Doña Cachonda Cap. 3
Dolores Fonseca, doña Lola, genera reacciones en aquellos que permanecen cerca de ella, y también toma lo que le place, gozando las oportunidades menos previstas, impredecibles, pero que le resultan sumamente exitantes... Por su parte, El Zarco también se entrega a placeres que va descubriendo...
Capítulo III
El que también sufría de efectos similares... era El Zarco. También pensaba constantemente en doña Lola, como extrañándola, añorándola, sobre todo si pasaban varios meses sin encontrarse para desfogar los calores, pues ella, en su plan de diva del barrio, se hacía del rogar muchas veces como infligiéndole castigo. El Zarco también se excitaba recordando a doña Lola, y cuando estaba solo en el vacío de un hotel en medio de un viaje largo a la frontera con su tráiler de carga, terminaba haciéndose una prolongada chaqueta en su honor.
En otras ocasiones la calentura lo asaltaba estando en León, pero entonces tenía la oportunidad de follar y follar con su concubina, con quien ya llevaba dos años de relación y que estaba seguro que tampoco se prolongaría mucho ésta. No viviría para siempre con Liliana, su actual pareja, pero por pronto habría de disfrutar al máximo su concubinato. Cuando él llegaba de viaje, lo primero que hacía luego de ingresar cargando una maleta repleta de ropa sucia al departamento del multifamiliar en el que moraban, era saludar, luego ducharse, después sentarse a la mesa para comer glotonamente, y finalmente coger y coger hasta que sintiera los huevos vacíos.
Terminando el baño que solía prolongarse bastante, emergía limpio y afeitado, aromoso a jabón, calzando unas sandalias y vistiendo sólo una trusa con la que un tremendo bulto entre las piernas se le exhibía. Ya estaba el platillo servido, y se sentaba a degustar lo que aquella mujer veinte años menor que él prepara y ponía a su disposición, que por lo regular era algo picante pero sabroso, acompañado por una cerveza negra bien fría que habría de ser sucedida por una docena más durante la tarde y parte de la noche. Liliana sabía lo que al Zarco le gustaba, luego de dos años había aprendido a conocerlo bien, así que lo complacía puesto que, luego de una semana de ausencia, también tendía a sentirse abandonada y, por supuesto, sumamente deseosa de macho. Ella lo esperaba pacientemente cuando él le anunciaba que ya estaba por llegar a la ciudad, al tiempo que comenzaba los preparativos del recibimiento. Cocinaba dos o tres platillos, y también procuraba tener a la mano algunos ingredientes para hacer una botana variada, entre carnes frías, frituras, guacamole, etcétera, todo lo que al Zarco le gustara ingerir mientras veía el futbol y se bebía unas cervezas. También se duchaba, cuidando cada detalle, tales como el depilarse por completo y hasta exfoliarse la piel, luego se untaba una crema que olía delicioso y se daba un par de disparos de un perfume que al Zarco le encantaba, se vestía con ropas frescas y aromosas a detergente, por lo regular prendas que le resultaran sexys a su hombre; se peinaba, se maquillaba, se calzaba unas zapatillas altas, y emergía de la habitación lista para acabar de preparar la comida y dejar todo en su punto cuando escuchara crujir el cerrojo.
Liliana era una mujer algo gordita, rellenita, pero de cara bonita, simpática, y de grandes tetas que solía lucir con escotes sugerentes y hasta reveladores por momentos. Había que saber sacar provecho de lo mejor que uno tiene, y eso lo sabía la perfección Liliana, “Lili” simplemente para El Zarco y para los amigos y familiares. El Zarco, por lo regular, mientras le era vertido en el plato una porción de otro de los guisos, solía acariciar cachondamente a Lili al estar ella inclinada junto a él, diciéndole todo tipo de improperios, piropos de tono subido y cosas así al tiempo que suspiraba o jadeaba anunciándole lo que se vendría más tarde. Y por supuesto que ella se mostraba complacida, su ausencia dejaba el espacio suficiente como para que su lívido se recargara al cien por cien convirtiéndose en lascivia.
“Estás bien buenota, mamita, haces que la verga se me ponga bien dura”, solía comentar El Zarco, y Lili respondía con “¡mmm!” al tiempo que se mordía los labios y le acariciaba los muslos desnudos de arriba abajo, viendo aquel bulto contenido por la trusa. Más tarde, ambos verían el futbol o lo que fuera, con la música sonando en el minicomponente que habían comprado en una casa de empeño a petición de ella que gustaba mucho de los ritmos cadenciosos con los que solía moverse sin parar por momentos prolongados, al tiempo que comían botana y bebían. Sí, Lili también disfrutaba acompañando a su hombre con unas copas, y ambos tomaban cerveza hasta que llegaba la noche. No encendían las luces y el departamento se iba quedando en penumbras, apenas iluminado tenuemente por el televisor, y Lili comenzaba las acciones arrodillándose frente al Zarco que permanecía sentado en el sofá. Le daba un masaje en las piernas pero, invariablemente, terminaba extrayéndole el falo de la trusa, y se empezaba a chupar cual si fuese un rico dulce. Ya borracha, Lili se desinhibía por completo y le gustaba hacer guarradas, las que su hombre le solicitara o las que a ella de le ocurrieran.
– ¿Te gusta que la mame, papito? ¿Te gusta que te mame la vergota que tienes? –le preguntaba ella mientras lo veía directo a los ojos y mantenía una actitud dominante y una actitud de puta, como a ambos les gustaba.
Se la sobaba con vigor, y pronto aquel miembro alcanzaba su máximo tamaño. Luego ella se montaba y lo cabalgaba sin quitarse la falda cuando llevaba dicha prenda, y sólo despojándose de las bragas para tener mayor libertad. Cabalgaba frenéticamente al Zarco mientras él la sujetaba de las piernas, las caderas o las nalgas, o le sacaba las tetas para chupárselas golosamente, estirándole los pezones al máximo con las intensas succiones, haciéndola gemir y extrayéndole algunas gotas de esa leche que él tanto disfrutaba, la que le daba vigor sexual supuestamente. Lili tenía unas areolas enormes, sumamente amplias, y unos pezones grandes y alargados como mamilas y de un tono café más oscuro que el del área que los circundaba. A ella le encantaba que le mamaran las tetas, la enloquecía tanto como el sentir una estimulación en el clítoris o como tener toda la polla del Zarco adentro. Fornicaban varias veces durante la velada, bebiendo y comiendo durante los recesos, pero terminaban exhaustos tirados en el piso sobre unas cobijas que ponían intencionalmente ahí en medio de la sala, o sobre los sillones, o en la cama, durmiendo como leones completamente saciados en todos los aspectos.
Lili era madre soltera, y El Zarco la conoció en un bar donde ella trabajaba como mesera oficialmente, aunque en realidad era fichera. Sí, ella se sentaba a beber con los clientes para brindarles compañía a cambio de un pago. El Zarco frecuentaba aquel bar en sus días de soledad, y así fue como se encontraron y se sentaron a tomar unas copas. Él se convirtió en uno de sus clientes más frecuentes, y luego intercambiaron números para salir a tomar a otro lugar a cambio de una buena propina para ella. El punto es que de la relación de negocios pasaron a una de amistad, y luego a un romance en el que él la saco de puta y la llevó a vivir consigo. Estaba buena la morrita... y se merecía una segunda oportunidad, quizá fue lo que razonó EL Zarco. Y así fue como comenzaron una relación de pareja que ya llevaba dos años. Lili tenía solamente un hijo, pero éste, al contar con ocho años cuando ella se juntó con El Zarco, había decidido quedarse a vivir con sus abuelos y ella les pasaba una mesada por los gastos del chiquillo al que, sin embargo, no abandonó pues lo veía casi toda la semana, y más en aquellos día en los que ella estaba completamente sola por la ausencia del transportista.
Lili había decidido trabajar de fichera por recomendación de una amiga suya, una tal Giovanna, que también era su vecina en la colonia y a la que conocía desde la infancia. Giovanna le contó que le estaba yendo bien en el bar-congal ése, y pues Lili terminó por integrarse al cuerpo de “meseras”, que era como se les mencionaba para que los de fiscalización no protestaran en sus visitas al lugar. Y no necesariamente fornicaba con los clientes, ¡no!, que no se malentienda. Básicamente era beber con ellos y pues, si a la chica le convenía, podía hacer el trabajo extra una vez concluida la jornada alrededor de las tres de la madrugada. Sí hubo algunos clientes con los que tuvo sus quereres, pero nada trascendente. Algunas veces le pasó que, si el fulano le resultaba apetecible y éste se portaba generoso, pues se iba a coger con él saliendo del bar.
Así tuvo una relación meramente de negocios con un chaval aburguesado que acostumbraba visitar el bar. El chico le parecía guapo y nunca se negó a pagar por el servicio adicional, así que se fue con él como tres veces a algún motel cercano a fornicar el resto de la noche. Realmente el servicio sólo incluía una hora, pero ella se quedaba hasta después del amanecer por puro gusto, a final de cuentas ya llevaba suficiente dinero en la bolsa y era buen momento para disfrutar un poco. De algún modo no sólo fue por necesidad el hecho de trabajar en aquel congal, quizá también le gustaba el ambiente que ahí tenía lugar pues parecía divertirse bastante en esas veladas en compañía de La Giovanna, quien tampoco perdía oportunidad para ganar dinero sentada y bebiendo con algún tipejo cualquiera.
Las únicas veces que El Zarco se ponía algo más de ropa, era cuando tenían visitas, mismas que no eran tan constantes. El único que acudía de vez en cuando a su casa los sábados, era un amigo suyo de nombre Tony, que trabajaba en la oficina de la empresa de transportes y que era quien le asignaba las cargas para desplazarlas y con quien había trabado un nexo estrecho luego de conocerse y simpatizarse. Tony acaba de graduarse de la universidad, y ahora había cambiado de trabajo pero aun así seguía en contacto con EL Zarco. Se mandaban mensajes de texto, se saludaban y acordaban verse para beber algunas cervezas en esos sabaditos de descanso cuando el conductor estaba en la ciudad.
Normalmente Tony llegaba a la hora de la comida y se quedaba hasta tarde luego de que la charla y el relajo se prolongaran bastante. Bebían, reían, bromeaban, contaban chistes de todos colores y la pasaban bien. A Lili no le desagradaba para nada la presencia de Tony, al contrario, le resultaba bastante placentera, sobre todo porque el hombre se la pasaba viéndole las nalgas o las tetas a cada oportunidad, y más cuando ya llevaba unas copas encima. Y por supuesto que Tony también lo gozaba, el hecho de ver el escote ahuecado de la mujer de su amigo varias veces durante la jornada, así como observarla cuando ella se reajustaba los leggins y las bragas se le marcaban mucho, era sumamente placentero y estimulante.
Después comenzaron a incitar a otras personas, y el ambiente mejoraba. Los sábados tranquilos del Zarco ahora iban alternando con otros, menos frecuentes, pero en los que se armaba la bulla dentro del departamento con la asistencia de algunos conocidos de ambos, casi más de Lili. A veces iba La Giovanna y una prima de ésta con su novio, además de Tony y de un compadre del Zarco. El Zarco disfrutaba de beber mientras bromeaba o veía bailar al ritmo de reguetón a los más chavos, entre ellos su mujer. Ya borrachos se iba la tensión, y el baile comenzaba discretamente puesto que luego los vecinos se podían quejar del ruido. Fue entonces que descubrió una cierta fascinación por mirar a detalle aquellos movimientos cadenciosos e insinuantes, cuando los que ahí bailaban lo hacían a manera del famoso “perreo”, que era la manera en la que se pegaban mucho más entre ellos, rozando sus cuerpos y disfrutando no sólo del baile, sino de los ligeros tallones que con éste llegaban. Y de ese placer recién descubierto, habrían de derivarse otros mayormente... diferentes.
En una ocasión, ya un poco tarde y en la que la mayoría se habían marchado desde temprano, La Giovanna, ya bastante ebria, acabó dándose un buen faje con Tony en la sala cuando El Zarco dormitaba de borracho en otro sillón y Lili ya había perdido en un sueño momentáneo recostada junto a él. Habían terminado formando pareja esos dos luego de encontrarse algunas ocasiones y coquetear en esa casa. La Giovanna también era muy cachonda y putona, pero se detenía un poco de saber que ahí estaba el marido de su amiga, ya muy pedo pero aún consciente, y le decía “¡espérate, nene!” a Tony cuando él insistía en tocarla de más, pero lo hacía de una forma tan pícara que parecía incitarlo a continuar.
– Por mí no hay pedo, neta –dijo El Zarco entre las penumbras pues la estancia no lograba ser iluminada de buena forma con la luz proveniente de una habitación abierta, ni la que se colaba por la ventana que daba a la calle–. Ustedes en lo suyo, ya saben que por mí no hay bronca. Ya ando muy pedo y me estoy durmiendo. Tú no te agüites, pinche Giovanna; aquí nadie se agüita, neta.
– Sí, güey –agregó Lili con acento de borrachera plena–, tú dale. Sí el morro te gusta pues que tiene de malo que se den un poquito de cariño, cabrona. Es más, culera, hazle un bailecito cachondo al Tony, ese morro es medio tímido pero ya ves que andando en el ambiente se suelta la greña. ¿Verdad que sí, papito? –preguntó al Zarco sugiriéndole la respuesta, y luego lo besó en los labios levantándose un poco para alcanzarlo.
– Simón , pinche Giovanna, tú dale, no tengas vergüenza, ¿ni que la conocieras?
Y todos rieron un poco.
– Sirve que se anima Lino que ya se está quedando dormido también –comentó Lili, refiriéndose al compadre del Zarco que permanecía en el sillón individual cabeceando y dando por instantes algunos sorbos a la cerveza que aún no se terminaba.
– Órale, culeros, va pues –respondió la Giovanna dispuesta a ponerle un poco de picor a la reunión que ya había decaído en júbilo.
Puso alguna canción movida, de sus favoritas, en el minicomponente, y toco el turno de empezar a bailar cachondamente para Tony, pero permitiendo que los otros tres presentes observaran el improvisado show...
Ese mismo sábado, doña Lola regreso a casa pasadas las ocho de la noche; había asistido a una exposición en inmobiliaria para estar atendiendo potenciales clientes en un stand que fue montado por su socio, el vendedor de casas, pensando en que ahí podría captar una buena cantidad de personas interesadas en comprar una vivienda nueva o usada sin la mediación de una constructora o empresa grande de bienes raíces. Ahí estuvo doña Lola en su papel de vendedora junto a otra mujer más que realizaba la misma función y dos edecanes.
Al llegar a casa se encontraba un tanto fastidiada y cansada, y se sorprendió de encontrar todo en plena calma. Recordó al instante que Melina había partido en un viaje breve a Six Flags acompañando a su hermana Betty, y que Willy dijo que llegaría un poco más tarde lo común pues estaría en una venta nocturna que se instalaría en el mercado con motivo del Buen Fin, así que lo más seguro es que regresaría hasta después de la una de la madrugada. De buena gana hubiera ido a asistirlo en el negocio de calzada pues a ambos les convenía, pero ella ya se encontraba muy cansada como para tomar sus cosas y partir rumbo el lugar mencionado. Tomó una cerveza del refrigerador, la comenzó a beber y notó cómo su cuerpo tenso se iba relajando de a poco, dándole una sensación placentera en el cuello, y la acompañó con unos nachos que sacó de una estantería y vació en un platón para luego ponerles un toque de salsa picante. Bebía estando de pie sobre una barra de cemento que hacía las veces de desayunador, y se quedó pensando en cualquier cosa.
Ahí estaba ella, todavía ataviada con las ropas formales que usó para el evento, calzando las altas zapatillas de grueso tacón, meditando sobre la gran cantidad de datos que pudo recabar en esa noche y que le habrían de generar suficiente trabajo para algunos meses. Se había puesto un coordinado a dos piezas que compró tiempo atrás en el mercado donde comerciaba Willy, y que solía portar sólo en eventos donde se precisara de un atuendo así, que daba la pinta de ser de buen gusto pese a haber sido maquilado en un taller cualquiera, y ella misma daba una apariencia un tanto sofisticada pese a la inherente personalidad vulgar de la que jamás podría desprenderse. Sí, se veía entre lo fino y lo corriente, pero sabrosa, apetecible, digna de ser tomada y cogida con enjundia. Era un pantalón blanco, más bien crema, entallado y hecho de lycra o alguna tela así, elástica, que se le untaba deliciosamente al cuerpo revelando sus formas de hembra voluptuosa; un saco de mangas a tres cuartos de largas, del mismo tono que el pantalón, de un corte moderno y, de igual forma, ajustado, y una blusa escarlata que la hacía lucir más morena pero no menos atractiva. La blusa era de tafeta, simulando ser seda, y también estaba pegadita, como si fuese de una talla menor, que incluso el botón superior se desajustaba contantemente y ella prefirió dejarlo ya así para mostrar un escote sugerente y, a la vez, discreto, que sólo podía ser apreciado de buena forma al mirarla de perfil. Y debajo de eso, pues, llevaba un conjunto de lencería también a dos piezas, con un brasiere de encaje color blanco, y una tanga del mismo material e igual tono, que, al ser tan delgada, apenas si se le alcanzaba a percibir el triángulo en la parte superior de sus glúteos a la altura del coxis. Eso sí, cuando se inclinaba o colocaba en cuclillas, el pantalón se bajaba un poco, sólo lo necesario para que entonces las bragas se asomaran sensualmente mostrando su diseño y color, que al ser claro como la pieza exterior, se camuflaban un poco.
De pronto escuchó que un automóvil se aparcaba temporalmente afuera de su vivienda, y fue a echar un vistazo a través de la ventana, y se percató de que era uno de los amigotes del Teo, que lo llevaba hasta la puerta de la casa debido a que éste, Teo, se había puesto sumamente borracho en el festejo del cumpleaños del dueño del taller de calzado donde laboraba. El amigo se disculpó, explicó la situación, y dejó a Teo sentado en un sillón de la sala para marcharse de inmediato. El yerno aún estaba consciente, sólo muy mareado, y no dejaba de tomar a sorbos el tequila con refresco de toronja que estaba contenido en un vaso desechable.
– ¡Ay, Teo! Ya mejor vete a dormir, muchacho –concluyó doña Lola luego de haber estado conversando con él unos minutos y ver que los ojos se le cerraban de cansancio y cabeceaba constantemente.
Le ayudó a levantarse y lo guio hasta el dormitorio para que él se tirara sobre la cama. Casi como por inercia, sabiendo ya bastante de borracheras, doña Lola le ayudó a quitarse los tenis que él portaba y, de pronto, una vez terminando de hacerlo, un mal pensamiento le vino a la mente. Volteó hacia atrás sólo para cerciorarse de que nadie estuviera presente, aunque era así sería pues eran los únicos en la casa, y le dijo: “¿sabes qué, Teo?, también te voy a quitar el pantalón para que puedas descansar”.
Y así lo hizo. Desajustó el cinturón, abrió el pantalón, y se lo quitó con mucha facilidad al ser dicha prenda un tanto holgada. Pronto lo tuvo descubierto hasta cierto punto, apenas portando unas calcetas blancas, una playera oscura y estampada, y un bóxer deportivo, corto y ajustado. No soportó la curiosidad en cuanto vio aquel bulto en la entrepierna, y más por saber que lo único que lo aislaba era esa prenda interior. Se sentó a su lado a la orilla del colchón, y sin poder evitarlo o, mejor dicho, sin querer evitarlo, empezó a delinearle la forma del pene adormecido con uno de sus dedos.
– ¡Ay, muchacho, se ve que estás bien servido! –susurró ella al tiempo que se mordía los labios y se los ensalivaba–. Me pregunto cómo se verá al natural... esto que tienes bajo la tela.
Con cuidado tomó el elástico superior del bóxer, lo levantó y tiró hacia atrás, hasta que dejó al descubierto aquel miembro flácido, mientras el hombre dormitaba sin lograr entender del todo lo que sucedía. Le quitó los calzones, no esperó más. Y, con delicadeza, le empezó a frotar los genitales, sobándole suavemente los huevos, y luego el miembro, sintiéndolo en su mano, dormido y tibio.
– ¡Espérate, pinche Melina! –musitó adormecido Teo, sin abrir los ojos pero flexionando una pierna y amenazando con darse media vuelta.
– No soy Melina... soy Lola –respondió ella.
Y de inmediato comenzó a frotarle la pinga con mayor energía. Tratando de despertar vigorosamente aquel trozo que tanto quería ver erguido doña Lola, lo empezó a lamer también y luego a chupar. La erección fue inevitable. Pronto el miembro se endureció pro completo, y Teo empezó a jadear agitada y agudamente, sintiendo la felación que su suegra, su objeto del deseo, le estaba prodigando sin tomar plena consciencia de ello.
Doña Lola se puso muy caliente, tanto que se abrió la blusa, se sacó las tetas y las estuvo tallando un buen rato contra la polla de su yerno, procurando restregar la cabecita contra los pezones de manera alternada, sintiendo cómo éstos se le ponían durísimos. Creyó casi estarlo violando, y eso le excitó muchísimo, tanto que decidió, en un arrebato, consumar el acto. Con desesperación se desprendió del ajustado pantalón, se quitó las bragas y, ya completamente húmeda de la pucha, se montó en Teo, se acomodó su miembro, se sentó en el él sintiendo toda su dureza y tamaño, y empezó a menearse frenéticamente desde el principio, ansiosa de poseerlo y no él a ella.
Cabalgaba con fuerza, se daba sendos sentones sobre la virilidad de su yerno, al tiempo que lo tomaba de las manos para colocarse éstas sobre sus senos que temblaban deliciosamente, y lo hizo gemir de placer inmerso en la borrachera que lo dejaba discernir si era un sueño o la realidad lo que ahí acontecía.
– ¿Te gusta, hijo de puta? –preguntaba ella de manera retórica y como expresando rabia, totalmente agitada y sin dejar de moverse con violencia–. ¡Te voy a sacar toda la leche, cabrón, ah!, ¡Te voy a deslechar los huevos, te voy a ordeñar la verga, cabrón, ah! ¡Te voy a sacar los mecos, perro!
– ¡Ah, sí, ah, sí, Lola, qué rico, mamasota culona, panochuda! –gimoteaba él.
– ¡Dame tus mecos ya, cabrón, dámelos ya! ¡Lléname la panocha con tu leche, la quiero ya, hijo de tu puta madre! ¡Llénale la panocha a tu suegra, cabrón!, ¿acaso no es lo que tanto deseabas, lo que tanto se te antoja, pinche sátiro, pinche calentón, pinche fisgón de mierda! ¡Eres un pendejo, Melina seguro ya se anda cogiendo a otro cabrón, era un pendejo cornudo! ¡Ándale, cabrón, dámela ya, enléchame toda la panocha!
Y la explosión llegó. Teo tensó por completo aferrándose a los muslos de doña Lola, incluso levantando un poco el torso, pujó prolongadamente, y dejó escapar una furibunda eyaculación que había sido estimulada hasta el límite. Chorros y chorros de semen salieron con potencia inundando la intimidad de la mujer que los recibía gustosa, gozosa, dejando escapar un largo alarido, meneando las caderas a un ritmo semi-lento.
Ella terminó jadeando pausadamente, como entre sollozos, apoyándose en el pecho del hombre que era poco a poco sumergido en el sueño pesado que al que lo inducía el éxtasis, al tiempo que su miembro iba desinflamándose lentamente. Doña Lola se movió un poco, lo necesario, para permitir que aquella pinga derrotada se doblara con soltura sobre el pubis, como apuntando a la cara de él, y se volvió a acomodar, esperando algo que ya se anunciaba. Doña Cachonda no quiso dejar pasar esa oportunidad y, tratando de relajarse, empezó a mearse encima de los genitales de Teo, gimiendo de manera aguda al hacerlo, bautizándolo como a ella le gustaba hacerlo cuando surgía el momento propicio y acorde para eso. No estaba segura de si ese momento cumplía las características antes mencionadas, pero no le importó, sentía tantos deseos de mearlo, de darle aquel Golden Shower, que se abandonó y lo hizo perdiéndose en el placer...