Doña elisenda y el negro

Wilde oscar__escritor Ingles__1854_1900___*Los hombres siempre se empeñan en ser el primer amor de una mujer, tal es su tosca vanidad. Las mujeres tienen un instinto más sutil de las cosas, prefieren ser la última novela de un hombre

Doña Elisenda el día que su marido entregó su alma al cielo se sintió libre como el viento, tanto, que cuando volvió   a casa después de enterrarlo descorcho una botella de Champaña y sin vaso alguno la fue chupando hasta que no quedo una gota. Después puso un CD con su admirado Pavarotti a todo volumen y tendida el la cama se metió en el chocho su consolador preferido de tamaño suerior. Entre orgasmos y burbujas del champaña quedó felizmente dormida, no era para menos, con este marido había vivido casi 20 años y ninguno bueno, además de posesivo era un cabrito desconfiado, lo que a ella la hacía sentir de todo menos bien. Quizá ya le hubiese llegado la hora de resarcirse. Doña Elisenda, que aún no había cumplido cuarenta años y lo que no le faltaban eran curvas y más curvas pronunciadas. Por donde pasaba no había varón que no la admirase, algunos más atrevidos le decían socarronamente que era como la yerba buena para las habas.  A partir de su viudedad se interesó por las Discotecas, allí cada vez que iba conocía algún chorbo para tirárselo, pero ella lo que necesitaba era pegar más de un polvo y con aquellos   Discotequeros no había manera, ellos mucho bla bla bla y cubatas por docenas, pero lo que era follar na de na. Buscando por Internet le llamó la atención que se necesitaban Señoras maduras con buenas curvas para atender a clientela muy selecta, también que allí se conseguían altos ingresos. Doña Elisenda entendió que aquello sería tirarse a unos cuantos diariamente. Y si encima los cobraba ya era la repera.  El día que empezó con aquella labor que tanto le gustaba ella ya  l lucia las prendas más exóticas de las modas Parisinas. Entre las piernas le sobresalía una mata de pelo negrísimo que fascinaba a aquellos clientes de altos vuelos y carteras bien provistas. El primer cliente que atendió parecía un señor muy educado, elegantemente vestido y atento. Todo un Señor hasta que ya desnudo y tendido en la cama le pidió aquello de lluvia dorada.

Como esto de las lluvias Doña Elisenda no sabía nada de nada le contesto que esto sería en abril con sus aguas mil, pero que ahora ya estaban en octubre. El educado cliente le tuvo que explicar que lo de las "lluvias doradas" ya se hacían en tiempos de los Romanos y que a aquellos Patricios de la Roma antigua los ponía .... digamos de puta madre. Mire Señor, si no me lo explica más detalladamente no lo lograré entender, es que verá, yo soy de pueblo. Señorita, Ud. debe ponerse arrodillada encima de mi cara para que cuando yo le diga suelte la carga vaya al sitio. Lo ha  entendido? Pero que carga Sr. la del primer agujero o la del segundo?? No, no, Sta. la lluvia dorada es por el primero, y suelte toda la que pueda hoy estoy muy entonado. Ya lo entendí Sr. es que soy de Pueblo y allí las cosas se dicen por su nombre. Cuando Elisenda situó su chocho encima de la cara del cliente, este, al mirar aquel idílico y exuberante paisaje no pudo evitar lanzar una exclamación de gozo infinito, y entonces fue cuando soltó la palabra clave, YA!. Como un manantial en día de tormenta le llenó toda la cara y su abierta boca quedó anegada. El segundo cliente que atendió  Doña Elisenda, no tenía nada que ver con lo de las lluvias doradas, pero si era de lo más rarillo, este alto como un poste y delgado como un lápiz en cuando se desnudó a la vista de Doña Elisenda apareció el culito de un niño, con el deseo de ser azotado como una criatura de corta edad mientras daba vueltas a la habitación de rodillas, al tiempo que se le decía, "Tu tata te azotará por qué has sido muy malito" Doña Elisenda que ya empezaba a estar cabreada por tratar con aquellos especímenes a este le sacudió el culin con toda la mala leche que llevaba encima hasta que estuvo cerca de sangrar, pero este gozoso se le acercó a los pies lamiéndole los zapatos. El pobre diablo se le despidió diciendo que volvería muy pronto. El tercer, cliente, ya era diferente o muy diferente,  el gacho era un negro de más de 1,80 y con la corpulencia de un toro. Su forma de vestir indicaba que era un hombre acaudalado. El anillo que llevaba en el dedo era lo más parecido al que lleva El Papa Romano.  Con voz ronca y de pocos amigos lo dijo  claro.: Yo venir aquí por qué querer follar mujer blanca y no una vez que para esto pagar mucha  pasta. A aquel gorila en cuando quedó desnudo se le pudo ver una polla como la trompa de un Elefante. Cuando se la metió a la pobre Elisenda está no pudo contener un chillido como si la abriesen en canal. Cuando esté empezó con un mete y saca ella creyó que se desvanecería, primero de dolor y después del enorme placer que sentía en sus entrañas. No contento con aquella cabalgada el negro le dijo que: tu poner culo   en posición que yo meter instrumento.  A Doña Elisenda se le puso la piel de gallina al ver lo que le venía encima. El negro viendo sus temores le dijo : Tu no sufrir, yo poner aceite de coco y entrar mucho suavemente El negro, con su larga experiencia en estas labores se lubrifico su trompa y a continuación a ella le metió su dedo engrasado hasta el fondo. Al sacarlo se lo pasó por la nariz aspirándolo con fricción. Cuando ya lo tuvo todo a punto cogió aquel artefacto lo apunto al agujero y de un seco golpe se lo clavo. Borracho de lujuria le fue repitiendo : Yo darte más leche, mucha más, mujer blanca, tu saber lo buenos que son los negros dando por el culo. Cuando el Negro se fue, Doña Elisenda hizo lo mismo y sin despedirse, en el primer Bar que encontró pidió unos cubitos y entrando en el Reservado de Señoras, los envolvió con el pañuelo y se los aplicó en su dolorido ojete. El próximo Domingo Doña Elisenda se fue a la Iglesia para confesar sus pecados, : 'Ave María Purísima" Sin pecado concebida hija mia. Vengo a confesarme Padre. De que pecados te acusas, hija ? He tenido relación con un negro, Padre, y he deseado que lo atropellase un Tren.

FINE.