Dos años de experiencia

Después de dos años continuos de sexo, mi papá y yo estamos perfectamente acoplados.

Anoche traté de esperar despierto a papá; sin embargo salió del trabajo más tarde de lo habitual. Me quedé dormido, sólo con la trusa puesta. No sé cuanto tiempo después llegó él.

Lo primero que hizo al llegar fue desnudarse y sentarse en la orilla de la cama, recargándose en la cabecera, con su verga firme apuntando hacia el techo.

Me despertó acariciándome la espalda.

—Pensé que esta noche no iba a chupártela —dije, abriendo los ojos.

—No te creas, se me hizo un poco tarde —dijo— pero aquí la tienes.

Llegó hasta mí el aroma característico de su verga: dulce y a la vez un poco ácido. Apoyándome en los codos, acerqué mi boca, pasé la lengua un par de veces sobre la cabeza, después la tragué toda, acariciando con la punta la lengua, de vez en cuando, la orilla del glande, tal como a él le gusta.

Papá cerró los ojos, suspiró, gozando durante quince minutos de mi mamada experta. También cerré los ojos, disfrutando del olor de su vello púbico, y del casi insípido líquido preseminal que su verga lanza abundantemente, me gusta esa consistencia viscosa sobre mis labios.

Quince minutos de mamar espectacularmente el pito que me trajo al mundo, y papá ya estaba ansioso por pasar a lo siguiente. Me acosté hacia abajo, cruzando los brazos bajo mi barbilla. Él bajó hasta el nivel de mis nalgas; las despojó de la ropa interior, las abrió con ambas manos, y se dedicó otros quince minutos a pasar su lengua sobre mi ano, recorriendo cada pliegue como un experto.

Esa experiencia es producto de dos años de sexo continuo; estamos acoplados perfectamente; conocemos nuestros puntos erógenos, sabemos complacernos mutuamente con la lengua: yo, a su pene, y él, a mi culo.

Di media vuelta, quedando acostado boca arriba. Papá tomó el lubricante, lo puso en su verga y en mi ano.

Levanté mis pies hasta sus hombros. Se entretuvo un poco besando los dedos de mis pies. Me miró a los ojos.

—Te amo, bebé —dijo mientras me penetraba. Me llama su "bebé", aunque hace mucho tiempo que soy mayor de edad, de hecho, ya lo era cuando cogimos por primera vez.

Acostumbramos hacerlo sin condón; es la confianza que nos tenemos, sabiendo que somos una pareja fiel.

Dos años de sexo diario hacen que su verga se deslice dentro de mí sin ninguna resistencia. Él se inclinó hacia delante para besar mis labios. Nuevamente se inclinó hacia atrás y empezó a complacerme. Sabe bien lo que me gusta: Sacarla poco y despacio, y luego meterla suavemente, haciendo un movimiento hacia arriba, para tocar mi próstata.

Yo, a mi vez, sé lo que él espera, así que aprieto el esfínter alternadamente, con la intensidad y duración exactas, primero haciendo largas pausas; después de unos minutos hago las pausas más cortas, y aprieto durante más tiempo: señal de que voy a venirme.

A esta señal, papá acelera el ritmo de la penetración, la hace más profunda y así, después de diez o doce embestidas, explota dentro de mí. Al momento de sentir cómo bombea semen seis o siete veces, yo me vengo también, sin haberme tocado la verga ni una sola vez. Lanzo abundantes chorros hacia mi pecho y mis labios.

Papá cae rendido sobre mí, apoya su cabeza en mi pecho, y se duerme casi en seguida, bañado en sudor. Yo le acaricio el cabello durante unos momentos, pensando en que, a la mañana siguiente, después de habernos bañado y antes de salir de la casa, él me hará una estupenda mamada, a fin de llevarse mi leche en su boca, y por la noche, antes de dormir, me devolverá el favor, depositando su leche dentro de mí.