Doris

Relato acerca de mi encuentro con Doris, una mujer engañada por su marido.

Quiero contarles una historia que existe solo en mi mente y  en mis genitales.. Primero debo decirles que soy un hombre sencillo, pero con grandes pasiones, muy dado a la calle y al amor casual. Mesonero de profesión, actividad que me ha permitido vivir grandes aventuras con hermosas mujeres, mujeres de la gran vida, adineradas, que cansadas de desgastarse en la rutina de su matrimonio buscan conocer a hombres como yo que están dispuestos a ofrecerles todas las fantasías en el terreno amatorio. Es que a muchas de esas mujeres pareciera que nunca las han tomado de la forma como merecen! Y es precisamente sobre esto que gira mi cuento.

Era un viernes en la noche, a eso de las 10, yo estaba camino a montarme en mi viejo Wolkswagen, y veo llegar a Doris en su Audi del año, con la cara desencajada, con su maquillaje hecho un desastre; se veía que había llorado por mucho tiempo. Estacionó su excelente auto en la acera, justo a mi lado y me dijo:

-Américo!, que haces?, a donde vas?

-Pues a mi casa! – le dije con cierta ironía, suponiendo que eran obvias mis intenciones.

-Perdona Américo, claro que vas a tu casa, que más podría ser – dijo como disculpándose por lo que había dicho. –Es que no se a quien acudir, no se que hacer! Américo, todo se terminó para mi!

-Tranquilízate, le recomendé acercándome a su carro. Que sucede?! –agregué sintiéndome un poco mal por la forma como me le dirigí al principio.

-Es que no sabes lo que me ha pasado, Américo! Ese maldito me ha engañado! Yo lo sabía, tenía que ser así. Tantos desprecios, tanta indiferencia!

-Pero Doris vamos a hablar pues, tú sabes que yo siempre te he oído en los malos momentos y en los buenos también.

-Es verdad, yo se que tu siempre has estado allí. Ven, móntate – me dijo un poco más tranquila, como si el peso de su desesperanza hubiese aminorado.

-Ok – le contesté-. ¿A donde vamos?

-Vamos a mi casa de la playa, tú sabes, donde estuvimos ese fin de semana cuando el cabrón de mi marido se fue, supuestamente, a una conferencia a una universidad en España. ¿No crees que sea una buena idea?

-Por supuesto! -le dije con cara seria, pero por dentro estaba que me moría de alegría. Claro que sí, si ese fue el mejor fin de semana que este mesero ha pasado en su vida! pensé recordando aquellos momentos de sexo desenfrenado - Creo que es un buen lugar para que conversemos, y no queda muy lejos de aquí- agregué para disimular mi excitación.

-Está bien- dijo Doris- vamos allá. Es que tenemos mucho de que hablar. Tú eres la persona a quien le puedo contar todas mis cosas sin ningún tipo de temor. Oh Américo!, que haría yo sin ti?- exclamó al momento que su mano derecha se posó sobre mi pierna izquierda, justo a 10 centímetros de mi miembro, que al momento despertó de su letargo producto de un largo día de trabajo.

El camino se hizo ligero, ya Doris había dejado atrás su estado de tristeza y entre cuentos y risas nos entretuvimos hasta que llegamos a su casa de la playa. No es mi intención describirla, porque se haría muy tedioso el relato, solo les diré que es de tres pisos, con techo tipo Chalet, y balcón que mira hacia la playa. ¡Cuantas veces lo hicimos en ese balcón! La sensación de la briza matutina en nuestros cuerpos desnudos, sudorosos por la pasión desenfrenada, es increíble. No tiene comparación con otras vivencias que he tenido.

Bajamos del auto, y caminamos en silencio hacia la entrada de la casa. Ella, un poco nerviosa, trataba de encontrar la llave de la puerta. – Malditas llaves que no aparecen!- dijo con gran frustración. –No te preocupes Doris, te lo consigo- le dije tratando de ayudarla y a la vez para calmarla. Me le acerqué y metí la mano en su cartera; pero ella aún la tenía dentro, por lo que me nuestras manos se encontraron y se tocaron. De repente, nos quedamos inmóviles y cruzamos miradas. Tenía la boca entre abierta, por lo que pude ver su pequeña lengua que se asomaba tímidamente entre sus blancos y perfectos dientes. En ese momento,  un impulso irracional se apoderó de mi cuerpo y de manera impulsiva acerqué mis labios a los suyos. Ella me correspondió tomándome de mis cabellos para acercarnos más y apretar nuestros labios. Mi lengua invadió su boca y se encontró con la suya, y se enredaron en una lucha cuerpo a cuerpo. De repente ella separó abruptamente nuestras bocas, y entre jadeos me dijo: -vamos a entrar mi amor, debemos estar cómodos, no vaya a ser que nos vean en esta situación- a lo cual no me quedó más remedio que asentir.

Por fin, encontramos la llave y entramos a la sala. Ella tomó mi mano, y casi arrastras me llevó al cuarto principal. El cuarto tenía la puerta abierta, la luz estaba apagada, pero no hacía falta encenderla puesto que la luna llena se encargaba de dar la iluminación necesaria para permitir encontrar cada parte de nuestro cuerpo. Doris se acercó a la cama y se acostó de espalda de manera transversal, pero levantando levemente la espalda con sus codos para mirarme y con una sonrisa me invitaba al amor. Yo me quité los zapatos, me quité la chaqueta, la camisa, la correa y aflojé mi pantalón, caminando lentamente hacia la cama. Justo cuando me había puesto cómodo, ella ya estaba al borde de la cama.

Tenía un vestido blanco que le llagaba hasta los tobillos. Mis manos se perdieron dentro de la falda, tocando suavemente sus piernas. Lentamente mis manos iban subiendo desde sus tobillos, pasando por sus muslos, hasta llegar a sus caderas, para luego iniciar el recorrido una vez más. Su cara estaba iluminada, sonriente. Sus ojos estaban cerrados, disfrutando las caricias que le hacía. Hice un alto para quitarme lentamente los pantalones, que con el tirón que le di fue a dar al otro lado del cuarto. Al mismo tiempo ella se quitó el vestido quedando en ropa interior. Me abalancé hacia su boca donde se encontraron nuestras lenguas. Mi mano derecha tomó su seno izquierdo con firmeza, logrando obtener un gran suspiro.  Ella acariciaba mi espalda de arriba a bajo, hasta que se detuvo en mis nalgas y las apretó de tal forma que me hizo poner tan duro que ella lo notó. Una de sus manos se posó en mi miembro dándole una gran sobada No aguanté más y me quité mis boxers, para ponerle mi falo en su mano lo tomó y lo miró con una cara llena de excitación. De un impulso me puso boca arriba y sin darme cuenta como, ya lo tenía dentro de su boca. ¡Que maravillosa boca tiene! Sus labios encerraba la cabeza y su lengua jugaba con esa venita que palpita en su base. Luego comenzó a introducírselo más profundo hasta llegar a su garganta, para luego volver a sacárselo, siempre con los labios alrededor de el. Sus movimientos se hicieron un poco más rápidos y yo le ayudaba con el movimiento de mis caderas. Ufff!  yo gemía y le decía: -¡así, así ummm que rico mami! chupalo todo, lame mis bolas amor! ¡ussss rico, así, mete tu lenguita en el agujerito, así.. chúpalo, saca mi leche…yo viendo que la cosa se ponía muy intenso y no quería acabar tan pronto, le tomé la cara y me agaché para besar su boca nuevamente. Mis líquidos estaban confundidos con su saliba, la cual era muy abundante. Eso me hizo pensar en sus labios, pero los otros. Por lo que me fui hasta abajo, encontrándome que ya ella había preparado todo el terreno para mi trabajo. ¡Ya no tenía pantaletas!

Mi lengua recorrió cada uno de sus labios mayores y menores, se introdujo en su caverna rosada donde surgía mucho jugo. Yo no dejé escapar ni una sola gota de sus liquidos, lo sorbía como lo hace un hombre perdido en el desierto ¡luego de un día!  Ella suspiraba y gemía. Me tomó la cabeza y la movía dirigiendo mi boca a los lugares donde quería que hiciera mi trabajo. Me apretaba de tal forma que de momentos me cortaba la respiración. Luego se me ocurrió introducirle un dedo en su caverna lo que hizo que emitiera un fuerte gemido que acompañó con un movimiento de cadera que lo hizo entrar hasta lo más profundo!  Ahora sus movimientos eran hacia adelante y hacia atrás, de forma muy rápida. Yo no podía seguir su ritmo, ella estaba como poseida por unos impulsos incontenibles.  De repente ella se incorporó y se volteó colocando su culo mirando hacia mi cara. Yo tomé mi miembro y lo introduje en su vagina.

A partir de ese momento, el tiempo se detuvo y nuestros cuerpos se confundieron en movimientos, suspiros, gemidos, mordiscos. Mi falo la llenaba por completo, haciendo estremecer su cuerpo. El sonido de mi cadera  y mis piernas chocando con sus nalgas hacía que me calentara, por lo que arrecié mis envestidas, una y otra vez. Ambos, en prefecta sincronización, nos cogíamos mutuamente en un desenfreno indescriptible. Luego de muchas envestidas, comencé a sentí el deseo de correrme, por lo que saqué mi pene y ella se volteó para colocar su cara delante de el diciéndome: .- ¡Córrete en mi cara! , lo que hice de manera copiosa recubriéndola toda. Luego tomó mi miembro y se lo metió en la boca para lamerlo y tragarse toda mi leche.

Luego de besarnos apasionadamente, me dijo: -¡Muchas gracias Americo!, yo sabía que podía contar contigo, de aquí en adelante todo para mi está más claro. No tengo que sufrir más, soy libre y puedo reiniciar mi vida.