Donde no llegó la Justicia -1

Mi mujer y mi hija murieron en un ajuste de cuentas entre bandas en su lucha por el dominio del comercio de la droga. Esta es la historia de mi venganza. Contiene violencia

Ante todo, cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Soy el Coronel Francisco de Tejada y Ripoll, de 40 años, actualmente en la reserva.

A los 23 años, nada más terminar la carrera y salir con el rango de teniente del ejército de tierra, me casé con Mara, mi novia de toda la vida. O de toda la adolescencia, mejor dicho.

Intervine en diversas operaciones de ayuda humanitaria y misiones de paz bajo el mando de la ONU, siendo muy bien valorado por mis superiores.

Durante ese tiempo, fui muy feliz en mi matrimonio. Al año de casarnos, mi mujer dio a luz una preciosa niña de la que disfrutamos ambos y a la que echaba mucho de menos acariciar y tener en mis brazos durante mis misiones.

A los 31 años fui promovido al rango de Capitán. Estaba en el cuartel cuando salió publicada la orden de mi ascenso. Aunque la esperaba, no por eso la recibí con menos alegría.

Inmediatamente llamé a mi esposa para comunicarle la noticia e invitarla, junto a la niña, a comer.  Quedamos en la terraza de una cafetería, próxima a donde se encontraba ella.

La costumbre era que el que ascendía o era enviado a mejor destino, tenía que invitar a una ronda a todos los compañeros oficiales y yo no fui menos.

Sin embargo, mientras estábamos en la cantina del cuartel, no podía evitar constantemente el recordar a mi esposa y la noche que habíamos pasado. Habíamos llegado a casa de madrugada y estuvimos follando hasta que se hizo la hora de ir al cuartel.

Aún hoy siento vergüenza cuando recuerdo aquella noche después de lo ocurrido.

Por fin,  compañeros fueron marchando, unos a sus ocupaciones y otros a sus casas, hasta que me quedé solo y pude irme rápidamente a mi cita, pero…

Cuando llegué, estaba lleno de policía, ambulancias, bomberos, enfermeros, camillas y un largo etc.

Me acerqué a la cinta que delimitaba la zona para impedir el acceso de la gente que se agolpaba a mirar. Me hice paso como pude hasta el policía más cercano, informándole de que había quedado con mi mujer y mi hija allí a esa hora.

No sé si fue porque se apiadó de mi cara de desesperación, o por mi uniforme militar, pero me dejó pasar enviándome hacia una determinada zona donde me podrían informar.

El lugar estaba a cubierto de miradas, oculto por un camión.  Cuando di la vuelta, me encontré con una hilera de cuerpos cubiertos por sábanas manchadas de sangre.

Un policía se acercó diciéndome que no podía estar allí. Cuando le dije la razón de estar, me acompañó hasta los cuerpos y fue levantando una a una las sábanas.

Los cuerpos de mi mujer y mi hija estaban juntos. Caí de rodillas, llorando, junto a ellos. No sé el tiempo que estuve allí. Escasamente recuerdo que alguien me tomó por los hombros y me sacó de la escena. Creo que opuse resistencia y alguien terminó con un ojo morado.

Según me contaron después, consiguieron ponerme una inyección que me hizo dormir y me llevaron a un hospital, donde me mantuvieron medio sedado durante dos días.

Salí de allí, a petición del juez para identificar los cadáveres, y poder enterrarlos, lo que hice más tranquilo, gracias a la fuerte medicación que me daban.

Por fin me hice a la idea de no volver a verlas y mi tristeza y mi dolor se convirtieron en odio. La policía me informó que había sido un ajuste de cuentas entre bandas en su lucha por el dominio del comercio de la droga.

Uno de los muertos, pertenecía al grupo atacante, y por él, supieron quiénes componían el resto del equipo. Los atacados murieron todos, así como ocho personas más, entre ellas mi mujer e hija.

Durante un mes, visitaba todos los días la comisaría con la excusa de tomar un café con los detectives encargados del caso, y así poder sonsacarles.

Al parecer, no se podía probar nada contra ellos. Los llevaron ante el juez, pero su abogado consiguió que ni siquiera hubiese juicio.   Todos tenían coartadas como que estaban lejos de allí en aquel momento.

Cada noche, al acostarme en la cama en la que había compartido tan buenos momentos con mi esposa, no podía evitar los recuerdos de la última noche que la compartimos.

Como he dicho, habíamos salido de fiesta, a una cena a la que habíamos sido invitados, en un conocido restaurante de la ciudad.

Yo acababa de llegar de una misión de tres meses en el extranjero en los que no había estado con una mujer. Mis únicas relaciones sexuales, habían sido de origen manual, que, teniendo en cuenta mi naturaleza altamente fogosa, era un pobre consuelo.

El día de mi llegada, ya iba con una excitación de caballo. En mi mente no había otra idea que no fuera ir a casa, meterme en la cama con mi mujer y pasar todas las horas follando. Pero tenía todo en mi contra. Mi mujer estaba con la menstruación y, aparte de que tenía molestias, nunca había consentido tener relaciones en esos días por ningún lado.

Tal cual estaba yo, me hubiese follado cualquier cosa. Mi esposa, bien conocedora de mi libido exacerbada, tuvo el detalle conmigo del que estaré siempre agradecido.

Nuestro viaje terminaba en el acuartelamiento donde estaba destinado.  Ella vino a buscarme, con nuestra hija, a la salida. Tras los besos, abrazos y alguna lágrima, llevamos a la niña con sus padres y directos a casa.

Me dejó llenando la bañera y preparándome para tomar un baño relajante (no me dejó ducharme, que era lo que yo quería para ganar tiempo) y, cuando estaba sumergido hasta el cuello, abrió la puerta, apareciendo como una diosa Afrodita, llena de sensualidad.

Nunca me dijo nada, ni yo pregunté, pero, a la vuelta de una de mis misiones que duró seis meses, me encontré con un par de tiesas tetas, alguna talla más de cuando me fui, un cuerpo de infarto y cuyos justificantes fueron: que era el resultado de su asistencia al gimnasio para su cuerpo y un viaje por varios países para los seis mil euros que desaparecieron de la cuenta del banco.

El verla aparecer de esa forma, mostrando su espléndido cuerpo en el que destacaban el hermoso par de tetas y su pubis con el pelo recortado en una tira de pelo rubio apuntando a su coño, hizo que el que un buen trozo de mi polla apareciese entre la espuma del jabón, fuese algo instantáneo.

Mara, puso una toalla en el suelo y se arrodilló al borde de la bañera e, inclinándose, lamió la húmeda punta de mi polla, haciendo que elevase el culo para que pudiese disponer de más trozo para lamer.

Fue lamiendo la parte que sobresalía del agua, recorriendo desde el glande, que se encontraba totalmente fuera, hasta prácticamente la base. Volvió a subir hasta meterse el glande en la boca y lo mantuvo así, recorriéndolo con la lengua, mientras iniciaba una suave masturbación con sus dos manos.

-Mmmmmmm

-Siiii.Mmmmmmm – Se me escapaban gemidos, cada vez más fuertes, como consecuencia del placer que me estaba dando

Sus movimientos iban de abajo arriba, dejando brevemente al descubierto la morada cabeza del glande, que era rápidamente cubierta por sus labios y repasada con la lengua por los bordes.

Conseguí sacar la mano de la bañera y meterla bajo su cuerpo hasta alcanzar su coño. Lo acaricié con suavidad sobre la piel, desde el inicio de su raja hasta el final, dejando a un lado el pequeño hilo de su tampón, que no tardó en caer al suelo.

Enseguida noté cómo los labios de su coño se abrían y llenaban de flujo, mientras seguía con sus movimientos, que se hicieron más intensos a medida que pasaban los minutos.

Cuando rocé su clítoris, ella tampoco pudo evitar lanzar su gemido al tiempo que separaba más sus piernas.

-AAAAAAAAAAA

Solamente se detuvo un momento. Luego siguió masturbándome y chupando mi glande.  Sus manos recorrían mi polla, presionando con suavidad, y acariciándome los testículos, haciendo que arquease mi cuerpo para dar salida a toda mi polla y sentir más sus caricias.

Siguió acelerando sus movimientos. Me sentía al borde del orgasmo. Intenté aguantar, pero Mara debió de darse cuenta y llevó su dedo a mi ano, introduciéndolo todo lo que pudo. Y fue entonces que ya no pude más y un chorro de leche salió disparado furiosamente hacia su garganta, seguido de varios más.

-AAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGG.  No pares, no pareeeeeesss…

Siguió lamiendo y chupando hasta que ya no salió nada, dejándola totalmente limpia.

Para cualquier otro, hubiese sido una mala paja, pero para mí, fue una maravillosa paja.

El fin de su menstruación coincidió con una invitación a cenar para celebrar un importante evento. No pudimos escaparnos. Ese día me había llamado a medio día para decirme: “Ya estoy libre y esperándote”

Para mí fue demoledor. No salía hasta las cinco de la tarde y las horas iban a ser interminables. Pero las desgracias no vienen solas. Poco después del anuncio de mi esposa, recibí una notificación para ir a una cena informal que organizaba un Teniente Coronel para esa noche. ¡Y no podía negarme!

La habían pospuesto varias veces y parecía que iba a ser la definitiva.

Rápidamente llamé a mi esposa para comunicarle la sorpresa. Me dijo de todo. Lo más suave: ¡Mándalo a la mierda!

Pero no podía hacerlo, así que le pedí que se pusiera bien guapa, porque las cenas informales de mi acuartelamiento eran: traje los hombres y competición entre las mujeres para ver cuál de ellas destacaba por su elegancia.

Cuando llegué a casa, estaba en el baño. Se acababa de duchar o bañar y llevaba su cuerpo cubierto por una toalla que tapaba desde sus tetas hasta el muslo. Me la hubiese follado allí mismo, pero no teníamos mucho tiempo, así que, una ducha rápida y a vestirme.

Al momento, salió mi mujer, se quitó la toalla, quedando totalmente desnuda y comenzó a vestirse con un vestido negro directamente sobre la piel, sin ropa interior.

Enseguida supe el porqué.  El vestido se ajustaba a su cuerpo como un guante, cubriéndola desde los pies al cuello. Por delante, un pronunciado escote entre dos trozos de tela que se ajustaban en su nuca, protegían, aunque no totalmente, sus espléndidos pechos de las miradas ajenas.

Por detrás, un escote hasta el nacimiento de su culo, dejaba a la vista una espalda lisa y perfecta.

Con ese vestido no podía llevar sujetador, que tampoco necesitaba, ni bragas o tangas, que quedarían marcados. Todo esto, completado con unos buenos zapatos negros con tacón altísimo y una raja en el costado hasta poco más de medio muslo.

Estaba preciosa. Solamente fue ponerme a su lado y salir de casa ya empalmado. En el restaurante fue motivo de chismorreos de las mujeres y de miradas bobaliconas y babosas de los hombres.

La cena transcurrió con normalidad, con amena conversación entre los integrantes de la mesa.

Al estar nuestra mesa junto a una pared y no estar a la vista de otros comensales, iniciamos un juego erótico, consistente en recorrer su piernas, acariciando sus muslos, hasta llegar a su coño, que enseguida quedó inundado por su flujo, frotarlo suavemente por encima y retirar la mano, tomar algo de comida y volver a repetir el proceso.

Cuando su punto de excitación estaba bastante alto, se inclinó hacia mí, con la excusa de recordarme algo, y desabrochó mi pantalón. Poco después, con la excusa de una risa, se apoyó en mi otra vez y con un poco de esfuerzo, me sacó la polla.

A partir de ahí, todo fue una suerte de situaciones morbosas, intentando que nadie se diese cuenta de lo que ocurría.

Entre plato y plato, se recostaba contra mí y aprovechaba para masturbarme suavemente. Mientras comíamos, acariciaba su coño. Incluso, hubo un momento en el que simuló la caída de la servilleta para inclinarse más y meterse mi polla en la boca, lamiendo y succionando durante unos segundos.

En todo momento, nuestras caras debían estar impasibles y todo ello nos puso con un nivel de excitación como no lo habíamos experimentado nunca.

Cuando terminó la cena, los compañeros de mesa dijeron de ir a bailar y no nos pudimos negar a pesar de la calentura que llevábamos.

Nada más llegar  a la discoteca, nos pusimos a bailar totalmente pegados, sin preocuparnos del ritmo de la música.

Mi erección era dolorosa. Buscaba el roce con la entrepierna de Mara, que separaba las piernas, lo poco que le dejaba el vestido, para encajar mi paquete en lo posible y sentir su presión.

Sus manos rodeaban mi cuello. Notaba cómo su cuerpo presionaba contra el mío, mientras sus pechos se clavaban en mi pecho, ayudados por mis manos que, agarrando su culo permitían un mejor roce entre nosotros.

No bailamos mucho. La situación empezaba a ser inaguantable. Poco después, cada vez más calientes, abandonamos discretamente la sala de fiestas, sin que nadie se enterase, y nos fuimos a casa.

En el coche, durante el viaje, pude continuar con lo que había empezado durante la cena,  acaricié de nuevo sus piernas y volví a alcanzar su coño. Estaba totalmente encharcado. El olor a sexo se notaba dentro del habitáculo.

Ella me retiró la mano, se agachó sobre mí y sacando mi polla erguida empezó a chuparla.

Al llegar a casa, detuve el auto y la conduje hasta nuestro dormitorio, abrazado a su cintura  y sin dejar de besarla. Al entrar, la llevé directamente a la cama, mientras soltaba el cierre de su cuello, dejando caer las telas que cubrían sus pechos para dejarlos libres y expuestos.

Caímos sobre la cama, en el costado, ella boca arriba, con los pies en el suelo y yo recostado sobre ella, poniéndome de inmediato a mamar sus pechos, de pezones duros como piedras, y a recorrer sus muslos terminado en un suave roce en su ingle, junto a su coño.

Me dio un empujón para apartarme, poniéndose en pie y deslizando su vestido hasta el suelo, quedando desnuda totalmente, mientras me decía elevando la voz:

-¡BASTA YA, CABRONAZO! ¡FOLLAME DE UNA PUTA VEZ!

Yo me empecé a desnudar, quitándome la camisa, mientras ella se lanzaba a mi pantalón y lo bajaba hasta los tobillos, junto a la ropa interior.  Al agacharse para quitarme los zapatos y terminar de desnudarme, mi polla quedó a la altura de su cara, no tardando en lanzarse a mamarla como si estuviese poseída por el espíritu de la lujuria.

Verla así, a mis pies, mamándola como ella sabía, me dejó al límite del orgasmo. Como mi intención era correrme dentro de ella, la obligué a levantarse y la hice recostarse en la cama, colocándome entre sus piernas, que levanté hasta mis hombros y se la clavé hasta el fondo de una estocada.

-AAAAGGGGGGGG.  CABRÓOOOOONNN. OOOOOOOOOOHHHHHH. ¡QUE GUSTO!

Entró como si la hubiese metido en un vaso de agua de lo mojada que estaba.

-SIIIIIII.  REVIÉNTAME EL COÑO. MÉTEMELA MÁAAAAS

-Te gusta ¡Eh! ¿Cómo lo quieres?

Siiii Fóllame duroooo. Fóllame más fuerte.

-Pues toma

Seguí bombeando sin hacer caso del resto de sus gritos y gemidos. No sé cuántas veces se corrió, pero fueron unas cuantas. Yo quería que se quedara más satisfecha que nunca.

Me incorporé y la puse en cuatro patas sobre la cama. Mi polla estaba gigantesca. Ya de por sí mi instrumento es grande, pero esa vez, hasta a mí me impresionó su tamaño. Me dolía por la tensión de la piel. La penetré de golpe y con furia. Ella lanzó un alarido de placer que me asustó un poco. Y con sólo ese acto tuvo un orgasmo...

La bombeaba con fuerza a veces, y me detenía otras para acariciar sus senos o besarla en el cuello y boca. Mis manos jugaban con su culito embadurnándolo con sus propios jugos para lubricarla. Sin quitar mi polla de su raja la penetré por el culo con el pulgar, que luego sustituí por dos dedos.

-Siii, por el culo también. Fóllame fuerteee. -Me decía.

Se la saqué del coño y se la clavé de golpe en el culo. Gritó por el dolor inicial, pero enseguida gimió de nuevo y pidió más y más.

Llegó un momento en el que yo ya no podía aguantar. Le avisé de mi inminente corrida y, entre sus gritos de ánimo, me corrí, sintiendo como salía mi leche e inundaba su recto, mientras ella, se frotaba el clítoris y se corría casi a la vez.

Ese recuerdo lo guardo, entre muchos otros, como uno de los más preciados.

Al mes fui destinado a otro servicio y tuve que cambiar de ciudad. Vendí mi coche y el de mi mujer, cerré la casa y me mudé. Al poco de tomar posesión de mi nuevo destino nos enviaron a oriente medio en “misión de paz” y como observador militar.

Allí destaqué por mi arrojo frente al enemigo. No me amedrentaba el mezclarme entre ellos y por eso realicé tareas de espionaje e información, así como de la discreta eliminación de algún cabecilla rebelde.

Durante los diez años siguientes, no hice otra cosa. Me ordenaron realizar labores de inteligencia, y conseguí mimetizarme tanto con la gente, que llegué al punto de que mis propios compañeros pensaban de que era un árabe que trabajaba para ellos.

Para mí, era algo necesario. Cada día pensaba en ellas. Necesitaba la adrenalina y la tensión que estas labores me producían para mantenerme en pie y no derrumbarme. Reflejaba mi venganza en cada enemigo eliminado, pero eso no cambiaba mi sed de sangre. En el fondo, sabía que no estaría satisfecho hasta eliminar a los autores de la muerte de mi familia.

A pesar del mucho trabajo que estas labores conllevaban, no dejé de recibir información sobre la banda causante de la muerte de mi familia, así me enteré de que el jefe que había ordenado la matanza, había sido “retirado” por su segundo, uno de los que participaron en ella.

Parece ser que se trataba de un siciliano o alguien enviado por la mafia italiana, que pretendían hacerse con el control de los grupos de delincuentes organizados para establecerse en el país.

En el cuartel, a todos los soldados nos hacían periódicamente unos test y entrevistas de evaluación psicológica, donde nos analizaban y aconsejaban sobre lo que teníamos que corregir o nos retiraban del servicio si nos veían mal.

Por mi parte, después de vivir diez años constantemente en tensión y procurando engañar a los psicólogos con relativo éxito para poder seguir allí, decidí mostrarme, en esos test, tal y como era.

El resultado fue que me encontraron totalmente estresado y pasaron al alto mando un informe en el que recomendaban mi retirada de todas las actividades, la vuelta a casa y el pase a la reserva.

El alto mando, dado mi historial, aceptó el informe y procedieron a darme el pase a la reserva, con el grado de General de Brigada (en el tiempo de servicio había ascendido hasta el grado de Coronel, inmediato anterior al de General de Brigada, por méritos de guerra, sin cambiar de destino dada mi gran labor en la zona)

Exento ya de servicio, a la espera de que llegase la documentación que ordenaba mi pase a la reserva, solicité y obtuve un permiso para recorrer la zona segura del país con tranquilidad, antes de mi regreso.

Gracias por leerme. Me gustará recibir sus comentarios y agradeceré también sus valoraciones.