Donde no llegó la Justicia 2

Mi mujer y mi hija murieron en un ajuste de cuentas entre bandas en su lucha por el dominio del comercio de la droga. Vuelta temporal a mi casa

Donde no llegó la Justicia

Mi mujer y mi hija murieron en un ajuste de cuentas entre bandas en su lucha por el dominio del comercio de la droga.

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Como la documentación oficial circula lentamente y sobre todo, cuando está fuera del país, solicité un permiso para hacer turismo por la zona segura.

Fue una excusa, porque el permiso para circular por el país, me lo hubiesen dado igual.

Donde no llegó la Justicia 2

Sabía que no se recibiría la documentación antes de dos meses como mínimo, por lo que, siguiendo mis costumbres de ocultación y de no correr riesgos, saqué un pasaje, con otra identidad de las que disponía, en un vuelo que me permitía adelantar, por lo menos, esos dos meses. Antes que se recibiese la documentación del ejército.

Así que volví a mi antigua casa, sin uniforme ni nada que delatase mi identidad.  No me encontré a nadie hasta llegar al rellano de mi vivienda. Cuando fui a abrir la puerta, me encontré con que la llave no encajaba en la cerradura. Por más intentos que hice, incluido el comprobar que era mi planta y la marca que hicimos al rozar con el carrito de la niña y que siempre decía yo que lo iba a barnizar y que nunca lo había hecho, no conseguí otra cosa que cerciorarme de que habían cambiado la cerradura.

En esto estaba, cuando se abrió la puerta y un elemento de mi estatura, pero el doble de ancho y de fondo, quedó bloqueando el paso.

-¿Quién eres y qué buscas aquí? –preguntó directamente.

-Soy el dueño de la vivienda y quiero entrar en ella. ¿Y tú quién eres?

-Esta vivienda estaba vacía y nosotros cinco, haciendo uso de nuestros derechos, la hemos ocupado y…

El resto no lo recuerdo.  Aunque estaba lejos, también llegaban las noticias y sabía lo que pasaba con ellos. Me dio un ataque de ira al pensar que estaban profanando el lugar donde se guardaban los recuerdos de mi mujer e hija, y que habrían eliminado todos ellos.

Estuve a punto de saltar a su cuello, pero gracias a que vino a mi cabeza la idea de que eso hubiera sido contraproducente para mis intereses, sobre todo teniendo en cuenta que no estaba oficialmente en el país, logré contenerme.

Di media vuelta y me marché, dejándole con la palabra en la boca. Anduve sin rumbo hasta que sentí hambre. Entré en el primer bar, pidiendo lo primero que vi, sin fijarme en ello, junto a una cerveza.

Luego me di cuenta de que había pedido un bocadillo de chorizo y un croissant.

Mi cabeza fue maquinando, mientras daba cuenta del bocadillo y la cerveza, analizando pros y contras de las distintas opciones, hasta que di con una solución que me pareció la mejor, por supuesto, fuera de la ley, a la que no podía recurrir.

Rápidamente formé un plan. Salí de allí y me fui directo a una tienda de caza, donde compré un buen cuchillo de supervivencia, bridas grandes y una decena de grandes bolsas de plástico, luego alquilé una furgoneta y alquilé una máquina de hacer agujeros de las que se usan para poner postes y plantar árboles, además comprar de pico y pala, en una tienda de bricolaje.

Busqué un sitio alejado y discreto en un lugar de difícil acceso, donde hice varios agujeros contiguos con la máquina y saqué toda la tierra que los unía, dejando una zanja  rectangular de un metro de profundidad.

Mi intención era matarlos a todos y enterrar sus cuerpos allí.

Dos días después, al atardecer, fui a la casa con una bolsa de deporte, que dejé junto a la puerta y llamé al timbre. Me di cuenta de que me observaban por la mirilla.

-¿Quién es? –Se oyó tras la puerta.

-El dueño de la vivienda.

-¿Qué quieres?

-Hablar con vosotros para que la dejéis libre.

-Se abrió la puerta y apareció el tipo alto y gordo, con un polo rojo lleno de manchas y pantalón hasta la rodilla negro, bloqueando la puerta completamente.

-Mira, gilipollas. Si quieres que nos vayamos de aquí, ven con diez mil euros y si no, no nos molestes.

Ya no dijo nada más. Con un movimiento rapidísimo, de los que se aprenden en el ejército, saqué el afiladísimo cuchillo de la funda en la espalda y, al tiempo que saltaba, se lo hundí en el cráneo a dos manos y con toda mi fuerza, rompiendo huesos hasta que la empuñadura hizo tope.

Seguido, una patada en el pecho lo hizo caer hacia atrás, pudiendo quedarme de nuevo con el cuchillo en la mano y empujar la puerta.  Esta se abrió al tiempo que saltaba sobre el cadáver en busca de mi siguiente víctima, pero me quedé paralizado.

Había dado por supuesto que eran cinco hombres, pero me encontré con tres mujeres, una de ellas con un niño en brazos, y un tipo bajito y delgadísimo, al que inmediatamente califiqué como “tirillas”, con pinta de drogado.

Todos nos quedamos mudos. Ellos por la impresión de ver a su compañero muerto y la sorpresa de verme armado y dispuesto a atacar. Por mi parte, desconcertado al encontrarme con las mujeres y el niño.  Al otro no le hice ni caso.

Por suerte reaccioné rápidamente.

-Al que abra la boca lo mato. Y ya veis que no amenazo en balde. ¿Entendido?

-…

-¿ENTENDIDO?

Una dijo que si y los demás asintieron con la cabeza.

Cerré la puerta, después de entrar la bolsa, y retiré la llave, los hice que se acostaran boca abajo en el suelo, con las manos a la espalda, excepto la madre, que dejé que estuviese de lado con su hijo o hija.

En un momento até sus manos con las bridas e hice lo mismo con los pies, a la altura de los tobillos. Fui a la cocina y corté las cuerdas de tender la ropa de la terraza, para volver y atar los pies con manos, con las piernas dobladas en ángulo hacia atrás y unido todo, incluida la madre, para luego dejar a la criatura, que estaba dormida, en una cuna o capazo que había allí.

No paraban de pedir que no les hiciese daño, que se irían inmediatamente y que no dirían nada. Yo no les contesté en ningún momento.

Seguidamente, de la bolsa, saqué un pasamontañas que llevaba preparado para evitar que me reconociesen si alguien me veía al mover los cadáveres, pero que me vendría bien para que ellos, con los nervios, no me recordasen, o, por lo menos, que tuviesen dudas si íbamos a juicio, pero que terminé quitándomelo al final.

Saqué también un rollo de film de cocina, como el que se utiliza para envolver palés o las maletas en los aeropuertos, y envolví la cabeza del muerto para que no se manchase todo de sangre.

Como los vivos no callaban, también fui hasta ellos y envolví su cabeza con el celofán, pero les hice agujeros en la nariz para respirar.

Después limpié las manchas que había dejado el cadaver y me dispuse a esperar a la noche oscura. Al poco rato, el niño empezó a llorar. Al principio, eran pequeños lloros, pero pronto se puso inaguantable.

La madre intentaba decirme algo, pero la ignoré. Ya imaginaba que tenía hambre. Por fin, me cansé y decidí atenderlo yo mismo. No me fiaba de ellos. Comprobé que había que limpiarlo y busqué y encontré los útiles correspondientes.

Mientras pasaba el tiempo, lo limpié, lo bañé, le puse pañal limpio. Descubrí que esa tarea me había relajado mucho, incluso me sentía feliz de ver la carita del niño (porque descubrí que era niño) sonriente cuando lo limpiaba y bañaba.

Limpio y perfumado, lo llevé donde la madre, que estaba al borde del infarto. Tenía los ojos cerrados, porque de llorar, se habían llenado los huecos de agua, y estando boca abajo, con lo ajustado del plástico, no tenía salida.

Le solté los pies de la unión con las manos, permaneciendo ambas extremidades unidad entre sí, y la puse boca arriba. Llevaba una camiseta y un pantalón de cintura de goma, tipo pijama. Le subí la camiseta hasta el cuello y seguidamente hice lo mismo con el sujetador, dejando al aire dos preciosas tetas, no excesivamente grandes, pero muy redondas, con pezones grandes y con gotitas de leche en punta.

Le coloqué al niño encima de una de ellas, agarrándose con la boca al pezón y poniéndose a chupar con ansia, mientras yo, arrodillado a su lado, lo sujetaba con la mano.

Me resultaba muy agradable ver como se alimentaba, pero en el ir y venir de mis ojos, me fijé en sus pantalones y se me ocurrió hacer algo que me gustaba hacerle a mi mujer cuando daba de mamar a mi hija, y mientras llevaba mis manos a la cinturilla, le dije:

-No te muevas, no sea que se caiga el niño.

Con la certeza de que no iba a hacer nada por miedo a ser ella la que hiciese daño a su hijo, le bajé el pantalón y luego las bragas hasta las rodillas. Volví a sujetar al niño, pero ya no me estuve quieto.

Con la otra mano, la metí entre sus apretadas rodillas, para ir subiendo y ser un dedo el que recorría sus muslos por la línea de unión. Estuve subiendo y bajando, cada vez con más facilidad, hasta que el niño retiró la cabeza del primer pecho y lo puse en el otro, cambiando de lado.

Desde el otro lado, mi dedo recorría solamente su vulva, sin profundizar, pero cuando llegaba a la parte superior, tomaba ambos lados, a la altura de su clítoris, y realizaba una suave presión.  Pronto se le escaparon fuertes resoplidos por la nariz, y sus pies fueron subiendo para separar las rodillas todo lo que le dejaban las bragas y el pantalón.

Me di cuenta de que ahora el llanto se había ido filtrando entre la piel y el plástico, pero que sus ojos no dejaban de llorar.  Estaba excitada, pero no quería ceder y reconocerlo.

Debía estar a punto del orgasmo, cuando el niño terminó de comer. Se lo retiré, oyendo el apagado suspiro de desilusión al soplar por la nariz, me lo puse al hombro con una toalla y esperé a que eructase. Luego lo acosté en su cuna y se volvió a dormir.

Todo aquello me traía recuerdos de cuando mi hija estaba recién nacida.  Y, hasta me vi sonriendo…

Cuando me volví hacia el grupo, me encontré con la mirada de la madre y el movimiento de sus piernas que volvían a abrirse.  Yo fui a mi bolsa, saqué una botella de agua y un bocadillo, busqué una silla y me senté a comer mientras los miraba.

Viendo a las mujeres, una de ellas prácticamente desnuda, no pude evitar excitarme.  Últimamente no había podido ir de putas para desahogarme y eso lo estaba notando.

A mi mente vinieron algunos de los recuerdos que esa casa guardaba, y sobre todo, al verlas, me vino el de la última vez que hicimos el amor en esa habitación, porque nos daba igual el lugar donde hacerlo cuando estábamos solos.

Había dejado a mi hija dormida en su camita y me había dado una ducha. De camino al dormitorio para ponerme cómodo, pasé por el salón, donde Mara veía un interesantísimo programa sobre un grupo de gente, con pinta de guarros, metidos en una casa llena de cámaras, donde hacían su vida.

-Paco, ven un momento y mira esto. No se conocen de nada y ya se están metiendo los unos en la cama de las otras y viceversa.

Yo entré desnudo, secándome mi rapado pelo de la cabeza, y me puse a su lado. La verdad es que la escena carecía de interés para mí, pero a Mara sí que debió de gustarle la nuestra, porque vio mi pene a la altura de su cara y alargó la mano para cogerlo y empezar a pajearlo.

A partir de ese momento, la escena de la tele fue más interesante para mí. La miraba sin verla, solamente pendiente de las sensaciones en mi pene, que empezó a crecer y engordar.

De reojo, la miraba  y la veía sonreír. Sabía que no estaba prestando atención a la tele y que me estaba haciendo el duro. Y efectivamente, consiguió ponérmelo duro como una piedra en un instante.

Un momento después, tiraba de mi pene, haciéndome girar hasta colocarme ante ella y empezó a lamerlo de abajo arriba con la lengua bien húmeda de saliva. De broma, porque no tenía ninguna intención de que parase, le dije:

-Bueno, que tengo que ir a ponerme el pijama…

Y ella, echando mano a mis huevos, me interrumpió con una sola palabra:

-¡Inténtalo!

Seguidamente, se lo introdujo hasta la mitad en la boca para volver a sacarlo y pasar la lengua por el glande, mientras me la sujetaba con la mano para que quedase recta frente a su boca y me la pajeaba lentamente.

Volvió a metérsela de nuevo, esta vez un poco más adentro, mientras la presionaba con la lengua. Nuevamente volvió a sacarla y a lamer mi glande mientras me pajeaba.

Una nueva entrada con mayor profundidad, una nueva salida con pajeo y lamida de glande y nueva entrada con contacto de su nariz con mi pubis depilado. Ambos nos habíamos depilado completamente y nos manteníamos sin molestos pelos que nos importunasen en estos momentos.

Ya con toda la polla dentro, empezó a mover su cabeza, haciendo que saliese hasta que el glande quedase entre sus labios y parando un instante para repasarlo con la lengua, y luego volver a meterlo hasta la garganta, donde lo sentía más presionado.

Algo más hacía, aunque nunca llegué a saber qué era, pero sus mamadas eran fabulosas y llenas de sensaciones placenteras. Yo mantenía mis ojos cerrados, solamente sintiendo el placer que me proporcionaba, y cuando lo abría, siempre veía que tenía puesta su mirada en mi cara, buscando ver reflejadas en ella mis sensaciones de placer, según me dijo un día.

Así, no es de extrañar que me gustase casi más una buena mamada suya que cualquier otra cosa. Y ahora, el problema es que, a pesar de haberme aliviado con muchas mujeres durante mis años de misiones, jamás he encontrado a alguien tan buena como ella.

Como era de esperar, mi excitación fue en aumento. Las profundas entradas en su boca y las lamidas al glande, junto a suaves pajeos y otras sensaciones, me llevaron al borde del orgasmo.

Sujeté con las dos manos su cabeza y me dispuse a follarle la boca.  Ella recogió con su dedo una buena cantidad de babas que escurrían de su boca y metió la mano entre mis piernas para introducir ese dedo en mi ano.

No era la primera vez, y entró con suavidad y una ligera molestia. Seguidamente, mientras yo le follaba la boca, ella masajeaba mi interior. Un par de veces me hizo sacarla para toser y respirar entre un mar de babas, antes de seguir follándola.

Pocos segundos después, se la clavé hasta el fondo, deteniendo mi follada, y empecé a soltar mi carga directamente a su estómago, mientras ella aceleraba sus masajes en mi recto.

El orgasmo fue brutal.  Las piernas me temblaban y, en cuando me dejó la polla limpia y sacó su dedo de mi ano, me dejé caer de rodillas ante ella y la abracé.

Unos segundos de recuperación, mientras ella pasaba su mano por mi pelo cortado a cepillo y yo besaba sus labios y recorría su cara para seguir besando su cuello y lamer el lóbulo de la oreja, que era lo que más le gustaba.

Poco a poco, nos fuimos excitando nuevamente. La tomé en brazos al tiempo que me levantaba y la llevé hasta nuestra cama, donde la deposité con cuidado y nos amamos durante varias horas.

Estaba terminando, el bocadillo, cuando una de las mujeres empezó a hacer movimientos como podía.  Deduje que tenía que ir al baño, así que pregunté si querían ir, afirmando con la cabeza los cuatro.

-Voy a llevaros uno a uno. No quiero que me estropeéis el suelo.

Empecé por la madre. Las fui soltando una a una, dejando solamente atadas las manos. A todas las dejé desnudas de cintura para abajo, incluso al tirillas. Tuvieron que hacer sus necesidades delante de mí, sentados en el váter, y fui yo quién les limpió al terminar.

A la madre no le costó mucho empezar a orinar, pero sí que tardó en terminar. Debía estar acostumbrada a que la mirasen o tenía muchas ganas, porque ni siquiera se sonrojó.

-Vaya, sí que tenías ganas. –Le dije mientras secaba su coño con un trozo de papel del váter.

Sin vestirla, la devolví a su sitio, la volví a atar en la misma postura y pasé a la siguiente. Realicé la misma operación con los tres restantes y, la verdad, creo que fue de la mezcla entre mis recuerdos, la masturbación a la madre y frotarles el coño para limpiarlas, que se me puso dura, y fue solamente presionarla con mi mano por encima del pantalón, cuando mi cuerpo me pidió a gritos follarme a alguna de ellas.

La que estaba junto a la madre, tenía un culo que me recordaba a mi mujer. Su pelo rubio oxigenado y sus pechos tamaño justo para mis manos atraían constantemente mi atención.

Llevaba una camiseta que estando de pie le llegaba a medio muslo, pero que ahora, con los movimientos, dejaba ver sus cachetes cerrados, por donde no escapaba ningún pelito. Recordaba que le había quitado una braga azul celeste, como las que llevaba mi mujer.

¡Hasta podría ser de ella!

Volví a separar los pies de las manos y la puse de pie.  Ella se asustó y se puso a llorar, intentando decir algo. La arrastré hasta la larga mesa del comedor, aparté todo lo que estorbaba y la hice ponerse en uno de los extremos, doblada sobre ella, con los pies colgando y atándola primero una rodilla a una de las patas y luego la otra rodilla a la otra pata.

Quedó a mi disposición, con las piernas abiertas al máximo y su culo y coño ofrecidos, que estuve mirando con atención mientras soltaba mí cinturón y bajaba los pantalones.

Aún con las manos atadas a la espalda y apoyada en las atadas rodillas, intentó levantar su cuerpo al tiempo que emitía sonidos ininteligibles.

Tuve que soltar el cinturón de las trabillas y darle un golpe en el culo, que la paralizó, momento que aproveché para doblarlo por la mitad y descargarle media docena de golpes en el culo y otra media en la espalda que la enseñaron a no moverse.

Pasé mi mano por su coño, encontrándolo totalmente seco. Dudé entre comérselo para excitarla o follármela directamente. Opté por lo último. Me coloqué tras ella, escupí en mi mano y humedecí su entrada. Hice lo mismo con mi polla, la puse en su entrada e hice fuerza para meterla.

En el primer intento, entró poco más de la cabeza. Ella emitió un gemido de dolor por lo seca que estaba y a mí me molestaba también.  Volví a sacarla y cambié de opción.

Me arrodillé tras ella y me puse a recorrer su coño con mi lengua, pasándola desde su clítoris al perineo, con pequeños lengüetazos a su clítoris y metiéndola todo lo profundo que podía, hasta que noté que había más humedad que la producida por mi saliva y que su sabor había cambiado.

Al volver a meterla, entró completamente, aunque con un poco de fuerza porque estaba muy estrecha.  La mantuve dentro cerca de un minuto para que dilatase y disfrutar de la estrechez y la presión que ejercía sobre mi polla, mientras metía mi mano desde el costado para masajear su clítoris sobre la piel.

Cuando empecé a moverme, no creo que llegasen a cinco los minutos que lo estuve haciendo, antes de empezar a sentir que llegaba mi orgasmo.  Intenté retrasarlo, pero se acercaba rápidamente, por lo que, ante el temor de correrme fuera si la sacaba, la clavé hasta lo más profundo y me corrí.

Fue un orgasmo abundante e intenso. El tiempo acumulado y el rato que llevaba excitado, contribuyeron a ello.  Cuando terminé, caí agotado sobre el cuerpo de ella, que por supuesto no se había corrido, hasta recuperarme.

Desaté sus piernas, atando sus pies de nuevo, utilizando nuevas bridas, la tumbé en el suelo y uní manos y pies.  Tras esto, me puse a pensar en qué hacer con ellos.

¿Los mataba a todos, incluido el niño? – Yo no era ningún Herodes. Nunca había  matado a un niño, ni pensaba que pudiese hacerlo algún día.

¿Los mataba a todos excepto al niño y lo llevaba a un orfanato?  - Tampoco me  gustaba la idea, ya había visto demasiados niños en esos sitios.

¿Dejaba a la madre y al hijo y mataba a los demás? – No me parecía justo.

¿Los dejaba a todos con vida? -  ¿Y cómo impedía que hablasen y me detuvieran  antes de cumplir mi verdadera misión?

Sin una decisión clara, me acerqué al tirillas con el cuchillo en la mano. Cuando me vio que iba hacia él, empezó a retorcerse y emitir sonidos tipo “no, no, no…”.

Le solté las manos de la unión con los pies y lo arrastré a la silla donde había estado sentado yo, haciendo lo propio con él.

A su lado coloqué tres sillas más, donde puse a las mujeres, luego saqué de nuevo el cuchillo y volví a acercarme al tirillas, que volvió a gritar y a intentar escapar poniéndose de pie. Un puñetazo en la cabeza lo dejó sentado y atontado.

Aproveché para cortar el film plástico y liberar su cabeza, y luego a las demás, que, aunque con miedo, no se movieron, permaneciendo en silencio. Cuando terminé, les dije:

-Cuando he entrado, mi intención era mataros a todos…

-Mi hijito no. Mi hijito no. –Decía llorando la madre.

-No, por favor, no nos haga daño, no diremos nada. –Dijeron las demás.

-¡SILENCIO!

La algarabía que se había montado, cesó al momento.  Las mujeres lloraban, el hombre temblaba.

-Voy a buscar una cosa.  Si  cuando vuelva, alguien ha hecho el menor movimiento, me lo cargo directamente.

Les hice esperar un momento y fui a comprobar el armario donde anteriormente guardaba la herramienta.  No lo habían tocado. Allí tenía varios metros de una cadena fina, que en su momento compré porque mi mujer quería hacer unos floreros o lámparas colgadas del techo, no recuerdo bien.

También tenía varios candados de llave, de los utilizados para las maletas.

Lo dejé todo en el baño y volví a la sala, solté los pies de la madre y me la llevé al baño.  Entre los sonidos que emitía, además del “no, no, no”, se le entendía algo así como “mi hijo, mi hijo”

Sujeté uno de los extremos de la cadena a un radiador de la calefacción y le puse un candado, dejé suficiente cadena y le di una vuelta con ella a su tobillo, que también sujete con un candado. Con el resto, di una vuelta al bidé, le puse otro candado y dejé allí el resto.

Sujeta de esta forma, tenía acceso cómodo al lavabo, un poco de lado a W.C. y a la ducha, dejando el pie encadenado fuera.

En el medio tenía un poco de espacio, donde llevé una colchoneta y una manta. Luego fui a por su hijo y le dejé el cuco al lado, junto con unos cuantos pañales.

No era una prisión de lo más segura, pues a poco fuerte que fuese, podría romper la cadena, o abrir los candados con un alambre.  Ya me preocupé de que no tuviese ninguno cerca y confiaba en que estuviese asustada y no hiciese nada.

-Vas a permanecer aquí hasta que vuelva. Si intentas escapar, procura conseguirlo, porque si encuentro algún daño a mi regreso, te azotaré hasta matarte y venderé a tu hijo a los mendigos. Utiliza la colchoneta para descansar.

-No. No haré nada. Se lo prometo.  Sólo atenderé a mi hijo…

La dejé con la palabra en la boca y salí de allí cerrando la puerta.

CONTINUARÁ

Estaré muy agradecido si me envían sus opiniones y valoran mis relatos.

AMORBOSO