentro de la boca de su amante. Pronto sujetó la cara de la niña y la obligó a arrodillarse frente a ella, casi hipnotizada bajó la cremallera del pantalón y el bulto apareció rodeado por un calzón de algodón, por cuya abertura central extrajo la ansiada verga de látex, color piel y con venas.

Caro la tomó de la cabeza hasta obligarla a tragárselo y movió cadenciosamente las caderas muy lentamente. Agarraba con fuerza su cabellera y poco a poco la movía adelante y atrás, obligando a la niña a realizar una exotica mamada, cuando una joven se acercó y se dirigió a Adrianita: "Chupa, putita, que con un macho como este yo me derretiría". La diosa de ébano soltó una carcajada y dio dos golpes de pelvis que casi ahogan a su Adriana al meterse el pene entero en la boca. Después se sentó en un taburete cercano y colocó a Adriana encima, montándola de espaldas. Ya eran varios los chicos y chicas que miraban atentos la escena, pese a que la luz era escasa. Con las manos en la cintura de su hembra, Carolina comenzó a hacerla saltar sobre sus muslos, mientras la excitada niña se chupaba un dedo para reprimir los gemidos. Así siguieron durante varios minutos, hasta que poco antes de correrse, la misma chica volvió a acercarse, besándola frenéticamente: "Que bien te lo montas, putica, ¿Me dejas a este hombrazo un poquito?". La rubia estalló entonces en un orgasmo demoledor, cayéndose hacia atrás sobre el cuerpo de Caro, que también se corría al tener insertada la otra mitad del consolador. Fue la propia Carolina la que le contestó a la tercera en discordia, después de unos segundos: "Lo siento linda, pero ya tengo bastante con mi mujercita y todavía le voy a dar más verga cuando lleguemos a casa".

Caro se guardo el consolador y las dos cojidas de la mano desaparecieron del local entre los aplausos de los curiosos que las observaban. Pisando el acelerador, Carolina condujo hasta la casa y ni siquiera le dio tiempo a Adrianita para llegar a la puerta, cuando la abrazó y volvió a morrearla con vehemencia. Subió el vestido de la niña y frotó el bulto de su pantalón en la entrepierna desnuda. Le gustaba ese culo y volvió a amasarlo con los dedos como garras. Incluso le pasó las uñas por las nalgas hasta aplastarla de nuevo contra la pared. Tiró de sus ropas hacia arriba y la dejó en liguero y medias, para abrir y dejarla que saliera corriendo hasta la alfombra del salón. Alli se encontraba el negro Pedro sentado en un sofa totalmente desnudo, mientras con una mano se halaba su reluciente verga negra, con la otra se introducia un vibrador en su ano, ninguna de las dos le presto atención, Ahora era Adriana la que reía y miraba viciosa a su reina o rey, que ya casi no sabía quién era su hombre.

Contoneándose sensual, Caro se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo, mientras su hembra la miraba desde abajo. Canturreando un erótico canto, se despojó de la camisa y, a continuación un top muy estrecho que dejó libres sus grandes pechos negros. Fue la propia Adri la que gateó ante la diosa para desabrochar su cinturón y bajarle los pantalones, ansiosa. De nuevo, sujeta por su larga cabellera, oyó una pregunta que ansiaba: "¿Quieres que te folle, putita?". El sí de respuesta retumbó en todo el salón, mientras las estampa era conmovedora. Caro tenía los pantalones arrugados en sus tobillos y los calzones rojos dejaban ver un bulto prominente al que coronaba una escultural cadera y unos pechos realmente divinos. La niña arrodillada a sus pies comenzaba a dejar visible el pene invasor, de hecho, desnudó por completo a su amante para volver a comerse de inmediato el consolador.

Carolina sabía que su zorrita era toda una mamona y, sólo cuando se cansó de estar de pie se sentó en el descansillo de uno de los sofás. Ella misma preparó a la rubia niña, subiéndola a horcajadas, pasando una pierna por un lado y la otra por el opuesto para encajarla con el consolador clavado en su coñito. La morenaza tenía así libre acceso a los erectos pechos de su querida, que sorbió, mordisqueó y chupó cuanto quiso. Adri nunca podrá saber la serie de orgasmos que tuvo, montada en el pene de su amada. Carolina sólo la separó para ayudarla a colocarse a cuatro patas sobre el diván. Entonces aprovechó la ocasión para lamer los jugos que todavía anegaban su sexo y pasarle la lengua hasta el ojete de su culo, que también devoró con avidez. Lamió y lamió durante minutos, para ponerse más tarde de pie sobre el sofá donde el negro continuaba masturbándose de una forma salvaje. Caro posó una mano en la espalda de la niña puta que pegó su cara contra la entrepierna de Pedro. Con la otra fue introduciendo el falo de latex, esta vez en su orificio trasero, por lo que los gemidos de la rubia se convirtieron en gritos de dolor, acto seguido de gran placer. Enculada y empalada con gran vigor, los orgasmos de Adriana volvieron a multiplicarse y las uñas de Caro recorrieron su columna vertebral, entre los espasmos de ambas, porque la diosa también tenía un buen consolador incrustado en su sexo.

Adriana se aferro con sus manitos a la erecta verga del moreno mientras era empalada por su ano en cadenciosos movimientos de Caro, los gritos de los tres se dejaron oír en todo el vecindario. Al unísono proclamaron sus orgasmos, el negro se derramo a mares sobre la carita de Adri, en el preciso instante en que ella obtenia el suyo y su amante Caro multiplicaba sus embestidas en su ano obteniendo el suyo propio.

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