Donde hubo fuego...

... ni las promesas quedan.

Salí de la departamental a toda prisa pues era martes, día en que mi esposo sale temprano del trabajo. Era temporada de rebajas, y el tiempo se me había ido como agua entre la ropa y los zapatos. No fue hasta las cinco que miré el reloj, y preocupada corrí hacia la puerta, no sin antes, claro está, hacer una escala en la caja y entregar mi firma a cambio de las dos docenas de modelitos que me había encontrado. Con tres bolsas en la izquierda y cuatro más en la derecha, caminé hasta la avenida con la intención de abordar un taxi.

Mis pies se movían tan rápido y mi mente iba tan ocupada en lo que de seguro Jorge me haría al llegar a casa, que no me percaté que un individuo tan distraído como yo se desplazaba por la misma línea pero en dirección contraria. Las bolsas cayeron al piso, y al tiempo que inclinaba la espalda para recogerlas se me llenó la boca de groserías y maldiciones. Cuando terminé de levantar las deudas de los siguientes quince meses, sin ayuda del tipejo pues seguía un tanto aturdido por el golpe, me dispuse a soltarle toda esa sarta de abominaciones que me quemaban la lengua. Tomé aire para gritar con ganas, y justo antes de escupirle me quedé helada al ver su rostro, al descubrir quién era. Al encontrarse frente a mí mi ex novio, ese con quien por años juré me casaría.

Él también se sorprendió, lo supe porque puso esa cara que solemos poner cuando nos topamos con alguien que habríamos preferido mejor no. Permanecimos callados por un rato, mirándonos a los ojos, como tratando de encontrar en ellos lo que fuimos, hasta que finalmente él me saludó, yo le correspondí y empezamos a formularnos las preguntas de rutina. Me contó que al igual que yo se había casado, con una prima lejana que su madre le enjaretó. A diferencia mía tenía hijos, un niño y una niña. Trabajaba en el negocio familiar, y llevaba una vida calmada, en paz. Luego regresamos al silencio.

Fue entonces que me puse a recordar lo que vivimos. La fiesta en la que nos conocimos, el primer beso, la primera vez, las promesas de amor eterno y todo lo demás me vino a la cabeza. No pude evitar sonreír ligeramente al imaginarlo entre mis piernas jurando que me quería más que a nada al tiempo que no paraba de follarme como en ese entonces creí nadie podría. Sonrisa que se borró al preguntarme qué rayos había pasado, cuándo fue que nuestro amor se derrumbó. Un día éramos felices, y a la mañana siguiente, así nomás, sin motivos aparentes, ya ni nos hablábamos. Me cuestioné a dónde es que se va todo ese amor cuando las cosas fallan, cómo es que de un momento a otro ves como un extraño a aquel por quien alguna vez pensaste dar la vida, y les compartiría mis conclusiones de no haber sido porque nunca llegué a ellas pues él interrumpió mi cavilar diciendo que debía marcharse.

Fue un gusto volver a verte. Lo mismo digo. Sería bueno que nos juntáramos un día de estos. Yo te llamo, aún cuando desconozco tu número de teléfono. Promesas hechas al aire como aquellas que nos hicimos acurrucados en su cama, luego de primero hacernos el amor. Promesas por costumbre y obligación que ninguno tomó en serio, como tal vez no lo hicimos con la relación, ¡qué se yo! Después de darnos por segunda vez la mano, él se marchó por mis espaldas y yo continué mi camino por las suyas. Del amor que un día nos unió o de él… nunca más volví a saber.