Dos amigas bastante entonadas (Parte número 01).
Atendiendo varias peticiones, estreno un relato bastante más breve de lo habitual que pretendo publicar primero en partes antes de hacerlo en bloque con la historia completa para, asimismo, contestar a algunos de mis lectores más asiduos y fieles. Espero vuestros comentarios. Gracias por anticipado.
Aquel día me desperté un poco antes de que sonara el despertador. Raquel, la atractiva y joven estudiante con la que había compartido mi cama esa noche, abrió sus ojos en cuanto sintió que me estaba moviendo y como en otras ocasiones en que había retozado con ella, se dispuso a colocarse de rodillas a mi lado para, en bolas y abierta de piernas, separarse su rubio cabello de la cara e introducirse mi “banana”, totalmente erecta, en la boca con intención de ingerir mi primera meada del día antes de efectuarme una esmerada y lenta felación hasta un poco después de que culminara dándola uno de mis copiosos “biberones” mientras la manoseaba la “almeja” y el culo.
Cuándo me levanté de la cama me sentí sexualmente complacido y pletórico ya que, siendo viernes, estaba convencido de que, después de haber disfrutado de una magnífica velada nocturna junto a una excepcional “yegua” como Raquel y por aquello de que no nos íbamos a volver a ver hasta el lunes, Agata y Olga, las compañeras de trabajo que con más asiduidad se ocupaban de darme satisfacción mientras disfrutaban de mis atributos sexuales, estarían esperando ansiosas mi llegada para comenzar a dar debida cuenta de mi virilidad lo que me iba a servir de aperitivo antes de que, alrededor de las diez de la noche, me encontrara, en plan discreto e íntimo, con María Esmeralda ( Meri ), mi ardiente y seductora superiora, en una casa rural que solía frecuentar para poder pasar los fines de semana y los puentes festivos con ella sabiendo que la encantaba que me recreara haciéndola de todo y que, a pesar de su supuesta oposición inicial, la diera repetidamente por el culo en lugares cerrados como graneros, naves agrícolas y pajares y al aire libre en las márgenes del río o en las montañas que rodeaban la población en la que se encontraba situada la casa rural hasta dejarla tan sumamente “fina” que, por la noche, podía darme todo un festín con sus esmeradas y lentas felaciones y sus intensas cabalgadas vaginales con movimientos de “mete y saca” circulares y hacía adelante y hacía atrás antes de que se colocara bien ofrecida a cuatro patas con intención de que se la “clavara” a mi antojo y me deleitara jodiéndola hasta que conseguía darla y en más de una ocasión a lo largo de la noche, tres portentosas lechadas y al menos, una apoteósica meada.
Antes de salir de casa y como tenía por costumbre hacer con mis conquistas femeninas, me quedé con el sujetador, el liguero y el tanga que Raquel había llevado puestos y después de depositar sus prendas íntimas junto a las demás que tenía amontonadas en un armario y de ponernos de acuerdo para volver a vernos la noche del lunes con intención de volver a pasar juntos la velada nocturna, me despedí de ella. Cuando salí a la calle noté que la temperatura era muy agradable y decidí ir andando a mi centro de trabajo. Por el camino y al discurrir mi recorrido en paralelo a una zona de copas, volví a pensar que era viernes y que ese día, al recorrer la avenida en la que estaba, me solía cruzar con chicos y chicas que, en grupo o en solitario, regresaban a sus domicilios bastante “contentos y entonados” después de haber disfrutado de una noche de fiesta y de desenfreno.
Pero ese día la parte inicial de la avenida se encontraba desierta por lo que pensé que, además de haberme despertado un poco antes, Raquel había logrado que culminara en su boca con más celeridad de la habitual por lo que me estaba desplazando a mi trabajo con adelanto a mi horario normal puesto que los jóvenes debían de estar disfrutando de los últimos minutos de su velada nocturna en el interior de discotecas y pubs. No me crucé con nadie hasta que, al empezar a amanecer, me fui aproximando a un paso de cebra situado poco más o menos en mitad de la avenida y vi a dos chicas muy monas que se disponían a cruzarlo en dirección a la acera por la que yo iba andando. La presencia de un coche ocasionó que una de ellas, que más tarde supe que se llamaba Natalia, cruzara corriendo mientras la otra se detenía en medio del cruce para beber de un vaso de plástico de gran capacidad de un conocido refresco de cola que llevaba en su mano mientras esperaba a que pasara el vehículo.
Sólo verlas me di cuenta de que eran unas golfas a las que, al parecer, no habían dado suficiente “mandanga” a lo largo de la noche ya que evidenciaban encontrarse bastante calentorras. Las dos tenían el cabello moreno y eran de complexión delgada. Natalia, que era ligeramente más baja y un poco menos esbelta pero igual de atractiva que su amiga, llevaba puesto un ceñido y corto vestido en tonalidad verde oscuro en el que aprecié unas manchas recientes de lo que me pareció leche masculina situadas en la parte trasera de la prenda, a la altura de su glúteo derecho, como si un varón hubiera estado frotándose con ella manteniendo su “herramienta” al descubierto con intención de depositar su “salsa” en el vestido. La agraciada joven lucia sus piernas al aire, cubría sus pies con unos brillantes zapatos dotados de unos finos y largos tacones de aguja y al observar lo bien que se la marcaban las tetas y sus empitonados pezones en la ropa me supuse que no llevaba sujetador.
Después de cruzar esperó a que su amiga, que se llamaba Andrea, se uniera a ella. La chica vestía un ceñido, corto, escotado y provocativo vestido de color negro que complementaba con unos delgados leotardos del mismo color llenos de transparencias sobre todo desde las rodillas hacia arriba, un cinturón dorado de aros y unos zapatos con tacones de aguja similares a los de Natalia. Al llegar a la acera volvió a beber del vaso que llevaba en su mano antes de ofrecérselo a su amiga que lo rechazó. Demostrando que se encontraban bastante “entonadas” por el alcohol que habían ingerido durante la noche se desplazaron unos metros hacia adelante cogidas de la mano antes de que Andrea se detuviera para, manteniéndose abierta de piernas, volver a beber del vaso lo que Natalia no dudó en aprovechar para, sin ningún disimulo, introducir su mano derecha por debajo del ajustado y menguado vestido de su acompañante con intención de tocarla el culo y tras magrearla los glúteos, “taladrarla” el ojete con uno de sus dedos mientras Andrea, con cara de sentirse saciada, tiraba el vaso al suelo con parte del líquido en su interior y se dejaba hacer. Mientras manteniéndome parado a escasos metros de ellas observaba como Natalia la efectuaba unos buenos hurgamientos anales, me percaté de que Andrea tenía su “delantera” bastante brillante lo que me hizo suponer que la habrían empapado con leche masculina la parte de las tetas y del canalillo que, a través del escote de su lujurioso vestido, mantenía al aire.
En cuanto Natalia sacó su mano de debajo del vestido de Andrea y se llevó el dedo con el que la había perforado el orificio anal a la nariz para olerlo, se agarró del brazo de su amiga, que cerró sus piernas y se desplazaron con paso lento en mi misma dirección sin dejar de denotar que estaban cachondas y “entonadas”. Iban haciendo eses de un lado a otro de la acera, hablaban en voz alta de temas íntimos y obscenos y se reían por todo. Oí a Andrea comentar con Natalia que, por más que bebía, no conseguía quitarse el mal sabor de boca que la había dejado el último “biberón” que la habían dado y que, además, había sido el menos excitante y masivo de todos los que había ingerido a lo largo de la noche. Mientras su forma de actuar y de andar seguía evidenciando el mucho alcohol que habían ingerido, decidieron repasar las distintas felaciones que habían realizado a lo largo de la velada nocturna y el número de veces que sus amigos varones las habían “clavado” la chorra por vía vaginal con intención de joderlas, eso sí usando condones para evitar fecundarlas al menos mientras estuvieron lo suficientemente lúcidas como para darse cuenta de ello antes de que, entre carcajadas, se regocijaran de lo cerdas y golfas que eran y de lo bien y mucho que sabían disfrutar del sexo.
C o n t i n u a r á