Donde y con quien menos me lo esperaba. (I)

Luchando con mi marido y el renacido deseo después de seis meses de abstinencia por mi embarazo.

DONDE Y CON QUIEN MENOS ME LO ESPERA (I)

En anteriores relatos ya me he descrito y os he confesado que tenía 45 años. Bueno, ya son 46.

Vivo y me casé por la iglesia, en una ciudad del noroeste de España, con 23 añítos. El que se convirtió en mi marido era un guapo economista, algo mayor que yo, con ambiciones, ambos de convicciones religiosas. Yo había acabado la carrera de farmacia en Santiago, donde tuve algún noviete, sin mayores consecuencias si exceptuamos mis primeras felaciones. Puse una botica y, dado que siempre nuestra posición económica fue desahogada, pude contratar a dos empleadas que atendieran mi negocio.

Pronto, a los seis meses, me quedé embarazada. Deseábamos un hijo y fuimos a por el. Al cuarto mes, tuve una amenaza de aborto y lo salvamos por los pelos, pero hubo que suspender cualquier relación sexual.

Lo mantenía satisfecho con sexo oral y manual, dejando a cambio, que cumpliera todas sus inocentes aberraciones. Una vez me pidió una penetración anal y me negué, por miedo.

Mi hijo nació a su tiempo y en perfecto estado. Algún “daño colateral” me supuso el parto, pero ante las ocho semanas de cuarentena que tenía por delante me daría tiempo a recuperarme.

Físicamente, el parto me supuso el ganar unos kilitos que, según mis amistades me quedaban muy bien..., un aumento de caderas y también de mi pecho... Si mi talla normal es de 90C, por entonces estaba en una 110. Mi marido, entre el hambre atrasada que tenía y la espectacularidad de mi delantera, babeaba de impaciencia por que llegara el día de nuestro “reestreno”

Pero no era el único. Era salir a la calle y todas las miradas masculinas se iban a mi escote acompañadas a veces por comentarios que me sonrojaban. Tuve que comprar lencería nueva adaptada a mi situación de mamá...

Fue un miércoles de Septiembre. Consideraba que ese fin de semana, iba a poder “levantar la veda”. Ya tocaba. También yo deseaba volver a recuperar mi vida sexual. Entre los cinco meses que tuvimos que restringir las relaciones y el mes largo que llevaba de cuarentena post-parto: seis meses sin comernos nada. No es que fuera una persona excesivamente caliente, pero entre las hormonas sublevadas y los comentarios que recibía me hacían subir la temperatura.

Esa mañana, me desperté con mi marido pegado a mi haciendo la cuchara. Su mano sobaba mi pecho y con la otra me tocaba por debajo del camisón. Su polla le tenía pegada a mi y de lo dura que la tenía se había introducido entre las nalgas. Me dio pena, tenía que hacer algo. Me giré y le di un apasionado beso.

-Espera un poco más cariño, ya falta poco-

-Ana, te necesito. No te voy a ver en tres días.- (Salía de viaje)

-ya lo se cariño, haber que puedo hacer por ti.-

Le extraje el miembro y se lo empecé a acariciar. El suspiraba con los ojos cerrados. Algo se le pasó por la cabeza, porque se levantó, se arrodillo a horcajadas sobre mi, me tiro de los tirantes del camisón y descubrió mis ubres...

Al principio, jugó con los pezones, después el glande de su pene fue con lo que los golpeaba y agitaba, puso la polla entre mis lolas. No hizo falta que me explicara nada. Supe lo que tenía que hacer. Apreté un pecho contra el otro y comencé a masturbarlo. Su capullo aparecía y desaparecía como un un ratoncito en el comprimido canalillo. Incliné la cabeza y conseguí darle un par de lametones. Aceleró el ritmo y yo la presión. Cuando se tensó cerré los ojos esperando la primera descarga de semen. Pero no fue a los ojos, se introdujo entre mis labios que tenía semiabiertos. El segundo acabó en mi pelo, el resto se fue acumulando sobre mi garganta formando un charco blanco.amarillento. No me gusta el semen, pero estaba en un estado hormonal que me atrevía con todo. Saqué la lengua y me relamí.

-Pues no esta malo- pensé.

Mi marido, Me iba a dar un beso, pero agité la cabeza negando y señalando al goterón de leche que me resbalaba por el mentón. Se rió, se levantó y me trajo un paquete de pañuelos de papel...Me limpié, mientras el se duchaba y vestía para ir al aeropuerto.. Nunca desayunaba, la maleta de viaje, ya estaba preparada, por lo que no me tuve que levantar.

-Me voy, hasta el viernes.- -

-Adiós cariño-

Se cerró la puerta y me quedé en silencio. Si, definitivamente, me hacía falta. Me notaba muy excitada y humeda. Bajé una mano y me subí el camisón. Me toqué. Buff estaba empapada. Cerré los ojos y el aroma a semen que todavía ascendía de mi piel, me enervó. Comencé a describir círculos en mi clítoris Abrí un poco las piernas, lo justo para facilitar que el dedo corazón surcara mi vulva. Unté la yema de mi dedo con los abundantes flujos que ya se desbordaban. Lo separé y un denso hilillo de deseo formó una telaraña. Con mucho cuidado, introduje una falange. No pasó nada. Bueno, si, me estremecí de gusto. Siguió el resto del dedo reconociendo el interior de mi cueva. Todo bien. Mejor que bien... la otra mano acudió en ayuda de su compañera y se centró en el clítoris. Me abrí toda. Gemí. Mis pechos se agitaban Y de pronto, paré. La respiración agitadísima, los pezones disparados y... los oídos en alerta. Justo en ese momento, el llanto de mi hijo me recordó que era su hora.

Pasé el resto de la mañana haciendo mil cosas para no pensar. Ni la ducha ayudó a que me calmara. Me observé en el espejo y comprobé que la depilación obligatoria por el parto, era como una barbita de un mes.

Por la tarde, después de amamantar a mi hijo y dejarlo en manos de mi asistenta, salí de mi casa, situada en las afueras de la ciudad, en el Ibiza que teníamos como segundo coche. Me encaminé directamente al Corte Ingles, aparque en el sótano y me estuve deleitando durante más de una hora entre lencerías y trapitos.

Ese día iba vestida con un jersey ceñido de color rosa suave de cuello barco, una falda plisada de color berenjena, unas botas marrones con tacón hasta la pantorrilla que unida a mi estatura de 1,73, me daba un aspecto estilizado. En mi interior, medias color carne con elástico calado y sujetador para lactantes de los que se desabrochan las copas. Mi intimidad la ocultaba con un braguita tipo coulotte de color blanco con puntillas. Un collar de finas perlitas decoraban mi estilizado cuello y un corazón de Jesús colgaba de una cadena de oro en mi prominente pecho.

Después de hacer varias compras, miré el reloj y comprobé que eran las 7 de la tarde. Decidí ir a una calle cercana donde había varios pequeños comercios de barrio. Bajé al parking, dejé las bolsas en el maletero y, con mi bolso, me dirigí a aquella calle.

Cuando iba a salir del centro comercial, unos adolescentes con pinta de pandilleros, entraron en tromba, uno de ellos se paro y se me quedó mirando. Otro se paró a su lado.

-¿Has visto que tía?-

-Buff. Si tengo una mamá así, mi padre duerme en las escaleras la mitad de las noches.-

Eso lo dijeron lo suficientemente claro como para que los oyera. No miré para ellos, pero me gustó.

Subí por la calle, Una mercería, una pequeña joyería... Me iba entreteniendo mirando los escaparates. Iba a pasar de largo una pequeña zapatería, cuando reparé de refilón en unos zapatos de tacón con tobillera, negros, preciosos. Una idea comenzó a bullir en mi cabeza.. quería sorprender a mi marido y recompensarle por la paciencia que había tenido y la vestimenta es importante.

Miré hacia un lado y me preocupé al ver a los adolescentes que me había cruzado, subiendo por la calle. Sin pensarlo, entré en la zapatería. (CONTINUARÁ)