Dos años sin verte (Parte II y final: Ni una palab

Un hombre se siente atraído desde joven por su hermano mayor, al que escuchaba pajearse en su juventud. Años después, los hermanos se reencuentran.

Han pasado años. Los dos últimos sin verte.

Vienes a pasar unos días.

Esta vez, tu mujer y tus hijos han tenido que quedarse

ahí al otro lado del mundo.

Vienes solo. Serás mi invitado.

Seguro que has olvidado aquellos juegos

y quizá hayas comprendido algo más

ahora que conoces mis preferencias sexuales.

Pero sigues siendo el mismo conmigo.

Simplemente, aquello nunca ocurrió.

O tal vez piensas que no tiene importancia

y que habría sido lo mismo con un hermano heterosexual:

una fase en la vida, cosas de críos.

Pero sigues excitándome

y se me ha parado la respiración un instante al verte.

Mis fantasías se hacen más presentes que nunca,

pero todo debe quedar ahí

y el primer día pasa

sin que mi mente me moleste más con tonterías.

Pero llega la noche.

Cenamos en casa, charlamos todavía un rato más

—hay mucho que contar—

y nos vamos a la cama.

No puedo dormir.

Vuelves a mis pensamientos.

Una vez más en mi cabeza,

tu polla erecta

tantas veces imaginada.

De pronto veo la oportunidad

de rememorarlo todo

y me deslizo al cuarto de invitados.

Debo ser cuidadoso.

Sólo quiero notar tu presencia cerca,

tocarme silenciosamente

en la misma habitación que tú.

Imagino que podrías darte cuenta

y revivir el juego,

hacerte una paja,

o incluso hacer realidad mi sueño.

Pero seguro que no ocurre nada.

Y yo no daré el paso.

Apoyado en la pared,

escucho tu respiración.

Pareces dormir.

La puerta entreabierta y la luz tenue de mi cuarto

dejan el tuyo en una leve penumbra

a la que cuesta habituarse.

Por fin vislumbro el bulto en la cama,

tu cara, tu barba. Nada más.

Me bajo el pijama y libero mi polla erecta.

Me pajeo despacio.

Estoy más excitado que nunca

y también asustado:

esta vez no podría parecer casualidad,

pues estoy cerca de ti por voluntad

y no porque compartamos habitación como antes.

Intento respirar suavemente

y compensar con inspiraciones largas

la necesidad de hacerlo más fuerte.

Pero me acelero.

Te mueves.

Paro.

Terror.

Me quedo petrificado.

Permaneces boca arriba

con la cara hacia mí.

Vuelves a respirar profundo.

¿Duermes? ¿Finges?

Me convenzo de que duermes

y vuelvo a menearme la polla.

Tu respiración cambia.

Apenas puedo ver los detalles,

pero… ¿qué haces?

Te has movido debajo de las sábanas.

Joder, te estás sobando la polla.

Paro de nuevo.

Quizá sólo estás caliente y ni sabes que estoy aquí.

Me quedo nuevamente inmóvil.

Empiezo a oír tu respiración.

Te pajeas bajo las sábanas.

Después las apartas y sigues.

Por primera vez veo tu cuerpo desnudo mientras lo haces.

Casi no se distingue, pero tu contorno me enciende más y más.

Vuelven los recuerdos

y no puedo evitar seguir pajeándome, en silencio.

De repente te incorporas y te sientas en la cama.

Yo, estático de nuevo.

Es el fin. O el principio.

Te irás de mí para siempre. O cumplirás mi sueño.

Te acercas rápidamente.

Vienes sobre mí y me besas.

No puedo creerlo.

Me besas con ganas, frenético.

Tu lengua pasa por mis labios,

noto tu barba en mi cara

y tu rabo duro contra el mío.

Ahora te veo mejor.

Tu cuerpo sigue siendo igual de excitante.

Lo toco.

Velludo, viril, como el mío,

pero tú algo más corpulento.

Me miras a los ojos y me arrastras hacia la cama.

Ni una palabra.

Te acuestas boca arriba y me abrazas.

Yo sobre ti.

Me acaricias la espalda, las nalgas.

Mi mano furtiva busca hueco entre nuestros cuerpos

y te agarra la polla por primera vez.

Es grande como la mía.

Está durísima, como la mía.

Sigues besándome y comiéndome el cuello.

Me haces bajar poco a poco por tu pecho.

Voy besándolo, lamiéndolo,

enredando mi lengua en tu vello.

Por fin, tu rabo.

Lo agarro con ganas.

Me he acostumbrado a la penumbra y lo miro de cerca.

Beso el capullo y me lo meto en la boca.

Estoy mamándole la polla a mi hermano.

Tu capullo se hincha aún más,

lo noto.

Mi lengua juega con él

y mis manos acarician tus huevos.

Un nuevo sabor en la punta de la lengua

me dice que estás babeando.

Saboreo con ganas el líquido viscoso

que emana poco a poco de tu interior.

Decido guardar un poco en los labios

y besarte

para que puedas probar de mi boca

el sabor de tu virilidad.

De pronto nos haces girar a los dos.

Me cubres.

Siento tu peso sobre mí

mientras sigues besándome.

Me acaricias todo el cuerpo,

me sobas los huevos,

me tocas la polla dura

y por fin vas hacia ella

y te la metes en la boca.

Posiblemente sea la primera para ti.

Para mí es la mejor mamada,

la más esperada,

la más morbosa y apasionante.

Me das la vuelta y te doy la espalda.

Nuevamente me cubres y me lames,

me comes el cuello,

frotas tu rabo contra mi culo,

tu aliento calienta mis mejillas.

Te apartas de mi espalda.

Me separas las piernas

y me abres las nalgas con las manos.

Siento tu cara acercarse, tu respiración.

Humedad.

Es tu lengua en mi ano.

Los pelos se empapan,

mi ojete palpita,

se relaja, se abre,

tu lengua penetra en mí de nuevo,

esta vez por mi anatomía más escondida.

Te deseo más.

Te quiero dentro de mí.

Pero ni una palabra.

Espero con impaciencia

y por fin

me cubres de nuevo.

Tu rabo ávido de placer

busca entre mis pliegues.

Te ayudas con la mano.

Noto tu capullo ahí, presionando.

Y por fin, se abre paso por mi esfínter.

Me empuja,

me atraviesa,

me parte por la mitad,

invade mis entrañas

y se instala en mi interior, llenándome.

¡Por fin!

Todos estos años deseándote

y conformado con fantasías juveniles

porque era imposible

lo que ahora está ocurriendo:

tú, mi hermano,

dentro de mi cuerpo

gozándome,

follándome,

montándome,

teniéndome más cerca que nunca

y haciendo que seamos uno solo.

Bombeas.

Te mueves dentro de mí,

empujas intentando llegar más adentro de lo que es posible.

Yo intento empujar también mi culo contra ti

ofreciéndote lo que ya es tuyo

para que me penetres aún más profundamente.

¿Qué haces?

Abandonas mis entrañas.

Me siento vacío

y te sigo deseando.

Me incorporo y te busco en la penumbra.

Estás sentado, acariciándome.

Me siento sobre ti

rodeándote con las piernas.

Te abrazo, nos besamos.

Agarro tu polla palpitante

y me siento sobre ella.

La necesitaba más.

Nuevamente me invades,

me llenas.

Me muevo.

Pienso cómo hacerlo para que te guste más,

a ti, que me has dado lo que tanto deseaba.

Quiero recompensarte,

hacer que nunca olvides

nuestro polvo oscuro y silencioso.

Reboto sobre tus muslos.

Arriba y abajo.

Más rápido.

Mi polla rozando entre nuestros cuerpos

babea más y más.

Nuestras respiraciones se aceleran.

Nos miramos a los ojos.

Es el momento.

Acelero más todavía.

Gimo.

Gruñes.

Gimo.

Gimes.

Me comes la boca.

Tu respiración se entrecorta.

Tu miembro se hincha más y más dentro de mí.

Siento el mío a punto de explotar.

Gritas.

Grito.

De repente tu polla se afloja un poco,

lo noto,

sé que estás descargando.

Me muevo más despacio

y dejo que tu semen me llene

mientras el mío sale con fuerza

mojándonos el pecho y la cara.

Vacíate en mí, hermano.

Por fin relajados.

Mojados de semen por fuera,

y yo también por dentro.

Te beso, te abrazo.

Intento retardar el momento

en que salgas de mí.

Nuestros rabos se aflojan más

y por fin abandonas mi cuerpo.

Me acuesto un instante a tu lado.

Te miro, te beso de nuevo.

Me gustaría dormir a tu lado

pero sé que es mejor que me vaya.

Regreso a mi cama.

Como siempre hasta ahora,

ni una palabra.

Tus vacaciones pasan como si nada.

La mañana siguiente comienza silenciosa.

Un comentario banal por tu parte,

de manera acertada,

y todo vuelve a la normalidad.

Ahora nos vemos de vez en cuando.

Sigues lejos,

pero nunca pasan dos años.

Aún eres el objeto de mis fantasías.

Pero ya no me resultas tan misterioso

—igual de deseado, eso sí—

y por fin he tenido lo que tanto deseaba.

Estoy satisfecho.

Pero aun después de todo lo ocurrido,

como siempre,

sobre nuestros deseos,

ni una palabra.