Dos barrigas para mi

Me siento bien. He logrado lo que todo hombre desea. Lo que todo animal hambriento de hembras busca.

DOS BARRIGAS PARA MÍ

No sabía que pensar de mi relación con Eva hasta que me dio la fatal noticia. Era una historia de locos. Por supuesto mi esposa no era Eva, sino Elena.

Eva era la esposa del jefe de mi mujer. Un lío. Las dos se conocieron y congeniaron pronto, manteniendo una amistad durante un par de años de la que yo estaba al tanto, pero sin conocer personalmente a Eva. Jaspe, el jefe de mi mujer, era un cerdo, un explotador que probablemente chantajeo sexualmente a mi mujer cada vez que le apeteciera echarle un polvo. Yo sabía eso.

A veces, cuando Elena regresaba del trabajo lo hacía más agotada de lo habitual sin querer saber nada de mí ni mis deseos de hacer el amor con ella. Tan agotada venía que caía rendida en la cama y dormía como un tronco. En más de una ocasión olfateé su zona genital mientras dormía profundamente, encontrándome con un intenso olor a esperma. La muy zorra no tenía ni la decencia de lavarse el coño después de haber follado con Jaspe, su desalmado jefe.

Pero yo quería a Elena y no iba a divorciarme de ella por esa razón; además yo también le era infiel a menudo: había tenido como amantes a Pilar, la vecina del 3º, a Nelly, la cajera del supermercado, a Estefanía, mi profesora de inglés, a Marisa, la camarera del Mc Donals, a Grace, mi odontóloga, a Nina la quinceañera hija de mi amigo Carlos, incluso a la madre de Carlos, Andrea, una mujer de 60. Con todas ellas había follado multitud de veces y sin que mi mujer se enterase. Pero aún estaba por llegar lo mejor de mi vida.

Un día Jaspe nos invitó a comer a Elena y a mi junto a su esposa Eva y él. Se trataba de celebrar un importante éxito comercial de su empresa en el que había jugado un papel decisivo la participación de mi mujer. Supuse que Elena le habría tenido que chupar la polla a cualquiera de esos ricachos de los negocios. Fue durante aquella cena entonces cuando conocí a Eva, una mujer fascinante. Charlamos y nos caímos bien, y en un despiste de los otros me dio su número de teléfono móvil.

Al cabo de los días telefoneé a Eva y quedamos en un hotel. Fue en la habitación 609 donde nos citamos por primera vez y estuvimos follando durante horas. A partir de entonces nos veíamos prácticamente todos los días para hacer el amor. Tuve que sacrificar por ello la mayoría de las citas que tenía con toda mi serie de amantes. Eva y yo llevábamos ya varios meses viéndonos cuando Elena, mi mujer, me anunció que estaba embarazada.

Aunque también follaba frecuentemente con ella pensé que el hijo probablemente no sería mío sino de Jaspe, su jefe. El colmo fue cuando Eva me dijo que también estaba preñada y que el hijo era mío. Le dije a Eva que si no se trataría de un error, que si el padre de la criatura no sería Jaspe, su marido.

Eva me dijo que no, porque Jaspe era estéril. ¡Vaya! Entonces también era yo era el padre de la criatura que Elena llevaba en su interior. O sea, había dejado embarazadas a dos mujeres a la vez, a mi propia esposa y a la esposa de un cabrón. Este era el problema, ¿cómo reaccionaría Jaspe?; pues de ninguna manera pues ya estaban en trámites de divorcio.

Un día ambas coincidieron en la consulta del ginecólogo para revisar el embarazo. Yo acompañaba a Elena, pero también estaba interesado en el estado de mi otro hijo, el de Eva. Al salir de la consulta los tres decidimos ir a tomar algo. Tomando un café a mi mujer no se le ocurrió hablar de otra cosa que de lo beneficiosas que eran las relaciones sexuales durante el embarazo. Eva se quejó de no contar por entonces con su marido, pues ya no vivían juntos. Se echó a llorar (era una cuentista, ya que de vez en cuando nos habíamos visto y follábamos como siempre). En ese estado le dijimos que viniese a nuestra casa.

Allí en casa, con dos mujeres embarazadas me sentí orgulloso, fuerte, excitado como un león dueño de todas las hembras. Quizá fue un pensamiento estúpido pero cada una se sentó a mi lado y empezaron con aquello de que escuchase las pataditas del niño. Apoyé la cabeza sobre la barriga de ambas alternativamente. Sentí una terrible erección. Acaricié a "mis" mujeres, las hice sentir bien y cómodas, les hice masajes, en la barriga, cuello, brazos, pies y piernas. Las dos me lo agradecían con palabras tiernas.

Hasta que dije que yo también quería un masaje. Las dos me acariciaron; mi mujer gustaba de aquello y la presencia de Eva no le ofendía y viceversa. Una de las dos, no sé cual de ellas, echó mano de mi paquete. Extrajeron mi polla tiesa del pantalón y comenzaron a masturbarme. Eva se inclinó para chupármela, mientras Elena me besaba la boca. Se desnudaron; yo también. ¡Vamos a follar nenas!- dije en voz alta.

Las dos perras se abrieron de piernas. Me lancé a comerle el coñó a Eva mientras con una mano acariciaba el de Elena. ¿A quién me follo primero? – pregunté. Elena dijo que primero a la invitada, como así hice. Fue brutal, bombeé a Eva por el coño como jamás antes había hecho y el orgasmo de ambos fue magistral. Pero era tal mi excitación que en pocos minutos me dirigí hacia mi esposa a darle su ración de polla.

Me rogó que le diese por el culo. No lo dudé. La enculada duró varios minutos. Eva nos miraba y nos ayudaba a movernos. Antes de llegar al orgasmo le dimos la noticia a mi mujer: el hijo de Eva también era mío. Elena se excitó tanto al oírlo que casi se desmayó de gusto con mi polla en el interior de su ano.