Dormida

Sólo un poco de intimidad entre nosotros.

Te quedaste dormida con tu cabeza recostada sobre mi clavícula. Estabas de lado, con tu mano perdida en el vello de mi pecho y esa forma tuya tan peculiar de echar el culito para atrás pero siempre tener una parte de tus piernas y tus pies rozando mis piernas.

La mano que quedaba debajo de ti te acariciaba el pelo infinito y la nuca, tu respiración se marcaba en mi cuello y me sentía el tipo más afortunado del mundo por tenerte así en mi cama.

Suavemente, sin hacer apenas presión sobre tu piel, comencé a acariciarte desde el hombro, parte del brazo, tu costado hundido por la postura, la preciosa curva de tu cadera y todo el lateral del muslo. La segunda vez que mi mano trazó el recorrido, te estremeciste y sentí tu cara dibujar una sonrisa. Subiste la mano que tenías en tu pecho por encima de tu cabeza y vi como se elevaba tu pequeño pecho. La luz tenue que filtraba la persiana, dibujaba tu pezon adornado con ese pendiente rebelde. Mi mano acarició tu cuello, adoptando la misma forma que cuando me pedías que apretara, esa imagen tuya entregada, suplicando con los ojos que apretara tu cuello cuando estabas a punto de derramarte sobre mi polla, contrastaba con tu apariencia dulce y entregada de ese momento.

Acaricié con suavidad donde antes había apretado con fuerza y seguí bajando.  Me recree en tu clavícula, en tu esternón y desde allí tracé líneas hacia tu estómago, pasando despacio por tu pecho y tus pezones, uno y otro, disfrutando de tu piel erizada por el roce y del ronroneo que emitías contra tu cuello.

Me enloquecía tu pecho pequeño y terso, había algo en tu cuerpo que hacía que quisiera poseerlo de manera animal, como si hacerte volar de placer fuera a darme alguno de los veinte años que nos separaban.

Cubrí tu vientre con mi mano, disfrutando de su calidez, recorrí los contornos y mi boca se hizo agua al recordar como gemías cuando lo acariciaba con mi saliva. Sin retirar la mano, dejé a mis dedos acariciar el vello de tu pubis. Adoraba esa coquetería tuya de conservar algo de pelo allí, me volvía loco cuando me pedías que lo manchara con mi semen.

Quería tocar tu coño, estabas dormida e incluso así te entregabas. Sentí la sedosidad del líquido que lo empapaba, la conocía al tacto ya y la adoraba. Mis dedos se deslizaron arriba y abajo acariando tus labios, tu boca se abrió contra mi cuello y tu aliento me mojó cuando hundí uno de mis dedos en ti.

  • Aún te llevo dentro, dijiste en un susurro.

Y te respondí haciendo entrar un segundo dedo, la palma de mi mano apretó con delicadeza tu coño y con ella froté tu clitoris mientras mis dedos nadaban en un mar de semen y fluidos dentro de tu coño. Lo hice despacio, quería sentir como se acompasaba tu respiración, cómo volvías a caer en el sueño profundo. Y cuando te tuve así, acaricié sin descanso todos tus puntos de placer. Con los ojos cerrados, sentí como te inflamabas con cada roce, los abrí cuando estabas llegando al límite y me encontré con los tuyos de par en par justo cuando te corrías deshaciéndote en mi mano. Así, pequeña.

Aún palpitabas en las yemas de mis dedos cuando tu mano asió mi muñeca e hizo subir mi mano empapada, al llegar a tu cintura, tiraste un poco de ella y girándote sobre ti, la llevaste a tu boca empezando a lamer mis dedos, casi es posición fetal, chupando y mirándome con esos ojos que me volvían loco. Fui consciente de la dureza de mi polla en ese momento, de como palpitaba y me acerqué con intención de entrar en ti, vi como sonreías y negaste con la cabeza cuando lleve mi capullo a la entrada de tu coño. Sabía lo que querías.