Doña Carmen, La jueza.
La historia de la Magistrada Juez del Juzgado de lo Penal más joven de todos los tiempos, la jueza con la que temblaban todos los delincuentes.
Doña Carmen, “La jueza”.
Ahí la tienes. Te presento a Doña Carmen... La “número uno” de su promoción... La que aprobó las durísimas oposiciones para juez al primer intento. Y encima, ¡entre las tres máximas notas!
Doña Carmen.... La Magistrada Juez del Juzgado de lo Penal más joven de todos los tiempos, la jueza con la que temblaban todos los delincuentes, la que no dudaba ni un solo instante a la hora de firmar las sentencias y en condenar a cualquiera. Por dura que fuera la pena, por prolongados que fueran los años de cárcel solicitados...
-. ¡¡¡¡¿Que te follas a la jueza?!!!! ¡No jodas!
-. Ya te digo... Me la calzo todos los martes. Tío, no todos los días se puede uno tirar a una “Magistrada” ....
-. Joder. Pues yo también quiero. Hoy me voy a follar una puta jueza...
Por las carcajadas, el chiste debió ser muy bueno...
Alguien llama a la puerta. El timbre suena con insistencia.
“¡Qué raro!... pero a dónde voy... si jamás abro a nadie, jamás” ... Piensa mientras medio dormida aun, se dirige hacia la puerta...
Son unas gitanas viejas vendiendo no sé qué.
Su jerga, sus hablajes raros, el paño que se extiende. El polvillo aquel que flota en el aire...
Enfurecida cierra la puerta con desprecio. ¡¡¡Molestarla a ella!!!… ¡Y encima un sábado tan temprano! ¡¡Pedigüeños!! ¡Gentuza!... Repite murmurando por el pasillo en dirección al dormitorio.
Todo la daba vueltas. Aturdimiento. Dolor de cabeza. Un olor raro, como a tierra mojada. Los párpados pesados. La cabeza espesa. Los ojos cerrados. Como si hubiera bebido una semana entera sin parar. Y eso que ella no bebe. Decidió echarse una siestecilla. Peor aún. Todo se confunde en su cabeza. Sueña con las caras de las gitanas que han llamado a la puerta. Están sentadas junto a un fuego. El sueño parecía tan real…
Ese viernes, después de la cena del Congreso, sin saber muy bien por qué, se dirigió sola a una zona de copas. De madrugada, en un oscuro bar, conoció un morenazo impresionante. Simplemente se la acercó en la barra. Y ya no pudo apartar los ojos de él ni un solo momento.
Esa misma noche Doña Carmen se dejó llevar a un vulgar Motel de carretera. Una cutre habitación alquilada por horas. Unas sábanas que parecían mugrientas. No fue ni dulce ni tierno. Simplemente la ordenó desnudarse. Sin tocarla siquiera. Avergonzada fue obedeciendo las ordenes que la daba y por primera vez en su vida, todo su cuerpo se expuso para los ojos de un hombre.
Sonrojada deja caer los brazos junto a sus caderas. Nunca había estado así con un hombre. Lo dijo tímidamente, mirando al suelo. Sabía que iba a tener sexo. Eso era más que evidente. Pero no sabía ni cómo comportarse, ni cómo actuar. No se atrevía ni a moverse. Ni a mirarle a la cara...
Siente como los pechos se la endurecen. Los pezones se erizan sobre sus aureolas. Se ponen rígidos, como cuando se levantan por el frío, aunque esta vez la sensación es muy distinta, y va acompañada de unas turbadoras cosquillas en su entrepierna. Varios escalofríos recorren una y otra vez su piel. El calor que siente allí abajo la desconcierta.
Él, en silencio, solo la mira sentado en el sofá. Le vio levantarse y soltar su cinturón mientras se acercaba a ella. Un empujón y cayó de espaldas en la cama. Ni una sola palabra dulce. Un simple “ábrete de piernas, zorra”. Un rígido pene apuntándola.
Hubiera querido decirle mil cosas... hacer mil cosas… Pero no hizo nada. Simplemente, cerró los ojos y se dejó tocar. Por donde él quisiera. Sin límite. Era toda de él, toda para él. Desde el primer instante, todo se desvaneció a su alrededor. Tan solo una mirada de miedo al sentir el peso sobre su cuerpo, que duró solo un instante. Y de nuevo ese olor que la envuelve y la hace perder el sentido.
De repente ya no había luz. Todo estaba a oscuras. Su entrepierna la quema. Vibra. Es como si tuviera vida propia. Cada vez que la toca ahí, todo su cuerpo se convulsiona. La gusta. La encanta. Siente cada latido de su corazón allí abajo. Siente como primero su boca, sus dientes y luego su mano se apodera de sus pechos, de sus endurecidos pezones… Siente como la mano va bajando… Y por fin siente cómo los dedos separan sus labios y su… se coloca en la entrada. Es su pene. Lo sabe, lo sabe perfectamente, aunque no quiere nombrarle. La gusta. La hace temblar. La estremece.
Está su entrada. La toca. Inspira aire y se relaja. Es una sensación maravillosa. Bruscamente entra en ella. Poderoso. Irresistible. Y el placer, se transforma en un dolor agudo, punzante, desgarrador. Tan intenso que la hace gritar. Sus manos se retuercen agarrando las sábanas. Aun no se ha ido el dolor y vuelve a sentir ese empujón. Y vuelve a gritar. Y otra vez…
Esa misma noche, la primera que le conoció, le entregó su virginidad.... Y su voluntad.
El encargado del Hotel la zarandeaba tratando de despertarla. Es un tipejo gordo. Sucio. Una americana marrón y debajo una camisa banca, vieja, con el cuello gastado. Despeinado, sin afeitar. Tendrá unos cincuenta años. No para de dar voces.
-. ¡¡¡Ya han pasado las dos horas, venga a la puta calle!!!
El muy cerdo se niega a salir de la habitación... Se arrebuja en la sábana tratando de tapar su desnudez. Aunque está segura que ya la ha visto desnuda en la cama.
Mira hacia todos los lados. En la habitación no hay nada. Pregunta. La han robado todo. Todo, hasta la ropa. Solo están sus llaves encima de la mesilla. ¿Quién ha sido? ¿El encargado?... ¿Su amante? Por cierto, no recuerda su nombre.
Voces... palabrotas... insultos... Y el gordo que no para de chillar: -. ¿Y eso a mí qué cojones me importa?...
Las palabras suenan sin orden en su cabeza aturdida. Otra vez ese dolor de cabeza. Otra vez ese olor tan raro a tierra mojada. Todo se entremezcla y no la deja pensar. Denuncias. Policía. Comisarías. Hasta cree escuchar que todo se puede arreglar si acepta pagar... ¿pagar? Si no tiene dinero… bueno luego se lo traigo a… Pero no la deja terminar: so puta, vas a pagar ¡en carne!... No da crédito a lo que oye, el gordo asqueroso la está proponiendo pagar el hotel acostándose con ella.
Su cabeza de nuevo es un torbellino. Es evidente. Demasiado evidente. A ella, a Doña Carmen, se la han dado con queso. La han engañado como a una estúpida. ¿Y ahora?... Ahora no sabe cómo salir de esta humillante situación. ¿Llamar a su íntima amiga a “Maritere” a “Te”? Si. Mejor explicarla a ella que... Pero… Pero ¿qué la va a explicar? ¿Que se la ha follado un chulo que la ha robado todo y la ha dejado desnuda en un motel de mala muerte?... No, su amiga jamás lo aceptaría... No la comprendería... Si, la ayudaría, pero jamás se lo perdonaría... Con la de veces que ha criticado estas cosas... Según es... Además... ¿Cómo se lo cuenta? ¿Qué la dice?... Una sensación de agobiante ridículo se apodera de ella en ese instante.
Y el gordo gritándola la devuelve a la realidad: -. Eso es lo que os pasa a las señoritingas... os creéis que sois las reinas de todo... y luego mira lo que pasa... ¡En el fondo sois todas unas putas! ¡Hipócritas, vais de estrechas por la vida y luego os volvéis locas con cualquier rabo, con cualquier chulo barato!... No.… si os conozco muy bien… Venga, déjate de leches y a la tarea... ¡¡¡o follas o llamo a la pasma y te echo a la puta calle!!!. ¡Así, en pelotas y que te jodan!.
Intenta justificarse a si misma por lo que va a hacer. Recuerda sus clases de derecho, cuando era una estudiante: legítima defensa, inexigibilidad de otra conducta... Sin atreverse a mirarle, asiente con la cabeza.
De un solo manotazo la sábana sale volando... Su mirada libidinosa recorre todo su cuerpo... se relame mirando el cuerpo que va a poseer...
-. ¡Pero!... ¡¡¡¡Qué buena estás hija de puta!!!!!
No se desnuda, solo se baja la bragueta. No hay tiempo para reaccionar. Siente encima de ella su peso. Sus toscas manos manosean los pechos, pellizcan y retuercen los pezones. Apesta a sudor y a colonia barata. A colonia no, es el olor del ambientador. Su aliento es asqueroso. Prefiere no mirar y cierra los ojos. Cuanto antes pase, mejor.
Su peso la asfixia. Su cuerpo está caliente. El suyo frio. La agrada esa sensación de calor. Pero sigue apestando.
La soba, la besa el cuello, la lame, la babosea la cara. Pero no consigue penetrarla. Groseramente se ayuda con la mano. El glande busca ansioso su entrada. No está dilatada. Empuja. La hace daño. Empuja. Está seca y el pene se niega a entrar.
El gordo asqueroso se escupe sonoramente en la mano delante de ella. Se la lleva al pene. Luego dirigirá su repugnante saliva a su entrepierna. La sensación de asco la produce nauseas. Cuesta trabajo contenerlas.
No para de pensar en lo que la está haciendo. Y ella lo está consintiendo. Le ha entregado su cuerpo para que lo use como si fuera una vulgar prostituta.
No quiere que él la vea llorar. Es aún más humillante, pero no puede contener las lágrimas que resbalan por sus mejillas.
-. Zorra... Esta noche no llorabas... No... Bien te gustaba... Menudos “grititos” daba la marquesa...
Un gemido de dolor. Un empujón seco y consigue por fin entrar en ella. Ya está dentro...
-. Muévete zorra no lo voy a hacer yo todo...
No sabe a qué se refiere. Se deja manejar. Las manos del baboso levantan sus piernas... Sus empujones son profundos y violentos. Siente los testículos frenar las temibles embestidas. No quiere gritar, aunque la esté destrozando. Silencia sus sollozos mientras el nauseabundo encargado la empuja sin cesar.
El gordo respira dificultosamente. Tanto ejercicio para un hombre como él debe ser terrible. De vez en cuando tose sin siquiera volver la cara. Las babillas la golpean el rostro. Tanto esfuerzo le hace sudar. Se quita la camisa. El antihigiénico liquido empapa su piel.
Cada vez que la besa siente penetrar en ella un vomitivo olor a tabaco negro. El pene la sigue dañando al entrar forzosamente en su seco sexo. La raspa, irrita aún más su sexo. Es áspero como una lija. Toda la cama tiembla. Sus pechos bailan como locos. Este suplicio parece no tener fin...
Después de una eternidad, el gordo retira bruscamente su pene. Es aun más doloroso que la entrada. Se arrodilla entre sus piernas. Una terrible cara de sádico. Su mano masturba el pene. Gemidos, jadeos como si se ahogara... Chorros de apestoso semen ensucian todo su cuerpo...
Despectivo limpia su mano manchada en sus senos. Luego mira satisfecho el cuerpo que acaba de ser suyo...
Todo ha pasado muy rápido... Ni la ha dejado ducharse... Ha tenido que suplicarle que la prestara algo de ropa... ha prometido, ha jurado que se la devolverá. El encargado del motel al final la dice que la prestará alguna ropa. Según él, por lástima, pero solo se la ha dado cuando se ha dejado hacer fotos. Al menos es con la cara tapada.
“Me voy a hacer unas pajillas en tu honor” la dice mientras la dispara fotos con el móvil.”
-. “Por cierto, toma la camiseta de las pajas. Es con la que me limpio el rabo después de cada corrida”, la dice riéndose burlón.
Apesta. Serás cerdo… por no decir otra cosa, piensa. Pero es o eso o nada. No hay otra opción. Acaba poniéndose la asquerosa camiseta.
El gordo llama a un taxi. Dice que es un amiguete de confianza, que ya está todo hablado. El taxista se sorprende por la dirección. -. “Es una buena zona para que viva una puta”, responde al gordo.
Ahora es cuando el mundo se la viene encima. Montada en el taxi, vestida solo con una sucia camiseta que apenas llega hasta las caderas, encogida en el asiento de atrás, no quiere que nadie la vea.
Entran por el garaje... Sube con ella en el ascensor para cobrar la carrera. No quita los ojos de su entrepierna. Normal, seguro que se la ve todo...
Una mirada penetrante. Intenta una estúpida excusa.
-. Señora... que estoy acostumbrado... Una noche loca y de nuevo a la normalidad. No pasa nada. Soy muy discreto... Cuando me necesite...
Saca la cartera y coge una tarjeta. Se la introduce por el escote. Su mano recorre los pechos. El bulto del pantalón es notable.
-. Ya sabe… si quiere volver a salir... No dude en llamarme... Y ahora… quítese la camiseta... Por cierto… ¿Dónde vamos a?… Sí, que ¿dónde vamos a hacerlo? Venga no ponga Usted esa cara, si ha follado con el gordo del hotel, folla Usted con cualquiera.
-. Le pagaré… dijo apenas susurrando.
-. No… si ya sé que me pagará… por la cuenta que la tiene… y ahora venga, al tajo que no tengo toda la noche.
Allí mismo en el recibidor se desnuda. Ya no la importa volver a descubrir su cuerpo para otro hombre... hubiera podido decir que no, pagarle el doble, o llamar a la policía. O simplemente ponerse la bata en la habitación y devolverle la camiseta, pero no, es mejor hacerlo rápido, cuanto antes acabe esta pesadilla mejor... necesita ducharse lo antes posible...
Se queda inmóvil.
-. ¿Ese es el dormitorio?
Asiente.
La agarra la muñeca y la lleva. Parece que el dueño de la casa es él y no ella. Un empujón y cae de espaldas a la cama. Este si se desnuda del todo. Su pene la parece enorme. La sonríe sabiendo que ella le está mirando ahí. Chulo lo sujeta con por la base y se lo muestra haciendo que se bambolee un poco.
No es tan bestia como el gordo del hotel. La acaricia por todo el cuerpo. Parece que disfruta tocándola. Se va excitando. Entra en ella poco a poco, con suavidad. Se toma su tiempo. Son penetraciones lentas pero potentes. Profundas. Se retira de ella y vuelve a entrar con calma. No quiere hacerla daño. Quiere que todo su sexo compruebe lo largo y grueso que es su polla…
La gusta. Gime. Jadea. Él sonríe satisfecho. No es tan maravilloso como ha sido con su amante, pero no la ha desagradado. Incluso se ha corrido “un poquito”, justo cuando ha empezado a notar esos botecitos y cómo su pene la llenaba de semen.
Le ve vestirse con calma. Oye el ruido de la puerta. Hace amago de levantarse, pero está agotada. Sin darse cuenta se queda dormida.
Tiene pesadillas. Se ve desnuda en una cama… La cantinela de las gitanas viejas mientras dan vueltas a su alrededor. Canturreaban una especie de letanía mientras pelan unas hierbas y ramas arrojando las hojas a su alrededor. Y ese olor a tierra mojada. Y no paran de “recitarlo. Una y otra vez, una y otra vez. “… Y la potra doncella será desvirgada y su inocencia arrebata por tres veces en la misma noche. La primera monta será por macho estéril… que la arrancará su virginidad con dolor. La segunda, por viejo patriarca que la hará su hija más obediente. La tercera, por corcel bravío que la hará su esclava. Y dejará de ser potra para ser su yegua…Los tres dejaran su semilla, pero en la primera añada, no tendrá hijos, solo parirá deseo”.
Se despierta sobresaltada. Sudando. Recordaba perfectamente la cara de un hombre. Era muy feo. La espantosa boca con los dientes todos medio rotos y mal colocados. Diría que su cara era hasta algo deforme. Sonreía de medio lado. Luego efectivamente, un viejo con la cara morena y muy pero que muy arrugada. Estaba desnudo, pero tenía un sombrero, como el de “los patriarcas” … y de nuevo las caricias de su amante… esas deliciosas caricias. Y de nuevo las caricias del taxista, esas turbadoras y excitantes caricias.
Inconscientemente se tocó. Su sexo no la dolía. Estaba húmedo. Calado. Cada caricia, el mínimo roce la hacía temblar. No paraba de recordar como su amante la había poseído. Pero sobre todo no paraba de recordar cómo el taxista la había hecho disfrutar con ese pene tan grande. No pudo detenerse. Se dejó guiar por su instinto. Su respiración se aceleraba. El mínimo roce de las sábanas la causaba escalofríos de placer. Y se tocó, y se tocó hasta hacerse temblar de gozo. En una sola noche la habían poseído tres hombres. Su cuerpo temblaba. Sus pechos estaban manchados de semen. Por su sexo rezuman fluidos que no son suyos. Se sentía voluptuosa. Incluso viciosa. Quiso mirarse en el espejo. Desnuda, tocándose. Una mano acariciando sus senos, la otra en la entrepierna. Se gustó. La gustó ver su cuerpo desnudo. Su sexo irritado. Pero, sobre todo, la gustó la expresión de su cara. Su boca entreabierta. Lujuriosa. Lasciva.
Se introdujo los dedos. Todo lo profundo que pudo. Estaban manchados con un líquido entre transparente y blanquecino. Sabía lo que era. Y los olió. Los lamió y volvió a tocarse. Todo su cuerpo se convulsionó. Tuvo que apoyarse en la pared. Sin dejar de tocarse, se deslizó hasta el suelo. Abrió las piernas como si fuera a ser poseída de nuevo. Se vio en el espejo. Obscena. Preparada para volver a ser usada.
Por primera vez en su vida no pudo, bueno más que no poder, no quiso contenerse y tuvo que masturbarse.
csdsumiso@hotmail.com
Continuará….
Como siempre, buenos o malos, se admiten sugerencias y comentarios.