Donantes de órganos

Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre crímenes. "Donantes de órganos" de ESTADO VIRGEN. ¿Terminar con una vida para salvar otras? Un irresoluble dilema moral.

Sala de espera

La mujer lloraba desconsoladamente, sola, en la sala de espera de aquel hospital. ¿Cómo se había atrevido aquel médico gilipollas a hacerle semejante sugerencia en un momento como aquél? ¿Donar los órganos de su marido? ¡Pero si aún no estaba muerto! Y con un poco de suerte sobreviviría, aunque fuese un vegetal el resto de su vida...

Señora, no era mi intención molestarla en este momento. Es algo que solicitamos a todos los parientes de aquellos pacientes que están en coma o cuyo estado es crítico. Entiéndalo, en el desgraciado caso de que su marido falleciese, al estar sus órganos en perfecto estado, podría ayudar a otras personas y claro, él en su estado no puede dar su autorización. Corresponde al familiar más cercano tomar la decisión...

¡Jodido hijo de puta! Si fuese su mujer la que estuviese debatiéndose entre la vida y la muerte, seguro que no se le ocurría pensar en destriparla como a un cerdo...

Despacho

El médico estaba sentado tras la mesa de su despacho. Miraba fijamente aquella hoja sin firma con cara inexpresiva, mientras su cabeza daba vueltas a mil por hora...

Zorra egoísta... Si tuvieses un hijo o hermano esperando un órgano para sobrevivir, sabrías lo que es el dolor y la angustia. Tú marido no va a volver a follarte nunca, así que ¿de qué te sirve tenerle en una cama hasta que muera?.

El niño de la quinta planta necesita una médula y la de tu marido es compatible. Los riñones tienen un valor incalculable para un par de pacientes que están esperando hace meses y ese corazón me vendría estupendamente para la mujer que ingresó hace una semana. ¡Joder! Si no consigue un donante pronto morirá... Y son personas a las que les quedaría muchos años de vida por delante...

Juré preservar la vida por encima de todo pero...

Hizo dos llamadas. La primera a su equipo, advirtiéndoles que aquella noche habría trabajo, la segunda a recepción...

Recepción y archivo

No era la primera vez que aquel médico le hacía una petición semejante, pero después de treinta años trabajando en ese hospital, con todo lo que había tenido que ver, ya nada le sorprendía.

Estaba convencida que aquellos documentos eran información confidencial, y no sabía que uso se le iba a dar, pero había aprendido a ver, oír y callar, así que no dudó ni un momento en ir a rebuscar en el archivo hasta dar con lo que se le había pedido.

Algún documento que esa mujer haya firmado. Su marido tiene un largo historial de estancias en el hospital y de operaciones de alto riesgo. En varias ocasiones ha entrado inconsciente, con lo que ella habrá tenido que firmar alguna autorización...

No fue difícil encontrarlo. Ciertamente, el historial de aquel paciente era digno de entrar en el guiness y había unas cuantas firmas de autorización para operar, exonerando al hospital de responsabilidad por parte de su mujer...

Misión cumplida. El médico había pedido un documento, pero optó por llevarle alguno más. No sabía de que se trataba el tema, así que mejor que tuviese donde elegir.

Ver, oír y callar... y cumplir con sus obligaciones de forma diligente...

Habitación

La respiración de aquel hombre era muy débil y la línea de su encefalograma se mostraba en la pantalla poco menos que plano...

El médico no pudo evitar un ataque de remordimientos...

Juré preservar la vida, pero...

Apartó la mirada del rostro del hombre. No debía haberle mirado mientras aún vivía. No debía haber ido a verle. Estaba seguro de que ahora su cara le perseguiría durante varios meses de noches de insomnio y malos sueños...

Salió de la habitación y se dirigió a su despacho. Allí, en la puerta se encontró a aquella chica de recepción que era cómplice de todo sin saber nada...

Quirófano

¡Otra vez la misma mierda! ¿Por qué demonios se habrían metido en aquella historia? Fueron los ideales de aquel médico. Pero siempre, antes de realizar una de aquellas incursiones nocturnas y clandestinas, no podían hacer otra cosa que replantearse si lo que hacían no era a fin de cuentas un mero asesinato.

Se miraban unos a otros, nerviosos y en silencio.

En aquellos momentos, el auxiliar debía estar entrando en la habitación del paciente (¿o debían decir victima?) y tras que el médico certificara la defunción, lo traerían para que ellos pudiesen hacer su trabajo.

Es por el bien de otra gente que aún tienen esperanzas. Ése en realidad ya está muerto aunque respire. Ya no sirve para nada, excepto para dar molestias a su familia y al hospital y para ocupar una cama...

El tiempo pasaba, mientras que el ambiente del quirófano parecía cada vez más viciado a causa de suspiros de resignación y culpabilidad oculta de buenas intenciones. Hasta que por fin, la puerta se abrió dando paso al doctor, seguido del camillero que trasportaba, cubierto por una sábana blanca, al hombre que acababa de morir para salvar a otros.

Todos se pusieron en movimiento, dispuestos a vaciar aquel cuerpo lleno de esperanza y vida para otros. A fin de cuentas, habían jurado preservar la vida, aunque ello supusiera saltarse el propio juramento.