Doña Gadea. Parte 2

Doña Gadea me hizo feliz a su manera durante diez años.

Capítulo 12

Aquella noche fue muy larga, en cuanto Gadea cumplió con sus obligaciones de mamá intentamos mantener una conversación que teníamos pendiente sobre qué había pasado entre nosotras desde aquella noche de tormenta y como afrontaríamos el futuro e impediríamos que volviésemos a sufrir las dos cuando su marido regresase.

Pero recuerdo que Gadea estaba en la bañera y me invitó a entrar y frotarle la espalda. Me senté detrás de ella y empecé a besarle la espalda y luego su nuca y sus orejitas y entonces vi que el enorme pezón derecho de Gadea estaba junto a su clavícula esperando para amamantarme. Recuerdo que la insulte, aunque ella no se ofendió, al contrario, estaba tan orgullosa. Pero, es que yo ni siquiera sabía que se podía comer un pecho sentada detrás de su dueña, ¿cómo demonios lo hacías Gadea? El caso es que lo hacía, me metí el chupete en la boca y succioné con fuerza, por fin tras semanas de fantasía Doña Gadea me permitía mamar de su pecho y solo para besarla en la nuca abandonaba unos segundos el pezón y de paso le susurraba en su oreja algún insulto inocente, como zorrita o algo así, me di cuenta que eso la ponía más cachonda aún. Ella tenía los brazos cruzados bajo los pechos y así conseguía levantarlos a la vez para ofrecerme uno a mí y vi que ella chupaba el otro. Nos dimos un morreo con nuestras bocas llenas de leche. El agua de la bañera fue enfriándose y todavía medio húmedas nos fuimos a  la cama. Gadea pagó su deuda y con creces, me debía muchos orgasmos, me abrió las piernas y saboreo su primer coño, vi que levantaba su cara de entre mis piernas y me sonreía, para ser la primera vez lo hacía muy bien, cuando yo ya empezaba a estar a punto cambiamos de postura y me mató de morbo y de gusto poniendo uno de sus pezones al servicio de mi corrida, se las arregló para meterlo en la entrada de mi coño, para subirlo y bajarlo por toda mi vagina y de vez en cuando apretaba fuerte y notaba un hilo de su leche calentita que golpeaba fuerte y a presión sobre todo mi coño y llegaba a entrar hacia mi útero. Luego venía Doña Gadea con su boquita y lamia todo mi jugo mezclado con su leche y vuelta a empezar, en mi cabeza no había sitio para tanto, se mezclaba todo lo que había ocurrido en el centro comercial con la imagen de Gadea pajeándose junto al culo de su hermana y la asistenta pechugona y regordita que ni siquiera conocía. Me vino un orgasmo que duró minutos. Cerré las piernas y Gadea se entretuvo mordisqueando mis pezones mientras yo iba al paraíso y volvía, me dio tiempo a que me recuperase y estuve besando su boquita hasta que me harté, ahora parecía no haber límites a nada que quisiese hacer, todo me estaba permitido, me senté a su lado y bebí y jugué con sus tetones hasta que ya no salía leche de ellos, me comió el chocho de nuevo pero esta vez le pedí que me lo hiciese con la mano, quise ver qué tal se le daría hacerme una paja y volví a correrme, con más placer todavía.

Sabía que ella estaba ansiosa por un orgasmo, yo llevaba tres aquel día y ella ninguno, pero hice como que era muy tarde y había que dormir. Me miró como un perrito y le dije que se pusiese la faldita plisada que había llevado todo el día, cuando me di cuenta se había puesto también mi camiseta de tirantes, me la estaba destrozando, pero me daba igual, a ella le quedaba aún mejor.

Empecé a meter mi mano bajo la falda, ella abría las piernas para facilitarme la tarea de llegar a su coño, pero yo no quería ir al grano, prefería acariciarle el culo, y se tumbó en la cama. Oí un respingo en cuanto notó que mis dedos, llenos de saliva, no iban hacia su rajita sino a su precioso agujerito del culo. Es usted virgen Doña Gadea, le pregunté. No hubo respuesta, solo me pidió que tuviera cuidado. Estuve muchísimo rato masajeándolo por fuera, me ponía muchísimo ver su falda recogida en su cintura.

Cuando vi que el agujero estaba más que preparado empecé a contarle a Gadea lo mucho que me había gustado su hermana el día que la había conocido. Ante todo, para no darle celos, le dije que no era el tipo de mujer que a mi podría enamorarme, pero que me parecía una hembra muy caliente, utilizaba un vocabulario un poco soez porque mis palabras parecían tener el efecto de relajar su culito, en cuanto tuve el primer dedo dentro empecé a sacarlo completamente y metérselo despacito de nuevo. Le dije lo mucho que me gustaría ver a su hermana desnuda, o al menos en bañador, y lo puta que me parecía. Gadea no decía nada, pero flexionaba su pierna derecha para que su coño se abriese lo máximo posible y yo le prestase atención. La hice esperar un rato mientras ella continuaba boca abajo sobre la cama y yo le acariciaba el culo pero luego volví a meterle el índice por detrás y el medio, anular y meñique se los clave por el coño que parecía mantequilla, ella empezó a jadear y a gemir como hacía siempre, yo seguía hablándole de su hermana, Doña Perfección, y le hice prometerme que me contaría de nuevo su experiencia con ella, también me prometió que invitaría a casa a la asistenta de sus padres para que yo la conociese. Yo metía y sacaba mi mano de sus agujeros, pero ella no se corría, pedía más y más. Se dio la vuelta y se puso boca arriba, dejé el culo y metí toda mi mano, salvo el pulgar, dentro de su vagina, movía mis dedos contra las paredes, la follaba lo mejor que podía, me daba miedo hacerle daño, si me dolía a mí la mano me imaginaba como iba a estar su coño al día siguiente. Si intentaba tocar su clítoris ella protestaba, quería todo mi puño dentro y me lo pedía por favor, mis manos son normales, ni grandes ni pequeñas. Me armé de valor, junté las cinco yemas de mis dedos y decidí intentarlo al menos, mi mano entro muy fácil hasta llegar a la zona anterior a mi muñeca, ahí pare y giré varias veces mi mano a izquierda y derecha para que su abundante jugo lubricase bien y puse también mi saliva. Yo, a pesar del miedo, también estaba muy cachonda y no dejaba de mirar como Gadea se estrujaba los pezones con los dedos, respiré hondo y metí mi puño hasta desaparecer todo el dentro de mi vecina, su lubricación era tan buena que las paredes de su útero se amoldaban como un guante a mi mano, recuerdo que vi su boca abierta y sus ojos cerrados y la sorprendí dejando caer mi saliva dentro. Vi como la saboreaba, pero lo que le gustaba a Doña Gadea no era eso, lo que la volvía loca era que se la lanzase en forma de escupitajo a cierta distancia, y si no acertaba en su boca y poco a poco iba embadurnando su cara a base de salivazos mucho mejor. Me relajé un poco al ver que estaba a punto de correrse y que su vagina se había dilatado tanto que iba a poder sacar mi mano sin tener que ir a urgencias. Ese instante en que una mujer está a punto de llegar al orgasmo en mis manos es lo que más me gusta, creo que nunca me cansaría de ello. Y Doña Gadea daba espectáculo, desde luego, suerte que no teníamos vecinos. El orgasmo fue tan bestial y ruidoso que el pequeño se despertó y empezó a llorar. Tuve que saltar de cama, asearme rápidamente y me llevó un rato conseguir que se durmiese.

Cuando regresé a la habitación de Gadea ella dormía como un tronco, su cara llena de mi saliva, todavía roja, la cama hecha un desastre, había manchas de leche por todas partes, las sábanas estaban empapadas, le quité mi camiseta que había dado de sí y solo servía ya para trapos y dormimos como pudimos entre las mantas, total, eran las cuatro y yo me tenía que levantar a las ocho y media. Me dormí preocupada por lo bestial que había sido el orgasmo de Gadea, temía que fuese a pedirme que la golpease o algo así, y a mi ese rollo no me iba, la verdad. Una cosa era un pequeño insulto o un salivazo, que a mí me gustaba y otra muy distinta el masoquismo, que no me pone nada.

Con lo viciosa que yo me creía y la primera mujer que me ligo se pajea viéndole el culo a su hermana, se enamora de la asistenta, que le saca veinte años, y se estruja los pezones como si fuesen de hierro sin inmutarse.

Odio ir a trabajar muerta de sueño y aquel día comprobé que si dejas en cama a alguien durmiendo plácidamente es mucho peor. Gadea me dio un beso y prometió que me haría una visita a media mañana. Estás tú buena para salir de casa a media mañana murmure para mis adentros. A eso de las once salí con unos clientes y cuando volví, media hora más tarde, vi que Doña Gadea se acercaba sonriente y fresca como una rosa a saludarme. La miré con asombro, no sé ni cómo podía andar, pero estaba muy guapa.

Capítulo 13

Fueron pasando las semanas y yo casi no vivía ya en mi casa. En la cama seguían saltando chispas entre nosotras, la rutina no nos había atrapado, al contrario, los orgasmos eran mejores cada vez, aunque yo me temía que cualquier noche acabásemos en urgencias. Nos volvimos adictas al sexo anal las dos. Gadea todavía amamantaba a su hijo y yo seguía aprovechándome de ello, me había acostumbrado a que Gadea le pusiese la leche a mi café. Su marido regresaba en unos días y finalmente tuvimos la conversación que las dos tanto temíamos.

Quedó claro que no íbamos a hacer una locura, Gadea no iba a romper su matrimonio para vivir conmigo, con un niño pequeño y todo ello en un pueblo donde todo el mundo se conoce, no era una opción, ninguna de las dos nos lo planteábamos siquiera. En lo que no estábamos de acuerdo era en que yo tenía que serle fiel, no es que tuviese ningún plan, es que me parecía injusto, pero ella se moría de celos solo de pensarlo. Yo en cambio tenía que aguantarme veinte largos días en que su marido se pasaría el día follándose a mi muñeca. Yo no podía ni dormir en mi habitación, dormía en el sofá del salón para no escucharlos. El día anterior a llegar su marido yo tenía un nudo en el estómago, me daba cuenta que la necesitaba más de lo que creía, no era ella la única que estaba muy sola en la vida, cuando imaginaba que podía hacer todos esos días sola, solo se me ocurría una cosa, esperar a que aquel hombre se fuese. No hicimos nada esa noche, bueno, cenamos y estuvimos hablando más de tres horas.

Por primera vez Gadea se interesó de verdad por lo que había sido mi vida, parecía que había dejado atrás su periodo altivo y arrogante y era capaz de escuchar. Yo le confesé muchas cosas para igualar el marcador y ella me habló también de su escasa relación con su familia, especialmente desde que se había casado. Siempre había sido el patito feo, nunca había sentido el cariño de sus padres, cariño que derrochaban con su hermana y racaneaban con ella. Ni siquiera sabía lo que sentía por la señora que limpiaba y cocinaba en casa, fue durante más de quince años su principal fuente de cariño y no sabía ni el tipo de atracción que sentía por ella. Me reconoció que yo había conseguido liberar la loba que ella llevaba dentro. Eso me gustó. Su educación ultracatólica había ahogado su lado más carnal y yo había sido la chispa que había hecho saltar por los aires la tapa de prejuicios que la ahogaba. Por eso tuvo tanto miedo en Navidad, cuando con el vértigo del regreso de su marido se había portado tan mal conmigo. Aquella noche nuestros besos fueron interminables y me fui a casa con lágrimas en los ojos.

Los primeros días sin Gadea fueron duros, el aburrimiento me llevó a acercarme por las tardes a la agencia y adelantar papeleos de cara al verano que se acercaba, pronto volvería a trabajar por las tardes, era final de abril. Los fines de semana me iba a la aldea y no volvía hasta el domingo por la tarde. En fin, fueron veinte largos días, en que apenas vi a Gadea, incluso evitaba la cocina y me pasaba casi todo el tiempo en el salón. Los últimos días no pude evitar oírlos discutir varias veces, algo no iba bien entre ellos, pero me decía que no era asunto mío. Tardaría muy poco en conocer el motivo.

Todo llega y a mitad de mayo llegó el verdadero verano galego y se fue aquel hombre. Yo ya trabajaba por la tarde y ese mismo día Gadea vino a buscarme sonriente a última hora y me invitó a una cerveza. Traía al pequeño, al que también le había cogido mucho cariño. Nos cruzamos con alguna de sus amigas y Gadea me exhibía orgullosa, nadie podía imaginar que, en aquella familia, al irse el marido a su barco, era yo la que ocupaba su puesto, pero lo sabíamos nosotras, que era lo importante y en el fondo, sin que nadie se diese cuenta, lo que hacía era presumir de novia joven y guapa. Esa tarde es otro de esos momentos que nunca olvidaré.

Le pedí a Gadea que entrásemos en mi casa a cenar porque no me apetecía pisar la suya en unos días, no me preguntó por qué. Sabía que el olor del tabaco de su marido impregnaba toda la casa y tardaba días en salir y me lo recordaba. Se trajo un par de cosas de su casa y estuvimos hasta tarde en la mía. Le ayude a depilarse el coño en mi baño y me dijo que su marido solo se la había metido con condón, lo había hecho por mí y era el motivo de sus discusiones. Le había dado la disculpa de que no podía tomarse la píldora. Yo se lo agradecí.

La primera semana nuestras noches eran más románticas de lo que estábamos acostumbradas, realmente nos habíamos extrañado la una a la otra. Pero, quizás por el tremendo calor que hizo todo aquel verano, enseguida volvimos a las andadas.

Por fin Gadea invitó a la asistenta, que se llamaba Rita, y organizó un pequeño enredo para que yo la conociese también. Comprendí enseguida lo que Gadea había tratado de explicarme, aquella mujer, a sus cincuenta, aparte de tener un cuerpazo exhalaba sensualidad por todos los poros de su piel. Tuvimos suerte, porque ese día llevaba un vestido de una tela parecida al tul, con un buen escote y lo suficientemente corto para dejar ver sus piernas. Aquella noche Gadea me contó más cosas sobre ella y me masturbo muy bien, despacito mientras yo escuchaba atentamente.

Un viernes a mediodía, cuando llegaba a casa para comer, me encontré a Gadea en bikini, la había visto desnuda muchas veces, pero no pude evitar pensar como sería pasearse por la playa con aquel cuerpecito y esos dos melones encarcelados en el sujetador del bikini y amenazando con fugarse en cualquier momento. Me habló bajito, para no despertar al niño y no me dejó entrar en casa. Estábamos en el rellano entre nuestras viviendas y Gadea me enseñó unas llaves que abrían la puerta que conducía a una pequeña azotea, que yo, ni sabía que existía. Eran unos tres por tres metros, rodeados por una barandilla de ladrillos y con suelo de tela asfáltica a salvo de miradas indiscretas, perfecta para tomar el sol, donde no había nada más que la antena de televisión. Ya tenía preparadas dos colchonetas hinchables, toallas, bebida y un enorme bol con sandía helada que sabía que me encantaba. Gadea bajó a buscar el aparato para escuchar a su hijo, si se despertaba de la siesta, y nos pusimos a tomar el sol completamente desnudas. Nos untamos bronceador por todo el cuerpo y Gadea bromeó con que tendría que hacerme algo para que no me fuese a trabajar demasiado cachonda. Todavía quedaba un mes largo para que llegasen los primeros turistas y más viviendas estuviesen ocupadas, pero Gadea me dijo que guardaba esas llaves a buen recaudo para que nadie pudiese subir allí. Eso sí, pronto tendríamos que compartirlo con su hermana, que desde que supo de su existencia, años atrás, se autoinvitaba todos los días que no iba a la playa. A mí esto me excitó más de lo que ya estaba, pretendí no darle importancia e incluso le comenté a Gadea que clase de hermana no te visita nunca y lo hace para tomar el sol. Ella me pidió paciencia y me dijo que, de momento íbamos a aprovechar nosotras la azotea. Nos reímos un rato porque Gadea quería besarme, pero yo tenía bronceador por todo el cuerpo, salvo el interior de mi coño, y no se quedó sin besarme, movió las colchonetas y me hizo un trabajito digno de un Oscar, no sé si sería el aire libre, el sol, el olor a bronceador o el calor que irradiaban los ladrillos y el suelo de la azotea, pero de muchas pajas que me han hecho esa está entre las mejores.

En cuanto disfruté de mi orgasmo me entraron unas ganas tremendas de mear, mi jefe me había invitado a una cerveza y me comí media sandia. Para no bajar al baño me acerque a la esquina de la azotea, donde había un desagüe, Gadea me hizo un gesto y me dijo que aquello sería un desperdicio, me obligó a mear de pie y ella se puso a mis pies, con el torso incorporado, apoyada en sus codos y antebrazos y esa cara de viciosa que tanto me asustaba y la boca entreabierta. Yo estuve meando más de medio minuto, la rocié toda, cara, brazos, pechos... me producía dolor de estómago esa excitación por tener a aquella mujer sumisa a mis pies, gozando mi cerveza y mi sandia, me daba miedo mirarla a los ojos, aunque ella buscaba los míos con el mismo ahínco con que yo trataba de alejar el chorro de mi meada de su boca, que lo perseguía con vicio. Esa mirada asustaba, porque venía de una dulce mamá treintañera como tantas que te puedes encontrar en cualquier parque, y sin embargo mi dulce profesora empezaba a estar cada vez más obsesionada con el sexo, cada vez hacíamos cosas más extrañas.

No soy tonta, sé que una lluvia dorada no es nada que no hayamos hecho todas alguna vez, pero algo me decía que placer y dolor estaban demasiado cerca para ella. Un día, me había sorprendido mientras cada una tendía la ropa desde su lado del patio, se levantó la camiseta y se puso dos pinzas en los pezones un buen rato, yo la disculpaba diciéndome que estaba despertando al sexo después de años de reprimirse, pero ya empezaba a tener mis dudas. El caso es que yo no era de piedra ni una santa y vivía ese miedo muy a gusto, había mucho morbo.

Capítulo 14

Fue por aquellos días que había caído en mis manos un catálogo de un sex-shop de Barcelona, todo lo que había en él costaba un ojo de la cara, pero ponía en letras bien grandes que los envíos se hacían en un paquete discreto y solo un apartado de correos aparecía como remitente. Había muchas cosas que me gustaban, pero pensé en sorprender a Gadea con un enorme vibrador azul con forma de pene. Tardó más de una semana en llegar, como yo nunca estaba en casa le dejé dinero a Gadea para pagar el reembolso y le dije que en cuanto llegase lo abriera, pero solo si estaba sola.

Una mañana a eso de las once sonó el teléfono en el trabajo y escuché un "la virgen" al otro lado del auricular. Nunca le había oído algo así a Gadea. Me la imaginé con la boca abierta. Yo no podía ir a comer y le pregunté si sería capaz de aguantarse hasta la noche sin probarlo.

Me prometió que sí, pero me llamó varias veces para recordarme que comprase pilas. Cuando llegué por la noche también me impresioné con su tamaño, no sé me había ocurrido comprobar las medidas en el catálogo, Gadea lo tenía sobre la mesa del salón y sus ojos brillaban de deseo. Me comió a besos y me agradeció el detalle mil veces. A mí, aun siendo lesbiana, también me excitaba el tacto tan suave que tenía, además creo que los vibradores son cada vez peores y aquel resultó ser una maravilla, mejor así porque tendría que trabajar realmente duro. Cincuenta veces me repitió Gadea que cuando su marido estuviese en casa yo tenía que guardárselo.

Los siguientes días todo nuestro sexo giraba alrededor del artilugio, habíamos abandonado un poco nuestros culitos y lo que se llevaba era llenar nuestras vaginas con aquella porra vibradora. Gadea compraba pilas de manera compulsiva y volvía loco al señor de la tienda para que le diese las más potentes.

Su hermana Elena, a la que Gadea me obligó a dejar de llamar Doña Perfección, empezó a pasarse para disfrutar del solárium de su hermana, venía un par de horas por la tarde, en principio no debíamos coincidir salvo sábados y domingos. Gadea me dijo que si yo estaba en casa quería que subiese con ellas, yo le hice ver que podía sospechar que había algo entre nosotras, pero ella contestó que claro que lo había, una gran amistad.

Yo me ponía cachondisima cada tarde de pensar que estaban las dos allí arriba desnudas y luego por la noche Gadea me contaba hasta el mínimo detalle del cuerpo de su hermana. Tenía unos orgasmos brutales.

El primer día que coincidimos las tres, yo me puse de acuerdo con Gadea en que la mantendríamos a raya si intentaba menospreciar a alguna de las dos. Me excitaba mucho la idea de pasar la tarde con ellas, pero, me conozco, y no iba a aguantarle ninguna impertinencia a Elena.

El sábado, a eso de las cuatro, apareció. Nos dimos dos besos y Gadea insistió en que le enseñase mi casa mientras su hijo no agarraba el sueño. Así hice, pero rezaba para que el pequeño durmiese la siesta lo antes posible. A solas, Elena no era tan difícil de digerir como rodeada por las lobas que tenía por amigas, aun así yo no me fiaba. Tras enseñarle la casa nos sentamos en mi salón a tomar una Coca-Cola. Traía un sombrero muy bonito y un vestido rosa tipo saco, que no le favorecía mucho. En algún lugar se había puesto morena ya, porque su piel estaba mucho más oscura que la mía. El insulso vestido no me dejaba ver si el culo y las caderas que le recordaba seguían allí, pero sus piernas estaban tan bien hechas como las de Gadea, solo que un poco más gruesas. En realidad, se parecía muchísimo a su hermana, especialmente de cara, solo que Gadea era pelirroja y con muchas pecas y Elena la versión latina, no estaba gorda, pero si muy maciza.

A mí me trataba con cierta distancia, pero no superioridad. Creo que le intrigaba que hacía su hermana con una amiga como yo, con la que no tenía nada que ver.

Al final se nos unió Gadea y subimos a tomar el sol, ella misma rompió el hielo y se quitó la primera el bikini. Nos desnudamos Elena y yo también y no pudimos evitar observarnos las unas a las otras. A Elena se le caían los ojos viendo nuestros coños depilados, ella no llevaba nada más que unas bragas bajo el vestido y pude ver las rotundas caderas que tenía, su famoso culo, que tanto había calentado a su hermana años atrás, estaba muy bien, la verdad, era grande, no diría que enorme, pero tenía un buen melocotón. Tenía un poquito de barriga, pero le quedaba bien, no tenía hijos y enseguida nos hizo saber que le encantaban sus pechos mientras los untaba de crema. Enseguida me di cuenta de que le encantaba hablar de sexo, hacía comentarios como que con sus tetas habían conquistado a su marido por ella  o que lo único malo de su culo era que necesitaba un espejo para vérselo bien. Gadea estaba exultante, las dos hablaban por los codos, yo, tumbada en medio, me limitaba a contestar cuando me preguntaban algo. El momento de ponernos crema me había subido la tensión. Había embadurnado la espalda de Elena mientras ella alagaba mi precioso coñito, que ya empezaba a ponerse ligeramente moreno. Gadea hablaba de mi con tal pasión que me preocupaba que se le escapase lo nuestro, todo eran elogios hacia lo buena vendedora que era, lo mucho que le ayudaba con el pequeño, lo amables y buenos que eran mis padres. En fin, que, para ponerse a la altura de su hermana, en lo que a comentarios sexuales se refiere, dijo algo así como que hoy en día, por quince mil pesetas teníamos un marido a pilas disponible veinticuatro horas.

Su hermana cazó el comentario al vuelo y se irguió de la colchoneta preguntándose si había entendido bien. Y si, Gadea no lo negó, en el fondo estaba deseando contarle a su hermanita mayor, que ella, la modosita, el patito feo, tenía a su disposición una polla incansable que la tenía feliz los siete días de la semana. La misma mirada de vicio que le conocía a Gadea la vi en los ojos de su hermana mayor. Ya sólo esperaba el momento de bajar y poder verla. Yo me atreví a meterme en la conversación y preguntar porque no se compraba una y la respuesta fue que ningún marido resistiría encontrarse algo así en un cajón. Tenía razón, la verdad. Hoy no tiene mayor importancia, pero hace más de veinticinco años era otra cosa.

Cuando bajamos Gadea me invitó a entrar a su casa, seguíamos completamente desnudas las tres, toda la casa olía a crema solar, se estaba muy bien sin ropa con el calor que hacía. Gadea sacó el vibrador y se lo puso a su hermana en las manos, Elena lo miró como si fuese el diamante más grande del mundo. Se hizo el silencio, solo se oía la vibración del enorme falo mientras Gadea le explicaba las distintas velocidades que tenía. Me preguntaba si Gadea la animaría a probarlo o Elena sería la que lo pidiese. Gadea estaba lanzada y le guiñó un ojo y le dijo que había jabón neutro en el baño para limpiarlo. Su hermana salió disparada y oímos como entraba en el baño. Yo con un gesto le pregunté a Gadea si había sido buena idea. Me agarró y me metió la lengua hasta la garganta. Yo miraba de reojo al pasillo por si volvía la otra, pero tardó más de media hora, Gadea lo encontraba todo muy divertido. Cuando su hermana regresó tenía una sonrisa de oreja a oreja, yo era la menos relajada de las tres. Elena se fue con la promesa de Gadea de que el chisme estaba a su disposición, siempre que nosotras no lo necesitásemos. Esa noche Elena estuvo más presente que nunca en nuestro polvo, yo le pedí a Gadea que se corriese pensando en ella y tuvo un orgasmo tremendo.

El lunes por la noche Gadea me dejó de piedra cuando me contó que su hermana había hecho una escapada a media mañana de su trabajo en el ayuntamiento para venir a follarse el vibrador, pero lo mejor fue que a las tres y media, cuando terminó de trabajar regresó y como el pequeño dormía se quedó con ella en el salón, se dejó caer en el sofá, se metió el vibrador bajo el vestido y se corrió dos veces delante de Gadea. Yo no me lo podía creer.

-Pero, ¿seguro que no lo has soñado?

-Rosa, no estoy loca. Tampoco es para tanto, somos hermanas y creo que su marido... bueno, no sé, tienen problemas.

-Como no van a tener problemas, si tú hermana es lo que parece... pobre hombre.

-Y qué parece?

-Uf... parece insaciable, no te fijas como me mira, bueno, como nos mira.

-No exageres Rosa, te lo he contado porque me gusta contártelo todo y porque sé que te da morbo.

Claro que me daba morbo, y así se lo reconocí a Gadea. Tuvo que contármelo todo con detalle varias veces y Elena y el vibrador fueron convirtiéndose en el centro de nuestra vida sexual.

Aquella semana no hizo calor y su hermana acudió a su cita todas las tardes. Gadea me contaba una escena parecida todos los días. El jueves trajo la novedad de que estuvieron hablando de mi un buen rato tras la corrida de Elena, quise saber de qué, la respuesta fue que de nada en particular. Gadea me dijo que su hermana se lo había hecho en el baño ese día.

Capítulo 15

En la tercera y última gran curva de nuestra relación íbamos rectas hacia un muro con el que nos podíamos haber golpeado bien fuerte, pero los airbags saltaron a tiempo.

El viernes no pude ir a comer, empezaba a tener mucho trabajo a medida que se acercaba julio. Hacía jornadas de más de doce horas para poder tener el fin de semana libre, y a veces ni así.

Llegué a casa a eso de las diez y mi mujercita me esperaba como cada noche, siempre sin sujetador para que pudiese darle tres besos, uno en la boca y dos en los pezones. Pero ese día, tras los besos, Gadea me soltó la bomba.

-Lo sabe todo.

-El qué, ¿quién?

-Elena, lo sabe todo, lo nuestro.

Gadea no estaba alarmada, tampoco había llorado, simplemente se la veía intranquila, pendiente de mi reacción, esperando a que yo la calmase o la preocupase más.

-¿Pero, se lo has dicho tu?

-Claro que no.

-Entonces?

-Pues ha llegado, como siempre, caliente y hoy traía pantalones, unos vaqueros. Yo estaba viendo la tele, me preguntó si me apetecía usarlo a mi primero y le dije que no, que me gustaba más por la noche. Al no tener vestido creí que se iría al baño, pero se quedó en el sofá de todos los días, le di una toalla, se la puso debajo, se quitó los vaqueros y las bragas y empezó a jugar con el chisme.

-Se metió el vibrador delante de ti otra vez?

-Bueno, no delante, tú ya sabes cómo están los sofás, estaba al otro lado del salón y al hundirse en él tampoco veía mucho.

Gadea casi esbozaba una sonrisa pícara mientras me iba contando lo ocurrido. Yo me excitaba, pero no le veía la gracia.

-Vale Gadea, pero te lo dijo ella o tú crees que sospecha.

-Es que estuvimos charlando mientras ella jugaba con el vibrador...

-Pero Gadea, ¿jugaba? Con ese chisme no se juega, en cuanto te lo metes, aunque sea un poquito, vas directa hacia el orgasmo.

-Yo que sé, Rosa, será que lo usa tanto que va aguantando más.

-¿Y tú, eres capaz de mantener una conversación con tu hermana mientras se masturba?

Reconozco que levanté un poco la voz, empezaba a comportarme como el hombre de la casa. Me daba mucho miedo que Elena pudiese ir contando lo nuestro por el pueblo, miedo por mí y sobre todo por Gadea, a la que podía destrozarle la vida. Me disculpé y dejé que mi amor siguiese contándome.

-Pues no, no me costaba charlar porque yo me estaba tocando también en mi sofá, llevaba el vestido beige y ya sabes que si desabrochas un par de botones... Me estaba tocando por encima del tanga. ¿Te parece mal? ¿Estas enfadada?

-Ya hablaremos, pero sigo sin entender porque dices que lo sabe.

-Es muy fácil, cuando ya iba a correrse, creo que estaba pensando en ti, vi que su cara cambiaba de expresión y me lo dijo, empezó a repetir: ¡vosotras estáis liadas! ¡vosotras estáis liadas!

-¿Y tú? ¿No lo negaste?

-Estaba tan caliente que no dije nada.

-¿Pero ya está? ¿No hablasteis nada más? ¿Se fue?

-Yo no dije gran cosa y ella pues... me hablaba y miraba con admiración, decía:  mira Gadeita, parecía tonta y se ha ligado a un bombón de veinte. Bueno... y cosas así.

-Y no será que no negaste nada porque en el fondo estás encantada de que lo sepa.

-¿Bueno y si es así que? Me gustas y te quiero, me morí de celos cuando te vi con la hija de la farmacéutica, la hubiese...

Gadea se sentía traicionada por mí, me había contado infinidad de intimidades, y para ella está era una más, y a cambio solo recibía mi enfado.

-Gadea, sabes que yo te quiero mucho y por eso me da miedo que esa mujer pueda contarle lo nuestro a alguien. Tú sabes como es este pueblo, yo tendría que irme y tú, ¿qué harías tu? en cuanto tú marido, tus suegros y tus padres se enterasen.

-¿Pero, tú crees que mi hermana sería capaz de hacer algo así?

-Gadea, quizás no conscientemente, pero con que se lo cuente a una sola persona de su confianza, esa persona se lo contará a otra en la que también confía y en una semana lo sabrá todo el pueblo.

Cenamos en silencio, yo pensé que nos estaba bien empleado por el jueguecito que nos traíamos con Elena. Al terminar Gadea propuso que, al día siguiente, intentaría que el tema surgiese de nuevo con su hermana y, sin darle importancia, lo negaría todo.

Yo me quedé en mi casa el sábado, estaba bastante enfadada. A eso de las seis de la tarde hablé con Gadea a través del patio, pensando que ya no vendría, y me dijo que llegaría en un rato. Yo intentaba disimular mi enfadado y aburrimiento. Encima se puso a llover y se chafaron los planes que teníamos para ir con el niño a la playa al día siguiente.

Por fin la oí llamar a la puerta de Gadea, miré por la mirilla y vi que entraba. Intenté escuchar a través del tabique del salón, pero no se oía nada.

En apenas veinte minutos se fue y en cuanto oímos cerrar el portal del edificio crucé el descansillo y busqué en la cara de Gadea una expresión que me dijese que todo había ido bien. No había expresión alguna.

  • Qué tal?

-Quiere acostarse contigo.

-Cómo?

-Bueno, ni siquiera ha dicho acostarse, ha dicho echarte un buen polvo y quitarse las ganas de hembra que tiene. ¡Que vulgar!

-Pero no ibas a decirle que todo era producto de un mal entendido y de lo cachonda que estabas?

-Rosa, que quieres, debo llevar escrito en la cara que estoy loca por ti, no he podido.

-Y qué le has dicho?

-Va a decirle a su marido que quiere cenar conmigo, que hace mucho tiempo que no hablamos y que se quedará a dormir aquí.

-Pero tú no eras la que se moría de celos solo de imaginarme con otra mujer?

-No es lo mismo, es mi hermana.

-Y si no acepto? ¿Crees que tomará represalias?

-Rosa, pero si lo estás deseando. Se te caen los ojos mirándole el culo.

Ahí me había golpeado fuerte, yo me había puesto demasiado digna. El blanco pálido de su cara llegó a ser rojo y al final de la conversación recuperaba su color habitual. Yo no sabía qué hacer, estaba excitadísima y preocupada a la vez.

-Rosa, el mejor modo de asegurarnos su discreción es acostándote con ella.

-Y dónde? Me la llevo a mi casa o...

-Por supuesto que no. Esperáis a que el niño se duerma y yo pueda asegurarme que no te corres mejor con ella que conmigo.

Me era difícil reconocer en aquella zorrita pelirroja a Doña Gadea, la profesora de Instituto, la mamá recién casada que había conocido apenas seis meses antes, la señora que me excitaba cenando sola en su cocina, rezaba cada noche antes de dormir y nunca faltaba a misa los domingos. Pero era la misma que acababa de planificar una noche de sexo semi incestuoso con su hermana y la misma que en medio año había acelerado mi vida sexual de cero a cien.

Me fui a mi casa a ponerme guapa, porque eso era parte del trato. Tenía un camisón oscuro y transparente que apenas me tapaba el culo, con un tanga debajo sería más que suficiente.

Desde mi casa oí que Elena llamaba suavemente con los nudillos a la puerta de Gadea. Dejé pasar unos cinco minutos y llamé también a la puerta con el corazón saliéndoseme del pecho. Me abrió Elena, con una sonrisa. No era yo la única que estaba nerviosa, ella estaba completamente roja y tragaba saliva.

Me besó en las mejillas.

-Y Gadea?

-Está durmiendo al niño. ¿Nos sentamos en el salón?

La tarde había refrescado con la lluvia, pero ella traía un vestido muy bonito, rojo peligro, por encima de la rodilla que cerraba por delante con botones de arriba a abajo. Llevaba varios abiertos, para enseñar canalillo, pero de sus piernas solo se veían las rodillas. Me lanzó un piropo, nerviosa, no parecía la mujer decidida y lanzada que yo conocía, más bien alguien muerto de miedo.

-Te queda muy bien ese camisón.

-Gracias, tu sí que estás guapa.

-Pensarás que estoy loca.

-Por qué?

-No sé, a mis años y casada probar algo así.

A medida que hablaba con Elena me entraban ganas de estrangular a Gadea, fue ella la que incitó a Elena al adulterio y no Elena la que casi amenazó con contar lo nuestro si yo no accedía a acostarme con ella.

-Tengo treinta y tres años y... en fin, siempre tuve curiosidad por estar con otra mujer y un par de veces estuve a punto, pero ninguna como tú, con un cuerpazo así y en lo mejor de la vida. Arriba en la azotea no podía dejar de mirarte, y te comparaba conmigo, con mis celulitis y mis michelines. Cumplir años es...

-Elena, no seas tonta, eres una mujer muy apetitosa, yo también te miré y te juro que todo lo que vi me gustó.

-Gracias, eres un amor, no me extraña que mi hermana te quiera tanto, ella sí que sabe... no sé si eres la primera novia que tiene, pero está en la luna contigo, en mi vida la he visto tan feliz y tan, no sé…

Capítulo 16

Por fin apareció Gadea. Enseguida se dio cuenta de que yo sabía que había sido ella la que había tramado todo. Elena y yo estábamos cada una a un extremo del sofá grande de tres plazas, así no teníamos que mirarnos mucho a los ojos, y Gadea, que estaba tranquilísima se sentó enfrente. Ella también había descubierto la compra por catálogo, llevaba un camisón nuevo y aunque no transparentaba era tan ceñido y la tela tan fina que se le marcaban hasta los poros de su piel. Intenté ponerla nerviosa para divertirnos, pero ese día iba a por todas.

-Gadea, Elena y yo nos estábamos preguntando si soy la primera mujer en tu vida.

-La primera y la última.

-Seguro?

-Por supuesto.

Reté a Gadea a que nos contase si alguna vez se había masturbado viendo un culo y no se cortó un pelo. Empezó a contarnos la experiencia que vivió con su hermana sin decir que se trataba de ella. Se lo estaba pasando tan bien que daba todo tipo de detalles. Yo no podía más y me acerqué a Elena, que se estaba excitando con la historia. Le dije a Gadea que mejor que su descripción sería ver el culo en cuestión. Empujé suavemente a Elena hacia un lado, desabroché algunos botones del vestido y se lo levanté hasta la cintura. Se sorprendió muchísimo, miró a su hermana por un momento, a punto estuvo de decir algo pero estaba ya muy caliente y no había tiempo para explicaciones, se puso de rodillas, con el culo hacia mí, y le bajé las bragas hasta las rodillas. El relato de Gadea se volvió todavía más explícito cuando me aparté para que pudiese ver bien aquel pedazo de culo. Mientras ella seguía contándonos yo acariciaba las nalgas y las besaba, Elena se estremeció de gusto. Miraba de reojo a su hermana y abría las piernas para que yo le quitase del todo las bragas. Gadea seguía con su historia, y se acariciaba los pechos con el raso del camisón mientras no quitaba ojo del culo de Elena.

Yo estaba ya tan lanzada que le quité el vestido y el sujetador a Elena y me fui al grano. Estábamos las dos de rodillas sobre el sofá y la empujé para que se tumbarse y comerme su coño. Era el segundo que me comía, estaba bastante bien depilado por los lados, pero peludo sobre los labios, aquella mujer llevaba un buen rato muy bien lubricada, la parte interna de su vello estaba blanca, llena de jugo ya seco. La almeja estaba deliciosa, tenía un sabor más fuerte que el de Gadea, pero me gustaba. De vez en cuando miraba a nuestra anfitriona que se había callado y escondía su mano entre las piernas. A veces levantaba la mirada y veía a Elena observando a su hermana, yo me lo estaba pasando en grande. No quería que mi nueva amiga se corriese ya, me senté a su lado y la besé para que disfrutarse el aroma de su coño en mi cara. Me metió la lengua hasta la garganta. Empecé a masturbarla con mis dedos y a decirle lo buena que estaba, lo que me gustaba su culo y sus caderas, le hice prometer que se pasearía desnuda por todo el salón para que yo me corriese viéndola. Le prometí que le depilaría el coño yo misma al día siguiente. Quería que Gadea se pusiese celosa.  Le propuse algo.

-Cariño, nadie conoce tu cuerpo mejor que tu misma. Yo voy a parar de masturbarte y vas a acabar tú de hacerlo, vas a tener el orgasmo de tu vida y yo voy a estar aquí a tu lado.

Asintió y la dejé un segundo, me fui a Gadea que estaba enfrente y le pedí que se quitase el camisón, se desnudó del todo y me metí uno de sus pezones en la boca. Succioné leche hasta llenarme la boca y volví rápido con su hermana que estaba a punto de correrse, sobre todo al verme a mi mamando. Llegué a tiempo de pasarle mi leche desde mi boca a la suya y se corrió mientras yo besaba su cuello y sus pechos. El orgasmo fue fuerte, no sé si el mejor de su vida, pero cerró fuerte sus piernas y se acurruco en el sofá, estuvo unos minutos así, mirándonos de reojo. Yo me senté a su lado y vi que Gadea estaba a punto de correrse también en su sofá. Me puse yo también a la tarea con mi chochito, pero Elena me sorprendió con su generosidad, como pudo se tiró al suelo y se puso de rodillas con su cara entre mis piernas para probar su primera almeja. Nadie diría que no tenía experiencia, tenía la lengua muy caliente y juguetona, me hacía cerrar los ojos del placer que me daba, Gadea nos miraba con vicio y no se corría todavía, se deleitaba viendo el culo de Elena, de rodillas sobre la alfombra.

Elena me estaba matando de placer y una de esas veces que cerraba los ojos y me recostaba hacia atrás para que su lengua entrase mejor en mi vagina oí un golpetazo tremendo seguido de un grito, Gadea acababa de marcarle el culo a su hermana con uno de esos soportes de madera para quemar incienso, tras el primero, la vi levantar la mano otra vez y se oyó otro latigazo en la otra nalga, Elena se sorprendió con el primero y ni se inmutó con el segundo, al contrario soltó un gritito de placer y se comía con más ganas, si cabe, mi chochito. Yo le pedí por favor a Gadea que siguiese con su paja, que ya estaba bien, pero Elena pedía más balbuceando entre mis piernas, ¡la madre que os parió a las dos! grité, pero, ¿qué podía hacer? Acabé por correrme porque Elena empezaba a darme mordiscos en el coño a cada golpe que recibía, Gadea se volvió a su sofá y se corrió ruidosamente con los ojos clavados en el culo, rojo como un tomate, de Elena.

Cuando me recuperé vi cómo se miraban con vicio las dos, les puse las cosas bien claras.

-Chicas a esto yo no juego, no me pone nada, si os queréis pegar adelante, pero yo me largo, no contéis conmigo.

Las dos me pidieron que no al unísono. Elena me pidió disculpas, pero Gadea tenía la noche rebelde.

-Pero si es un juego inocente del todo. Acaso no es peor llevarte mi leche para dársela a mi hermana.

-Gadea, si a las dos os gusta, os acostáis, que lo estáis deseando, y os golpeáis todo lo que os dé la gana.

Cogí el camisón y me fui. Entré en mi casa, preguntándome si había hecho bien. Había tardado diez segundos en medio arrepentirme. Me quedé al lado de mi puerta a oscuras. Me apetecía dormir con ellas en la cama de Gadea, y no sola y enfadada en la mía. Vi la luz de la cocina de Gadea iluminar el patio y entré en mi cocina. Era demasiado para mí, lo que vi en ese momento es seguramente lo más excitante que he visto en mi vida, supongo que es una cuestión cultural, pero no es lo mismo ver a dos mujeres cualquiera besarse que a dos que sabes que son hermanas. Sabían que yo estaría mirando y se pusieron justo al lado de la ventana, se comían sus bocas como si compitiesen para ver cual alcanzaba antes la garganta de la otra. Gadea jugaba con la melena de su hermana e hizo algo que me calentó tanto que acabó por vencer mi voluntad. Se apartó hacia los lados sus enormes cántaros para que Elena pudiese colocar los suyos entre ellos y estar más cerca la una de la otra. Elena, tenía una de sus piernas entre las de su hermana y apretaba el coño de Gadea con su muslo hasta casi levantarla del suelo.

Volví derrotada tras mi órdago y vi que ni siquiera habían cerrado con llave. Me recibieron con besos y algo de vacile, prometiéndose entre ellas que no habría más cariñito, así le llamaban a azotarse el culo con una tablilla de madera.

La cama de Gadea se convirtió en nuestro campo de batalla aquella noche y sus morbosos tetones llenos de leche en los grandes protagonistas, pero antes decidimos entregarnos al voyerismo, empezamos yo y Gadea follando para que Elena viese el espectáculo desde una butaca que arrastramos hasta un lado de la cama. Yo pensaba más en mi turno viendo liarse a las dos hermanas que en lo que hacía con Gadea, pero ella sí que estaba dispuesta a dar espectáculo, puso en práctica todo lo que habíamos aprendido con el sexo anal y me calentó y calentó hasta conseguir meterme el vibrador por el culo, ni yo misma me lo creía, nunca he vuelto a meterme algo tan gordo en mi agujerito, la vibración llegaba tan bien a mi vagina que hasta yo dudaba si lo tenía insertado en el coño o en el culo. La que no haya tenido uno de esos orgasmos no sabe lo que se pierde, me corrí agarrada a un pecho de Gadea y hasta creo que sin querer le regalé un momento de los que a ella le gustaban, porque estruje su pezón con mis dedos como si fuese una gominola. Ella no se quejó.

Hubo un momento de tensión, en cuanto yo me corrí, me fui al sofá y le dije a Gadea que llamase a su próxima víctima. Había cierta indecisión, yo no me lo podía creer.

-Pero bueno, ahora os vais a cortar, después de comeros la boca en la cocina. Si lo estáis deseando las dos.

La duda y la aparición de cierta timidez le dio todavía más morbo al espectáculo, yo las animaba y conseguía ponerlas todavía más cachondas, a Elena también le ponía el lenguaje soez. Les llamé de todo y tras un rato morreándose fueron pasando a mayores, Gadea le ofreció sus pechos a Elena y esta mamo con vicio de ambos, Elena fue bajando, como con miedo hacia su coño y Gadea se lo abrió sin dudar para que cenase a gusto. Estuvo más de media hora trabajando en el, yo me puse celosa porque veía en la cara de Gadea un placer loco que yo no le daba, a mitad de todo esto ya me había corrido otra vez, es que era inaguantable ver como aquella lengua trabajaba arriba y abajo los labios del chocho de Gadea, como masticaba aquellas alas de mariposa, aquellos preciosos pliegues rosaditos que guardaban la entrada a su jardín, el clítoris asomaba pidiendo ser el protagonista de la traca final. Gadea empezó a gemir y a quejarse como hacía siempre y se corrió con la lengua de su hermana dentro de ella, mis celos fueron a más porque su hermana simplemente le dio una pequeña tregua, beso sus ingles, Gadea levantó sus rodillas y las juntó y sujetó pasando sus dos brazos por detrás de ellas y continuaron a por el siguiente. Gadea le pidió que le comiese un momento el ojete para recuperarse y a mí me pidió por favor que me ocupase del culo de su hermanita. Obedecí sin rechistar, llevaba un rato viendo el culo en pompa de Elena y no me parecía mala idea, pero es que se estaba tan bien en la butaca, en primera fila, cuando además al otro lado de la cama había un enorme espejo en la puerta del armario. El melocotón aquel ya no estaba tan rojo y el agujerito apuntaba hacia el cielo, dejé caer sobre él un chorro de saliva y recordé algo. Me bajé hasta acercar mi boca a la oreja de Elena y susurré en su oído.

-Me voy a encargar de tu agujerito, pero antes vamos a darle una sorpresa a la guarra de tu hermana, ¿sabes lo que la excita?

Le conté mi plan y Elena asintió con la cabeza. Gadea irguió su torso interesándose por nuestro cuchicheo y recibió dos escupitajos en toda la cara. Nos llamó putas y nos dijo que la íbamos a matar de placer, mientras nosotras descargábamos en su cara hasta la última gota de saliva que teníamos, algunos salivazos entraron directamente en su boca, otros cegaron sus ojos, toda nuestra saliva corría hacia abajo por su cara.

Gadea perdió el control y empezó a suplicarnos que le diésemos cariñito, se fue al salón y volvió con la madera con la que tanto placer le había dado a su hermana. Yo no sabía qué hacer, ni falta que hacía, porque su hermana agarró la tablilla para el incienso y empezó a golpearla en los muslos, lo hacía con una fuerza razonable porque sabía que sino yo me asustaría. Elena me dijo que me sentase y me relajase. Yo empezaba a ver aquello como normal y hasta conseguí que me excitase. Definitivamente Elena sabía lo que hacía, colocó a Gadea boca arriba sobre la cama, con las piernas estiradas y las rodillas ligeramente abiertas. Empezó a golpear la vulva de Gadea con la parte plana de la madera, primero muy suave y poco a poco más y más fuerte, Gadea se retorcía de placer, el sonido seco de la madera empezó a sonarme cada vez mejor y cuando Elena sentó su coño sobre la cara de Gadea y está empezó a chuparlo me corrí de nuevo mientras veía como la vulva depiladas de mi novia iba poniéndose cada vez más roja.

Elena, de rodillas sobre la cama, estuvo unos minutos moviendo sus caderas con la cabecita de Gadea debajo, casi sentada sobre su cara, aquello ya no era una mamadita de coño porque Elena lo restregaba por toda la cara de su hermana y dejó de golpearla en el pubis para agarrarse los pezones y zarandear sus tetas. Gadea prefería la madera a su mano, pero a falta de cariñito se hizo una paja mientras su hermana seguía embadurnando toda su cara del jugo de su coño. La traca final vino cuando con Elena a punto de correrse su hermana, sin dejar de frotarse, le descargó encima toda la Coca-Cola que se había tomado. Gadea se bebió toda la que pudo, yo ya me conformaba con que no se ahogase con la meada. Se corrió casi inmediatamente, en cambio su hermana vino junto a mí y me pidió por favor que la rematase. Tardo apenas un minuto en correrse, su chocho era como mantequilla.

Capítulo 17

No sé cómo conseguimos meternos las tres en la bañera, pero lo hicimos, tampoco sé cómo pudimos adecentar la cama, pero conseguimos darle la vuelta al colchón y comprobamos que la meada no había llegado al otro lado. Antes de meternos en cama para dormir las tres juntas, Gadea nos dijo que tenía que quitarse leche, su cara de vicio lo decía todo. La abeja reina se acostó en medio y Elena y yo a los lados. Cada una agarramos a dos manos una de aquellas maravillas de la naturaleza y nos metimos la gominola en la boca. Aquella leche, que al principio me excitaba, pero no me gustaba demasiado, se había convertido en un vicio para mí, ese sabor dulzón me emborrachaba. Veía a Elena chupar su pezón y pensaba que nunca conseguiría dormirme aquella noche sin dejarme el chocho en carne viva a pajas. Ver a aquella mujer a sus treinta y tres iniciarse en el lesbianismo y el incesto la misma noche y verla enganchada al pecho de su hermana mamando su leche es algo que nunca se irá de mi cerebro y que necesitaba gritar anónimamente con este relato.

Me gustaría poder gritar bien alto, para que todo el mundo me escuche los verdaderos nombres de mi profe y su hermana, el nombre del pueblo gallego donde todo esto ocurrió e incluso la dirección de aquel edificio semivacío donde dimos rienda suelta a nuestros vicios y caprichos durante diez maravillosos años.

Aquella misma noche, mientras charlábamos ya más tranquilas y nos masturbábamos sin parar, Gadea sentó las bases de lo que sería nuestra relación en los años por venir. Ella estaba enamorada de mí, me quería con locura, así que Elena solo sería bienvenida una vez a la semana, preferiblemente los sábados. Eso sí, esa noche ella sería la protagonista y nosotras sus esclavas. Si lo hacíamos bien, se pasaría la semana con el coño mojadito esperando que llegase el fin de semana.

Nosotras nos reíamos con sus ocurrencias, pero lo verdad es que los diez años siguientes se parecieron mucho a lo que Gadea esbozó aquella noche. El problema de mi soledad, cuando su marido venía a casa, lo zanjó asignándole a Elena la tarea de venir a mi casa al menos tres veces por semana a echarme, literalmente, un buen polvo. Se que Gadea, a su manera, me quería de verdad, acabé entendiendo que mis relaciones con su hermana eran una parte más de lo mío con ella, llegué a apreciar mucho a Elena, después de nuestro mal comienzo, pero lo que sentía por Gadea era otra cosa.

Lo más increíble es que nos dijo que tendría otro hijo y luego se reduciría los pechos y tal que así ocurrió. La verdad es que Gadea sabía muy bien lo que decía, tras tener su segundo hijo, aquello sobrepasaba ya todo lo imaginable, ganó una talla más de sujetador y sus pechos, aunque seguían siendo la cosa más morbosa del mundo, le impedían hacer una vida normal. En la playa la gente no podía evitar mirar aquello y no los culpo. Aunque engordó tres o cuatro kilos aquel cuerpecito no se correspondía con las dos sandías que colgaban de él.

Tras la operación quedó increíble, seguía teniendo un par de pechos de un tamaño más que generoso, incluso un poco más que su hermana, pero que desafiaban la gravedad y parecían caerse hacia arriba en vez de hacia abajo. Su canalillo mareaba solo de acercarse a él.

El tema de los cariñitos fui llevándolo lo mejor que pude, Elena y Gadea siempre me negaron haberse acostado juntas antes de nuestra primera noche, pero cuatro o cinco años después de conocernos reconocieron haber jugado de jóvenes muchas veces a juegos del tipo apretarse los pezones o ponerse pinzas en los labios del coño. De todos modos, su relación ha sido increíble desde que yo aparecí en sus vidas, se quieren como no se habían querido antes y han sido de gran ayuda, la una para la otra, a lo largo del resto de sus vida. Rara vez hablamos de cómo se sentían con aquella situación incestuosa, alguna vez Elena comentó que, al principio, cada vez que venía a casa, subía las escaleras jurándose que era la última vez que lo hacía pero que sería la mejor noche de su vida. Luego se pasaba la semana esperando a echar el último otra vez. Gadea, que continuó siendo el vértice de aquel embrollo, la autorizo a follar con nosotras dos veces por semana cuando se separó de su marido a los tres años. La animamos a buscar nueva pareja, pero ya era tarde, estaba demasiado enganchada a nosotras para perder el tiempo buscando lo que ya le dábamos. Gadea nunca perdió la obsesión que tenía por su trasero y durante años la animó egoístamente a coger algo más de peso para que estuviese más a su gusto y, la verdad, las dos disfrutamos horas y horas magreando aquellas nalgas que poco a poco excitaban más nuestro vicio insaciable. Hicimos locuras. Recuerdo noches de verano en que subimos a follar a la azotea bajo las estrellas, todavía el olor del ladrillo caliente al sol me transporta a aquellos días.

Por supuesto que hubo malos momentos, sobre todo cuando su marido se quedaba en casa más de lo que a nosotras nos gustaría, pero bueno, este no es el lugar ni el momento para recordarlo. Lo siento Gadea, pero nunca entendí la relación con el padre de tus dos hijos, siempre fuiste una madre extraordinaria, educaste a tus hijos muy bien, los dos me quieren mucho y todavía me llaman tía Rosa cuando los visitó, sobre todo el mayor.

Nunca nadie tuvo idea alguna de nuestra relación, la verdad teníamos muchísimo cuidado.

La rutina es el veneno de cualquier relación, por muy extraña que esta sea. Con el paso de los años la segunda maternidad de Gadea, todo fue siendo cada vez más difícil. Mi trabajo iba bien en pleno boom inmobiliario, pero al acercarme a los treinta y con mis padres empezando a hacer demasiadas preguntas me di cuenta que aquello tenía que ir llegando a su fin. Mi hermano les había dado ya dos nietos y a mí ni siquiera me conocían novio alguno.

Por desgracia, incluso hoy, un pueblo no es lugar para una chica como yo. Me fui a Coruña y me di cuenta de que una pequeña ciudad me lo iba a poner muy difícil también. Allí conocí una belleza que me tendría entretenida otros diez años, pero, fuimos valientes y nos fuimos a Barcelona, para mí la mejor ciudad del mundo.

Confieso que varias veces, en esos años, la engañé e hice una escapada para visitar a la familia y pasar una noche con mis dos amigas del alma.

P.D Gadea y Elena, sé que yo fui el detonante para que ese deseo oculto que teníais la una por la otra se desencadenara. Se que todavía os acostáis en mi piso cada vez que vais a regar las plantas. Quiero deciros que vuestro amor me parece tan limpio y tan verdadero como el que más. Nunca os dejéis. Para mí sois la pareja más bonita que he conocido en mi vida.

Espero que os haya gustado el relato, lo he contado como lo recuerdo y como lo sentí. Lo termino imaginándome que lo leeréis juntas y me dedicareis el orgasmo. Lo prometido es deuda.