Donde no llegó la Justicia 4

(Contiene violencia) Mi mujer y mi hija murieron en un ajuste de cuentas entre bandas en su lucha por el dominio del comercio de la droga. Empieza la venganza. Preparación, sin sexo

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Tras enterrar al muerto y volver a casa, les ofrezco una mejor forma de vivir, les dejo alimentos  y productos de limpieza y voy en busca de los asesinos.

CAPITULO IV

El plan hacía muchos días que lo tenía trazado. Dediqué algo más de dos semanas a averiguar todo sobre el asesino durante el día y a follarme a las mujeres por la noche, una cada día. Su nombre: Donato. Su actual profesión: Máximo jefe de una organización dedicada al contrabando y distribución de droga y tráfico de mujeres.

Descubrí que durante la semana poco podía hacer. Vivía en el último piso de un edificio dedicado a albergar a sus múltiples empresas, tapaderas limpias de sus negocios sucios.  El edificio estaba bien protegido con vigilancia y puertas de seguridad. No salía de allí casi nunca y entrar sin un ejército era imposible.

Pero el fin de semana era distinto. El sábado por la mañana, él, su mujer y las dos hijas se iban a un chalet en la montaña, rodeado de pinares y con vistas a un lago cercano.

Se llegaba a él por una carretera de montaña, bien asfaltada, que daba servicio a otros chalets del mismo tipo y a varios pueblos, pero todos muy separados entre si.

Era un hombre muy celoso de sus mujeres. No dejaba que ningún hombre se acercase a ellas y tenía múltiples discusiones con su esposa por tonterías como que la habían mirado, porque ella había mirado o cosas por el estilo.

Era celoso hasta el punto de que era el quien conducía el vehículo todo terreno con el que viajaban al chalet y obligaba a los cinco guarda espaldas a viajar en otro todo terreno detrás, a pesar de ser sus antiguos compañeros de fechorías.

Me puse en contacto con John (no es su nombre verdadero). Un traficante de armas muy conocido, que los distintos países utilizábamos para armar a nuestros aliados que estaban en conflicto.

Existen prohibiciones para comerciar con armas entre algunos países o grupos revolucionarios.  Hay algunos a los que no se pueden facilitar armamento aunque se encuentren en guerra, por eso se utilizan los traficantes, para facilitárselas de forma anónima.

Yo había tenido muchos contactos con éste y él había ganado mucho dinero con las operaciones que le había facilitado. Pensé que me debía alguna y lo llamé.

-John, necesito un favor.

-Si está en mi mano cuenta con ello. ¿Qué necesitas?

-Un robot teledirigido, armado con ametralladora de gran calibre, capaz de reventar un blindaje de coche y un par de lanzagranadas.

-Eso te saldrá caro. ¿Puedo preguntar para qué lo quieres?

-Para matar al asesino de mi esposa e hija. Y solamente quiero que me los prestes durante dos o tres días.

Tras un momento de silencio, me dijo:

-Precisamente acabo de recibir unos equipos basados en el robot de vigilancia Samsung SGR-A1, al que le han puesto una ametralladora con disparo ráfaga o tiro a tiro, y un software de reconocimiento de imágenes.  Si quieres, te llevo un par de equipos para probarlos y hacer unas grabaciones para publicitarlos.  Todos los gastos por mi cuenta.  Los lanzagranadas te los dejaré a buen precio pero no te los puedo prestar.

-No puedo decir más que: de acuerdo. No esperaba conseguir tanto.

Durante los días siguientes, estuve buscando información de Donato: Casas, empresas, cuentas, etc. Sin encontrar nada.  Hice lo mismo con su mujer y así descubrí que todo estaba a nombre de ella y que él solamente tenía un escaso y ridículo sueldo como director y administrador de las empresas.

Su hija pequeña era muy caprichosa. Había repetido varios cursos en el colegio y no tenía buena fama.

La mayor, había terminado sus estudios básicos, pero no quiso estudiar carrera.  Su pasión eran las tiendas y las fiestas.

También investigué a su abogado. Estaba separado y tenía fama de conseguir la no culpabilidad de sus clientes a toda costa.  Me comentaron que utilizaba medios no legales con tal de conseguir su propósito.  Lo mismo si actuaba como acusación.

Otra semana más eligiendo el sitio y, por fin, dejamos todo preparado para el sábado. El lugar era una zona de abundante vegetación, donde la carretera hacía un zigzag  en pocos metros, lo que ocultaría ambos vehículos de la vista durante unos segundos.

John trajo dos robots. Uno lo colocamos a la derecha, según el sentido de la marcha y el  otro a la izquierda.  Las armas llevaban silenciador. El de la derecha fue configurado para identificar caras y dispararles, el de la izquierda, para identificar la rueda delantera y disparar también.  Nos costó tres ruedas del vehículo alquilado hasta que conseguimos ajustar posición y distancia.

Casi tan puntual como un reloj, el sábado vimos acercarse a los dos vehículos. Teníamos las armas preparadas y los lanzagranadas cargados a nuestro lado. Con unas u otros los eliminaríamos

Yo controlaba la de la izquierda y John la de la derecha. Cuando el conducido por Donato desapareció en la segunda curva, entró en la primera el de los guardaespaldas. En ese momento, activamos las armas.

La mía emitió un “plof” sordo y el todoterreno dio unos volantazos y se detuvo. El conductor bajó y miró la rueda agachado, por lo que quedaba fuera del otro robot.  Sacó un walkie e informó del problema: la rueda estaba desecha.

Yo aproveché para poner el arma en modo manual y apuntarle a la cabeza. Cuando terminó de recibir las instrucciones dijo:

-Bajad a echarme una mano con la rueda.

Un segundo “plof” lo dejó seco en el sitio.

Los otros cuatro, que no se habían enterado,  se dispusieron a bajar. A los del lado derecho les voló la cabeza nada más asomarla.  Al de la izquierda me costó dos “plof” en modo manual.  El que iba atrás, en el centro, se asomó un momento por mi lado, pero se metió rápidamente y un momento después sacaba la mano, armada de una pistola, e hizo dos disparos hacia cualquier lado.

Una ráfaga contra la ventanilla, que la dejó destrozada, acabó con su vida.

Seguidamente recogimos todo, cargamos los cadáveres en el destrozado vehículo y lo escondimos entre el arbolado y maleza, después de retirar armas y documentaciones, así como un mando a distancia, que dedujimos que era de alguna puerta. John recogió sus máquinas y sacó las películas grabadas.

Me llevó a la finca con el todoterreno alquilado, con el que habíamos hecho las pruebas y bien reparado, que era de igual marca y modelo que el de los escoltas, dispuestos a derribar la puerta y entrar a tiros contra él y su familia.

Antes de hacer nada, presioné uno de los botones del mando y tuve la suerte de que la puerta se abriese a la primera. Había también un interfono a la altura del coche y una cámara en lo alto.

Me bajé rápidamente, mi amigo, dio la vuelta, me dio las gracias por la magnífica prueba y se fue, después de que hubiese recogido yo mi bolsa de “herramientas” y dejado en el suelo los lanzagranadas con cuatro granadas...

Tras cerrar el portón, me dirigí hacia la casa. Mientras iba hacia la puerta de entrada, pude comprobar que era una finca enorme. Llevaba una pistola en la mano. Me detuve con la mano en el pomo. Esperaba no ser yo el sorprendido.  Respiré profundo y me lancé a entrar. Cuando la empujé, comprobé que estaba sin llave, porque se abrió inmediatamente, y  pude acceder a la casa.

Un pequeño recibidor, con un pasillo que salía hacia la parte trasera por el lado izquierdo y al derecho, la entrada a un enorme salón, donde se encontraba mi objetivo, sentado en un sofá, de espaldas a mí, con una copa en la mano.

Mientras avanzaba hacia él con rapidez y silenciosamente, él dijo unas palabras en italiano.  Le puse el cañón del arma en el cogote y le dije:

-Habla o muévete y eres hombre muerto.

-Pppero…

-Shssssst. – Seguido de un golpe con la culata de la pistola, no excesivamente fuerte, en la cabeza, pero que le hizo una herida de la que salió algo de sangre.

Lo hice inclinarse sobre el apoyabrazos, llevar las manos atrás y se las até con unas de las bridas que llevaba ya preparadas. Seguidamente, una mordaza de bola, de las de BDSM, impidió que pudiese decir algo.

El salón tenía una pesada mesa de madera maciza con doce sillas a juego, todo de estilo rústico. Lo hice sentase en una de ellas y lo sujeté con bridas por los codos a los recios barrotes del respaldo y por los tobillos a las patas.

Iba a revisar la casa, cuando oí ruido por el pasillo y una voz femenina que decía:

-Cariño. Déjame las llaves. Las niñas y yo vamos a tomar un momento el sol a la piscina. Si necesitas algo nos lla…

Nada más entrar en la habitación, vio a su marido atado, y antes de que pudiese hacer nada más, se encontró con una pistola apuntando a su sien y una mano en su boca, mientras sentía un cuerpo pegado a su bañador.

-Shsssss.  Si hablas, gritas o intentas escapar, te mato, luego mataré a tu marido y a tus hijas. ¿Entendido?

Afirmó con la cabeza y la llevé hasta otra de las sillas, donde le puse otra mordaza, y la sujeté como al marido.

Al momento, un tremendo escándalo y una voz que decía:

-Mamá, papá, ya estamos listas. ¿Nos abres la piscina?

Seguidamente, entraron las hijas.

Al entrar, se quedaron como estatuas, mirando la situación. Les apunté con el arma y les dije:

-A la que se mueva, le pego un tiro.

La pequeña se abrazó a la mayor y se echó a llorar. Yo preparé nuevas sillas para ellas, al lado de su madre y le di a la mayor un juego de bridas para que sujetase a la pequeña a la silla, ayudada por un par de bofetadas mías porque no hizo ningún movimiento al principio, y luego se dejó atar por mí, sin oponer resistencia.

A las niñas no las amordacé con bola, solamente les puse unos grandes pañuelos que llevaba preparados.

Solté la bola de Donato, que enseguida se puso a despotricar.

-Eres un idiota.  ¿Tienes idea de quién soy yo? En cuanto lleguen mis hombres estás muerto.  Eres un cadáver andante. ¿Cómo se te ocurre venir a robar a mi casa?…

Cuando se dio cuenta de que yo no decía nada, y que solamente le miraba y sonreía, terminó con sus amenazas e insultos y se calló, no sin antes decir con voz más pausada y calmada:

-¿Qué quieres de nosotros?

-Mataros. –Fue mi seca respuesta.

Las mujeres gimieron poniendo cara de terror.

-¿Sabes quién soy?

-Si

-¿Por qué quieres matarnos? ¿Quién te envía?

-No me envía nadie. Hace nueve años mataste a mi mujer y a mi hija cuando eliminaste a una banda rival en plena calle.  Entonces te fuiste de rositas por la estrategia de tu abogado y las declaraciones de tus amigos, pero aquí estoy yo, para repartir justicia.

-Eso sería un accidente. Estaban allí en el momento equivocado…

-Tu familia, y también tú, estáis aquí en un momento equivocado.  Verás morir a tus hijas y a tu mujer, y luego te mataré a ti.

El final de mis palabras coincidió con la fijación de nuevo de la bola en su boca. Di una vuelta por toda la casa, asegurándome que un hubiese nadie más y cerré bien las puertas y ventanas.

Todas las ventanas tenían rejas, por lo que no podrían escapar por allí, y me aseguré de tener todas las llaves de las puertas, incluso las que Donato llevaba en el bolsillo.

Era tan celoso, que no quería que su mujer e hijas tuviesen llaves, por lo que las únicas que había, las llevaba él encima. Cuando se iba, cerraba y si tenían que salir, las acompañaba siempre.

En la revisión, encontré cuatro dormitorios, cocina, tres baños, un despacho y una sala de juegos. En el sótano, una galería de tiro. Insonorizada al exterior, con dos puertas blindadas de acero y con gruesos muros de cemento. Probablemente querría destinarla también a bunker o refugio antiatómico.

Por curiosidad, entré en el despacho y me puse a mirar. Contenía varias estanterías de suelo a techo con libros. La mayoría eran imitaciones, cajas con lomos de colecciones de libros en un lado, de las que utilizan las  tiendas de muebles para rellenar librerías.

Los libros reales eran varios clásicos, de los que solamente los leen intelectuales y me extrañó un diccionario sueco-inglés, muy manoseado, que, estando acostumbrado a fijarme en los más mínimos detalles, no me cuadraba con el conjunto.

Simplemente lo tomé y hojeé rápidamente, sin ver nada extraño, pero al ir a cerrarlo para dejarlo en su sitio, una hoja de papel plegada se cayó del libro. La miré con curiosidad. Estaba llena de líneas de números y algunas series de letras.

Esto son claves, me dije. Las conocía bien, no en vano las había estado utilizando para pagar los servicios de jefes y material durante mi estancia en inteligencia del ejército.

Cuando bajé al salón, me fijé bien en el conjunto: Donato estaba vestido con una camiseta y un pantalón corto de deporte. Sentado y atado, no podía disimular su odio hacia mí. Si sus miradas incendiasen, me hubiese consumido en su fuego en un instante.

A su lado estaba su mujer, Teresa, pero se hacía llamar Piti, supongo que por esnobismo. No sé lo que significa ni de dónde viene.

Llevaba un bañador azul, con algunos toques de negro, y una bata transparente que le llegaba a medio muslo. La hija mayor, llevaba un bikini rojo, que resaltaba las formas de su cuerpo de tal manera que consiguió ponérmela dura al momento.

La pequeña llevaba un biquini amarillo, casi sin tetas y sin curvas definidas.

-¿Tenéis necesidad de ir al baño?  Voy a salir y tardaré un rato.

Nadie dijo nada. Volví a las habitaciones y recogí los móviles de los cuatro, salí después de guardar los lanzagranadas y cerrar bien con llave las puertas que se podía, incluida la de la calle y el portón.

A la entrada, junto al portón, había una caja de la compañía telefónica, donde desconecté el teléfono fijo. Luego me fui a la ciudad en el coche de Donato, donde adquirí o alquilé todo lo que pensé que pudiese necesitar.

Volví al atardecer, y se me hizo de noche descargando. Cuando terminé y entré en el salón, la pequeña se puso a llorar, y al fijarme, pude comprobar que se encontraba en medio de un charco de orines. Mientras que las otras mujeres se movían inquietas en sus sillas.

-¿Tenéis necesidad de ir al baño? –Volví a preguntar.

Todos respondieron que sí con la cabeza.

-Os voy a ir llevando uno por uno, pero antes os quiero totalmente desnudas, incluido tú, Donato.

La desnudez es una forma de humillación y control, pero no debió gustarle nada a Donato, porque estuvo un rato emitiendo sonidos que la mordaza hacía ininteligibles.

Me dirigí a la mujer y le dije:

-Voy a ir soltando vuestras manos para que os quitéis todas las prendas que deban salir por la cabeza, luego las colocaréis detrás para volver a sujetarlas.  Después soltaré vuestras piernas y yo os quitaré las prendas que deban salir.

-Si alguien se revela o no quiere desnudarse, me encargaré de arreglarlo yo con el cinturón. –Puse mi mano en él.

Solté las manos de la madre, que tras unas vacilaciones y algún gesto mío, se quitó la camisola y, tras una señal mía, bajó los tirantes del bañador, quedando el bañador cubriendo sus tetas, a pesar de haber quitado los tirantes. Mientras, su marido despotricaba con sonidos ininteligibles.

La hice inclinarse y esposé sus manos a la espalda con unos grilletes de mi reciente compra.

Solté su pierna izquierda esperando su reacción, que fue inmediata. La lanzó hacia mí, con intención de darme en los huevos, pero estaba preparado y me encontraba a distancia suficiente para que no me pudiese dar.

Con un movimiento rápido, la agarré del tobillo y lo llevé hasta su cabeza. Me sorprendió su flexibilidad. Esperaba que se echase para atrás y cayese con silla y todo. Sabía que iba al gym, pero no esperaba tanta flexibilidad.

-¿Quieres que te quite la ropa con la correa? –Le dije mientras soltaba el cinturón con una mano.

Negó con la cabeza. Solté su pierna y ella permitió que  le desatase la otra. La hice ponerse en pie, metí mis manos por sus sobacos, cogiendo el borde del bañador y bajando de un tirón hasta la cintura.

Ella se giró de espadas rápidamente. Yo tiré de la hebilla de mi cinturón, que salió con suavidad, permitiéndome subir la mano bien alta y descargar un fuerte correazo sobre su espalda.

-ZASSS.

Todos quedaron paralizados un instante. Luego ella gritó tan fuerte, que el sonido traspasó la mordaza.  Antes de que hiciese nada más, otro correazo cruzó su espalda haciéndola caer de rodillas, medio girada para evitar más golpes.

-ZASSS.

Además de los sonidos ininteligibles, en los que se podía adivinar lo que decía, negaba con la cabeza

-NNNN NNNN NNNN.

Las hijas lloraban y el padre debía de insultarme.

Sin decir nada, busqué mejor posición y le solté otro correazo.

-ZASSSS.

-Esto es por ser la primera vez que me interrumpes en lo que estoy haciendo. ¿Quieres más?

Negó con la cabeza y algunos sonidos.

-¿Vas a hacer todo lo que te diga?

Afirmó con la cabeza y sonidos.

-Espero que los demás hayáis aprendido la lección y no tenga que explicárosla individualmente.

La agarré del pelo y la puse nuevamente en pie. No tuve problemas para terminar de bajar el bañador y sacárselo por los pies. Después la acompañé hasta el baño más cercano y la hice sentarse, retirándome un poco.  Estaba roja de vergüenza, pero las ganas pudieron más y soltó una buena cantidad de líquido.

Cuando terminó, procedí a limpiarla, aprovechando para echarle un vistazo en profundidad. Se puso más roja todavía, e intentó que no la tocase, pero una mano a mi cinturón, facilitó las cosas.

Tetas grandes y tiesas, que después de dos partos tenían que estar operadas, vientre plano y culo respingón, consecuencia de sus horas de gimnasio, piernas largas y bien proporcionadas, con un coño peludo en el centro.  No tenía ni un gramo de grasa fuera de su sitio.  Me la hubiese follado en ese momento, pero no podía adelantar mis planes.

Una vez limpia y vuelta a limpiar, la llevé a su sitio, volviendo a sujetar sus piernas a las patas de la silla con nuevos latiguillos, mientras el padre seguía protestando cargado de ira.

Hice lo mismo con la hija mayor, que aguantó bien, aunque con algunas reticencias, que también suavizó mi mano en el cinturón.

En mi observación, pude apreciar que era digna hija de su madre.  Sus tetas no eran tan grandes y terminaban en punta, coronadas por el pezón largo y grueso. Su culo también estaba bien marcado y sus piernas proporcionadas. El coño peludo también.

La pequeña no puso reparos a sujetarle las manos ni a que le quitase la braga del bikini, pero cuando estaba dejándola junto a las otras prendas, salió corriendo de la sala.

Yo me sonreí.  Estaba todo cerrado y las ventanas con rejas. ¿Por dónde pensaba salir?

Tranquilamente fui tras ella.  Subió al primer piso corriendo. Mientras subía yo, unos segundos después, oía su jadeo, más como consecuencia de sus lloros que de agotamiento.

La encontré debajo de la cama, que debía ser de su dormitorio. La llevé al salón y la senté de nuevo en su silla.

-¿Qué prefieres, pistola o cinturón? –Le pregunté.

Lo hice varias veces. Ella negaba y lloraba.

-¿No dices nada? Entonces veamos qué dice tu madre que ya conoce el cinturón. ¿Quieres que la castigue con el cinturón?

También negaba con la cabeza.

-¿No? Entonces le meteré un tiro.

No me gusta hacer daño a los niños, pero en este caso, me daba gran placer ver la cara del padre, sentir su impotencia y oír el murmullo de sus quejas.

La madre empezó a emitir gritos apagados por la mordaza y a negar con la cabeza.

-Ya que no os decidís por uno u otro, se me está ocurriendo otra opción. Vamos al baño.

La tomé del brazo y la llevé al de la planta superior. Hizo poco, pues ya se lo había hecho encima antes. La hice lavarse los restos que manchaban su cuerpo y luego la llevé a su habitación y le ordené:

-¡Grita!

Me miró extrañada y no hizo nada.

-ZASSS

Una bofetada la hizo recuperarse e iniciar un llanto apagado.

-Más fuerte.

No lo consideré lo suficiente.

-Más fuerte.

Seguí pidiéndoselo, pero era penosa. Decidí motivarla y, sentándome en la cama, la coloqué boca abajo sobre mis rodillas y le di una palmada en cada cachete del culo.

-ZASSSS, ZASSSS

-MMMMMIIIIII

Seguí dándole más.

-ZASSSS, ZASSSS, ZASSSS, …

Sus gritos aumentaban

-MMMMMMIIII

Abajo se oían los gruñidos del padre, madre y hermana. Yo aproveché para crear más confusión.  Aprovechando que ella intentaba escapar a mis golpes:

-Estate quieta, maldita puta.  Lo voy a hacer quieras o no.

Y por lo bajo “No dejes de gritar y quejarte”.

Un buen rato después, ya descansados, sujeté los pies de ella a la cama y le di instrucciones de que, por ningún motivo hiciese ruido.  Que si la oía yo, le pegaría un tiro a ella y a sus padres y hermana.

CONTINUARÁ

Estaré muy agradecido si me dejan sus opiniones y valoran mis relatos.

AMORBOSO