Dormida II

Un poco más de intimidad.

Lo que quería era repetir. No podía olvidar lo que habías hecho algunas horas antes. Tus manos grandes habían recorrido mi piel centímetro a centímetro, dejándola ligeramente brillante y especialmente sensible. Tus movimientos eran suaves y firmes, la cama sobre la que estaba tendida olía a ti, tu gata dormía plácidamente en la ventana, la música llegaba desde el reproductor de la cocina y el silencio de la calle por el confinamiento permitía que oyéramos los pájaros.

Observaba tu gesto, concentrado, paciente, parecía que estuvieras estudiándome. Cuando tus ojos se cruzaban con los míos, los veía arder. Me habías hecho prometer que estaba segura de lo que íbamos a hacer y había tenido que ser muy vehemente. Está bien, hagámoslo, habías cedido finalmente.

Cuando no quedó un lugar por aceitar y masajear, me pediste que me diera la vuelta de nuevo y mientras lo hacía, pusiste un cojín alto a la altura de mi vientre. Quedé expuesta para ti, mis nalgas ligeramente separadas por la postura, no impidieron que te colocaras con mis piernas entre las tuyas. Sentí como un hilo de aceite bajaba por entre mis cachetes, suave hasta los labios de mi vagina y te escuché resoplar fuerte. Sonreí sin que me vieras, había elegido bien a quien entregarle mi culo por primera vez.

Sin perder más tiempo, volvieron tus movimientos suaves y firmes, esta vez sobre mi ano. Sentía cómo se relajaba con tu roze y como palpitaba mi coñito. Apoyaste tu pulgar y comenzaste a frotar, arriba y abajo, de un lado al otro, aumentando la presión muy despacio. Tu otra mano agarraba una de mis nalgas y la apretaba de forma inconsciente. La retiré con suavidad con una de mis manos y al darte cuenta de lo mucho que la habías marcado, susurraste una disculpa y dijiste que ibas a aliviarme. Tu lengua empezó a recorrer las marcas de tus dedos en mi nalga y tu pulgar se hundió por primera vez en mí.

Gemí contra el colchón y mordí la sábana. Y me arañaste la nalga con los dientes mientras girabas, sobre si mismo, tu dedo. Noté como un poco más de aceite nos lubricaba mejor y sin ninguna prisa, te hundiste más en mí gruñendo bajito.

Sentía el peso y el calor de tu polla, noté como la apuntabas al pliegue entre mi culo y mi muslo, empezaste a empujar con ella a la vez que hundías y sacabas casi por completo el pulgar de mi ano.

Pronto sentí tu otra mano en mi culo, el segundo pulgar empujaba un poquito al que no dejaba de entrar y salir, comenzaste a alternarlos y con ello yo comencé a gemir bajito, sacabas un pulgar y entraba el otro para hundirse, lo deslizabas despacio hacia afuera y entraba su compañero. Tu dedos sobre mis nalgas, tus piernas contrayendo fuerte las mías, tu polla frotándose totalmente mojada contra mi piel.

-Joder, nena, que bien se abre. - dijiste.

Solté una carcajada de puro placer y apretaste los dos pulgares a la vez, que se hundieron tan despacio que creí correrme en ese instante.

-Amor...

-Lo sé, pequeña, lo sé... deja que se acostumbre. Enseguida pasará.

Con agilidad te recolocaste, sentí tu aliento muy cerca de mi piel y la punta de tu lengua comenzó a lamer el contorno de mi ano y tus dedos. Escupiste y usaste tu saliva para lubricarme aún más, los dos pulgares entraban y salían sin problema ya, y tú lamías y lamías sin parar.

Metí mi mano por debajo de mi cuerpo, entre mis piernas y comencé a acariciarme el clitoris . Tus pulgares masajeaban mi ano por dentro y por fuera, húmedos, resbalosos, me enloquecían. Oí el click del tapón del aceite, pero no sentí nada en mi piel, me medio incorporé y te vi, de rodillas, sudado, con cara de placer y tu mano tallando tu polla cubierta de aceite, gorda, dura como nunca. Me mordí el labio sin dejar de mirar como te pegabas a mi y tu polla rozaba ya mi culo.

-Estás lista, pequeña. Me vuelve loco tu culito, voy a follártelo.

Y mordiéndote el labio, apoyaste el capullo en mi ano y fue deslizándose dentro de mi. Tus manos comenzaron a acariciar mi espalda, mientras tu polla avanzaba milímetro a milímetro. Yo me mordía la mano y gemía casi en sollozos. La mezcla entre molestia y placer era increíble, sentirte donde no había sentido nunca a nadie hizo que quisiera darte más y, muy despacio, comencé a elevar mis caderas, ayudándote a entrar.

Te tumbaste sobre mi espalda, aplastándome contra el colchón, tu mano en mi cabeza, acariciándome, la otra mano debajo de mi cuerpo, buscando mi coño, tu boca en mi oído jadeando, lamiendo mi oreja, y tus caderas empezando a subir y bajar, a follarme de esa manera rítmica que me volvía loca, sacándola despacio y metiéndola rápido, hasta el fondo, dejando que resonara el impacto en mis caderas, peleando con mis dedos por mi clitoris.

No quería que acabara nunca, no podía dejar de gemir, sentía el culito completamente lleno, me sentía tuya pero también te sentía mío, sabía que soñabas con mi culo desde el primer día y yo soñaba con dártelo.

Tu mano sobre mi cara se deslizó hasta mi cuello, firme sin apretar, como si quisieras anclarte. Tu frente apoyada en mi sien, tu boca abierta resoplando en mi oído. Tus dedos vencedores frotando mi clitoris sin control. Tu polla taladrando mi culo, sin control ya, una y otra vez, como si siempre lo hubiera hecho.

-Córrete, pequeña, déjame sentirlo.

Y me corrí infinitamente, contra tu mano, con tu polla empujando desde ese lugar nuevo, tu cuerpo sobre el mío, nuestro sudor, tus sábanas que ahora olían a los dos, tus gemidos como único sonido y la gata dormida en la ventana.