Donde tengas la olla...

El ardor sexual de la madura cuñada no es obstáculo para aplicar su máxima.

DONDE TENGAS LA OLLA

Siempre fue ardiente defensor y conspicuo practicante del sabio consejo que se había perpetuado, durante generaciones, dentro de su familia:

"Donde tengas la olla no metas la polla".

No le habían faltado ocasiones para ponerse a prueba; todavía no le apuntaba la barba cuando Verónica, la secretaria del abuelo, intentó seducirle con no se sabe que oscuros objetivos. Casi lo consiguió y si no hubiera sido por los gemidos del adolescente llegando a su primer orgasmo "bucal", la cosa hubiese llegado muy lejos. De cualquier modo, Luisito, no faltaba a la norma pues en la boca de Verónica, el no tenía la olla.

Cuando, con su recién estrenada licenciatura, comenzó a trabajar en el departamento de recursos humanos de la empresa familiar, fue blanco inmediato de los deseos y ensoñaciones del medio centenar de empleadas de la cadena de montaje.

De nada servían escotes abiertos, peligrosas minifaldas, miradas provocativas, caídas de ojos e incluso piropos directos que hubiesen provocado una erección a alguien menos rígido (¿o cabria decir, frígido?). El no se inmutaba, pasaba erguido, con paso firme y mirada al frente. Moreno, bronceado, alto, guapo a rabiar y simpático hasta decir basta, rico, joven y soltero pero….

Ese mirlo blanco tenía un defecto.

A Luisito solo le ponían las abuelas. Si, las mayores de cuarenta años eran su inagotable fuente masturbatoria pues nunca se había atrevido a insinuarse abiertamente a ninguna de las que le rodeaban, incluida su cuñada Silvia. Y no era porque a ella le pasasen inadvertidas las ardientes miradas de Luisito a sus rotundas y armoniosas formas. Más de una vez le había sorprendido con la boca abierta, babeando, con las pupilas dilatadas y fijas en el canalillo de sus bovinas ubres mientras una halagüeña erección se manifestaba gloriosamente bajo la pretina del muchacho y ella sentía renacer olvidadas ansias.

Pero el concepto de "olla" era muy amplio para el menor de los Martínez-Retuerta y, dado que su hermano mayor era el gerente de la empresa, Silvia era fruta prohibida.

Luisito se había tirado un número no desdeñable de jovencitas, digo "tirado" y no "gozado de" o "disfrutado con" porque la verdad es que no sentía con ellas más que el inevitable orgasmo. De nada servían las prietas carnes, los lisos vientres, las jugosas vaginas, los frescos labios. Nada en su mente era comparable a la flaccidez de unas tetas maduras, la sequedad de un sexo post-menopausico y la indescriptible sensación de besar unos labios con código de barras impreso, de puro arrugados.

Alguna vez buscó en los suburbios a las más decrepitas prostitutas y aunque su excitación era evidente, nunca lograba la plena satisfacción. Le faltaba algo y no sabía que era.

Una madrugada se despertó bañado en su propio semen. Había estado soñando que era un bebé y que mamaba ansiosamente de los pechos de Silvia. Justo en el instante en que notaba la leche brotando del pezón se había corrido inevitablemente e inevitablemente comprendió que no podía seguir retrasando indefinidamente su entrada en el mundo del sexo real.

Aquella mañana se dirigió directamente a casa de su hermano mayor, que ya se encontraba en su despacho de la factoría, y con insólita decisión pulsó el timbre de la puerta.

Abrió Silvia, deslumbrantemente recién levantada de la cama, ojerosa, sin maquillaje y con los pechos en caída libre sin sujetador que lo evitase. Tampoco Luisito pudo evitar una fulgurante y rotunda erección ante la materialización del más repetitivo de sus sueños: Silvia en camisón de dormir.

-Vaya, por fin se ha decidido el gerontofilo!- dijo Silvia mostrando su bien cuidada dentadura.

-Yo pasaba por aquí y me he dicho…voy a saludar a mi cuñada..-farfulló el chico-

No tuvo tiempo de decir más, Silvia se abrazó a su cintura y buscó ávidamente el contacto de sus labios que habían quedado entreabiertos por la impetuosidad de la cuñada.

La cuarentona estaba esperando aquella oportunidad desde hacía muchos años pues Luisito la atraía desde que era un jovencito imberbe y también, en secreto, había sido el objeto de sus fantasías onanistas en las largas noches de insomnio y deseo incontenido mientras en el otro extremo de la cama roncaba el cerdo de su marido.

No cedió al impulso juvenil, que buscaba una rápida penetración y se propuso gozar con toda la intensidad posible el cuerpazo de su cuñado.

De la mano, le llevó hasta el cuarto de baño, se sentó en el bidet e hizo correr el agua caliente mientras dirigía la inexperta mano hacía el gel y luego le indicaba como debía enjabonar aquella roja y palpitante rosa que era su sexo. Se afanó Luisito en la labor y consiguió en poco tiempo los dos objetivos buscados: la higiene y el orgasmo (el orden de los factores no modificó el producto) de la libidinosa mujer. Invirtieron los papeles y pronto el morado mástil del cuñadito se encontraba cubierto de jabonosa espuma que facilitaba el deslizamiento de la experta mano de Silvia que en pocos segundos consiguió disparar el primer tiro del revolver en potencia que era aquella preciosa verga.

Sabía, por su dilatada experiencia, que el muchacho no aguantaría mucho dentro de ella si no rebajaba la tensión como había hecho por medios artesanalmente manuales.

Fue una sabia medida porque la presión del hinchado del pene disminuyó minimamente para recuperarse a los pocos instantes y coincidiendo con el momento en que Silvia se despojó del camisón.

Todavía estaba el tálamo revuelto por la pasada noche y el olor del sudor de su hermano en la almohada pareció excitar todavía más, si cabe, al pecador.

Se materializó la segunda parte de la lid con un prolongado "cunni-fellatio"(o sea: un 69) que en un alarde de sincronismo les llevo al orgasmo simultaneo y dejó expedito el camino para el autentico, y deseado, encuentro carnal.

Cabalgó Luisito a la zorrona de su cuñada de las mil maneras imaginables mientras manoseaba con delectación los celulíticos muslos y aunque la inicial y deseada sequedad vaginal se convirtió en un torrente de flujo no por ello disfrutó menos de las anchas caderas y los bien definidos michelines.

El éxtasis llegó cuando la penetración anal culminaba dos horas largas de juegos que incluyeron diversas penetraciones que habían conducido a Silvia a sucesivos orgasmos que iban ganando en intensidad a medida que se iban produciendo; cuando él eyaculó con un prolongado aullido, ella se derrumbó sollozando de felicidad sobre la cama.

A partir de aquel día se lanzaron a una desbocada carrera de sexo sin tabúes, sin complejos…y sin precauciones. Pronto estuvo todo el mundo al tanto de aquella incestuosa relación y las consecuencias no se hicieron esperar.

Los dos fueron expulsados, sin contemplaciones, de "la familia" y eso implicaba- en una ciudad tan pequeña como la suya-la muerte social más absoluta.

Luisito, a pesar de su licenciatura, veía cerradas todas las puertas a que llamaba y Silvia, que carecía de conocimientos útiles para la vida se vio sometida al más espantoso ostracismo domestico.

No tardó mucho en proponer a su cuñada que se prostituyese para poder, al menos, comer. El a su vez comenzó a frecuentar el mundo de las hetairas y al poco tiempo disponía de un selecto grupo al que asesoraba y administraba (vamos, que se convirtió en un macarra). El negocio iba viento en popa y pronto pudieron abandonar la mugrienta pensión en que se habían refugiado para instalarse en un lujoso chalet.

Los duros tiempos pasados habían apagado la llama de la pasión y las tumultuosas relaciones del principio habían dado paso a la frialdad más absoluta por parte del gigoló.

Un buen día, Silvia no pudo más y le pidió abiertamente una sesión de sexo como en los viejos tiempos.

-"LO SIENTO CARIÑO-respondió el- YA SABES CUAL ES MI MÁXIMA: DONDE TENGAS LA OLLA NO METAS LA POLLA".

Moraleja: "Quien con críos se acuesta, mojado se levanta".