Dos años sin verte (Parte I: Recuerdos)
La idea inicial de este relato está basada en las confesiones de un amigo. La mayor parte, sin embargo, es inventada. Un hombre recuerda cómo de joven se excitaba escuchando las pajas de su hermano mayor. El estilo no es el más habitual. Espero comentarios.
Te escuchaba atento, sin entender bien lo que ocurría.
Tú, un jovencito excitable, casi un niño. Yo, todavía un niño.
Tú, mi hermano mayor, mi referente.
Te agitabas entre las sábanas, a dos metros de mí,
intentando no hacer ruido pero algo descuidado,
demasiado confiado por la excitación.
Tu respiración se iba acelerando y aumentando de volumen,
quizás algún que otro gemido ahogado y al final, silencio.
Lo mismo cada noche antes de dormir
y también algunos sábados al despertar.
Después, una visita rápida al cuarto de baño
y los calzoncillos sucios tirados en tu cama.
Más tarde comencé yo.
Sabiendo ya, gracias a ti, que es difícil disimular como uno quisiera,
prefería hacerlo en el cuarto de baño.
Pero después tú estabas ahí, en la cama de al lado,
disfrutando de esas sensaciones que yo acababa de descubrir.
Empecé a mirar tus calzoncillos abandonados
esos sábados que amanecías con placeres que creías secretos.
Los escudriñaba con la mirada
hasta que me atreví a olerlos,
a tocarlos,
a notar tu humedad, ya fría, entre mis dedos.
Me excitabas cada vez más,
con el misterio de lo que no se conoce del todo:
podía oír tu resuello,
también podía tocar, oler y hasta saborear
el producto de tu tensión liberada.
Pero me faltaba verte.
De noche, era imposible.
Por las mañanas,
una silueta difusa era insuficiente para satisfacer mi curiosidad.
Tus juegos íntimos y solitarios
tan cercanos a mí
me incitaban de nuevo
aun después de mis visitas furtivas al cuarto de baño.
Quería más.
Las ganas ganaban a la sensatez
y fui víctima, como tú, de ese exceso de confianza.
También pensaba que si llegabas a escucharme
sabrías comprenderme
y optarías por la discreción.
Me tocaba cuando tú lo hacías
e intentaba terminar a la vez,
en mis calzoncillos, como tú.
Y me quedaba dormido
mojado en mi semen
soñando que era el tuyo.
No sabías que pensaba en ti,
pero también podías escucharme.
Eso te liberó un poco.
Tu hermanito se hacía mayor
y debiste de pensar
que era natural que pudiera oírte.
Respirabas profundamente,
dejabas escapar algún gemido al final
para disfrutar de tus orgasmos sin inhibiciones.
Yo hacía lo mismo.
Nunca se dijo una palabra
pero te dejaste llevar por un juego
que a ti sólo te divertía
y te daba morbo por la situación.
Pero a mí me excitaba toda tu persona,
todos esos ruidos,
la imagen de tus calzoncillos después,
y hasta tu cuerpo imaginado
y nunca visto en esos momentos.
Jugábamos juntos pero separados,
compartiendo un secreto a voces...
más bien a gemidos, gruñidos
y golpes del brazo contra el cuerpo.
Así durante años.
No imaginabas que yo quería ir más allá.
Soñaba con que alguna de esas noches
saltarías sobre mi cama
me besarías
me follarías
y nuestras pajas dejarían de ser pajas
para ser puro sexo.
Nunca ocurrió.
Te fuiste. Me fui.
El juego acabó.
Pero yo no dejaba de desearte
y el recuerdo de tus pajas
era protagonista de las mías,
y de mis encuentros con otros chicos:
“¡ojalá fuera él!”, pensaba.
Ha pasado años. Los dos últimos sin verte.