Donde hubo fuego... Capítulo 7
Cada momento que compartía con Génesis era único, la sentía tan cercana a mí, por lo tanto tomé la decisión de ir poco a poco. Pero lo que ella me hacía sentir era exorbitante, era cuestión de tiempo, tarde que temprano ambos caeríamos en las redes del amor y el deseo.
Génesis se quedó inmóvil, mirándome fijamente mientras yo me acercaba lentamente; en sus ojos podía adivinar la emoción mezclada con la duda, un gesto de “¿Lo dices en serio?” se dibujó en su rostro. La tomé por la cintura y la miré directamente a los ojos.
-Lo digo muy en serio –dije con un suspiro.
-Pero ayer dijiste que…-en su voz retumbaba la duda.
-Se lo que dije ayer y créeme lo he pensado, tengo claro que no quiero herirte, no quiero sufrir, pero tampoco quiero perder una oportunidad que puede hacerme feliz, pero quiero que vayamos poco a poco, paso a paso, sin prisas, quiero respetarte, respetar tu espacio, quiero que te sient…
Y así sin más, ella me besó, de la misma forma inesperada en que el destino la había traído a mi vida, este beso fue diferente a los anteriores, había mucha más entrega, más pasión, una pizca de locura, fue su hermosa manera de agradecerme el entreabrirle la puerta de mi corazón. Ni tardo, ni perezoso correspondí a su beso, estrechándola entre mis brazos, como queriendo preservar ese maravilloso momento.
Después del beso ella descansó en mi hombro, nos mecíamos suavemente mientras el viento soplaba sin cesar. Su presencia me llenaba de paz, de amor, de todas las más bellas sensaciones que nadie se puede siquiera imaginar. Quería hacerle feliz, quería que fuese ella quien me brindara la más deseada alegría, quería danzar con ella por la vida y llegar al fin del mundo, juntos, de la mano.
Las palabras sobraban en ese momento, así que nos fuimos caminando abrazados por la acera ¿Qué podríamos hacer en una mañana soleada de invierno? Tal vez tendría hambre, así que decidí preguntarle que se le antojaba de desayuno.
-¿Y si desayunamos en el mercado? –respondió a mi pregunta con otra pregunta.
-¿Al Pino Suárez? –respondí a su pregunta con otra pregunta.
-Sí, claro. –sus ojitos se iluminaron.
-Jaja, está bien nena, tomemos un taxi entonces.
-¿Un taxi? ¿Para qué? Dijiste que caminaríamos juntos –su carita estaba rebosante de alegría.
-Jajaja ¿me harás caminar hasta allá? ¿Es en serio? –pregunté incrédulamente pero a la vez me agradaba la idea.
-Lo digo muy en serio –me respondió sonriendo y me dio un fugaz beso a continuación.
Amaba su manera de ser, tan espontanea, tan transparente, era simplemente ella y yo estaba empezando a enamorarme, era imposible no hacerlo, ella se lo ganaba a pulso. Seguimos caminando, de la mano, bajo el sol, cruzamos la explanada de plaza de armas, el palacio de gobierno hasta llegar a la Av. 27 de Febrero, cruzamos dirigiéndonos a la Zona Luz Villahermosa.
Justo en la esquina se encontraba “La Casa de Los Azulejos” un inmueble de arquitectura colonial que fungía como museo de la ciudad y contaba con una muy surtida librería, Génesis y yo simplemente amábamos esa edificación, era el edificio más hermoso de toda la zona centro de la ciudad.
Seguimos caminando, de la mano, abrazándonos, besándonos, admirando ese hermoso domingo soleado, bromeando, era tan bello cada momento que pasaba a su lado, era único, y cada suceso siempre era mejor que el anterior. Llegamos al parque Juárez, que en ese momento estaba muy lleno de personas que como nosotros habían ido a disfrutar de su domingo, aprovechamos para tomarnos fotos juntas, queríamos preservar materialmente el recuerdo de nuestro primer día.
Realmente me hizo caminar mucho, no me quejo, estoy acostumbrando a caminar, pero vamos a que bajo el sol era un poco tortuoso, pero aun así yo estaba feliz de ir con ella, de su mano, abrazándola. Después de varios minutos, llegamos al dichoso mercado, era un edificio tradicional, al entrar azotaba una mezcla de olores.
El mercado “José María Pino Suárez” tenía la esencia de la cultura tabasqueña hasta en el último de sus rincones. Años de tradición y calidad lo respaldaban, en él se podía encontrar la amplia gama de productos tradicionales de la cocina tabasqueña. Caminamos entre la gente, divertidos, fascinados por el color, el aroma y la textura de todo lo que el mercado tenía para ofrecernos.
Génesis estaba fascinada, me mostraba, me explicaba, conocía mucho de ese mundo, amaba la tierra que la había visto nacer y a sus paisanos los quería como se quiere a unos hermanos. Después del largo recorrido llegamos a la taquería “El paso de las damas” un lugar pequeño pero lleno de tradición, en donde se pueden degustar los tacos de cochinita pibil más deliciosos y emblemáticos de la ciudad.
Mientras comíamos, no dejaba de sentirme fascinado, ciertamente había salido con muchas chicas, pero ninguna como Génesis, ella era tan sencilla, no le importaba seguir estándares, no era de esas niñas materialistas, era una mujer amante de sus raíces y de la belleza que habita en los lugares más pequeños, es cuestión de mirarlo desde otro ángulo. Cuando acabamos de almorzar seguimos recorriendo el mercado, cada rincón estaba lleno de historia y tradición, y como tabasqueño nunca me había detenido a admirarlo de la manera en la que Génesis me enseñó.
Al terminar nuestro tour por el mercado, nos dirigimos nuevamente hacia la zona luz, el sol había bajado un poco su intensidad, pero el calor aún estaba presente. Caminamos varias manzanas, hablando de todo, riendo, admirando la ciudad hasta que llegamos nuevamente a la zona remodelada.
-¿Quieres tomar un helado? –le pregunté susurrándole al oído.
Noté su escalofrío, realmente se ponía nerviosa cuando me tenía muy cerca.
-Pues, claro, si tú quieres yo quiero –no podía disimular su nerviosismo.
-Yo quiero, si tú quieres –le respondí dándole un tierno beso en los labios.
Fuimos a “ Kombo” una heladería especializada en helados de yogurt, los favoritos de mi ángel, pedimos 2 helados naturales dobles con chocolate, granola y chispas, y seguimos caminando por las calles de la zona luz, ella señalaba emocionada las casitas coloniales que encontrábamos a nuestro paso, yo le contaba anécdotas sobre la construcción de alguna de ellas.
Recorrimos toda la Zona Luz, visitamos la casa museo del poeta Carlos Pellicer Cámara, algunas pequeñas galerías de arte, en donde algunos pintores tabasqueños exhibían sus obras. Génesis me expresó la importancia que tiene el arte en el desarrollo de la sociedad, un medio de comunicación, que sensibiliza, que muestra otro mundo y que puede llegar muy lejos, ella era amante del arte y quería trabajar para impulsar y preservar las obras de los artistas tabasqueños.
Después de empaparnos de arte y cultura fuimos a parar al “Submarino” un bar, o mejor dicho cantina, que era toda una tradición en la ciudad. Un pequeño lugar en donde las personas llegaban a tomarse una cerveza, escuchar música y demás. Nos sentamos de una mesa que estaba al fondo y pedimos dos cervezas Corona. Le conté chistes idiotas, otros más simpáticos, me encantaba oírla reír, su cabello ondulado estaba alborotado, sus mejillas sonrosadas por el calor, por más que intentaba no desearla me era prácticamente imposible.
En un descuido suyo me acerqué a su boca y comencé a darle tiernos y suaves besos, ella no me dejó solo ni un momento y correspondió de la manera más pasional que yo había visto. Se encontraba sentada junto a mí, con sus piernas cruzadas, inclinada hacían enfrente besándome, era una posición muy sensual, y mis ganas no se hicieron esperar.
En el bar había una rockola y algún desconocido, como si supiera lo que pasaba por nuestras mentes, eligió “Kumbala” de Maldita Vecindad, una canción tranquila y sensual, y yo comencé a acariciar suavemente sus piernas, una mano sobre su rodilla y otra subiendo por su muslo, tocando, apretando, sintiendo, explorando palmo a palmo su piel.
Sus bellos labios no me abandonaban, sus manos en mi rostro, acariciando y jalando, con sus ademanes me pedía más y más, entre la penumbra de aquel rincón conocí a una nueva Génesis, más desinhibida, más atrevida, yo recordaba mi promesa de respetarla, pero me lo estaba poniendo muy difícil, si ella me pedía parar, pararía, pero ambos sabíamos que deseábamos estar juntos y tarde o temprano sucedería.
La rockola despedía las intensas notas de “La célula que explota” y nuestro beso era cada vez más intenso, dándole paso a las pausas, las caricias, los susurros, manifestando cada quien su deseo. De pronto ella me miró, yo no pude adivinar lo que quería decirme y tampoco me dio tiempo de hacerlo; me tomó de la mano y nos dirigimos al sanitario de varones.
Entramos y al cerrar la puerta se lanzó sobre mí, estábamos completamente a oscuras, solos ella y yo, y hasta ahí llegaban los sonidos de la rockola del bar. Después de unos segundos reaccioné y la tomé de la nuca, comencé a besarla frenéticamente, mordiendo un poco sus labios, saboreando su lengua, ella acariciaba mi cabello y yo bajaba mis manos por su espalda hasta llegar a su trasero, a quien aprisioné entre mis manos.
Mis labios recorrieron su cuello, besando, lamiendo, saboreando cada contorno de su piel hasta encontrar su pecho, ella me miró y me dio su consentimiento, acto seguido subí su blusa a la altura de su pecho y comencé a besar su escote, eran besos desesperados, cargados de deseo, de lujuria, realmente la deseaba, deseaba poseerla, no podía controlarme.
Caifanes nos volvía a deleitar con “Así como tú”, y sin ser su intención; la melodía marcaba el ritmo de mis besos, era como una danza, mis labios en sus pechos, deshaciéndome de su sostén comencé a lamer sus pezones, ella estaba recargada en la pared, conteniendo sus gemidos, dejándose querer por mí. No podíamos vernos, estábamos en la completa oscuridad, pero eso lo hacía más excitante, sentí su mano sobre mi miembro atrapado ¿Qué pasaba? ¿Lo haríamos en ese momento?
Yo no podía pensar en nada que no fuera tenerla, así que la ayudé a desabrochar mi pantalón, ella se quedó quieta unos segundos sin saber qué hacer, sin decir ni una sola palabra, sólo podía escuchar su respiración agitada. Yo tampoco podía decir nada, era la primera vez que no sabía que rumbo tomar, ella volvió a besarme, más salvaje, más intensa, la aprisioné en mis brazos, y lentamente bajó su mano hacia mi zona íntima, y me acarició por encima de la ropa interior.
Eso hizo que me pusiera demasiado duro, sentía su mano en mi miembro, acariciando, apretando, no sabía lo que me hacía sentir, pero tampoco sabía que hacer a continuación. Yo estaba consciente de que no era el mejor lugar para hacer lo que deseábamos hacer, así que tomé sus manos lentamente y las coloqué sobre mis hombros, eso le dio mayor seguridad y siguió besándome como lo había hecho hasta entonces. Un susurro suplicante salió de sus labios que sinceramente me dejó petrificado:
-Quiero sentir, por favor hazme sentir –su voz entrecortada me suplicaba.
-¿Sentir? ¿A qué te refieres? –yo estaba completamente desorbitado.
-Solo hazlo, hazlo por mí –suplicaba.
-Yo hago lo que tú quieras, lo que tú me pidas –me puse en bandeja de plata.
-Tócame, tócame y hazme sentir.
Y de inmediato comprendí, ella quería que yo la tocara, estaba consciente de que nadie más la había hecho, ¿realmente sería así? En ese lugar ¿Realmente lo deseaba así? Yo sólo quería complacerla.
-¿Estas segura? –pregunté intentando controlar las ganas inmensas que tenía de poseerla.
-Sí, segura. –me dijo rápidamente,
-¿En este lugar?
-Sí ¡Por favor hazlo! –me exigió.
No pude más y comencé a besarla, mordiendo, jalando, chupando sus labios, aspirando su cuello, apretando sus senos, la tomé de la cintura y en esa posición nos dirigimos al lavamanos, le pedí que se volteara mirando al espejo, dándome la espalda, me coloqué tras ella y le saqué la blusa, hice a un lado su cabello y comencé a besar su cuello, con una mano acariciaba una de sus tetas y con la otra intentaba desabrochar su pantalón.
Ella me ayudó con su pantalón, que cayó y quedó a la altura de sus rodillas, coloqué mis manos en sus caderas, ella solo suspiraba, yo estaba demasiado nervioso así que comencé a besarle el cuello, y mis manos acariciaban su vientre. Traté de relajarme y en ese momento sonaba “Lucha de gigantes” así que decidí concentrarme en la letra y simplemente dejarme llevar, y transmitirle eso a mi ángel.
-¿Escuchas la melodía? Déjate llevar, relájate mi cielo –le susurré al oído.
Ella echó para atrás su cabeza y asintió.
La melodía avanzaba, junto con mis manos, que acariciaban su vientre y una de ellas se coló en su panty, pude notar que tenía su monte de venus al natural, con vello púbico, era la primera vez que me sucedía. Génesis se puso tensa, quizá se había avergonzado, intenté tranquilizarla diciéndole que todo estaba bien, que se dejara llevar.
Mis manos revolvieron sus vellos, ella separó un poco las piernas, saqué mi mano y bajé su panty y la dejé a la altura de sus rodillas; no podía ver nada puesto que estábamos a oscuras, pero me permití tocar, como lo haría un invidente, quería grabarme en la memoria las curvas de su derriere. Lo acaricié, lo apreté suavemente y ella exhalaba suspiros.
A tientas logré alcanzar el grifo del agua y lo abrí, obtuve un poco de agua y la logré derramar en su esternón, ella dio un respingo acompañado de un jadeo, quería tocarla, realmente deseaba tocarla y sin pensarlo separé un poco más sus piernas y llevé mi mano a su vagina. La toqué superficialmente y me sorprendí al encontrarla completamente empapada, comencé a acariciar sus labios exteriores muy lento, muy suave, mientras besaba su cuello.
Génesis se retorcía, gemía, alcanzaba a apretar una de mis piernas, yo le susurraba al oído que se dejara llevar, que me encantaba tocarla, y ella sólo me respondía con jadeos, su respiración se entrecortaba y ambos comenzamos a sudar. Yo me perdí en la placentera sensación que me provocaba el contacto de mis dedos en su intimidad, seguí masajeando su vagina y ella se mojaba cada vez más y más.
Sabía que no podía ir más allá de esa zona, no quería lastimarla así que a tientas busqué su clítoris y cuando lo encontré me decidí llevarla al paraíso. Lentamente con mis dos dedos presioné su botoncito, y el movimiento iba aumentando gradualmente su ritmo, y su bolita se iba hinchando cada vez más. Lo frotaba a la vez que besaba y lamía su cuello, ella jadeaba, gemía, casi perdiendo el aliento.
Presionaba su clítoris, lo soltaba y nuestra excitación crecía, yo seguía frotando y con la otra mano acariciando sus tetas, seguí masturbándola descontroladamente hasta que ocurrió lo inevitable, los músculos de su pelvis se contrajeron y su humedad me inundó la mano por completo. Su orgasmo vino acompañado de unos excitantes gemidos que eran casi gritos, y yo la callé besándola, besándola apasionadamente, atrapando su lengua con mis labios, queriendo, de esa manera recibir toda la energía de su orgasmo.
-Te quiero.
La oí decir en aquella oscuridad, tomé su rostro con mis manos y sentí claramente como una lágrima rodaba por su mejilla. Supe que a partir de ese momento no habría marcha atrás, que aunque quería seguir aferrado al “poco a poco” terminaría cayendo rendido en las redes del amor.
-Yo también te quiero, ángel mío.
Y en la penumbra de esa habitación, sellamos nuestro primer encuentro con un beso.