Donde no llegó la Justicia 5

(Contiene violencia) Mi mujer y mi hija murieron en un ajuste de cuentas entre bandas en su lucha por el dominio del comercio de la droga. Empieza la venganza. Sacando información al mafioso

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Muerte a los guardaespaldas.  Atada y amordazada toda la familia. Les hago creer que he violado a su hija, como demostración de lo que pasa cuando no se me obedece.

CAPITULO V

Volví a la sala y realicé las mismas operaciones con el padre, solo que con él primero solté una mano y la esposé directamente con la otra, antes de soltarla, e hice lo mismo con los pies, con unos grilletes especiales para ello.

La ropa se la corté con el cuchillo.

Le puse el cinturón al cuello, a modo de correa y lo saqué a la calle para que hiciese allí sus necesidades como los perros, volviendo a dejarlo nuevamente atado a su silla.

Luego les di agua a las mujeres y me fui a la cocina, donde preparé algo de embutido, yogures y fruta, gracias a la bien provista nevera.  Haciendo el mínimo ruido, fui a la habitación de la pequeña y compartí con ella la cena, cortando pequeños trozos y poniéndoselos en la boca.

Yo dormí sobre unas mantas, en el suelo, pegado a la puerta. La niña en la cama y los demás en las sillas.

Por la mañana, dejé la puerta del dormitorio abierta y le pedí que gritase un poco, volviendo a hacer creer a los de abajo que me la estaba follando.

Volví a llevar a todas al baño y a él nuevamente lo saqué al jardín.

Una a una, fui dándoles agua. La madre primero, que me increpó e insultó nada más quitarle la bola.

-Maldito cabrón, ¿qué le estás haciendo a mi hija? Hijo de puta. Es solo una niña.

Rápidamente volví a ponerle la mordaza y la dejé sin beber.

La hija solamente se quejó, pidiendo que no les hiciese nada y dejase a su hermana.

Bebió lo que quiso y la volví a amordazar.

Luego me dirigí al padre.

-Ahora te voy a quitar la mordaza.  Te daré agua y llamarás a tu abogado, citándolo aquí esta tarde.  Si dices algo de más o lo alertas moriréis todos. ¿Lo has entendido?

Asintió con la cabeza. Le quité la mordaza y le di agua. Después de beber empezó a despotricar:

-Maldito cabrón. Te mataré. Te juro que te mataré. Pero antes pagarás por esto. Te haré sufrir hasta desear la muerte, pero no te lo concederé. Morirás cuando me aburra de ti.

No dije nada. No había terminado de hablar cuando di media vuelta y salí de allí. Fui a la cocina, tomé un bote de tomate y subí a la habitación de la niña. La ordené gritar y seguido le pegué un tiro a la lata. Miles de motitas rojas cayeron sobre mi cuerpo y el de la niña, que se quedó muda.

Después de ordenarle bajito que no hiciese ruido si quería vivir, cerré la puerta y bajé a la sala. Sabiendo lo que me esperaba, dejé la recámara de la semiautomática vacía.  En cuanto me vieron, las mujeres se pusieron a llorar y el padre a insultar y amenazar.

Saqué la pistola y me dirigí a la hija mayor, apunté a su cabeza y jalé el gatillo.  El “click” dejó paralizados a todos.

Cuando desplacé la corredera para cargar una nueva bala en la recámara, a las mujeres se les cortó la respiración.

-¡Lo haré! ¡No dispares! ¡Lo haré! –Gritó el padre.

Retiré el arma y continuó:

-Haré la llamada, aunque no creo que venga. Es domingo.

-No me creas idiota. Sé que le pagas muy bien para que acuda a tu llamada sea el día que sea y la hora del día o de la noche. Así que vendrá.  Y procura que no sospeche nada ni venga acompañado, porque moriremos todos. He puesto explosivos por toda la casa y los detonaré si me veo en peligro.

Le puse el teléfono en la oreja con el número marcado. Le descolgó enseguida. Le dijo que necesitaba verle por un asunto importante y secreto, que viniese lo más rápido de pudiese.  Quedó en que llegaría sobre las cuatro de la tarde.

Una vez concluido lo que me interesaba, lo amordacé de nuevo y pasé a la segunda parte.  Para un hombre tan machista como él, follarme a su familia tenía que destruirlo moralmente.

Así que empecé soltando los pies de su mujer y llevándola con algo de resistencia hasta la mesa. Esa resistencia la solucioné preguntándole si quería que la cambiase por su hija.

Arrojé todo al suelo y la subí en ella, recostándola boca arriba quedando sobre la mesa con los pies hacia su marido. Cabía completamente, sin que colgase o sobresaliese alguna parte de su cuerpo.

Sus pechos operados parecían montañas apuntando al techo y los rizos de su coño asomaban sobre sus muslos.

Situado a un lado de la mesa, tenía todo su cuerpo a mi disposición, como si fuera un DJ ante su mesa de mezclas, y me dispuse a mi particular tortura al marido.

Empecé acariciando su pie izquierdo, el más próximo a mí, evitando las zonas sensibles a las cosquillas, pasando mi mano por su empeine, su tobillo, su pierna y pantorrilla.

Hasta ahí, todo fue bien. Siempre se me ha dado bien masajear y, mientras fueron esas partes, ella lo disfrutó. No así el marido, que emitía constantes gruñidos, sabiendo lo  que tenía que llegar.

En el momento que intenté pasar de su rodilla al muslo, presionó fuertemente las piernas para impedirlo. Hice muy poca fuerza para intentar separarlas, pero como no cedió por las buenas, me acerqué a la hija, la solté de la silla y la acerqué a la mesa, mientras la madre emitía sonidos angustiados y separaba las piernas.

A la hija la hice sentar en el suelo, con la espalda apoyada en la pata de la mesa.  Luego pasé el cinturón alrededor de su cuello y de la propia pata y la inmovilicé. Seguidamente volví a mi posición con la madre.

-Si vuelves a oponer resistencia y no colaboras, tu hija sufrirá las consecuencias.

Ella asintió, mientras el padre aumentaba sus gritos, en lo que debían ser más insultos y amenazas.

Volví a empezar despacio por su empeine y fui subiendo nuevamente hasta la rodilla.

-Relájate, no estés tensa. –Le decía constantemente.

Pasé a acariciar su muslo por la parte interior, ayudado por la otra mano por la superior.  Sus piernas no eran delgadas, aunque tampoco gruesas. Al tenerlas separadas solo ligeramente, sus muslos se juntaban unos milímetros en la parte superior, justo debajo de su coño.

Llegaba desde la rodilla hasta ese punto y volvía a bajar. Poco después, esa parte ya tenía una ligera separación. Entonces pasé a la otra pierna, repitiendo la operación. Poco a poco, cada vez que subía la mano, separaba sus muslos para que subiese, dejándome ver los labios cada vez más húmedos y abiertos.

El marido miraba con ojos inyectados en sangre, dejando ver la furia que le embargaba y que se disparó cuando, con la otra mano, me puse a acariciar los pechos, rodeándolos en círculos y culminando alrededor de los pezones cuando mi mano estaba en lo alto de sus muslos.

Intentó ponerse de pie para venir hacia mí, pero lo único que consiguió fue caer de bruces, con la silla pegada a su espalda, al estar sujeto a ella.  Me acerqué para volverlo a sentar. Hacía movimientos para impedírmelo, pero soy lo bastante fuerte como para conseguirlo.

Seguía con su mirada llena de odio, lo que me animó a darle dos puñetazos en la cara.

-Como me interrumpas otra vez, tu mujer y tu hija sufrirán las consecuencias. Y no serán un par de puñetazos…

Volví con la madre y empecé de nuevo. La respiración de ella se aceleraba y separaba las piernas a pesar de llegar solamente a sus rodillas.  Cuando pasé a sus muslos, abrió bien las piernas, dando a su marido el espectáculo de su coño chorreante, muestra de su excitación.

El marido berreaba tras la mordaza. Sudaba e  intentaba romper los grilletes de forma infructuosa.

Seguía frotando sus pezones, tiesos, grandes y duros, mientras acariciaba sus piernas. Se movía inquieta, se veía que era porque estaba muy excitada. Puse la mano en su rodilla y fui subiendo por sus muslos, al tiempo que la mano de sus pechos bajaba por su vientre, buscando juntarse en su punto de placer máximo.

Su respiración se hacía cada vez más fuerte y su cuerpo se retorcía buscando la forma de conseguir más placer.

-Te gusta, ¡eh zorra! ¿Qué te excita más: lo que te estoy haciendo o que tu marido te esté mirando?

Automáticamente dejó de moverse y juntó sus piernas.  El marido aumentó más, si cabe, sus gruñidos y sus movimientos y yo amplié mi sonrisa.

No dejé de tocar su cuerpo. Mi mano aprisionada por sus piernas hacía intentos suaves para seguir acercándose, pero sin que ella separase los muslos para permitirlo.

Tuve que volver a sus pechos y continuar acariciándolos. Me incliné sobre ellos y abrí mi boca todo lo que pude para succionar el más cercano.  Lo recorrí con la lengua haciendo círculos sobre su aréola hasta llegar a su pezón.

Ella soltó un suave gemido.

Mordisqueé su pezón con suavidad.

Volvió a gemir, al tiempo que sus muslos no presionaban con tanta fuerza.

Cambié al otro pecho succionando, lamiendo y mordisqueando como en el otro.

-MMMMMMMMM. –Gimió más fuerte.

Sus muslos se separaron lo suficiente como para poder recorrer desde la rodilla a la ingle, rozando a ambos a la vez.

Seguí acariciando sus pechos con la mano y subiendo la otra por el muslo, llegando cada vez unos milímetros más arriba y volviendo a bajar a su rodilla.

Fui bajando mi boca por su cuerpo, lamiendo y besando el recorrido entre sus pechos y su pubis. Los movimientos eran sincronizados y ella se había dado cuenta de mis intenciones: coincidir en su coño con boca y mano, y eso la excitaba más y le hacía emitir gemidos intermitentes.

Sus piernas estaban ya totalmente abiertas cuando mi boca llegó a su monte de venus, que más que un monte era una selva, aunque bien delimitada para que no se saliese por bikinis y bañadores.

Mi mano llegó también a su ingle, pasando a recorrer los alrededores de su coño con el dedo.  Cerraba sus piernas con la intención de pillarme la mano y obligarme a pasarlo por su vulva, pero conseguía retirarla a tiempo, teniendo que volver a separarlas si quería que siguiese.

Cuando mi boca llegó a las proximidades de su vulva, me detuve un momento para colocar sus piernas bien abiertas, como las ranas, y luego bajé hasta poner mis labios alrededor su clítoris, sin tocarlo, que sobresalía ligeramente.

Mi dedo medio entró en su encharcado coño, seguido después por el anular y follándola con ambos dedos, buscando su punto interior de placer.

Su cuerpo se arqueó, sus piernas sujetaron mi mano en su interior y ella se puso a resoplar como un toro enfurecido. Su orgasmo debió de ser bestial. Cuando pasó y se quedó relajada, recuperándose, miré a su marido sonriente, mientras él me lanzaba una mirada de esas asesinas, cargada de odio.

Cuando se recuperó, se me quedó mirando, y en su cara se podía apreciar una mezcla de odio, satisfacción y deseo, pero no dijo nada. Al contrario, fui yo el que habló, mirándolo y sonriendo:

-¡Vaya, Donato! El acariciar a tu esposa me la ha puesto como una piedra. Creo que ahora debería ser ella la que me la ablandase. ¿No te parece?

Sin más preámbulos, la puse de cruzado sobre la mesa. Su cabeza colgaba por un lado y su coño quedaba ante mí por el otro.  Hice que colocase las piernas dobladas y abiertas, en el borde de la mesa.

Esta vez no opuso ninguna resistencia. Mantuvo las rodillas bien separadas, sabedora de lo que venía a continuación

Me incliné sobre ella y acerqué mi boca a su coño. Me pareció verlo palpitar pero no presté demasiada atención.  Un doble recorrido de arriba abajo y de abajo arriba, le hicieron lanzar ya el primer gemido de placer.

-MMMMMMMMMMMM IIIIIIIIIIIIIIIIIII.

Sus piernas se cerraron sobre mi cabeza y se cruzaron  en mi espalda para que ejerciese mayor presión sobre su coño.

Cuando se recuperó, le volví a poner las piernas dobladas, me quité el pantalón y calzoncillo y volví a acercarme a ella. Contuve mis ganas de follarla para dedicar unos momentos a deslizar la polla a lo largo de su vulva.

Cuando vi que se encontraba muy excitada y que estaba totalmente húmeda, puse la punta a la entrada de su coño. Ella levantó algo más sus riñones, ya de por si levantados ligeramente por tener las manos atadas a la espalda, para facilitar la entrada y yo comencé a meterla despacio pero sin detenerme hasta que nuestros cuerpos chocaron.

-MMMMMMMM –Gimió al sentir que le había entrado toda.

Empecé a moverme, machacando su coño una y otra vez. No sé lo que hizo el marido. No estaba para prestarle atención.

La mujer era estrecha, se debía haber recuperado bien de los partos. Me hacía sentir la presión de su vagina sobre mi pene, como si una mano me la agarrase para masturbarme, lo que, unido al roce en mi glande, me obligó a bajar el ritmo si no quería correrme de inmediato.

Aprovechando la postura, le puse el pulgar sobre su clítoris, solamente con una ligerísima presión, que se veía aumentada y disminuida con mis embestidas, lo que pretendía era masturbarla al tiempo que la follaba. Darle placer por dentro y por fuera.

Su respiración hacía el ruido de una locomotora, interrumpido por gemidos apagados.

-FFFF FFFFF  MMMMMMMMM FFFFF FFFFF.

Dos veces gimió más fuerte, al tiempo que enroscaba sus piernas en mi cuerpo, lo que interpreté como una corrida.  Después de la primera, yo estaba que no podía más y me vino justo para aguantar hasta su segunda.

-OOOOOOHHHHHHH. PUTAAAA ¡Qué gusto me das! Toma mi leche que espero  te deje preñadaaaaa.

Aguanté con ella dentro hasta que se me bajó la erección. A ella, al relajarse, se le caían las piernas, que habían rodeado mi cuerpo,  por lo que tuve que sujetarlas y la hice girar para que las apoyase y estirase sobre la mesa, en dirección a su marido.

Entonces miré al marido. Tenía la vista puesta en el suelo y lloraba.

“No es el mismo sufrimiento, pero me alegro de que vayas sabiendo lo que es sufrir”, pensé en ese momento.  Se me ocurrió abrir bien las piernas de ella para que se viese cómo escurría mi corrida.

-No cierres las piernas hasta que yo te diga. –Le dije al oído, mientras me ponía la ropa.

Y a él:

-Mira a la puta de tu mujer. Mira cómo escurre mi leche de su coño. ¿Has visto lo que ha disfrutado mientras la follaba? Seguro que contigo tiene que hacerse un dedo para quedar satisfecha.

Me miró con lágrimas en los ojos, sin emitir sonido alguno, y volvió a fijar la vista en el suelo. Lo tenía sufriendo su completa humillación. No es comparable con la pérdida de los seres que amas, pero su sufrimiento me daba algo de satisfacción.

Fui a la habitación del matrimonio y volví con una camisa de él. Levanté a la mujer, que no se había movido, y la hice sentarse a caballo sobre las piernas de su marido para que mi corrida cayese sobre la polla, huevos y piernas de él, mientras le colocaba a ella la camisa.  Estaba sudando y quería mantenerla en buenas condiciones.

Se la coloqué sobre los hombros, sin meter las manos por las mangas y se la cerré envolviendo su cuerpo. Cuando se la hube abrochado, la hice sentarse en su sitio, la sujeté a la silla y la amordacé. Observé que obedecía a todo lo que le decía. Se ve que su marido no la follaba en condiciones y mi actuación la había dejado rendida y a mis pies.

Les dejé allí sentados y me bajé a la galería de tiro con la herramienta.  Me situé junto al sumidero e hice profundos agujeros en la pared, suficientemente separados entre sí, donde inserté unos buenos pernos a los que sujeté unas argollas.

Ya era medio día y preparé algo para comer. Tenían buena provisión de comida enlatada. Comimos la niña y yo, luego bajé,  les di agua a los demás, los llevé al baño, puse la televisión y estuve mirándola sin ver.

Sobre las cuatro de la tarde sonó el avisador de llamada de la puerta. La cámara me mostró una cara que no había olvidado. Era el abogado. Abrí la puerta exterior y salí a la de la casa para esperarlo, como si fuese un guardaespaldas.

-Llévame ante tu jefe. Me está esperando.

Me “ordenó” sin mirarme, cuando aparcó y llegó a mi lado.

-Sí, señor, le espera en el salón. Pase.

Entro delante de mí en el salón y se quedó paralizado al ver la escena.

-Q… Q… ¿Qué significa esto?

Se estaba girando cuando le puse la pistola en la sien.

-Veo que no te acuerdas de mí.

Entonces debió fijarse y me dijo:

-¿Qué pretendes? La ley lo declaró inocente. No puedes hacer nada contra él. Y… ¿Para qué me habéis hecho venir?

Al ponerle la pistola, había levantado las manos.  Con la mano libre puse un grillete, que tenía preparado, en una muñeca, le bajé el brazo rápidamente  a la vez que le hacía bajar el otro con la pistola.

En un momento estuvo inmovilizado de manos y brazos.  Entonces le contesté:

-Te he hecho venir para matarte, como morirán ellos.

-Pero el juez lo declaró inocente. ¿Qué iba a hacer yo?

-Sabiendo que era culpable, no falsificar las pruebas y dejarlo que fuera a la cárcel.

-Pero soy su abogado. Mi misión es defenderle y buscar su libertad o la mejor sentencia para él.

-Por su culpa murieron mi mujer y mi hija…

-No tenemos la culpa. Como dijo el juez, “estaban allí en el momento menos oportuno.” Fueron daños colaterales.

-Fue un error de sentencia que yo voy a corregir con creces. Os hubiese resultado mejor que el juez os enviase a la cárcel.

Y dicho esto, le di un empujón que lo hizo caer delante de las sillas. Lo agarré del cuello de la chaqueta, lo senté en otra, que previamente coloqué frente a los demás, y lo sujeté a ella.

Lo amordacé como a los demás y los dejé un rato mientras me iba al despacho del que el mafioso tenía en la casa.  Allí me dediqué a contrastar todas las cuentas y contraseñas con las informaciones de los bancos.

Había 21 cuentas, de las cuales localicé 18.  Me resultó muy sencillo crear una empresa y nuevas cuentas a su nombre por internet en paraísos fiscales y transferir los saldos a ellas.  Cuando terminé con ellas, fui a hablar con Donato.

-Quiero que me des los datos de estas tres cuentas. –Le dije mostrando la información que había encontrado.

Negó con la cabeza.  Yo me dirigí a la mujer, solté sus piernas de la silla y le dije:

-Hazle una buena mamada al abogado. Hasta que se corra, que creo que no te costará mucho porque está totalmente empalmado.

Así era. Mientras las mujeres y el marido estaban humillados por la presencia del abogado, además vestido, él se había excitado viéndolas a ellas desnudas.

El marido empezó a decir algo, pero ya no le hice caso. Tenían que aprender que cuando daba una orden, o se cumplía o había castigo.

La llevé tirando de su pelo hasta ponerla de rodillas entre las piernas de él. Solté sus manos y la sujeté una de sus muñecas a la pata de la silla  Yo mismo solté su pantalón y lo bajé hasta los tobillos, ayudado por él, que levantó el culo para permitirlo.

-Agua –dijo ella.

Le di de beber y esperé un poco a que se recuperase su mandíbula.  El marido afirmaba con la cabeza, a la vez que emitía sonidos agudos.

-Donato, Donato. ¿Todavía no te has enterado de que, cuando digo algo, hay que cumplirlo inmediatamente y si no lo hacéis, os aplico un castigo?

Dicho esto, la hice inclinar la cabeza para que empezase la mamada-

Tenía la polla a reventar. Era de tamaño normal. Como esas había visto muchas en el ejército. Piti (Teresa) se la quedó mirando sin saber qué hacer:

-Cógela con tu mano y lámela como si fuese un caramelo. –Le dije al ver que no tenía ni idea de qué hacer.

Ella sacó la lengua tímidamente empezó a lamerla. Primero rozó con la punta la parte superior del glande, volviendo a recogerla-

-Más, no tengas miedo.

La sacó nuevamente y lamió desde el borde del glande hasta la punta.

-Más, lámela entera como si fuese un caramelo y ensalívala bien. –Le volví a repetir, pero acompañando mis palabras de unos suaves golpes en la cabeza.

Poco a poco fue pasando la lengua por todas partes. Incluso le lamió los huevos a indicación mía.

Cuando consideré que la había ensalivado bien, le ordené que se la metiese en la boca. Se metió solo el glande y le dieron arcadas. Unas bofetadas y un empujón a la cabeza se las cortaron y le entró más de la mitad.

Yo mismo guié su cabeza para que entrase y saliese de su boca varias veces, hasta que lo hizo ella por propia voluntad.

Al verla así, arrodillada y mamando torpemente, se me ocurrió arrodillarme entre sus piernas, tras ella, obligándola a separarlas y así poder llevar mi mano a su coño con comodidad.

Se lo fui acariciando por encima de la piel, mientras ella se follaba la boca con rápidos movimientos. Para llegar a ella con más comodidad, mi polla estaba apoyada en su culo.

Sus movimientos al chuparla y los que le hacía yo en el coño, repercutían sobre mi polla, que poco a poco fue poniéndose dura al tiempo que a ella se le iba encharcando el coño. Entonces, me separé lo justo para bajarme la ropa, liberármela y clavársela en el coño.

Se separó de la polla para emitir un gemido de placer.

-MMMMMMMMMM. AAAAAAHHHHHH

Volviendo a su labor, tras un empujón mío a su cabeza. Buscó su postura para poder mamarla cómodamente y a la vez, disfrutar de mi follada. Esta vez, a mí me daba igual si disfrutaba o no. Solamente buscaba mi placer.

Cuando ya sentía que me iba a correr, se me cortó al dejar ella la mamada para anunciar su corrida.

-OOOOOHHHHH  SIIIIIIII   No pareees. AAAAAAAAAHHHHHH

Le di un empujón a su cabeza para que siguiera chupando, mientras aceleraba mis movimientos.

La oía resoplar, sin sacarse la polla.  No sé si se corrió alguna vez más, pero yo enseguida estuve a punto de nuevo:

-Me voy a correr. Prepárate, puta, que vas a recibir más leche mía. AAAAAAAAAAAHHHHHHHHH. OOOOOOOOOOHHHHHHHHH

El abogado, no sé si porque se excitó más por nuestros orgasmos o por el trabajo de ella, pero también eligió ese momento para llenarle la boca. El primero o los primeros fueron en la boca y dos lechazos más en la cara al retirarse.

La obligué a limpiarle bien la polla y tragarlo todo, a pesar de los gestos de repulsión que hacía y las ganas de vomitar lo que había tragado.

Le ordené que no se sacase la polla de la boca y permaneciese así hasta que le avisara.

CONTINUARÁ

Estaré muy agradecido si me dejan sus opiniones y valoran mis relatos.

AMORBOSO